La Piedra del Matrimonio

By alseidetao

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Para evitar las maquinaciones del Ministerio, Harry debe casarse con el reacio Severus Snape. Pero el matrimo... More

Capítulo 1: La piedra del matrimonio
Capítulo 2: Con Este Anillo
Capítulo 3: Habitantes de la mazmorra
Capítulo 4: Enfrentándose al mundo
Capítulo 5: Marcas oscuras
Capítulo 6: Vivir con Snape
Capítulo 7: Lazos que unen
Capítulo 8: Todos los hombres del Rey
Capítulo 9: La estrella del perro
Capítulo 10: Espadas y flechas
Capítulo 11: Enfrentándose a Gryffindors
Capítulo 12: Emplazando culpas
Capítulo 13: Entendiendo a los hombres lobo
Capítulo 14: Volviendo a la normalidad
Capítulo 15: Modales
Capítulo 16: Conociendo a los cuñados
Capítulo 17: Espinas
Capítulo 18: El corazón del laberinto
Capítulo 19: Vínculos
Capítulo 20: Sinistra
Capítulo 21: Serpientes
Capítulo 22: Familia
Capítulo 23: Lobos
Capítulo 24: Lecciones de Historia
Capítulo 25: Nochebuena
Capítulo 26: Regalos de Navidad
Capítulo 27: Antes de la tormenta
Capítulo 28: Vikingos
Capítulo 29: Entender el deber
Capítulo 30: Persecución
Capítulo 31: Acortando distancias
Capítulo 32: El dolor de crecer
Capítulo 33: Largas historias
Capítulo 34: A dormir
Capítulo 35: Al abismo
Capítulo 37: El otro lado
Capítulo 38: Política
Capítulo 39: Honor familiar
Capítulo 40: La locura del lobo
Capítulo 41: Salvaje
Capítulo 42: Caramelos de limón
Capítulo 43: Para eso están los amigos
Capítulo 44: Cierra los ojos
Capítulo 45: Amaestrando al dragón
Capítulo 46: Viendo rojo
Capítulo 47: Cedo
Capítulo 48: El Lobo en la puerta
Capítulo 49: Bailando
Capítulo 50: La materia de los sueños
Capítulo 51: Grandes gestos románticos
Capítulo 52: San Valentín
Capítulo 53: Afecto de cortesía
Capítulo 54: Despertando a Lunático
Capítulo 55: Maniobras legales
Capítulo 56: Peones
Capítulo 57: Obviedades
Capítulo 58: El significado de las cosas
Capítulo 59: Algo maligno
Capítulo 60: La voz del Rey
Capítulo 61: La llamada
Capítulo 62: Stonehenge
Capítulo 63: El corazón sangrante
Capítulo 64: El resto del mundo
Capítulo 65: En la luna
Capítulo 66: Sinestesia
Capítulo 67: Cantos afilados
Capítulo 68: La búsqueda del poder
Capítulo 69: Al final de este camino
Capítulo 70: El precio del valor
Capítulo 71: Lo que importa
Capítulo 72: Yendo hacia delante
Capítulo 73: Así es como el mundo acaba
Capítulo 74: El sol moribundo
Capítulo 75: Valeroso mundo nuevo
Capítulo 76: Los indignos
Capítulo 77: Historia antigua
Capítulo 78: Regresando a casa
Capítulo 79: Solucionando
Capítulo 80: Decisiones y Progreso
Capítulo 81: El amanecer de un nuevo día
Capítulo 82: Echando una mano a las cosas
Capítulo 83: Sorpresas en todas partes
Capítulo 84: Extraños compañeros de cama
Capítulo 85: Borrones
Capítulo 86: Furia
Capítulo 87: Pasiones
Capítulo 88: De vuelta al negocio
Capítulo 89: Idas y Venidas
Capítulo 90: Maniobras Legales II
Capítulo 91: Rosas
Capítulo 92: Educación continua
Capítulo 93: Los recién llegados
Capítulo 94: Experiencias de aprendizaje
Capítulo 95: Encuentros cercanos
Capítulo 96: En desacuerdo
Capítulo 97: Hacer las Paces
Capítulo 98: ¿Quién sabe?
Capítulo 99: La paz se desmorona
Capítulo 100: Comienzan las hostilidades
Capítulo 101: Primeras señales del futuro
Capítulo 102: Lecciones desplegadas
Capítulo 103: El fin de los vampiros
Capítulo 104: Reconocimiento y premonición
Capítulo 105: Verdadera naturaleza
Capítulo 106: Exámenes finales
Capítulo 107: Explicaciones
Capítulo 108: La calma antes de la tormenta
Capítulo 109: Reescribiendo la historia
Capítulo 110: La fuerza del vínculo
Capítulo 111: Magia salvaje
Capítulo 112: Consecuencias del ataque
Capítulo 113: Últimos días de tranquilidad
Capítulo 114: Rudos Despertares
Capítulo 115: Primeras Impresiones
Capítulo 116: Desquitarse
Capítulo 117: Nuevos comienzos
Capítulo 118: Tiempos felices
Capítulo 119: Tiempos de fiesta
Capítulo 120: Favor de Merlín
Capítulo 121: Fin del verano, parte 1
Capítulo 122: Fin del verano, parte 2
Capítulo 123: Una falta cercana
Capítulo 124: Retrasar lo inevitable
Capítulo 125: Las formas de la primera ola
Capítulo 126: Compañeros de cama más extraños
Capítulo 127: Planificación de la Operación Castillo Mágico
Capítulo 128: Revelaciones
Capítulo 129: La primera ola se rompe
Capítulo 130: Limpiando
Capítulo 131: Padrinos
Capítulo 132: Percepciones erróneas
Capítulo 133: Zona de conflicto
Capítulo 134: Visitantes
Capítulo 135: Pez fuera del agua
Capítulo 136: La segunda ola
Capítulo 137: La batalla de Hogsmeade
Capítulo 138: Algunas explicaciones que hacer
Capítulo 139: Decir adios
Capítulo 140: Faltas de comunicación
Capítulo 141: Las formas de la tercera ola
Capítulo 142: El Campeón del Rey
Capítulo 143: La batalla de Hogwarts
Capítulo 144: La gratitud del rey
Capítulo 145: Los Comienzos del Rey
Capítulo 146: La Vida del Rey

Capítulo 36: Cargando la piedra

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By alseidetao


No hizo falta mayor estímulo para los guerreros de las Tierras Invernales. Libres del temor a los Dementores, los arqueros ya estaban disparando flechas sobre los Grendlings. Los entrenadores caninos dirigieron sus escobas hacia el suelo y soltaron los arneses, dejando a los perros aterrizar a poca distancia del suelo. Los perros se lanzaron al ataque con ladridos feroces y alegres. Un instante más tarde se les unían los guerreros de Alrik alzando espadas y hachas para golpear a los Grendlings entre cortantes gritos de guerra.

Quince hombres aterrizaron sobre la piedra, abriendo la formación en abanico y echando a los Grendlings de encima.

– ¡Prepárate! –gritó Severus a Harry, que dudó apenas un segundo antes de lanzarse en picado hacia el suelo al ver un espacio despejado junto a la piedra. Una docena de hombres le siguieron desde el cielo, con las espadas y escudos preparados para impedir que ningún Grendling llegara hasta Harry cuando éste pudo, por fin, poner pie en el terreno helado. Se tomó un instante para liberar a Cornamenta de su voluntad, dejando al Patronus lidiar con su última orden de rodear en círculos la batalla, antes de volverse hacia la inmensa piedra. Firmemente plantado en el suelo, Harry dirigió su varita hacia ella, consciente sólo a medias de los hombres que luchaban en torno a él.

– ¡Wingardium Leviosa! –gritó, y la inmensa piedra pareció cobrar vida. Los zarcillos y runas grabados en su superficie ardieron repentinamente, mientras su soporte se elevaba obedientemente en el aire. Esta vez, no obstante, Harry sintió su enorme peso y se tambaleó a causa de la sensación. A diferencia de la otra piedra que había elevado, ésta parecía extraña, vinculada a la Tierra de alguna forma... y la Tierra no deseaba soltarla.

Pero Harry se concentró con el corazón acelerado, y canalizó todas sus fuerzas en aquel peso, ordenándole que se moviera, rogando a la Tierra que la dejara ir. E increíblemente, la piedra obedeció, flotando silenciosamente en el aire hacia el enorme Pozo de la Desesperación que ahora estaba cubierto por una nube de Dementores a los que estaban forzando a entrar en él.

A cado paso que daba Harry sobre el suelo cubierto ahora de sangre, sus pies se hundían en terreno helado, como si él mismo se hubiese tornado inconcebiblemente pesado. Le dolía el cuerpo a causa de la carga de la piedra, pero su mano no tembló, su magia no desfalleció... ni siquiera cuando un chorro de líquido rojo le dio de lleno, procedente de los guerreros y Grendlings que luchaba a su alrededor.

En dos ocasiones oscuras siluetas se cernieron sobre él, para ser alejadas por grandes escudos de metal que le protegían justo a tiempo. Sus piernas temblaban, sus pies dejaban hondas huellas en el suelo a medida que daba cada uno de los dolorosos pasos que le conducían al Pozo. Lejos de él podía ver el Lobo y el Perro plateados acelerando en un círculo en torno a la abertura del Pozo, las llamas del Fénix conduciendo al último de los Dementores de vuelta a la Tierra. Era como si el propio aire estuviese lleno de los aullidos de los condenados. Cada paso que avanzaba hacía que el toque helado de la desesperación se aguzara en el alma de Harry.

– ¡Los Wyrms! –Gritó alguien– ¡Vienen los Wyrms! –y Harry escuchó un lejano sonido de siseos que le resultaba vagamente familiar...

– ¡Sigue adelante, Harry! –Le gritó otra voz, Sirius quizás– ¡Ya casi está!

Y Harry se obligó a empujar, a forzar a la piedra a hacer su voluntad, a sus piernas a moverse pese al terrible peso que ahora parecía aplastarle. Sólo fue vagamente consciente de que algo había cambiado en la batalla, que había algo distinto en los gritos que lanzaban los hombres mientras un nuevo horror se les tiraba encima. Harry ni siquiera podía apartar la mirada de la piedra mientras el último de los Dementores desaparecía tierra adentro.

Cinco pasos más, se tambaleó, dirigió la piedra hacia adelante hasta que por fin se cernió sobre el Pozo, las fieras runas latiendo ahora claramente al ritmo de su corazón. Con un movimiento de varita, el sello cayó estrellándose contra el Pozo y haciendo temblar todo el terreno circundante. No obstante, Harry podía notar, conectado como estaba a la piedra y a la Tierra, una terrible presión de oscuridad bajo el sello tratando de apartarlo. Un rugido de voces siseante estaba haciéndose mayor por segundos. Supo que tenía que sellar la piedra antes de que la oscuridad volviera a liberarse. La propia Tierra parecía estar esperando algo, una palabra de mando por su parte...

De rodillas, puesto que sus piernas eran incapaces ya de soportar su propio peso, Harry volvió a alzar la varita, concentrado en uno de los antiguos hechizos fijantes que recordaba de una de tantas tardes de largos estudios en compañía de Hermione.

– ¡Terra Fas Sigillun Protego! –gritó. Una brillante luz brotó de su varita y dio de lleno en las ardientes marcas, cegándole con su brillo centuplicado. Y entonces fue como si la propia Tierra se alzara y abrazara la Piedra sello, enroscándose en torno a ella de forma casi amorosa y arrastrándola con dureza contra el polvo. Un golpe de tambor resonó, solitario, sacudiendo el lugar. Tras él vino un silencio y una quietud sobrecogedores. Debilitado por aquel sonido, Harry se derrumbó contra la inmensa piedra, incapaz de sentir ya la oscuridad que trataba de huir de las entrañas de la Tierra. La piedra, el Pozo, los Dementores, todo callaba al fin.

Sólo entonces, tras una docena de aspiraciones ansiosas de aire, pudo Harry percatarse que la batalla seguía en torno a él. Los gritos siseantes no habían sido silenciados junto con los Dementores. Levantó la cabeza para mirar alrededor, poniéndose en pie con dificultades. Severus, Sirius y Remus estaban en torno a él, con las armas en las zurdas y las varitas en las diestras, protegiéndole de algunos Grendlings rezagados que aún trataban de pasar a través del resto de guerreros. Sin embargo, la mayoría de aquellos monstruos habían dejado el combate; en cambio, los guerreros que no podían marcharse hasta que Harry estuviera de nuevo subido en su escoba, estaban luchando contra docenas de enormes serpientes negras que habían bajado de la montaña durante el combate. Al principio Harry pensó que eran basiliscos, pero sus miradas no parecían paralizar a aquellos hombres que intentaban alejarlos con sus afiladas espadas. Las serpientes eran inmensas y se erguían sobre ellos como dragones carentes de alas, atacando a velocidad vertiginosa a cualquier cosa que se moviera, ya fuera un hombre o un Grendling.

Rodeaban el ejército de hombres de forma similar a cómo los Patronus habían hecho lo propio con los Dementores, obligándoles a retroceder y estar cada vez más apretados unos contra otros, para poder comérselos como desearan. Los arqueros, que todavía continuaban volando, no parecían estar teniendo más suerte: sus flechas no parecían ser más que una ligera molestia para las inmensas criaturas. Sólo las llamaradas que brotaban de las varitas de Severus, Remus y Sirius parecían tener algún efecto, apartando a las serpientes durante un breve tiempo, hasta que conseguían superar el dolor y regresaban, guiadas por una especie de locura insaciable.

– ¡Mata! ¡Destruye! ¡Aplasta a los Portadores de la Sombra! –estaban siseando, animándose unas a otras. El golpetear de sus colas hacía temblar el terreno y derribaban todo cuanto tocaran. Incluso los Grendlings habían abandonado la batalla, aterrorizados.

Sin saber dónde podía estar su escoba, Harry se alzó como pudo, dirigió la varita a su propio cuello y gritó:

– ¡Sonorus! –Entonces se volvió hacia los gigantescos Wyrms negros– ¡Deteneos! –aulló, con la voz tan amplificada por el hechizo que aquel siseo fue como el retumbar del trueno. Trepó a lo alto de la piedra sello– ¡Basta! ¡No nos ataquéis!

Sus palabras tuvieron un efecto paralizador tanto en hombres como en los Wyrms. Los guerreros no podían entender lo que decía pero temblaron al oír el idioma Parsel, mientras que las serpientes se detuvieron atónitas, sus enormes cuerpos negros deslizándose hacia atrás y arqueándose hacia arriba, las cabezas volviéndose para mirar al joven que estaba erguido en solitario sobre la piedra sello. Docenas de lenguas bífidas se agitaron en el aire, probándolo. Aquellos fríos ojos negros no se separaban de Harry. Alrededor de él los hombres pararon sus ataques; sus respiraciones eran agitadas y exhaustas.

– ¡Qué truco es éste, Portador de Sombras! –siseó uno de los Wyrms, agitando la cola de tal forma que inmensas peñas surgieron disparadas y rodaron lejos de él.

– ¡No es ningún truco! –Respondió Harry, rogando internamente que las fuerzas le duraran lo suficiente como para no desplomarse– ¿Por qué nos atacáis? No hemos entrado en vuestro territorio.

– ¡Vosotros trajisteis las Sombras para que devoraran nuestras almas! –siseó la inmensa serpiente. El resto de criaturas susurraron también, desafiantes– Recordamos bien a los Portadores de Sombras que alzaron las piedras para destruir nuestros nidos. ¡No os permitiremos traer más Sombras a nuestro mundo!

Harry se estremeció, horrorizado: siempre había sabido que los Dementores devoraban almas humanas, pero ignoraba que también tomaban las de otras criaturas. Ni siquiera se le habría ocurrido pensar que una serpiente pudiera saber lo que era un alma, y mucho menos que temiera perderla. Los Grendlings, en cambio, no habían sido afectados en modo alguno por los Dementores.

– ¡No fuimos nosotros quienes trajimos las Sombras! –les dijo Harry, dándose cuenta de que la palabra "Sombra" indicaba en Parsel a los Dementores– Venimos de un nido distinto. Y no hemos venido a levantar más piedras, sino a cerrar el pozo que estaba abierto. Hemos devuelto a las Sombras al interior de la Tierra, y puesto la piedra de nuevo en su lugar. ¡Vuestras almas están a salvo!

Las serpientes sisearon inquietas, alejándose pero sin dejar de rodear a los guerreros, probando el aire con sus lenguas bífidas una y otra vez.

– ¡Mirad a vuestro alrededor! –Les ordenó Harry– ¿Acaso veis el agujero del que provienen las Sombras ahora? ¿Sentís las Sombras en vuestra alma? Se han marchado. Nosotros no somos vuestros enemigos.

Ante sus palabras, las Serpientes efectivamente parecieron buscar con la mirada algún Pozo.

– ¿Las sombras se han ido? –preguntó una, dubitativa. Si un reptil pudiera sonar esperanzado, éste lo estaba.

–Las Sombras se han ido –confirmó Harry.

– ¿Y el nido que las despertó? –preguntó otra. Sabiendo que no había traducción posible para la palabra "Ministerio", y suponiendo que aquellos hombres que habían abierto el Pozo habían muerto de todas formas siglos atrás, Harry simplemente dijo:

–Ese nido ha desaparecido también, y no volverán. Yo no lo permitiré.

Esto pareció bastar a los Wyrms. Como si fueran uno solo, se volvieron y se marcharon deslizándose, dirigiéndose de nuevo a la montaña. Se detuvieron brevemente, miraron a los hombres, y entonces ­para gran asombro de todos los presentes­ hicieron una reverencia al unísono, bajando las cabezas en forma de diamante en dirección a Harry. Entonces desaparecieron de la vista velocísimamente entre las piedras de la montaña.

Sólo transcurrió un instante antes de que los gritos de victoria se alzaran entre los guerreros, auténticos aullidos de alegría e incredulidad. Harry, increíblemente cansado, volvió a derrumbarse, consciente sólo a medias de las manos que le sujetaban, de las voces que le llamaban. Trató de alzar la mirada, creyó ver por un momento el rostro de Severus sobre el suyo con los ojos negros llenos de preocupación, la boca de su esposo moviéndose para formar palabras que no pudo oír. Y entonces Harry suspiró y se deslizó hacia un lado, derrotado al fin de puro agotamiento.

­­

Severus sujetó a Harry antes de que se diera contra el suelo. Remus y Sirius se pusieron a su lado.

–Tenemos que sacarle de aquí –­les dijo por encima del rugido victorioso de los demás. Remus llamó a las escobas rápidamente, gritando órdenes a los guerreros que se subieran a ellas. Fue Alrik quien logró hacerse oír, instando a sus hombres a que recogieran a los muertos y volvieran a volar antes de que volvieran los Grendlings, ahora que los Wyrms habían marchado.

Severus se montó en su propia escoba, tomando a Harry de brazos de Black. Colocó su capa envolviéndoles a ambos, aferrando a Harry apretadamente contra su pecho con una mano mientras la otra sujetaba el mango del vehículo. Una vez preparado se elevó rápidamente, con Black y Lupin cada uno a un lado. El resto de los presentes montaron sus propias escobas y se alzaron lejos del suelo sangriento. Debajo quedaban los restos de una auténtica carnicería. Severus no miró atrás.

Notaba cómo Harry temblaba entre sus brazos y apretó aún más su abrazo. El chico estaba agotado mágicamente. Severus estaba algo herido, sobre todo magulladuras y algún arañazo, pero también tenía una profunda marca de garras en su antebrazo izquierdo que debería ser tratado pronto. Remus y Sirius tampoco habían salido indemnes del encuentro, aunque el hombre lobo parecía estar mejor que los demás. Sirius estaba apretando un trozo de capa a la manera de una compresa contra su costado; Severus supuso que estaría intentando evitar que sangrara alguna herida. En cambio, Harry parecía ileso. Los tres hombres se habían unido a los guerreros de Alrik en la tarea de pararles los pies a todos aquellos Grendlings que se abalanzaban contra Harry, recibiendo los ataques que le tenían por blanco mientras el chico cargaba la inmensa piedra levitando.

No era sorprendente que el chico estuviera mágicamente agotado: Severus no había podido creer a sus ojos cuando había visto flotar aquel monolito. Pero la mayor parte de su asombro provenía del hecho que el chico hubiera utilizado para ello un "Wingardium Leviosa". Casi había gritado de frustración cuando había oído a Harry lanzar aquel hechizo, maldiciéndose internamente por no haber explicado el encantamiento apropiado al chico anteriormente. Lupin también se había vuelto horrorizado al oírle, y Severus supo que los dos tenían la culpa: por miedo a dañar la autoconfianza del chico, no le habían puesto en duda la noche anterior.

Y sin embargo, increíblemente, de forma imposible, la piedra se había alzado del suelo pese a que el Wingardium Leviosa tenía una limitación de peso. Harry debería haber usado un Leviosa Maximus, un hechizo de séptimo curso que Severus hubiese debido saber que el chico no podía conocer todavía.

Pero la verdadera sorpresa vino cuando Harry selló la piedra. Durante el tercer curso se estudiaban de forma intensiva hechizos de bloqueo y sellado, así que no se le había ocurrido preguntarse cuál iba a utilizar Harry; simplemente había asumido que Black, Lupin y él mismo deberían añadir sus propios encantamientos a los de Harry cuando todo hubiese acabado, evitando así que la mayoría de magos pudiesen soñar siquiera con volver a levantar la piedra... pero de nuevo Harry le había sorprendido, usando un hechizo que jamás había oído antes.

Al repasar el encantamiento en su cabeza, traduciendo las palabras que había oído y rememorando la oleada de magia que todos habían notado pasar cuando la Piedra Sello había sido colocada en su lugar, Severus tuvo que sacudir la cabeza. El chico había pedido literalmente a la propia Tierra que sujetara el sello en su sitio. Harry lo había ordenado, y la Tierra había obedecido: nadie podría volver a quitar la piedra nunca más.

E instantes más tarde le había visto erguirse sobre la roca, pálido y delgado, con la armadura resplandeciendo en la pálida luz de invierno mientras se enfrentaba a los inmensos Wyrms que se alzaban como torres por encima de él... Severus había creído por un momento que su corazón iba a detenerse. No podía entender cómo había podido permanecer allí sin miedo, hablando en aquel lenguaje extraño hasta que las serpientes no sólo habían detenido su ataque, sino que le habían hecho una respetuosa reverencia. Los Gryffindors, o al menos el que tenía entre sus brazos, eran una raza aparte.

Sintió que el chico se agitaba, y de inmediato apretó su abrazo, inclinándose para hablarle directamente al oído.

–Estate quieto –le dijo– Estamos sobre una escoba. Si te mueves demasiado, podrías caerte.

El chico se tranquilizó de inmediato. Severus pudo notar cómo los músculos de sus muslos, bien entrenados debido al Quidditch, se tensaban en torno a la escoba cuando Harry ajustó un poco su postura.

– ¿Estás herido? –le preguntó el chico, con la voz ronca de tanto gritar en Parsel.

–Estoy bien –le aseguró Severus, viendo cómo el joven giraba la cabeza para buscar a Remus y Sirius con la mirada– y ellos también. Sólo tenemos heridas superficiales.

– ¿Cuántos hombres hemos perdido? –preguntó entonces. Severus suspiró, deseando que por una vez aquel chico... aquel hombre no se sintiera tan responsable.

–No lo sé –respondió– Pero lo ocurrido hoy será considerado una gran victoria, y en toda justicia lo es. Perdimos a muchos menos de los que podrían haber caído si tú no hubieras detenido a los Wyrms –y entonces no pudo evitar enredar una mano en el oscuro cabello de Harry, manteniéndole la cabeza erguida mientras le susurraba al oído– Lo hiciste bien, Harry. Olvídate del resto.

Harry se volvió para mirarle. Aquellos ojos verdes parecieron indagar en Severus, agitándole el corazón como nunca antes le había sucedido, en busca de algo en su interior, de alguna respuesta para una pregunta que no se había llegado a formular en palabras. Un instante más tarde Severus contuvo el aliento: Harry había llevado su mano a la mejilla del Maestro en Pociones, y con dedos temblorosos había reseguido su piel. Aquellos dedos helados dejaron un rastro de fuego en ella. Y entonces, Harry suspiró y se relajó entre sus brazos, satisfecho de dejarse abrazar. El viaje finalizó en silencio.

Las familias que aguardaban a los guerreros surgieron a su encuentro, invadiendo las almenas y el campo que había delante de la Fortaleza de Bifröst. Severus posó su escoba entre el caos que hubo cuando el ejército que se posaba en tierra ­vítores, saludos, aullidos de desespero por las muertes de los caídos­, ayudando a Harry a desmontar de ella. Remus y Sirius estuvieron allí en un abrir y cerrar de ojos, ambos acercándose para tocar al muchacho que les abrazó antes de que todos ellos fueran llevados de nuevo al interior de los muros del fuerte.

Severus consiguió un rincón relativamente tranquilo entre aquel jaleo, donde se dispuso a revisar las heridas de los otros dos hombres. La herida del costado de Black era profunda, pero no grave. Lupin no tardó ni un segundo en desnudar hasta la cintura a Sirius y ponerse a limpiar el corte, para luego dirigir su varita hacia él y vendarle mágicamente lo mejor que pudo, pues aunque había pociones suficientes siendo repartidas por los sanadores de la Fortaleza, había heridos de mayor gravedad para los que eran más necesarias.

Para sorpresa de Severus, Harry le obligó a sentarse, para luego arrodillarse ante él con la varita apuntando a la herida de su antebrazo. Unos cuantos hechizos limpiadores y uno de desinfección más tarde, el chico se puso a vendarle la herida. No era demasiado profunda, pero necesitaría de alguna poción para tratarla cuando regresaran a casa.

Uno tras otro, los guerreros fueron pasando ante ellos, felicitándoles, dándoles palmadas en la espalda y llamándoles por su nombre. A Harry, en cambio, le saludaron con la mano derecha cruzada ante el cuerpo, con el puño golpeando el pecho, agradeciéndole la victoria. Harry, extrañamente callado, sólo les sonrió, pero sus ojos parecían pertenecer a alguien mucho más viejo que él.

Alrik y Asgeir, que sólo habían recibido heridas menores, les fueron al encuentro al final. Alrik llevaba unas cuantas pociones Pimetónicas, que les repartió a los cuatro. Las bebieron agradecidos, y Severus vio que, por fin, un leve color regresaba a las mejillas de Harry.

– ¡No sé cómo podremos agradeceros esto nunca! –Sonrió Asgeir– Esta noche habrá una gran celebración. ¡Lo ocurrido pasará a la Historia como una de nuestras más grandes batallas!

–No podemos quedarnos, Asgeir –le dijo Severus– La desaparición de Harry ya debe conocerse en el Ministerio. Debemos regresar antes de que el Señor Oscuro sepa que él está aquí.

–Ya lo había supuesto –asintió Asgeir– Alrik os conducirá a casa. Si salís ahora, llegaréis al barco antes de que anochezca –todos se levantaron. Asgeir se volvió hacia la muchedumbre que había en el Gran Salón– ¡Mi gente! –les gritó. El ruido se acalló, todos los ojos se volvieron hacia ellos– ¡Hoy hemos ganado una gran batalla! –sus palabras fueron recibidas con aclamaciones. Los hombres golpearon con los puños o con el pomo de sus espadas los escudos, mientras las mujeres daban golpes a las largas mesas de madera que llenaban el Salón– ¡Tenemos una deuda con estos cuatro hombres que han luchado junto a nosotros! –el rugido de la multitud fue ensordecedor.

Era extraño para Severus recibir aquellas alabanzas. Miró de reojo a Lupin y Black: el primero parecía tan incómodo como él mismo, pero Black sonreía ampliamente y saludaba a la muchedumbre, a sus anchas con aquella atención. Harry, en cambio, se dedicaba únicamente a mirar a la gente con una extraña calma que parecía impropia de su edad.

Cuando por fin murió el ruido, Asgeir se volvió hacia Harry y le tendió la mano. Para gran sorpresa de Severus, cuando Harry la tomó, Asgeir la sujetó entre sus dos palmas e hincó la rodilla ante ellos. Todos los hombres y mujeres del Salón hicieron lo mismo, quedando únicamente Harry y los otros tres en pie.

–Cuando la guerra venga, Harry Potter –proclamó con voz sonora– llámanos. Las Tierras de Invierno lucharán bajo tu estandarte. ¡Que así sea!

– ¡Que así sea! –repitieron todos los presentes. La magia de un Juramento Mágico fue sentida por todos, potente como un huracán. Severus miró fijamente a Harry, atónito y preguntándose si el joven entendería que las Tierras de Invierno le acababan de jurar fidelidad.

Pero al parecer Harry había comprendido parte de lo que había presenciado, ya que inclinó la cabeza hacia Asgeir en señal de respeto.

–Me honra vuestra confianza –dijo en voz baja. El silencio reinaba en el Salón, y todo el mundo le escuchó– Gracias.

Asgeir se levantó entonces y la multitud les aclamó. Hombres y mujeres se acercaron de nuevo para darles la mano de nuevo. Entre el gentío, Severus intercambió miradas con Remus y Sirius, viendo en sus ojos la misma preocupación que él sentía en su propio corazón. Al parecer, no importaba lo que hiciera, el mundo estaba empeñado en lanzar a Harry al centro de la tormenta. Y ninguno de ellos podía evitarlo.

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y bueño cierta lectora me estuvo ayudando con unas cositas y como recompensa pidió un capitulo más así que aquí esta :3

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