DETRÁS DEL REFLEJO [#4]

By BlondeSecret

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CUARTO LIBRO DE LA SERIE #4 «Soy el reflejo de miles de espejos rotos. » La escuela de reflejo ha abierto sus... More

DETRÁS DEL REFLEJO
Prefacio
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By BlondeSecret

Palabras... palabras... qué bien suenan enredadas.

—Quisiera creer que viniste a esta escuela por mí...—pronunció bajito, con los ojos fijos en mi pecho. Su voz ronca apenas colisionando con el rumor lejano de quienes se alejaban por los pasillos—, pero me estaría engañando, ¿no es así?

Solté una corta risita, imitando perfectamente a los reflejos que solían consumir la felicidad misma hasta enfrascarla por un largo tiempo con tal de usarla solo cuando fuese necesario. Pocas Driagnas permitían que enfrascasen sentimientos o emociones, pero las que solían habitar en Ciudad Sol, eran las que más lo hacían, ocultas bajo mantos para luego vender lo prohibido en medio de la oscuridad.

Muchas de ellas simplemente se guardaban las pociones o ciertos sentimientos bajo su ropaje, algunas jugaban, hasta que los reflejos terminaban tomándolas por un buen tiempo, y otras veces, las Driagnas o Dranor solo deseaban tratos profesionales, con tal de nunca meterse por más de una noche con un reflejo.

Pero nosotros nunca fuimos así y, de hecho, hubo un buen tiempo en el que como reflejos, gozamos. Justo cuando Daxon se apareció en mi vida, escapando, robando, tomando vidas o perfeccionando el arte de seducir, con tal de hacer gemir a cualquiera con solo una mirada, con cualquier roce y palabra. Muchas de las cosas que él sabía, se las había enseñado.

Maldito desagradecido.

—Me conoces bien como para saberlo.

En medio de la noche, la dentadura blanquecina de Daxon logró que fuese lo único visible en aquel pasillo, sin que el mismo Edén notase que había alguien más apresándome. Sus manos me sujetaron a cada lado del mural, encima de mi cabeza, con los candelabros apenas parpadeando bajo el rumor de la música lejana. El calor de su piel me inundó por completo, logrando que nuestros pechos chocasen varias veces antes de mirarnos nuevamente a los ojos.

Casi devorando con su mirada mis labios, Daxon susurró:

—Oh, vamos, amor... siempre hay problemas a donde llegas. —Sus labios rozaron mi lóbulo, detonando sensaciones placenteras dentro de mí que simplemente podía controlar con su buen dominio y facciones cortas—. Dime ¿qué haces aquí?

Dejé que una mirada y carcajada seca saliera de mi boca, mientras veía a las arañas caminar sobre de nosotros. Curiosas. Muy curiosas.

— ¿Piensas detenerme? —sonreí, pasando mis brazos alrededor de su cuello. Era más alto, claro, pero sus labios estaban tan cerca... que cualquiera habría pensado que estaba a punto de morderlos—. Nunca te lució el papel de policía, Daxon.

Sin esperar que respondiera, lo empujé lo suficiente, dispuesta a darle la espalda y seguir mi camino. A mí cálida y vacía cama. Abrí y cerré sus manos conteniendo el calor. Algo mayor a lo que yo o cualquier otro ser sobrenatural en el mundo de tinieblas representaba. La calidez que ese reflejo alguna vez me pudo proporcionar, ahora no era más que un recuerdo lejano, una distracción que no necesitaba.

Había tenido suficiente por una noche sin siquiera disfrutar del todo mi comida, en especial, gracias a él y todo su acto de chico malo. Por querer marcar territorio.

No obstante, Daxon me hizo detenerme a mitad del camino, con una sonrisa colgando de sus labios húmedos y las cadenas brillando en su cuello. Dos platinadas, una de ellas, con un frasco pequeño colgando.

—No decías lo mismo cuando te esposaba y gritabas mi nombre.

Observé a Edén desde la lejanía, revisando cada recóndito y profundo espacio de ese piso y, elevando una plegaría para mantener la cordura, empujé levemente al reflejo. Si él llegaba a decir una sola palabra sobre que nos conocíamos...

Hice todo lo posible por ahogar el gruñido poco humano que buscó salir de mí.

—Los años cambian los gustos, amor—reí—, así que dudo que te gusten las mismas cosas de hace más de un siglo, ¿no?

Mi amenaza, sino la sintió de esa forma, bien la percibió con mis uñas rozando su cuello. El color rojizo prontamente apareció por su piel y, del mismo modo, desapareció al instante. Ni una sola marca quedaba en los reflejos a no ser que fuese ocasionada con una gema.

Daxon volvió a lamer sus labios y, de un solo movimiento, me mordió el labio inferior, ahogando un jadeo consumido.

—Siempre nos entendimos bien.

***

La medianoche había tocado las puertas de cristal de la edificación y por esto mismo, ya no se podían escuchar las risas, murmullos y comentarios de la escuela. Edén me había dejado en mí habitación, prometiendo regresar a la mañana siguiente, ya que su trabajo no tenía descanso y debía irse por unos días.

Cerré la puerta detrás de mí, sin siquiera despedirme de Edén como realmente hubiese querido. Pero era demasiado. Las cargas que seguían pesándome en los hombros eran algo con lo que había lidiado por mucho tiempo, pero el hecho de que una parte de mí pasado en la tierra... regresase... Mierda, no. Era una completa locura si me enfrentaba a ello.

Volví a observar mi cama, las comodidades que me estaban ofreciendo, lo que realmente estaba entre nosotros, en aquel modificado castillo, más antiguo que varios reflejitos que rondaban por esos pasillos.

—Por un jodido Antiguo, Vega...—exhalé, golpeando mí pecho dos veces antes de tragar mi propio aliento helado. Tan helado como si el invierno me hubiese atrapado, pero por voluntad propia. No llamaría mis tinieblas para calentarme— ¿Qué piensas hacer?

Como si alguien tuviese la necesidad de responderme, el reloj de arena, envuelto en cristal rojizo, sonó por lo bajo, como un arpa delicada cantando aprensivamente una historia de guerra, de paz y amor. Conté los minutos, esperando que pasasen, que corrieran tan rápido como alguna vez lo hice en esos bosques... sola... abrumada.

Necesitaba recorrer cada uno de esos pasadizos, cada pasillo, cualquier camino con el que lograse encontrarme. A fin de cuentas, por más agotada que estuviera, el sueño no deseaba atraparme en sus cálidos brazos, no hasta que el amanecer acallara la oscuridad en mí.

Control. Solo era cuestión de control.

Estrujé con fuerza el cristal roto en mi cuello y, en cuanto el reloj marcó las dos de la mañana, abrí la puerta, revisando primeramente que el gorila o alguien más estuviese rondando. Era consciente de que posiblemente había magia Driagna protegiendo cada mural, el mismo ascensor, pero las escaleras... caminar en ellas, aunque fuese agobiante, me brindaba la posibilidad de rondar por donde quisiese.

« No puede ser tan difícil... » me dije, alejando la vista del espejo que reposaba en una de las esquinas. Deseaba escapar hasta de mi propio reflejo en el gran ventanal, donde las mínimas y más tranquilas ramitas presionaban con su fuerza en medio del viento.

Repasé cada lugar que duras penas había podido ver cuando Catarina me trajo, pero estaba claro que no había visto ni la mitad de lo que era ese enorme e imponente castillo a la mitad del bosque. Ni siquiera los humanos, según sabía, habían descubierto esta propiedad.

Estaba cubierto, hasta en el sanitario más nefasto e inferior, de magia... magia que cubría todo rastro, con tal de que todo alrededor fuese como un reflejo de la naturaleza, en vez de enseñar el castillo. Y cuando alguien se acercaba lo suficiente... la neblina caía como un beso del cielo, en advertencia, junto a las bestias que caminaban alrededor.

Lo sabía mejor que nadie.

Porque ya había intentado entrar al castillo, dos siglos atrás.

—Shh, nos van a descubrir—susurró alguien, al otro lado de la puerta.

Pegué mi mejilla en la madera que, desde las afueras, no era más que un cristal azulado. Suspiré antes de querer salir. No podía dejar que nadie me viese vagando por el castillo. Ahora que estaba dentro, no pensaba salir, si no era por voluntad propia.

—Claro que no, ven, vamos.

Era obvio que se trataba de estudiantes, pero dentro de ellos, había una considerable cantidad de sentimientos. Un par. Así que, ni un solo reflejo rondaba por esos pasillos, a no ser que fueran... No, imposible.

Cuando las voces no fueron más que un murmullo lejano que luego, seguramente, se convertiría en gemidos similares a los de las tortugas, abrí una puerta. Lento. En silencio. El cálido aire aún viajaba como una luz opaca que seguía iluminando algunas partes del castillo. Obra de las Driagnas y Dranor, no cabía duda.

Tomé una de las pocas golosinas que había logrado... no robar, sino más bien tomar prestadas de la casa de Avén, y me la metí a la boca. El dulce sabor de la cereza derritiéndose en mi paladar, en tanto el chocolate empezaba a pegarse por toda mi lengua.

No había dulces más ricos que no fuesen los que tenían los Kuznetzov.

—Bien, aquí vamos...

Mis palabras quedaron enfrascadas en mis manos sudorosas y, decidida, salí de mi habitación, encontrándome con un largo pasillo de madera formado por suspendido cristal que le sostenía desde la parte inferior. Magia y más magia en un lugar que merecía la misma belleza que solo las Driagnas podían proporcionar.

Así que... no podía usar el ascensor, no sin que alguien se diese cuenta o que alarmara a alguno de los maestros que, hasta el momento, no conocía.

Tampoco me animaba mucho eso. Solo esperaba poder elegir uno que otro libro, por mi propia elección...

Inspeccioné que no hubiese nadie alrededor, antes de encontrar las escaleras. Los pasillos de cristal, enmarcados por las pinturas y esculturas de antiguos artistas que, reconocidos, nadie nunca se enteró de su verdadera naturaleza, me atrajeron en tanto veía cómo todo el castillo era una parte esencial en el mundo de los reflejos, aunque muchos no se dieran cuenta.

Enseguida me aventuré a la primera grieta que había sentido, como sí un espacio más grande fluyera. En efecto, eran las escaleras. Tan heladas como el viento que azotaba las ventanas de cristal, hasta adentrarse en el más mínimo huequillo que encontrasen para acechar con sus sonidos aterrorizantes.

No había luz, ni un solo ser deambulando, solo el aroma a frutas tropicales.

Era claro quién había estado ahí antes. Tan poderoso que su aroma seguía ahí.

Caminé por los peldaños de caracol, como si hubiesen querido marear a cualquier humano antes de intentarlo, sin siquiera darles la oportunidad de ir más allá en esas escaleras al ver cuán extensas eran. Pero es no me detuvo.

Había algo exquisito y atípico cuando llegabas a la zona de descanso, justo donde un enorme ventanal en forma ovalada deslumbraba, recelosa ante la luz de Luna que lograba escarpar sobre las gotitas que seguían cayendo. Una competencia donde hasta el amanecer se vería quién sobreviviría tras la ardua y endemoniada noche de un escándalo en el bosque.

Contuve la respiración y di un paso más, sabiendo que nunca había llegado tan lejos en el castillo. Una que otra valla protectora persistía, flotando entre aguas mágicas, pero me encargué de que no me notaran.

Y ahí... ahí me detuve, justo cuando un pasillo largo preservaba diversas puertas, dejando a la vista lineales columnas gruesas, una tras otra, en tanto la baranda de granito permitía que las pocas luces de las velas aflamadas violetas iluminasen un camino. A mi derecha, habían más escaleras pero... algo... algo me hizo continuar.

Era como si de repente me hubiesen vestido en lluvia y el tocar eterno de un piano que no se opacaba, aunque la lluvia intentase colarse por su estribillo. Al contrario, se unieron armoniosamente como si se pertenecieran, enroscándose mientras en un suspiro, terminé frente a un portón de cristal abierto.

— ¿Hola? ¿Fantasma de la ópera?

Asomé la cabeza, divisando el suelo brillante de madera de leno, hasta donde las cuatro ventanas seguían cubiertas por gruesas cortinas. Más no les era posible ocultar por completo la bruma que recorría el bosque a las afueras. Lateralmente, una larga barra. Casi tan vacío, que ni una sola alma en pena hubiese querido pasar su noche ahí, excepto...

El espejo.

Un enorme e imponente espejo, ciertamente y, al parecer, nada mágico, estaba de extremo a extremo, reflejando por completo ese salón.

Un salón de baile.

Algo en mi interior se revolvió, haciéndome girar el rostro.

Quizás... No. Llevaba años sin dejarme guiar por el cantar de las notas musicales, donde mi propio cuerpo perseguía hasta la última percusión que llegase a tocar el más lejano individuo natural. Desde el principio de mis tiempos lo comprendí. El cómo la música no era más que una parte de nosotros, de la naturaleza. Una parte de mí.

En nuestros cuerpos existía una sinfonía compleja, unida por tantos órganos y pensamientos que tenían su propio y peculiar sonido. El mínimo latido representaba un llamado, el nombre de una canción que muy pocos lograban interpretar. Mientras, la naturaleza poseía tan celestial armonía, que el más insípido humano podría haber notado cómo lloraba por medio de gritos al amanecer, y cómo se regocijaba en plena noche, cuando la Luna era su única testigo para ver tan maravilloso y deleitante acto de arte.

Y entonces, inmersa en mis pensamientos, mi piel se erizó antes de que lo escuchara.

—Otra persona habría entrado a ver más de cerca el espejo—dijo alguien, con un eco retornando en su propia ronca y profunda voz—. Suele ser lo más llamativo.

Erguí mi espalda y busqué la dirección de dónde provenía. Pero no... No había nadie.

—Ya sabía yo que este lugar sí contaba con fantasmas—resoplé.

Di un giro sobre mi propio eje, admirando el techo. A duras penas lograba divisarse en la oscuridad que no era tocada por luz alguna. Estaba en forma circular, como un infinito espiral, ocultando el cielo. Me encogí de hombros.

—Por lo menos tendré una compañía de viejos no tan amargados que me ayudarán a asustar a los malcriados de aquí.

Su carcajada resonó, como si su voz fuese lo suficientemente liviana para chocar contra los cristales y el mismo viento, regocijándose por su presencia. Hubiese preferido morir escuchando el tono que usaba, su acento, que cualquier otra cosa.

El mundo mismo agradecía que abriera la boca.

Yo pronto lo hice cuando su imponente fisionomía apareció justo donde antes los espejos habían reflejado todo el salón. Los atravesó, con todo su cuerpo desprendiéndose de las chispas mágicas plateadas, hasta formar el ser más esplendido en todo el lugar.

La música que provenía de la lluvia se levantó, en un clamor lejano, y replicó, exigiendo la atención del hombre de encantadora y varonil belleza.

—Me temo que no puedo traspasar paredes, a no ser que cuenten con espejos.

La oscuridad rehuyó y luego se enroscó en su propia mirada azulada. Tan dulce como la miel. Y atrapante como ella.

Tragué, no muy segura de lo que estaba haciendo. Así que, a fin de cuentas, volviendo la mirada del techo, a su cuerpo, asentí.

—Eso servirá.

— ¿Qué haces aquí?—cuestionó de repente.

Su murmullo sonaba más curioso que replicante, en tanto se pasaba una mano por el enloquecido cabello blanco. Era como si miles de nubecillas esponjadas hubiesen decidido acoger su cabeza, con tal de brindar un vistazo diverso en medio de todo el oscuro salón.

Por un momento pensé que me encogería al sentir que su aroma a lluvia, piedras húmedas, y hojas rociadas, me besaba la piel, sus largas manos reposando en los bolsillos delanteros de aquellos gastados vaqueros. Y sí, podía estar conteniendo la respiración por haber estado tan alejada de cualquier ser mágico que, especialmente, pudiera... sentirme.

Apreté los labios y bajé la mirada hasta sus ojos, dando un recorrido por sus pronunciados y delgados labios, regresando a sus cejas.

—Solo conocía...

Él empezó a dar pasos hacia mí, entrecerrando los ojos, pero sin la necesidad de inspeccionarme del todo. Como si supiese, no quién era, sino qué.

Estuve preparada para dejar ir todas mis tinieblas en un instante, pero el ser solo se encogió de hombros, reparando una sonrisa mientras caminaba hacia una pequeña mesita de vidrio.

—Me temo que no son horas para conocer—mordió las palabras, con un gruñido ronco y sensual. Me recorrió la espalda en un suspiro y me dirigí hacia él, sin titubear—. Déjame adivinar... Es de las primeras reglas que infringes ¿no?

No pude evitar soltar una ladina sonrisa.

— ¿En la vida o aquí?

—Claramente me doy el privilegio de suponer...—comenzó a decir, en un acento particularmente elegante. Británico, me dije—, que no es tu primera vez quebrando algo.

Las palabras me atravesaron, sabiendo que tenían más significado que cualquier otra cosa en el mundo. Porque sí, había tanto... tanto que podía ser roto en segundos, con una eternidad de pedacitos incomprensibles y sin reparación alguna.

Temía cada día por ver que mi corazón quedaba en las mismas migajas que alguna vez dejé.

Pero entonces, queriendo llamar mi atención, dejó que la música volviese a fluir como un río, hasta sincronizarse con nuestras respiraciones. Él se giró, apoyando las manos en la mesa de cristal, sus largas y musculosas piernas a la vista, ambos brazos ocultos gracias a su camisa, pero la fuerza evidente.

— ¿Qué más deseas conocer, Vega?

Eso hizo que tomara otra bocanada de aire.

Porque, no pude obviar la manera en la que sus labios habían dejado que mi nombre saliera de ellos, como si toda intensión y aliento de vida hubiese quedado impregnado en ellos hasta quedar en un exhaustivo y encantador endulzante que había convertido las palabras en algo mayor que un insípido nombre. Sin embargo, y aunque me causó desconfianza notar que sabía mi nombre—queriendo pasar más que nada desapercibida en toda esa escuela—, podía haber escuchado sobre mí, tras la escena en el comedor.

No tenía más remedio. Mi identidad me perseguía hasta en las sombras.

Aunque, de todas formas ¿de dónde había salido ese bombón con preguntas de doble sentido para mi existencialismo de medianoche?

Bueno, eran las dos de la mañana, pero contaba.

No tuve más opción que volver a fijar mis ojos en su pecho, ataviado por una liviana camisa blanca de algodón que sinceramente lograba ocultar los músculos que reposaban debajo. Un guerrero, elegante, distinguido y educado dentro de esa juguetona mirada.

Me lamí los labios y pensé los mil reflejos atractivos que había visto antes. Pero nadie... No, nadie logró ser como él.

— ¿Es egoísta si digo que quiero conocerme a mí misma, antes que cualquier cosa?

Él soltó una escueta sonrisa antes de atravesar todo el salón. Su elegante caminar desprendía gracia y perfección por donde se le mirase, con aquella perfilada nariz y el cabello rozándole las cejas curvadas en una salvaje mirada que, al parecer, no estaba dispuesto a dar fácilmente.

—Es la mejor decisión que podrías tomar—dijo, haciéndome dar un par de pasos, al darme cuenta que me encontraba a solo centímetros de su cuerpo. Aquella seriedad que buscaba entrometerse en sus delicadas pero marcadas facciones me congeló al instante, en tanto una pequeña esfera de luz se formaba detrás de mi espalda. Mirándome de pies a cabeza, asintió—. Sí, sería lo mejor. Pero más te vale hacerlo encerrada para que nadie escuche uno que otro gemido que pueda salir de tu boca.

Estuve dispuesta a decir algo, contestar, porque no lo conocía de nada pese a mis años en la tierra, y aun así sentía que había estado con él en otro momento, por una larga noche donde sus susurros le hacían competencia a la noche, y sus abrazos eran tan acogedores como la brisa de verano.

La sonrisa llegó a sus ojos cuando negó, aclarándose la garganta.

—Bueno, también hay otras maneras de conocerte que seguramente lograrás...—aseguró, pegando su mano a la puerta a mis espaldas. La madera crujió ante su taco, por lo que ladeé el rostro—, después de todo, este lugar está lleno de magia.

—Demasiada, diría yo.

Sostuvo la puerta unos segundos más, como si hubiese perdido la oportunidad de quedarme ahí al haber escapado del reflejo en el espejo. Sus pronunciados labios lucían como la más peligrosa tentación en un mar de cantos angelicales. El juego de la perdición revestida en ojos azules y cabello platinado. Bajé mi mirada hasta sus labios, luego volví a subir ante su amenazadora atención.

Dejando que el sonido de la música a sus espaldas chocara contra su propio cuerpo hasta encantar las luces sobre él, solo sonrió diciendo:

—Buenas noches, Vega.

Cerró la puerta antes de que pudiese decir algo más. 

**

WENAS, WENAAAAS. HOY ES VIERNEEES, Y LOS REFLEJOS LO SABEEN. 

Como pueden ver, andamos con un juicio increíble actualizando cada finde. Espero que estén disfrutan tanto como yo al entrar en ese mundo tipo Dark Academy. Siempre amé estos libros y el escribirlo me hace muy, muy feliz. 

Ahora sí, ¿ustedes creían que nuestra Vega sería así?

¿Qué creen que oculta?

Reacciones para Daxon y el atraviesa paredes...

Nos vemos el próximo fin de semana, esperando no quedar en el olvido. 

Les quiere, Nat. 

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