Capítulo 38 - Reunión

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Era una escena que, paradójicamente en uno de los dos personajes, era muy tensa. Tensa pero, a la vez, feliz. Normalmente, Vani habría saltado a los brazos de la otra para devorarla a besos, así fuese convenientemente correspondida.

Pero no iba a hacer eso con Stramant. Por contra, todo lo que hubo entre ellas fue un casto abrazo, uno con el que la bruja sonrió con sinceridad y con el que la señora de la carne se sintió algo incompleta, aunque tan contenta como la otra. Porque quería hacerlo y, de hecho, tenía toda la intención, pero el aroma que desprendía su amiga apagaba toda su pasión y, extrañamente, la mantenía calmada cuando, con cualquier otra persona ya se habría desmelenado por completo.

—Hacía una eternidad que no te veía —la bruja, como si no se diera cuenta del aura pacificadora que la rodeaba, entró a saludar de forma banal—. ¿Cuándo cumpliste los diecisiete?

—¿Me lo preguntas tú, que me enviaste una tarjeta por cada año cumplido? —aunque incompleta, Vani disfrutó de aquello que tan poco solía hacer con sus muchos amantes: escuchar—. ¿Y tú qué? ¿Qué has hecho por el mundo para acabar así? Caray, cuesta reconocerte.

—Mira quién habla —la risotada que soltó era una con razón. Al fin y al cabo, Vani era una experta en cambiar de apariencia casi todos los días, para resultar más agradable a ojos de su miríada de amantes. Mientras ésta no había cambiado su costumbre de recauchutarse y aparentar ser más una fábrica de carne (preciosa, manoseable y lúbrica carne, todo sea dicho); Stramant se había limitado a crecer. Seguía sin ser una beldad pero su presencia había cambiado por completo hasta el punto de que toda ella aparentaba ser varios años mayor; un aspecto venerable, podría decirse; una elegancia que sólo se adquiere dejando pasar el tiempo a la vez que se vive—. ¿Hace mucho que te has enterado?

—Me enteré desde el principio —cuando Stramant sacó el tema por el que se habían vuelto a encontrar en la puerta de la escuela, el rostro de Vani se ensombreció—. Supe que murió desde el mismo instante en el que expiró. Gracias a lo que aprendí en el Ars Hypocratoria, puedo enterarme de cuándo uno de mis amantes enferma o, en este caso, muere —el rostro de la que siempre quiso sonreír se ensombreció—. Ese dolor que sentí en él no es algo que no le deseo a nadie. Lo mataron, Stramant, lo mataron de la forma más horrenda y basta.

—¿Estás aquí desde entonces?

—Dejé todo mi trabajo de lado y vine corriendo a toda velocidad. Pero, cuando llegué, sólo me encontré el cadáver, en un estado en el que ya no podía hacer nada por él —se mordió un dedo, nerviosa y desvió la mirada, como si pensara no en lo que fue sino en lo que pudo ser—. Me conozco el Ars Hypocratoria de cabo a rabo pero no hubo manera de devolver a la vida a Berto...

—¿No pudiste?

—Más bien, algo no me lo permitió...

—Tal vez hubiera sido la misma arte de Berto, ¿no creéis?

Las dos chicas se giraron al recién llegado. Con un inmenso tomo sobre el hombro, con sus sempiternas gafas, un cuerpo fortalecido tras una humillante derrota y ese aire de control de la situación.

—Buenas, Darius —lo habitual habría sido que Vani se lanzara sobre él para darle el tratamiento que no era capaz de darle a Stramant, pero tenía razones para ser, como mínimo, indiferente hacia él.

—Vamos, vamos, que ya han pasado cuatro años desde eso —aunque, en esencia siguiera siendo el mismo que entonces, se le notaba más maduro que en el momento en el que decidió pelear a muerte con Dawd.

—Podría pasar una eternidad y seguiría sin perdonarte del todo. Recuerda que esta chiquilla "venera" a Dawd —a Stramant le importaba poco cómo acabara ese desencuentro. Estaba de parte de todos y de nadie. Si ahora se encontraba allí, era por ella misma—. Pero, no nos desviemos, ¿a qué te refieres con lo que dijiste?

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