La Piedra del Matrimonio

By alseidetao

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Para evitar las maquinaciones del Ministerio, Harry debe casarse con el reacio Severus Snape. Pero el matrimo... More

Capítulo 1: La piedra del matrimonio
Capítulo 2: Con Este Anillo
Capítulo 3: Habitantes de la mazmorra
Capítulo 4: Enfrentándose al mundo
Capítulo 5: Marcas oscuras
Capítulo 6: Vivir con Snape
Capítulo 7: Lazos que unen
Capítulo 8: Todos los hombres del Rey
Capítulo 9: La estrella del perro
Capítulo 10: Espadas y flechas
Capítulo 11: Enfrentándose a Gryffindors
Capítulo 12: Emplazando culpas
Capítulo 13: Entendiendo a los hombres lobo
Capítulo 14: Volviendo a la normalidad
Capítulo 16: Conociendo a los cuñados
Capítulo 17: Espinas
Capítulo 18: El corazón del laberinto
Capítulo 19: Vínculos
Capítulo 20: Sinistra
Capítulo 21: Serpientes
Capítulo 22: Familia
Capítulo 23: Lobos
Capítulo 24: Lecciones de Historia
Capítulo 25: Nochebuena
Capítulo 26: Regalos de Navidad
Capítulo 27: Antes de la tormenta
Capítulo 28: Vikingos
Capítulo 29: Entender el deber
Capítulo 30: Persecución
Capítulo 31: Acortando distancias
Capítulo 32: El dolor de crecer
Capítulo 33: Largas historias
Capítulo 34: A dormir
Capítulo 35: Al abismo
Capítulo 36: Cargando la piedra
Capítulo 37: El otro lado
Capítulo 38: Política
Capítulo 39: Honor familiar
Capítulo 40: La locura del lobo
Capítulo 41: Salvaje
Capítulo 42: Caramelos de limón
Capítulo 43: Para eso están los amigos
Capítulo 44: Cierra los ojos
Capítulo 45: Amaestrando al dragón
Capítulo 46: Viendo rojo
Capítulo 47: Cedo
Capítulo 48: El Lobo en la puerta
Capítulo 49: Bailando
Capítulo 50: La materia de los sueños
Capítulo 51: Grandes gestos románticos
Capítulo 52: San Valentín
Capítulo 53: Afecto de cortesía
Capítulo 54: Despertando a Lunático
Capítulo 55: Maniobras legales
Capítulo 56: Peones
Capítulo 57: Obviedades
Capítulo 58: El significado de las cosas
Capítulo 59: Algo maligno
Capítulo 60: La voz del Rey
Capítulo 61: La llamada
Capítulo 62: Stonehenge
Capítulo 63: El corazón sangrante
Capítulo 64: El resto del mundo
Capítulo 65: En la luna
Capítulo 66: Sinestesia
Capítulo 67: Cantos afilados
Capítulo 68: La búsqueda del poder
Capítulo 69: Al final de este camino
Capítulo 70: El precio del valor
Capítulo 71: Lo que importa
Capítulo 72: Yendo hacia delante
Capítulo 73: Así es como el mundo acaba
Capítulo 74: El sol moribundo
Capítulo 75: Valeroso mundo nuevo
Capítulo 76: Los indignos
Capítulo 77: Historia antigua
Capítulo 78: Regresando a casa
Capítulo 79: Solucionando
Capítulo 80: Decisiones y Progreso
Capítulo 81: El amanecer de un nuevo día
Capítulo 82: Echando una mano a las cosas
Capítulo 83: Sorpresas en todas partes
Capítulo 84: Extraños compañeros de cama
Capítulo 85: Borrones
Capítulo 86: Furia
Capítulo 87: Pasiones
Capítulo 88: De vuelta al negocio
Capítulo 89: Idas y Venidas
Capítulo 90: Maniobras Legales II
Capítulo 91: Rosas
Capítulo 92: Educación continua
Capítulo 93: Los recién llegados
Capítulo 94: Experiencias de aprendizaje
Capítulo 95: Encuentros cercanos
Capítulo 96: En desacuerdo
Capítulo 97: Hacer las Paces
Capítulo 98: ¿Quién sabe?
Capítulo 99: La paz se desmorona
Capítulo 100: Comienzan las hostilidades
Capítulo 101: Primeras señales del futuro
Capítulo 102: Lecciones desplegadas
Capítulo 103: El fin de los vampiros
Capítulo 104: Reconocimiento y premonición
Capítulo 105: Verdadera naturaleza
Capítulo 106: Exámenes finales
Capítulo 107: Explicaciones
Capítulo 108: La calma antes de la tormenta
Capítulo 109: Reescribiendo la historia
Capítulo 110: La fuerza del vínculo
Capítulo 111: Magia salvaje
Capítulo 112: Consecuencias del ataque
Capítulo 113: Últimos días de tranquilidad
Capítulo 114: Rudos Despertares
Capítulo 115: Primeras Impresiones
Capítulo 116: Desquitarse
Capítulo 117: Nuevos comienzos
Capítulo 118: Tiempos felices
Capítulo 119: Tiempos de fiesta
Capítulo 120: Favor de Merlín
Capítulo 121: Fin del verano, parte 1
Capítulo 122: Fin del verano, parte 2
Capítulo 123: Una falta cercana
Capítulo 124: Retrasar lo inevitable
Capítulo 125: Las formas de la primera ola
Capítulo 126: Compañeros de cama más extraños
Capítulo 127: Planificación de la Operación Castillo Mágico
Capítulo 128: Revelaciones
Capítulo 129: La primera ola se rompe
Capítulo 130: Limpiando
Capítulo 131: Padrinos
Capítulo 132: Percepciones erróneas
Capítulo 133: Zona de conflicto
Capítulo 134: Visitantes
Capítulo 135: Pez fuera del agua
Capítulo 136: La segunda ola
Capítulo 137: La batalla de Hogsmeade
Capítulo 138: Algunas explicaciones que hacer
Capítulo 139: Decir adios
Capítulo 140: Faltas de comunicación
Capítulo 141: Las formas de la tercera ola
Capítulo 142: El Campeón del Rey
Capítulo 143: La batalla de Hogwarts
Capítulo 144: La gratitud del rey
Capítulo 145: Los Comienzos del Rey
Capítulo 146: La Vida del Rey

Capítulo 15: Modales

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By alseidetao


Tras aquel fin de semana repleto de emociones, Harry estuvo de lo más agradecido de que la semana fuese aburrida. La luna llena cayó en viernes, y ese día Sirius y Remus estuvieron fuera del castillo, tras comunicar a Harry que probablemente no volverían hasta el domingo. Snape había preparado la Matalobos para Remus, pero de todas formas éste solía estar agotado por la transformación y planeaba quedarse durmiendo la mayor parte del sábado. Sirius iba a quedarse con él, aunque había confesado a Harry que su cortejo no parecía avanzar. Remus trataba sus flirteos como bromas.

La cena en el gran comedor del viernes noche fue particularmente movida debido a que muchos alumnos de séptimo de Gryffindor y Hufflepuff habían logrado comprar algunas de las últimas novedades de los Gemelos Weasley y se dedicaron a torturar a los Slytherin y Ravenclaws. Algunos alumnos tenían cabello rosa y orejas de conejo, para gran diversión del resto. Harry, sabiendo a lo que se atenía, procuró no aproximarse a los bromistas.

– ¿Sabes ya qué te vas a poner? –le preguntó Hermione cuando se sentaron a la mesa a disfrutar de la cena. Neville y Dean alzaron la vista y miraron a Harry con curiosidad.

– ¿Llevar, cuándo? –inquirió Dean.

–El pobre Harry tiene una cena con la familia de Snape mañana por la noche –les informó Ron con una mueca de disgusto– ¿Os imagináis una casa llena de Snapes?

– ¡Oh, Harry! –Neville abrió mucho los ojos– ¡Una cena de magos formal, con los Snape para colmo!

Harry miró al cielo.

–No puede ser tan malo –protestó– Snape dice que su familia no se le parece en nada.

–De todas formas –Neville se estremeció– yo no soporto las cenas formales. A mi abuela le gusta montarlas, pero yo siempre me pongo demasiado nervioso y no pruebo bocado al final.

– ¿Demasiado nervioso? –Harry frunció el ceño, preguntándose si había algo que Snape no le hubiese dicho. Cenas de magos formales. Ni había pensado en ello, en que fuesen formales. Miró a su plato, recordando repentinamente la ocasión en que había cometido el error de perturbar a su tía antes de una las cenas de gala. Debía haber tenido seis o siete años y sentía gran curiosidad por los aspavientos de su tía respecto a los preparativos de la mesa. Había salido de la alacena para mirar y había visto la vajilla buena de porcelana, que tía Petunia siempre mantenía guardada bajo llave. Recordaba vagamente que había más de una copa de cristal fino, y más de un tenedor por persona. La plata había parecido tan hermosa que había alargado la mano para agarrar una cuchara y contemplar los motivos inscritos en los relucientes mangos.

Petunia le había visto entonces y había chillado rabiosa, le había agarrado de la muñeca y le había arrastrado, gritándole todo tipo de insultos. Le metió en la cocina para castigarle por atreverse a tocar sus cosas. Incluso ahora recordaba a la perfección cómo le había colocado sobre la pica para rociar su mano con agua hirviendo de la tetera. Estaba sollozando de dolor cuando le había devuelto a la alacena, amenazándole con que como hiciera un solo ruido, un solo intento de espiarles durante la cena, se pasaría una semana entera sin oler la comida siquiera.

Se pasó la noche apretando su mano escaldada contra el pecho, mordiéndose el labio para acallar sus propios quejidos, y había escuchado el tintineo de la más delicada porcelana acompañado de la risa de los invitados. Ésa había sido su única experiencia con ningún tipo de comida formal.

– ¿Cómo son? –preguntó Harry, repentinamente receloso al darse cuenta de que no tenía la más mínima idea de cómo comportarse en una cena de gala. Sabía que tenía modales correctos: la señora Weasley se lo había dicho a menudo, pero dudaba de que las comidas en las que había estado en la Madriguera pudiesen ser consideradas formales en modo alguno. Los gemelos habitualmente se pasaban el tiempo lanzando comida a través del comedor con una cuchara.

– ¿Cómo son el qué? –preguntó Hermione.

–Las comidas formales –replicó Harry– Me refiero a que vi una vez a mi tía poniendo la mesa para una cena de gala y había más de un tenedor. ¿Para qué necesitas dos?

–Buena pregunta –se río Ron entre dientes– Quizás para comer el doble...

– ¿Nunca has ido a comer a ningún restaurante bueno, Harry? –inquirió Hermione con curiosidad. Harry pensó en ello unos segundos. Los Dursleys nunca le habían llevado a un fastfood, mucho menos a un restaurante de postín. En realidad, hasta que no había llegado a Hogwarts rara vez había llegado a comer en una mesa.

–Comí una vez en el Caldero Chorreante. Y tomé un helado en el callejón Diagon.

–Oh –dijo ella, echando un vistazo a Neville que se encogió de hombros con aire dubitativo– No me refería a eso...

–Los distintos tenedores son para las distintas etapas de la comida, Harry –le dijo Neville– pero es una cena de una familia del mundo mágico, así que tendrás que usar algo llamado "vizcaína" en el lenguaje antiguo. Es un tipo de daga.

– ¿Dagas? –exclamó Harry. No podía creer lo que estaba oyendo.

–Depende de lo considerados que sean los Snapes –le comentó Dean– Teniendo en cuenta que todo el mundo sabe que te educaron muggles, por cortesía tendrían que hacer una concesión y tener los instrumentos típicamente muggles como tenedores. Pero algunas de las familias de "sangre limpia" no usarían un tenedor en una cena formal así les matasen.

– ¿Sin tenedores? –preguntó Harry anonadado. Ron le dio un codazo y le indicó la mesa Slytherin.

–Fíjate cómo come Malfoy. Coge el cuchillo en la mano dominante y pincha su carne.

Harry miró a Malfoy. Estaba embebido en una conversación con Blaise Zabini, pero Ron tenía razón: tenía en la diestra un cuchillo afiladísimo y una cuchara en la otra mano, que usaba únicamente cuando era imprescindible. La mayoría de Slytherins hacían lo propio, y cuando Harry desvió la mirada al resto del comedor, se dio cuenta de que no eran los únicos: un buen número de Ravenclaws e incluso algún Gryffindor tenían los mismos modales. Un vistazo rápido a la mesa de los profesores le reveló que Snape comía así, y para su sorpresa Dumbledore, McGonagall, Flitwick y Sinistra lo hacían también. Hagrid, por supuesto, comía con los dedos como siempre. Harry volvió a mirar a sus amigos con aire atónito.

– ¿Lo hacen todo con dagas?

– En una comida formal del mundo mágico, sólo se usan dagas y cucharas. Los tenedores se consideran demasiado muggles, e incluso algunos consideran que trae mala suerte tenerlos en la mesa –explicó Neville. Harry miró a Hermione, buscando que le confirmase o denegase esto. La chica se encogió de hombros.

– En realidad, nunca he ido a una cena formal de magos –le informó– pero he leído sobre ellas. Tienen todo tipo de manierismos que los muggles no poseen.

–Pero ni siquiera conozco las normas muggles –protestó Harry– ¿Cómo voy a adivinar cuáles son las propias de magos?

–Te podemos dar un curso rápido, Harry –ofreció Neville– Soy un desastre en las ceremonias, pero al menos me sé las costumbres. Mi abuela insistió en ello.

– ¿Y puedo aprender todo lo que necesito para mañana? –preguntó Harry esperanzado.

–Bueno... –Neville pareció algo escéptico al respecto– Podemos intentarlo.

–No te olvides del entreno de Quidditch –le recordó Ron– es más importante que la cena de Snape.

–No si Snape le estrangula –apostilló Neville. Ron tuvo que darle la razón, aunque a regañadientes. En su opinión, pocas cosas eran más importantes que el Quidditch.

­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­

Severus se pasó la mayor parte del día en el aula de pociones, corrigiendo, poniendo nota y preparando clases para la semana siguiente. Regresó a sus habitaciones temprano para arreglarse, ya que su familia les esperaría hacia las cuatro. Harry no estaba allí.

Mientras entrenaba, Severus le había escogido ropa adecuada y se la había dejado con una nota informándole de la hora a la que tendrían que marcharse. Al entrar en el dormitorio vio que el conjunto ya no estaba, y la nota estaba sobre las almohadas. Un vistazo rápido le reveló que Harry había apuntado una respuesta al final, diciendo que tenía algo que hacer y que se vestiría en la torre de Gryffindor, pero prometía llegar a la hora.

Perfecto, pensó Severus. Eso haría que no se estorbasen el uno al otro.

Preparó su propio atuendo y luego entró en el baño para ducharse. Se encontró pensando cada vez más en Harry, para su propia consternación, y que había estado los últimos diez minutos intentando adivinar cómo le quedaría el traje formal que le había elegido. Sacudió la cabeza, profundamente disgustado consigo mismo.

Se enrolló una toalla a la cintura, secó su pelo con un hechizo rápido y se miró al espejo con ojo crítico. ¿Qué iban a pensar sus hermanos cuando le viesen junto a Harry Potter? Probablemente que había usado algún tipo de magia oscura para obligarle a casarse con él.

Estaba claro que no iba a ganar en la vida un concurso de belleza. Echó una mirada furibunda a su nariz: no había sido nunca particularmente atractiva, y el habérsela roto de joven no había hecho nada por mejorarla. Era fuerte y estaba bien desarrollado, pero no tenía gran cosa más como atractivo físico. E incluso aquel cuerpo atlético tenía grandes máculas, como la Marca Oscura de su brazo, aún más llamativa por las bandas de plata que la protegían.

Y para colmo estaban las cicatrices. Había estado en tantos duelos que tenía una hermosa colección. Podría haberlas evitado de haberlas tratado antes de que dejasen marca, por supuesto, pero eso no era lo que hacían los Slytherin. Las cicatrices eran marcas honorables en los círculos de duelistas. Desde pequeño le habían enseñado a hacer las cosas de forma educadamente Slytherin. Al menos esa costumbre la había abandonado: ahora curaba cualquier herida nueva antes de que dejase rastro.

Harry se había fijado en las cicatrices. Eso le había sorprendido. Significaba que en algún momento el chico le había mirado mientras estaba al menos parcialmente desvestido. Hasta el momento Harry se había cuidado mucho de ofrecerle la oportunidad de hacer lo propio, y él le había dejado toda la privacidad posible, pero de todas formas conocía al menos parte de su cuerpo bastante bien: en los últimos años había ayudado a la señora Pomfrey a menudo a curarle. No podía evitar preguntarse qué pensaba que chico de él. No había sido capaz de deducirlo de aquel comentario único pero revelador que había soltado cuando Lupin y Black le explicaban cosas de los deportes sangrientos. Suponía que no valía la pena considerar que el chico le hubiese podido encontrar remotamente atractivo. Los chicos perfectos de Gryffindor no encontraban a los escurridizos Slytherin atractivos. Eso era un hecho.

Tampoco es que hubiese hecho nada para mejorar su aspecto. Nunca había sido importante para él.

Frunció el ceño mirando su reflejo, y luego tomó la varita para realizar un hechizo de afeitado. Normalmente prefería usar la cuchilla, pero el hechizo tenía un acabado más limpio. Un simple hechizo limpió sus dientes igual, y en un impulso caprichoso añadió otro para blanquearlos. Algo mejor, se dijo, y luego decidió dejarlo por imposible, dado que, ¿quién podría ignorar aquella nariz lo suficiente como para fijarse en el resto de sus rasgos?

Dejó la varita con un suspiro y alargó la mano hacia su gel para el cabello. Se detuvo antes de abrir la botella, mirándola pensativo. Ése era otro hábito típicamente Slytherin: todos los Mortífagos elegantes fijaban el pelo de forma limpia, lejos del rostro, en mechones inamovibles. Irónicamente, hacía que las máscaras fuesen mucho más fáciles de llevar. Era una práctica común en su generación, y debido a que Draco Malfoy marcaba la moda de su grupo de edad, era así mismo bastante habitual entre los estudiantes.

Escurridizos Slytherin, astutos, engañosos y grasientos como serpientes, en contraste con los dorados Gryffindor que se parecían a su desmañado león. Habitualmente llevaban el cabello libre y salvaje, sin pensar en la elegancia o la comodidad. Como Lupin y Black. Como Harry, cuyo cabello perpetuamente alborotado parecía estar rogando que alguien pasase los dedos para amansar aquellos rebeldes mechones.

Severus dejó la botellita sin abrir, mirándose en el espejo. Sin aquel producto, su cabello parecía sedoso y alocado, muy similar al de Sirius Black. ¿Sería así como les gustaría a los Gryffindor? Volvió a guardar la brillantina en el armario, frunciendo el ceño y burlándose mentalmente de sí mismo por esperar que aquello marcase algún tipo de diferencia en la percepción que Harry tenía de él. Otro vistazo a su reflejo le hizo resoplar. No podía soportar tanto desorden. Buscó un compromiso, peinándose con todo el cuidado posible y atándolo luego con una cinta negra.

Ya había tenido su dosis de vanidad para una vida entera, decidió volviendo la atención a su vestimenta. Se puso los calzones, el jubón y las botas que había elegido antes de volver al dormitorio. Un vistazo rápido le recordó que era casi la hora. Se preguntó si Harry estaría listo. Regresó al salón, donde estaba Harry mirando al fuego pensativamente. No le vio de inmediato, dándole tiempo de detallar al muchacho... Joven, se corrigió, puesto que ahora mismo su figura no tenía nada de aniñado.

Harry vestía el jubón verde que Severus le había elegido, las calzas finamente cosidas en cuero de dragón y botas. Todo el traje estaba punteado en plata resplandeciente, con motivos bordados en el jubón y delicados tachones decorativos en los pantalones. Como había sido hecho a medida, le sentaba como un guante: los calzones eran pecaminosamente reveladores, el jubón realzaba la figura esbelta y atlética del Buscador. Su cabello seguía revuelto, sus gafas le daban un aire de torpeza juvenil, pero en general era lo más parecido a un príncipe "sangre limpia" Slytherin que Severus hubiese visto en su vida.

Finalmente se dio cuenta de que Severus estaba allí y se levantó ágilmente. Severus se forzó a mirarle a la cara en vez de reseguir su cuerpo con la mirada como deseaba hacer. Aquellas calzas eran el colmo de la decadencia. Se preguntó si Harry tendría la más mínima idea de lo atractivo que estaba.

Agradeció el haber controlado sus más bajos instintos, al permitirle captar en toda su gloria la expresión de Harry cuando le vio a él. Los ojos del joven se desorbitaron tras las gafas, su boca se abrió en una "o" de sorpresa.

–Estás... –comenzó el chico. Severus se preparó para el insulto– Bien –Severus frunció el ceño. Bien. Desde luego era más de lo que había esperado. Un cumplido, aunque no es que fuese la alabanza más sentida del mundo– Me gusta tu pelo –añadió el chico. Severus no pudo evitar que la sorpresa se reflejase en su rostro, aunque en ese instante preciso decidió arrojar a la basura cualquier botellita restante de brillantina.

Harry se sonrojó súbitamente al darse cuenta de que no sólo le había dedicado un halago, sino que lo había hecho dos veces. Cruzó los brazos en gesto defensivo, con el rostro en blanco como consecuencia de la reacción que debía estar sufriendo por atreverse a ofrecer un comentario agradable sobre la apariencia de su compañero. Severus decidió ser compasivo.

–Usted también está muy elegante, señor Potter –dejó que una leve diversión y burla adornaran su tono, la suficiente para hacer que el chico hiciese un gesto exasperado al oírle– ¿Hemos terminado de dedicarnos zalamerías? –añadió algo más seco.

–Por favor –dijo Harry en tono tanto o más seco. Frunció el ceño repentinamente– Oye, respecto a esta cena... –Severus se tensó, previendo lo que venía. Harry se iba a echar atrás. No podía culparle, probablemente la noche fuese horrible– Creo que debo avisarte de que lo más probable es que te avergüence –terminó Harry de forma completamente inesperada para Severus.

– ¿Disculpa? –se fijó en que Harry estaba frotando de forma nerviosa una de sus manos, un gesto extraño e inconsciente que nunca le había visto hacer hasta el momento. Por algún motivo, parecía terriblemente incómodo.

–Que voy a avergonzarte –explicó Harry– Ante tu familia. Neville y Hermione me han intentado explicar las costumbres, pero no he ido a nada tan formal en la vida. Quiero decir, lo más cercano que estuve a algo así fue un vistazo que le eché a la mesa de mi tía y me castigaron por ello... –dejó el tema, con un aire sombrío que se apresuró a dejar de lado– En todo caso, Nev y Mione se han pasado toda la tarde explicándome cosas sobre las dagas, y la sal, y la mantelería, pero creo que se me ha ido de la cabeza. Creí que sería mejor avisar.

Severus le miró fijamente en silencio, procesando lo que acababa de escuchar. Que el chico hubiese hecho tal esfuerzo para aprender la etiqueta de una comida mágica para no abochornarle era algo extraordinario. No pudo evitar preguntarse qué había hecho para merecer aquella consideración. Pero había algo que le estaba poniendo tremendamente nervioso: Harry no había dejado de frotarse la mano izquierda, como si le doliese.

– ¿Cómo te castigó tu tía? –preguntó en voz baja. Como había sospechado, sus palabras hicieron que el chico se fijase de inmediato en sus manos. Inmediatamente detuvo aquel gesto nervioso y dejó caer los brazos a los lados, con una expresión que desapareció rápidamente de su rostro, pero que dijo a Severus lo que necesitaba saber: su tía le había herido físicamente, y su cuerpo lo recordaba aunque su mente no quisiese reconocerlo.

–No tiene importancia –dijo rápidamente– lo que quería decir es que probablemente meta la pata espectacularmente pasando la sal con la mano que no es o extendiendo la mantequilla en el lado equivocado. Sólo pensé que debías saberlo.

Severus estrechó la mirada.

– ¿Te preocupa que pueda enfurecerme? –sospechaba ahora de dónde provenía el nerviosismo. Aunque Harry pudiese entender racionalmente que no iba a castigarle por un error de modales, inconscientemente seguía recordando toda una vida de abusos.

–Bueno, sí –admitió Harry, sorprendido de que le preguntase algo así– Lo logro con facilidad. Tengo años de práctica. Sólo pensé que debías prepararte para ello. Si creías que era malo en pociones, cuando no tenía ni idea de lo de picar o hacer dados, bueno... Esto probablemente sea mil veces peor.

Severus notó cómo sus labios se curvaban, e intentó contener la sonrisa burlona. Los Gryffindor eran demasiado honorables para su propio bien. Cualquier Slytherin hubiese visto esta ocasión como la perfecta para una venganza. Si a Severus le hubiese importado lo más mínimo la opinión de su familia.

–Creo que piensas que me preocupa lo que mi familia pueda pensar de mí –comentó– o de ti, ya puestos. No es así. De hecho me parecería particularmente entretenido ver a mis hermanos y a sus esposas teniendo ataques de nervios debido a las convenciones sociales mientras intentan ser educados con el Chico­que­vivió.

– ¿Eh? –Harry parecía muy confuso. Severus se permitió una leve sonrisa ahora.

–Pareces olvidar que sin ti su estatus social es cuestionable como poco. Podrías comenzar a tirar comida con el tenedor en la mesa, y lo único que harían es sonreír y fingir que no ocurre nada.

– ¿De veras? –Harry sonrió ampliamente– Bueno, de acuerdo. Entonces no me preocuparé por el tema.

–Perfecto –asintió Severus. Fue hasta la repisa de la chimenea para coger el trasladador que había dejado allí: una pequeña moneda de plata que podía llevar fácilmente en el bolsillo.

– ¿Qué me puedes decir de tu familia? –Preguntó Harry– ¿Cuánta gente va a haber?

–No tengo idea de cuántos vendrán –admitió Severus– Tengo tres hermanos y una hermana, Diana. Los dos mayores, Claudius y Marcellus, son bastante parecidos. Algo bruscos, pero sociables, aunque en ocasiones son algo groseros, cosa que no me agrada en exceso. Sus esposas fueron escogidas por su apariencia y no por su cerebro, algo muy obvio en cuanto abren la boca. Diana es callada, y dulce, un alma amable; su esposo es su opuesto en todo –Severus sacudió la cabeza levemente. Siempre había pensado que Diana había elegido un esposo inadecuado, aunque ambos parecían tenerse muchísimo aprecio.

– ¿Y el tercer hermano? –preguntó Harry con curiosidad.

–Julius –le dijo Severus– Es el más joven. No le conozco demasiado. Era muy joven cuando rompí relaciones con la familia. Por lo que más recuerdo era el más parecido a nuestro padre... al menos en cuanto a modales. No es mucho más mayor que tú.

– ¿Hay niños?

Severus se encogió de hombros:

–Mi hermana tiene dos hijos, de tres y cuatro años. Claudius tiene uno, de seis. Nunca les he visto –vio cómo Harry fruncía el ceño y dejó de lado su propio pesar al respecto. No es que fuese un sentimiento muy intenso, en realidad no le gustaban demasiado los niños, pero suponía que debería hacer el esfuerzo de conocerlos. Considerando el matrimonio que había realizado, era más bien improbable que tuviese hijos propios, y eventualmente debería escoger alguno de sus sobrinos como heredero– ¿Estás listo? –le preguntó, tendiéndole el trasladador. Harry asintió y se acercó a él, tocando la moneda al tiempo que él. Severus le dio un toque con su varita, y un instante después ambos eran lanzados a través de la distancia.

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juju al final no les dije si haría el maratón o no y ahora les digo.............. que si lo haré!!! 

esta vez no pediré las estrellitas y los comentarios porque pasado mañana empezara el maratón :3

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