Perfecta ImperFecciÓn

allison_porras tarafından

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• ° Usa guantes por una razón que desconozco. Su sonrisa es hermosa, y aunque tiene un problema de lenguaje... Daha Fazla

<•> Capítulo uno <•>
<•> Capítulo dos <•>
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<•> Capítulo cuatro <•>
<•> Capítulo cinco <•>
<•> Capítulo seis <•>
<•> Capítulo siete <•>
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<•> Disculpas <•>
<•> Capítulo sesenta y cuatro<•>
<•> Capítulo sesenta y cinco <•>
<•> Capítulo sesenta y seis <•>
<•> Capítulo sesenta y siete <•>
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<•> Capítulo sesenta y nueve <•>
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<•> Capítulo setenta y uno <•>
<•> Capítulo setenta y dos <•>
<•> Capítulo setenta y tres <•>
<•> Capítulo setenta y cuatro <•>
<•> Disculpas 2.0 <•>
<•> Capítulo setenta y cinco <•>
<•> Capítulo setenta y seis <•>
<•> Capítulo setenta y siete <•>
<•> Capítulo setenta y ocho <•>
<•> Capítulo setenta y nueve <•>
<•> Disculpas 3.0 <•>
<•> Capítulo ochenta <•>
<•> Capítulo ochenta y uno <•>
<•> Disculpas ¿qué parte? Ah, sí. 4.0 <•>
<•> Capítulo ochenta y dos <•>
<•> Capítulo ochenta y tres <•>
<•> Capítulo ochenta y cuatro <•>
<•> Capítulo ochenta y cinco <•>
<•> Capítulo ochenta y seis <•>
<•> Capítulo ochenta y siete <•>
<•> Capítulo ochenta y ocho <•>
<•> Capítulo ochenta y nueve <•>
<•> Capítulo Noventa <•>
<•> Capítulo Noventa y Uno <•>

<•> Capítulo sesenta <•>

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allison_porras tarafından



 
°

°

Decirle como me sentía fue necesario. Dejarle en claro lo importante que estaba siendo para mí, lo fue aún más. Y probar sus labios luego de hacerlo, simplemente me llenaba de vida.

Casi cinco meses juntos. Muy poco a decir verdad, pero suficientes para hacerme saber lo mucho que habían cambiado mis sentimientos. Lo mucho que había cambiado la manera... De ver lo bueno que estaba pasando frente mis ojos.

Admirar sus largas pestañas tan oscuras como su cabello y mimarlo mientras dormía, se hizo costumbre. ¿Qué más podía pedir la mañana del 25 de diciembre? Mi pequeño bebé estaba a mi lado, y al lado de él, estaba mi otro bebé.

—Papi, tengo hambre y frío —ante esto, me ví obligado a abrazarlo con más fuerza para transmitirle mi calor corporal.

—¿Tú no estabas dormido? —negó con una risa traviesa—. A ver, ¿qué tienes que hacer cuando ves a papi? —se tiró a abrazarme, estrujándome fuertemente por el cuello, para darme muchos besos en todo el rostro—. Ay, mi amor hermoso, te amo. Te amo muchísimo.

—¡Y yo a ti! ¡Te amo mucho, papi!

Podía escuchar esas palabras durante todo mi vida, y nunca me cansaría.

—¿Qué te parece...? ¡Chocolate caliente!

—¡Sí, y galletas!

—Galletas entonces —me incorporé hasta estar sentado. Ordené mi cabello un poco y bostecé.

—¿Ivo? —comentó, tocándole el hombro con su dedito índice.

—Déjalo dormir, Vin. Anoche jugó mucho contigo, está cansado.

Recordé que no lo dejó tranquilo ni un minuto. Pero, agradecí en todo momento, que nunca se quejó por ello.

—Su nariz está roja —lo señaló—, ¡ja, ja, ja! Es lindo.

—¿Más lindo que yo? —pregunté. Tomé las sábanas y lo cubrí con ella, precisamente para taparle la nariz.

—¡Sí!

Tenía razón.
Pero, él era demasiado para dicha palabra.

<•>

En la cocina, mis dos confidentes y Margot hacían el desayuno. A ella, la regañé, pues era una invitada y no debía hacerlo. Seguidamente, me dediqué a supervisar el desayuno de Vin, quien se estaba ensuciando toda la pijama con las dichosas galletas.

—¿Aquel oso dormilón está hibernando? —cuestionó Margot.

—Eso parece. O mejor dicho, ese reno ayudante de Santa aún está hibernando.

—Parece Rodolfo —reí ante el nombre. Además, sabía muy bien  de lo que le estaba  hablando—. Ah, todo el invierno pasa con esa nariz de payaso. Será mejor despertarlo, si no lo haces, no hablarás con él hasta el otro día.

—¿Tanto duerme?

—Recuerdo a la perfección un día —se cruzó de brazos e hizo memoria, mientras yo tomaba asiento—. Cuando tenía por ahí de unos diecisiete... Se despertó a las cinco de la tarde y tras de eso, me preguntó si estaba el desayuno. ¡Fue el colmo de la vagancia!

Si yo hubiera hecho eso a esa edad, esa más que seguro que mi padre hubiese pegado el grito al cielo.

—Es un vampiro —contesté.

De pronto, percibí una cálida respiración en mi cuello, para después sentir como unos dientes se clavaban en mi piel, a tal punto de llegar a arderme muchísimo.

—¡Ivo, me dueleee! —lo agarré del cabello, rogando que me soltara—. ¡Ey, por favooor! —mis súplicas aumentaron cuando aplicó más fuerza en la mordida y además, me atrapó con sus brazos para evitar que me moviera—. ¡Qué me dueleee!

Me soltó. Su risa burlesca me hizo enojar un poco, pues había dejado tremenda marca, que seguramente no se quitaría en varios días.

—Estás jugando sucio —dije luego de ponerme de pie y abrazarlo—. Ven para acá —lo hablé del brazo, para volver a llevarlo arriba.

—¿Ónde?

—Obedece —llevé mi mano hasta mi cuello para evitar que el ardor continuara.

Apenas llegamos a la habitación, lo primero que hice fue asegurarme que la puerta estuviese cerrada. Acto seguido, lo acorralé contra ella e hice lo mismo que él. Clavé mis dientes en su cuello hasta hacerlo sangrar. Así pues, oírlo pedirme que lo soltara entre gemidos, fue suficiente para hacer nublar mi mente por completo.

—Da-daddy —se aferró a mi cabello, jalándolo por luchar mantenerse en pie—, solt-soltar, por fa...

Tuve que hacerlo. Cuando me llamaba así, era como si todo se desconectara de mi mente, para que sólo entrara él en ella.

—¿Sabes? Te dije que no te pediría nada a cambio, pero... Algún día lo haré —llevé mis mano a su trasero, para luego deslizarla hasta su entre pierna—. Sólo, dame señales y te haré mío en un instante.

<•>

—¿Ya sabes cómo ponerle?

El perro, parecía su llavero; lo andaba de arriba para abajo.

—¡Sí! Piñ-piña.

—¿Piña? ¿Vas a comértelo, o qué? —me reí ante su mirada seria.

—Sempre así. Pon-pongo nombes de f-frutas. El otro se lla-llamó Fambuesa.

—¿Frambruesa? —asintió acariciando al cachorrito—. ¿Y qué pecado cometió el pobre animal para que lo llamaras así?

—¡Ya!

Últimamente lo estaba molestando mucho, pero me gustaba. Me gustaba ver cómo sus mejillas se teñían de rojo, mucho más cuando le daba un beso en ellas.

Pero, estaba de más decir que el dichoso cachorro y Vincent, se apoderaron de mi pelinegro, no lo dejaban para mí, por nada del mundo. Recientemente, se habían ido al jardín para continuar jugando entre ellos, y el animalito.

«Eres tan imbécil. ¿Cómo vas a ponerte celoso de tu hijo y un perro?».

—Cállate.

—¿Eh? —no me había percatado que el novio de Dustin estaba ahí, aún lado mío.

—Ah, no, a ti no, mocoso.

—¿Peleando de nuevo con tu conciencia? —la mano de Caleb, golpeó mi espalda varias veces.

—Yo también peleaba con mi conciencia antes de aceptar a Dus —comentó el chico, guardando su celular.

—Espera... ¿Él fue quién...

—Sí —respondió sonriente—. A decir verdad se me hizo extraño, pero me di cuenta que es una de las mejores decisiones que he tomado.

Me sentí feliz que ahora, que alguien hacía sonreír a mi sobrino. Se lo merecía, luego de tener que lidiar con su padre. Pero, como Derek Kellerman no podía comentar nada bueno... Dije:

—¿Qué sabes tú de decisiones? Tienes quince años, ¿al menos sabes bañarte bien?

—Y usted treinta, deje de ponerse celoso por un perro. Inmaduro —se dio media vuelta y se fue.

Creí que las moscas entrarían a mi boca. Estaba impresionado, por dos razones. Una, estaba hablando con mi conciencia, así que no se pudo dar cuenta que de verdad estaba celoso, y dos, ¡¿quién demonios se creía para hablarme así?!

—Auch —exclamó mi amigo—. Hasta a mí me dolió.

—¿Te das cuenta que estos mocosos ya no respetan nada?

—Dímelo a mí. Parezco el hermano menor de Yui, con tanto bullying que me hace.

Me solté a reír con ganas. Hablé con mi amigo precisamente de Yui, hasta que se apareció y nos dio un golpe a ambos en la cabeza.

—¡Dejen de hablar de mí!

—¡Papi ven, ven a ver!

Gritó mi pequeño desde el jardín. Jardín cuya decoración, era la nieve. A pasos rápidos, salimos y ahí, debajo de un arbusto, estaba Ivo con la cabeza metida entre él.

—¿Qué demonios hace? —preguntó Caleb, quien venía detrás mío.

—Ivo...

—¿Eh? Vo-voy... —avisó, moviendo el trasero de un lado a otro. Tuve que abstenerme de comentar algo vulgar, o mejor dicho, de regañarlo, porque todos estaban viendo cómo meneaba las nalgas.

—¿Qué haces?

—¡Yaaa!

Me acerqué mientras él se incorporaba, y con el cabello lleno de nieve, alzó los brazos para enseñarme un hurón, o mejor dicho, para ponérmelo en la nariz.

—¡Dios, suéltalo, pobre! —traté de quitárselo, pero de inmediato, lo protegió, envolviéndolo entre sus brazos.

—¡No! —dijo, con su típica mirada rogona—. Está nindo...

—¡Está lindo, papi! —habló mi pequeño.

—¡Está sucio!

—¡Lindo!  —exclamó Vincent, tocando al animal.

—Va a rasguñarlos.

—Vi i risgiñirlis —se burló el pelinegro, poniendo los ojos en blanco.

Chasqueé la lengua y lo empujé hacía mí, tomándolo de la nuca.

—Está ganándose un castigo, Lane.

—Mire, to-toquélo —lo acercó de nuevo a mi cara, pero está vez, tomó mi mano y la dirigió a la cabeza del animal.

—No me cambies el tema.

Tal vez por la inercia, mi mano comenzó a deslizarse por el alargado cuerpo del peludo animal. Hasta que... Sus dientes pellizcaron mi dedo.

—¡Hijo de... ¡Quita a ese bicho de mi vista, Ivo!

Me llevé dedo hasta la boca, con el fin de lamer la sangre que comenzaba a brotar de dos huequitos hechos por sus dientes. Pero, me arrepentí de inmediato. ¿Y si tenían rabia? Estuve punto de mandarlo a volar de una patada, pero otra vez, él logró protegerlo a tiempo de mi venganza.

—No —hizo un gesto de lo más femenino con su mano izquierda—. Es nueva masocota.

—Mascota —corregí.

—Eso —respondió sin prestarme atención alguna.

Por fin, me resigné. Le gustaban los animales. Aquello implicaba cualquier bicho salvaje y feo.

—¿Cuál será su nombre?

—¡Fresa!

—Oh, por Dios...

<•>

Los días desde Nochebuena, hasta el 31 de diciembre, fueron divertidos. Hubo mucho de que reírse, pues todos tenían alguna ocurrencia para, eso; divertir a los demás. Ivo, se la pasó comiendo el pastel de chocolate, hasta que una noche, lo encontré vomitando. Él no quería hacer caso, le dije que claramente que le dolería el estómago.

Sin embargo, todo salió bien. Poder ver los juegos artificiales desde el balcón de la casa, me dio un poco de paz. Mientras la pólvora provocaba los brillantes y llamativos colores y formas, muy en el fondo, quería que todo lo malo que viví hasta ese momento, fuera así: que con un estallido, desaparecieran para siempre.

—Feliz año nuevo, mi amorcito.

Coloqué mi cabeza en pequeño cuello para darle pequeñas mordidas que le daban cosquillas.

—¡Ja, ja, ja, igual, papi!

—Te amo, ¿vale? —me senté en suelo y lo puse a pie a él, para arreglar su ropa—. Este año, será difícil para ambos —puse mi dedo en su pecho, y con la otra mano, pellizqué su mejilla—, pero quiero que sepas, que papá luchará mucho para que seas feliz. Qué luchará mucho para ser el mejor papá del mundo.

—Pero ya eres el mejor. No llores, papi.

Ni siquiera me percaté de ello. Mi rostro estaba mojado. Estaba conciente que todo lo que dije, fue cierto. La mujer que le dio la vida, podía en cualquier momento; destruírsela y de paso, también la mía.

Mis lágrimas duraron poco, pues mi hijo, con sus pequeñas manitas, las limpió.

—Yo te amo, papi —me besó la nariz—. Mucho, ¡muchooo!

—Y yo a ti, con toda mi vida.

Aunque, estuviera llorando por miedo a perderlo, pude sonreír al ver que Sophie se lo llevaba, para distraerlo. No quería que viera a "el mejor papá del mundo", llorando a cada rato.

Me puse de pie y me di un poco de aire con las manos, para después apoyarlas en el barandal del balcón.

Me sorprendí cuando unos cortos brazos, se enrollaron en mí. Sonreí cuando apoyó su cabeza en mi espalda y frotó su frente contra ella. Tomé sus manos y en silencio, las acaricié. No había necesidad de decir algo, era suficiente con lo que sentíamos...

<•>

Así como el año se esfumó rápidamente, lo mismo estaba pasando con los meses. Estábamos en febrero. Y con esos meses, la relación entre nosotros dos, mejoró en sobremanera. Los besos y las caricias, no se alejaba en ningún momento de nosotros.

Pero con todo eso, las responsabilidades volvían, lo que significaba volver al trabajo, siendo aún más riguroso que antes.

—¿Pue-puedo? —asomó por la puerta, la parte superior de su cara, con la usual timidez.

—Puedes.

Lo había mandado a llamar hacía apenas unos minutos, pidiéndole los documentos que le encargué en la mañana.

—Ven, siéntate encima de Daddy, que quiero hablar contigo.

Tambaleó su cuerpo como si fuera un niño. Dejó los papeles en la mesa e hizo caso, sentándose en mi regazo y acomodando mi desaliñada corbata.

—¿Paso malo?

—Pasó. En pasado, precioso.

—Eso.

—¡Eso nada, repítelo!

—Pa-pasó... —sonreí satisfecho.

—No es nada malo. Pero, lo será si me dices que no.

Dejó de acomodar mi corbata y aproveché para juntar sus labios con los míos. Apenas habían pasado unas horas desde el último beso, y ya lo necesitaba como si fuera aire. Mis manos se acoplaron a su delgada pero perfecta cintura, y besé su mejilla.

—Te ordeno, que me acompañes a Estados Unidos.

°

°

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