La Piedra del Matrimonio

By alseidetao

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Para evitar las maquinaciones del Ministerio, Harry debe casarse con el reacio Severus Snape. Pero el matrimo... More

Capítulo 1: La piedra del matrimonio
Capítulo 2: Con Este Anillo
Capítulo 3: Habitantes de la mazmorra
Capítulo 4: Enfrentándose al mundo
Capítulo 5: Marcas oscuras
Capítulo 6: Vivir con Snape
Capítulo 7: Lazos que unen
Capítulo 8: Todos los hombres del Rey
Capítulo 9: La estrella del perro
Capítulo 10: Espadas y flechas
Capítulo 11: Enfrentándose a Gryffindors
Capítulo 12: Emplazando culpas
Capítulo 13: Entendiendo a los hombres lobo
Capítulo 14: Volviendo a la normalidad
Capítulo 15: Modales
Capítulo 16: Conociendo a los cuñados
Capítulo 17: Espinas
Capítulo 18: El corazón del laberinto
Capítulo 19: Vínculos
Capítulo 20: Sinistra
Capítulo 21: Serpientes
Capítulo 22: Familia
Capítulo 23: Lobos
Capítulo 24: Lecciones de Historia
Capítulo 25: Nochebuena
Capítulo 26: Regalos de Navidad
Capítulo 27: Antes de la tormenta
Capítulo 28: Vikingos
Capítulo 30: Persecución
Capítulo 31: Acortando distancias
Capítulo 32: El dolor de crecer
Capítulo 33: Largas historias
Capítulo 34: A dormir
Capítulo 35: Al abismo
Capítulo 36: Cargando la piedra
Capítulo 37: El otro lado
Capítulo 38: Política
Capítulo 39: Honor familiar
Capítulo 40: La locura del lobo
Capítulo 41: Salvaje
Capítulo 42: Caramelos de limón
Capítulo 43: Para eso están los amigos
Capítulo 44: Cierra los ojos
Capítulo 45: Amaestrando al dragón
Capítulo 46: Viendo rojo
Capítulo 47: Cedo
Capítulo 48: El Lobo en la puerta
Capítulo 49: Bailando
Capítulo 50: La materia de los sueños
Capítulo 51: Grandes gestos románticos
Capítulo 52: San Valentín
Capítulo 53: Afecto de cortesía
Capítulo 54: Despertando a Lunático
Capítulo 55: Maniobras legales
Capítulo 56: Peones
Capítulo 57: Obviedades
Capítulo 58: El significado de las cosas
Capítulo 59: Algo maligno
Capítulo 60: La voz del Rey
Capítulo 61: La llamada
Capítulo 62: Stonehenge
Capítulo 63: El corazón sangrante
Capítulo 64: El resto del mundo
Capítulo 65: En la luna
Capítulo 66: Sinestesia
Capítulo 67: Cantos afilados
Capítulo 68: La búsqueda del poder
Capítulo 69: Al final de este camino
Capítulo 70: El precio del valor
Capítulo 71: Lo que importa
Capítulo 72: Yendo hacia delante
Capítulo 73: Así es como el mundo acaba
Capítulo 74: El sol moribundo
Capítulo 75: Valeroso mundo nuevo
Capítulo 76: Los indignos
Capítulo 77: Historia antigua
Capítulo 78: Regresando a casa
Capítulo 79: Solucionando
Capítulo 80: Decisiones y Progreso
Capítulo 81: El amanecer de un nuevo día
Capítulo 82: Echando una mano a las cosas
Capítulo 83: Sorpresas en todas partes
Capítulo 84: Extraños compañeros de cama
Capítulo 85: Borrones
Capítulo 86: Furia
Capítulo 87: Pasiones
Capítulo 88: De vuelta al negocio
Capítulo 89: Idas y Venidas
Capítulo 90: Maniobras Legales II
Capítulo 91: Rosas
Capítulo 92: Educación continua
Capítulo 93: Los recién llegados
Capítulo 94: Experiencias de aprendizaje
Capítulo 95: Encuentros cercanos
Capítulo 96: En desacuerdo
Capítulo 97: Hacer las Paces
Capítulo 98: ¿Quién sabe?
Capítulo 99: La paz se desmorona
Capítulo 100: Comienzan las hostilidades
Capítulo 101: Primeras señales del futuro
Capítulo 102: Lecciones desplegadas
Capítulo 103: El fin de los vampiros
Capítulo 104: Reconocimiento y premonición
Capítulo 105: Verdadera naturaleza
Capítulo 106: Exámenes finales
Capítulo 107: Explicaciones
Capítulo 108: La calma antes de la tormenta
Capítulo 109: Reescribiendo la historia
Capítulo 110: La fuerza del vínculo
Capítulo 111: Magia salvaje
Capítulo 112: Consecuencias del ataque
Capítulo 113: Últimos días de tranquilidad
Capítulo 114: Rudos Despertares
Capítulo 115: Primeras Impresiones
Capítulo 116: Desquitarse
Capítulo 117: Nuevos comienzos
Capítulo 118: Tiempos felices
Capítulo 119: Tiempos de fiesta
Capítulo 120: Favor de Merlín
Capítulo 121: Fin del verano, parte 1
Capítulo 122: Fin del verano, parte 2
Capítulo 123: Una falta cercana
Capítulo 124: Retrasar lo inevitable
Capítulo 125: Las formas de la primera ola
Capítulo 126: Compañeros de cama más extraños
Capítulo 127: Planificación de la Operación Castillo Mágico
Capítulo 128: Revelaciones
Capítulo 129: La primera ola se rompe
Capítulo 130: Limpiando
Capítulo 131: Padrinos
Capítulo 132: Percepciones erróneas
Capítulo 133: Zona de conflicto
Capítulo 134: Visitantes
Capítulo 135: Pez fuera del agua
Capítulo 136: La segunda ola
Capítulo 137: La batalla de Hogsmeade
Capítulo 138: Algunas explicaciones que hacer
Capítulo 139: Decir adios
Capítulo 140: Faltas de comunicación
Capítulo 141: Las formas de la tercera ola
Capítulo 142: El Campeón del Rey
Capítulo 143: La batalla de Hogwarts
Capítulo 144: La gratitud del rey
Capítulo 145: Los Comienzos del Rey
Capítulo 146: La Vida del Rey

Capítulo 29: Entender el deber

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By alseidetao


Pasó media hora más antes de que llegaran a su destino, y para entonces el cielo ya se había aclarado considerablemente. La adrenalina del combate ya se había agotado y Harry ya no tenía su apoyo para combatir el horror hueco de cuanto había visto. Mientras avanzaban cuesta arriba, se encontraron atravesando la nieve. Harry temblaba violentamente por efecto del viento helado. Un hechizo calorífico en sus ropas ayudó un poco, pero hubiese deseado no haber perdido el abrigo de piel.

Llegaron a lo alto de una colina y Harry vio por fin las altas almenas de un inmenso fortín que se alzaba de la roca delante de ellos. Como la luz de la mañana aún era tenue, las antorchas ardían suspendidas en las paredes; iluminados por ellas se veían guerreros haciendo la ronda, todos ellos armados con pesadas ballestas. El castillo era enorme, pero de un diseño completamente distinto al de Hogwarts: era parco en adornos, una fortaleza de guerra más que el adornado palacio que era Hogwarts. Poseía enormes paredes e inmensas salas que sobresalían en forma de bloque de la estructura, y a medida que Harry trepaba por la colina pudo ver que las paredes se extendían largamente a cada lado. Aquella estructura podía acoger fácilmente a un millar de almas, y por el aspecto de los hombres que recorrían las almenas aquello era una torre vigía en funciones, a diferencia de la escuela en la que se había convertido Hogwarts.

El rugido de un cuerno retumbó en la pálida mañana mientras se acercaban, y Harry vio cómo el enorme rastrillo de hierro que guardaba la entrada de la fortaleza subía lentamente. Al seguir a sus guías al interior, con el rastro de cadáveres moviéndose delante de él, notó el suave cosquilleo de las defensas en la piel. Al menos, esa sensación era familiar, algo que podía comprender. Al igual que Hogwarts, aquel lugar estaba guardado por magia. No obstante, seguía sin comprender por qué había visto tan poca evidencia de su uso por parte de los hombres que le habían raptado.

Gritos de horror y pena le saludaron cuando dirigió los cuerpos al patio central y los depositó en el suelo con cuidado. Unas mujeres se abalanzaron sobre los cadáveres, aullando su dolor por la pérdida de sus seres queridos, mientras Harry permanecía de pie, aturdido, en silencio y sin saber qué hacer. Vio varios niños pequeños agarrando las manos ensangrentadas de sus padres, y contempló horrorizado como una chica, que no debía ser más que unos pocos años más joven que él mismo, acariciaba los cabellos de uno de los hombres para encontrarse con que la cabeza ya no estaba unida al cuerpo.

–Ven conmigo, Harry –le urgió Alrik. El chico permitió que el hombre le dirigiese lejos de la torturada escena, hacia el corazón del castillo.

Instantes después se encontró en un enorme salón que le recordó vagamente al Gran Comedor. No había velas flotantes, ni cielo movedizo, pero sí largas mesas de madera, y los muros estaban cubiertos con gruesos tapices. Una de las paredes tenía tres grandes chimeneas, cada una de ellas con su fuego rugiente. Alrik le llevó hasta una de ellas, y allí él tomó asiento en uno de los bancos, sin prestar demasiada atención a las actividades que tenían lugar a su alrededor.

Hombres y mujeres rodearon las mesas, que fueron llenándose de comida y bebida. Harry vio cómo varias ancianas, que probablemente fuesen curanderas, atendían a los heridos usando pociones y ungüentos para cicatrizar los mordiscos y zarpazos. Dos mujeres se detuvieron delante de él, le preguntaron si estaba bien, y luego realizaron varios hechizos de limpieza para asegurarse de que efectivamente así era. Otra persona le puso una copa en la mano y bebió el contenido sin fijarse en lo que consistía, atragantándose al notar el sabor de una especie de cerveza dulce. Segundos más tarde alguien reemplazó el cáliz por otro que contenía agua limpia que bebió agradecido. Su estómago comenzó a asentarse, y su mente a centrarse.

Alrik se aproximó entonces a él con un hombre alto de cabello dorado a su lado. El desconocido vestía cuero de dragón. Un capote de terciopelo azul oscuro cubría sus hombros. Llevaba el cabello recogido en dos trenzas y tenía cuentas entretejidas en la larga barba. Aunque aún parecía joven, Harry supuso, por parecido familiar, que aquel debía ser el padre de Alrik.

–Harry, este es el Señor Asgeir Brand, Señor de la Fortaleza de Bifröst –le presentó Alrik. Harry se levantó, comprendiendo que aquel "señor" no era ningún título vacío. Apretó la mano que Asgeir le ofrecía, con firmeza.

–Señor Brand –le saludó, sintiéndose fuera de su tónica habitual.

–Bienvenido a la Fortaleza de Bifröst, Harry Potter –contestó Asgeir– Alrik me ha contado que estamos en deuda contigo. Alejaste a los Dementores con tu Patronus –sin saber qué decir, Harry simplemente asintió– También me ha dicho que has venido aquí por propia voluntad –ante aquellas palabras, Harry lanzó una mirada furiosa a Alrik, pero Asgeir dejó caer una mano pesadamente sobre el hombro del chico– Sé que se te llevaron raptado, Harry –corrigió rápidamente– pero escogiste venir aquí y escucharnos cuando recuperaste tu varita. En ese momento ya sabías que Alrik no hubiese podido evitar que te marcharas si tal hubiese sido tu deseo.

–Me dijo que los Dementores atacaban a los niños –le respondió Harry, furioso.

–Y decidiste venir a ayudarnos.

–He venido a saber qué está ocurriendo. He venido por una explicación –gruñó Harry– Me raptó para usarme como rehén contra el Ministerio. ¿Por qué? ¿Qué tiene que ver el Ministerio en todo esto?

Asgeir asintió, comprendiendo.

–Es una larga historia, pero te la contaré. Pero sospecho que tienes más preguntas que esas, no obstante.

Harry se encontró mirando hacia Bjorn y Gudrik, que estaban comiendo grandes empanadas de venado que algunas de las mujeres les habían traído. El estómago de Harry se retorció ante la idea de comer algo en aquel momento.

–Todos sois magos, ¿no? –preguntó, tenso. A juzgar por el número de personas que había visto en los muros, y por las idas y venidas constantes del salón, se podía deducir que aquella era una comunidad con gran número de miembros: una ciudad amurallada con cientos, si no miles, de hombres, mujeres y niños.

–Sí –confirmó Asgeir.

–Sólo tres hombres sacaron sus varitas cuando estábamos en el bosque –dijo Harry, tratando de aceptar aquel concepto, tratando de entender lo que estaba viendo.

–Eran nuestros tres mejores magos –le informó Alrik– Eran los únicos capaces de realizar el Patronus.

Harry contempló el salón. En uno de los extremos pudo ver a un hombre encendiendo gran cantidad de velas con un rápido gesto de varita. Varias mujeres hacían levitar jarras de cerveza ante las puntas relucientes de las suyas. Cerca de la puerta, varios niños estaban jugando a una versión de los Naipes Explosivos. Aquella no era una comunidad muggle, en absoluto.

–No sois squibs. Eso es obvio –dijo simplemente, incapaz de entender lo acontecido. Alrik y Asgeir intercambiaron una mirada. Asgeir le dio una palmada en el hombro.

–Ven conmigo, Harry. Te llevaré a un sitio en el que podamos hablar con mayor libertad.

Siguió a ambos hombres, fuera del comedor, en dirección a una de las pequeñas habitaciones que había aparte. Había un fuego en el hogar y varias sillas repletas de cojines ante él. Una gran mesa de madera, apartada a un lado, estaba cubierta de viejos libros y mapas, y una única ventana daba al amplio patio que había bajo ella.

Asgeir llamó a una de las sirvientas, pidiéndole que trajera comida y bebida al cuarto. Harry se acercó a la ventana y miró a través del frío cristal, hacia la gente que había abajo. Se veía un grupo de hombres descargando un carromato lleno de barriles y cajas, cerca de las puertas que daban al patio, y no lejos de ellos una docena de hombres con arcos y flechas practicaban su puntería con dianas situadas en el muro.

En el punto más alejado de él del patio, vio un enorme monolito de piedra rodeado de un círculo de pequeñas piedras blancas. Un reloj de sol gigantesco, comprendió, y contempló cómo un grupo de niños jugaban a la sombra que el inmenso monolito proyectaba en el suelo.

– ¿Te unes a nosotros, Harry? –preguntó Asgeir. Harry se volvió. Asgeir y Alrik le señalaron un asiento delante del fuego. Alguien había traído más comida y bebida en la mesa baja entre las sillas. Harry se sentó, tomando de nuevo el cáliz de agua.

–Habladme de los Dementores –pidió. Asgeir frunció el ceño ligeramente, pero asintió. A la luz del fuego, Harry captó algunas hebras plateadas en la cabellera del hombre, resplandecientes.

– ¿Qué sabes de la prisión de Azkaban?

Harry se estremeció.

–Sé que está guardada por Dementores –respondió, adivinando que esa era la información pertinente a la conversación.

–No siempre estuvo guardada por Dementores –le contestó Asgeir– Antes de los Dementores, estaba guardada por trolls, pero los trolls son criaturas tremendamente estúpidas, y la prisión no era demasiado segura. Hará unos ciento cincuenta años, alguien tuvo la idea de poner a alguna criatura más oscura como guardiana. En aquella época, había leyendas sobre un lugar llamado el Pozo de la Desesperación, y sobre el ser terrible que vivía en su fondo. Unos hombres del Ministerio vinieron a las Tierras de Invierno buscando este Pozo. Lo encontraron en el corazón de nuestros bosques. Estaba sellado por una inmensa piedra que lo taponaba. Usaron su magia para retirar la piedra y esperaron que emergiera la criatura. A medianoche, el día de Año Nuevo, dos Dementores surgieron del Pozo. Los magos del Ministerio cogieron a estos Dementores y los enviaron a guardar Azkaban. Un año más tarde, por año nuevo, dos Dementores más salieron del Pozo y el Ministerio los recogió también. Durante cincuenta años, vinieron aquí una vez al año para llevarse a los Dementores que salían del Pozo de la Desesperación. Después de cincuenta años tenía cien guardianes implacables para la Prisión de Azkaban, y ya no volvieron más.

Harry se envolvió más apretadamente en su chaqueta, pensando en aquellos Dementores que aún protegían Azkaban hoy día, las criaturas que perseguían a su padrino.

– ¿Qué tiene eso que ver con los Dementores que hay aquí?

–Cuando el Ministerio dejó las Tierras de Invierno, se olvidaron de volver a colocar la piedra sobre el Pozo de la Desesperación. Por aquel entonces, aquella zona de nuestros bosques se consideraba ya maldita, y había sido ocupada por los Grendlings. Nadie iba ya por allí. No sabíamos que el Pozo seguía abierto. En año nuevo, dos Dementores salieron del Pozo, pero en esta ocasión no había nadie que les llevara con ellos lejos de aquí. Los años pasaron y, cada año nuevo, aparecía una nueva pareja de ellos. Al final nos dimos cuenta de lo que sucedía y nos percatamos de lo sucedido, pero para aquel entonces docenas de Dementores rondaban libremente por nuestra tierra. Pedimos al Ministerio que regresaran y sellaran el Pozo, y se llevaran con ellos a los Dementores, pero no nos respondieron. Al parecer, el mago que había dirigido el trato con los Dementores y que había abierto el sello de piedra había muerto. Nuestra petición cayó en oídos sordos: en aquel tiempo, el mago Grindelwald amenazaba al mundo y el Ministerio luchaba por detenerle. Nuestros ruegos tenían escasa importancia enfrentados a aquellos hechos. Los años pasaron, Grindelwald fue derrotado, pero nuestras súplicas siguieron siendo ignoradas. Al cabo del tiempo Aquel­que­no­debe­ser­nombrado cobró poder y las Tierras Invernales cayeron en el olvido completo. Han pasado cien años, y el Ministerio sigue ignorándonos. Mi gente ha vivido aquí durante miles de años. Sabemos cómo luchar con los Grendlings, con los Gigantes y con los Wyrms negros que habitan la montaña, pero estamos indefensos ante los Dementores. Así pues, no podemos detenerlos cuando atacan nuestros pueblos y devoran las almas de nuestros hijos. Y sin embargo, el Ministerio sigue ignorándonos –había furia en su voz, y una rabia terrible en su mirada.

Harry se quedó en silencio unos instantes, tratando de procesar lo que acababa de oír. Cien años... eso significaba que debía haber al menos doscientos Dementores campando a sus anchas por aquellas tierras. Un verdadero ejército de las tinieblas.

–Sigo sin entender –les dijo– Aquí tiene que haber por lo menos mil magos, sólo en esta fortaleza. Los Dementores se pueden ahuyentar con un Patronus.

–Tienes que ser capaz de lanzar un Patronus, Harry ­le dijo Alrik.

–Lo único que hace falta es un recuerdo potente –insistió Harry– Puedo enseñaros. Yo aprendí a lanzarlos cuando tenía trece años.

Los dos hombres intercambiaron una mirada.

–Harry, ¿tienes idea de cuántos magos y brujas hay en el mundo? –preguntó Alrik, sorprendiendo a Harry con el brusco cambio de tema. El chico frunció el ceño, preguntándose qué podía tener eso que ver con el hechizo.

–No –reconoció– Supongo que unos diez mil.

Ambos hombres sonrieron de forma siniestra, y Harry sospechó que se había equivocado en su estimación.

–Harry, el cinco por ciento de la población mundial es mágica.

Los ojos de Harry se agrandaron al oír aquello y empezó a hacer cálculos mentales. Sabía que la población mundial era de unos seis billones aproximadamente, hoy por hoy.

–Pero eso quiere decir que hay... ¡trescientos millones de nosotros! –no había tenido ni idea de que el número de magos en el mundo fuese tan basto. Alrik asintió.

–La población actual de Bretaña es de cerca de sesenta millones de personas. Eso significa que, sólo en Inglaterra, hay cerca de tres millones de magos y brujas. Ahora bien, de esos tres millones, aproximadamente un veinte por ciento de ellos tienen entre once y dieciocho años. ¿Cuántos alumnos hay en Hogwarts ahora mismo?

Harry frunció el ceño:

–Cerca de cuatrocientos.

–Cuatrocientos de esos seiscientos mil niños –le dijo Alrik– ¿Dónde crees que reciben su instrucción los otros chicos?

Harry le miró con incredulidad. Sabía que había otras escuelas, Beauxbatons y Durmstrang, pero estaban en Francia y Alemania, que debían tener sus propias poblaciones con las que lidiar.

– ¿No hay más escuelas?

Alrik negó con la cabeza:

–No para magos. Los demás reciben su educación en casa, de mano de sus padres. Aprenden aquellos hechizos que son capaces de realizar, y listos. Sólo una elite va a Hogwarts, lo mejor de lo mejor. Los cuatrocientos estudiantes que hay actualmente en tu escuela no representan ni un uno por ciento de esos seiscientos mil niños. ¿Entiendes cuánto más poderoso que el resto de nosotros eres? Incluso el peor estudiante de tu escuela tiene más poder en sus manos que el mago o bruja medio. Los mejores de nuestra sociedad casi ni se percatan de que el resto existimos.

Asgeir señaló la fortaleza que les rodeaba:

–Éste es uno de los doce fuertes que hay en las Tierras de Invierno, cada uno de ellos con su población de miles de almas. Mi hijo es uno de los cinco magos, entre todos los que habitamos aquí, que fue educado en una de las Escuelas Mágicas.

–Fui a Beauxbatons –explicó Alrik– Soy bastante bueno en transfiguraciones –sacó la varita y la agitó sobre una de las copas, transformándola en una cuchara– pero no puedo lanzar un Patronus. Nunca fui capaz. La mayoría de los magos son incapaces de ello. ¿No te has preguntado nunca por qué el Señor Oscuro y sus Mortífagos son tan temidos? Pueden matar a una docena de hombres con una simple maldición. Utilizan las Imperdonables con la facilidad con la que nosotros usamos un hechizo limpiador. El resto de nosotros apenas podemos concebir algo así.

Harry se levantó y empezó a recorrer la pequeña sala, tratando de lograr que su mente aceptara todo lo que le acababan de decir. Cuatrocientos estudiantes de unos potenciales seiscientos mil. Parecía imposible. La mera idea de que alguien tan torpe como Neville Longbottom fuese inmensamente más poderoso que casi todos los magos y brujas del mundo... No podía ser verdad.

– ¿Nunca te has preguntado por qué los magos tienen escobas cuando son capaces de Aparecerse? –Preguntó Alrik– ¿O por qué tienen armarios cuando podrían simplemente transfigurar cualquier hoja o pedazo de cuero en cualquier ropaje que desearan? ¿Por qué no son ricos todos los magos, cuando pueden crear oro del aire?

Lo cierto era que Harry ni se había planteado aquellas cosas. Ahora se daba cuenta de que quizás hubiese debido hacerlo. La respuesta era tan simple como que la mayoría de magos y brujas no podían hacer todas aquellas cosas. Se encontró mirando fijamente por la ventana de nuevo, observando a los niños que jugaban en torno al inmenso reloj de arena. Asgeir se levantó y se situó a su lado, y por un momento ambos contemplaron a los niños que jugaban con una pequeña pelota que revoloteaba alrededor de ellos, como una especie de pequeña snitch.

–No son squibs –le dijo Alrik– Todos ellos pueden hacer algún tipo de magia, pero no habrá cartas de Hogwarts para ellos cuando cumplan los once años. La mitad de esos niños ni siquiera se molestará en conseguir una varita.

–Pensaba que el Ministerio regulaba el tema de las varitas. Pensaba que tenías que pasar tus TIMOs antes de que te permitiesen usar tu varita de forma adulta –le dijo Harry– Si ninguno de vosotros va a la escuela, ¿cómo pasáis los TIMOs o los EXTASIS?

–Esa regla es sólo para la elite –explicó Asgeir– porque el daño potencial que pueden hacer es mayor. Sois educados en la práctica de la magia porque tenéis que serlo. Sois demasiado poderosos como para no recibir instrucción. Incluso vuestra magia más accidental puede causar desastres tanto en el mundo muggle como en el mágico. Pero esto no es así para el resto de los habitantes de éste último.

–Entonces, realmente no tenéis defensa alguna ante los Dementores –susurró Harry, sintiendo auténtica desesperación ante los pensamientos que invadían su mente– ni contra Voldemort y sus Mortífagos.

Los dos hombres se estremecieron ante sus palabras e hicieron un gesto contra el mal de ojo. Por primera vez en su vida, Harry entendió realmente por qué sentían tanto miedo ante el mero nombre del Señor Oscuro. El poder de Voldemort había excedido largamente el de los anteriores Señores Oscuros. Era casi literalmente un dios entre los hombres.

– ¿Entiendes ahora por qué el mundo está tan maravillado ante ti? –Le preguntó Asgeir– ¿Entiendes ahora por qué pensamos que raptarte atraería los ojos del mundo sobre nosotros, sobre nuestra necesidad?

Harry temía haber entendido a la perfección: Voldemort era algo así como un dios, pero de alguna forma Harry había conseguido hacerle frente una y otra vez. Si creía lo que le decían, él y sus compañeros eran la crème de la crème, y aunque Harry sabía que no era, ni mucho menos, el mejor estudiante, sus poderes eran mayores que los de sus compañeros de curso.

Una cosa era imaginarse a los pocos cientos de magos y brujas que imaginaba que habitaban en Gran Bretaña formando un frente unido para luchar contra el Señor Oscuro y sus Mortífagos y derrotarles. Saber cómo sabía ahora que se trataba de una población de millones, y que la gran mayoría estaban indefensos, era harina de otro costal. Si había entendido bien la diferencia de poder, Voldemort prácticamente podía conquistar él sólo el mundo entero y esclavizar a la raza humana sin apenas esfuerzo. Y sólo había un puñado de hombres, como Dumbledore y, para colmo de horrores, él mismo, que pudiesen siquiera soñar con pararle los pies.

Podían haberle traído hasta aquí en contra de su voluntad, pero ahora podía ver que lo que habían hecho era simplemente tratar de sobrevivir, luchando contra una oscuridad contra la cual no eran adversario. Si realmente era parte de una elite en su mundo, entonces tenía el deber de intentar ayudarles, al menos.

–El Ministerio está en pie de guerra por mi causa –le dijo a Asgeir– Algunos de los magos y brujas más poderosos del mundo están luchando por la posición de Ministro, y yo soy una pieza de ajedrez más en su juego político. ¿No se os ha ocurrido que, al raptarme, podíais estar atrayendo sobre vosotros el ataque de una armada de magos poderosos? Podrían elegir recobrarme por la fuerza, en vez de ofreceros la ayuda que vosotros requerís.

Los dos hombres palidecieron ante la idea.

–Sabemos que hay esa posibilidad –admitió Asgeir– pero algo teníamos que hacer.

Harry supo que, a buen seguro, habría ahora mismo al menos tres poderosos y furibundos magos que debían estar siguiendo su pista. Sabía que el daño que podían provocar Severus, Sirius y Remus si les provocaban. Miró hacia Alrik.

–Estás casado con Diana Snape. ¿Por qué no pediste ayuda a Severus?

– ¿Pedir a un Mortífago que nos ayude? –repuso Alrik. Harry se erizó ante el comentario:

–Él no es...

–Lo sé –le cortó Alrik– pero hasta hace poco no podía creerlo.

–Entonces, ¿por qué no solicitar la ayuda de Dumbledore? –inquirió Harry, tratando de comprender por qué no habían buscado otra opción.

– ¿Cómo? –Preguntó Alrik– Te hemos dicho que el Ministerio nos ha ignorado durante cien años. ¿Cómo podemos tener acceso a alguien de la importancia del Gran Albus Dumbledore? Los reyes y faraones del mundo tienen dificultades para conseguir una audiencia con él. Es el mago más solicitado del mundo.

Harry se dejó caer bruscamente en su silla. Tenía por costumbre ir al despacho del Director y charlar de vez en cuando con él. Comía cada noche con él en el Gran Comedor. Hacía dos días, había jugado con él a los Naipes Explosivos. ¿Realmente estaban tan aislados del resto del mundo? ¿Estaban tan ciegos que eran incapaces de ver lo que había a su alrededor? Supo la respuesta a esta pregunta tan pronto como se la planteó: hasta ahora, no había sabido que un lugar como las Tierras de Invierno existieran siquiera.

– ¿Qué es lo que hay que hacer? –preguntó, masajeándose las sienes como para aclararse las ideas.

– ¿Qué quieres decir?

–Tenéis que sellar el Pozo del Desespero, ¿no es así? –Insistió Harry– ¿Qué tendría que hacer el Ministerio para sellarlo?

–Se tiene que recolocar la piedra que lo tapaba –le dijo Alrik– Se tendría que poner en su sitio, y sellarla en su lugar.

Una piedra que mover. Harry agitó la cabeza.

–Dices que hay miles de magos aquí en las Tierras de Invierno. ¿Qué pasaría si unieseis vuestra magia y movieseis la piedra entre todos?

– ¿Alguna vez has intentado hacer magia conjuntamente con alguien? –le preguntó Alrik con curiosidad. Harry negó con la cabeza. No era algo que recordase que le hubieran enseñado.

–Combinar la magia de dos magos en una sola es uno de los hechizos más difíciles existentes –­explicó Asgeir– Es por eso que la Marca Oscura es tan temible: une la magia de los Mortífagos al Señor Oscuro. Ninguno de nosotros tiene aquí la habilidad o el poder necesarios para combinar una magia tal.

– ¿Y entonces, qué hay de una solución muggle? –Preguntó Harry– ¿No podría moverse la piedra con alguna maquinaria? Una grúa puede llegar a levantar toneladas. ¿Cómo de grande es esa piedra?

Asgeir señaló el monolito gigante que había en el exterior.

–Es como mínimo el doble de grande que ése, como las piedras de Stonehenge. Como mínimo debe pesar cinco toneladas. Y una grúa no nos haría ningún servicio: es un artefacto mágico, tiene que ser movido por magia y sólo la magia puede sellarlo en su lugar.

Cinco toneladas. Miró fijamente al monolito.

– ¿Y nadie entre vosotros es capaz de levantar algo de ese tamaño? ­preguntó.

–Una vez levanté dos toneles de cerveza –le dijo Alrik– Debían pesar unos cuarenta kilos, en total. ¿Por qué pensaste que nos habíamos quedado tan sorprendidos al ver cómo llevabas los ocho cadáveres...? Nunca habíamos visto nada parecido.

Y Alrik era el que había ido a Beauxbatons... Intentó recordar cuál era el objeto más pesado que hubiese visto levitar a un mago. El Profesor Flitwick hacía levitar habitualmente los árboles de Navidad a través de la puerta principal, pero no tenía la más mínima idea de cuánto podía pesar uno. Pero esto sólo era una piedra, se dijo. ¿Por qué no realizar un hechizo de peso de pluma en ella, y luego levantarla? Él mismo hacía levitar su baúl con un Wingardium Leviosa y nunca había sentido el menor cansancio por ello. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza preguntarse cuánto podía pesar; era algo que hacías, y punto. Magia.

Se puso de pie, con una expresión de determinación plasmada en la cara, y se dirigió hacia la puerta.

– ¿Harry? –preguntó Asgeir preocupado. Los dos hombres corrieron tras él, pero no hicieron ningún esfuerzo por detenerle cuando el chico se dirigió a través del Salón hacia el exterior. Tanto hombres como mujeres alzaron la mirada hacia él cuando pasó, pero nadie trató de pararle.

La puerta que daba al patio estaba abierta y por ella entraba la luz matutina. Harry fue a través de ella hacia el reloj de sol. Los arqueros que estaban practicando se detuvieron para mirar hacia él y a su señor. Varios de los guerreros que habían acompañado a Alrik también les siguieron.

Harry se detuvo delante del reloj y se quedó durante un largo instante quieto, simplemente mirando, mientras la niebla matutina le envolvía en sus zarcillos. El doble de este tamaño, pensó. Aquella piedra debía pesar entre dos y tres toneladas, pero los guerreros que había levitado hoy debían pesar cerca de cien kilos cada uno, aunque algunos hubiesen perdido miembros y todos ellos sangre. Había levantado a ocho.

Lentamente sacó la varita del bolsillo de su chaqueta y apuntó con ella a la piedra. Los niños que jugaban cerca se alejaron de su sombra apresuradamente. El silencio cayó sobre el patio, y todos se volvieron a mirar en su dirección.

– ¡Wingardium Leviosa! –gritó Harry, dejando que su magia se extendiera y rodeara la inmensa piedra.

Por un momento, no ocurrió nada. Pero entonces, bajo las miradas de todos los presentes, la piedra se desenraizó del suelo y se alzó silenciosamente en el aire. Harry la miró con fijeza, con la varita extendida guiándola. Podía notar, ahora que se concentraba, el peso del monolito, el poder que bombeaba por sus venas y que surgía de su varita. Pero no era insoportable. En absoluto.

Con cuidado, devolvió la piedra a su lecho de tierra, dejando que el suelo reabsorbiese aquel peso antes de terminar el hechizo. Lentamente, bajó la varita y se volvió para enfrentarse al Señor Asgeir. Los hombres y mujeres de la Fortaleza de Bifröst le miraban maravillados, con la incredulidad evidente en sus ojos.

–Moveré la piedra para vosotros –Le dijo a Asgeir– si me lleváis hasta ella.

Asgeir asintió, asombrado.

–Está en el centro del territorio Grendling, y los Dementores tratarán de evitar que llegues allí.

Ante estas palabras, Alrik sacó la espada y la sostuvo delante de él, con la punta hacia el cielo:

–Con mi espada y con mi vida, evitaré que los Grendlings lleguen hasta ti ­–sus palabras hicieron que todos los hombres presentes desenvainaran sus propias armas, espadas y arcos, gritando su apoyo incondicional en la batalla que se avecinaba. Los guardianes de las murallas también alzaron sus armas, gritando animosamente, y aunque Harry sabía que todos aquellos hombres se acababan de comprometer a morir, sospechaba que el brillo de esperanza que había en sus ojos hubiese bastado para poner en fuga a doscientos Dementores.

Asgeir palmeó la espalda de Harry.

–Vamos adentro, amigo mío. Tenemos que planificar una batalla –­se volvió hacia los hombres y mujeres que había alrededor, y alzó la voz­– ¡Esta noche estamos de fiesta! Y mañana...

– ¡Mañana ya se cuidará de sí mismo! ­–aullaron todos en respuesta. Asgeir asintió.

–Mañana ya se cuidará de sí mismo.        

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6 de 7 el penultimo de los capitulos :3

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