Fría pesadilla

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Al tener un pie dentro de la casa, examinó con curiosidad cada rincón sin encontrar nada inusual. Se inclinó para poder ver a través de la ventana a su izquierda, en busca de los ojos de gato o Castiel.

Aitor pasó junto a ella y tomó asiento en el salón. Sin apartarse de la entrada, los ojitos entrometidos de Shayza se movieron de un lugar a otro. Al final, dieron con el cuadro de una encantadora mujer muy parecida a ella. El cabello rojo estaba recogido en un extravagante peinado con varios mechones sobre la cara. Tenía pecas en la piel blanquecina y su expresión era tensa, como si no tuviese de acuerdo en ser pintada. Un vestido negro, victoriano, se amoldaba a su figura y tenía una calavera en las manos. No obstante, eso solo fue lo que Shayza vio a simple vista. Al notar el peculiar color de sus ojos, se acercó para no pensar que su mente le estaba jugando una broma.

El derecho verde; el izquierdo marrón.

Lo había visto bien, pero de todas formas, parpadeó una vez más.

—Es encantadora —dijo una voz tranquila aunque inquietante con acento italiano, en su oído—. Una lástima su partida —añadió el hombre, y se irguió, tan alto como los otros dos hombres. Llevó las manos a su espalda para entrelazarlas.

La chica, asustada por la inesperada voz, se hizo a un lado y lo vio con el ceño fruncido. Oyó los pasos de aquel hombre tan enigmático, pero creyó que se trataba de Aitor, así que no le había dado importancia.

—Eeeh... sí; es encantadora —reafirmó ella, y lo miró de arriba abajo. No le daba mucha confianza, pero trató de calmarse—. ¿Eres quien quiere conocerme?

—Mis disculpas —dijo él, y le extendió la mano a modo de presentación. Sin embargo, sonreía con cierto descaro—. Me llamo Ezequiel. Soy amigo de Aitor y Castiel.

Ella estrechó su mano con inseguridad y vio a Aitor. No estaba acostumbrada a un buen trato que no viniera de su padre o Castiel.

—Encantada de conocerlo, Ezequiel —dijo con voz temblorosa. Le parecía raro ser tan cortés aunque así la hubiera educado Aitor.

—¿Le interesaría saber quién es la...? —trató de preguntar Ezequiel.

—Ahora no, Ezequiel —lo interrumpió Aitor—. Ya llegará su momento. Cariño, ven, siéntate —la invitó, y señaló el sillón frente a él.

Shayza no dudó ni un segundo en alejarse de aquel hombre de cabello oscuro y de fríos ojos azules. Los tres estuvieron callados, hasta que Ezequiel se sentó en otro de los sillones con tanta calma que llegó a ser un poco desesperante para la joven. Los gestos de ese hombre eran mecánicos, parecía que los había ensayado durante mucho tiempo. Él observó a Shayza y le regaló una sonrisa un poco... inusual. Ella desvió la mirada hacia Aitor, que permanecía cabizbajo y golpeteando la alfombra con un pie, con las manos entrelazadas sobre la pierna.

—¿Qué te preocupa, papá? —rompió el silencio, y eso provocó que Ezequiel por fin dejara de verla y se centrara en Aitor.

—No tenemos todo el día, Aitor —insistió Ezequiel, y tamborileó los dedos sobre el reposabrazos. Sin embargo, su sonrisa no se borró.

—Ya lo sé, ya lo sé. —Levantó una mano para calmarlo y, por fin, miró a Shayza a los ojos mientras los suyos estaban cristalizados por las lágrimas.

Ella no entendía nada, pero comenzó a exasperarse por esa tensión en el ambiente que emergió como neblina. Se inclinó en el asiento y su mirada pasó de su padre a Ezequiel, y de él a la pintura de la dama desconocida.

—Escúpelo —dijo Shayza—. ¡Escúpelo!

El no entender por qué estaban en la casa de ese tal Ezequiel y ver a su padre de aquella manera, no la hizo reaccionar del todo bien. Descartó la idea de que pudieran ser pareja, porque de ser así Aitor no estaría dispuesto a llorar. La mirada que Shayza le dio a su padre estaba cargada de ira. Era de esperarse, no cualquiera soporta desconocer un secreto que ya todos saben.

Sangre maldita 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora