La Piedra del Matrimonio

By alseidetao

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Para evitar las maquinaciones del Ministerio, Harry debe casarse con el reacio Severus Snape. Pero el matrimo... More

Capítulo 1: La piedra del matrimonio
Capítulo 2: Con Este Anillo
Capítulo 3: Habitantes de la mazmorra
Capítulo 4: Enfrentándose al mundo
Capítulo 5: Marcas oscuras
Capítulo 6: Vivir con Snape
Capítulo 7: Lazos que unen
Capítulo 8: Todos los hombres del Rey
Capítulo 9: La estrella del perro
Capítulo 10: Espadas y flechas
Capítulo 11: Enfrentándose a Gryffindors
Capítulo 12: Emplazando culpas
Capítulo 13: Entendiendo a los hombres lobo
Capítulo 14: Volviendo a la normalidad
Capítulo 15: Modales
Capítulo 16: Conociendo a los cuñados
Capítulo 17: Espinas
Capítulo 18: El corazón del laberinto
Capítulo 19: Vínculos
Capítulo 20: Sinistra
Capítulo 21: Serpientes
Capítulo 22: Familia
Capítulo 23: Lobos
Capítulo 24: Lecciones de Historia
Capítulo 25: Nochebuena
Capítulo 26: Regalos de Navidad
Capítulo 27: Antes de la tormenta
Capítulo 28: Vikingos
Capítulo 29: Entender el deber
Capítulo 30: Persecución
Capítulo 31: Acortando distancias
Capítulo 32: El dolor de crecer
Capítulo 33: Largas historias
Capítulo 34: A dormir
Capítulo 35: Al abismo
Capítulo 36: Cargando la piedra
Capítulo 38: Política
Capítulo 39: Honor familiar
Capítulo 40: La locura del lobo
Capítulo 41: Salvaje
Capítulo 42: Caramelos de limón
Capítulo 43: Para eso están los amigos
Capítulo 44: Cierra los ojos
Capítulo 45: Amaestrando al dragón
Capítulo 46: Viendo rojo
Capítulo 47: Cedo
Capítulo 48: El Lobo en la puerta
Capítulo 49: Bailando
Capítulo 50: La materia de los sueños
Capítulo 51: Grandes gestos románticos
Capítulo 52: San Valentín
Capítulo 53: Afecto de cortesía
Capítulo 54: Despertando a Lunático
Capítulo 55: Maniobras legales
Capítulo 56: Peones
Capítulo 57: Obviedades
Capítulo 58: El significado de las cosas
Capítulo 59: Algo maligno
Capítulo 60: La voz del Rey
Capítulo 61: La llamada
Capítulo 62: Stonehenge
Capítulo 63: El corazón sangrante
Capítulo 64: El resto del mundo
Capítulo 65: En la luna
Capítulo 66: Sinestesia
Capítulo 67: Cantos afilados
Capítulo 68: La búsqueda del poder
Capítulo 69: Al final de este camino
Capítulo 70: El precio del valor
Capítulo 71: Lo que importa
Capítulo 72: Yendo hacia delante
Capítulo 73: Así es como el mundo acaba
Capítulo 74: El sol moribundo
Capítulo 75: Valeroso mundo nuevo
Capítulo 76: Los indignos
Capítulo 77: Historia antigua
Capítulo 78: Regresando a casa
Capítulo 79: Solucionando
Capítulo 80: Decisiones y Progreso
Capítulo 81: El amanecer de un nuevo día
Capítulo 82: Echando una mano a las cosas
Capítulo 83: Sorpresas en todas partes
Capítulo 84: Extraños compañeros de cama
Capítulo 85: Borrones
Capítulo 86: Furia
Capítulo 87: Pasiones
Capítulo 88: De vuelta al negocio
Capítulo 89: Idas y Venidas
Capítulo 90: Maniobras Legales II
Capítulo 91: Rosas
Capítulo 92: Educación continua
Capítulo 93: Los recién llegados
Capítulo 94: Experiencias de aprendizaje
Capítulo 95: Encuentros cercanos
Capítulo 96: En desacuerdo
Capítulo 97: Hacer las Paces
Capítulo 98: ¿Quién sabe?
Capítulo 99: La paz se desmorona
Capítulo 100: Comienzan las hostilidades
Capítulo 101: Primeras señales del futuro
Capítulo 102: Lecciones desplegadas
Capítulo 103: El fin de los vampiros
Capítulo 104: Reconocimiento y premonición
Capítulo 105: Verdadera naturaleza
Capítulo 106: Exámenes finales
Capítulo 107: Explicaciones
Capítulo 108: La calma antes de la tormenta
Capítulo 109: Reescribiendo la historia
Capítulo 110: La fuerza del vínculo
Capítulo 111: Magia salvaje
Capítulo 112: Consecuencias del ataque
Capítulo 113: Últimos días de tranquilidad
Capítulo 114: Rudos Despertares
Capítulo 115: Primeras Impresiones
Capítulo 116: Desquitarse
Capítulo 117: Nuevos comienzos
Capítulo 118: Tiempos felices
Capítulo 119: Tiempos de fiesta
Capítulo 120: Favor de Merlín
Capítulo 121: Fin del verano, parte 1
Capítulo 122: Fin del verano, parte 2
Capítulo 123: Una falta cercana
Capítulo 124: Retrasar lo inevitable
Capítulo 125: Las formas de la primera ola
Capítulo 126: Compañeros de cama más extraños
Capítulo 127: Planificación de la Operación Castillo Mágico
Capítulo 128: Revelaciones
Capítulo 129: La primera ola se rompe
Capítulo 130: Limpiando
Capítulo 131: Padrinos
Capítulo 132: Percepciones erróneas
Capítulo 133: Zona de conflicto
Capítulo 134: Visitantes
Capítulo 135: Pez fuera del agua
Capítulo 136: La segunda ola
Capítulo 137: La batalla de Hogsmeade
Capítulo 138: Algunas explicaciones que hacer
Capítulo 139: Decir adios
Capítulo 140: Faltas de comunicación
Capítulo 141: Las formas de la tercera ola
Capítulo 142: El Campeón del Rey
Capítulo 143: La batalla de Hogwarts
Capítulo 144: La gratitud del rey
Capítulo 145: Los Comienzos del Rey
Capítulo 146: La Vida del Rey

Capítulo 37: El otro lado

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By alseidetao


Lucius Malfoy nunca había destacado por su paciencia, pero en los últimos días ésta se había puesto a prueba hasta el exceso. No obstante, sus rasgos estaban congelados en un gesto impasible, sabiendo que aunque no fuera el centro de atención en este evento, tenía sus propios observadores. Para empezar, su hijo Draco le miraba intensamente, en busca de una pista que le permitiera adivinar cómo actuar en aquella extraña situación.

Lucius se quedó al extremo de la plataforma sobre la cual el profesorado de Hogwarts solía hacer sus comidas, contemplando cómo el Ministro Fudge y otros candidatos eran manipulados de forma experta por Dumbledore y sus secuaces. El Gran Comedor estaba repleto de gente, no sólo a causa de los estudiantes que habían regresado la víspera de sus vacaciones, sino también por Aurores y prensa que representaba a todos y cada uno de los periódicos de Gran Bretaña. Si el Chico­Que­Vivió desaparecía, raptado según decían los rumores, iba a ser la noticia del siglo. Al menos, hasta que la semana siguiente ocurriera algo que hiciera que tal acontecimiento pareciera risible por comparación...

Lucius había tenido una pequeña entrevista privada con el Ministro Fudge cuando uno de los espías de éste o, como decía el funcionario, de sus "ayudantes"­ le había informado de que algo le había ocurrido a Potter. Dumbledore había estado hablando con varios miembros del Wizengamot y del Departamento de Aurores. Una docena de candidatos cuyos espías ­o mejor dicho, "ayudantes"­ también les habían informado de lo ocurrido habían seguido a Fudge, generando el caos a su paso en el Ministerio. Lucius había ido también, con la esperanza de conseguir información útil sobre la situación.

Su primera idea había sido ir directamente a contarle a Lord Voldemort que Potter podía estar perdido. Lo malo era que no estaba seguro de ello. Oh, por supuesto que algo estaba sucediendo: al parecer Lord Brand de las Tierras de Invierno había "llevado" a Potter a alguna parte, pero Lucius no tenía la menor idea de dónde era. Y aunque Dumbledore parecía férreamente convencido de que había que recuperar a Potter, estaba dificultando tremendamente la labor a todo aquel que intentara descubrir a dónde podían haber llevado al chico, incluyendo a los Aurores cuyo trabajo hubiese sido encontrarle.

No había pasado mucho rato antes de que todo aquel jaleo se trasladara a Hogwarts, para interrogar a los testigos según Fudge. En la escuela la historia se había tornado aún más intrincada. Los tres únicos testigos, dos de los Wesley y la chica sangre sucia Granger, parecían a todo efecto víctimas de un hechizo estupidificador, puesto que eran incapaz de dar una respuesta clara a nada que los preguntaran. En cuanto a los profesores... McGonagall declaraba que Potter estaba en Alemania, Flitwick aseguraba que estaba en Francia, Sprout afirmaba que estaba en Rusia, y Hagrid tuvo el descaro de decir que se lo habían llevado a Hawái. El único lugar que no había sido sugerido ni una vez eran las Tierras de Invierno, lo cual significaba, por supuesto, que era el lugar más probable en el que podía estar el chico. Pero sin pruebas exactas, incuestionables, seguras, Lucius no se atrevía a llevar a Voldemort tal información.

Se estremeció ante la idea de presentarse ante Lord Voldemort ahora mismo. Aún sufría un ligero temblor en el brazo izquierdo tras la última ocasión en que había tomado la iniciativa y tratado de lograr el favor del Señor Oscuro. Unos segundos más bajo la maldición Cruciatus y hubiese sufrido daño en el sistema nervioso de forma permanente... y posiblemente hubiera enloquecido. En realidad, todavía no sabía siquiera qué había hecho mal.

Cuando Voldemort había regresado, sentía disgusto por el cuerpo en el que se había visto atrapado: realmente, sus rasgos reptilianos resultaban repugnantes. Lucius había comenzado a buscar una poción que le hiciera recobrar su forma humana en toda su gloria pasada, y tras numerosos gastos, había triunfado al fin. Extrañamente, durante el tiempo que le había tomado a Lucius encontrar la poción restauradora, Voldemort parecía haberle cobrado aprecio a su nuevo aspecto. El Señor Oscuro seguía tornándose cada vez más reptilesco, o así se lo parecía a Lucius cada vez que le veía. Cuando le había presentado la poción, explicándole sus efectos, Voldemort había montado en cólera, destruyendo la poción y casi matando a Lucius en el proceso.

Era imposible negarlo: el Señor oscuro estaba completamente loco, y cada día aumentaba su enajenación. Todos se habían percatado de ello, incluso Bellatrix que apenas estaba cuerda a su vez. Y cuanto más ido estaba Lord Voldemort, más se apartaba de ellos. Todos sabían que estaba planeando algo, algo grande, pero nadie sabía qué era. Había adquirido otros sirvientes, no Mortífagos, sino cosas distintas, oscuras. En dos ocasiones Lucius le había visto pasear por los jardines de su fortaleza en España, acompañado de figuras cubiertas por capas y capuchas negras. No se trataba de Dementores, pero de alguna manera producían una sensación parecida, una sensación espantosa. Su mera presencia llenaba a Lucius de horror, y tras todos los años que llevaba practicando las Artes Oscuras no es que fuera precisamente un alfeñique asustadizo... No le hacía ascos a la sangre y la tortura, incluso al asesinato ocasional. Total, ¿quién iba a echar en falta a unos pocos muggles? Pero algo más estaba teniendo lugar, algo peor que unas cuantas muertes. Algo en lo que estaba seguro que no quería tomar parte.

¿Pero qué podía hacer? Aquello no era lo que había querido cuando se había unido a los Mortífagos. Voldemort era entonces un líder carismático, un rey entre los hombres. Lucius, como tantos otros, había deseado alguien a quien seguir, alguien fuerte, grande, sin miedo, que les guiara a la victoria; alguien que ordenara de nuevo las cosas en el mundo mágico, que les devolviera su justo lugar en la sociedad en vez de obligarles a inclinarse y ceder ante patéticos muggles. Incluso ahora, estaban intentando hacerles pasar por el aro: el Primer Ministro muggle había propuesto la Ley de Registro Mágico, que obligaría a todo Mago y Bruja de Gran Bretaña a registrarse en el Ministerio, como si fuesen animales que necesitaran licencias para existir. Por algún ridículo motivo, el Ministerio Mágico estaba considerando acceder a ello en vez de simplemente suavizar las cosas con los muggles. Lucius ni siquiera entendía por qué debían ser tan amables con el gobierno muggle, pero la mera idea de agachar la cabeza ante ellos hacía que le entraran deseos de asesinar a unos cuantos de ellos.

Y Lord Voldemort... se había reído al oír las noticias. ¡Se había reído! Como si le pareciese gracioso, como si encajara a la perfección con sus planes... o como si ya no tuviese importancia en el gran esquema de las cosas. Lucius no lo entendía, nadie lo hacía: aquello era lo que se suponía que estaban combatiendo. Pero Lord Voldemort, atrapado en su propio mundo, ya no parecía preocuparse por aquellas cosas.

Todo sueño, toda esperanza que Lucius hubiese tenido de restaurar la antigua gloria del Mundo Mágico se estaba derrumbando ahora a su alrededor. Se sentía atrapado, sin posibilidad de escapar. Todo cuanto podía hacer era mantener una cierta influencia en el Ministerio a través del chantaje y el soborno. Para colmo, con las elecciones tan próximas y ningún candidato firmemente a la cabeza, no estaba seguro de a quién debía apoyar...

Como tantas otras veces, deseó con todas sus fuerzas que Severus no les hubiera traicionado. Severus siempre había sido su confidente, siempre dispuesto a discutir cualquier proyecto que Lucius estuviese considerando, siempre haciendo de abogado del Diablo y viendo la contra de todo. A la luz de los acontecimientos, Lucius se percataba de que realmente no estaba ejerciendo de abogado del Diablo, sino que Severus realmente había intentado manipularle para que cambiara su punto de vista.

¿Pero por qué? Era incapaz de entenderlo, aún menos que todo lo demás. Siempre había asumido que Severus, como todos ellos, sentía atracción por el poder. Voldemort era el medio que les permitiría conseguir aquel poder... o al menos lo había sido hasta que la locura le había consumido. ¿Por qué iba Severus a abandonarles para seguir a Dumbledore, un hombre que nunca sería un líder real? Dumbledore era feliz en su escuela, manipulando el mundo desde las sombras, y no mostraba deseo alguno de lanzarse al núcleo del problema y cambiar algo realmente. Y no obstante, Severus había vuelto la espalda a todo para ir con él, casándose con aquel Gryffindor ridículo enamorado de las escobas de carreras. ¿Qué podía haberle prometido Dumbledore, aparte del propio Potter? A Lucius le hizo gracia la idea, involuntariamente. Era improbable que Severus hubiese sido conmovido por una cara bonita... o un culo bonito, ya puestos.

Lucius volvió la mirada hacia el Gran Salón: el Ministro hablaba sin parar y la prensa apuntaba todo cuanto decía. La Señora Bones, quizás su rival más conocida, trataba de poner un mínimo de orden en las declaraciones. Lady Marla Davenport y Alexander Mulburg, otros dos candidatos a Ministro, hacían cuanto era posible para hacerse oír. Mulburg había llegado a sugerir que el único curso de acción posible era invadir Hawái... al parecer, había aceptado la historia de Hagrid. Davenport en cambio decía que era imprescindible aplicar sanciones a la importación de Alemania y Rusia. Aparentemente, nadie creía que Francia pudiese tener relación alguna con el secuestro. Vicund Blackborn, un pariente lejano y olvidado de los Black, estaba apostando por una campaña epistolar contra Lord Brand, y Dulcinda Marshawnd estaba intentando convencer a todos de que aquello era el preludio a una nueva invasión vikinga.

Cada vez que dos o más candidatos parecían a punto de ponerse de acuerdo con algún curso de acción, Dumbledore o alguno de los suyos murmuraba algo que les hacía discutir de nuevo. La conclusión que Lucius extraía de todo ello era que Dumbledore creía que, fuese lo que fuese lo que realmente estaba ocurriendo, que el Ministerio se implicara sólo estropearía las cosas más: estaba intentando ganar tiempo.

Lucius sospechaba que Fudge sabía más de lo que daba a entender. El Ministro había mandado venir a Connor Stark, el líder de uno de los equipos más importantes de Aurores. Sus hombres se estaban reuniendo, formando un grupo aparte de los niños del comedor. Lucius supuso que Fudge estaba planeando enviarlos directamente a las Tierras de Invierno para recuperar a Potter; sólo estaba esperando a tener a la prensa comiendo de la palma de su mano para ello. Rita Skeeter no abandonaba al Ministro.

A través del salón, Lucius pudo ver a Arthur y Molly Weasley sentados a la mesa de Gryffindor con sus hijos. En cuanto les había llegado la voz del rapto de Potter, todos los Weasley habían venido a Hogwarts para estar con los más pequeños de la familia. Lucius tuvo que admitir que sentía una intensa punzada de celos cuando veía a Arthur sentado entre sus siete hijos, todos sanos y lozanos. Él siempre había querido más de un hijo, pero Narcisa había rehusado tenerlos. Y teniendo en cuenta que Narcisa debía ser la mujer más frígida de la faz de la Tierra, Lucius podía considerarse afortunado por haber tenido a Draco siquiera. Molly Weasley podía no estar a la altura de Narcisa en cuanto a apariencia y clase, pero al menos no rechazaba sus deberes maritales.

Arthur pilló a Lucius mirándoles, y rápidamente Lucius le dedicó un gesto de superioridad al hombre, puesto que... bueno, eso era lo que tenía que hacer. Más allá de los Gryffindor, pudo ver a Draco siguiendo el intercambio, y volviéndose a su vez para alzar la nariz con desprecio ante los Weasley. Lucius sospechaba que Draco no tenía ni la menor idea de por qué se mofaba así de ellos, excepto por el mero hecho de que fuesen Weasleys, por supuesto. Y entonces captó algo imprevisto cuando la mirada de Draco se dirigió al segundo de los Weasley, el domador de dragones si Lucius no recordaba mal. Su pálido hijo enrojeció de forma impropia y apartó los ojos rápidamente, mientras el otro chico alzaba la vista y le guiñaba el ojo.

Bien, diablos... pensó Lucius. ¿Cuándo había ocurrido eso?

Fue entonces que la puerta del Gran Comedor se abrió, y toda la sala se quedó en silencio.

Cuatro hombres cruzaron el umbral y entraron en el salón. Lucius frunció el ceño: por supuesto reconoció a la primera a su traicionero amigo Severus Snape, vestido de cuero de Wyvern y con la espada envainada a la espalda. Tenía un aspecto salvaje y agitado, casi como un Gryffindor, con el cabello enredado en descuidados mechones... pero no había confusión posible respecto al perfil patricio que poseía. Otro de los hombres, también vestido en oscuro cuero rasgado por la batalla, era sin duda Remus Lupin, cargando una inmensa masa de guerra en una mano. Aquella demostración de fuerza recordaba demasiado a Lucius la naturaleza del hombre lobo, como si el brillo ambarino de sus ojos, que relucían por efecto de las antorchas, no fuese suficiente. En ocasiones se preguntaba si los partidarios de Dumbledore estaban locos por dejar en libertad a aquel hombre lobo, sin saber qué tipo de infección podía transmitir. El tercero era inmensamente alto, de cabello dorado y llevaba la armadura de cuero y pieles, propia de un vikingo de las Tierras de Invierno. Tenía que tratarse de uno de los hombres de Brand, pensó Lucius, quizás el desaparecido marido de Lady Diana Snape­Brand en persona; la mujer aún ahora estaba ocupando el lugar de Severus en la mesa presidencial.

Pero fue la cuarta figura la que llamó la atención a Lucius poderosamente. Vestido con una resplandeciente cota de mallas, con brazales y protecciones de metal en brazos y piernas, Harry Potter no se parecía nada al niño que Lucius recordaba. No había vuelto a hablar con él desde el desastre del diario de Riddle; sólo le había visto brevemente la noche que Lord Voldemort había regresado, y el chico había cambiado enormemente desde entonces.

Las gafas había desaparecido, el cabello estaba más largo, era un poco más alto... pero lo que dejó atónito a Lucius fue la expresión de sus ojos verdes. Había poder en aquella mirada, un poder tranquilo, aprisionado y oculto, pero que pudo captar claramente. Siempre se había sentido atraído por el poder, había sabido reconocerlo en sus más oscuras expresiones y formas, y este chico tenía un poder que Lucius jamás hubiera adivinado. ¿Había crecido en él a escondidas, había brotado bruscamente, le había sido entregado por fuerzas extrañas, o siempre había estado allí? Debía haber poseído algo para vencer a Voldemort cuando era un bebé, ¿pero por qué Lucius no se había percatado de ello hasta ahora? ¿Sería sólo una ilusión causada por la luz? Tuvo que admitir que resultaba atractivo, deliciosamente atractivo. Quizás sí que Severus se había marchado únicamente a causa del chico...

– ¡Harry, muchacho! –la voz de Dumbledore les sobresaltó a todos al quebrar el silencio. El anciano se movió con fluidez entre la gente hasta llegar ante el chico, al que tomó de ambas manos– ¡Gracias a Merlín que has vuelto! –­el alivio del Director fue evidente para todos. Lucius resopló: realmente, Potter era la niña de los ojos de Dumbledore

–Estoy bien, señor –le tranquilizó Potter en voz baja.

– ¡Señor Potter! –exclamó Fudge, adelantándose también. Lucius imaginaba que debía estar bastante desconcertado debido a la interrupción de su discurso: había estado explicando a la prensa sus planes para rescatar al joven héroe– ¡Creíamos que le tenía retenido como prisionero! –al Ministro no se le daban bien los imprevistos, y parecía furioso por el retorno de Potter; aquella actitud era un error táctico, pensó Lucius. El chico miró hacia la prensa, fijando un segundo la vista en Rita Skeeter antes de devolver su atención a Fudge.

– ¿Y su respuesta fue esperar tres días y luego realizar una rueda de prensa? –preguntó directamente.

Un murmullo de sorpresa se extendió por la sala. Fudge se detuvo y tartamudeó, indignado. Lucius tuvo que contener la sonrisa: el chico era tan abierto que resultaba insolente. Incluso las comisuras de los labios de Dumbledore se torcieron levemente hacia arriba ante aquellas palabras.

– ¡Las operaciones de rescate requieren planificación y tiempo, Señor Potter! –protestó Fudge. Potter asintió, solemne:

–Me alegra que mi familia no tuviese ese problema, entonces –señaló a Severus y a Lupin. Lucius se preguntó qué pensaría Severus sobre el hecho de que se le incluyera en una "familia" integrada entre otros por un hombre lobo. Sorprendentemente, Severus no abrió boca. Quizás se le había contagiado la oscura enfermedad del lobo. El gesto de Potter, no obstante, había atraído la atención de Fudge hacia el cuarto hombre que les acompañaba, y los ojos del Ministro se abrieron desmesuradamente cuando se dio cuenta al fin de que debía tratarse de uno de los hombres de Brand. Chasqueó los dedos para llamar a sus Aurores, indicando a Connor Stark que se adelantara:

– ¡Stark, arreste a este hombre!

Pero antes de que los Aurores pudieran dar un paso, Potter se interpuso entre el extranjero y ellos:

–No –declaró simplemente. Los Aurores se detuvieron en seco. Fue una demostración de poder que Lucius no había esperado, y que le hizo entrecerrar los ojos, pensativo. No había estado presente en la batalla del verano anterior que había costado tantas vidas, pero había oído muchas historias posteriores al respecto. Tras lo que Potter había hecho, había pocos Aurores dispuestos a levantar una mano en su contra, órdenes del Ministro o no. El chico era un héroe a sus ojos.

–Señor Potter! –Protestó Fudge– Nos dijeron que Brand de las Tierras de Invierno le había raptado. Este hombre es su hijo. ¿Está usted...?

–Se equivoca, Ministro –le interrumpió Potter– No fue más que un malentendido.

Fudge frunció el ceño:

– ¿De veras? –inquirió– ¿Y el ataque contra los hijos del señor Weasley, y contra la señorita Granger, también fue un equívoco?

Los ojos de todos los presentes se volvieron hacia los mentados. Lucius vio cómo los tres chicos miraban fijamente a Potter antes de que Ron asintiera sonriente:

–Si Harry dice que fue un malentendido, entonces fue un malentendido.

Las dos chicas asintieron rápidamente, completamente de acuerdo. Lucius tuvo que sacudir ligeramente la cabeza ante la lealtad que inspiraba aquel chico: era obvio que no tenían la menor idea de lo que ocurría, pero estaban más que dispuestos a aceptar la palabra de Potter sin vacilar, sin más prueba que su palabra.

Fudge volvió una mirada furiosa hacia Dumbledore: no estaba dispuesto a marcharse sin arrestar a nadie. Tal cosa le hubiese hecho parecer un inútil.

–Albus, no estoy dispuesto a permitir que este asunto se silencie. Si se ha cometido un crimen, es mi deber...

–Se ha cometido un crimen, Ministro –interrumpió de nuevo Potter, atrayendo la atención de todos. Los miembros de la prensa no dejaban de sacar fotos y tomar notas– Durante siglos, las Tierras de Invierno pidieron ayuda al Ministerio de Magia, y el Ministerio les ignoró. Si esto no es un crimen, no sé qué podría serlo.

Lucius no tenía la más remota idea de a qué se estaba refiriendo Potter, pero por la mirada que asomó a los ojos de Fudge pudo adivinar que él sí sabía de qué iba todo aquello. Fudge podía ser un líder inepto, pero era un político consumado: supo al instante que la presencia de la prensa ya no era una baza a su favor.

–No sé qué es lo que está pasando aquí, pero debo insistir en que hablemos ahora mismo del tema y resolvamos cualquier malentendido que haya tenido lugar. Albus, si eres tan amable de mostrarnos un lugar privado donde podamos interrogar a estas personas... –Fudge hizo un gesto hacia Potter y el hijo de Brand, mientras hacía un ligero gesto de cabeza para indicar a sus Aurores que sacaran de allí a la prensa.

Viendo que la noticia desaparecía ante sus ojos, el grupo de reporteros trató de abalanzarse hacia delante, con los flashes relampagueando y las vuela plumas escribiendo furiosamente.

– ¡Señor Potter! –gritaron todos como una sola voz, antes de empezar a chillar toda clase de preguntas. Severus, Lupin y el vikingo se adelantaron inmediatamente, cubriendo al muchacho, así como los miembros del profesorado que se dedicaron a aplacar a los reportaros, apartándolos del chico.

Lucius, manteniéndose fuera del alcance tanto de la prensa como de su presa, encontró la escena bastante graciosa, como una coreografía bien ejecutada. No se podía negar que Dumbledore tenía bien entrenados a los suyos. Mientras los profesores y los tres guardianes de Potter conducían a la prensa fuera del comedor, ayudados por los Aurores que les abrían camino, los Weasley tomaron su lugar, rodearon a Potter y le camuflaron entre un grupo de Gryffindors. Nadie tuvo ocasión de acercarse al chico.

Excepto la Señora Bones, que era miembro del Wizengamot, los candidatos a Ministro fueron llevados fuera de la sala. Lucius no tuvo duda alguna de que les sacarían de Hogwarts en breve... y que probablemente realizaran sus propias ruedas de prensa en Hogsmeade.

Lucius se quedó atrás, procurando que nadie se percatara de su presencia, y cuando Fudge y el resto se dirigieron fuera del Gran Comedor hacia cualquiera de las habitaciones que Dumbledore hubiese preparado como zona privada, les siguió en silencio, manteniendo la vista fija en Potter. Desgraciadamente, en la puerta le detuvo McGonagall, que le dedicó una mirada que hubiese avergonzado a una piedra.

–Señor Malfoy –dijo– ¿a dónde se cree que va?

–Haga el favor, Minerva –le sonrió fríamente– Como miembro del Consejo superior de Gobernadores estoy en mi derecho de asegurarme que los alumnos de Hogwarts estén bien protegidos. Tengo el deber de escuchar la historia del señor Potter.

Pero McGonagall no se dejó impresionar:

–Cómo ha podido oír, no hubo rapto; por tanto, no hay necesidad de que el Consejo se implique en este asunto. Estoy segura de que recibirá toda la información pertinente más tarde, pero ahora debo pedirle que se marche.

– ¿Va a denegarme también el derecho a hablar con mi hijo? –Preguntó Lucius– Estoy seguro de que debe estar terriblemente alterado por lo ocurrido.

Ella alzó una ceja, con frialdad.

–Como desee –respondió, y le señaló la dirección contraria– Las habitaciones de los Slytherin están hacia allí, por si no lo recuerda. ¿O prefiere que llame a un estudiante para que le muestre el camino...?

–No creo que sea necesario –dijo Lucius, dedicándole una mirada altiva mientras meditaba si la mujer tenía algún tipo de don para hacerle sentir como un niño travieso y obstinado. Se dio la vuelta y se alejó por el pasillo iluminado por antorchas.

¿Qué hacer? ¿Esperar a "su viejo amigo" Severus en sus habitaciones? ¿O ir a la sala común de Slytherin? Así podría intentar extraer algo de información de su hijo Draco... al menos podría preguntar a qué se debía la fascinación que sentía pro ese descendiente de los Weasley. Eso era algo que no pensaba permitir...

En todo caso, lo que no pensaba ni plantearse era regresar a casa, o ir en busca de Lord Voldemort, sin tener nada más que un cúmulo de situaciones que únicamente planteaban más preguntas. Ser interrogado por el Señor Oscuro cuando no tenías respuestas era algo malo... algo muy malo.        

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siiii se que me tarde pero a intercambio subiré tres capítulos hoy ~~~~~

así me perdonan verdad?

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