Estrella Fugaz (Sol Durmiente...

By AlbenisLS

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SEGUNDO LIBRO DE LA TRILOGÍA 'ROSA INMORTAL'. Macabros asesinatos comienzan a ocurrir en las cercanías del p... More

Caracas, Venezuela. Marzo de 1988.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capí­tulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31: Casus Belli.

Capítulo 22.

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By AlbenisLS

Una preocupada Sonia y una avergonzada Rosa fueron las únicas personas que los despidieron en el terminal de autobuses que salía temprano en la mañana, después de una serie de abrazos y un consejo de mi padre: 'No debes temer a los cambios, hija. Debes enfrentarlos y asumirlos. Para eso te crié, para que seas una mujer fuerte.' También una frase de Celeste, para finalizar su estadía en San Antonio: 'Nos vemos en el bodorrio, hermana'.

 'Todo lo bueno tiene su final' es un dicho bastante popular, y lamentablemente es cierto. Ver a mi padre y a mi hermana irse del pueblo significó volver a ser adulta, ocuparme de mis asuntos, responsabilizarme de mis actos y cumplir mis promesas. Una de las cuales hasta ahora no había - ni quería- cumplir.

Decirle a Sonia que le pediría ayuda a los Bolívar a averiguar quién o qué era el causante del accidente de auto de Stefan posiblemente era un error de mi parte, pero ya lo había dicho, y debía hacerlo.

Los vampiros Bolívar eran ciertamente mis amigos, y podía pedirles ayuda en caso de necesitarla. Pero no eran amigos de Sonia, y la respuesta que recibiría de ellos era tan impredecible como el clima del pueblo. Durante la semana que pasó luego de haber hablado con Sonia respecto al extraño suceso con su hermano, sentía vergüenza de mirarla a la cara y admitir que no podía decirles nada a los Bolívar, por miedo a que rechazaran la propuesta. Pero también, tenía miedo de que por la misma negativa, Sonia intentara averiguar algo por su cuenta.

Ella, aunque era cierto que durante los meses después de su 'renacer' en el aquelarre de las brujas del sur había aprendido ciertas habilidades mágicas, no era lo suficientemente poderosa para enfrentarse a lo que fuese que estuviera acechando en el bosque. 

Lucía Bolívar no mentía cuando me dijo en una oportunidad que el pueblo de San Antonio era un territorio muy deseado por criaturas sobrenaturales, y secretamente había estado en guerra su dominio. En muchos años, la seguridad del pueblo frente a la amenaza de seres no tan agradables estaba a cargo de los tres vampiros habitantes de la montaña, mientras que el área del bosque antes de llegar al pueblo le pertenecía a las brujas. Entre ellos se repartían la tarea de evitar que algo cruzara la frontera de la salvaje naturaleza a la frágil civilización.

Me levanté con rapidez de la cama, y luego de darme una ducha y vestirme con uno de los trajes que había comprado en aquel día de compras, salí de la habitación y bajé las escaleras.

Los hermanos Deville estaban abajo, en la sala, hablando en voz un poco más alta de lo normal.

-¡Te prohíbo que lo hagas, Sonia! No vas a meterte en problemas que no son tuyos.- exclamó Stefan, que aunque seguía adolorido, su voz resultaba amenazante. Por un momento, pensé en quién de los dos habría nacido primero. 

-Se convirtió en mi problema desde que se metieron contigo. Eres mi hermano, y estás herido por culpa de uno de esos monstruos.- le replicó Sonia, ella de pie frente a Stefan que se hallaba sentado en el enorme sofá.

Era extraño ver a dos personas que por lo general siempre están de buen humor discutir entre ellos. La tensión en el aire era tan pesada que casi podía sentirse, por lo que me vi en la necesidad de romperla, por lo que carraspeé ligeramente y dije un tímido -Buenos días.-

Los gemelos posaron sus ojos aguamarina en mi, y sentí ganas de correr escaleras arriba y encerrarme en mi habitación, pero solo por un momento, porque enseguida ambos se dieron cuenta de lo que había intentado hacer y sonrieron ante mi acción.

-Buenos días, Rosa.- dijo Stefan, sonriendo a medias y mirando de reojo a Sonia, quien se había sentado al otro lado de su hermano, alejada de él por un cojín que dispuso entre ellos.

-Hola, Rosa. ¿Cómo has estado? No te he visto en una semana.- dijo Sonia, en un tono de voz algo crudo para ser un saludo. Mas bien, parecía ser una acusación. 

No me había sentido muy bien los últimos días, por lo que decidí no tomar en cuenta el verdadero sentido en el que la rubia había dicho aquello y contestarle de manera literal.

-Bien gracias, ¿y tú? Sí, han pasado algunos días sin hablar. Bueno, ya tengo que irme. Nos vemos más tarde. Igual para ti, Stefan. Espero que mejores.- Viendo que no podía ser más agresiva que ese lamentable intento, decidí salir de la casa con destino al taller mecánico donde me habían informado que ya mi deportivo estaba listo para la acción. 

El único inconveniente era que, ahora con la camioneta de Cristóbal, ir a buscar mi deportivo iba a ser algo complicado, por lo que caminé cuesta abajo el sendero que separaba la villa blanca del resto del pueblo en busca de un taxi. Pero justo antes de salir a la avenida que transcurría paralela al sendero, escuché un grito que provenía a mis espaldas.

Era Stefan, quien había salido detrás de mi. Le costó llegar hacia donde estaba por las magulladuras provocadas por el accidente, pero al llegar fue como si nada le hubiese pasado. Allí estaba, alto y galante a pesar de las puntadas en la ceja.

-Ehm, ¿a dónde vas?- dijo él, con cierta curiosidad en su voz- Por si no lo habías notado, vas caminando al centro. Sin la camioneta. Sólo tú.-

-Sí, es que voy a buscar mi deportivo al taller mecánico. Yo también tuve un accidente de auto un poco antes que tú, y mi auto necesitaba reparaciones.- le expliqué, pasando por alto el hecho de que mi accidente había sido algo diferente. Los trozos de vidrio de la ventanilla del auto estallando en mi cara volvieron a mi memoria, haciéndome estremecer.

-¿En serio? Y, ¿puedo ir contigo? No puedo estar hoy en la casa. Tengo siete días sin salir de allá, y últimamente Sonia ha estado algo irritable.- explicó, casi suplicando. Fingir demencia me pareció lo más apropiado.

-¿Ah, sí? ¿Te ha dicho algo del por qué de su actitud?- inquirí, como quien no quiere la cosa.

-Sí, quiere encontrar al causante de mi accidente. Le he dicho mil veces que deje este asunto en el pasado, pero no le parece correcto.  Pero lo peor es que...- se detuvo, y esa pausa me llamó la atención. No quise apresurar las cosas, por lo que accedí a que me acompañara.

El centro de San Antonio un viernes en la mañana es una bulliciosa multitud exclamando que venden cualquier cantidad de productos, hay veces que los vendedores en su afán de que les compren algo, obstruyen el tráfico con unas carretas de metal repletas de frutas, verduras y otras cosas. Para el que va conduciendo, resulta agobiante esperar que los vendedores se den cuenta de su error y se aparten del camino, pero si se va en un auto conducido por otra persona, como en el caso de ese día, se convierte en una experiencia diferente.

Ese día, le tocó el turno a un vendedor de varas de incienso. Por accidente, una de las ruedas de su carreta se había roto en medio de la calle y no podía moverla sin arruinar su trabajo, por lo que causó que el taxi en el que íbamos Stefan y yo se quedara atorado en el tráfico. Allí, en ese momento, decidí sacarle lo que había querido decirme un momento antes.

-Stefan, hace rato me estabas contando lo que Sonia te decía respecto a su actitud, pero no terminaste.- dije, mirando al enorme hombre a mi lado.

Stefan tosió un poco, tal vez debido al intenso olor de las esencias de las varas, pues la carreta estaba muy cerca de nosotros y el olor se filtraba por dentro del auto. Hizo una ligera mueca de dolor, y asintió.

-Sí, bueno. Desde el accidente, ella ha estado determinada en saber quién golpeó mi auto. Ella cree que fue...- se detuvo de nuevo, y la impaciencia se apoderó de mi.

-Que fue ¿qué?- dije, y por lo visto, en mi cara había algo que hizo a Stefan bajar la voz para que el conductor no escuchara nada.

-Vampiro.- esa sola frase me hizo volver a una noche, tiempo atrás, cuando un vampiro se apareció en un estacionamiento de un salón de fiestas.

Se suponía que ningún vampiro, además de los Bolívar, tenían permiso de estar en el pueblo o en sus alrededores. El bosque de San Antonio les pertenecía a Héctor, Lucía y Cristóbal; y si algún otro se atrevía a cazar personas en su territorio, habrían serias consecuencias. Lo grave del asunto, era que ese alguien ya había matado gente dentro del pueblo, y deliberadamente había inculpado a los Bolívar.

Hace pocos meses, Cristóbal me había dicho que el aquelarre de brujas del sur creía que ellos estaban asesinando a miembros de su secreta fraternidad. Una cosa era cierta, sí estaban matando brujas. Emerich había sido la última víctima en morir a manos de Ariel, y antes que él habían matado de forma salvaje a dos más, regidos por Alaysa, la enorme líder de las brujas en la zona centro del país.

-Se está metiendo en aguas turbulentas. Un vampiro es peligroso, pero uno sediento es incluso peor. Quisiera saber qué cosa fue lo que hizo que mi auto se voltera, pero por más que intento recordar, no vi nada. Sólo sentí el golpe.- dijo Stefan con mucha seriedad, tanto que, en el momento que dijo lo de los vampiros, pareció lúgubre y oscuro.

Stefan sabía cosas de los vampiros, claro. Él mismo había admitido que vivió con vampiros durante una temporada en la lejana selva amazónica, y si en algo tenía la razón, era que los vampiros sedientos eran una terrible amenaza.

Finalmente, otro de los vendedores ambulantes del centro de la ciudad se apiadó del pobre hombre que vendía inciensos y le ayudó a mover su carreta del camino, despejando rápidamente el tráfico y continuando nuestra marcha hacia el taller. El taxi se detuvo en la esquina de la calle que daba al taller. Lo había hecho a propósito para poder hablar con Stefan lejos de los oídos del conductor. Hacerle saber a alguien más de los secretos que ocultaba el pueblo me haría sentir peor de lo que ya me sentía.

-Mientras más le digo que lo olvide, más se empeña. Hace unos días la vi leyendo un libro de hechizos. Le pregunté de qué se trataba y no me respondió, por lo que forcejeé con ella y logré quitárselo. El libro era de invocación de almas perdidas, un libro que se usaba en tiempos de guerra entre las brujas y los vampiros. Las brujas que conocían los secretos del libro de invocación de almas perdidas, podían atraer vampiros, demonios, lamias y cualquier criatura de la oscuridad, y podían destruirlos con facilidad. No todas las brujas saben usar los hechizos, y es complicado realizarlos. Yo nunca he tocado el libro, pero conozco brujas que sí lo han hecho. Es más, en la capital vive una bruja que es experta en la invocación.- Stefan estaba claramente asustado por las nuevas aficiones de su hermana y ahora que me había dicho esto, yo también tenía miedo.

-Hay que detenerla entonces, o pedirle a alguien de confianza que la convenza de esto. Si ni tú ni yo podemos, alguien más debe.- dije, pero Stefan me dijo algo que me dolió.

-¿Tú? disculpa, Rosa, pero tú no has hecho nada por ayudar a Sonia a que se olvide del asunto. Es más, esta mañana le dijiste que tenían días sin hablar. Justamente siete días, la semana que Sonia lleva empeñada en hallar al vampiro o  lo que sea.-

Él tenía razón. Mi promesa estaba a punto de quebrarse por completo. Se suponía que Sonia era mi amiga, y debía ayudarla, así fuese a hallar al monstruo o disuadirla de cometer una locura. 

Stefan me acompañó al taller, esta vez ambos en silencio. Nadie dijo ni una palabra hasta que me entregaron mi deportivo, que estaba como nuevo. Fue entonces cuando el enorme rubio se despidió de mi, diciendo que debía ir a quitarse los puntos de la ceja y las vendas en el brazo. Iba a decirle que podía ir con él, pero decidí no hacerlo. Me di cuenta que ya nuestro momento del día juntos había llegado a su fin.

No quería regresar a casa, y el trabajo ya no era una opción porque ya eran las once de la mañana, por lo que decidí ir a la ciudad, sola.

Ya había puesto el auto en marcha cuando noté algo que cambió mi decisión. El cielo que estaba de un azul tan brillante como mi deportivo se convirtió de repente en un manto gris plomo, mientras un ruido ensordecedor cubrió la tierra. 

Truenos. Iba a llover, lo que significaba la ausencia del sol, lo que significaba a su vez que podía cambiar el curso hacia el sendero apartado del pueblo. No a la casa de Sonia, pues lo que me había dicho Stefan me había hecho entrar en razón. Reuní valor, y luego de respirar profundo varias veces me encaminé a la mansión incrustada en la montaña. Si tenía suerte, ellos ya estarían allí.

Mi estómago se revolvió ante la idea de que no aceptaran, y volví a sentirme igual de mareada que el día que estaba caminando con Sonia, cuando me pidió ayuda y yo le prometí que lo haría. 

Y debía hacerlo.

Si los Bolívar no aceptaban, entonces yo la ayudaría. 

Para cuando llegué a la mansión, el cielo estaba tan gris como siempre había sido desde mi primer día en el pueblo, de cuando en cuando con resplandores blancos iluminando la inmensidad. 

Estacioné el auto frente a la puerta de hierro, y me bajé en el momento en el que otro trueno sacudió el silencio. Por suerte, sabía que las llaves de la puerta estaban escondidas entre las enredaderas en la entrada, así que las recogí y abrí la puerta. El camino no estaba iluminado, tuve que caminar casi a ciegas, pues las plantas no permitían que mucha luz entrara al túnel. Llegué al patio de gravilla, donde podía ver la docena de autos estacionados bajo un techo, protegiéndolos del sol y la lluvia.

Al acercarme a la puerta, me abrió inmediatamente Héctor Bolívar. Tenía días sin verlo, su cabello entre marrón y dorado resplandeció cuando otro trueno iluminó el cielo. Sonrió amistosamente al verme.

-Hey, Rosa. Lamento no haber estado en tu fiesta de cumpleaños; pero tú sabes, un vampiro tiene que comer.- dijo, rodeándome con uno de sus fuertes brazos y llevándome adentro de la casa.

Héctor era tan desinhibido al hablar que no me quedó otra que reír. 

-¿Y te fuiste por una semana a comer?- le dije en tono de broma. Él sonrió y me soltó de su apretón.

-¿Tanto tiempo estuve lejos del pueblo?- preguntó, frunciendo el ceño, pero después relajó la cara y  volvió a sonreír- Cuando eres un vampiro, el tiempo no significa mucho. No nos damos cuenta de cuántos años han pasado, aunque por mi parte, sé cuántos años tengo. No creas que se me ha olvidado.-

Nunca le había preguntado ese tipo de cosas a Héctor. Ni mucho menos a Lucía; si a las mujeres no les gusta decir su edad, a una vampiro menos. Lo único que sabía era que Héctor había sido el primer miembro de la familia creado por Marianne, la 'madre' de los Bolívar.

-¿Ah sí? ¿qué edad tienes?-

-Trescientos cuarenta y siete. Tenía treinta años cuando Marianne me convirtió. Pero no te gustaría escuchar nada de eso, ¿o sí?- dijo, con gesto de curiosidad en el rostro. Sus ojos brillaban con picardía.-

-¡Claro que sí! pero antes dime, ¿dónde están Lucía y Cristóbal?-

-Están en el refugio. Son unos maniáticos del orden, y quieren que todo esté limpio. Que la casa siempre esté así es obra de ellos. Si fuese por mí, sería igual al 'Dragón Marino'.-

-¿Qué es eso?- pregunté, y sabía que escucharía la historia de cómo Héctor dejó su humanidad. O por lo menos, un pedazo de su historia. Me senté en el sofá color marrón de la sala, y Héctor me imitó.

-'Dragón Marino' era el nombre de mi carabela. Era un pirata.- dijo él, haciendo un gesto de desaprobación con la cara, más con una sonrisa. No se arrepentía de ser lo que fue, y eso me agradaba de Héctor.

-¿En serio eras un pirata?.- me corregí, ante la reacción del vampiro. Se rió y continuó hablando.

-Ni más ni menos.  Había estado en un barco desde que tenía uso de razón. Mi vida comenzó en un barco, y en un barco terminó. No conocí a mi madre, y mi padre era el capitán del 'Dragón Marino' antes que yo. Me crié entre bandidos y ladrones, violadores y asesinos. Ninguno me hizo daño, fueron mi familia, más que mi propio padre, que ni me notaba. Obviamente, el cargo de capitán no se hereda, se gana, y una vez que mi padre envejeció y murió, el 'Dragón Marino' debía tener un nuevo capitán, por lo que se convirtió en un baño de sangre. Me intentaron matar de primero, pues consideraban que el bastardo del capitán iba a querer ser el heredero. Una cosa que siempre me caracterizó fue mi rapidez, y esa rapidez me salvó de morir. Y así, una cosa llevó a la otra y terminé siendo capitán a los dieciocho años. Imagina la responsabilidad.-

Asentí ante su indicación. Un capitán de un barco pirata con tan sólo dieciocho años... Me pregunté por qué no había pasado a la historia, y como siempre me solía suceder con los vampiros, Héctor pareció leer mi mente.

>> Habían pasado doce años y seguía siendo capitán. Tuve que eliminar a la competencia y despedir a los que ya no servían. Mi tripulación era nueva en el 'negocio', pero yo no. Estábamos cerca del puerto de Nueva Cádiz, una ciudad que ahora no existe, porque un ciclón se la tragó completa. Y con Nueva Cádiz, se fue mi tripulación y mi carabela. Fue ahí, en medio del desastre natural más terrible que puedas imaginarte, que Marianne se apareció. Estaba viviendo en el agua, al principio pensé que era una de esas míticas sirenas que aparecen en las aguas del caribe, pero luego noté que tenía dos piernas bien formadas, nada de cola de pez, así que supe que era otra cosa.-

>> Ya estaba casi muerto, cuando ella me vio, me sacó del agua y me trajo de nuevo a la vida, para  convertirme en vampiro dos días después, cuando una fiebre me atacó producto de las condiciones en las que me encontraba luego del ciclón. Ella me ofreció ser vampiro, nunca me obligó a nada que no quisiera. Marianne es una vampiro diferente, Rosa. Ojalá y la conozcas algún día.-

-Sí, ojalá.- dije, y de pronto recordé la razón por la que había ido en primer lugar a la mansión.- Héctor, hay algo que me gustaría...-

Fui interrumpida por un trueno horrendo, tanto que me hizo saltar del sofá, y en seguida, estuvimos en oscuridad.

-No puede ser.- dije ante la falla de electricidad. Para Héctor no era problema, pero para mi sí. Además, hasta ese momento no me había dado cuenta que ya había oscurecido. Ambos salimos hacia el patio de gravilla, para fijarnos si el problema de la luz había afectado a todo el pueblo,  y en efecto, así era. Hubo un rayo en ese momento, y junto a Héctor se encontraban dos siluetas más. 

-Hola, amor.- dijo la voz de Lucía, y la silueta de Héctor la rodeó con sus brazos. En el siguiente rayo, las dos siluetas abrazadas ya no se encontraban.

-Hola, señorita Arismendi.- dijo una voz de barítono, de galán de telenovelas, proveniente de la única figura en la oscuridad. Me acerqué a él y le abracé con ternura.

-Te extrañé.- dije, mirando hacia el cielo justo en el momento en que otro rayo quebraba la oscuridad en miles de pedazos. Era como si el manto nocturno se estuviese rompiendo, dejando ver a través de las grietas pedazos de luz. 

-Yo más. No te molestes, pero dime ¿qué estás haciendo aquí? pensé que ibas a buscar tu auto al taller.

-Lo hice, está estacionado allá abajo. Vine porque quería hablar contigo respecto a algo. Quería pedirte ayuda.- dije con vergüenza, y bajé la cara hacia el suelo, pero él me tomó por la barbilla con un dedo helado, levantando mi cara hasta la suya.

-Lo que quieras.- me dijo, besándome en la frente con aquellos labios tan fríos y sensuales.

Sin pensarlo dos veces, ya que iba a arrepentirme y sentiría miedo después, lo dije.

-Necesito que ayudes a Sonia a encontrar a quien le hizo daño a su hermano.-

Mi petición pareció dejarlo inmóvil, porque buscaba alguna reacción entre lo poco que lograba ver en la oscuridad y no encontraba rasgos de que hubiese entendido algo. Le toqué el brazo, estaba tenso, pero se relajó a los segundos.

-¿Hay algún problema?- le dije, cuando de la nada sentí algo frío impactando mi mejilla izquierda. Luego en mi nariz, luego en mi cabeza. Había empezado a llover, y cada vez con más ímpetu, mientras relampagueaba con fuerza.

-No... no pasa nada.- dijo Cristóbal, mientras la lluvia empapaba todo. El agua goteaba por su cara, parecía que estaba sudando. Lo cual parecía cómico por su reacción anterior. 

El detalle estaba en que sí debía haber un problema, pero por ahora había pasado lo peor.

-Voy a ayudarla. Es una promesa.-

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