Sangre maldita 1

By AliceKaze

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♥Entre las historias destacadas de noviembre de 2018, en el género de fantasía♥ Luego de diecisiete años con... More

Epígrafe
Dudas adolescentes
Fría pesadilla
Noche en compañía
Un amigo en la soledad
Visita inesperada
Otra perspectiva
Cerca de la verdad
Lagunas mentales
Hora de la verdad

Esperando noticias

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By AliceKaze

Pasaron unos días desde que Castiel se fue. Shayza no había tenido ninguna noticia, y tampoco quería preguntarle a Ezequiel. De hecho, trató de evitarlo, y por ser fin de semana, no tuvo que soportar el hecho de que él la llevase a su escuela, si es que lo llegaba a hacer.

Revolvió los espaguetis en su plato, sin apetito, mientras Wilson ronroneaba y se frotaba contra sus piernas. Ambos estaban solos en la cocina, con la luz encendida porque la noche se había tragado todo a simple vista. Si estar allí junto a Castiel era aburrido y por ello se escapaba de vez en cuando, ahora lo era el triple, y más por la promesa de comportarse.

—¿Crees que le pasó algo, Wilson? —preguntó a su gato, dejando que comiera una albóndiga—. Ni siquiera me ha llamado o enviado un mensaje.

Tomó su móvil sobre la isleta y desbloqueó la pantalla para revisar su buzón; nada, ni siquiera de los gemelos. Sin embargo, se armó de valor para enviar un mensaje a cada uno de ellos, sin importar que ya fuera tarde. Revisó ambas conversaciones, viendo por último los mensajes de Alan y Alex donde preguntaban sin parar qué había pasado con ella la noche en que olvidó todo. Le echó una rápida mirada al de Castiel, cuya hora de conexión fue el último día que hablaron.

Shayza quería llorar por eso. Le apretaba el pecho por la angustia, y se puso ansiosa imaginando cientos de eventos donde a Castiel le hubiera pasado algo desagradable. Hizo a un lado el plato de la cena, dejó caer su cabeza en la isleta y reprimió las ganas de llorar.

Wilson se subió al regazo de Shayza, acariciándole el pecho con la cabeza, y el ronroneo aumentó. Ella, dejando que las lágrimas cayeran, comenzó a sobarle la cabeza.

—No tiene razón para llorar —comentó Ezequiel, y apoyó el brazo en el umbral de la cocina—. Él va a volver. Ellos van a volver.

Shayza no levantó la cabeza. Él, sin la necesidad de verla, ya sabía que estaba llorando a moco tendido, y eso hacía que Shayza se sintiera miserable. En cambio, Wilson le bufó a Ezequiel cuando vio que este se acercaba a la isleta, y se erizó hasta la cola. Shayza se enderezó y se limpió el rostro.

—Como sea me angustio, ¿entiende? —dijo ella, pero no le despegó los ojos a Wilson, hasta que se calmó.

Ezequiel la observó con morbo, luego vio al gato y frunció la nariz, asqueado. Si tenía un comentario que hacer sobre su desagrado sobre el animal, debía guardárselo, pues él estaba recibiendo una buena fortuna por cuidar a esa chiquilla. Pasó la mirada de un lugar a otro, como si comprobara sus alrededores, con el rostro inexpresivo.

—¿Qué lo mandó a hacer Gideon? —preguntó Shayza, forzando la voz para no titubear—. ¿Dónde están?

Ezequiel se encogió de hombros.

—Si estoy aquí es porque él no me quiso con ellos —dijo con obviedad, igual que si Shayza fuera imbécil.

Ella se dio cuenta de cómo Ezequiel la veía (bueno, tampoco es como que fuese discreto); se levantó, dejó el plato en el fregadero y, con largas zancadas, fue rumbo a su habitación. Apretó los puños durante todo el trayecto, hundiendo las uñas en la palma. Por culpa del enojo mezclado con tristeza que trataba de controlar, no vio que la densidad del aire estaba cambiando. Afuera ya no cantaban los grillos, no se escuchaban búhos en lo profundo del bosque y la luna había desaparecido junto a las estrellas. Wilson sí se percató de ello, por lo que miró a través de la ventana, notando cómo Minerva subía por la pared del otro lado; él apuró el paso hasta la habitación. Seguido de ello, Shayza entró y cerró de un portazo. Se dejó caer sobre la cama, con el rostro contra la almohada y las manos bajo ella; su cuerpo se sacudió por culpa de los sollozos.

Wilson saltó sobre la espalda de Shayza y maulló. Ella agitó el brazo para alejarlo, pero él la esquivó, mirando la sombra que se dibujaba en la pared por culpa de la lámpara sobre la mesita. Wilson, al ver que la joven no prestaba atención, echó las orejas para atrás y le mordisqueó el rebelde cabello.

Shayza se quejó, por fin levantándose hacia el felino. Tardó unos segundos en darse cuenta de que la sombra en la pared no era de ninguno de los dos; abrió la boca dispuesta a gritar por el temor que ahora corría por su cuerpo, pero solo consiguió graznar. Era imposible lo que sus ojos estaban viendo, de lo que ella era testigo. Quedó petrificada por el horror que la carcomía, y sus ojos heterocromáticos parecían que se saldrían de las cuencas. Incluso llegó a pensar que el corazón se le detendría si no apartaba la mirada de allí, y aunque era imposible hacerlo, sentía una fuerza sobrehumana que la obligaba a saber qué demonios era aquella figura. La silueta con cabello largo, garras y cuencas vacías se alargó hasta llegar al techo.

La luz parpadeó y se apagó. Entonces Shayza tomó aire para gritar con todas sus fuerzas, aprovechando ese segundo. Sin embargo una enorme mano le cubrió la boca. Sintió cómo alguien respiraba en su oreja y le decía en un susurro:

Be quiet —dijo una voz dulce, delicada, pero aun así se notaba que era masculina.

La joven sollozó contra la mano del chico, buscando la manera de verlo. Ella comenzó a sentirse indefensa, y odió encontrarse en esa situación tan confusa y espantosa. En cuanto cerró los ojos, con las lágrimas brotando de ellos, volvió a pensar en todo lo extraño que había vivido desde que se mudó. En los ojos de gato, la noche en que creyó que a Eliot le levitaban los cabellos, las lagunas en sus recuerdos.

Las lágrimas cayeron sobre la mano del hombre a su lado. Este se apartó mientras veía cómo ella lloraba; juntó las cejas y apretó los labios, formando una delgada línea. No era su intención asustarla de tal manera, por lo que se levantó y encendió la luz.

Shayza se obligó a abrir los ojos y, jadeante, vio al chico desnudo a unos metros de ella. Parpadeó varias veces sin creerlo, su cabeza seguía confundida y lo único que hizo fue dejar de lado la sumisión. Se levantó de la cama, tomó la lámpara de la mesa y se la lanzó al muchacho. Este habló y con eso la detuvo en el aire. Del espacio entre él y el objeto, el aire parecía brillar. La lámpara flotó hasta el chico, dejando que la tomara entre la manos y la pusiera en un lugar seguro. El chico alzó las manos en señal de calma.

You don't have to fear me —dijo, y trató de acercarse; su acento era extraño, lo que complicaba suponer su nacionalidad.

Ella le arrojó todas las almohadas que estaban sobre la cama. En cuanto se acabaron, lanzó cualquier cosa que encontró. Si Wilson hubiera estado allí, seguro lo hubiera usado para defenderse.

El muchacho se cubrió con un contrahechizo mientras usaba otro para vestirse con trozos de tela que salían de la nada y se adherían a su piel cual enredaderas. Shayza hiperventiló; eso no estaba pasando, eso no era real, ella estaba dormida y todo era un sueño; o eso corría por su cabeza a la vez que intentaba salir de allí. No le importaba cómo él había conseguido entrar, lo único que quería era huir para que no le hiciera daño, pero obvio que no se lo pondría fácil.

Agarró el cepillo que estaba sobre el escritorio y apuntó al muchacho de cabello oscuro. Él la quedó viendo; no estuvo bien la forma en que se presentó, y si eso continuaba así, Ezequiel aparecería.

Listen to me: we have to get out of here —dijo él, antes de que la puerta de la habitación se abriera y entrara Ezequiel.

El muchacho, con una velocidad impresionante, lo haló del brazo y golpeó el rostro de Ezequiel con el codo. Ezequiel cayó de espaldas, y el otro chico salió volando hasta quedar junto a Shayza, rompiendo el escritorio, donde quedó esparramado. No obstante, Shayza vio cómo él se teletransportaba de izquierda a derecha y después corría velozmente hacia Ezequiel. Mientras, a lo lejos, se escuchó una explosión. Shayza se agachó en su lugar y gritó.

Ezequiel y el chico estaban agarrándose a golpes en mitad del pasillo; cuando se alejaron lo suficiente, empezaron a lanzarse hechizos con palabras extrañas y que Shayza no podía identificar. Corrían por las paredes como si la física y gravedad no existieran y hacían acrobacias para esquivar sus ataques; golpearon sus rostros hasta magullarlos y hacerlos sangrar. Ezequiel recibió golpes por todos lados; su oponente era ágil y veloz como un felino, mientras que él era lento y pesado. Pero, si lo atrapaba en el momento exacto, podía dejarlo inconsciente.

Yokia, hurry up! —gritó Minerva desde el exterior.

Yokia no se distrajo con aquel grito, tomó a Ezequiel de su larga melena y lo estampó contra la pared varias veces, hasta que este hizo que Yokia volara por los aires como si hubiera sido impactado por un enorme camión de carga. Ezequiel intentó levantarlo una vez más en el aire para arrojarlo por la entrada principal, pero consiguió protegerse con un muro mágico. Movió el brazo de un lado a otro, sacando de la palma un rayo de energía azul al tiempo que hablaba en otro idioma. Ezequiel lo hizo a un lado, desviándolo hacia una pared del pasillo.

Mientras Yokia y Ezequiel luchaban, Shayza vio por la ventana para saber qué había sido aquella explosión; sin embargo, vio dos personas encapuchadas. Miró a todos lados para ver si ya era capaz de salir de allí y se asomó al pasillo a la vez que luces de diversos colores se reflejaban desde el salón y al otro lado de la ventana había una cúpula rodeando la cabaña; esta tenía miles y miles de líneas que se estremecían igual que un gusano. Hubo otra explosión y esta sacudió la tierra. Shayza tuvo que apoyar ambas manos en otra pared para no caerse.

Un rayo vino disparado hacia ella, y se detuvo sin apartar la vista de él e inhaló, sorprendida y con los ojos bien abiertos. Pero Minerva salió de la nada, desintegrando el rayo con cruzar los brazos cual escudo y pronunciar un hechizo; su cabello flotaba mientras que todo su cuerpo era rodeado con una fina silueta y humo, ambos de color celeste.

Antes de que Minerva pudiera prestarle atención a su hermana, un hombre de cabello castaño rojizo emergió de entre las sombras, sujetando a Shayza del vientre, y, con solo pasar la palma por sus ojos, ella cayó en un profundo sueño.

Oh... Minerva —dijo él, saboreando su nombre. Su voz era encantadora e hipnótica—. You can't do anything without my consent.

Minerva se dio la vuelta y trató de atacarlo, pero este hizo flotar a Shayza y sostuvo a Minerva del cuello; apretó tan fuerte que el rostro de la chica empezó a cambiar de color. Ella, aunque fuese más alta que el promedio, pataleteó en el aire; quería respirar. Le clavó las uñas en la mano y sintió que sus ojos iban a reventar, que su cabeza estallaría creando una fuente con su sangre.

El hombre bien vestido la miró con la cabeza inclinada a un lado y buscó en ella algo especial. Pero nada. Solo era otra bruja más del montón, aunque sus profesoras dijeran lo contrario y dominara los dos tipos de magia. Ya inconsciente, la tiró sobre la alfombra, no sin antes alzar ambas manos y expulsar a todos los brujos de sus dominios sin la necesidad de pronunciar un hechizo. Se teletransportó hasta la parte delantera de la cabaña mientras Shayza levitaba detrás de él dentro de una burbuja.

Observó a cada uno. Yokia, Ezequiel, Minerva y las figuras encapuchadas que estaban en el césped –la fuerza del extraño era mayor a las de ellos– lucían como si estuvieran atados a la tierra.

Castiel apareció junto a Eliot, derrapando el coche ante la pared transparente que el hombre castaño había creado. Castiel bajó de un salto y Eliot sacó parte de su cuerpo por la ventana para poder tener una mejor vista de lo que sucedía.

Ezequiel fue liberado, y este rápidamente se arrodilló ante su señor, ante Gideon. Pidió disculpas, y Gideon levantó la mano para mandarlo a callar; no le importaba nada de eso. Buscó a Castiel y a Eliot y les hizo una señal para que avanzaran. Mientras Castiel pasaba por el lado de las encapuchadas, pudo identificarlas, pero se forzó a parecer apático.

—Creo que esto ha sido culpa mía —dijo Gideon a la vez que veía a los cuatro que estaban aprisionados en el suelo. Giró el rostro hacia Castiel: su hombre más obediente—. Iremos a Londres —dijo—. Y asegúrate de usar el mejor hechizo para mantenerla lejos de esta mujer —expresó tranquilo, pero en su voz se notaba el desprecio hacia una de las encapuchadas.

Después de eso, Gideon desapareció junto a Ezequiel, Castiel y Eliot.

Yokia pudo soltarse del hechizo de Gideon, quedando sentado de repente. Por otro lado, una de las encapuchadas, la de la túnica verde oscuro, se levantó para acuclillaste tras la cabeza de Minerva. Y la otra, la de túnica vino tinto, se retorció en su lugar, golpeando y pataleteando el suelo como si con eso pudiera conseguir su objetivo.

Deja de actuar como una niña, Celia —ordenó la de verde oscuro en su idioma natal: krevaztek. Se quitó la capucha con una mano y dejó a la vista sus rizos rubios y labios rojos.

La mujer posó tres dedos sobre la frente de Minerva, pronunció un hechizo con voz fuerte y clara, y esta despertó de golpe, aturdida. Sus ojos se movían de un lado a otro, tratando de recordar lo ocurrido. Vio a la mujer de rizos rubios, abrió y cerró la boca sin encontrar cómo disculparse.

Pe-pe-perdón, madre —balbuceó Minerva en krevaztek.

Su madre, Layla, la acarició con una sonrisa, pero Minerva sabía que sería castigada por su despiste con el padre de su hermana menor. Minerva, asustada, giró hacia la mano que le extendía Yokia. Celia se levantó de golpe y se quitó la capucha, mostrando sus ojos, ahora rojos como la sangre.

¡Se nos fue de las manos! —exclamó Celia, usando el mismo extraño idioma—. Castiel está con ellos, y no creo que sobreviva esta noche.

La rubia entrelazó los dedos sobre la falda de su túnica y vio a los jóvenes ante ella; todos esperando sus órdenes.

Confío en Castiel; ha pasado desapercibido por catorce años —mencionó la mujer—, y él es uno de mis protegidos. Me debe la vida.

A los otros tres no les gustó cómo sonaron aquellas palabras, pero tampoco hicieron algo para hacerla cambiar de opinión. Celia buscaría una forma de comunicarse con Castiel, pues ella, por el momento, era su única conexión con el Mundo Mágico.

Entonces, ¿por qué estamos aquí? ¿Hemos fallado? —indagó Celia, y dio varios pasos hacia Layla.

Minerva la tomó del brazo para evitar una confrontación.

No hemos fallado, Celia —dijo Layla con una voz tan suave como la brisa, aunque el krevaztek fuese un idioma de difícil pronunciación. Sus dos hijas y Yokia sabían lo que eso significaba: sanción—. Castiel solo necesita una señal para traer de vuelta a Shayza. —Mientras hablaba, no apartó la mirada de Celia.

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