Capítulo 14.

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Héctor apareció por las escaleras con su cabello color miel húmedo y limpio, tal como si nada hubiese pasado y solo estuviera tomando una ducha. Las pocas ocasiones en las que me quedaba en la casa de los Bolívar era cuando podía ver a Héctor y Lucía sin sus acostumbrados elegantes atuendos, y en cierto modo me causaba gracia ver al 'hermano mayor' de Cristóbal con un suéter informal y unos jeans.

-Qué triste lo que pasó. De verdad lo siento.- fue lo único que se me ocurrió decir ante el silencio incómodo que hubo luego de la aparición de Héctor.

-No importa. Está bien, Rosa. Gracias por preocuparte.- dijo Héctor, sonriendo muy levemente, casi haciendo una mueca.

La muerte de Emerich fue una noticia terrible, fue la cereza que adornó el pastel. Durante todo el día, tuve momentos intermitentes entre noticias buenas y malas. Desde estar aterrada por mi humanidad y la inmortalidad de Cristóbal, a encontrarme fugazmente con mi primo, luego el asalto en el cementerio, y finalmente lo más maravilloso que me hubiese podido ocurrir: El compromiso.

De hecho, pensé que hasta allí llegaría el día, pero en un pueblo en el que aparentemente nada era normal eso no podía suceder. Era una regla.

Aún tenía el recuerdo de la primera vez que vi a Emerich, unos siete meses atrás. El mismo día en que conocí a la familia de la que ahora me sentía parte, y próximamente lo sería de verdad. Nunca compartimos nada, pero sentía una especie de afecto hacia aquel hombre de baja estatura, pues había ayudado a los Bolívar en momentos de necesidad. A pesar de que en su última reunión, la primera a la que asistí, no fue de mucha ayuda.

Estaba sentada en el sofá, con Cristóbal a mi lado tomando mi mano, como si de unos recién casados se tratara, cuando Lucía se materializó en la entrada de la mansión de color ámbar, con una cara de absoluto miedo.

-¿Es cierto? ¿Emerich está...- no pudo terminar de hablar, pues unas lágrimas color rojo corrían por sus mejillas coloradas artificialmente con maquillaje.

-Sí, Lucía. Emerich está muerto. Ariel lo mató.- dijo Héctor, abrazando a su esposa suavemente mientras ella sollozaba.

La ventaja de esta familia tan inusual era que podían hablar telepáticamente, enviarse noticias y mensajes por la mente, aunque estuviesen a kilómetros de distancia el uno del otro. Aunque no sabía por qué Cristóbal no se había enterado con antelación a la llegada de Héctor.

-Debemos hacer algo. Tenemos que detener a Ariel de una vez por todas.- dijo Héctor en tono furioso. De haber sido humano, estaría rojo de ira.

-No podemos matarlo.- dijo Lucía, y en su voz había compasión. Un sentimiento que obviamente Ariel no poseía.

-¿Por qué no pueden matarlo?- pregunté- Pensé que si un vampiro intruso hacía daño en su territorio, ustedes estaban en su derecho de cazarlo.- dije mientras me plantaba sobre mis pies. Comenzaba a enojarme por la impotencia.

Hubo un momento de silencio que siguió a mi pregunta. Me incomodaba pensar en que, mientras yo solo escuchaba los grillos cantando en el bosque, entre los Bolívar se debatía una conversación mental. Finalmente, luego de un suspiro, Cristóbal me dirigió la palabra.

-Nuestro mundo tiene muchas reglas que aún no conoces. Se que te expliqué una vez que si un vampiro se metía en nuestro territorio podíamos asesinarlo. Pero el problema es que Ariel, a pesar que ya no está en nuestro clan y es independiente, sigue teniendo nuestra sangre. Sería una traición a la comunidad vampírica, y eso traería problemas.-

La comunidad vampírica era una especie de reino entre los inmortales. A ellos se les debía completa obediencia, y de no hacer lo que ellos manden, las consecuencias serían graves. Afortunadamente, aún no tenía el placer de conocer a algún miembro de aquel selecto grupo de vampiros, los más antiguos en la región.

Estrella Fugaz (Sol Durmiente Vol. 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora