Cerca de la verdad

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Castiel volvió al cabo de unas horas, pero Shayza lo observó durante la cena, hasta que se despidieron, pues al día siguiente había clases y ambos debían descansar. Sin embargo, ella volvió a salir de su habitación cuando se aseguró de que nadie pudiera atraparla.

Junto con Wilson se dispuso a caminar por los tenebrosos pasillos de la cabaña, pero con más pausa y cautela. Seguía pareciéndole raro que ese lugar apenas tuviera decoración, como si solo hubieran tomado la primera casa abandonada en un bosque.

—¿Qué crees, Wilson? —inquirió ella en voz baja—. ¿Piensas que aquí pasa algo raro?

El gato, como si la comprendiera, agitó la cola, levantó ambas orejas y sacudió su cuerpo y se estremeció. Ella asintió y abrió la puerta. Lo hizo tan lento que esta gimió, asustando a la joven. Todo lo que alumbró con el móvil fueron muebles cubiertos con sábanas llenas de polvo. Bueno, ahora entendía dónde estaba la decoración que hacía falta para llenar un poco el lugar.

Shayza se mordió el labio superior y entró. Miró los alrededores con detenimiento hasta que dio con un espejo. Por un segundo se detuvo a pensar en esas historias donde la protagonista encontraba uno y caía por él, o era tragada por el mismo, o al darse vuelta había alguien detrás. Wilson se paseó entre los muebles, trepó por ellos ágilmente y terminó en el umbral de la ventana, abriéndola con la cabecita.

—Wilson —dijo entre dientes—, baja de ahí.

Él la miró y se sentó.

La joven se dispuso a tomarlo y salir de ahí, pues no es que hubiera mucho para aclarar sus dudas. No obstante, tropezó con una protuberancia en el suelo; consiguió mantenerse de pie, pero se le cayó el móvil. Ella oyó que Wilson bajó de donde estaba y sus patitas avanzaron hacia ella. Shayza palpó el suelo hasta poder dar con su móvil y apuntar con lo que había tropezado: una trampilla. Revisó el candado de esta.

—Creo que tenías razón —comentó.

De pronto escuchó un sutil siseo de cadenas tras la trampilla. No le gustaba nada de lo que estaba pasando, pero algo debía hacer. Buscar la forma de abrir esa pequeña puerta o volver por donde había llegado y aparentar que no vio nada hasta que apareciera Gideon.

Eso último no era una opción.

Wilson se frotó contra la pierna de Shayza. Ella tomó ese acto como un «Vamos, ábrela».

—Entonces ¿dónde está la llave? —murmuró para sí, y buscó bajo los muebles y sobre las sábanas que los cubrían. Wilson comenzó a rasguñar desesperado la trampilla—. Bueno, Wilson, si estás tan desesperado, ayúdame a buscar la llave.

El gato trotó hasta un reloj colgado de la pared y empezó a maullar.

Shayza juró que si la llave estaba ahí dentro Wilson no podía ser un gato real. ¿También sería producto de su imaginación? Imposible. Castiel lo acarició frente a ella.

Se encaminó y buscó la manera de abrirlo, pero se dio cuenta de cómo Wilson supuso que ahí estaba la llave, pues esta colgaba de las agujas, brillando gracias a la luz del móvil. Antes de tomarla, se sujetó la cabeza al sentirse mareada. Se frotó los ojos y volvió hasta la trampilla para abrirla.

Observó el interior de esta: húmedo y oscuro. Y el olor proveniente desde lo más bajo le revolvió el estómago. Wilson se lanzó directo al conducto. Shayza trató de agarrarlo por donde fuera, pero él consiguió escaparse de entre sus dedos, llevándose consigo el móvil.

—¡Muy bonito! —masculló—. Según los libros, no me queda de otra, ¿verdad? Tengo que ir directo al peligro. —Mientras hablaba, colocó los pies dentro de la trampilla—. Pero es que no quiero... —lloriqueó, y se encogió en su lugar.

Sangre maldita 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora