El poder del hielo (Primera T...

By CristinaDel97

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Unos misteriosos hermanos han llegado al castillo de Arendelle en busca de la ayuda de la reina Elsa... ¿Qué... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 7
Capitulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
La nana de Gudrun
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capitulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Epílogo
AVISO

Capítulo 6

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By CristinaDel97

Buenos días!! Aquí os dejo el capítulo 6. Me gustaría dedicárselo a unas personitas genialesque son mis compañeros del rol de Twitter #SFAR, por todo su apoyo e inspiración incondicional ^^ Os quiero un montón <3<3<3<3 Bueno, espero que disfrutéis de este capítulo. Votad y comentad para hacerme ver que es lo que os ha gustado y qué es lo que debería cambiar, por favor. Y muchas gracias a todos y cada uno de los lectores, votantes y ''comentaristas'' <3<3<3

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CAPÍTULO 6

 

Cuando Elsa volvió a abrir los ojos, ya era de noche cerrada. El cielo era negro como el ala de un cuervo, y una suave nevada caía elegantemente sobre la tierra ya nevada.

“¿Qué hora es? ¿Cómo he llegado hasta aquí?”, pensó. Se llevó una mano a la frente, aún entre las brumas del sueño. La cabeza le zumbaba, aunque al menos ya no se sentía mareada. Al bajar la vista vio que no llevaba puesto su camisón, sino el vestido que recordaba haberse puesto por… ¿la mañana? ¿el día anterior? No lo recordaba. Trató de hacer memoria y a su mente acudieron diversas imágenes: se vio hablando con Argus, con Gudrun y con Anna. También pudo verse a sí misma creando nieve con las manos, y después a Gudrun imitándola. Después de aquello, nada. Simplemente, una nebulosa gris que se extendía ante sus ojos. Aquello hizo que le doliese aún más la cabeza, así que trató de no pensar en ello.

Lentamente, se fue incorporando en la cama. Cuando se puso de pie, comprobó aliviada que ya no sentía náuseas ni mareos. Sin embargo, por si acaso, avanzó con lentitud hacia su tocador y procedió a adecentarse un poco. Tenía la trenza desecha por la almohada, y la cara mortecinamente pálida. Con un suspiro, se quitó uno de los guantes y se pasó la mano por el desaliñado pelo, que automáticamente se ordenó en una trenza perfecta. Elsa no pudo evitar sonreír, aunque volvió a ponerse el guante.

Salió de la habitación. Debía de ser bastante tarde, pues el castillo estaba prácticamente desierto. En el larguísimo pasillo en el que se encontraba su habitación, la de Anna y las de invitados no había absolutamente nadie. O bueno, casi nadie…

Argus se encontraba de nuevo frente al ventanal, en la misma postura ausente en la que Elsa lo había visto aquella misma mañana. Estaba de espaldas a ella, así que no la había visto. Elsa se sorprendió a sí misma pensando que había sido un acierto el arreglarse antes de salir de su cuarto.

“Deja de pensar sandeces, Elsa’’-se regañó a sí misma, aunque se acercó a Argus.

-Buenas noches.-lo saludó, ya junto a él.

El chico se sorprendió de verla allí.

-¡Reina Elsa!-dijo, con los ojos muy abiertos-¿Qué hacéis aquí a estas horas? Deberíais estar durmiendo.

Elsa negó con la cabeza, con una sonrisa.

-No lo creo, Argus. Algo me dice que llevo todo el día durmiendo.

-Oh, es cierto. Vuestro desmayo. ¿Os encontráis mejor?-preguntó el chico con amabilidad.

Elsa arrugó la nariz, en un gesto muy poco apropiado en una reina.

-¿Me he desmayado? No lo recuerdo.-cerró los ojos tratando de evocar aquel momento, pero en su mente se encontró únicamente con aquella horrible nebulosa gris-Lo último que recuerdo es estar con tu hermana y contigo. Después de eso… me desperté.

-¿Entonces no recordáis absolutamente nada?-preguntó el chico con gran interés. Elsa se quedó mirándolo, extrañada.

-No. ¿Por qué te interesa tanto?

Argus la miró fijamente. Elsa se sintió cohibida ante sus ojos marrones. Apartó la vista de él.

-Por nada.-respondió él al cabo de unos instantes-Simple y llana…curiosidad, majestad.

Elsa se puso a mirar por la ventana, eludiendo su mirada. ¿Por qué se sentía tan estúpida pero a la vez tan cómoda en su presencia? Se estaba comportando como una niña tonta.

-¿Y qué haces tú aquí?-le preguntó a Argus, tratando de parecer indiferente. Una vocecilla insidiosa en su interior le decía que no lo estaba consiguiendo.

-He llegado hace rato con mi hermana, majestad. Salimos a dar una vuelta por el pueblo, ya que vos os encontrábais indispuesta.

-Este es un pueblo hermoso.-dijo Elsa.

-Hay algo en él que es más hermoso aún.-contestó.

-¿El qué?

-La nieve que lo cubre.-respondió Argus, señalando por la ventana. Parecía extasiado por el manto blanco que cubría el horizonte.

-Y, sin embargo, odias el poder de tu hermana, que tan relacionado está con todo esto.-contestó Elsa, señalando el paisaje con el mentón.

-No es lo mismo.-se defendió Argus-La nieve que cae del cielo es un acto natural, algo que sucede porque tiene que suceder, y es un acto hermoso. Pero lo que hace mi hermana… lo que hace mi hermana es una maldición, majestad.

-En ese caso, yo también estaría maldita.

Argus asintió con la cabeza.

-No os ofendáis, reina Elsa, pero si me estáis preguntando lo que pienso al respecto, la respuesta es que sí. No estáis menos maldita que Gudrun.

En vez de sulfurarse, como el chico se temía que hiciera, Elsa se echó a reír.

-Lo siento mucho, Argus, pero permíteme decir que estás equivocado.-dijo-Por lo que tengo entendido, Gudrun tiene el poder de controlar el hielo desde su nacimiento. En ese caso, podemos deducir que nadie a podido maldecirla. Igual que yo.

<<Lo que tu hermana y yo hacemos, Argus, es un acto natural. Es parte de nosotras, al igual que las alas son parte de una mariposa. Puede que no sea un acto natural de lo más corriente, así que, bueno, podríamos calificarlo como un fenómeno de la naturaleza, pero en ningún caso como una maldición. Quizá sea peligroso e insondable, pero esto es un don, Argus. Aunque si estás tan convencido de lo contrario, no espero que comprendas mi postura.

-De todas formas, os agradezco que me lo hayáis explicado.-contestó el chico, inclinando la cabeza-Aunque si conociérais las verdaderas circunstancias de mi hermana y mías, no pensaríais así, os lo puedo asegurar.

Elsa se estremeció al percibir la pena y el dolor que destilaban aquellas palabras. Los ojos oscuros de Argus habían vuelto a quedarse fijos en algún punto desconocido, pero con una extraña fiereza, y tenía la mandíbula tensa. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba haciendo, Elsa ya había puesto una mano sobre su hombro, a modo de consuelo.

-Tal vez si me lo contaras podría entenderlo.-se oyó decir,

El muchacho se giró de nuevo hacia ella, mirándola perplejo. Pestañeó un par de veces, y volvió a mirar por la ventana, en silencio. Cuando Elsa ya comenzaba a pensar que no le diría nada, él habló.

-Mi madre, mi padre, Gudrun y yo éramos una familia normal, que vivía felizmente en una pequeña aldea sin nombre al otro lado de las montañas-comenzó a contarle-Mi padre era cabrero, y mi madre se encargaba de la casa y hacía queso para el resto de los habitantes de la aldea. Los cuatro estábamos muy unidos, incluso a pesar de los poderes de Gudrun, que tratábamos de ocultar como buenamente podíamos. Mis padres mantenían a mi hermana confinada en casa, y le prohibían que jugase con los demás niños, por miedo a que les hiciera daño. Ella no lo entendía. Era una niña de seis años, adorable, preciosa, deseosa de saberlo todo…-una sonrisa melancólica cruzó el rostro de Argus, al evocar las imágenes de un tiempo pasado y mejor-pero no podía, porque no era capaz de controlarse. A la más mínima rabieta, todo se congelaba a su alrededor. No podíamos permitir que saliera, aunque ella no lo aceptaba, y lloraba, y lloraba… hasta que uno de esos días de rabieta, mi padre, que acababa de volver de la montaña con las cabras y estaba exhausto, le dio un golpecito en la cabeza para que se callara. Sólo fue un golpecito suave, pero aquello enfureció más a Gudrun, que extendió sus pequeñas manos hacia él, para devolverle el golpe y… y,..-el muchacho apretó entonces los puños, con fuerza, y se quedó en silencio, perdido entre sus recuerdos, frío y distante.

Elsa se dio cuenta de que Argus lo estaba pasando mal confesándole todo aquello, así que consideró necesario pararlo. Si podía ahorrarle ese sufrimiento, lo haría.

-Argus… no tienes por qué continuar si no…

-Mi padre acabó en el techo, clavado a él por una estaca de hielo más ancha que su cabeza.-la interrumpió. Elsa se quedó mirándolo, en shock, y se llevó las manos al rostro, horrorizada.

-Por todos los dioses…-musitó, sin poder evitarlo, con la lágrimas a punto de manar de sus ojos.-Yo… yo…

-Gudrun tenía seis años por entonces, y yo, ocho. Nunca le dijimos a nadie lo que había ocurrido con mi padre. Desde aquel mismo instante mi madre odió a Gudrun con toda su alma, la encerró, la maltrató. Para ella ya no era su hija, sino una bruja, la asesina de su esposo. Pero estaba dispuesta a mantenerla por mí, porque yo seguía siendo su hijo y le supliqué clemencia con ella, aunque la odiaba, la despreciaba… yo tuve que hacerme con el trabajo de cabrero de mi padre para traer dinero a casa. Todo continuó de este modo, hasta hace unos meses… cuando yo también cambié. No quiero hablar de eso-se apresuró a añadir, antes de que Elsa tuviera ocasión de preguntarle-Pero os diré, majestad, que yo también me convertí en un monstruo a los ojos de mi madre. Trató de encerrarme, pero…-suspiró profundamente, tratando de serenarse. Cuando volvió a hablar tenía la voz ronca y entrecortada-El caso es que mi hermana y yo conseguimos escaparnos, y ya en las montañas, oímos hablar de vos. Mi hermana estaba convencida de que vos érais nuestra única esperanza. Y el resto de la historia ya la conocéis.

-Oh, Argus, lo siento tanto…-Elsa sintió el impulso de abrazarlo para consolar aquella mirada tan triste que tenía, pero una voz en su interior le dijo que aquello no sería sensato, y no se movió-Es horrible, debéis de haber sufrido tanto…

-Mi hermana es la que más.-contestó él-Imaginaos como debe de ser el que tu propia madre te odie… aunque nadie era capaz de odiar a Gudrun más de lo que ya se odiaba ella a sí misma. Mató a su propio padre, reina Elsa, con sólo seis años, por culpa de algo que la superaba.  Decidme, entonces, si no es una maldición… ¿qué es, majestad?

Elsa no supo que contestar a eso. El desgarrador testimonio del chico la había marcado más de lo que quería reconocer. La cabeza le daba vueltas, recordando, evocando imágenes de un pasado triste y ente cuatro paredes, aislada, pero, aún así, infinitamente mejor que el de aquellos dos hermanos. Se sentía mal, mareada, como si la hubiesen zarandeado repetidas veces con insistencia. Sabía que cualquier palabra de consuelo que pudiera decirle en aquel momento a Argus sonaría vacía y hueca, por mucho sentido que ella deseara darle. Así que se quedó en silencio, mirándole fijamente, con la boca bien cerrada, mientras él le devolvía exactamente la misma mirada de desconsuelo. Pero, súbitamente, algo le hizo volver la cabeza bruscamente, rompiendo así el contacto visual con la reina. Había dejado de nevar de improviso, y una enorme nube cubría la luna.

Lentamente, la nube fue alejándose poco a poco del satélite, dejando al fin que el enorme y hermoso disco plateado bañase la nieve recién caída con sus rayos de luz. Argus se quedó mirando fijamente la luna, con una expresión de total fascinación en el rostro, aunque a Elsa… a Elsa, atemorizada sin saber por qué, le pareció ver algo más.

La luna se reflejaba en las pupilas de Argus, dotando así a sus ojos de una extraña aura de poder que hizo que Elsa sintiese la necesidad de huir de él. En ese momento él se volvió hacia ella, con el mismo temor.

Pero, en cierto sentido, era un temor distinto, porque ya lo había experimentado más de una vez. Era horriblemente conocido y desagradable.

Justo en el instante en el que los ojos de los dos jóvenes volvieron a cruzarse, los lobos comenzaron a aullar, aguda y penetrantemente. Elsa ya estaba acostumbrada a oír a los lobos por las noches, pero la reacción de Argus ante aquel inquietante sonido la sorprendió de sobremanera. El chico, que se había quedado pálido como la cera, se llevó las manos a las sienes, ente alaridos, como si estuviera sufriendo la mayor de las torturas. La horrible expresión agónica de su rostro contribuía grotescamente a crear esa sensación.

-Argus… ¿qué te ocurre?-le preguntó Elsa, asustada y preocupada, alargando el brazo hacia él.

-¡NO ME TOQUES!-gritó él, olvidándose de todo tratamiento formal y apartándose de ella con brusquedad. Sin dignarse a mirarla, se lanzó disparado hacia el ventanal, atravesándolo de un salto y levantando una lluvia de cristales con él. Elsa soltó un grito, asustada y sorprendida. Algunas esquirlas alcanzaron a Elsa, provocándole uno cuantos cortes, por mucho que ella se hubiese protegido alzando los brazos. Al llevar los guantes puestos, no se había creado ninguna barrera de hielo que frenase los afilados cristales. Aunque los cortes le escocían y sangraban levemente, no le importó.

Había algo más chocante. Mientras los guardias se acercaban a ella apresuradamente para atenderla, cayó en la cuenta: Argus había saltado por una ventana, desde una altura de aproximadamente treinta metros. Corrió a asomarse al ventanal roto, sin preocuparse por los cristales desparramados por el suelo, para ver si estaba bien.

Lo único que vio fue una figura oscura perderse desbocada en el horizonte.

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Hasta aquí este capítulo!! Espero que os haya gustado ^^ Antes de irme me gustaría pediros que sigáis a @Mario_Tierra, un compañero de #SFAR que ha comenzado un fic de Frozen que tiene una pinta estupenda. En serio, no es arrepentiréis *.*

Gracias!! <3

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