Visita inesperada

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En cuanto llegaron a la casa de Aitor, Castiel empujó el portón principal y, sin querer, lo estrelló contra el muro. Shayza puso mala cara mientras corrían hacia la puerta, y él llamó hasta que Aitor abrió. Aún con la mirada confundida de este, no pidieron permiso para entrar o tan siquiera saludaron: lo más importante era el bienestar de la joven. La dejó en la cocina y volvió con el otro hombre. Aitor tuvo que soportar cómo Castiel lo jaló hacia el salón donde las ventanas estaban cerradas y nadie podría escucharlos si hablaban en voz baja.

Shayza se asomó por el umbral, los examinó y aguzó el oído. Pero nada. Por lo general los escucharía, solo que en ese momento lo único que llegaba era el susurro de la estática, estática de la que no veía paradero. No tenían televisor, y todo el vecindario estaba haciendo el ruido suficiente como para no conseguir oír algo así. Aquello no era normal, por lo que se metió el dedo al oído.

Igual que la primera vez, no escuchó nada.

Castiel trataba de lucir calmado con Aitor, pero ciertos gestos con las manos le hacían creer a Shayza que en realidad estaba muy angustiado. Y la expresión de su padre... tampoco ayudaba.

Algo ocurría y de nuevo no querían decirle. Ella, con el entrecejo fruncido, dejó al gato sobre un asiento y aguardó a que su padre adoptivo quisiera verla, golpeando el suelo. Mientras ellos continuaban en su rollo misterioso, Shayza miró al gato que se lamía la herida, ajeno a lo que pasara a su alrededor. Rebuscó entre los cajones de la cocina para dar con qué limpiarle el corte y luego vendarlo. Estaba dispuesta a cuidarlo y alimentarlo sin importar lo que dijeran sus cuidadores. Al final, era solo un gato; no podía causar más problemas que vomitar una bola de pelos sobre la alfombra.

Al terminar de curar al animal, lo alzó, contempló su enorme cabeza y mirada curiosa y sonrió satisfecha por su labor. No podía imaginar el inmenso placer que le causaría ayudar a las personas con sus mascotas o los animales de la calle si se convirtiera en veterinaria.

—Hija mía... —la saludó Aitor, pero rápidamente se detuvo para darse cuenta de que traía un gato—. Has traído un gato —añadió no muy a gusto—. Otra vez.

—El corazón no me da para dejarlo en la calle —exageró ella.

—Siéntate, te voy a dar algo de comer. Pero... ¿tomaste tu medicación?

Shayza negó con la cabeza.

—Lo he olvidado. Y con prepararme algo de comer no vas a conseguir que olvide cómo habéis estado cuchicheando —dijo, refiriéndose a la escena en el salón.

—Con que muy cotilla, ¿eh? Son cosas de adultos —cortó él.

Shayza miró hacia el salón donde pensó que encontraría a Castiel, pero lo único que notó es que la puerta volvía a cerrarse. Él se había ido.

—Cosas de adultos. Vale. —Giró hacia Aitor—. Estoy a poco tiempo de cumplir los dieciocho, creo que eso no me hace menos adulta.

—Shay, ¿puedes dejar de actuar como abogada defensora y sentarte? —Aitor parecía realmente alterado por lo que sea que Castiel le dijo—. Discúlpame...

—Tranquilo. —Tomó asiento a la mesa, dejando al gato en el suelo—. Solo vine a pedirte disculpas por cómo me comporté el día en que... me enteré de la verdad. Pero ahora que Cass salió, no puedo irme.

—Entiendo cómo te sientes, pequeña. —Sostuvo sus manos al sentarse frente a ella—. No es fácil lo que estás pasando y es normal que reacciones a la defensiva. Te sientes traicionada por todos nosotros.

—No es solo eso, papá. —No era capaz de verlo. La garganta empezaba a cerrársele y las lágrimas se acumularon en los ojos—. Me ocultáis cosas. Todavía no he podido adaptarme a mi nueva rutina como para que parezca que soy la hija (la cual, como dato insignificante, corre peligro) de un traficante. —Apartó las manos de Aitor y enjugó sus ojos. Solo lloraba delante de algunas personas, y él era una de ellas. Al fin de cuentas, era su padre, el único que la crio como tal—. Ni siquiera Castiel quiere decirme la verdad.

Sangre maldita 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora