Rompiendo mi monotonía.

By YourLittleBiscuit

2.4M 218K 798K

Samuel Müller y su nuevo compañero de clase, Rainer Wolf, competirán por una beca para estudiar en Estados Un... More

Dedicatoria.
I. Mi indudable atractivo.
II. Mi idiotez con churros.
III. Mi hombría, la runner.
IV. Mi cerebro con leche.
V. Mis proyectiles de comida.
VI. Mi sensualidad destronada.
VII. Mis conocimientos sobre tópicos.
VIII. Mis maravillosas (diva)gaciones.
IX. Mis aventuras en el váter.
X. Mi debilidad tras una capa de orgullo.
XI. Mi experiencia con los tiburones voladores.
XII. Mi asombroso arte contemporáneo.
XIII. Mi birrichiri in il Gymnisiim.
XIV. Mi forma de ser, decepcionante.
XV. Mi psicóloga, la mujer piruleta.
XVI. My sign language is very bad.
XVII. Mis sentimientos por ti.
XVIII. Mi solución a todo son las patatas.
XIX. Mis carreras contra un chihuahua cabreado.
XX. Mi compañero es imbécil y los matemáticos merecen un holocausto.
XXI. Mi manera de buscar tu sonrisa y mis saltos rompe platos.
XXII. Mi noche a lo Steve Harrington con Steve Harrington.
XXIII. Mi cerebro está de fiesta en el hemisferio sur.
XXIV. Mis compañeros de clase esnifan tiza.
XXV. Mis conversaciones entre hombres son un poco extrañas.
XXVI. Mi orientación sexual, expuesta en el museo Gestalt.
XXVII. Mi sensación de que el mundo es muy pequeño.
XXIX. Mi concepto del Efecto Mariposa.
XXX. Mis tropiezos con Míster Sexy Wolf y los siete cabritillos.
XXXI. Mis palabras, tus silencios, nuestros miedos.
XXXII. Mi forma de cuidar de ti, la tuya de cuidar de mí (I)
XXXIII. Mi forma de cuidar de ti, la tuya de cuidar de mí (II)
XXXIV. Mis células, en estado de idiotafase.
XXXV. Mi frustración, eau de toilette nº 25 en La menor.
XXXVI. Mis noches de viernes son demasiado absurdas.
XXXVII. Mi necesidad de entenderte y mis encuentros con arañas asesinas.
XXXVIII. Mi música en tus silencios.
XXXIX. Mi mala suerte y tus buenas intenciones (I).
XL. Mi mala suerte y tus buenas intenciones (II).
XLI. Mi mala suerte y tus buenas intenciones (III).
XLII. Mi seguridad, ahuyentando tus miedos, prometiéndonos felicidad.
XLIII. Mis primeros pasos conociéndote mejor.
XLIV. Mis encuentros nocturnos con topos terroríficos.
XLV. Mi balanza mental, desequilibrada.
XLVI. Mis explosiones, causantes de terceras guerras mundiales.
XLVII. Mi lista de objetivos por cumplir.
XLVIII. Mis charlas sobre las estrellas, los gatos exhibicionistas y el perdón.
XLIX. Mis llamadas a la línea caliente.
L. Mis silencios incómodos.
LI. Mis persecuciones a la psicóloga fugitiva.
LII. Mi orientación sexual, trending topic.
LIII. Mi visión de la realidad y la importancia de saber cuándo decir adiós.
LIV. Mis deseos a la estrella que bajaste al fin del cielo.
LV. Mi extraña familia y los ataques de las albóndigas voladoras.
LVI. Mi mundo te daré si tú me das, a cambio, tu mundo y una sonrisa.
LVII. Mis peleas con las gallinas y la lista de objetivos que cumplimos juntos.
LVIII. Mi angustia en tus dudas, mi sosiego en tus ojos.
LIX. Mis aventuras en el bosque de los magreos y el seto que destruimos juntos.
LX. Mi torpe forma de decirte adiós.
LXI. Mi etapa de transición y mi amor por la chica que se infravaloraba (I).
LXII. Mi etapa de transición y mi amor por la chica que se infravaloraba (II).
LXIII. Nuestra historia, rompiendo mi monotonía.
Extra I.
Extra II.

XXVIII. Mis lanzamientos de xilófono, nuevo deporte olímpico.

28K 3K 3.6K
By YourLittleBiscuit

Es viernes y llueve. Odio el mal tiempo, es deprimente. La profesora de biología ha faltado a última hora, así que mis compañeros y yo disfrutamos de un rato de descanso antes de irnos al fin a nuestras respectivas casas. Bueno, yo no disfruto de esa hora como tal, porque le he pedido a la psicóloga que me atienda. No me apetece pasar tiempo con el resto de alumnos, de hecho, en toda la semana no le he dirigido la palabra a casi nadie.

Le llamaban el borde.

Literalmente. 

Debo decir que me resulta curioso como, cuando una persona se siente mal, la gente va dejándola poco a poco de lado. Empecé el lunes aguantando el constante acoso de Klaus, Adam y Dustin, que intentaban averiguar el motivo de mi bajo estado de ánimo; sin embargo, terminé el viernes recibiendo un escueto saludo por parte del primero y de nadie más. A ver, no les echo en cara que me ignoren, uno no puede ser un antipático con la gente y esperar que esa misma gente lo reciba siempre con una sonrisa. Es obvio que en torno a una actitud positiva girarán más actitudes positivas y en torno a una negativa girarán actitudes negativas. Como decía cierto actor con bigotillo de cuyo nombre no quiero acordarme: ríe y el mundo reirá contigo; llora y el mundo, dándote la espalda, te dejará llorar.

Qué poético, por favor, voy a lanzarte un Nobel.

Gracias.

En toda la cara. 

Llego al despacho de Gestalt y entro sin llamar a la puerta. Tomo asiento sin dirigirle la palabra; ni siquiera la miro. Observo mis manos, que se encuentran posadas sobre mis rodillas. Mi mochila descansa apoyada en la pata de la silla y se desliza poco a poco hasta colocarse de forma horizontal en el suelo. Podría decirse que estoy molesto, ¿con ella? Sí, con ella, con todos. Llevo así desde el sábado. He adoptado una actitud de lo más reprochable, lo sé. Pero necesito odiar al mundo por lo menos durante un rato, hasta que mis sentimientos se vayan relajando poco a poco y todo regrese a su cauce normal. 

—Hola, Samuel. Hoy te noto enérgico, eh —me dice ella, remarcando de forma suave mi mala actitud. Oh, por favor, por momentos parece que estoy disfrutando de comportarme así—. ¿Qué tal te ha ido desde la última vez que hablamos? Pensé que hoy tampoco vendrías, pero como no me dejaste ningún aviso...

—Pues no muy bien. El fin de semana fue una mierda, la verdad —le confieso con un tono bastante molesto, captando su atención. 

Gestalt parece interesada en lo que me ha sucedido, porque agarra su libreta y su característico bolígrafo Bic dorado, sustituyendo la cara de aburrimiento propia de un día de viernes por la que pondría Klaus si estuviese en frente de una fila de codos y zumos de naranja. 

—Cuéntame lo que te ha pasado.   

Su tono calmado es demasiado diferente al mío. Nada, no se altera ni un ápice por mi provocación. ¿Por qué no lo hace? Si yo mismo estoy buscando eso, que lo haga, que se altere, que responda a mi enfado porque una parte muy pequeña de él es culpa suya. O, al menos, yo busco que así lo sea. 

—Bueno, primero que todo: el sábado fui al hospital donde trabaja mi tía Erika que, cosas del destino, es el mismo donde está ingresada la hermana de Rainer, así que fuimos juntos hasta allí. En la estación de metro conocí a su mejor amiga. —Ahí ella cambia el gesto de su mirada por uno serio; sabe lo que le voy a decir ahora mismo—. Que, otra coincidencia de la vida, es tu hermana. 

—¿Y por eso estás molesto? —inquiere con cierta incredulidad.

—No, eso sería darle demasiada importancia a un malentendido. —¿Malentendido? No sé si puedo llamarlo así—. Pero claro, digamos que no me ha hecho mucha gracia hablarte de Rainer como si tú no lo conocieses de nada cuando, en realidad, seguro que incluso lo has visto crecer. Así que bien, ¡me ha molestado ese detalle! Me pudiste haber dicho que conoces al chico que me gusta, ¡me habría ayudado en mucho!

He alzado demasiado la voz, haciendo que Gestalt sea la primera en pagar por el enfado que he acumulado durante casi una semana. Ella resopla, primer signo de que mi actitud le está incordiando. Pensé que eso era lo que buscaba; sin embargo, al percatarme de lo que estoy produciendo en su ánimo, me arrepiento: no me gusta enfadarla, de ninguna manera. 

—Samuel, todo lo que me acabas de decir no justifica que me hables así, ¿de acuerdo? Tenlo presente porque no te lo quiero repetir más veces —me advierte, en un tono autoritario que me achanta por un momento. Se me había olvidado el detalle de que cuando Gestalt se molesta, llega a perder toda la diplomacia que la caracteriza. Lo aprendí el día que la conocí—. Y te equivocas. ¿De qué habría servido que te dijese que conozco a Rainer? De nada. ¿No lo ves? Si te hubieses enterado, tendríamos un gran problema de comunicación. No me habrías hablado de él y no habrías sido claro con tus sentimientos porque temerías que él los supiese, que yo se los contase. Porque, aunque sabes perfectamente que yo no puedo hablar por ahí de lo que me confían los pacientes, no te sentirías completamente seguro conmigo. ¿Quién lo estaría sabiendo la cercanía de su psicólogo con el motivo de sus quebraderos de cabeza? Yo hice el ejercicio de entender todo lo que te acabo de contar a la primera, tú haz lo mismo y entiende por qué te omití ese detalle. 

Agacho la mirada y asiento con la cabeza, percatándome de hasta qué punto me he comportado como un niño.

—Pero... ¿Por qué no me lo dijiste al principio? Cuando él no era nada para mí.

—Pues por eso mismo, porque él no era nada para ti y yo tampoco tengo que contarte mi vida —finaliza, arrimándose a la mesa. Deja el bolígrafo sobre la libreta que descansa en la madera, cerrada. Se lleva los dedos a la boca e inspira buscando relajarse—. Deberías entender esto. 

—Ya lo hago —le confieso, porque tiene razón; solo me ha dicho verdades que preferí ignorar por culpa de mi inmadurez. Ahora estoy molesto, ante todo, por mi actitud—. Tienes razón, no me habría ayudado en nada saberlo. 

—Y deja de pagar tus enfados conmigo. Tranquilízate.

—De acuerdo.

—Bien. —Suspira, vuelve a tomar su libreta de anotaciones y su bolígrafo. Se echa hacia atrás en su asiento, se cruza de piernas y mira al papel—. ¿Te pareció simpática?

—¿Eh?

—Sonnie, que si te pareció simpática. 

—Oh, bastante. 

¿Cómo no iba a parecérmelo? Las personalidades peculiares siempre me han agradado. Klaus es un claro ejemplo de eso. De hecho, la hermana de Gestalt me recordó a él. 

—Me alegro —dice, con una sonrisa en el rostro—. Porque la verdad es que es una chica que, o cae muy bien, o cae muy mal. Siempre me cuenta eso, que no hay punto medio con ella. —Bueno, con Klaus pasa exactamente lo mismo, así que la entiendo—. Y a veces me preocupa que no encaje. Pero si a alguien como tú le parece simpática, no tengo mucho de lo que preocuparme. 

La miro a los ojos y dejo escapar una leve sonrisa. Después, vuelvo a agachar la mirada, avergonzado por cómo la traté hace unos minutos. Entonces, pienso en algo: ¿por qué me está contando esto? Con lo poco que le gusta hablar de su vida. Parece que busca resarcirme de una forma un tanto extraña por no haberme dicho que conocía a Rainer. En fin, da igual.

—Entonces... ¿Puedo hacerte unas preguntas sobre Rainer? —me envalentono, debido a la creciente curiosidad que siento por mi compañero—. Es que no sé casi nada sobre él. Bueno, sé lo que le sucedió a su hermana o el tema de su madre. Pero esos son datos bastante obvios para la gente que lo conocía antes de que empezase a estudiar en el Sinclair. Así que, en realidad, mi relación con él no tiene nada de especial si la comparo con la del resto de personas que forman o formaron parte de su vida.

Espera, ¿por qué busco ser especial? Me froto la frente y suspiro. De verdad que soy idiota. Menuda semana llevo.

—Lo siento, no puedo contarte nada que sea privado.

—Lo sé, pero...

—¿Pero?

—Cuando estuve este sábado con Rainer, me sentí bastante perdido, como en una montaña rusa. Me asustó que tu hermana fuese su pareja y me alivió estar equivocado. También me sentí feliz estando a su lado pero, cuando llegamos al hospital, su ánimo bajó hasta el subsuelo y logró contagiarme su tristeza. Después se despidió de mí, y no pude evitar sentirme vacío. Tengo miedo, ¿sabes? Porque estoy permitiendo que mis sentimientos por él crezcan y, como esto siga así, me voy a enamorar de él. —Suelto una risa floja producto de la vergüenza y del miedo me produce el solo hecho de plantear esta idea—. Si me enamoro y no soy correspondido, creo que me sentiré muy miserable. No quiero volver a pasar por otro desengaño, ¿sabes? No sé si me explico.

—Claro que lo haces. Quieres saber si tienes alguna oportunidad con Rainer. Vamos, que tienes la duda de si es bisexual. ¿Me equivoco?

Echo la silla algo hacia atrás, apoyo los codos en las rodillas y uno mis manos tras la nuca, forzándome a ver el suelo. Dios, qué vergüenza me provoca decir todo esto. Me siento tan liviano, tan frágil, tan expuesto. De nuevo. 

—Es eso.

—Bueno... —Ella duda, se permite un tiempo para meditar su futura respuesta. Yo se lo doy; sin embargo, la impaciencia me puede. ¿Por qué me comporto así? ¿Por qué busco una respuesta siendo que ambas opciones me harán daño? Si tengo una oportunidad, malo, si no la tengo, malo también. Está claro que una parte de mí sabe lo que quiero y lucha contra el miedo que siento—. Samuel, no sé qué decirte sobre eso.  

Bien, recapitulemos: me ha dicho que no tiene ni la más remota idea de si Rainer es bisexual o no, ¿no? Genial, maravilloso, entre mis opciones de respuesta no estaba la incierta. ¿Por qué no lo estaba? Joder, cerebro, me estás fallando.

¿Yo? ¿Fallar? A mí háblame cuando me despiertes como es debido, cara de alcachofa. ¿Acaso me has bloqueado los receptores de adenosina? Porque ya te digo yo que no. ¿Dónde está la dopamina esa calentándome los huevos? Digo las neuronas. Perdón, perdón, tengo mal despertar. ¡Quieres dejar de dormirte a las tantas de la madrugada! 

—Supongo que me vale tu respuesta.

—Es decir, si lo supiese tampoco te la diría —me aclara—. Lo siento, eso es algo que te tiene que aclarar él mismo, ¿no crees?

—Ya. Pero bueno, supongo que la respuesta es que solo le gustan las chicas. Vamos, lo primero que hizo cuando llegó al Sinclair fue liarse con Dagna.

—Y lo primero que hizo con seis años en su nuevo centro fue fijarse en mi hermana. —Se ríe con cierta nostalgia, y después me mira con los ojos entrecerrados, buscando saber por mis gestos si ya conocía el detalle de que Sonnie y Rainer habían sido pareja de algo más que columpios cuando tenían seis años. Oh, sí, esa intensa historia de amor que Gestalt Capuleto y Farah Montesco rompieron. 

—Ah, genial —suelto, contrariado por esa confesión—. Bueno, ahora que lo recuerdo, el día que fue a ver una película en mi casa me dijo que solo le gustaban las chicas, pero no sé si fue sincero conmigo.

Ella chasca la lengua y niega con la cabeza.

—Mira, Samuel, para los cotilleos ya están las horas no lectivas. Ahora mismo tenemos que hablar de ti, no de él. ¿Entiendes?

—Entiendo. 

—Sois amigos, ¿no? —inquiere, y yo tengo ahí la misma duda que me nació con Ruwa. ¿Lo somos? Sí, yo quiero decir que sí, aunque nuestra amistad sea poco común. Así que afirmo con la cabeza como respuesta a su pregunta—. Pues si sois amigos pregúntale a él. Lo siento, pero me parece de mala educación hablar de la vida de alguien que no está presente. Exprésale tus dudas de la forma adecuada y seguro que él te dará las respuestas al momento. No pierdes nada por intentarlo.

Claro, porque preguntarle a alguien, sin más, sobre su orientación sexual es lo más normal del mundo.

—Entiendo. Lo siento por ser tan invasivo. 

—No pasa nada. Tu curiosidad es comprensible. 

—No, no lo es. Debería alejarme. No puedo permitir que esto siga creciendo. 

—Uhm... —Ella se cruza de brazos y medita una respuesta. Sí, ya sé cuáles van a ser sus siguientes palabras: que permita que mis sentimientos sigan creciendo, que disfrute de ellos y, si no soy correspondido, que lo supere. ¿No?—. Pues te doy la razón en eso, aunque no del todo. —¿Qué? Me siento perplejo y ella lo nota al momento, ¿acaso lo que he dicho tiene lógica?—. Si ves que lo que sientes no te aporta nada bueno, aléjalo. Tu amistad con Rainer es segura, pero algo más no. Creo que lo mejor es que averigües si tienes alguna oportunidad con él y si estás preparado para una relación, ¿no crees? Si ves que no, hazte un favor y deja de sufrir en vano. Si te enamoras de forma unilateral lo pasarás mal, lo sabes. ¿No lo has pasado ya bastante mal con Annie? 

—Sí, la verdad es que sí.

—Samuel, tienes bastantes problemas por resolver, no te metas en más. Piensa primero en ti mismo y en tu bien. —Asiento con la cabeza, tiene toda la razón—. Pero estoy segura de que esto no es lo único por lo que estás molesto. Ni tampoco creo que lo que te acabo de decir sea la principal razón por la que quieres alejarte de Rainer. ¿Qué pasó durante el fin de semana?

Suspiro. Me sorprende la capacidad que tiene Gestalt para leerme, como si yo fuese un libro abierto para ella. En fin, quiero hablarle de lo que pasó el sábado, aunque de tan solo pensar en tocar ese tema, me agobio.

—El sábado Erika cenó en mi casa. Mi madre descubrió que se va a casar con su novia, vamos, que es lesbiana. Entró en cólera porque vivió en la inopia los cuarenta y tres años que tiene mi tía. Le echó en cara su silencio, su orientación, todo. Le dijo que como se case no volverá a vernos, tampoco a mi hermano. No sé, mi madre puede cumplir con sus amenazas cuando se lo propone, sobre todo si se molesta. Y Erika está muy asustada, no quiere perder a mi hermano y tampoco quiere distanciarse de nosotros. Pero bueno, en algún momento esa falsa simpatía con la que se trataban iba a desaparecer.

—Entiendo. Y claro, eso te hizo sentir mal porque tu madre... Bueno, tus padres no son muy abiertos con el tema de la homosexualidad. 

—No. De hecho, mi madre le gritó a Erika que está enferma. 

—No sé si te percatas de que eso fue lo mismo que me gritaste a mí.

—Lo sé, siento que me lo he buscado. El karma a veces existe, ¿no? —le pregunto, con una fingida sonrisa que esconde todo el pesar que siento, un gesto que sé que no la engaña, pero que pongo más por mí mismo que por las personas que me ven.

—Recuerdas lo que te dije el otro día, ¿verdad? Tú no tienes un problema, tú no estás mal ni estás enfermo. La sociedad ha dejado de tener esa idea sobre tu orientación sexual desde hace un tiempo. Bueno, hay gente que aún piensa como ellos, bastante, pero no es la idea que prevalece. Tienes que aceptarte a ti mismo. Saliste de este despacho prometiéndome que lo hacías, que lo hacías por ti y por mí. Tienes un problema, dependes demasiado de la opinión de la gente, temes fallar a tus padres, por eso cumples con lo que ellos esperan de ti, sin darte cuenta de que haces algo muy malo, que es fallarte a ti mismo. Piensa una cosa: ¿con qué cara se puede mirar al espejo una persona que ni siquiera atiende a los preceptos de su corazón? Quien vive a gusto de los demás, moldeado por otras manos, al final no se pertenece a sí mismo, sino a las opiniones ajenas. Y eso es lo verdaderamente triste. 

  —Ya lo sé, pero no quiero fallarles.

—¿Y por eso vas a permitir que decidan por ti en todos los aspectos de tu vida? Tus padres...

—Sé que mis padres son complicados —le interrumpo, a sabiendas de que, aunque no sea su intención, va a decir algo negativo sobre ellos—. También sé que son personas que se educaron con ideales distintos a los que me quieres transmitir. Ellos fueron moldeados a gusto de mis abuelos. No se convirtieron en lo que desearon ser, estoy seguro. A veces pienso que no desearon ser nada, que les enseñaron que debían estudiar Medicina y crecieron con esa idea en mente, sin pensar que existían otros sueños. Se conocieron, se complementaron y formaron una familia, pero todo se torció cuando nació mi hermano. Entonces las frustraciones hablaron por encima de la lógica. Supongo que por eso nunca les preguntan a sus hijos como se sienten, porque ya tiene suficiente con sus propios problemas. 

Guardo silencio y trago saliva porque tengo seca la garganta. Gestalt termina de hacer unas anotaciones en su libreta y me mira, esbozando una sutil sonrisa.

—Eres una persona bastante curiosa. Estoy acostumbrada a que los adolescentes le guarden tanto rencor a sus padres que ni siquiera busquen entenderlos. Pero acabo de comprobar que ya hiciste un ejercicio de comprensión con ellos en algún punto del pasado. Reconozco que me resulta muy llamativo. Háblame de tu madre, ¿cómo crees que fue su infancia? 

—Bueno. Mi madre sufrió una infancia bastante difícil porque sus padres le imponían cómo debía comportarse y pensar. Y al final su única compañía fue una hermana que solo les causaba problemas. A veces pienso que mi madre no sabe como afrontar las cosas, por eso nos impone la misma educación que le enseñaron a ella, porque es la única que conoce. Ella solo es el producto de una vida familiar que la dañó. —Ahí me percato de algo que Gestalt seguro ya sabe—. Y esto es un círculo vicioso: si dejo que me moldeen a su gusto, seré igual que mis padres y le haré el mismo daño a mis hijos, porque creceré dependiendo de la aprobación de los demás, con la misma mente cerrada, frustrado porque haré lo que me impusieron sin cumplir mis propios sueños. Y eso no puede ser. 

—Exacto, lo vas entendiendo. Crecer también es darse cuenta de que tus padres no son héroes. Y muchas veces ni siquiera son un ejemplo a seguir, incluso hay quienes no sirven ni como guías. 

—Sí, lo sé. —Esquivo la mirada, me froto las manos y reviso la hora en el reloj. Vaya, ya llevo más de veinte minutos hablando con Gestalt—. Oye, lo siento mucho. 

—¿Por qué?

—Porque cuando mi madre dijo que la tía Erika era una enferma, me derrumbé y odié todo. La odié a ella, me odié a mí y te odié a ti por decirme que lo que sentía estaba bien cuando solo me estaba causando problemas. Pero lo único que hago es comerme la cabeza por culpa de mi estúpido deseo de complacer a los demás. Debo pensar más en mí. Yo no tengo nada de malo. Lo que siento no es malo —remato con esa última frase que Gestalt repite como si fuese un mantra, porque ahora, más que nunca, siento que lleva razón—. Lo que siento es importante porque me afecta, jamás una tontería. 

Me llevo las manos a la cara y suspiro. Ya está. Ya terminé de hablar.

—Y lo mejor de todo esto es que has llegado a esa conclusión tú solo. ¿A que es genial? 

—Bah —respondo, algo avergonzado por su tono de voz risueño. Me siento como un niño pequeño que está aprendiendo a dar sus primeros pasos. 

—Y dices que vas a empezar a pensar más en ti mismo, pero en menos de un año entrarás en la universidad y estudiarás Medicina. A ver si adivino: esa no es la profesión a la que te quieres dedicar, ¿me equivoco? 

Me mantengo en silencio. No, no se equivoca. Le preguntaría cómo es que sabe que no siento pasión ninguna por la medicina, pero la respuesta es sencilla: si fuese algo que amase, se lo habría comentado a Gestalt sin dudarlo. Pero siempre evito hablar con ella de mi futuro profesional, y entre mis gustos jamás he mencionado esa carrera. Aunque sí he deslizado algún que otro comentario sobre lo ansiosos que están mis padres de que estudie lo mismo que estudiaron ellos. De que me convierta en el médico que mi hermano no pudo ser. Es verdad, si él no hubiese nacido enfermo, yo no existiría. Nací como un mero reemplazo y ni siquiera sirvo para eso. 

De nuevo, los pensamientos pesimistas me dominan. 

—No, no te equivocas.

—Pero piensas entrar en Medicina.

—No tengo otra opción, ¿verdad? —contesto con pesar—. He nacido y he crecido con el único fin de ser médico. Ese es mi único futuro: ser como mis padres. Ellos me colocarán en su hospital, me convertiré en cirujano, ganaré un montón de dinero, me casaré con una mujer bonita hija de alguien rico y formaré una familia porque claro, evidentemente, debo tener hijos. Y así me pasaré toda la vida: siendo un clon de mis padres. Viviré y moriré complaciendo. Va a ser genial.

—Tienes más opciones, pero si dejas pasar el tiempo será tarde para cambiar y te arrepentirás. Así que dime, ¿a qué te gustaría dedicar tu vida?

—Ahora ya no lo sé.

—Supongo que cuando eras pequeño deseaste ser algo. —Afirmo con la cabeza—. ¿Qué era?

Vuelvo a agachar la mirada y, con cierto pesar, respondo:

—Quise ser pianista. 

—Oh. —Eso es lo único que dice, lo que provoca que, por un momento, me sienta molesto. Le he expuesto algo demasiado personal ¿y esa es su única reacción? Estoy a punto de protestar, de pedirle que diga algo más, y cuando levanto la vista la veo con una sonrisa nostálgica dibujada en los labios que provoca que enmudezca—. Qué bonito. 

—¿Qué? —dejo escapar, asombrado. 

De todas las respuestas que podía darme, la que menos esperaba era esa. La verdad es que pensé que me diría que ser pianista era una pérdida de tiempo. Un oficio sin futuro. Es lo que habrían dicho mis padres. 

—Nada. No pensé que responderías eso, y me parece una vocación muy bonita. La música es... Curiosa.

—¿Curiosa?

—¿No te lo parece? Crear arte que embriaga los sentidos y produce mil sensaciones es tan reconfortante, tan maravilloso. Además de que es como otra forma de ayudar al mundo.

—Creo que no te entiendo —le digo, sin mostrar el más mínimo interés en contagiarme por el entusiasmo que desprende. Pero sí, en realidad sí que la entiendo. Así me sentía cada vez que tocaba el piano de mi casa, ese mismo que ahora descansa abandonado en el trastero. 

—Yo elegí ser psicóloga con el fin de ayudar a los demás con mis palabras, pero hay más formas de ayudar; la música es una de ellas. 

—¿Y cómo lo hace? Solo son... Notas.

—Samuel, la música te ayuda desde el momento en el que te hace sentir. La música te acompaña cuando estás solo, te anima cuando estás triste, te causa dolor, alegría o incluso ganas de llorar. Recuerdo que una vez alguien me dijo que cuando llegaba a su casa con el único deseo frustrado de recibir un abrazo, ponía música en la radio y al momento sentía como si tuviese un amigo a su lado. Ese invento del ser humano hecho para su propio disfrute tiene un poder de sugestión sobre nuestro ánimo que me fascina. Dime, ¿ya no quieres ser pianista?

—No, ¿para qué? Llevo tres años sin tocar, ha pasado demasiado tiempo. Además, le tengo demasiado asco a la música. —Ella me mira frunciendo el ceño, extrañada por una afirmación tan poco común.

  —¿No escuchas ningún tipo de música? —Yo niego con la cabeza—. ¿Por qué?

—Me cansa, me aburre, no me hace sentir nada.  

—Entiendo —dice, anotando algo en su libreta. No, no lo entiende, sé que miente—. ¿Por qué dejaste el conservatorio?

—Ya te lo conté una vez: porque me expulsaron. Rompí una ventana al lanzarle el xilófono de un compañero.

—Me refiero al motivo por el que hiciste eso a sabiendas de que te expulsarían.

—Lo hice porque... —titubeo. ¿De qué servirá explicar todo esto? Ni siquiera mis padres me entendieron cuando lo hice. Pero, igualmente, hablaré una vez más sobre mis motivos—. Fácil, sí, crear música es maravilloso. También es un trabajo horrible. Yo no tenía vida, ¿sabes? Me levantaba, iba al colegio, estudiaba, iba al conservatorio y dormía. Y de nuevo se repetía el mismo ciclo, día tras día. Aquello era demasiado duro. Me pasaba las tardes tatareando las canciones que debía aprenderme, practicando cada nota, poniendo en el ordenador de mi padre música para seguir y seguir practicando. Hubo un momento en el que no lo soporté más, que no pude seguir ese ritmo de vida. Todos mis amigos hablaban sobre su infancia de una forma que envidié demasiado. Me daba tanta rabia cada vez que comentaban lo que hacían fuera de casa. Dios, lo detestaba. Cuando Klaus me decía que iba al cine, que salía al parque, que jugaba con su hermano. ¿Qué es jugar con un hermano? No tengo ni la más remota idea. Me entraba tanta rabia, notaba tanto veneno circular dentro de mí. No podía soportarlo por más tiempo, iba a explotar. Además...

—¿Además?

—Casi no podía estar con Annie y la echaba de menos. Ella se hacía mayor, pasaba más tiempo con sus otras amistades y yo no pude soportar la idea de perder a la única persona que me entendía, con la que estaba realmente cómodo, que quería. De hecho, el día que exploté y tiré ese xilófono, llevaba dos meses sin verla porque ella ya ni siquiera me buscaba para verme. Estaba tan centrada en su novio Adler y en sus amistades tóxicas. Yo la veía empeorar, ponerse cada vez más triste y no podía ayudarla. Necesitaba estar con ella y necesitaba tiempo para mí. La música me agobiaba, me hartaba. Se lo conté a mis padres y ellos no me hicieron caso, me dijeron que los gustos podían reeducarse, que solo era una fase, que...

—Samuel, respira —me interrumpe, porque ambos sabemos que me estoy ahogando por culpa del nerviosismo. Ocupo dos segundos para recuperar el aire y prosigo:

—El día que me expulsaron estaba hablando con un amigo del conservatorio, un chico llamado Hannes. Le expliqué como me sentía y Dios, por un instante fui tan iluso que pensé que al fin alguien me estaba escuchando. Pero no, no lo hizo, solo fingió entenderme y después me besó. En ese momento sentí que había llegado al límite.

—Te besó. ¿Por qué eso te sentó tan mal?

—Porque yo no se lo permití y porque, ¡demonios! Él era un chico. Además, si de verdad me hubiese escuchado no habría hecho eso. ¿Qué intentaba besándome? Si ya sabía lo que sentía por Anni. Así que sí, lo hice: saboteé mi futuro musical. —Me recuesto sobre mi silla y me cruzo de brazos, fingiendo estar orgulloso de lo que estoy a punto de decir—. Aparté a Hannes, lo insulté por besarme, agarré su puñetero xilófono y lo tiré por la ventana delante de nuestros compañeros. Pero valieron la pena tanto la expulsión, como la bronca que me echaron mis padres, como el mes que estuve encerrado en mi casa sin salir excepto para ir al colegio. Valió la pena porque al fin fui libre: pude disfrutar un poco de mi adolescencia, fui perdiendo esos tics que tenía por culpa de los nervios y el estrés y lo mejor de todo fue que volví a acercarme a Annie.

—¿Por qué fue lo mejor de todo?

—Porque descubrí todos los problemas en los que estaba metida y pude volver a darle mi amistad. Eso fue lo que más valió la pena porque, después de años enamorado, me aceptó. Y me da igual que nuestra relación se construyese sobre una mentira porque ella dejó de hacerse daño, mejoró su salud y se convirtió en la persona que es hoy: una chica luchadora que intenta ser feliz. Así que sí, estoy contento de alejar la música de mi vida. Ilumina a los demás, pero a mí me apagó. 

—Entiendo —es lo único que responde a todo ese discurso donde me he desahogado—. Tu sueño se frustró por culpa de que te lo impusieron y no te dejó vivir. ¿No hay forma de que sanes ese odio?

—No —respondo al momento, cortante—. El daño está hecho. 

—Samuel, ¿no te percatas de que de nuevo te estás limitando por culpa de los demás?

—¿Qué? 

—No te estoy diciendo que vuelvas al conservatorio ni a esos horarios matadores que te amargaban, solo te expongo la posibilidad de regresar al piano, porque es evidente que te hacía feliz tocarlo. Es una pena que por culpa de una mala experiencia te niegues a darle otra oportunidad a aquello que movía tu corazón.

—Bueno, yo...

—¿Has pensado en volver a tocar el piano solo para comprobar cómo te sientes con él ahora que ya ha pasado el tiempo?

—No. —Ella abre más los ojos y se inclina hacia delante mientras mueve la mano horizontalmente en círculos, como pidiéndome que continúe—. El piano de mi casa desafina, se le acumuló tanto polvo y suciedad que ya no suena bien. Parece que se le metió un gato en la caja de resonancia.

—Entiendo. En fin, se nos va el tiempo. Medita sobre lo último que te he dicho, ¿de acuerdo? —me pide y yo asiento con la cabeza. Ella me sonríe de vuelta—. Por cierto, mira esto. —Abre el cajón de su mesa y me muestra una llave—. Tengo una copia de la llave que abre el salón de actos del Gymnasium. Sabes lo que hay allí, ¿verdad?  —Asiento de nuevo. Por supuesto que lo sé: un piano—. Cuando quieras estar a solas con el piano y tus pensamientos, avísame. Estoy segura de que el día que enfrentes tus frustraciones y vuelvas a tocar una melodía, la vida te recompensará de alguna forma. Nos vemos el próximo día si quieres, Samuel.

Me levanto, inspiro y me disculpo por la actitud que tuve al principio de la sesión. Con ese acto, que ella ha aceptado de buen grado, he demostrado lo mucho que he ignorado su último ofrecimiento.

—Por cierto —prosigue, provocando que me detenga—. También quiero que pienses en la actitud que has tenido últimamente y en si crees que has mejorado o empeorado como persona desde que empezaste el curso.

—Está bien, lo haré.

No tengo ni la más remota idea de por qué me ha pedido que haga eso. Salgo de despacho, cruzo el hall y paso cerca del salón de actos. No, no volveré a tocar nunca más un piano; nada bueno sucederá si lo hago. Solo volveré a sentirme frustrado, triste y solo.

Aunque una parte de mí me pide que lo toque una vez más, porque quizás, en ese acto, encuentre el toque de felicidad que le falta a mi vida.

°°°

Salgo del Gymnasium al mismo tiempo que mis compañeros, pero los evito; todavía no me apetece entablar ningún tipo de conversación con ellos. Me apoyo en la puerta de entrada del patio exterior y observo como todos se van. Algunos se despiden de mí y yo los ignoro con la peor de mis simpatías. 

Pubertillo.

Veo por último salir a un grupo de alumnos, entre los que se encuentra Viveka, que me saluda echándome la lengua. Rainer y Adam pasan a mi lado charlando. Se percatan de mi presencia, pero solo el segundo se despide. Wolf ha respondido durante toda la semana a mi actitud distante haciendo como si yo no existiera, detalle que me chocó bastante, pero ahora mismo me da igual.

Comienzo a caminar hacia la calle porque no me apetece tomar el autobús. Entonces, me detiene un grito:

—¡Que se te salen!

Doy la vuelta al reconocer esa voz. Annie camina hacia donde me encuentro, se detiene a un par de metros de distancia de mí y señala mi espalda.

—Es que vi a lo lejos como se te iba abriendo la cremallera de la mochila —me aclara, algo incómoda por esta repentina charla que ella misma ha iniciado—. Y, bueno, como no la cierres, se te caerán los libros al suelo.

Esquiva mi mirada y lleva la mano derecha al brazo izquierdo. Su gesto permanece serio, detalle que me hace sentir triste. Por eso mismo, le sonrío mientras cierro la cremallera.

—Gracias —le digo. Ella asiente efusivamente con la cabeza, da media vuelta y se dispone a regresar al centro—. Espera —la interrumpo cuando está a punto de desaparecer por la puerta—. ¿No coges el bus?

—No, hoy tengo que hablar con Gestalt. Adiós, Samuel.

Me quedo aquí plantado. Primero medito en un hecho: lo extraño que me resulta que Annie no me llame por mi diminutivo, Sam. Es como si ese detalle resaltase todavía más el distanciamiento que existe entre nosotros dos. Pero después pienso en que Gestalt me hizo caso: contactó con Annie y seguro que ahora la está orientando lo mejor posible. Eso me hace muy feliz. 

Porque, pasara lo que pasase entre nosotros, nada borra que la sigo queriendo. Una parte de mi corazón pertenecerá siempre a esa chica que estuvo conmigo en todo momento, incluso en la distancia, cuando no nos hablábamos, pero sobre todo cuando me sentía solo y nadie me escuchaba excepto ella.

°°°

Os dejo por aquí un dibujo de SoyRosaMari que me hizo bastante gracia (algunos ya lo visteis, otros no), sobre los posibles finales amorosos de la historia XD

...Que no sé si debo recordar que el final amoroso no es el final de la historia. Esto va sobre la vida de Samuel (?)

En fin, ya me comentaréis qué os ha parecido el capítulo. <3

Continue Reading

You'll Also Like

69.5K 5K 45
Todos sabían de Loki, el villano, el malo, narcisista, ególatra, traidor y sarcástico, pero hay algo que nadie sabía de él, algo que el mismo descono...
14.5K 1.7K 29
Proyecto-Sunflower (2019) -LIBRO II- El año escolar está por culminar y las vacaciones están casi a la vuelta de la esquina. Caleb es acosado por t...
2.6K 308 26
"¿𝙌𝒖𝒆 𝒑𝒆𝒅𝒊𝒓𝒊𝒂𝒔 𝒂 𝒄𝒂𝒎𝒃𝒊𝒐 𝒅𝒆 𝒔𝒆𝒓 𝒎𝒊 𝒏𝒐𝒗𝒊𝒐?" Eric Dusk se considera a sí mismo una persona responsable y altruista, pero n...
54.1K 9.8K 20
El éxito y carisma de un influencer puede encandilar a los fans, lo que no saben es que no todo lo que se ve en la pantalla es tal como aparenta ser...