Sword Gold

By PrincessDiancie008

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Serie de One-shots que pueden o no estar relacionados entre si, pueden ser AU o ambientados en Chaldea. More

Servant Class (Heroine X)
Servant Class (Mordred)
Servant Class (Gilgamesh Caster)
Servant Class (Arthur Pendragon)
Servant Class (Gilgamesh Archer)
Servant Class (Saber Lily)
Servant Class (Richard Lionheart)
Servant Class (Gilgamesh Assasin)
Is not like this (One-shot)
Once Upon...
Servant Class (Heroine Alter)

Encuentro forzado (One-shot)

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By PrincessDiancie008

Para este capitulo me base en la epopeya de Gilgamesh, en el capitulo de la llegada de Arthur Pendragon Servant Class, Arthur menciona que ya había conocido a Gilgamesh por obra de una jugarreta de Merlin, pues he aqui el cómo se conocieron y el viaje que ambos realizaron mientras Gilgamesh iba en busca de la inmortalidad.

Encuentro Forzado

Como a todo caballero, el implícito código de honor le obligaba a ser cordial con las damas y rescatarlas de todo peligro. Cuando una mujer necesitaba su ayuda, Arthur Pendragon no dudaría ni dos segundos en salir de su camino para rescatar a una damisela en apuros, ese día no fue la excepción.

Una mujer bonita de cabellos rojizos apareció a medio camino mientras regresaba a su hogar luego de un cansado día de entrenamiento. Pobre e ingenuo príncipe Arthur, siguiendo a la chica en cuestión que clamaba su ayuda porque su pequeña aldea había sido atacada, él ignoraba que pronto caería en una emboscada. Si no fuese por la maga de las flores la leyenda del rey Arturo hubiera terminado antes de iniciar.

—Muchas gracias Merlín—el joven príncipe expresó su gratitud mientras enfundaba nuevamente su espada.

A su al redor yacían noqueados varios bandidos que habían intentado secuestrar al príncipe para obtener una recompensa del rey Uther. La misteriosa mujer albina suspiró cansada.

—Debes aprender que ser tan caballeroso podría traerte problemas. —la advertencia de la maga hizo al príncipe sonreír.

No era la primera vez que Merlín decía algo como eso, en varias ocasiones le había reiterado lo débil que era ante las mujeres señalando que aquello algún día podría ser su perdición.

—Es mi deber ayudar a toda damisela en apuros, por eso, sin importar que genere muchas situaciones caóticas ayudaré a cualquier doncella que lo necesite.

Merlín sonrió misteriosa como solo ella misma.

—Ya veo así que eso piensas. Bueno, en ese caso, veamos qué tan ciertas son tus palabras.

Con un movimiento de su mano Merlín convocó un circulo mágico debajo de Arthur.

—¿Qué...? ¡¿Qué estás haciendo?!

Un viento comenzó a arremolinarse a su alrededor indicando que la magia de la hechicera estaba comenzando a actuar. Su discípulo le había estado dando muchos dolores de cabeza, era menester darle una lección a ver si de esa manera podía mermar un poco su excesivo comportamiento caballeresco.

—Te enviare con una problemática doncella que seguramente necesitara tu ayuda, no te retractes de tus palabras Arthur—dijo lo último en tono de burla—Y por cierto, no te molestes en intentar encontrar un camino de regreso, a donde vas Camelot no existe, solo serás capaz de regresar una vez que hayas ayudado correctamente a la damisela en cuestión.

De un momento a otro todo se oscureció.

.

.

.

Merlín siempre era así, actuaba arbitrariamente de maneras misteriosas que a veces Artur no alcanzaba a comprender, pero dado que era alguien llena de sabiduría milenaria, el príncipe la respetaba. Describía a la maga de las flores como un espíritu travieso por lo que en más de una ocasión había sido víctima de sus jugarretas y con el paso del tiempo había terminado por acostumbrarse.

¿A qué gloriosa aventura lo había lanzado Merlín esta vez?

—Oye mestizo, este no es lugar para dormir ¿Acaso deseas la muerte? —una voz tan cálida como amenazadora preguntó.

Arthur Pendragon despertó de golpe, ojos esmeraldas se toparon con centellantes orbes rubí. Lo primero que el príncipe pudo apreciar al despertar fue un hermoso rostro angelical enmarcado por cabellos dorados que brillaban como espigas bajo el sol. El rostro de la mujer estaba muy cerca del suyo, ella lo miraba como si tratase de indagar en lo más profundo de su ser.

Por un momento Arthur se sintió perdido en la mirada de aquella bella dama antes de finalmente caer en cuenta que había sido víctima de otra de las jugarretas de Merlín.

—¿Quién...?

Ella se alejó dejando al joven incorporarse.

—Qué curioso, no pareces de ninguna de las tierras que haya visto antes ¿De dónde eres y que haces en medio del bosque del tormento, mestizo?

Habiéndose incorporado Arthur no pudo evitar notar que la mujer de presencia imponente vestía menos de lo que cualquier otra mujer que hubiera visto en su vida. Mostraba descaradamente su exuberante belleza poniendo al príncipe nervioso. Arthur era un hombre después de todo, y no era para nada indiferente a la provocativa figura de la misteriosa extraña.

Rostro angelical y cuerpo pecaminoso, sin lugar a duda esa mujer podía ser la perdición de cualquier hombre tentado por su belleza y se preguntó si acaso a aquello se refería Merlín al decir que una mujer podría convertirse en su perdición.

—¡Por favor cúbrase un poco! —el susodicho inmediatamente se quitó su capa azul poniéndola alrededor de los hombros de la rubia de ojos zafiro.

—¡¿Qué crees que estás haciendo, mestizo?! ¡¿Osas poner tus manos encima de una reina?! ¡De verdad deseas que te mate ¿No es así?!

—¡Ninguna dama debería mostrar abiertamente sus encantos a alguien que no sea su marido, así que por favor mantenga su cuerpo cubierto señora mía! —reprochó un sonrojado Arthur mientras abrochaba la capa al cuello de la chica.

Ella sonrió con irritación tratando de controlar su ira, ese bastardo extraño tenía suerte de haber generado en ella curiosidad o de lo contrario ya estaría muerto en esos momentos.

—Eres bastante raro, tus ropas y tu forma de hablar...

El misterioso hombre frente a ella era bastante guapo, ojos de color verde esmeralda y cabello dorado, cuerpo fornido, alto y con un aura que derrochaba carisma y amabilidad. Su mente lo catalogo como alguien puro, inocente y enigmático.

—Permítame presentar mi Lady, mi nombre es Arthur Pendragon, caballero de Camelot y heredero al trono de Gran Bretaña. Fui transportado a este lugar por obra de la maga de la corte con el fin, probablemente, de ayudar a una doncella, debo suponer que Merlín hablaba de usted.

La mujer lo miró con seriedad y suspicacia, como evaluando si lo que decía el príncipe extranjero era cierto.

—Jamás he escuchado de una ciudad llamada Camelot, ni de tu reino, sin embargo, no parece que estés mintiendo. Aunque, aún si lo que dices es cierto yo no soy una damisela en apuros que requiera de ayuda. ¡Soy la reina de Uruk, Gilgamesh, hija de Lugalbanda y la diosa Ninsun, regidora de tierras tan ricas y bastas que causarían la envidia de cualquier mortal! —declaró con orgullo.

Arthur reflexiono luego de escuchar como la mujer se presentaba a sí misma. Había leído el nombre de Gilgamesh en antiguos textos, se trataba de un rey sumerio que había gobernando miles de años antes que él lo cual significaba claramente que Merlin lo envió al pasado.

Perfecto, estaba atrapado a miles de años de su época con un rey déspota que por algún extraño motivo en realidad era una reina. Recordó vagamente que la maga de las flores le dijo en una de sus lecciones que existían miles de dimensiones en el universo, por ende, si existía un mundo paralelo en el cual él era mujer, también debía existir uno en donde el rey sumerio también lo fuera.

—Me temo señora mía, que hasta que complete mi misión no poder volver a mi lugar de origen. Si usted necesita o no mi ayuda, es mi deber como caballero servir y proteger a las damas.

Gilgamesh sonrió enigmática.

—Que tonto, un día esa amabilidad va a llevarte a tu perdición—ella se burló—Las mujeres no siempre son damiselas en apuros, si lo desean pueden llegar a ser el ser más aborrecible y maligno sobre el planeta. ¿Aun así piensas extender tu mano a cada doncella que finja necesitar su ayuda?

—Porque soy un caballero no puedo negar mi ayuda, quizás sea un mal hábito que nunca podré cambiar ni tampoco lo deseo, brindar mi ayuda a quien la necesite es lo que hago, no se puede evitar—el príncipe sonrió con calidez.

Al ver su sonrisa Gilgamesh amplió los ojos con sorpresa, le dio la espalda al susodicho ocultando así el sonrojo que tiño de carmín sus mejillas.

—¡Bien! ¡Como quieras! ¡No te quejes después ni digas que nadie te lo advirtió!

Ella se aclaró la garganta y tan orgullosa y altanera como era, se dio media vuelta para dirigir unas palabras al príncipe.

—Lo que yo busco es aquello que los dioses retienen para sí mismos, el secreto de la inmortalidad, estoy a la mitad de un largo y riesgoso viaje que podría incluso costarme la vida, si vienes conmigo no te aseguro que sobrevivas, príncipe de tierras lejanas.

—Merlín no me hubiera enviado aquí si no creyera que puedo manejarlo, mi misión es acompañarte a través del viaje, si no lo hago jamás podré regresar a mi reino de origen, seria lo mismo que morir intentando, pero al menos así tendré la certeza de que hice todo lo posible por volver a mis tierras. Si fallo significa, que tal vez no tengo la fortaleza necesaria para convertirme en el futuro rey de Gran Bretaña—declaró decidido.

Ella sonrió complacida.

—Bien, me gusta la determinación que muestras, es digna de un verdadero soberano.

Mientras comenzaban a vagar por el bosque Gilgamesh le comentó a Arthur hacia donde se dirigían. "Vamos al fin del mundo para encontrar al inmortal Utnapishtim" había dicho. Arthur no se molestó en preguntarle porque ansiaba algo como la inmortalidad, no podía comprenderlo y aunque tenia deseos de saberlo sabía que tan altiva y pretenciosa como era, la orgullosa reina jamás contestaria a su cuestionamiento. Después de día y medio de viaje finalmente habían llegado a las montañas desde donde el sol se levantaba, custodiadas por dos enormes seres escorpión.

—Un viajero de espacio-tiempo y una reina caprichosa, personajes bastante peculiares nos visitan hoy—el escorpión hembra comentó.

—Ha pasado mucho tiempo desde que alguien se atrevió a poner un pie en los confines del mundo—el macho comentó.

—Oh sabios escorpiones que vigilan las montañas desde donde el sol se levanta, déjenos a mí y a mi compañero continuar nuestra búsqueda de conocimiento.

—Reina sumeria, has viajado desde muy lejos pero tu viaje aun acaba de comenzar.

Los escorpiones se movieron desbloqueando el paso para mostrar la entrada a una cueva.

—Para llegar al lugar que deseas alcanzar debes cruzar la cueva de la oscuridad, por aquí por donde el sol se oculta, entra y no mires hacia atrás, sal antes de que el sol te encuentre y estarás un paso más cerca de tu meta.

—Su información es bien recibida, vamos Arthur, debemos continuar.

El príncipe suspiró, Gilgamesh era demasiado orgullosa para decir gracias, le hacía falta más humildad. Antes de seguir a la reina babilónica agradeció la información a la pareja de escorpiones.

—Futuro rey, tal vez aprendas una gran lección en este viaje, guarda contigo el conocimiento que obtengas en esta cruzada.

En ese momento Arthur no pudo comprender aquellas palabras, muy en el futuro comprendería que el gigante escorpión se refería a que hay cosas que no podían ser cambiadas. Retomando su camino, el príncipe alcanzó a la soberana y camino a su lado para internarse en la oscura cueva.

Mientras más se internaban menos visibilidad tenían, solo el eco de sus pasos resonaba en aquel lugar. Gilgamesh agarró la mano de Arthur tomándolo por sorpresa.

—De esta forma no nos vamos a separar, podrías perderte en esta oscuridad.

El príncipe no supo durante cuánto tiempo estuvo vagando. Hasta que la luz al final del túnel le indico que finalmente su larga caminata había terminado. Le tomó un momento que sus ojos se adoptaran a la luz y cuando por fin su visión se reestableció por completo, sus orbes esmeralda se ampliaron ante en hermoso panorama.

La tierra al final del túnel era un lugar maravilloso. Campos con pasto plateado y árboles dorados de los cuales en lugar de hojas colgaba todo tipo de joyas. Probablemente así es como seria Avalon.

—Ha pasado un tiempo Gilgamesh—una mujer de hermosos cabellos negros parecía estar esperándolos en ese lugar.

—Siduri—pronunció con ligera sorpresa.

Ella era una divinidad relacionada con el vino y la cerveza, en más de una ocasión Gilgamesh había convivido con ella, pero definitivamente no esperaba encontrarla en ese lugar.

—Regresa, oh reina de Babilonia, lo que buscas y deseas no te traerá la felicidad. ¿Por qué no simplemente disfrutas de los pequeños placeres de la vida? La eternidad te aburrirá, no te verás satisfecha, perderás muchas cosas a través del tiempo y acabarás sumida en el arrepentimiento.

Aun cuando Arthur estaba de acuerdo, no dijo palabra alguna. La vida eterna no era un concepto que llamara su atención, no se podía ir en contra del ciclo de la vida, toda historia debía tener un final, eso era lo que Merlín le había enseñado. La caprichosa reina a la que resguardaba frunció el ceño levemente irritada y el caballero decidió que ella se veía mucho más linda cuando sus fracciones mantenían una expresión serena como la que había estado manteniendo durante todo el viaje.

Si estaba seguro de algo, era que no deseaba ver la ira de esa mujer.

—¿Disuadirme es lo que intentas? No pierdas tu tiempo y energía Siduri, lo que yo desee no te incumbe, si no estás aquí para indicarme como llegar a Utnapishtim entonces no interfieras—comentó irritada continuando su camino.

Inclinando ligeramente la cabeza, Arthur se dispuso a seguir a su compañera. A sus espaldas Siduri habló una última vez.

—Sigue el sendero de los árboles de topacio y al final del camino llegaras a una cabaña, ahí reside alguien que podrá ayudarte a continuar tu viaje.

Gilgamesh no dijo nada y siguió el camino que la mujer le había indicado. Arthur le gritó un "gracias" y Siduri asintió un poco sorprendida despidiéndose del caballero con un ademan de mano.

En medio de su camino gigantes de roca los atacaron. Arthur desenfundo su espada dispuesto a proteger a Gilgamesh. No fue un combate fácil pero en todo momento la reina resplandeció en batalla, ella era fuerte y aguerrida pero no estaba en la mejores condiciones, dos días de viaje sin dormir y sin descanso habían sido exhaustos para él. Afortunadamente Arthur estaba acostumbrado a viajes largos y combates que parecían eternos, pero Gilgamesh llevaba más tiempo viajando y había logrado disimular muy bien su cansancio hasta ese momento.

En un descuido casi fue aplastada por dos gigantes de roca, Arthur logró derrotarlos y salvar a la susodicha. La noche había caído cuando su batalla terminó. Ambos cansados estaban sentados cerca de una fogata. Gilgamesh sacó comida de uno de sus portales como lo había estado haciendo los últimos días y el príncipe agradeció la comida.

El silencio no era incomodó, aunque Gilgamesh sentía su orgullo un poco herido se sentía afortunada de que el príncipe de otras tierras le hubiera ayudado, más no iba a admitirlo. Para ambos fue bastante reconfortante descansar luego de tan agotadora batalla. El viento soplaba suavemente moviendo los mechones del cabello de la reina y ella habló inadvertidamente.

—Pude notarlo... tú no estás de acuerdo con mi búsqueda ¿No es cierto? Piensas que es solo un capricho que carece de sentido.

Ella sonaba un poco dolida. Había notado por su mirada, que Arthur estaba en contra de sus deseos más no había expresado su punto de vista jamás.

—Mi única misión es acompañarte, si estoy de acuerdo o no, carece de relevancia. Pero me gustaría saber. ¿Es la inmortalidad tan importante para ti como para arriesgar tu vida en este viaje? Hoy pudiste morir, eres una reina, tus súbditos... seguro esperan tu regreso ¿Qué pasara con tu país si falleces persiguiendo la vida eterna? En primer lugar ¿Por qué la deseas tanto?

—No creo que puedas entenderlo. —comentó ella sonriendo amargamente.

—Lo puedo intentar si me das la oportunidad.

Hubo un minuto de silencio, Arthur pensó que tenía razón en haber estado evitando cuestionar a la reina, era claro que no recibiría una respuesta.

—Cuando eres alguien como yo... que no es completamente humano o dios, siempre se esperaran grandes cosas. De niña pensaba que podría cumplir esas expectativas y me esforcé por ser lo que todos querían, amable, servicial, deseaba ser una reina perfecta para mi pueblo. Sin embargo, nunca fue suficiente, esperaban cosas y milagros que yo no podía realizar, cosas que solo los dioses podían lograr y yo no era tal.

Por primera vez Arthur vio en la presumida y altanera reina una frágil y herida chica.

—Dejé de querer complacerlos a todos, me volví egoísta y comencé a pensar solo en mí, diosa o humana, yo no era ninguna y solo encontré regocijo al decidir que aquello no me importaba. Los humanos querían que fuera una diosa y los dioses que me comportara como su marioneta humana, yo cambie... pero no para bien.

—Te convertiste en una déspota y tirana...—comentó por lo bajo y ella sonrió entristecida.

De alguna manera Arthur lo comprendía. Al sacar la espada de la piedra había dejado de ser humano, pensó que nadie lo entendería, pero se convenció de que tampoco lo necesitaba porque deseaba crear un país utópico justo como Merlín le había mostrado en sus visiones. Pero para Gilgamesh era diferente, en el fondo deseaba alguien que la comprendiera porque no quería estar sola. 

—Cuando apareció finalmente alguien cuyo poder rivalizaba con el mío... me sentí aliviada...

Arthur miró como la expresión de dolor en el rostro de Gilgamesh se había suavizado un poco.

—No era humana y tampoco diosa, supongo que fue por ello por lo que no hicimos amigas, era alguien igual a mi que no encajaba con ninguna de las dos partes, pero los dioses me la arrebataron. Si yo... si yo lograse ser inmortal estoy segura de que viviría para verla otro día... podría ser una larga espera, pero seguramente volveríamos a encontrarnos en algun punto o al final de los tiempos. En fin, no necesitas comprenderlo, pero... gracias por escuchar Arthur.

Ella sonrió genuinamente y el corazón de Arthur revoloteó, era la primera vez que la escuchaba agradecer por algo. El príncipe no pudo evitar sentirse feliz y sonreírle de vuelta. Mirándola así, parecía una doncella como cualquier otra, ignoro por completo su altanería y su total falta del sentido del pudor, fue como si por un momento ella se viera libre de todas sus cargas.

Solo descansaron dos horas antes de continuar su viaje, llegaron a donde Siduri había indicado encontrándose con un barquero cuyo nombre era Urshananbi, este les comentó que para llegar a la isla de Utnapishtim había que cruzar las aguas de la muerte y que habían matado a las únicas criaturas capaces de ayudarlos. Arthur lamentó haber exterminado a los gigantes de roca. Urshananbi les comentó que para atravesar aquellas aguas que no debían ser tocadas necesitaban cortar 120 remos.

Les tomó casi un día, pero Arthur y Gilgamesh construyeron con éxito el bote que los llevaría a la isla donde residía Utnapishtim. El viaje no fue nada placentero y tuvieron que estar alerta de las criaturas marinas que habitaban el lugar, pero finalmente llegaron a su destino.

Aquel hombre los estaba esperando. Los recibió y guió a su hogar, Gilgamesh se veía bastante ansiosa, pero se limitó a seguir al hombre esperando que le dijera lo que quería saber. La paciencia era una virtud después de todo.

—Niña tonta, el destino no puede ser alterado, el ciclo de la vida debe continuar como ha sido establecido—comentó el hombre.

—¡Tonterías! ¡Tú mismo has burlado ese destino, eso quiere decir que existe esa posibilidad!

—¿Qué te hace digna a ti, una reina déspota y egoísta, de la vida eterna? ¿Crees siquiera tener las virtudes necesarias? Abandonaste a tu pueblo en una búsqueda inútil de algo que no mereces, regresa a Uruk y se mejor reina de lo que has sido, tal vez así merezcas obtener esa posibilidad.

Sintiéndose insultada, Gilgamesh apretó los dientes con furia.

—Es cierto que quizás Gilgamesh no ha sido una reina benevolente—Arthur habló en su defensa—Pero jamás le ha fallado a su pueblo, ha protegido a capa y espada su reino, a sus súbditos nada les ha faltado, si su reino se derrumbara por dejar su puesto por un pequeño periodo de tiempo seria prueba de un mal gobierno. La sabiduría se obtiene a través del tiempo ¿No es así? Ella podría ser mejor soberana de lo que ha sido si se le ofreciera esa oportunidad.

Arthur había leído sobre Gilgamesh, en los textos se le describía como un rey tirano, pero su pueblo había prosperado y sido defendido por él, con su versión mujer no debería ser diferente.

El cansancio mermó toda la resistencia de Gilgamesh, finalmente había alcanzado su limite

—Ofrezcámosle entonces esa oportunidad—el hombre habló altanero—Si logra permanecer despierta seis días y seis...

Ni bien había terminado la oración cuando la reina había caído dormida apoyándose en el brazo de su compañero. Arthur se alteró.

—Oi, Gilgamesh... ¡Despierta! ¡Gilgamesh! —la zarandeo tratando de hacerla recobrar la conciencia, pero la susodicha había caído profundamente dormida.

Llevaba dos semanas viajando sin descanso, había superado su límite desde hacía un buen rato, lo único que la había mantenido despierta durante los últimos días era su orgullo que se negaba a dejar que Arthur la protegiera, pero al final, cuando no hubo más peligro a en los alrededores se derrumbó.

Durmió seis días y seis noches, dándose cuenta de su fallo, dignamente acepto su error.

—Esa chica ha hecho un largo y exhaustivo viaje hasta aquí, se compasivo mi amor—su esposa comentó al mirar como la reina babilónica y su compañero se preparaban para partir.

El hombre suspiró.

—En el fondo del mar Egeo hay una planta negra con capacidad de rejuvenecerte, eso lo más cerca que estarás de la inmortalidad—dijo al momento de despedirse.

Ella asintió susurrando un leve agradecimiento. Se dió cuenta de que Arthur siempre lo había hecho y quiso ser quien lo hiciera en esa ocasión.

El viaje fue más relajado de lo que imagino, Gilgamesh dejó a Arthur dormir un par de veces, se había esforzado protegiéndola todo ese tiempo y pensó que se había ganado su merecido descanso. Él era alguien muy peculiar, no solo la había seguido sin cuestionar, la había escuchado sin juzgar y permanecido a su lado sin titubear. Ella lo acomodó sobre su regazo dejándolo dormir mientras miraba las estrellas. Por un momento deseó que su viaje nunca terminará porque sabía muy bien que cuando lo hiciera Arthur iba a desaparecer... como Enkidu lo había hecho al morir.

Cuando llegaron al mar Egeo, Arthur fue quien se ofreció a nadar a las profundidades, pero Gilgamesh se negó diciendo que era algo que debía hacer por sí misma. En la superficie el esperaba preocupado, estuvo a punto de lanzarse al agua cuando la reina emergió con una sonrisa victoriosa, había obtenido la planta.

—¿No piensas usarla? —preguntó mientras se dirigían a tierra firme.

—Primero quiero probar su efecto, hay un viejo en Uruk que seguro saltaría de alegría si esto funcionara de verdad.

Arthur se extrañó por el hecho de que, aunque Gilgamesh había cumplido su misión, él aun no regresaba a Camelot, supuso entonces que solo volvería cuando finalmente hubiera llevado sana y salva a la reina de regreso a su reino. En el fondo estaba aliviado, tendría unos días más de convivencia con esa peculiar reina.

En un principio la soberana apenas y hablaba y se había comportado fría y distante, ahora era mucho más animada, como si se hubiera liberado de un peso luego de aceptar una verdad innegable.

—¡Mira, mira, un lago! —señalo contenta.

—Ah sí, un lago... ¡¿Pero qué demonios estás haciendo?! —Arthur se dio media vuelta sonrojado.

—Quitarme la ropa para bañarme por supuesto ¿No quieres venir?

Escuchó que ella se echó un clavado en el agua.

—Estoy segura de que quieres Arthur, ven a nadar conmigo—canturreó contenta.

—¡Por supuesto que no! ¡Por dios Gilgamesh! Iré por ahí a esperar que termines de bañarte.

El sonrojado caballero se retiró del lugar y aunque la tentación de voltear para ver el exuberante cuerpo de la semi-diosa sumeria lo invadió, recordó su código de caballero y se retiró del lugar antes de que acabara pecando. La reina rio divertida ante la inocencia del príncipe.

Mientras se bañaba, Gilgamesh había puesto la planta en la orilla del lago, en su descuido, lo que tanto lucho por obtener le había sido arrebatado en cuestión de segundos. La planta fue robada por una serpiente.

Cuando Arthur se dio cuenta de que Gilgamesh había tardado, regresó al lago solo para encontrarla envuelta en una sábana, parada a la orilla del lago mirando a una serpiente mudar su piel. Entonces lo comprendió. La serpiente había comido la planta que la reina planeaba utilizar.

—Soy una tonta ¿No es verdad? —ella rio casi al borde de las lágrimas—desperdicié las dos oportunidades que se me brindaron...

Arthur puso una mano sobre el hombro de la mujer.

—Este viaje no fue completamente en vano, aprendí algo muy importante, solo los dioses son eternos y hay cosas que no pueden ser cambiadas.

Aunque trataba de no hacerlo notar, para Arthur, que la había estado observando atentamente desde el inicio del viaje, era claro que ella estaba dolida. Sin nada más que hacer, lo único a su alcance era decirle palabras de consuelo sin herir de más su frágil orgullo. 

—Vivir eternamente no significa ser inmortal—Arthur comentó—Inmortal es ser recordado aun después de tu muerte, tu historia se convertirá en una leyenda, en el mundo del que provengo has sido inmortalizada en una Epopeya.

—Ya veo—ella rio—Si, supongo que así es como las cosas deben ser. Vamos Arthur, hay que continuar, nuestro viaje está llegando a su final.

Les tomó una semana más y cuando finalmente las murallas de Uruk pudieron verse en el horizonte, supo que su misión había terminado.

—Ha llegado el momento eh—comentó al ver el cuerpo de su compañero brillar.

—Es una lástima que nuestro tiempo se haya agotado, me hubiera gustado ver la ciudad de la que tanto hablaste maravillas.

—Fue un placer haberte conocido Arthur Pendragon de Camelot. Si el destino lo quiere tu y yo nos volveremos a encontrar, quizás en otro mundo y en otro tiempo, pero estoy segura de que volveremos a vernos. 

—Nada me gustaría más que eso—el príncipe sonrió.

—Y cuando eso suceda, hare que te conviertas en mi esposo. ¡Tenlo por seguro!

Antes de que él desapareciera sus labios fueron robados por los de la reina babilónica. Un beso que trasmitia más que un simple agradecimiento.  Al regresar a su época aún pudo sentir el sabor fresco de la semi-diosa.

—Entonces Arthur ¿Te divertiste? —preguntó Merlín burlona.

—Como no tienes idea—comentó sonriente.

Quizás nunca volviera encontrarse con aquella reina, pero jamás la olvidaría.

Gilgamesh.

Si, su nombre sabía muy bien en sus labios.

.

.

.

Fin

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