La Piedra del Matrimonio

By alseidetao

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Para evitar las maquinaciones del Ministerio, Harry debe casarse con el reacio Severus Snape. Pero el matrimo... More

Capítulo 1: La piedra del matrimonio
Capítulo 2: Con Este Anillo
Capítulo 3: Habitantes de la mazmorra
Capítulo 4: Enfrentándose al mundo
Capítulo 5: Marcas oscuras
Capítulo 6: Vivir con Snape
Capítulo 7: Lazos que unen
Capítulo 8: Todos los hombres del Rey
Capítulo 9: La estrella del perro
Capítulo 10: Espadas y flechas
Capítulo 11: Enfrentándose a Gryffindors
Capítulo 12: Emplazando culpas
Capítulo 13: Entendiendo a los hombres lobo
Capítulo 14: Volviendo a la normalidad
Capítulo 15: Modales
Capítulo 16: Conociendo a los cuñados
Capítulo 17: Espinas
Capítulo 18: El corazón del laberinto
Capítulo 19: Vínculos
Capítulo 20: Sinistra
Capítulo 21: Serpientes
Capítulo 22: Familia
Capítulo 23: Lobos
Capítulo 24: Lecciones de Historia
Capítulo 25: Nochebuena
Capítulo 26: Regalos de Navidad
Capítulo 27: Antes de la tormenta
Capítulo 28: Vikingos
Capítulo 29: Entender el deber
Capítulo 30: Persecución
Capítulo 31: Acortando distancias
Capítulo 32: El dolor de crecer
Capítulo 33: Largas historias
Capítulo 34: A dormir
Capítulo 35: Al abismo
Capítulo 36: Cargando la piedra
Capítulo 37: El otro lado
Capítulo 38: Política
Capítulo 39: Honor familiar
Capítulo 40: La locura del lobo
Capítulo 41: Salvaje
Capítulo 42: Caramelos de limón
Capítulo 43: Para eso están los amigos
Capítulo 44: Cierra los ojos
Capítulo 45: Amaestrando al dragón
Capítulo 47: Cedo
Capítulo 48: El Lobo en la puerta
Capítulo 49: Bailando
Capítulo 50: La materia de los sueños
Capítulo 51: Grandes gestos románticos
Capítulo 52: San Valentín
Capítulo 53: Afecto de cortesía
Capítulo 54: Despertando a Lunático
Capítulo 55: Maniobras legales
Capítulo 56: Peones
Capítulo 57: Obviedades
Capítulo 58: El significado de las cosas
Capítulo 59: Algo maligno
Capítulo 60: La voz del Rey
Capítulo 61: La llamada
Capítulo 62: Stonehenge
Capítulo 63: El corazón sangrante
Capítulo 64: El resto del mundo
Capítulo 65: En la luna
Capítulo 66: Sinestesia
Capítulo 67: Cantos afilados
Capítulo 68: La búsqueda del poder
Capítulo 69: Al final de este camino
Capítulo 70: El precio del valor
Capítulo 71: Lo que importa
Capítulo 72: Yendo hacia delante
Capítulo 73: Así es como el mundo acaba
Capítulo 74: El sol moribundo
Capítulo 75: Valeroso mundo nuevo
Capítulo 76: Los indignos
Capítulo 77: Historia antigua
Capítulo 78: Regresando a casa
Capítulo 79: Solucionando
Capítulo 80: Decisiones y Progreso
Capítulo 81: El amanecer de un nuevo día
Capítulo 82: Echando una mano a las cosas
Capítulo 83: Sorpresas en todas partes
Capítulo 84: Extraños compañeros de cama
Capítulo 85: Borrones
Capítulo 86: Furia
Capítulo 87: Pasiones
Capítulo 88: De vuelta al negocio
Capítulo 89: Idas y Venidas
Capítulo 90: Maniobras Legales II
Capítulo 91: Rosas
Capítulo 92: Educación continua
Capítulo 93: Los recién llegados
Capítulo 94: Experiencias de aprendizaje
Capítulo 95: Encuentros cercanos
Capítulo 96: En desacuerdo
Capítulo 97: Hacer las Paces
Capítulo 98: ¿Quién sabe?
Capítulo 99: La paz se desmorona
Capítulo 100: Comienzan las hostilidades
Capítulo 101: Primeras señales del futuro
Capítulo 102: Lecciones desplegadas
Capítulo 103: El fin de los vampiros
Capítulo 104: Reconocimiento y premonición
Capítulo 105: Verdadera naturaleza
Capítulo 106: Exámenes finales
Capítulo 107: Explicaciones
Capítulo 108: La calma antes de la tormenta
Capítulo 109: Reescribiendo la historia
Capítulo 110: La fuerza del vínculo
Capítulo 111: Magia salvaje
Capítulo 112: Consecuencias del ataque
Capítulo 113: Últimos días de tranquilidad
Capítulo 114: Rudos Despertares
Capítulo 115: Primeras Impresiones
Capítulo 116: Desquitarse
Capítulo 117: Nuevos comienzos
Capítulo 118: Tiempos felices
Capítulo 119: Tiempos de fiesta
Capítulo 120: Favor de Merlín
Capítulo 121: Fin del verano, parte 1
Capítulo 122: Fin del verano, parte 2
Capítulo 123: Una falta cercana
Capítulo 124: Retrasar lo inevitable
Capítulo 125: Las formas de la primera ola
Capítulo 126: Compañeros de cama más extraños
Capítulo 127: Planificación de la Operación Castillo Mágico
Capítulo 128: Revelaciones
Capítulo 129: La primera ola se rompe
Capítulo 130: Limpiando
Capítulo 131: Padrinos
Capítulo 132: Percepciones erróneas
Capítulo 133: Zona de conflicto
Capítulo 134: Visitantes
Capítulo 135: Pez fuera del agua
Capítulo 136: La segunda ola
Capítulo 137: La batalla de Hogsmeade
Capítulo 138: Algunas explicaciones que hacer
Capítulo 139: Decir adios
Capítulo 140: Faltas de comunicación
Capítulo 141: Las formas de la tercera ola
Capítulo 142: El Campeón del Rey
Capítulo 143: La batalla de Hogwarts
Capítulo 144: La gratitud del rey
Capítulo 145: Los Comienzos del Rey
Capítulo 146: La Vida del Rey

Capítulo 46: Viendo rojo

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By alseidetao


Hermione estaba leyendo el periódico sentada a la mesa de Gryffindor la mañana siguiente mientras ella y Ron esperaban que llegara Harry. La portada seguía mostrando nuevas fotos del joven, de la noche que había vuelto al castillo en su armadura plateada, como salido de un cuento de hadas. Ron no había dicho nada aquella noche, pero Hermione sabía que sentía algo de celos. Oh, no es que quisiera estar en peligro, o tener las responsabilidades, y desde luego no envidiaba el terror que sentía Harry de forma constante, pero todos los chicos del colegio hubiesen deseado alguna vez llamar la atención de la forma en que lo hacía el joven continuamente. Irónicamente, Harry parecía ser el único que no deseaba hacerlo.

Aquella noche, no obstante, había estado orgullosísima de Ron. No se había desconcertado cuando el Ministro le había interrogado, sino que había apoyado a Harry sin dudar. Anteriormente, cuando ellos dos y Ginny habían sufrido las avalanchas de preguntas de prácticamente todo el mundo, Ron había sido fiel al guion que Dumbledore les había dado, liándoles alegremente.

Había sido Ron quien había deducido que Dumbledore no quería que el Ministerio supiese dónde se habían llevado a Harry, porque creía que el Ministro complicaría las cosas y lograría que Harry acabara muerto. Ante la certeza absoluta de Ron, Hermione y Ginny habían seguido su ejemplo y habían respondido a las preguntas con las ideas más vagas y peregrinas que les vinieron a la cabeza. Si no hubiese sido por la preocupación constante por Harry, hubiese sido hasta divertido.

– ¿Crees que me dejará probarme la armadura? –preguntó Ron mientras echaba un vistazo a las fotos de Harry por encima del hombro de Hermione.

–Seguro que sí –respondió ella– Y te quedará mejor que a él, sin duda: eres más alto y ancho de espaldas que Harry.

Ron se irguió al oír aquello, animándose por el cumplido. Sonrió ampliamente a Hermione, y ella se percató que la vida del joven era perfecta en aquel día, tenía que admitirlo: había ocasiones en que Ron Weasley le derretía el corazón con su honestidad emocional y sus respuestas sinceras.

Supo que Harry había entrado por el zumbido de conversaciones que se inició repentinamente. Instantes después se sentaba delante de ellos, sonriéndoles a los dos, y Hermione se encontró pensando que parecía más descansado. Sabía que debía estar preocupado por Sirius y Remus, y con buen motivo; también sabía que la noche anterior había ocultado a Remus para protegerle del Ministerio. Sin embargo parecía de mejor humor que la víspera.

– ¿Todo bien ayer noche? –le preguntó Ron por lo bajo. Harry asintió:

–Os lo contaré luego. ¿Se os ha ocurrido algo?

Hermione sabía que se refería a si habían descubierto alguna forma de evitar el matrimonio entre Sirius y Malfoy. Habían tenido algunas ideas ayer, incluyendo la de usar la Piedra en uno de ellos, cualquiera de los dos. Desgraciadamente desconocían el tipo de consecuencias legales que eso podría tener; Hermione había insistido en que necesitaban una copia del Conscriptus de los Black antes de tomar ninguna decisión.

–Aún no –confesó– Deberíamos ver el Conscriptus primero.

Harry frunció el ceño, pero empezó a servirse. Hizo un gesto hacia el periódico que Hermione tenía en sus manos todavía:

– ¿Qué tal las noticias? ¿Algo que debiera preocuparme?

–No, más de lo mismo –replicó ella– El Wizengamot ha exigido una investigación formal del tema de las Tierras de Invierno: quieren saber por qué sus peticiones de ayuda fueron ignoradas, pérdidas o reescritas. Y hay gran controversia por la Ley de Registro de Magos. Las cosas están muy liadas en el Ministerio. Sospecho que mucha gente va a perder su trabajo a causa de esto... Fudge no puede ser el único implicado.

– ¿Qué es eso de la Ley de Registro? –preguntó Harry mientras se untaba una tostada de mantequilla– Lo mencionaban en el periódico ayer también.

-Una pésima idea -intervino Ron con aire de desagrado. Hermione sabía que a Ron no le interesaba demasiado la política, pero incluso él había seguido aquel proceso, en gran parte debido a su padre. Por norma general Arthur Weasley sentía debilidad por todo lo muggle, y el hecho de que se opusiera tanto a aquella propuesta había llamado la atención de su hijo.

–El gobierno muggle está intentando lograr que todos los magos y brujas se registren en el censo –explicó Hermione.

– ¿Voluntariamente? –preguntó Harry. Hermione negó con la cabeza, dobló el periódico y lo dejó a un lado. Como la mayoría de la gente, no pensaba que aquello fuese buena idea.

–No, quieren hacerlo obligatorio.

– ¿Para qué? –Inquirió Harry, confuso– No tiene sentido. Quiero decir, ni siquiera conocen los seis condados intrazables. ¿Por qué quieren saber cuánta gente vive en ellos?

–Impuestos –respondió simplemente Hermione. Al ver la mirada de incomprensión de Harry, explicó– Dicen que es sólo el censo, pero lo cierto es que quieren tener la capacidad de poner impuestos a los magos y brujas que viven en Gran Bretaña.

– ¿Por qué debería la gente del mundo mágico pagar impuestos al gobierno muggle? No usamos los servicios públicos: hospitales, policía, transportes... ¿Cómo pueden justificar poner impuestos a la gente por unos servicios que no nos sirven para nada?

–No tienen por qué justificarlo –Hermione se encogió de hombros– Supongo que ni les importa, sólo les gusta la idea de sacar más dinero. No hay ni que decir que esto está provocando mucha problemática en todo el mundo mágico. El gran temor es que se pierda el secreto. La gente se pregunta cómo van a mantener el mundo mágico en secreto si hay un registro de ellos. El gobierno insiste en asegurar que lo tienen todo en cuenta, pero parece un riesgo inútil y absurdo. Más tarde o temprano, algún contable o comité revisará la documentación y se preguntará quién es realmente toda esa gente que no existe en ningún otro registro.

Harry sacudió la cabeza y jugueteó con los huevos que había en su plato.

–Bueno, por lo que sé el gobierno muggle no tiene ninguna posibilidad de forzar al mundo mágico a hacer nada –dijo– ¿Por qué es un problema? ¿Por qué no se les dice simplemente que se metan en sus propios asuntos?

Había más gente siguiendo la conversación, y todos soltaron un "hurra" ante la declaración de Harry. Él les sonrió brevemente, antes de volver toda su atención a su amiga.

–Ése es el problema –explicó Hermione– Por algún motivo, el Ministerio de Magia quiere aceptar esa ley. De ahí toda la controversia resultante.

– ¿Cuánto apoyo tiene la nueva ley? –preguntó Harry frunciendo el ceño.

–Ninguno –Hermione se encogió de hombros de nuevo– La mayor parte del mundo mágico está en contra. Es el único tema en que todo el mundo está en contra de los muggles. Es una mala idea, simplemente.

– ¿Cuando hablas de una mayoría, a cuántos te refieres? ¿Un cincuenta y uno por ciento, un sesenta?

–Más bien un noventa y cinco por ciento –corrigió Hermione. Los ojos de Harry se abrieron desorbitadamente:

– ¿Me estás diciendo que prácticamente TODOS están en contra de esto, pero el Ministerio sigue decidido a llevar adelante el proceso? ¿Cómo es eso posible?

–Ése es uno de los temas candentes de las elecciones, Harry –le informó Hermione– Fudge es uno de los que insisten más con esta ley. Trata de convencer a todos de que es una gran idea. Ha logrado que muchos le apoyen... se habla de corrupción en las altas esferas, de que reciben dinero del gobierno muggle por acceder a esta ley. Es uno de los motivos por los cuales el tema de las Tierras de Invierno es tan inquietante... la gente está perdiendo la fe en el Ministerio.

Hermione vio que sus palabras preocupaban a Harry y sus ojos se oscurecían al meditar. No podía ni imaginarse el tipo de presión que aquello debía añadir a sus hombros. Había intentado ignorar la locura de las próximas elecciones, rehusando apoyar a ningún candidato. Pero ahora estaba en el ojo del huracán de aquella tempestad política... y tras haberle visto lidiar directamente con el Ministro de Magia, Hermione sospechaba que se estaba empezando a dar cuenta del poder que tenía en sus manos; no simplemente poder mágico, sino el poder para poder cambiar el futuro de todos.

La conversación cambió de rumbo cuando los otros chicos cambiaron de tema para hablar de otras cosas que les interesaban más... léase el Quidditch. Harry se quedó callado. Se volvió al ver a Snape entrando en el Gran Comedor para desayunar, echándole una mirada fugaz y sonriéndole. Hermione echó un vistazo a la mesa presidencial, contemplando con curiosidad cómo el Maestro en Pociones devolvía la sonrisa con un suave cabeceo. Al igual que Harry, el hombre atrajo mucha atención al entrar. Las risillas empezaron a oírse de nuevo. Hufflepuffs, en esta ocasión. Un grupo de chicas cerca de la mesa de profesores estaban incluso haciendo aletear las pestañas con la atención fija en el Maestro. Snape las miró con un gesto tan agrio como el vinagre.

Hermione miró de reojo a Harry, fijándose en el gesto turbulento del chico al seguir el intercambio de expresiones entre Snape y las chicas. Su amigo parecía entre irritado y confuso por las risillas, como si no supiese exactamente qué le estaba molestando. Hermione reconoció aquel gesto: ella misma solía mirar a Lavender Brown con aquella misma cara cuando la chica coqueteaba con Ron. Hermione había acabado por descubrir que estaba celosa, por supuesto. Se preguntó si a Harry le pasaría algo así. Sabía que le estaba cobrando afecto a Snape, pero quizás hubiese algo más... Lo cierto es que Harry siempre había estado un poco atrás respecto a los otros chicos de su edad en lo referente a las emociones. Muchas cosas que los demás daban por sentadas le sorprendían. Aún recordaba la cara de pasmo que se le había quedado la primera vez que le había abrazado. Era como si no pudiese comprender por qué nadie querría hacerle algo así a él.

Al volver a mirar a Snape descubrió que estaba enfadado e irritado, al parecer incapaz de entender por qué un grupo de chicas le miraban haciéndole ojitos. Hermione tuvo que contener la risa: entre Harry y Snape, aquello era como una competición de ciegos...

Los susurros sorprendidos de un grupo de Ravenclaws llamaron la atención de Hermione. Se volvió hacia ellos, percatándose que se habían girado todos hacia alguien que acababa de entrar. Vio que se trataba de Draco Malfoy, caminando con un aire de arrogancia insufrible.

Y entonces vio lo que llegaba al cuello.

Hermione se quedó helada, incapaz de creer lo que veían sus ojos. Draco Malfoy llevaba un medallón de oro de dragón en torno al cuello. ¡De oro rojo! Lo improbable de aquella situación le dejó sin poder reaccionar. Pero el material era inequívocamente oro rojo de dragón. Lo llevaba con orgullo, mostrándolo como si fuese una posesión preciada.

Una rápida ojeada a la mesa de los Ravenclaw le mostró que todos los estudiantes de quinto para arriba contemplaban a Malfoy con incredulidad, al parecer tan atónitos como ella. Se volvió para mirar a los Hufflepuff. Sólo algunos se habían dado cuenta de lo que aquello significaba, un par de los alumnos más mayores que se sentaban al extremo. Estaban boquiabiertos e incrédulos. En Gryffindor, sólo dos estudiantes de séptimo parecían tener idea de lo que sucedía.

Se giró para ver cómo Draco se acercaba a la mesa de Slytherin. Allí parecía haber toda clase de reacciones: algunos estaban asombrados; otros, obviamente ignorantes de todo, miraban envidiosos el oro que Malfoy lucía.

–Mira a ese memo –gruñó Ron mientras Draco tomaba asiento cerca de Pansy Parkinson–. ¿Será un regalo de su padre? ¡Siempre pavoneándose...!

Hermione, pensando que quizás se tratara de alguna broma, se volvió para ver qué reacciones se daban en la mesa de los docentes. Snape, que se había estado sirviendo bacón, se había quedado inmóvil al ver a Draco, con una mano todavía en alto sujetando el plato. Dumbledore se cubría la boca, ocultando la risa o conteniendo una exclamación de asombro, no podía estar segura... aunque sus ojos brillaban, así que sospechaba que era lo primero. McGonagall tenía un cuchillo para la mantequilla quieto en el aire, con la mandíbula caída en gesto de sorpresa.

Y entonces Hermione se dio cuenta de la expresión que lucía Charlie Weasley y en su mente nació una extraña sospecha. Charlie, sentado junto a Hagrid, miraba con fijeza su plato como si fuese lo más fascinante del mundo. Estaba intentando, de forma bastante inútil, esconder un gesto socarrón.

Draco había tomado asiento en la mesa de Slytherin, aparentemente ignorando la expectación que había causado. No prestó atención a los compañeros Slytherin que se habían quedado atónitos, volviéndose en cambio hacia Pansy y Blaise para presumir. Sus dos amigos miraban con envidia el colgante que lucía. Cuando Pansy alargó la mano para tocarlo, Draco la apartó de un manotazo. Aunque Hermione no podía oír lo que decía, era bastante obvio que estaba alardeando.

Entonces vio que el rubio tenía entre sus manos un libro amarillo muy familiar, que abrió y empezó a hojear. Era el manual de Cuidado de Criaturas Mágicas del año pasado.

– ¿Pasa algo, Hermione? –preguntó Harry al ver su extraña expresión. El chico miró hacia la mesa de los profesores y frunció el ceño ligeramente al ver que Snape sostenía el plato de bacón en el aire todavía.

–Por favor, Hermione –gruñó Ron– No es más que una chuchería estúpida. No me digas que te ha impresionado.

–Es oro rojo de dragón –respondió ella lacónicamente.

– ¿Y qué? –inquirió Ron. Harry seguía mirando a los profesores, fijando ahora la vista en McGonagall.

–Oro de dragón –repitió ella– Oro rojo –Ron se encogió de hombros y Harry volvió su mirada de incomprensión hacia ella. Hermione sacudió la cabeza, frustrada– ¿Es que soy la única que se lee los apéndices de nuestros libros?

– ¿Nuestros libros tienen apéndices? –preguntó Ron.

Hermione bufó, exasperada, y volvió la mirada hacia los Ravenclaw. Al menos ellos sí leían lo que tocaba. Incluso los de quinto, que estaban usando el libro aquel año mismo, parecían conocer el significado del oro rojo. Al volverse hacia los profesores vio que ninguno de ellos se había movido. Todos seguían observado en asombrado silencio a Malfoy, que todavía no se había percatado de nada. Hermione se preguntó quién reaccionaría primero. Por el momento parecía que nadie fuese capaz de ello: lo improbable de la situación les había cogido a todos con la guardia baja.

Draco estaba leyendo. Tenía el libro abierto por el final, sin duda leyendo el famoso apéndice que ella acababa de nombrar. El chico se fue quedando rígido a medida que avanzaba su lectura, y aquel aire de satisfacción fue desapareciendo de su expresión, dejándole pálido. Siguió leyendo y pasó a enrojecer violentamente. Sus ojos se desorbitaron, sus dedos se cerraron sobre la cadena que llevaba al cuello, tirando de ella. Al darse cuenta de que no se rompía, pareció explotar. Pasó en un instante del más absoluto silencio a la furia ciega.

Hermione miró anonadada cómo Draco se levantaba de un salto y se volvía hacia la mesa presidencial.

– ¡Te mato! –aulló, lanzando el libro de cubiertas amarillas hacia los profesores– ¡Te mato, bastardo! ¡Te mato! –chilló, alzando el tono hasta resultar ensordecedor. Fue agarrando todo objeto que tuviese a mano para arrojarlo en dirección al estrado. Sus gritos reverberaban en el alto techo. Platos, bandejas, copas llenas de zumo de calabaza, comida... todo volaba. Los estudiantes se apartaban precipitadamente de la trayectoria de las cosas, temiendo ser alcanzados puesto que el joven, llevado por la ira, no apuntaba. Cuando empezó a lanzar la cubertería, compuesta por un montón de vizcaínas afiladísimas comunes en la mesa Slytherin, los profesores se levantaron y conjuraron escudos para protegerse a ellos mismos y a los estudiantes del ataque de rabia del rubio.

Hermione tardó unos instantes en percatarse de que Draco estaba intentando alcanzar a Charlie Weasley. Toda su furia se dirigía hacia él, que estaba contemplando la escena con cierto regocijo.

– ¡Se ha vuelto loco! –exclamó Ron, esquivando una fuente. Los escudos de los profesores hacían que los objetos rebotaran, y éstos salían en todas direcciones. Los estudiantes de últimos cursos estaban realizando sus propias protecciones, con diversos grados de éxito.

Los alumnos empezaron a cubrirse bajo las mesas mientras Draco se lanzaba a por más munición, llegando incluso a trepar a la mesa para poder alcanzar las dagas y platos que le quedaban más lejos. Aquello era un sindiós. Draco estaba demasiado ido para percatarse de que todo cuanto tiraba rebotaba en los escudos y no alcanzaba su meta. Entonces Draco recordó repentinamente que era un mago y sacó la varita, dirigiéndola hacia la mesa presidencial. Llegado a este punto, el único conjuro que parecía recordar era el Incendio. Lanzó una llamarada tras otra, de forma absolutamente inefectiva ya que Dumbledore las extinguía eficientemente.

Fue en ese momento que Charlie se levantó, sacó su propia varita y lanzó a Draco un potente hechizo para dejarle inconsciente. El maleficio le dio de lleno y se desmoronó, inerte, sobre la mesa. Por unos segundos reinó el silencio más absoluto.

–Lo siento –dijo Charlie, como si fuese el causante del jaleo. Se dirigió hacia la mesa, hacia el joven inconsciente. Todo el mundo le miró sin decir palabra mientras se cargaba al chico al hombro– Me lo llevaré a la enfermería, que comprueben si está bien –-dijo con una amplia sonrisa dirigida a los profesores– ¡Los dragones son tan impredecibles fuera de su hábitat natural...!

Los estudiantes empezaron a asomar las cabezas por debajo de las largas mesas, apareciendo entre el desastre. Cuando Charlie pasó junto a la mesa de Gryffindor, Ron se levantó, dubitativo.

– ¿Charlie? ¿Qué ha pasado? –parecía tan desconcertado como el que más, pero Charlie sólo le sonrió y dijo:

–Oh, digamos que he terminado con la enemistad entre las familias Malfoy y Weasley –fue entonces cuando Hermione se fijó en el medallón de oro de dragón dorado que Charlie llevaba al cuello, un colgante partido en dos. El joven desapareció más allá de las puertas del comedor.

Todos los estudiantes se volvieron como uno sólo para ver cómo reaccionaban los profesores. Dumbledore seguía intentando no reírse.

–Profesor Flitwick –musitó– ¿podrían usted y los prefectos encargarse de adecentar el comedor mientras voy a comprobar el estado del señor Malfoy con los profesores Snape y McGonagall?

–Sí, por supuesto –accedió Flitwick– ¡Cielo santo! ¡No había visto nada igual desde que Sirius Black encantó el techo para que lloviesen sapos!

Mientras McGonagall y Snape seguían a Dumbledore, el profesor comenzó a ordenar con gráciles movimientos de varita. Hermione hizo unos cuantos encantamientos de limpieza en su mesa. Mucha de la comida se había estampado en ella.

–Por lo que veo, el oro rojo de dragón tiene algún significado especial, ¿no? –preguntó Harry a Hermione mientras él y Ron colocaban correctamente el banco, que se había caído cuando todos se habían parapetado bajo la mesa. Ella asintió.

–Sólo los dragones llevan oro rojo –explicó.

–Obviamente no, si Malfoy lo estaba luciendo –respondió Harry.

–No lo entiendes –incluso a ella le costaba creerlo– Los domadores de dragones guardan piezas de oro de dragón para amaestrarlos –Neville y Seamus se acercaron para escuchar atentamente– Cuando logran amansarlo, le dan un pedazo de oro, que se vuelve rojo cuando el dragón está bajo su poder. Es parte de un ritual. Hay un intercambio de sangre y el dragón pasa a ser propiedad del cuidador. Es un vínculo mágico.

– ¿Me estás diciendo que Malfoy le robó el colgante a Charlie? –preguntó Ron, sin entender– ¿Y está enfadado porque... tiene alguna maldición, o algo así?

–No, Ron –Hermione negó con la cabeza– No puedes robar oro rojo. Ese collar no se quita a menos que el domador lo saque. La única forma en que Draco pueda tener en su posesión oro rojo de dragón es que él SEA el dragón.

– ¿Draco Malfoy es un dragón? –preguntó Harry, muy confuso.

–Exacto –asintió Hermione. Ron y Harry se miraron, y luego miraron a los otros chicos que escuchaban.

–Draco Malfoy es un mago de pura sangre, Hermione –dijo Ron lentamente, como si estuviese dando una explicación muy compleja a un niño pequeño. Ella le echó una mirada cargada de irritación.

–No lo entiendes. Mira, antes de los magos los dragones antiguos usaban el oro para controlar a dragones más jóvenes. Un dragón viejo y poderoso ligaba así a todo un clan de jóvenes dragones a él. Cuando los magos descubrieron esto, vieron que podían utilizar el oro de dragón de la misma forma, para controlar hasta cierto punto a dragones, mediante un ritual similar; también descubrieron que podían usar ese rito para ligar a dos personas, pero no se suele hacer, porque aquel que recibe el oro rojo pasa a ser considerado un dragón –hizo una pausa, a ver si la seguían– Legalmente, es un dragón –aclaró– Ya no es un mago ante la ley, sino un dragón. Un animal.

– ¿Se va a convertir en un dragón? –preguntó Ron, dubitativo.

– ¡No! –Hermione dio una patada al suelo, frustrada– No se va a convertir en dragón, sigue siendo humano. Lo único que ocurre es que legalmente ya no pertenece al género humano. Por la razón que sea, acaba de renunciar a sus derechos como mago.

Harry, lo mismo que los demás, pareció atónito. No así Ron, que empezó a reírse de forma incontrolable. Pronto reía a carcajadas.

– ¿¡Me estás diciendo que mi hermano a engañado a un Malfoy para que se convirtiese en un animal!?

–Eso parece –Hermione se encogió de hombros– aunque no sé exactamente cómo funciona la cosa. Por lo que sé, el ritual requiere de consentimiento total para funcionar debidamente –el resto de Gryffindors que estaban escuchando empezaron a reírse también, uniéndose a Ron en su hilaridad ante el apuro del Slytherin. Hermione sacudió la cabeza y echó una ojeada a Harry, que parecía más confuso que divertido.

–Bueno, no sé qué más problemas traerá, pero desde luego esto resuelve el problema de Sirius –le dijo ella por lo bajo.

– ¿Cómo? –Harry la miró, atento de golpe.

–Bien... no he visto el Conscriptus de los Black –dijo Hermione– pero estoy casi segura de que no permitiría que un Black se casara con un no humano...

Harry sonrió. Segundos después empezó a reír por lo bajo, luego a carcajadas. Hermione suspiró y se sentó a esperar a que tanto Ron como Harry recuperaran la seriedad.        

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Un capitulo mas simplemente porque quise :3

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