La Piedra del Matrimonio

alseidetao tarafından

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Para evitar las maquinaciones del Ministerio, Harry debe casarse con el reacio Severus Snape. Pero el matrimo... Daha Fazla

Capítulo 1: La piedra del matrimonio
Capítulo 2: Con Este Anillo
Capítulo 4: Enfrentándose al mundo
Capítulo 5: Marcas oscuras
Capítulo 6: Vivir con Snape
Capítulo 7: Lazos que unen
Capítulo 8: Todos los hombres del Rey
Capítulo 9: La estrella del perro
Capítulo 10: Espadas y flechas
Capítulo 11: Enfrentándose a Gryffindors
Capítulo 12: Emplazando culpas
Capítulo 13: Entendiendo a los hombres lobo
Capítulo 14: Volviendo a la normalidad
Capítulo 15: Modales
Capítulo 16: Conociendo a los cuñados
Capítulo 17: Espinas
Capítulo 18: El corazón del laberinto
Capítulo 19: Vínculos
Capítulo 20: Sinistra
Capítulo 21: Serpientes
Capítulo 22: Familia
Capítulo 23: Lobos
Capítulo 24: Lecciones de Historia
Capítulo 25: Nochebuena
Capítulo 26: Regalos de Navidad
Capítulo 27: Antes de la tormenta
Capítulo 28: Vikingos
Capítulo 29: Entender el deber
Capítulo 30: Persecución
Capítulo 31: Acortando distancias
Capítulo 32: El dolor de crecer
Capítulo 33: Largas historias
Capítulo 34: A dormir
Capítulo 35: Al abismo
Capítulo 36: Cargando la piedra
Capítulo 37: El otro lado
Capítulo 38: Política
Capítulo 39: Honor familiar
Capítulo 40: La locura del lobo
Capítulo 41: Salvaje
Capítulo 42: Caramelos de limón
Capítulo 43: Para eso están los amigos
Capítulo 44: Cierra los ojos
Capítulo 45: Amaestrando al dragón
Capítulo 46: Viendo rojo
Capítulo 47: Cedo
Capítulo 48: El Lobo en la puerta
Capítulo 49: Bailando
Capítulo 50: La materia de los sueños
Capítulo 51: Grandes gestos románticos
Capítulo 52: San Valentín
Capítulo 53: Afecto de cortesía
Capítulo 54: Despertando a Lunático
Capítulo 55: Maniobras legales
Capítulo 56: Peones
Capítulo 57: Obviedades
Capítulo 58: El significado de las cosas
Capítulo 59: Algo maligno
Capítulo 60: La voz del Rey
Capítulo 61: La llamada
Capítulo 62: Stonehenge
Capítulo 63: El corazón sangrante
Capítulo 64: El resto del mundo
Capítulo 65: En la luna
Capítulo 66: Sinestesia
Capítulo 67: Cantos afilados
Capítulo 68: La búsqueda del poder
Capítulo 69: Al final de este camino
Capítulo 70: El precio del valor
Capítulo 71: Lo que importa
Capítulo 72: Yendo hacia delante
Capítulo 73: Así es como el mundo acaba
Capítulo 74: El sol moribundo
Capítulo 75: Valeroso mundo nuevo
Capítulo 76: Los indignos
Capítulo 77: Historia antigua
Capítulo 78: Regresando a casa
Capítulo 79: Solucionando
Capítulo 80: Decisiones y Progreso
Capítulo 81: El amanecer de un nuevo día
Capítulo 82: Echando una mano a las cosas
Capítulo 83: Sorpresas en todas partes
Capítulo 84: Extraños compañeros de cama
Capítulo 85: Borrones
Capítulo 86: Furia
Capítulo 87: Pasiones
Capítulo 88: De vuelta al negocio
Capítulo 89: Idas y Venidas
Capítulo 90: Maniobras Legales II
Capítulo 91: Rosas
Capítulo 92: Educación continua
Capítulo 93: Los recién llegados
Capítulo 94: Experiencias de aprendizaje
Capítulo 95: Encuentros cercanos
Capítulo 96: En desacuerdo
Capítulo 97: Hacer las Paces
Capítulo 98: ¿Quién sabe?
Capítulo 99: La paz se desmorona
Capítulo 100: Comienzan las hostilidades
Capítulo 101: Primeras señales del futuro
Capítulo 102: Lecciones desplegadas
Capítulo 103: El fin de los vampiros
Capítulo 104: Reconocimiento y premonición
Capítulo 105: Verdadera naturaleza
Capítulo 106: Exámenes finales
Capítulo 107: Explicaciones
Capítulo 108: La calma antes de la tormenta
Capítulo 109: Reescribiendo la historia
Capítulo 110: La fuerza del vínculo
Capítulo 111: Magia salvaje
Capítulo 112: Consecuencias del ataque
Capítulo 113: Últimos días de tranquilidad
Capítulo 114: Rudos Despertares
Capítulo 115: Primeras Impresiones
Capítulo 116: Desquitarse
Capítulo 117: Nuevos comienzos
Capítulo 118: Tiempos felices
Capítulo 119: Tiempos de fiesta
Capítulo 120: Favor de Merlín
Capítulo 121: Fin del verano, parte 1
Capítulo 122: Fin del verano, parte 2
Capítulo 123: Una falta cercana
Capítulo 124: Retrasar lo inevitable
Capítulo 125: Las formas de la primera ola
Capítulo 126: Compañeros de cama más extraños
Capítulo 127: Planificación de la Operación Castillo Mágico
Capítulo 128: Revelaciones
Capítulo 129: La primera ola se rompe
Capítulo 130: Limpiando
Capítulo 131: Padrinos
Capítulo 132: Percepciones erróneas
Capítulo 133: Zona de conflicto
Capítulo 134: Visitantes
Capítulo 135: Pez fuera del agua
Capítulo 136: La segunda ola
Capítulo 137: La batalla de Hogsmeade
Capítulo 138: Algunas explicaciones que hacer
Capítulo 139: Decir adios
Capítulo 140: Faltas de comunicación
Capítulo 141: Las formas de la tercera ola
Capítulo 142: El Campeón del Rey
Capítulo 143: La batalla de Hogwarts
Capítulo 144: La gratitud del rey
Capítulo 145: Los Comienzos del Rey
Capítulo 146: La Vida del Rey

Capítulo 3: Habitantes de la mazmorra

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No podía creer lo que ocurría. Ya era bastante malo tener clase con aquel hombre... ¡pero vivir con él! Encontraría una forma de sobrevivir, de eso estaba seguro; al fin y al cabo no podía ser peor que los años transcurridos junto a los Dursleys. Pero hasta el momento, su tiempo en la escuela había sido su compensación: vivir en la torre de Gryffindor era como un sueño maravilloso que le mantenía entero durante los veranos. La mera idea de que ya no tendría eso le hacía sentir nauseas. ¡Tener que dejar la torre para habitar las mazmorras húmedas y oscuras!

Snape le condujo a través de las entrañas del Castillo, por numerosos corredores mal iluminados, en los que sus pisadas resonaban ominosamente por las bóvedas de piedra. Finalmente se detuvo frente a un retrato de Salazar Slytherin y una enorme serpiente.

–La contraseña es Eldorado –dijo Snape tanto para la pintura como para Harry. El retrato se deslizó, abriéndose, y Harry siguió a Snape a las cámaras que serían a partir de ahora su nuevo hogar.

Se detuvo en la entrada. No era exactamente lo que había esperado. Pese a estar en las mazmorras y a la ausencia de las altas ventanas que solía tener en la torre, el salón era bastante parecido a la sala común de Gryffindor. Bien amueblada, aunque el esquema primario de colores era en verdes más que en rojo, con espesas alfombras en el suelo, un acogedor sofá frente al hogar encendido mágicamente, y sillas a los lados de aspecto confortable. Incluso había un juego de ajedrez mágico en un rincón bien iluminado del cuarto. Velas y lámparas de aceite iluminaban el lugar de forma más brillante de lo que habría esperado, y pese a estar en una mazmorra no parecía para nada húmedo. O frío.

Las paredes estaban cubiertas con tapices parecidos a los que se veían por todo el castillo, y había diversas puertas que Harry supuso llevarían a otras habitaciones. Se dio cuenta de que Snape se había quitado la túnica exterior, dejándola sobre el respaldo del sofá. El hombre caminó hacia un aparador, del que extrajo una bebida de color ámbar que sirvió en un vaso, vaciándolo de un trago. Harry tomó su distracción como una oportunidad de echar un vistazo al resto de habitaciones: un despacho con un laboratorio de pociones conectado, una librería privada, y un enorme dormitorio con baño privado. Mientras contemplaba el interior, Dobby apareció con su baúl, que aún no había tenido tiempo de desempacar.

–Aquí están las pertenencias de Harry Potter –anunció Dobby– Harry Potter tiene que quedarse ahora en las mazmorras, ¡y Dobby le visitará a menudo! –el pequeño elfo sonrió feliz a Harry, como encantado por cómo se desarrollaban los acontecimientos. Harry nunca estaba seguro del todo de qué cosas entendían o no los elfos domésticos– ¿Querrá Harry Potter que Dobby le ayude con alguna cosa?

–No, gracias, Dobby –le aseguró– Gracias por traer mis cosas.

–Harry Potter puede considerarse receptor del más profundo agradecimiento por su gentileza –sonrió Dobby de oreja a oreja, antes de desaparecer de nuevo.

Harry se quedó mirando su baúl, y cuando alzó la vista se encontró con que el Profesor Snape le contemplaba a él como si fuese algún tipo de insecto que mirase a través del microscopio. Harry pasó el peso de un pie a otro, incómodo. Cuando ninguno de los dos rompió el silencio, simplemente tiró de su baúl hasta acomodarlo junto a una de las paredes del salón, para que no estorbase. Snape se sirvió otro vaso y Harry se empezó a preguntar si planeaba emborracharse aquella noche. No estaba muy seguro de cómo podía enfrentarse a un Snape ebrio. Al menos ya no le estaba mirando.

– ¿Señor, disculpe? –preguntó en voz queda. Snape se tensó, pero no se giró hacia él– ¿Dónde se supone que debo dormir? –por lo que había visto, sólo había un dormitorio.

– ¡Por mí puede dormir en el armario, Potter! –le rugió Snape, girándose y encarándole con la más negra de las miradas.

Harry se estremeció y dio un paso atrás, sintiendo que algo se helaba en su interior, decaído ante aquellas palabras, diez años de recuerdos de una alacena minúscula volviendo repentinamente a su cabeza como una bofetada. Antes huiría de Hogwarts que volver a vivir algo así.

Su reacción parecía haber alarmado a Snape: para sorpresa del muchacho, su mirada venenosa desapareció por un segundo y palideció. Harry vio cómo su mano aferraba con fuerza el vaso, para luego dejarlo de lado y dar un paso hacia él.

–Lo lamento –sus palabras eran tanto más sorprendentes por cuanto Harry nunca le había oído disculparse por nada– Eso ha sido... No pretendía decir eso. No estaba pensando. Por favor, acepte mis disculpas –el hombre parecía ligeramente inseguro, y Harry se preguntó si sería por remordimientos reales o por tener que disculparse por algo.

Harry asintió tenso, abrazándose a sí mismo como si tuviese frío. No dijo más, esperando que Snape recordase la pregunta inicial. El hombre pareció recuperarse y echó un vistazo breve al sofá antes de suspirar resignado.

–La cama es más que suficientemente amplia para ambos, señor Potter –le informó. Harry palideció– Y si alguien se enterase de que duerme en el sofá, llamaría la atención. No me sorprendería nada que Fudge enviase espías para investigar.

–Espera que yo... –tartamudeó Harry.

–Señor Potter –Snape volvió a enfurecerse– Créame, no siento más alegría que usted ante esta situación. Pero ambos estamos atrapados en esto, y vamos a tener que aceptar varios puntos ineludibles, uno de los cuales es que no vamos a poder evitar pasar un cierto tiempo el uno con el otro. Pero por mucho que le haya dicho al Ministro Fudge antes, ¡le aseguro que su virtud está a salvo conmigo! –Harry notó como su rostro ardía de vergüenza, enrojeciendo más y más cuando el hombre añadió en el tono más burlón que jamás había escuchado– Espero que usted pueda ofrecerme la misma seguridad...

– ¡No creerá realmente que yo...! –silabeó Harry.

–No, no lo hago, señor Potter –le cortó Snape– ¡Así que haga el favor de devolverme la cortesía!

– ¡Bien! –Le miró con furia– ¡Me voy a la cama! –aferró su pijama del baúl y prácticamente corrió a la relativa seguridad del dormitorio, desapareciendo en el baño y cerrando la puerta de un portazo. ¡Odiaba a ese hombre! ¡Le odiaba! Tuvo que contenerse para no empezar a dar patadas a las paredes.

Se sentó al borde de la inmensa bañera y trató de tranquilizarse. Así no podía estar. No podía entender cómo Dumbledore había esperado que conviviesen sin matarse. La tentación de sacar la varita y maldecir a Snape había sido casi intolerable. En vez de ello, se quitó las ropas y entró en la bañera, notando con sorpresa que había una ducha en el extremo: algo raro en el castillo, pero una necesidad para un Maestro en Pociones, supuso. Nunca sabes cuándo un caldero te va a explotar encima.

Se duchó rápidamente, se cambió y luego se dirigió con precaución al dormitorio. Para su gran alivio, no había ni rastro de Snape.

Contempló el enorme lecho con dosel que aguardaba en el extremo de la habitación, con cortinajes verdes... Por supuesto. Snape tenía razón: la cama era más que suficiente para dos. Y para cuatro, e incluso cinco personas bien avenidas. ¡Pero la mera idea de meterse voluntariamente en la cama de Snape...! ¡Cielo santo! Se estremeció.

A la tenue luz de la vela, el anillo de oro de su diestra parecía guiñarle con malicia. ¡Casado! Con Snape. Se preguntó si eso significaba que a partir de ahora tendría que llamarse Harry Snape, o peor aún... si Snape se llamaría Severus Potter. Si sus padres levantaran la cabeza... No quería ni imaginarse lo que le diría Sirius cuando se enterase. Probablemente le diese un ataque de rabia y saltase al cuello de Snape.

Aquella idea le reconfortó bastante e hizo que pudiese atravesar, aunque reluctantemente, la habitación. Dejó las gafas y varita en una de las mesillas de noche, trepó a la cama, se deslizó entre las mantas y se alejó todo lo posible del otro extremo, casi cayendo por el borde. Incapaz de dormir, se tumbó sobre la espalda, demasiado estremecido para ser coherente siquiera en sus propios pensamientos.

Unos veinte minutos más tarde oyó abrirse la puerta y Snape entró, dirigiéndose al baño. Harry escuchó cómo corría el agua de la ducha y trató de no imaginarse al Maestro de Pociones en ella. Realmente, se dijo, todo aquello era ridículo. ¡Estaba en la cama del profesor más odiado, por todos los santos! ¡Debería haber reglas en contra de ello!

Reglas en el mundo muggle, tal vez. Pero no estaba en el mundo muggle, y estaba empezando a sospechar que había toda una serie de reglas en el mundo mágico que aún tenía que aprender. Nunca había imaginado que echaría de menos la tranquila familiaridad del mundo muggle... Pero bien pensado, ¿acaso era normal vivir en una alacena bajo las escaleras de casa de sus tíos, preguntándose si podría comer algo durante la semana? Suspiró, resignándose al hecho de que, ya fuese en el mundo de los magos o de los muggle, su vida estaba condenada a ser un completo sinsentido.

Eventualmente Snape emergió del cuarto de baño, dirigiéndose al gran guardarropa que se erguía en un lado de la habitación. A despecho de sí mismo, Harry encontró que sus ojos se clavaban en él.

Snape llevaba puesto únicamente el pantalón del pijama, y estaba revisando su armario en busca de una camisa. Harry pensó que eso probablemente significaba que Snape no solía llevar nada aparte del pantalón para dormir. Pese a todo, Harry se encontró mirando el torso del hombre. No sabía exactamente qué esperaba encontrar, al fin y al cabo las túnicas tapaban mucho; desde luego, piel pálida, quizás un cuerpo demasiado delgado y, aparte de la marca oscura, ningún otro adorno. No era lo que se encontró. Piel pálida desde luego, pero cubriendo músculos y tendones marcados: el cuerpo de un hombre en la flor de la vida, atlético y que sugería que Snape tenía una existencia bastante más activa de la que Harry había supuesto. Y aunque sabía que tenía la marca oscura en el antebrazo, visible incluso a través de la habitación, no había imaginado siquiera el colorido tatuaje que brillaba sobre su omóplato derecho: una rosa roja entrelazada con una serpiente rabiosamente verde. Aquel tatuaje desbarataba toda idea preconcebida que tuviese sobre el adusto Maestro de Pociones.

Tampoco había esperado las cicatrices que se marcaban aquí y allí en la palidísima piel: heridas que parecían procedentes de algún tipo de hoja, tal vez de espada o de cuchillo. Justo entonces todo desapareció de su vista al cubrirse Snape con una camisa de pijama, y Harry se dio cuenta de que había estado comiéndose con los ojos al hombre. Horrorizado, rodó hacia su lado de la cama, dándole la espalda a Snape e informándose a sí mismo con firmeza de que NO había encontrado al Maestro nada atractivo. Ni una pizca.

Quizás fuese la marca oscura que acababa de ver, pero se le ocurrió que Voldemort no iba a sentirse muy complacido por lo ocurrido. Hacía tiempo que había aceptado que estaba en el punto de mira, justo al lado de Albus Dumbledore. En el momento en que se supiese lo que había pasado, el nombre de Severus Snape se añadiría a la lista de gente como él.

Un instante después notó que la cama se movía, el colchón hundiéndose ligeramente cuando Snape subió al otro lado del lecho, bien lejos de Harry. Aquella situación tan irreal casi hizo que se echase a reír.

–Me pregunto por qué le eligió a usted –dijo en voz alta antes de que su consciencia tuviese tiempo de interferir– Me refiero a la Piedra del Matrimonio –aclaró antes de girarse– ¿Por qué razón le eligió como mi...? Quiero decir, por qué podría nadie pensar que usted y yo...

–Señor Potter, no estoy acostumbrado a charlar en la cama –la voz de Snape era cortante, y demasiado cercana. Pese a que Harry sabía que estaba del otro lado del inmenso lecho, de repente le pareció ridículamente pequeño.

–Yo sí –dijo sin pensar.

Snape dejó escapar un ruido que se parecía sospechosamente a una risa:

–Tenemos una amplia experiencia mundana, ¿no es así? –preguntó, con la voz repleta de malicia.

Con un rubor incendiario, Harry se giró indignado.

– ¡No me refería a eso! –gritó. No estaba preparado para ver a Snape a su lado, recostado en la cama y con un brillo divertido y desdeñoso a partes iguales en la mirada. Harry suspiró y se dejó caer de nuevo– La cama de Ron está al lado de la mía –explicó– Siempre hablamos –algo que, se dijo, iba a tener que añorar el resto de su vida

– ¿Debo deducir que le recuerdo al Señor Weasley? –Inquirió Snape– ¿O es una manera de expresar su remordimiento por no haber aceptado el noble sacrificio de su amigo de un dudoso futuro con la señorita Granger y haberse casado con él en vez de conmigo? Siendo ambos nobles Gryffindor sin duda le propusieron hacerlo, y con igual nobleza sin duda les rechazó.

Harry le miró con furia evidente:

– ¿Nació usted así de odioso o tomó clases en alguna parte?

– ¡Años de práctica, querido señor Potter! –le gritó Snape.

– ¡Le odio!

– ¡Bien, he cumplido con todas mis expectativas vitales! ¡He enseñado a odiar a otro Gryffindor más! ¿¡Qué nueva ambición me voy a plantear ahora!?

– ¡Cállate y déjame en paz! –gritó Harry volviéndole la espalda y situándose lo más lejos posible del otro hombre.

– ¡Será un placer! –gruñó Snape, y a juzgar por el movimiento del colchón él también le dio la espalda.

Harry supuso que Snape había ganado aquella especie de discusión que acababan de tener: desde luego, había encontrado la forma perfecta de hacerle callar. Cerró los ojos, centrándose en buscar formas de volverle loco por aquel trato que le daba. Quizás con música rock, se dijo. Iba a buscar un equipo estéreo bien estruendoso y bombardearle con lo más duro cada vez que tuviese que corregir. O una encantadora reunión familiar: a la primera oportunidad iba a invitar a Sirius y Remus para una larga estancia. Y como hubiese realmente una Mansión Snape, bien... ¡la iba a pintar de rojo Gryffindor!

­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­

Tres horas más tarde Severus Snape seguía despierto, incapaz de dormir pese a la avanzada hora. Por supuesto que no era cada noche que tenía que compartir lecho con un joven de la mitad de sus años. Un muchacho bastante atractivo además, se dijo con amargura. La situación era extremadamente injusta. Iba a morir maldiciendo a Dumbledore por ello.

Si esta mañana hubiese sabido que iba a encontrarse ligado a Harry Potter la misma noche, no se habría molestado en levantarse. Nunca le había gustado el chico, aunque tampoco le odiase, pese a lo que él creyese. La mayor parte de sus actos estaban motivados por la necesidad de mantener las apariencias, de parecer un leal Mortífago. Pero incluso así, sentía una gran repulsa hacia Harry Potter debido al trato que le habían dado su padre y su padrino. Era algo inevitable. Era impresionante lo que podía llegar a hacer el rencor.

Y pese a ello, había notado distraídamente, de forma impersonal, que cuando Potter había llegado al gran salón de Hogwarts había madurado para convertirse en un joven muy atractivo. Mucho más que su padre, eso seguro: cada día se parecía más a su madre. Y por mucho que odiase admitirlo, incluso para sí mismo, admiraba su valor. No conocía a nadie más en el mundo que hubiese pensado siquiera en atacar a Voldemort con una simple escoba; desde luego, él mismo no hubiese soñado jamás en robar el Ojo de Odín de la mano del Señor Oscuro como si fuese una simple Snitch. Había algo poéticamente Gryffindor en aquella batalla.

Sin embargo, aquel resentimiento suyo no había remitido: siempre había imaginado al chico recibiendo la adoración de sus fans como cualquier celebridad descerebrada, algo que le impacientaba tremendamente. Incluso durante el primer año la idea de un niño célebre le había provocado nauseas. Imaginaba a la criatura creciendo en el colmo del lujo, mimado y consentido únicamente por ser el hijo de James Potter. Esa era la razón por la cual tampoco apreciaba en exceso a Draco Malfoy, aunque había disimulado ese desagrado mucho mejor.

Por supuesto, Potter tenía que ir y aplastar estos prejuicios. Encerrado en una alacena, golpeado, sin comer... Desde luego sonaba como el colmo del lujo. Potter ni se había dado cuenta, pero todos se habían quedado helados al descubrirlo. Sobre todo la cara de Dumbledore al recibir aquella revelación... No era a menudo que el más poderoso mago de este siglo cometiese un error de cálculo tan grande como aquel.

Y lo peor había sido cómo lo había explicado: que su tío sólo le había dejado sin comer cinco o seis días como mucho, nada grave, no como si le estuviese intentando matar. Se preguntó qué más habría tenido que soportar el chico durante los últimos quince años, y cómo se había contenido para no gritar cada vez que el Maestro en Pociones se había burlado de él por su estatus de celebridad y vida regalada. Severus se conocía lo suficiente a sí mismo para saber que él no habría mostrado tanta contención, ni de lejos. Habría maldecido a sus ofensores mucho tiempo atrás, sobre todo teniendo en cuenta que el trato sufrido a manos de James Potter y Sirius Black cuando tenía la edad de Harry le había hecho tan cruel como el propio Lucius Malfoy.

Y ahora, el muchacho era su compañero vinculado. Si aquello no hubiese sido tan patéticamente ridículo podría haber disfrutado la situación: Dios sabía que a Black le iba a dar un ataque al saberlo, por no hablar de Malfoy y Voldemort. Lily y James Potter hubiesen muerto de nuevo de puro horror si por un casual hubiesen levantado la cabeza de sus tumbas. Y estaba seguro de que, en el otro mundo, sus propios difuntos padres debían estar riéndose a carcajadas.

"El chico te necesita", le había dicho Albus al final, algo que todavía le sorprendía. La lógica de los argumentos de Albus no le había conmovido lo más mínimo: el hecho de que no hubiese nadie más disponible, que pocas personas pudiesen desafiar impunemente a Fudge, que tuviese que dejar su papel de espía por su propio bien de una vez por todas. No, el único argumento que no había podido contrarrestar había sido aquel en el que no creía ni por un segundo: el de que de alguna forma Harry –o cualquier otra persona­ pudiese necesitarle realmente. Había cedido sin más protesta, a pesar de la evidencia de que Potter no sólo no le necesitaba en absoluto, sino que además odiaba con toda su alma la mera idea de pasar más tiempo con él que el indispensable para sus clases.

Aún podía sentir la mano de Harry temblando en la suya cuando la había aferrado durante la breve ceremonia. Aterrorizado... el chico que se había encarado a Voldemort y a un ejército de Mortífagos estaba aterrorizado de tener que unir su existencia a la de él. Estupendo. Magnífico. Esas pequeñas alegrías eran todo cuanto iluminaba su vida gris.

Pero a despecho de los sentimientos de Potter, los hechos eran los hechos, y les gustase o no ahora estaban vinculados. Harry era su responsabilidad. Y cuanto antes lo aceptasen ambos, mejor para los dos. Ciertamente no quería pasar el resto de su vida peleando como aquella noche... por mucho que Harry tuviese un aspecto adorable con los ojos brillando de rabia y el cuerpo temblando de furia.

Suspiró exasperado. No iba a hacerle avances a un adolescente de dieciséis años, aunque estuviesen casados. Por no mencionar que sabía perfectamente que sería rechazado, y que nunca había sentido ningún interés en forzar una relación íntima, por mucho que hubiese dicho a Fudge. Se figuraba que Fudge estaría imaginándoselo violando salvajemente al héroe del mundo mágico. Sin duda Black le acusaría de lo mismo. Los próximos meses iban a ser de lo menos agradable.

Un sonido le llamó la atención y se giró para mirar a Harry. Dormido, el chico estaba agitando la cabeza con fiereza. Un segundo más tarde un quejido escapó de sus labios y comenzó a convulsionarse, como luchando contra alguien. Un grito de terror reemplazó al quejido, lo cual puso a Severus en alerta del todo, al tiempo que se erguía en el lecho. Tendió una mano y sacudió a Harry por el hombro.

– ¡Potter! –le llamó, intentando despertarle sin alarmarle en exceso. Harry gritó de nuevo, intentando retorcerse para soltarse– ¡Potter! –repitió más alto, y el sonido de su voz desveló por fin a Harry, aunque continuaba temblando e intentando encogerse para librarse de su mano en la oscuridad.

– ¡Lo siento, tío Vernon! –Gritó– ¡Lo siento, lo siento! –se estremeció, soltándose y cubriendo su cabeza con ambos brazos, como a la espera de un golpe.

Severus se quedó helado, con miles de explicaciones a aquel comportamiento floreciendo en su mente, ninguna de ellas remotamente agradable. Era como si le hubiesen echado por encima un jarro de agua fría.

–Harry –le dijo con más suavidad– soy yo, Severus –y entonces se dio cuenta de que el muchacho podía no reconocer su nombre propio, añadiendo– Snape. Soy Snape. Despierta. Tenías una pesadilla.

Harry se quedó rígido y se tranquilizó, aunque su aliento seguía siendo agitado mientras parpadeaba y le miraba a través de la oscuridad que proporcionaban los cortinajes de la cama.

– ¿Profesor? –susurró, dubitativo.

Severus hizo una mueca, no muy seguro de que le gustase el hecho de que alguien le llamase profesor en la intimidad de su propia cama.

–Sí –asintió.

–Lo siento –murmuró Harry– No pretendía despertarle –parecía increíblemente vulnerable, ahí tumbado, tratando de no temblar o llorar. Snape sintió un súbito impulso de confortarle.

–No pasa nada –le aseguró– Yo... –suspiró, no sabiendo muy bien cómo sacar el tema– ¿Hay alguna razón por la cual esperaría encontrar a su tío aquí en vez de a mí? –tal vez no fuese la forma más delicada de preguntarlo, pero Severus jamás había practicado el tacto.

– ¿Cómo? –parpadeó Harry, confuso.

–Me acaba de llamar tío Vernon –le explicó Severus– Cuando esta tarde mencioné los varios tipos de abuso posibles, hay uno que no comenté siquiera. ¿Acaso su tío...?

– ¡No! –la voz de Harry casi se quebró con el horror– ¡No! –Insistió– ¡Jamás habría tocado a un bicho raro como yo! –para sorpresa de Severus, el chico parecía sumamente resentido y furioso, aunque no puedo discernir si aquella rabia estaba dirigida a su tío o al propio chico. Supuso que "bicho raro" era como se refería aquel hombre a los magos.

– ¿Entonces, por qué supuso que yo era él? –le preguntó con suavidad.

–Tengo pesadillas. Todo el tiempo, cada noche. Me despierto gritando. Mi tío Vernon suele... –dejó de hablar, miró hacia otro lado, sin expresión.

– ¿Qué es lo que suele hacer su tío?

–Me lanza cosas –admitió Harry– Desde la puerta. Para despertarme. Habitualmente zapatos. Si quería comer durante el día, no me atrevía a dormir, porque me arriesgaba a despertarles. Normalmente uso un hechizo de silencio por las noches, pero no me está permitido durante las vacaciones...

Snape tuvo que tragar bilis, notando una oleada de nauseas al pensar en el tío del chico lanzándole zapatos cuando despertaba gritando, en vez de ir a confortarle como cualquier persona cabal haría.

– ¿Me está diciendo que suele usar hechizos silenciadores cuando está en la torre de Gryffindor para no despertar a sus amigos? –se preguntó si alguien sabía de las pesadillas del chico. Sin duda, sus amigos se hubiesen sentido felices de proporcionarle compañía y reconfortarle, de haber conocido la situación...

Harry asintió con aire miserable.

–Sí, lo siento. Me debo haber olvidado hoy. No volverá a pasar –tendió la mano para coger la varita que yacía junto a las gafas en la mesilla. Snape le detuvo posando la diestra en su hombro.

–Si no le oigo, no voy a poder despertarle –señaló. Sus palabras cogieron desprevenido a Harry, que le miró confuso.

– ¿Y por qué querría hacer algo así?

Severus le miró fijamente. El chico parecía genuinamente atónito de que alguien quisiera ayudarle.

–Porque eso es lo que se hace cuando alguien tiene pesadillas –dijo sencillamente. La confusión del chico no remitió lo más mínimo.

–Pues mejor que tenga muchos zapatos a mano. Le tendré despierto toda la noche...

Se contuvo admirablemente y consiguió no estrangular al muchacho.

–Harry Potter, ¡no voy a lanzarle zapatos! –Gruñó ultrajado, cosa que lamentó inmediatamente al ver cómo el chico se encogía– No soy su tío –añadió más amablemente. El chico ni siquiera se movió, sin expresión, y Snape se encontró pensando que aquel alegre, despreocupado y confiado Gryffindor era cualquier cosa menos alegre y despreocupado; al parecer, tampoco confiaba en nadie. Se volvió hacia su propia mesilla, abrió uno de los cajones y rebuscó en su interior– He aquí una de las cosas buenas de estar unido a un Maestro en Pociones –comentó al chico, intentando mantener un tono casual. Halló lo que buscaba y sacó un pequeño vial de líquido azul– ¡Una provisión ilimitada de pociones! –le tendió el vial al chico. Harry lo miró fijamente.

– ¿Qué es esto? –dijo, sin hacer ademán alguno de cogerlo. Severus frunció el ceño.

–Lo estudió durante el último año –informó al joven, incapaz de ocultar su resentimiento al notar el poco interés que había despertado su asignatura en él.

– ¿Antes, después o durante alguna de mis estancias en la enfermería? –preguntó Harry con irritación, aunque tomó el frasco y empezó a destaparlo.

Severus frunció más el ceño. Ahora que lo pensaba, Harry se había perdido muchas clases debido a los constantes ataques de Voldemort y los Mortífagos. Era curioso que no lo hubiese pensado antes, pero era cierto que un poco de Potter llenaba más que suficiente. Las veces que estaba presente lanzaba a Severus más allá de sus límites de tolerancia. Suponía que debía dar gracias a la señorita Granger de que llegase a superar sus TIMOs.

Contempló en silencio cómo Harry husmeaba la poción con cuidado. Se dio cuenta de golpe de lo bonitos que eran sus ojos; una lástima que soliese llevar aquellas horribles gafas.

–Pócima para dormir sin sueños –murmuró Harry, aunque con una nota de duda en la voz.

–Muy bien, señor Potter –asintió Severus– Ese trago debería ser suficiente para el resto de la noche.

La mirada esperanzada del chico hizo algo muy extraño al corazón de Severus: fue como una punzada.

– ¿Tiene más? –preguntó Harry. De nuevo tuvo que contenerse para no soltar algún sarcasmo. ¡Por Dios, era un Maestro en Pociones! Aunque no dijo nada, su expresión debió ser suficiente para que Harry se diese cuenta de lo absurdo de su pregunta. El chico se sonrojó y miró abajo, como abochornado. Cuando el chico habló, se dio cuenta de que no era bochorno, sino simple vergüenza.

– Quiero decir... Por supuesto que tiene más... O podría hacer más, es sólo que yo... –se calló de golpe y Severus comprendió súbitamente que lo que Harry estaba preguntando era si iba a querer "compartirla" con él– Tanto da –murmuró el chico, mirándole un segundo con aire de disculpa– gracias –añadió tendiéndole el recipiente vacío. Considerando que el chico poseía una capa de invisibilidad de precio incalculable y una de las escobas más caras del mercado, Severus había asumido que siempre había tenido lo que había querido. Aparentemente no había sido así, si era incapaz de pedir incluso una poción que tanto necesitaba.

–Tengo tanta como necesite –le informó con voz encrespada– Como ya he dicho, una provisión ilimitada en pociones.

–Gracias –repitió el chico, con los ojos cerrándose por efecto de la poción– Encontraré la manera de compensárselo, se lo prometo –inmediatamente después estaba dormido, antes de que Severus pudiera decirle que no hacía falta que le compensara de modo alguno.

Pasmado, miró al durmiente. Parecía que no conocía a Harry Potter ni la mitad de lo que había creído. Y no le acababa de hacer sentir bien el hecho de que cada cosa que descubría nueva sobre aquel molesto muchacho parecía provocar una fuerte respuesta emocional en él. Tampoco le agradaba el derrotero de sus pensamientos errantes sobre el atractivo del chico. No era apropiado, y estaba demasiado cercano a lo que la mayoría del mundo mágico esperaría de él: que estuviese forzando al joven héroe a... recibir sus atenciones.

Apartó un mechón de cabello de la frente del chico. Ambos estarían mejor si hablaban lo menos posible. Nada más de aquellas charlas en la cama... no si le iban a poner esas ideas en la cabeza. Y aunque sabía de cierto que no iba a lanzarle zapatos al chico, tampoco debía tener ningún otro tipo de contacto con él... Se quedó helado al darse cuenta de que estaba resiguiendo sus rasgos con los dedos. Apartó la mano como si se hubiese quemado.

– ¡Maldita sea! –siseó mientras se alejaba, dándole la espalda al chico. En ocasiones realmente odiaba su vida.

Al amanecer ya estaba en pie, contento por tener una excusa para levantarse por fin. Se duchó y vistió a toda prisa, haciendo una breve pausa frente a su guardarropa para pensar sobre el baúl que Harry había dejado en el cuarto principal. Por mucho que odiase la idea de compartir cuarto con nadie, era obvio que no podía hacer nada al respecto. Era su responsabilidad proveer por su compañero de vínculo, y eso incluía un buen sitio donde vivir.

Eso no significaba que tuviese que compartir el armario con él de todas formas. Tomando su varita, transformó un candelabro en un segundo guardarropa, al lado del propio. Luego levitó el baúl y lo dejó en frente del nuevo mueble para que Harry pudiese desempacar.

Satisfecho, se dirigió hacia sus oficinas para reunir material para el primer día de clase. Tenía a los de primer año, de tercero, y por desgracia Pociones Avanzadas con sexto y séptimo curso, y no sabía muy bien cómo iba a manejar el hecho de que su compañero vinculado estuviese como su alumno. Supuso que ya no haría falta actuar de forma odiosa con él para mantener la apariencia de Mortífago modelo; lo más probable es que la noticia estuviese en todos los periódicos de la mañana. Un matrimonio con Potter dejaba muy claras sus lealtades, lo que también implicaba que no tenía que mantener la farsa de favorecer a Malfoy...

¡Pero le gustaba tanto quitar puntos a Gryffindor!

Por supuesto, no se podía permitir tratar a Harry de forma distinta, vínculo o no. Aún era su estudiante, y debía mantener su profesionalidad. Además, el chico era un desastre en pociones pese a haber aprobado sus TIMOs. Estaba convencido de que los jueces aquel año eran unos blandos. Pero si Potter no mejoraba, suspendería los finales. Y Severus no podía imaginar peor humillación que ver como su compañero suspendía la asignatura que él mismo impartía.

Trabajó sobre una media hora en sus notas para la primera clase, antes de volver al dormitorio para coger la nueva lista de notas que se había dejado allí para revisar varias noches antes. Al pasar por la sala general se percató de que Potter estaba mangoneando algo en la chimenea. Harry no levantó la vista, y Severus no le saludó.

La lista estaba en su mesilla y, tal y como la estaba sacando del cajón, se dio cuenta de que la cama ya estaba hecha. Hizo una pausa, frunciendo el ceño. Los elfos domésticos no solían venir tan pronto.

Echó un vistazo al nuevo armario: el baúl no estaba ya, sin duda desembalado y guardado. Se percató de que las puertas de su propio armario estaban bien cerradas; él había dejado una ligeramente abierta. Fue hasta el mueble y abrió la puerta para mirar. El pijama que había llevado aquella noche, que había dejado en el respaldo de una silla junto al baño, estaba bien plegado y puesto en la cesta de lavar. No habían sido los elfos: éstos se habrían llevado la cesta.

Una molesta sospecha empezó a crecer en su mente mientras se dirigía al baño. Allí tendría que haber unas cuantas toallas en el suelo o arrugadas junto a la bañera. Y recordaba haber dejado su cuchilla de afeitar al borde del lavabo tras afeitarse. Pero el baño estaba impecable, sin un solo rastro de que hubiese pasado él... o Harry.

Salió del dormitorio, parando un momento en el quicio de la puerta para contemplar a Harry. El chico no estaba peleando contra nada, estaba haciendo café y poniéndolo en una bandeja que Severus solía dejar junto al hogar. Y a menos que Severus fuese muy despistado, por lo que sabía Harry no tomaba café: como muchos otros estudiantes, prefería el té por la mañana. Además, únicamente había dispuesto una taza en la bandeja, y no parecía ir a añadir otra. Severus vio también que la túnica que se había quitado la noche anterior y dejada sobre el sofá ya no estaba allí: probablemente la hubiese colgado en el armario o estaba en el cesto de lavar, junto con lo demás.

La mente de Severus se iluminó al sumar dos y dos: si los Dursleys le hacían pasar hambre, le pegaban y le tenían encerrado, ¿qué les habría detenido a la hora de hacer que trabajase como un elfo doméstico también? Ahora más que nunca lamentaba el estúpido comentario sobre qué durmiese en el armario. Su disculpa había sido sincera, pero al parecer el daño estaba hecho: Harry no esperaba que su nueva vida fuese muy distinta de la antigua. Sin duda estaba simplemente actuando según lo que creía que se esperaba de él.

Un acceso de rabia le sorprendió. Estaba dirigido en partes iguales contra los Dursleys, contra sí mismo y, sorprendentemente, contra Albus por haberle puesto en semejante situación para empezar.

– ¡Señor Potter!

Harry dio un bote, sobresaltado, y Severus tuvo que morderse la lengua para no decir lo que le acababa de venir a la mente. No estaba furioso contra el chico, no tenía sentido descargar su rabia contra él. Harry le miró molesto, y se encontró con que sentía verdadero alivio al ver el desafío en sus ojos.

–Señor Potter –repitió más calmado, forzándose a controlar sus emociones– es usted mi compañero vinculado y como tal, ésta es ahora su casa. No es usted mi guardián, ni mi sirviente, y desde luego no espero de usted que limpie lo que yo ensucie –miró la bandeja en manos del chico y dio un paso hacia él– Tampoco espero que me haga de camarero ni me sirva en forma alguna. Es una amabilidad por su parte y si lo hace se lo agradeceré, pero no es una obligación. ¿Me entiende?

Harry sencillamente se le quedó mirando, con la bandeja aparentemente olvidada. La rebeldía de su mirada no parecía haber desaparecido, no obstante, y para gran sorpresa de Severus, se adelantó y, con ademanes premeditados, dejó la bandeja con café, leche y azúcar en una mesa frente al sofá. Entonces se irguió y le contempló fijamente en silencio, con la boca convertida en una línea delgada y desafiante, los ojos brillantes como si le retaran. Severus tardó unos segundos en darse cuenta de qué estaba esperando el chico exactamente. Dio un paso dubitativo y tomó la taza de café.

–Gracias –dijo con firmeza. Algo pareció cambiar en la expresión de Harry, tal vez sorpresa ante el hecho de que Severus se ciñera a sus palabras.

–De nada –respondió con la misma firmeza. El puro civismo de aquella escena les ponía nerviosos a ambos– Me voy a desayunar –anunció.

Severus simplemente asintió y miró cómo el chico salía de sus estancias. Meneó levemente la cabeza. Una cosa era segura: vivir con Harry Potter no iba a ser nada aburrido.

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Siempre pediré lo mismo 5 comentarios o estrellitas :3

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