Capítulo 12.

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Rosa Arismendi de Bolívar. Ese sería mi nombre cuando me casara con el hombre más maravilloso que hubiese tenido el placer de conocer. La propuesta de matrimonio de Cristóbal rebotaba en mi cabeza, repitiéndose una y otra vez. De hecho, a cada minuto revisaba mi mano izquierda para darme cuenta de que el precioso anillo de diamantes estaba aún allí, y que no había sido solo una cruel alucinación luego de los eventos desagradables de temprano en la noche.

Siempre creí que me casaría después que mi hermana. Tal vez porque en el amor no era una gran experta al no tener una gran cantidad de relaciones. Claro que salía con chicos de vez en cuando, pero sólo pasaba de una o dos citas, porque lamentablemente hacían o decían algo que me desilusionaba. Es que así era yo, tan exigente en el amor como en todos los demás aspectos de mi vida.

En las citas que solía tener cuando estudiaba en la universidad, era como si pudiera leerle los pensamientos a los chicos. Las expresiones que hacían al verme eran muy obvias, y me hacía reconsiderar lo que había hecho. Creo que era un reflejo creado por la crianza de mi padre, ya que mi madre estaba muy enferma para atendernos.

La única relación de la que podía estar segura de su seriedad antes de conocer a Cristóbal, fue con Ángel. Vaya, no había pensado en él desde hacía mucho tiempo, casi el mismo tiempo desde que me había mudado al pueblo. Sentí algo de culpa al no haberlo ni siquiera llamado para saber como estaba, porque después de todo, seguíamos siendo buenos amigos a pesar de que él esperaba algo más. Algo que ya jamás podría ocurrir.

No se que hacía pensando en todas las cosas que habían ocurrido en mi vida sentimental, cuando el gran evento en ella aún estaba allí, latente, tangible.

Di un salto del pasado hacia el momento en el que abracé con toda mi fuerza a Cristóbal, mientras intentaba secar mis lágrimas torpemente con mi mano. 'La mano de la novia' pensé de repente, sonriendo. No me quise separar de él, así que en cambio alterné mi abrazo con unos cuantos besos en sus deliciosos labios, tan helados como un día lluvioso.

-Entonces, ¿estás segura?- preguntó Cristóbal sonriendo. De haber sido humano, estoy segura que habría estado jadeando por aire. Y me alegraba que no fuera así.

¿Segura? Jamás en mi vida había estado tan segura. Ni siquiera cuando decidí dejar toda mi vida en mi ciudad natal y me encaminé hacia el pueblo en el que me esperaba el destino. Ahora podía considerarme creyente de esa fuerza sobrenatural que guía las acciones de las personas, porque yo era testigo viviente de ella.

-Completamente, mi amor. Aceptaría ser tu esposa mil veces.- dije, de pronto separándome de él y tomándolo de la mano, entrelazando mis dedos con los suyos.

-Me encanta cuando me dices 'mi amor'.- sonrió de nuevo, deslumbrándome cada vez más con la blancura sobrenatural de sus dientes. Ahora vería esa sonrsa perfecta para siempre, para el resto de mi vida.

Los miedos que me habían abrumado en la mañana se habían esfumado. Ahora ya nada cabía más en mi cabeza que estaba comprometida. Que pronto me casaría y sería la esposa del hombre que me había hecho conocer lo que en realidad se trataba el amor. Aunque de la manera más inusual posible, claro.

Cristóbal me condujo hacia la mesa que estaba en el centro de la sala, dónde había sólo un plato  vacío y un sólo juego de cubiertos. Escuché ruido en la cocina y me sobresalté, pues la verdad pensaba que estábamos solos en la mansión de los Bolívar. De la puerta, salió un hombre alto y delgado vestido pulcramente de blanco, y en sus manos llevaba una bandeja que humeaba, lo que supuse que era comida.

¡Ay Dios! Esperaba que no fuera alguno de esos platos exquisitos que Cristóbal siempre solía ordenar para mi cuando salíamos a cenar, pues la verdad yo no era de las mujeres que comen de todo. 

Me reí a carcajadas, cuando vi que el mayordomo depositaba en mi plato una suculenta pizza de queso. Ahora sí que estaba contenta. Cristóbal ya sabía de mis pobres gustos culinarios, y eso me causaba muchas más gracia.

-Tu cena de celebración.- dijo, moviendo la silla frente a la pizza hacia atrás. Me tomó delicadamente la mano y me llevó hacia ella dónde me senté. Como si nada, Cristóbal movió la silla hacia la mesa sin yo siquiera  alzarme un poco.

Caminó hacia el otro extremo de la mesa y se sentó, dónde estuvo mirándome fijamente por unos minutos, esperando que comenzara a comer. No se si lo encontraba agradable, pero cada vez que salíamos a un restaurant y yo comenzaba a comer, él se quedaba exactamente así, como estatua. La verdad estaba muriendo de hambre, así que no pensé dos veces antes de lanzarle el primer mordisco a la pizza, que la verdad estaba deliciosa.

-Espero que te haya gustado lo que preparé. Había planeado esto desde hace algún tiempo.-

-¿Hasta lo de la pizza?- dije cuando tragué la pizza.

-Bueno, la verdad planeaba algo más gourmet- dijo con una perfecta pronunciación del francés. Él tenía los años necesarios para aprender más de un idioma, algo de lo que estaba consciente ya que lo había escuchado hablar por teléfono en italiano, inglés e incluso árabe.- Pero no importa. Me acostumbré a verte comer esas cosas básicas. Te hacen más especial.-

-¿Y tú no vas a comer nada?- pregunté, dándome cuenta al instante del error 'Rosa, ¿recuerdas que él es un vampiro?' me repetí mentalmente.

-Creo que con el ladrón tuve suficiente por esta noche.- dijo Cristóbal, poniéndose de pie y caminando hacia la radio, que encendió y emitió una melodía que reconocí al instante.

La canción de la primera vez que bailamos juntos inundó toda la sala, y eso me hizo sonreír nuevamente. Habían pasado muchas cosas desde entonces, pero aún recordaba a la perfección aquella vez. Su cuerpo firme y helado junto al mío, respirando por primera vez aquel olor extraño que emanaba su cuerpo, el aroma de los vampiros.

Cristóbal se acercó a mi y me tomó por la mano. Era la hora del primer baile como prometidos, y yo, como encantada que estaba, sentía que estaba sobre una nube. Rodeó mi cintura con su brazo y me acercó a él, y pronto comenzamos a bailar lentamente por la sala. Mi cara estaba recostada en u pecho, tal como la primera vez. Era como estar reviviendo todo lo que había pasado junto a él, y la verdad tenía esperanzas que este fuese el principio de algo maravilloso.

Escuché un ruido que me sobresaltó, así que me apreté más junto a Cristóbal, quién se puso en estado de alerta. Miré hacia el lugar de dónde había provenido el ruido, hacia la puerta de la casa, y vi algo que me paralizó. Héctor Bolívar, el elegante vampiro de facciones agudas y de ojos verdes, estaba cubierto de sangre. Su cabello normalmente de un color paja era un pegoste sangriento, al igual que su cara, su ropa. Era algo espeluznante.

-¿Qué pasó?- exigió Cristóbal con una voz atronadora que me envió escalofríos por todo mi cuerpo.

-Ariel mató a Emerich, Cristóbal. Traté de ayudarlo, pero fue demasiado tarde.-

Estrella Fugaz (Sol Durmiente Vol. 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora