Dudas adolescentes

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Shayza estaba sentada en una gruesa rama, con su melena pelirroja cayéndole sobre el rostro. Intentó leer, pero por más que lo intentaba, no lo consiguió. Tenía la cabeza sumergida en sus dudas de qué carrera tomar cuando el instituto acabase. ¿Sería escritora? ¿Veterinaria? ¿Tal vez, abogada? La lista era extensa, aunque esas tres opciones eran las que más llamaban su atención.

Pasó las páginas del libro, luchando contra el viento. ¿Qué más podía esperar estando en un bosque en pleno otoño? Con suerte el libro era lo suficientemente grueso como para que no cayera de sus manos. Al final se dio por vencida, lo cerró para recostar la espalda en el tronco y ver las hojas moverse de un lado a otro en el suelo. Tuvo la idea de escapar del cuidado de su padre y el de su protector para pasar un buen rato leyendo y olvidar todo lo que significa ser adolescente; sin embargo, esa incertidumbre del futuro la acompañaba día tras día y solo la dejaba en paz cuando caía en un profundo sueño.

Mordió su labio inferior e hizo el rostro a un lado, viendo a otro pelirrojo; su protector. Maldijo en un susurro y aferró el libro cuando este estuvo a punto de caer y revelar su escondite. Se quedó inmóvil por un instante mientras Castiel trataba de dar con ella. Enterró las uñas en el tronco del árbol e intentó ponerse en una mejor posición, para no caerse.

Así permaneció observando desde la altura al hombre que la buscaba entre los arbustos y detrás de los troncos. En una ocasión él miró a las copas de los árboles y eso la obligó a cambiar de rama para quedar de pie sobre ella y ocultarse. Inhaló suave, sin hacer mucho ruido, y contuvo el aire. Cerró los ojos y se concentró en oír los pasos de Castiel sobre las hojas y tierra mojada.

Los minutos pasaron y ella ya no podía verlo o escucharlo, pues él se había ido a la profundidad del bosque. Pero los arbustos delante de Shayza comenzaron a moverse. Por un momento creyó que se trataba de su protector, solo que Castiel era demasiado alto como para esconderse en un lugar tan pequeño.

Bajó del árbol, colgándose de la rama y dejándose caer, mientras sostenía el libro entre los dientes.

—¿Hola? —dijo, después de quitarse el libro de la boca. Por más que lo intentó, no pudo disminuir el temblor en la voz.

Era valiente para esconderse en el bosque y pasar desapercibida si de animales pequeños se trataba. Aunque, si la criatura no huyó con solo oírla acercarse o hablar, ¿qué era?

Miró sobre su hombro. A la lejanía podía ver el sendero de gravilla que conducía a la salida del bosque y el arco de ramas delgadas y entrelazadas que marcaba el inicio o fin, dependiendo de qué lado estuviera. Pasó la lengua por la punta de los dientes, probando el ligero gusto a papel tinturado del libro, y volvió a ver hacia aquello que tanto se estremecía.

Comenzó a sentir que sus piernas temblaban, que los oídos le latían, cuando se concentró en el ruido de las hojas del arbusto y en cómo las manos se ponían frías por tanto sudar. El movimiento de sus extremidades era tenso, igual que una cuerda apretada hasta su punto máximo.

La cabeza le daba vueltas al crear varias historias de lo que pudiera haber detrás; nadie podía decir que ella no sería la primera en descubrir un animal pequeño pero peligroso.

No hubo respuesta y el arbusto dejó de moverse cuando, bajo los pies de Shayza, crujió una rama. Quedó frente a él, examinándolo para ver si entre las hojas podía distinguir al causante. Pero al notar que no pasaba nada, se agachó y acercó la mano.

No había nada de inusual en él.

—Señorita, ¿qué está haciendo? —preguntó Castiel a sus espaldas, con aquel característico acento ruso.

Shayza gritó, llevándose una mano al pecho, y luego volteó hacia la voz, molesta.

—¡Castiel! —exclamó, y no tardó en volver hacerlo, ya que un pequeño conejo gris salió de su escondite—. Casi me sacas el corazón por la boca... y él también. —Señaló al pobre conejo que se perdía en la maleza.

Sangre maldita 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora