Rompiendo mi monotonía.

By YourLittleBiscuit

2.4M 219K 801K

Samuel Müller y su nuevo compañero de clase, Rainer Wolf, competirán por una beca para estudiar en Estados Un... More

Dedicatoria.
I. Mi indudable atractivo.
II. Mi idiotez con churros.
III. Mi hombría, la runner.
IV. Mi cerebro con leche.
V. Mis proyectiles de comida.
VI. Mi sensualidad destronada.
VII. Mis conocimientos sobre tópicos.
VIII. Mis maravillosas (diva)gaciones.
IX. Mis aventuras en el váter.
X. Mi debilidad tras una capa de orgullo.
XI. Mi experiencia con los tiburones voladores.
XII. Mi asombroso arte contemporáneo.
XIII. Mi birrichiri in il Gymnisiim.
XIV. Mi forma de ser, decepcionante.
XV. Mi psicóloga, la mujer piruleta.
XVI. My sign language is very bad.
XVII. Mis sentimientos por ti.
XVIII. Mi solución a todo son las patatas.
XIX. Mis carreras contra un chihuahua cabreado.
XX. Mi compañero es imbécil y los matemáticos merecen un holocausto.
XXI. Mi manera de buscar tu sonrisa y mis saltos rompe platos.
XXII. Mi noche a lo Steve Harrington con Steve Harrington.
XXIII. Mi cerebro está de fiesta en el hemisferio sur.
XXV. Mis conversaciones entre hombres son un poco extrañas.
XXVI. Mi orientación sexual, expuesta en el museo Gestalt.
XXVII. Mi sensación de que el mundo es muy pequeño.
XXVIII. Mis lanzamientos de xilófono, nuevo deporte olímpico.
XXIX. Mi concepto del Efecto Mariposa.
XXX. Mis tropiezos con Míster Sexy Wolf y los siete cabritillos.
XXXI. Mis palabras, tus silencios, nuestros miedos.
XXXII. Mi forma de cuidar de ti, la tuya de cuidar de mí (I)
XXXIII. Mi forma de cuidar de ti, la tuya de cuidar de mí (II)
XXXIV. Mis células, en estado de idiotafase.
XXXV. Mi frustración, eau de toilette nº 25 en La menor.
XXXVI. Mis noches de viernes son demasiado absurdas.
XXXVII. Mi necesidad de entenderte y mis encuentros con arañas asesinas.
XXXVIII. Mi música en tus silencios.
XXXIX. Mi mala suerte y tus buenas intenciones (I).
XL. Mi mala suerte y tus buenas intenciones (II).
XLI. Mi mala suerte y tus buenas intenciones (III).
XLII. Mi seguridad, ahuyentando tus miedos, prometiéndonos felicidad.
XLIII. Mis primeros pasos conociéndote mejor.
XLIV. Mis encuentros nocturnos con topos terroríficos.
XLV. Mi balanza mental, desequilibrada.
XLVI. Mis explosiones, causantes de terceras guerras mundiales.
XLVII. Mi lista de objetivos por cumplir.
XLVIII. Mis charlas sobre las estrellas, los gatos exhibicionistas y el perdón.
XLIX. Mis llamadas a la línea caliente.
L. Mis silencios incómodos.
LI. Mis persecuciones a la psicóloga fugitiva.
LII. Mi orientación sexual, trending topic.
LIII. Mi visión de la realidad y la importancia de saber cuándo decir adiós.
LIV. Mis deseos a la estrella que bajaste al fin del cielo.
LV. Mi extraña familia y los ataques de las albóndigas voladoras.
LVI. Mi mundo te daré si tú me das, a cambio, tu mundo y una sonrisa.
LVII. Mis peleas con las gallinas y la lista de objetivos que cumplimos juntos.
LVIII. Mi angustia en tus dudas, mi sosiego en tus ojos.
LIX. Mis aventuras en el bosque de los magreos y el seto que destruimos juntos.
LX. Mi torpe forma de decirte adiós.
LXI. Mi etapa de transición y mi amor por la chica que se infravaloraba (I).
LXII. Mi etapa de transición y mi amor por la chica que se infravaloraba (II).
LXIII. Nuestra historia, rompiendo mi monotonía.
Extra I.
Extra II.

XXIV. Mis compañeros de clase esnifan tiza.

30.7K 3.3K 10.9K
By YourLittleBiscuit

Este lunes, le pedí a Gestalt que trabajásemos en mi deseo de mejorar como persona. Entonces, no sé por qué, me hizo un par de preguntas en las que llevo pensando toda la semana: ¿qué tal me llevo con mis compañeros? ¿Hasta qué punto creo que los conozco? 

Estoy sentado en clases, atendiendo a las explicaciones de literatura de la profesora Goethe mientras medito por quincuagésima vez en la respuesta a las cuestiones de la psicóloga. Le doy un repaso visual a todos mis compañeros y, después, centro mi atención en cada uno de ellos para pensar en sus vidas y, de paso, distraerme un poco. 

Maud Hofer está sentada en su silla, con las piernas juntas y la espalda muy recta, adoptando la pose elegante que tanto la caracteriza. Como casi todos nosotros, proviene de una familia adinerada; sus padres son periodistas y trabajan como locutores en un programa de radio a nivel nacional. El matrimonio cuenta con dos hijas: la mayor también estudió periodismo, es reportera en un canal estatal de baja audiencia y escribe en blogs de noticias bastante populares. Ah, y también administró las redes sociales del Emil Sinclair cuando era alumna. Por su parte, Maud, la menor, es como la oveja negra: amante de la Tierra, dice que quiere estudiar Ciencias ambientales o Biología para ayudar a la naturaleza contra la devastación del ser humano. Su faceta periodística resulta algo fingida, como si se forzase a sí misma a emular a su familia para contentarla, o como si una parte de ella se viese en la necesidad de igualar o superar a esa hermana que le hace sombra. La verdad es que no se relaciona mucho con casi nadie de clases, solo nos observa desde lejos, atenta a cada uno de nuestros movimientos.

Dagna Furtwängler, a pesar de estar en la fila de delante, se entretiene chateando por el teléfono sin temor a que la vea la profesora. Es la menor de tres hermanos que han estudiado economía y sus padres son propietarios del único hotel de lujo que hay en Freude. Sin embargo, no quiere seguir los mismos pasos de su familia, aunque tampoco tiene la más remota idea de qué carrera va a hacer ni de qué va a trabajar. En lo que se refiere a su carácter, es una de las personas más superficiales con las que me he cruzado nunca; tan pendiente del aspecto de los demás, de su posición económica, de qué ropa visten, de los cotilleos, y de muchos detalles que considero banales. Aun con todo esto, creo que es una chica simpática, fácil de tratar y, a pesar de su superficialidad, sé que nunca busca hacerle daño a otro intencionadamente.

Reinhardt Reber es alguien silencioso. Demasiado. Juega al baloncesto pero no ha estado nunca en ningún equipo porque los odia. Es bastante individual. A primera vista parece una persona con la que no te quieres encontrar en un callejón oscuro de noche: es grande como un armario, tanto en lo alto como en lo ancho, pero eso no quita que es una gran persona, de buen corazón. Siempre está pensando en los demás, queriendo escuchar los problemas de sus amigos. Para eso tiene un don. Es hijo único y sus padres son fisioterapeutas, como lo quiere ser él. Su familia está muy unida, y eso se nota cada vez que voy a su casa. 

Adam Neisser lleva siendo uno de mis mejores amigos desde que he entrado a este centro. Es el primogénito y único varón de una familia de cuatro hermanos sin un padre. El agobio que siente ante tanta y tan alborotada presencia femenina en su hogar provocó que se refugiase desde pequeño en los videojuegos, en las series, en la música, en internet o en las casas de sus amigos. Además, la diferencia de edad entre sus hermanas y la falta de paciencia de este ha provocado que su relación con ellas se reduzca a las típicas peleas que terminan cuando ellas le amenazan con cortarle el pelo. Su gran sueño siempre ha sido estudiar la carrera de matemáticas e informática, dos campos que se le dan bastante bien, sobre todo el segundo. 

Tanja Bauer, la mejor amiga de Annie, se caracteriza por ser una chica sobria, competitiva y algo rencorosa, aunque muy sociable. Es hija única de madre abogada y padre profesor de Historia. No tengo mucho que decir sobre ella, ya que es una persona muy reservada. Sin embargo, remarcaré dos cosas que me parecen curiosas: la primera es que ama tanto las Matemáticas que piensa estudiarlas en la universidad. La segunda es que es aficionada al ajedrez; lo juega desde pequeña. Los padres del profesor Endler regentan la escuela de ajedrez en la que Tanja y yo coincidimos a los seis años. Así que ambos conocemos al profesor desde pequeños, pero la relación no fue nada cercana porque él, por esa época, era un adolescente. Aunque eso explicaría el increíble cariño que le guarda ella.

Dustin Kurtz es un chico bastante tímido y metido en su mundo. Sus padres se divorciaron hace poco, lo que le ha repercutido negativamente tanto en su estado de ánimo como en su rendimiento, convirtiéndolo en alguien mucho más despistado de lo normal. Es el mediano de tres hermanos y tampoco tiene claro qué quiere hacer al terminar el Gymnasium. Solo espera que el tiempo y las circunstancias le indiquen el camino a seguir. 

Heidi Spyri es una chica extranjera, que vive con su abuelo a las afueras de la ciudad. Sus padres siguen en su país natal, Suiza, trabajando para darle una buena vida a su hija en Alemania y pagarle la carrera de astronomía. Es alguien bastante amable e inocente, sin embargo y debido a esa actitud, no destaca, lo que lleva a que, como siento ahora, me percate de que no sé casi nada de ella. 

Lo mismo sucede con las gemelas Emily y Emma Töpfer. La primera tiene una actitud muy echada para delante, es ruda, protege mucho a su hermana y quiere estudiar Física. La segunda, Emma, es todo lo contrario, como la otra cara de una moneda: es cerrada, taciturna y asustadiza. Siempre está pegada a su hermana, a quien parece que utiliza como escudo contra todos nosotros. Pero lo más importante es a lo que se quiere dedicar: la Química. Sí, hay alguien en este planeta al que aún le apasiona esa ciencia, lo que la ha convertido en un sujeto digno de estudio.

Aquí, al que más conozco —sin contar a Annie, que obvio de mis divagaciones— es a Klaus Kissinger, mi mejor amigo desde que tengo memoria. Su madre es anestesista y compartió facultad con mis padres, así que se conocen desde hace mucho tiempo. Su padre, fiscal, se acostó hace unos años con su secretaria y la dejó embarazada. A pesar de que interrumpieron el embarazo, el señor Kissinger abandonó a su familia y se casó con su amante para formar una nueva vida con ella. Sé que eso a Klaus le afectó demasiado, porque pasó de ser un chico tranquilo a alguien de emociones exageradas y muy sobreprotector, pues teme perder a sus amistades. Su único refugio después del divorcio fue su hermano mayor, Kai, pero cuando este se independizó, yo me convertí en su nuevo apoyo. Su mayor defecto es, quizás, que tiene demasiado miedo de enamorarse porque teme que le traicionen como hizo su padre con su madre, así que trata a las mujeres de forma superficial. Es un tipo de temor que no comparto. Pero en fin, que sea como quiera ser, al menos me parece un gran avance que declare a Dagna su amor platónico, alguien que, por cierto, se parece a su madrastra. ¿Y a qué se quiere dedicar Klaus? A ser farmacéutico, porque dice que su mayor sueño es atender una farmacia para venderle viagra a los ancianos y condones a adolescentes hormonados y avergonzados.  

Sí, parece que conozco bastante bien a mis compañeros, ¿verdad? Pues hay un problema: que la mayor parte de la información la he sacado de Annie. Si ella no me hubiese contado nada, muchos de estos chicos con los que comparto horas de clases y vivencias serían como folios en blanco para mí. Eso me hace pensar que no le presto la atención necesaria a las personas que me rodean.

Giro mi cabeza a la izquierda y veo a Rainer. ¿Qué podría decir de él? Casi no lo conozco, aunque sé demasiadas cosas sobre su vida. De hecho, por momentos, creo que sé más sobre él que la mayor parte de la gente. ¿Por qué decidió darme ese privilegio? Aquella confesión en el trastero del gimnasio me pilló por sorpresa y, de vez en cuando, le sigo dando vueltas. No sé si se sinceró conmigo para desahogarse, para que lo comprendiese tanto a él como a sus motivaciones personales, o para que ambos iniciásemos de nuevo nuestra relación porque entendió hasta qué punto me dañaba su mala actitud. Quién sabe, quizás fue una combinación de todo. 

Rainer me mira por el rabillo del ojo al percatarse de que lo estoy observando. Tras fruncir el ceño, dibuja una sonrisa ladeada, se recuesta en su silla, se cruza de brazos y me guiña un ojo, para después susurrarme algo:

—¿Qué? Estoy bueno, ¿eh?

Socorro, me estoy riendo solo. 

—Müller, ¿nos puedes explicar qué ves de gracioso en la muerte del poeta Jakob van Hoddis en un campo de concentración nazi? —me pregunta Goethe y yo la miro con el pavor propio de quien ha sido descubierto haciendo algo malo.

—¡Nada! No lo veo gracioso —respondo intentando poner un gesto serio, pero observar de reojo a mi compañero aguantándose la risa potencia la mía. 

—Muy bien, ¿por qué no sales de clase y vas a dar una vuelta para despejarte? —me pide la profesora con un tono autoritario, y sé que no puedo contradecirla, así que, avergonzado, me levanto y me dirijo a la puerta—. Wolf, ¿acaso quieres hacerle compañía? 

—Por supuesto que no —dice él, bostezando para ocultar que aún se ríe. 

Salgo del aula maldiciéndome a mí mismo por mi actitud. Me siento en un banco que hay en el pasillo y me dispongo a ocupar la mente en mis anteriores pensamientos, por el simple hecho de que a la clase de Alemán le quedan siete minutos para terminar, así que, como es obvio, me perderé las últimas explicaciones. Cuento a los compañeros que he descrito mentalmente y me doy cuenta de que me faltan dos: Adler Blume, a quien no tengo el más mínimo interés en conocer, y Adolf.

Ah, el pequeño Adolf Himmler. ¿Es necesario explicar por qué soy demasiado fan de sus padres?

Un chico bajito, obsesionado con la pintura, cuyo mal humor se evapora cada vez que dibuja. No sé nada más de él. No sé cuántos hermanos tiene, ni si su familia sigue unida. Tampoco entiendo qué hace en una clase tan centrada en las ciencias y no en otra de arte. No lo conozco de nada, y eso podría cambiar, porque yo mismo le dije a los nuevos amigos de Axel lo importante que era ser buen compañero y no dejar a nadie de lado. Así que cojo mi smartphone —recuperé el que le di a Sylvia— y le escribo un mensaje. 

Samuel M.: ¡Hola! ¿Quieres que salgamos hoy los dos a algún sitio? No sé, nunca hemos quedado juntos y pensé que eso podía cambiar. ¿Qué te parece?

Adolf H.: ¿HOY?

Samuel M.: O mañana, o cuando quieras y ambos podamos, no sé. 

Adolf H.: VALE

Adolf H.: HOY

Adolf H.: ¿HORA Y LUGAR?

Madre mía. Pero ¿por qué me grita?

Adolf H.: espera espera espera, ¿vas a quedar con Adolf y no con nosotros? e.e

Adolf H.: (¬‿¬) sospechoso

Samuel M.: Adam, ¿has vuelto a quitarle el teléfono a Adolf?

Adolf H.: sí, qué pasa? do you have a problem?

Adolf H.: y por qué le pides para quedar de una forma tan rara? es muy malinterpretable jajaja

Samuel M.: ¡Yo qué sé! ¡No se me ocurrió otra!

Adolf H.: yaaaaaaa, claaaro

Salgo del chat y me encuentro con que están escribiendo en el grupal de clase.

Klaus K.: Müller, esto es alta traición. Ahora mismo, pasa a clases

Adam N.: vas a tener que dar explicaciones

Adam N.: Dustin está preparando la navaja

Dustin K.: ehh D:

Klaus K. ha cambiado el asunto de "Amamos los codos de Dagna" a "Esta noche se sale"

Samuel M.: Me niego.

Tanja B.: ¿todos?

Klaus K.: Chicas no

Maud H.: pos ok

Veo, a lo lejos, a Goethe caminar hacia la sala de profesores. Eso significa que su clase ha terminado y estamos en el descanso, así que me dirijo a clases. Cuando estoy a punto de entrar, choco contra una persona. 

—¡Lo siento! —exclamamos los dos a la vez. Ahí me percato de que se trata de Annie. 

Ella me mira con los ojos muy abiertos y, después, huye en dirección al baño. Yo permanezco en silencio, percatándome de dos cosas: de que es la primera vez que nos hablamos desde la ruptura, y de que mi corazón late rápido debido a este cruce de palabras. 

Me llevo la mano a la nuca y suspiro, nervioso. 

Al entrar en clases me encuentro con una auténtica jungla: Maud discute con Klaus a pleno pulmón, mientras Adolf se sube a la espalda de Adam para intentar darle alcance al teléfono que mi amigo agarra con la mano que tiene alzada. 

—¿Entonces hoy salimos? —pregunta Dustin mientras yo vuelvo a mi asiento. Adam emite un grito agudo cuando Adolf le muerde el brazo. Emma los contempla fascinada. 

—¡Sí! Salida de machos, ¿vamos todos? —pregunta Klaus, que ha decidido ignorar a quien le discute. 

—¡Por supuesto! —exclaman mis compañeros al unísono, golpeando sus mesas.

—No... —murmura Rainer. Adam lo fulmina con la mirada—. Es que tengo que trabajar.

—Joder, Wolf, ¿no puedes pedir la noche libre? 

Él niega con la cabeza y apoya la barbilla en una mano. 

—¿Sin un motivo justificado? Ya gasté esa oportunidad una vez. ¿Verdad que sí, Müller? —me pregunta. Yo frunzo el ceño como respuesta y Klaus nos mira achinando los ojos. Ah, sí, se refiere a cuando vimos Sharknado, aquel favor que me hizo a cambio de nada y de forma tan desinteresada, el día en el que me comporté como un borde con él. 

—¿Y por qué no quedamos en donde trabajas y esperamos a que salgas? —planteo. Él me mira dubitativo, ladeando la cabeza. Después se ríe y asiente, aceptando mi propuesta.

—Me parece bien —finaliza, mientras Adam alza el puño victorioso y Klaus bufa de espaldas. Pero qué mal se lleva con el nuevo. 

Apoyo la barbilla en una mano y miro al frente. De pronto, noto por el rabillo del ojo que Rainer acerca su silla a mi mesa. Acto seguido, me toca la mejilla con la punta del bolígrafo. 

—Hey —le digo, y él me devuelve el mismo saludo—. ¿Qué sucede?

—Estaba pensando en qué no se si te has dado cuenta de un detalle o simplemente lo has pasado por alto a propósito.

—¿Qué detalle?

—Uno de nuestros compañeros no se ha unido a la salida, ¿sabes de quién te hablo?

No es necesario que lo piense, lo noté desde el primer momento; Adler Blume nos ha ignorado, como siempre. Lo miro, ha estado hablando con Dagna desde que entré en el aula, comportándose como si no existiésemos. Si Rainer ya conoce su actitud, ¿por qué me dice esto?

—Sí, Adler. ¿Y qué importa? —pregunto, contrariado. Él niega con la cabeza.

—Podrías decirle que venga con nosotros. 

—¿Qué? ¿Yo? Me parece que soy el menos indicado para eso —murmuro, tampoco me interesa que nuestros compañeros escuchen la conversación—. No sé si lo has notado en los dos meses que llevas en nuestra clase, aunque apuesto que sí, pero ese chico desprecia nuestra compañía, sobre todo la mía. Y su actitud es insoportable, siempre está enfadado y emo. Además, ¿sabes hasta qué punto me molestaba cuando salía con Annie? Llegaba a ser insufrible. Me parece que no se merece mi simpatía, Wolf. Y aunque se la mereciese no me apetece dársela. Es la persona con la que me engañó Annie. 

—Bueno, yo te lo comento porque esta actitud me choca un poco con el mensaje que le quisiste transmitir a los compañeros de Axel el otro día: tener en cuenta a todo el mundo, incluso a los que abusan. Sé que con eso intentabas decirles que, unidos, todos nos volvemos mejores personas. ¿No? —inquiere, con el mismo volumen de voz que yo. Asiento con la cabeza como respuesta y él prosigue—: bien, pues estoy seguro, pero segurísimo, y apuesto un brazo a que es cierto —dice, señalándose al brazo izquierdo—, a que él se comporta así porque estáis acostumbrados a trataros mal entre vosotros y no sois capaces de parar. Además, ¿quién sabe? Quizás Adler no tenga la valentía suficiente de acercarse a ti y firmar la paz, ni tú tampoco. Es como una relación tóxica donde nadie se atreve a dar el paso para terminar con ella. Así que, ¿por qué no pruebas a darle una oportunidad ahora?

Mi respuesta, tajante, llega tan rápido que lo pilla por sorpresa.

—No.

—Oh, vale. Da igual —me responde, con una sencillez y una tranquilidad que me pesan en la conciencia, por lo que necesito defenderme.

—Si estuvieses en mi situación harías lo mismo que yo. 

—No creo. Perdonar me da mucha paz.

No paso por alto sus últimas palabras. Parece tan convencido que me hace pensar que, quizás, soy yo el que se equivoca al tomar esta postura. ¡Demonios! Wolf tiene una gran capacidad de convencimiento. 

—Pero... ¿Y si no le interesa? ¿Y si vuelve a atacarme, como siempre? Hay gente que prefiere estar sola, y a él le encanta estarlo. Es una característica innata a los emos.

Él se recuesta en la silla y se echa a reír.

—¡Vale! De acuerdo, tienes razón. Pero a todo el mundo le gusta estar bien con los demás aunque siga solo, ¿verdad? 

—Supongo.

—Pues si queréis, podríais invitarlo a la salida de esta noche. Aunque, insisto, es solo una sugerencia, la última palabra la tenéis vosotros.

—Sí, lo sé —respondo, mirando a mi mesa. Qué incómodo va a ser esto, pero Rainer tiene razón, me encantaría llevarme bien con todos, y prefiero mil veces antes tener una buena relación de compañeros con Adler a soportar sus estupideces. Además, él no tiene la culpa de lo que pasó entre Annie y yo. Y uno debe ser las palabras que dice; debo cumplir con los ideales que les transmití a los amigos de Axel. Uf, qué complicado es todo—. De acuerdo, me has convencido: hablaré con él. Pero, ¡por favor! Deja de ser la voz de mi conciencia. 

—Te juro que no era esa mi intención —dice, divertido. Entonces, fija su mirada en el pupitre que está a mi derecha y me toca el hombro—. Oye, escucha lo que le está contando Annie a Tanja.

Le hago caso por inercia y centro mi atención en la conversación de mi exnovia, que regresó del baño hace un rato.

—¿Recuerdas que Axel llevaba varios días muy alegre y que yo no entendía el motivo? Pues el domingo por la tarde me pidió que le comprase bollería en el supermercado. Le pregunté para qué, y me quedé toda tonta cuando me dijo que unos amigos suyos iban a ir a casa esa tarde. Yo estaba en plan: ¿qué? ¡¿Amigos?! —relata Annie, llevándose las manos a las mejillas y moviéndose a los lados, alegre, más alegre que de costumbre. Tanja, asombrada, se agarra al borde de la mesa de su amiga y le pide que continúe con la historia—. El caso es que pasé de comprarle bollos. Nos metimos con Anke y con mi madre en la cocina durante toda la mañana y cocinamos galletas, bizcocho y dos pasteles de chocolate. Luego llegaron sus amigos y estuvieron jugando con él durante tres horas. ¡Jo, fue tan genial! Ay, y uno de ellos, Jan, dijo que soy muy guapa. —Esto último lo confiesa casi en un susurro, tímida. Tanja se ríe y le frota el hombro, orgullosa de ella. 

Ahí me invade la felicidad, porque mi ayuda dio un resultado positivo que jamás creí posible. Por el rabillo del ojo, noto como Rainer me observa en silencio, con una sonrisa comedida y yo, movido por la vergüenza, apoyo la mano delante de la boca para que no me vea sonreír a mí también. Nunca pensé que ayudar a los demás resultaría tan satisfactorio.

  °°° 

Cuando terminan las clases, me armo de valor y me dispongo a hablar con Adler. Aprovecho que está bajando las escaleras, solo, para interceptarlo. Él me mira enarcando una ceja, con un gesto de hastío que, por un momento, me quita toda la valentía que había reunido segundos antes.

—Oye, ¿qué te parece si sales hoy con nosotros? —le pregunto y él, como respuesta, resopla en mi cara. O en mi cuello, porque le saco, mínimo, diez centímetros de altura. Acto seguido se aparta y sigue bajando las escaleras—. ¡Eh! Espera. 

—¿Qué coño pasa contigo ahora, Müller? ¿Qué estáis planeando? —me espeta cuando se percata de que le estoy siguiendo. 

Su mal humor me demuestra que debo elegir muy bien las palabras que debo usar para hablarle.

—Pues planeamos salir esta noche, pero tú no te apuntaste. ¿Por qué?

—¿Estás tonto o qué mierdas?

—¿Eh?

—Que deduzcas por ti mismo la respuesta, gilipollas. 

Continúa bajando los escalones hasta llegar al hall. Yo lo miro, todavía quieto en mi posición. Estoy a punto de darme por vencido, sin embargo, recordar la felicidad con la que Annie hablaba de su hermano me envalentona a seguirlo de nuevo. Madre mía, lo que hay que hacer para ser un buen compañero. 

—Quiero llevarme bien contigo —le confieso. Él acelera el paso y escucho un claro «Ja» por su parte—. No digo que seamos amigos, solo que dejemos atrás el hacha de guerra. Creo que es bastante estúpido que nos sigamos llevando tan mal cuando ya no nos une nada.

Ahí es cuando se detiene, apretando los puños. Me parece que lo he molestado, y no sé por qué.

—¿Que no nos une nada? Esa es tu opinión, no la mía. 

—Vale, cuéntame tu opinión. 

Adler se lleva una mano a la frente y comienza a mover la mandíbula inferior a los lados. Tras unos segundos, habla:

—Bien, punto número uno: me acosté con tu ex, deberías odiarme, ¿no? Yo lo haría. Y punto número dos: te he estado jodiendo desde que te conozco, seguro que deseas darme un puñetazo en la cara o algo parecido. Así que no me vengas ahora con que quieres que nos llevemos bien, que no soy tonto. Aunque seguro que tú piensas que lo soy. Así que... —Levanta una mano y la abanea—. Venga, vete y déjame en paz. 

Debería tomarme su mala actitud como algo personal, pero prefiero ignorar su gesto despectivo y guardar la compostura. Necesito explicarle algo.

—Adler, ya sé que Annie no me engañó contigo, sino que te engañó a ti conmigo. Bueno, en realidad, nos engañó a ambos, porque yo pensé que había roto contigo, la verdad. —Él parece sorprendido por como abre la boca ligeramente y me mira dudoso. Yo me encojo de hombros y meto las manos en los bolsillos, como quien intenta parecer despreocupado, o mejor dicho, fingirlo—. No quiero que nos llevemos mal por algo de lo que no tuvimos la culpa ninguno de los dos. Hablo en serio cuando te digo que quiero que nos llevemos bien. Me dan igual todas las veces que me molestaste, son tonterías por las que no tengo que guardarte ningún rencor. De hecho, me apetece mucho más que hablemos bien a que nos hablemos a insultos. Así que, ¿por qué no vienes hoy con nosotros, eh?

—Esto... —balbucea tras escuchar mi discurso, y noto con sorpresa como, por un momento, le tiembla el labio inferior. ¿Por qué?—. ¿Quién te contó lo primero? ¿Annie?

—Claro. 

—Entiendo. —Carraspea y se recoloca el gorro violeta que lleva siempre puesto—. Oye, no sé si es lo más adecuado que quede hoy con vosotros. Además... Dudo mucho que tus amigos me quieran allí.

—Te aseguro que sí. 

—Pero... 

—No te vas a librar de mí, Adler —le advierto, consciente de que el chico ha comenzado a ceder.

—Uf, qué pesado eres. —Se rasca el cuello y mira a los lados, sin tener ni la más remota idea de por dónde escapar. Porque estoy seguro de que, en el fondo, él también quiere que nos llevemos bien—. No sé si hoy estaré ocupado, pero si no lo estoy, iré por mi cuenta a la cafetería donde trabaja el nuevo. 

—¡Genial! 

—Ahora ¿me vas a dejar por fin en paz?

—Sí. Nos vemos por la tarde.

—Supongo. —Ahora es él quien se lleva las manos a los bolsillos, forzándose para ocultar una sonrisa de lado. Se da la vuelta y le pega una patada a algo inexistente en el suelo—. Ja, qué curioso. Yo, saliendo con Müller, quién lo diría —dice y, tras eso, sale por la puerta. 

Cojo el teléfono para decirles por chat privado a nuestros compañeros que Adler nos va a acompañar. Ninguno parece mostrar mucho interés en la noticia, solo me remarcan lo extraño que les parece que yo lo haya invitado. Mi mejor amigo me pregunta si el hecho de que Adler se relacione con otros seres humanos le quitará ese mal humor de emo que lleva siempre. Madre mía.

    °°° 

—Qué te apuesto a que Adler no aparece —se mofa Klaus, abrazando una botella de tequila. Qué obsesión tiene este chico con esa bebida. 

Nos encontramos en la cafetería donde trabaja Wolf. Este, desde el otro lado de la barra, nos dedica malas miradas por el hecho de que nuestro amigo ya está algo borracho. Que sí, que lo entendimos la primera vez que nos lo advirtió, y la cuarta también: si vomita, nos obligará a limpiar su vómito con la lengua. Solo de imaginarlo me da asco, así que procuraré que eso no suceda. 

Tras una hora en el establecimiento, asumimos que nuestro compañero no va a aparecer, pero tampoco es que eso nos desanime. Hemos estado bastante entretenidos hablando con Adolf mientras él se dedicaba a pintar cualquier cosa en las servilletas que había en la mesa. Por lo visto es una obsesión suya; necesita dibujar tanto como respirar. Nos ha contado que quiere estudiar Bioquímica como su madre y que, aunque el arte es su verdadera vocación, no le gustaría vivir de él. Palabras textuales: odiaría ver a su don como la única forma de ganar dinero. No sé, pero su manera de ver la vida me ha resultado muy interesante.

—Con la lengua —murmura Rainer al pasar a nuestro lado cargando una bandeja metálica con las consumiciones de otros clientes—. Lo limpiáis con la lengua, incluso los grumos.

Oh, por favor, qué asco.

Algo interrumpe nuestra conversación, o mejor dicho, alguien. Adler entra en la cafetería y nosotros lo observamos con detenimiento, porque ninguno está acostumbrado a verlo sin la ropa del Gymnasium. Viste de negro: unas converse, un pantalón ceñido al que le cuelga una cadena, una sudadera de Avenged Sevenfold y unos guantes sin dedos. Curioso atuendo.

Se acerca a nosotros con recelo, como un animal asustado que no sabe si van o no a atacarle. A mí esa actitud me agobia un poco, por lo que me dispongo a levantarme para ir a buscarlo, cuando Wolf se me adelanta.

—¿Qué tal, Adler? —le pregunta, apoyándole una mano en el hombro. Parece que ese gesto lo tranquiliza.

—Bien, supongo.

—Genial, pues ellos están allí —prosigue, señalándonos—. ¿Quieres tomar algo? —Adler niega con la cabeza—. Vale, hablamos en un rato.

Cuando llega a la mesa donde nos encontramos, nos saluda con un movimiento de cabeza y toma asiento al lado de la ventana. Nosotros seguimos con la anterior conversación, buscando que Adler participe en ella, aunque es misión imposible; se pasa todo el rato con actitud taciturna, mirando a la nada o chateando por el teléfono. Cuando apoya la frente en el cristal y bosteza, decido que ya es hora de acabar con su silencio.

—¿Y tú qué has hecho esta tarde? —le pregunto, captando su atención. 

—Ah, nada, estuve ocupado en unos asuntos.

—¿En qué asuntos?

—Nada interesante...

—¿Jugabas a algún videojuego? —inquiere Adam.

—¿Veías alguna serie? —sigue Klaus.

—¿Dibujabas? —continúa Adolf.

—¿O simplemente dormías? —finaliza Dustin.

Reinhardt estornuda.

—No, nada de eso. Yo... —duda, mira a los lados y después agacha la cabeza—. Estuve trabajando en un comedor social que está a las afueras de la ciudad.

Todos nos mantenemos en silencio. Todos salvo Klaus, que se ha atragantado con su bebida y tose como si no hubiese un mañana. Reinhardt le da fuertes palmadas en la espalda.

—¿Y qué es lo que haces exactamente en el comedor? —curiosea Adolf, mientras dibuja en otra servilleta.

—Estoy en las cocinas. También sirvo la comida.

—¿Y desde cuándo trabajas allí? ¿Y por qué? ¿Es gratificante o algo por el estilo? —Ahora soy yo el curioso.

—Desde hace algo más de dos años. —Suspira y se permite un momento para pensar la siguiente respuesta—. Y no, no es gratificante, de hecho, me deprime ver a tanta gente sola reunida en un mismo sitio. Son como los olvidados, como los abandonados por una sociedad que les da la espalda cada día, pero les da una palmadita de consolación ofreciéndoles lugares como ese comedor.

Nos miramos  entre  nosotros, sin saber qué decir. Pero por favor, qué chico tan deprimente.

—Oye, pues eso que haces es genial —interrumpe de pronto Rainer, tomando una silla y sentándose a nuestro lado. Se ha permitido un momento de descanso porque no hay nuevos clientes—. En serio, ¿y vas solo?

—Si, ahora sí. Hasta hace poco iba con mi hermana mayor, pero se mudó de ciudad en abril... 

—Pues un domingo que vayas te acompaño, que yo ese día no trabajo. ¿Qué te parece? —le pregunta y él asiente con la cabeza, sorprendido—. Nunca había ido a un lugar así y seguro que no sobran manos. Ayudar a los demás es importante. ¿Verdad, chicos?

Nosotros esquivamos la pregunta, haciéndonos los tontos. Klaus, que se ha mostrado bastante incómodo desde la aparición de nuestros dos compañeros, carraspea para tomar la palabra:

—Sí, casi tan importante como tratar bien a los demás —puntualiza con fastidio—. Me largo a echar una meada. 

Se levanta y entra en el baño. Entonces, se instala entre nosotros un silencio tenso.

Rainer agacha la mirada. Adler se mantiene indiferente ante la mala actitud de mi mejor amigo. Adam, ansioso por terminar con este mutismo, decide desviar el tema de conversación hacia los videojuegos. Al cabo de un par de minutos, ha integrado a todos en la conversación, así que me relajo.

Creo que la noche está yendo bien.

°°°

Cuando Rainer acaba su turno, se quita el delantal de su uniforme de camarero y sale de la cafetería para tomar el aire. No paso por alto que, cuando cruza la puerta, su sonrisa desaparece para ser sustituida por un el gesto decaído. Por eso mismo, me levanto con la intención de hacerle compañía. Al salir, lo encuentro en la entrada, sentado en las escaleras de acceso, fumando.

—¿Qué tal, Müller? —me pregunta cuando tomo asiento a su lado. Apaga el cigarro en el suelo y lo tira dentro de una papelera que hay a su derecha—. Al final salió todo bien.

—Sí, eso creo.

—¿Eso crees?

—Bueno, Adler no parece muy contento.

—Bah, claro que lo está. Dale tiempo. No todos se muestran cómodos a la primera. A algunos les cuesta más que a otros sentirse a gusto con desconocidos. 

—Entiendo —murmuro, observándolo de reojo. Parece preocupado por algo.

Estoy a punto de preguntarle qué le sucede, cuando su voz me interrumpe. 

—Oye, Müller, una pregunta: le caigo mal a tus amigos, ¿verdad?

—¿Qué? No. Claro que no. Lo único que pasa es que todavía no te conocen lo suficiente. Como tú mismo dijiste: a algunos les cuesta más que a otros sentirse a gusto con desconocidos. Pero ¿por qué lo preguntas? ¿Es eso lo que te tiene preocupado? ¿No encajar con tus compañeros de clase?

—La verdad es que no.

—¿Entonces?

—Da igual, es difícil de explicar —responde y, acto seguido, dibuja una sonrisa serena. No, así no conseguirá callarme.

—Explícate —le pido, aunque ha sonado más bien como una orden.

Rainer se lleva una mano a la frente y, tras unos segundos de silencio, vuelve a hablar:

—Es que nuestra relación comenzó en muy malos términos, y ahora que por fin han mejorado las cosas entre nosotros, me preocupa un poco que los comentarios de terceras personas puedan, no sé, fastidiarlo todo. Por eso, como es obvio, prefiero caerle bien a tus amigos. 

Me quedo mudo durante unos segundos, analizando sus palabras. La sinceridad de este chico llega a abrumarme.

—No te preocupes, las cosas que me contaste la otra vez sobre tu vida pesan más en mi opinión que los comentarios que pudiesen hacer mis amigos sobre ti.  

—Oh, vale. Eso es genial —me responde, y noto por su voz que está más animado.

Asiento con la cabeza. No soy capaz de continuar con esta conversación porque no me siento merecedor de la importancia que le está dando a mi persona . Nos mantenemos en silencio, uno para nada incómodo, sino bastante tranquilo. Hasta que un sonido agudo y felino que se acerca desde la lejanía lo interrumpe.

Entonces, ambos reconocemos la figura de un gato gris.

—¿Megalodón? —pregunta Rainer, asombrado. El animal le escucha y se acerca a nosotros corriendo, maullando de una forma bastante característica: parece que está manteniendo una conversación con su dueño—. ¿Pero qué haces aquí a estas horas, tan lejos de casa? —se ríe, mientras su mascota se echa a sus brazos y, acto seguido, se mete debajo de su cazadora. De nuevo parece que a mi compañero le va a salir un alien de la barriga, como en esas películas de miedo—. ¡Quieta, monstruo, que me arañas! —le pide, y de pronto ella asoma la cabeza por el cuello de la chaqueta.

Ahí veo un espectáculo dantesco para mí, pero de lo más común para los dueños de mascotas: Wolf empieza a acariciar la cabeza de su gata con la mejilla, y en un momento dado le muerde en broma la oreja. Ella se queja como respuesta y vuelve a maullar como si estuviera manteniendo una intensa charla.

Acto seguido detiene su ronroneo, que por momentos he confundido con el sonido de una motosierra, me mira y bufa.

—¿Pero qué? Tu gata me odia —me quejo, y él re ríe, abrazándola—. ¿Es que aún quiere verme bajo las ruedas de un autobús?

—No es eso, es que esta diosa es una celosa, ¿verdad que sí, pequeña? —le pregunta, colocándole el dedo índice en la nariz. Esta se lo muerde—. No me quiere compartir contigo.

—¿Qué? —pregunto al momento, algo incómodo por una respuesta que no me tendría que haber contrariado de esa forma.

—Se comporta así incluso con mi padre.

—Ah, entiendo.

Me siento repentinamente ansioso. Hay algo en esta conversación, en este ambiente y en su sinceridad, que me incentiva a hacerle una pregunta que lleva días rondando en mi cabeza y la cual, ahora más que nunca, necesito aclarar. Así que inspiro, me armo de valor y le pregunto:

—Oye, Wolf, ¿recuerdas la noche de Halloween?

—Bueno, más o menos. Iba algo bebido, la verdad. ¿Por qué?

—¿Recuerdas en el bosque cuando salimos de esa casa abandonada?

Él mantiene ahora la mirada gacha y acaricia con lentitud la cabeza de su gata.

—No, no recuerdo ese momento.

No sigo preguntando. Una parte de mí se siente aliviada por el hecho de que no recuerde ese acercamiento tan extraño que hubo entre nosotros dos, la otra se siente decepcionada. Miro de nuevo a mi compañero, el gesto serio domina su rostro.

—Aunque reconozco que esa noche fue genial, me lo pasé muy bien, la verdad —prosigue—, porque estabas tú. Eso lo mejoró todo.

Inspiro profundo. Me paso la mano por el pelo, inquieto. El gato vuelve a bufarme.

—Oh, gracias.

—Así que también me alegra que hoy estés aquí. Has hecho esta noche de viernes mucho más entretenida.

Otro bufido. Me sorprende tanta consideración hacia mi persona. Incluso parece que se ha olvidado de que nuestros compañeros están dentro del establecimiento. Es como si, para él, solo hubiese venido yo.

—Ya, a mí también me caes bien —consigo decir, dudoso—. Supongo que por eso quise que estuvieses hoy con nosotros.

—Supones —remarca, y yo me encojo de hombros—. Y te agradezco ese detalle. ¿Sabes una cosa, Müller? También te doy las gracias por permitirme explicarte mi vida y mis problemas. En cuanto los escuchaste, quisiste que dejase de estar mal, te preocupaste por mí e incluso me integraste en tu grupo de amigos. No sé si es imaginación mía, pero siento que has buscado formas de estar a mi lado para asegurarte de que esté bien. Eso es más de lo que ha hecho mucha gente por mí. Por eso quiero que sepas que desde que hicimos las paces estoy mejor, y todo es gracias a ti. No te imaginas lo muy en cuenta que tengo eso.

—No es nada —le digo de forma escueta, porque sigo sorprendido y no sé qué responder. Tengo la mente en blanco. Él levanta la vista y clava sus ojos en los míos.

—Sí es algo —murmura—. No sabes lo mucho que puedes ayudar a una persona con un simple gesto altruista. Y cuando lo consigues, esa persona ya no te olvida. ¿Recuerdas? —Sé a que se refiere con esa pregunta; me dijo algo parecido cuando ayudé a Axel—. Yo no olvido. No puedo evitar fijarme en que buscas mejorar como persona ayudando a los demás, ¿me equivoco? Te lo digo porque yo también comencé a comportarme así cuando creí que no podía tocar más hondo en mi vida. Me levanté por los demás, y tú también lo haces. Me gusta como eres, Samuel.

Ahí ni siquiera el gato bufa, ni encuentro más palabras para responder. Solo me concentro en el hecho de que siento un calor sofocante en el pecho. Me llevo ambas manos al cuello y noto lo rápido que me late el corazón.

—¿Qué sucede? —me pregunta, confuso.

—Nada.

Y, tras un momento de vacilación, me responde con un repentino tono bromista:

—Está bien. Pero si vas a vomitar, lo limpias con la lengua.

Entonces, la gata maulla asustada y se oculta dentro de la cazadora de Wolf.

—Sí sucede algo: sucede que esta sociedad es una mierda —murmura alguien a nuestra espalda con una voz tétrica. Nos giramos y nos encontramos con un Klaus bastante desanimado—. Vivimos en un mundo donde el ser humano se esconde porque tiene miedo de aceptar su fracaso social.

¿Pero qué?

—Bien, te has pasado demasiado tiempo hablando con Adler —diagnostica Rainer, empujando hacia dentro de la cafetería a mi amigo—. Es mejor que volvamos a dentro.

Y ambos atraviesan la puerta, dejándome solo. Yo me llevo de nuevo las manos al cuello para comprobar el ritmo de mis latidos, aún acelerados, y busco cómo tranquilizarlos en vano.

Creo que hay algo que no estoy entendiendo de todo esto.

Solo te diré una cosa: deberías hablar con mi núcleo estriado, y con mi ínsula.

¿Eh?

°°°

Continue Reading

You'll Also Like

883K 131K 53
Elías es tímido y solitario. Samuel es espontáneo, risueño y brutalmente honesto. Por azares del destino, estos dos chicos de quince años cruzan sus...
23.1K 4.2K 45
¿Cuál es la diferencia entre el amor propio y el egoísmo? ¿O es que existe entre ellos una línea delgada que se puede cruzar con facilidad? Irse o qu...
9.6K 1.1K 28
Altaír, tras un hermoso sueño queda enamorado de su amigo y compañero de clase Zahir. O como a él le gusta llamarlo: Verde. Completamente enamorado...
11.5K 1.5K 51
「Martes y Viernes」Bruce O'Donnell y Gavin Farrell, son dos amantes que cumplen con su deber como parte de los subjefes de la mafia. La pasión de ambo...