Capítulo 19 - La trampilla

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Cuando uno cuenta historias, siempre llega el momento en el que uno no puede dejar de preguntarse "¿por dónde empiezo a contar?". No es pregunta baladí porque, a veces, una aproximación ortodoxa, desde el principio, no suele ser lo mejor. Así que, muy bien, no contaré la historia desde su inicio. Pero eso no es una solución a mi problema, sólo un recurso.

Desde el exilio de nuestro buen amigo, el profesor, pasaron muchas cosas pero relatar cual cotorra cuanto había ocurrido no serviría de mucho. ¿Qué tal si comenzamos por el final que todos nosotros conocemos? Ese final que la voz sin nombre anunció a Dawd en uno de los cuadros de Somes. Ya sabéis:

Te han descubierto

Mas, ¿qué podrían haber descubierto? Sus intenciones, buenas o malas, sólo las conocía él que, siendo tan necio como había sido siempre, iba a aplicarlas en solitario.

Giremos la vista un poco hacia el pasado pero sin pasarnos ni mirar de más. Observemos a un chaval de enorme corpulencia para su edad, con heridas abiertas por todo el cuerpo que no detenían ni un mínimo su veloz paso, ropas ajadas por alguna clase de pelea que a él ni le iba ni le venía. Pensemos en un chico derrotado que no aceptaba tal derrota, tal cual indicaban sus cejas enarcadas. Uno que caminaba por el descampado más vulgar y anodino, lejos de carreteras y caminos, lugar por el que avanzaba tanto a pie como a grandes saltos cuando el terreno se le complicaba demasiado, siempre en dirección contraria a Remot.

¿Qué podría haberle ocurrido?

Bueno, esa pregunta no se la puedo hacer yo porque, por más que quiera, él no puede (y creo que no quiere) oírme. Así que cedamos el relevo a una persona que también había seguido las muy discretas palabras de Somes:

En los Alpes

Sí, ahí la teníamos, sobrevolando el más vulgar de los eriales, lejos de miradas indiscretas, pensando en sus propios asuntos hasta que sus ojos hallaron esa presencia tan peculiar en un lugar tan y tan inhabitual. La siempre bonachona Pola volvía a casa después de un extrañamente insulso viaje a los Alpes, uno en el que no había descubierto otra cosa más que había sido vilmente manipulada para dios sabe qué. Pero, dado su habitual gusto por el eterno movimiento, no se encontraba molesta.

"Cualquier excusa es buena para viajar" diría ella.

Sin embargo, ahora había encontrado una buena razón para aterrizar, ya fuera para saludar, ya para ayudar a ese gigantón.

Sin duda, ella ya conocía de sobras la mala fama de ese grandullón. Conocía la razón por la que era señalado y vilipendiado pero, tal como siempre había resultado ser su carácter, no iba a acusar a nadie de nada a menos que lo conociera directamente. Ella no sabía por qué marchaba de Remot ni por qué estaba tan magullado pero, desde el principio, no pensó en acusarle de nada: sólo curarle y, en tal caso, preguntarle. Tal como todos nosotros deseamos.

—Por amor del cielo, ¿qué te ha pasado? —sin saludar, saltando al tema importante, como debe ser.

Sin embargo, el aludido no se dio como tal y siguió caminando, más enfadado si cabe.

—No tienes por qué ignorarme de esa manera, ¿sabes? —esa cara de mala leche y esa actitud hicieron aparecer a la mujer de carácter que ya era Pola—. Al menos deja que me ocupe de esas heridas.

—¡Vete al cuerno! —normalmente, la réplica de cualquier otra persona ante ese grito de potencia descomunal habría sido apocarse y callarse, tal vez retirarse de inmediato en un muy humilde silencio. La de Pola, empero, fue un rodillazo volador directo a la nariz.

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