Cuando uno cuenta historias, siempre llega el momento en el que uno no puede dejar de preguntarse "¿por dónde empiezo a contar?". No es pregunta baladí porque, a veces, una aproximación ortodoxa, desde el principio, no suele ser lo mejor. Así que, muy bien, no contaré la historia desde su inicio. Pero eso no es una solución a mi problema, sólo un recurso.
Desde el exilio de nuestro buen amigo, el profesor, pasaron muchas cosas pero relatar cual cotorra cuanto había ocurrido no serviría de mucho. ¿Qué tal si comenzamos por el final que todos nosotros conocemos? Ese final que la voz sin nombre anunció a Dawd en uno de los cuadros de Somes. Ya sabéis:
Te han descubierto
Mas, ¿qué podrían haber descubierto? Sus intenciones, buenas o malas, sólo las conocía él que, siendo tan necio como había sido siempre, iba a aplicarlas en solitario.
Giremos la vista un poco hacia el pasado pero sin pasarnos ni mirar de más. Observemos a un chaval de enorme corpulencia para su edad, con heridas abiertas por todo el cuerpo que no detenían ni un mínimo su veloz paso, ropas ajadas por alguna clase de pelea que a él ni le iba ni le venía. Pensemos en un chico derrotado que no aceptaba tal derrota, tal cual indicaban sus cejas enarcadas. Uno que caminaba por el descampado más vulgar y anodino, lejos de carreteras y caminos, lugar por el que avanzaba tanto a pie como a grandes saltos cuando el terreno se le complicaba demasiado, siempre en dirección contraria a Remot.
¿Qué podría haberle ocurrido?
Bueno, esa pregunta no se la puedo hacer yo porque, por más que quiera, él no puede (y creo que no quiere) oírme. Así que cedamos el relevo a una persona que también había seguido las muy discretas palabras de Somes:
En los Alpes
Sí, ahí la teníamos, sobrevolando el más vulgar de los eriales, lejos de miradas indiscretas, pensando en sus propios asuntos hasta que sus ojos hallaron esa presencia tan peculiar en un lugar tan y tan inhabitual. La siempre bonachona Pola volvía a casa después de un extrañamente insulso viaje a los Alpes, uno en el que no había descubierto otra cosa más que había sido vilmente manipulada para dios sabe qué. Pero, dado su habitual gusto por el eterno movimiento, no se encontraba molesta.
"Cualquier excusa es buena para viajar" diría ella.
Sin embargo, ahora había encontrado una buena razón para aterrizar, ya fuera para saludar, ya para ayudar a ese gigantón.
Sin duda, ella ya conocía de sobras la mala fama de ese grandullón. Conocía la razón por la que era señalado y vilipendiado pero, tal como siempre había resultado ser su carácter, no iba a acusar a nadie de nada a menos que lo conociera directamente. Ella no sabía por qué marchaba de Remot ni por qué estaba tan magullado pero, desde el principio, no pensó en acusarle de nada: sólo curarle y, en tal caso, preguntarle. Tal como todos nosotros deseamos.
—Por amor del cielo, ¿qué te ha pasado? —sin saludar, saltando al tema importante, como debe ser.
Sin embargo, el aludido no se dio como tal y siguió caminando, más enfadado si cabe.
—No tienes por qué ignorarme de esa manera, ¿sabes? —esa cara de mala leche y esa actitud hicieron aparecer a la mujer de carácter que ya era Pola—. Al menos deja que me ocupe de esas heridas.
—¡Vete al cuerno! —normalmente, la réplica de cualquier otra persona ante ese grito de potencia descomunal habría sido apocarse y callarse, tal vez retirarse de inmediato en un muy humilde silencio. La de Pola, empero, fue un rodillazo volador directo a la nariz.
—¡Menos lobos, criajo! —viajar tanto había concedido a la chica una capacidad para hacerse entender que daba miedo, mucho miedo. Como no sólo con palabras nos comunicamos todos, ella fue a decirle, con una rótula bien dura clavada en mitad de la cara de su compañero, lo que más necesitaba: que se callara y que le dejara hacer.
Es que hay cosas que no se le pueden aceptar a nadie y ella no le iba a dejar pasar que la trataran como a un trapo viejo sólo porque estaba enfadado. Importaban más sus heridas que las razones que las habían causado.
—¡Tú quieto ahí! ¡Y nada de replicarme! —Pola estaba hecha para algo más que ser una simple viajera, sin duda.
De su mochila extrajo el único equipaje que se llevaba a cualquier parte: una pequeña ventanita. Más concretamente, era un tragaluz por el que apenas podría pasar un hombre adulto. Pola lo colocó en el suelo, lo afianzó y, finalmente, lo abrió. Allá donde antes sólo había suelo reseco, ahora había una linda sala, con suficiente espacio para dos personas donde podían encontrarse toda clase de recursos que no cabían en la pequeña mochilita de la chica. Comida, cama, botiquines varios, herramientas, una útil cocina, una radio de gran potencia, un ordenador... un espacio para descansar, relajarse y comunicarse con el resto del mundo. Que Pola supiera ser una superviviente no quería decir que no tuviera recursos a mano.
—¡Adentro! —el "y sin rechistar" se obviaba.
Dawd no encontró (tampoco las buscó) razones para desobedecer a esa chica de fuerte carácter. Sencillamente siguió su orden y, al poco, se encontró sentado en la cama mientras la experimentada viajera trataba sus muchas heridas.
—¿Qué carajo te ha pasado para que tengas hasta quemaduras? —preguntó, sin abandonar su tono duro, mientras aplicaba pomadas sobre su piel.
—...prefiero no hablar de ello...
—No me vengas con chorradas, ¿qué ha pasado?
—No quiero ofender, pero mejor pregunta en Remot...
—¿Has matado a alguien y los demás se te han echado encima? —esta frase, que tanto suena a reproche, al contrario que las duras anteriores, casi daba la impresión de que la decía con voz jocosa. Pero sólo era tono neutro que no le prejuzgaba de nada.
—No murió nadie... pero, por culpa de que todos los demás se me han echado encima, ahora sí que morirán personas.
—¿Es una advertencia? —la fuerza casi militar de su voz ya casi había desparecido. Del enfado había pasado al buen humor que derrochaba siempre—. ¿Una profecía? ¿O un mensaje que quieres que le transmita a los demás ahora que no quieren escucharte a ti?
—¡No es una broma, maldita sea! —Pola clavó un nudillo en su espalda abrasada y Dawd contuvo como pudo un grito y una lágrima por el dolor.
—Si tan importante es, podrías contarme qué ha pasado para que estés tan alterado —no le juzgaría, pero no le iba a tolerar ni una sola voz por encima de otra—. Estamos en un lugar tranquilo y en el que podremos subsistir una buena temporada sin que nadie nos interrumpa. Yo no voy a dejarte marchar hasta que esas heridas estén bien cerradas así que, haz el favor, échate un rato y pasa el rato contándome qué carajo ha ocurrido para que hayas acabado tan deshecho.
El grandullón, con sus heridas ya tratadas, no pudo responder a Pola que, en una silla plegable, esperaba a que el otro comenzara a contar la razón de todo ese pifostio.
—¿Vas a creer lo que tengo que decir? —preguntó cauto, él.
—¿Qué voy a creer si no sé nada? Ya juzgaré lo que haga falta de lo que me cuentes.
—El último al que le conté lo que me preguntas trató de matarme, ¿quieres matarme tú también?
Dawd estaba mortalmente serio, esperando a que la persona que estaba delante de él le diera una garantía de que podría salir de allí con vida.
—Esto es una sala arcania. Aprendí a crearlas gracias al Astutia viatoris pero sé que este arte también se puede aprender en el Ars ignis así que debes de saber cómo funcionan. Yo tengo potestad completa sobre este espacio pero, si tanto miedo tienes de cómo reaccione según lo que me cuentes, usa la palabra "u, ese, eme, o" para crear una salida.
—¿USMO? —nada más la extraña palabra salió de sus labios, se abrieron tres vías de luz, tres trampillas que daban a diferentes lugares. Una en el techo, una tras Pola y, la última, por la que habían entrado, a espaldas de Dawd.
—OESMO —recitó, letra por letra con calma monacal, la dueña de ese espacio, señal que hizo que las salidas se cerraran—. Abrir las salidas es rápido, cerrarlas, no tanto. Ésta es mi garantía de que no te haré nada, sea lo que sea que quieras contarme. Tú sólo evita salir por la salida que tengo a mi espalda: da a Remot, un lugar al que, creo, no quieres volver en una temporada.
—Aunque quisiera volver y evitara a los que no me quieren ni ver, siempre estaría en peligro de que me mataran... pero es que ese no es el único problema: ahora, tú, más que el resto de la gente, ya estás en peligro de muerte.
—¿Cómo?
—Sólo por conocer los truquillos que conoces, tú que sólo eres maga a medias, ya tienes a alguien que quiere matarte.
—¿Quién, si se puede saber?
—...no lo sé —musitó apocado—. No sé quién es, pero con lo que me ha pasado, he podido confirmar que existe.
Pola suspiró y se levantó. Llenó una tetera, encendió la cocina y puso el agua a calentar.
—Ya que va para largo, tómatelo con calma —su expresión era serena. No creía que lo que él le contara le fuera a impresionar demasiado, sobre todo ahora que ella conocía cuán grande era el mundo en realidad, pero de las pocas cosas que sabía de él es que era un simplón al que se le daba muy mal mentir—. Sorpréndeme.