El sexy chico invisible que d...

By AndreaSmithh

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¿Qué pasaría si descubrieras que hay un chico al que sólo tú puedes ver? Eso es lo que le ocurre a Lauren en... More

El sexy chico invisible que duerme en mi cama - Andrea Smith
CAPÍTULO 1 (reescrito)
CAPÍTULO 2 (reescrito)
CAPÍTULO 3 (reescrito)
CAPÍTULO 4 (reescrito)
CAPÍTULO 5 (reescrito)
CAPÍTULO 6 (reescrito)
CAPÍTULO 7 (reescrito)
CAPÍTULO 9 (reescrito)
CAPÍTULO 10 (reescrito)
CAPÍTULO 11 (reescrito)
CAPÍTULO 12 (reescrito) + Fechas Ecuador y México
CAPÍTULO 13 (reescrito)
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17 (bien)
CAPÍTULO 18 (reescrito)
CAPÍTULO 19 (reescrito)
Capítulo 20
CAPÍTULO 21 (reescrito)
CAPÍTULO 22 (reescrito). POV KEITH
CAPÍTULO 23 (reescrito)
CAPÍTULO 24 (reescrito)
CAPÍTULO 25 (reescrito)
CAPÍTULO 26 (reescrito)
CAPÍTULO 27 (reescrito)
CAPÍTULO 28 (reescrito)
Capítulo 29 (REESCRITO)
CAPÍTULO 30 (REESCRITO)
Capitulo 31 (REESCRITO)
Capítulo 32 (REESCRITO)
Capítulo 33 (REESCRITO)
Capítulo 34 (REESCRITO)
Capítulo 35 (REESCRITO)
Capítulo 36 (REESCRITO)
Capítulo 37 (REESCRITO) FIN

CAPÍTULO 8 (reescrito)

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By AndreaSmithh

Una hora y tres copas después, estaba claro que aquella fiesta no era para mí. No conocía a casi nadie a mi alrededor, además de los amigos de Jordan. Danielle y Marco se estaban enrollando en un sofá donde ni con otras tres copas más me atrevería a sentarme, y para colmo no podía dejar de pensar en el dichoso chico invisible, y si continuaba fuera esperándome o se habría ido ya a... a hacer lo que sea que hacen los chicos invisibles.

Bueno, o a hacer lo que quiera que hiciese Keith. Si iba a tener que verlo en más ocasiones debería empezar a llamarlo por su nombre.

Pero... ¡maldición! Todo aquello era demasiado raro. ¿En que vida te imaginas que te encontrarías con un tipo al que sólo tú puedes ver? De pequeña tenía un amigo invisible, o eso decía mi madre, e incluso en alguna ocasión había fantaseado con ver fantasmas, pero... Esto era completamente distinto.

Keith era distinto a todo lo que te podrías imaginar.

Y guapo.

Maldición, las tres copas habían subido más de la cuenta.

Estaba dándole el último sorbo al final de mi tercera copa, replanteándome si acercarme a Danielle con un palo para separarla del tal Marco, cuando Jordan se acercó a mí. Llevaba una cerveza en la mano.

—Eres muy joven para beber alcohol, ¿sabes? —Bromeé, porque apenas nos sacábamos un año.

Jordan se cuadró de hombros, sonrió y se apoyó a mi lado en la pared. A nuestro alrededor la música sonaba a todo volumen, las luces apenas llegaban a iluminar algunos rincones y había tanta gente que el calor era abrumador. Por no comentar el hecho de que olía a hierba.

—Tú también —contraatacó, y alzó las cejas hacia mí.

Su lata de cerveza chocó contra mi vaso de plástico. Me sacaba al menos una cabeza de altura, y medio cuerpo de ancho. Se había apuntado al equipo de fútbol del instituto desde el primer año, y según Gabrielle, estaba muy concienciado a ganar una beca de deportes en dos años. Quería ser el primero en la familia que fuese a la universidad.

Dejé mi vaso en una mesa que tenía cerca y le di un codazo.

—¿Te diviertes en tu cumpleaños?

Se encogió de hombros y dio un sorbo a su cerveza. Siendo sincera, no parecía demasiado alegre. Sabía que irnos a otra fiesta no había sido una buena idea.

—Al menos la compañía es buena —contestó por fin.

Busqué con mis ojos a sus amigos, pero no vi a ninguno de ellos por el salón de la casa, donde estaba el alma de la fiesta. Entonces volví a mirarle a él y...

Se había inclinado un poco hacia mí.

—Gracias por venir a mi cumpleaños, aunque fuese para hacer compañía a mi hermana.

Tragué saliva, comprendiendo a qué se refería con compañía, pero me las alegré para formar una sonrisa en mis labios.

Oh, Dios mío. Con compañía no se refería a sus amigos, sino a mí. Las palabras de Danielle diciendo que le gustaba a su hermano retumbaron por mi cabeza, cobrando más y más fuerza.

—También vine por ti —contesté en un hilo de voz más bajo de lo que había pretendido.

Se acercó un poco más. Podías apreciar cómo le relucían los ojos en la penumbra.

—¡Lauren! ¿Nos vamos a casa?

Prácticamente di un salto cuando Danielle apareció de la nada, tomándome de la mano y girando completamente mi cuerpo hacia ella. Parpadeé y lancé un mirada cautelosa y rápida hacia Jordan. Se había vuelto a apoyar contra la pared y tomaba un sorbo largo de la cerveza.

Volví a mirar a mi amiga realmente confusa.

—¿Qué? —Fue lo único que pude preguntar.

Tiró con fuerza de mi mano hacia ella, hasta que su boca prácticamente rozó mi oreja.

—Marco quiere más que unos besos, tenemos que irnos ya.

No tardé ni dos segundos en asentir, y mientras Dani tiraba de mí fuera de la fiesta yo misma tomé la muñeca de Jordan, que no protestó, y salimos en cadena de la fiesta.

Hacía dos meses Danielle se había hecho a sí misma la promesa de no volver a acostarse con un chico hasta estar completamente segura de que los dos querían, y estaba claro que con Marco a ella no le apetecía pasar de los besos. Y estaba en su completo derecho a irse si así quería.

Lancé una mirada al chico mientras nos abríamos paso entre las personas, pero ya no estaba en el sofá.

Cuando pudimos salir fuera de la fiesta Jordan, que había dejado la cerveza por el camino, se soltó y nos miró con enfado.

—¿A qué ha venido eso? —Protestó.

Danielle se limitó a acelerar el paso.

—Es tarde, tenemos que ir a casa por si a papa y mamá y les da por llamar por teléfono.

Jordan gruñó, pero continuó andando. Nuestros ojos se cruzaron, y los apartó al cabo de unos segundos, llenos de rabia. Sus amigos seguían en la fiesta y nosotras le habíamos arrastrado a la fuerza, podía comprender su enfado. Podía escuchar cómo refunfuñaba por lo bajo.

No fue hasta que llegamos a la primera parada de tren que me acordé del chico invisible. Y no porque tuviese una mente maravillosa, ya que con todo el lío, Jordan enfadado y mi amiga preocupada por la situación peliaguda en la que había dejado a su ligue, por fin había conseguido apartarlo unos segundos de mi cabeza.

No, me acordé de él porque nos había estado siguiendo todo el camino, y una vez en el metro decidió adelantarme por sorpresa y saltar la barrera antes de que yo metiera la tarjeta. Me pegó un susto de muerte.

—Lauren, ¿estás bien?

Jordan me llamó ya desde el otro lado de la entrada del metro. No podía culparle, había gritado.

Entrecerré los ojos con disimulo hacia Keith y pasé mi tarjeta. No quería tardar mucho más en llegar a casa.

—Perdona, creí ver una rata —murmuré.

Dani y Jordan fruncieron el ceño, pero pude escuchar claramente cómo el chico invisible se reía.

—Vaya, eso es nuevo. Soy una rata.

—Una rata mojada y apestosa —añadí, porque estaba completamente segura de que aquel susto había sido queriendo.

Alcancé a mi amiga y crucé nuestros brazos, avanzando veloz hacia las escaleras que nos llevarían a nuestro metro.

—Que asco, espero que no haya más —murmuró.

Y Keith, de nuevo, volvió a reír.

—Soy único en mi especie, nena.

Se mantuvo en silencio los siguiente veinte minutos, en los que esperamos al tren y compartimos destino con Jordan y Danielle. Sin embargo, cuando llegó mi turno de bajar y dejarlos solos en el vagón, Keith me siguió.

Me siguió, más tarde de las doce de la noche de un sábado, fuera de la estación de metro.

—¿Qué haces? —Pregunté entre dientes.

Aunque era tarde, Nueva York también era la ciudad que nunca duerme. Había personas a nuestro alrededor y no quería que me viesen hablar sola. Aunque no me extrañaría que lo achacaran a un problema de alcohol adolescente.

Las tres copas ya estaban comenzando a bajar.

—¿Otra vez con las mismas, Lauren? Eres la única persona que puede verme, es normal que quiera hablar contigo, ¿no?

Aceleré el paso a través de la gente, dispuesta a llegar cuanto antes a casa. No quería contestarle delante de extraños que se pensasen que estaba hablando a la nada.

Keith aceleró el paso conmigo.

—Además, antes, cuando volviste a la fiesta, parecías preocupada por mí.

Fanfarrón.

Llegamos a casa antes de que me diera cuenta. Y, tal como esperaba, entró conmigo al portal. Pensé en echarlo, pero por el camino las fuerzas habían ido desapareciendo, y la bruma del alcohol todavía duraba. No me veía con energía suficiente como para iniciar una pelea, aunque lo intenté.

—¿Piensas entrar conmigo a casa? —Dije en la puerta.

—¿Piensas dejarme aquí fuera solo? —Contraatacó.

Tenía su punto. Había comenzado a llover.

Suspiré, tragué saliva y abrí la puerta. En el interior todo estaba en silencio.

Dejé la chaqueta en la sala y atravesé de puntillas el interior hasta llegar a mi habitación. Mi madre salió de su cuarto justo cuando tenía la mano en el pomo de la puerta.

—¿Lauren? —Preguntó.

Por un segundo me quedé ahí petrificada, mirando a Keith con pánico y olvidándome de que era invisible. Solo pensé que estaba metiendo a hurtadillas a un chico en casa, un sábado de madrugada.

Mierda, eso no se parecía en nada a algo que yo hiciese. De hecho, jamás se me había ocurrido hacerlo, aunque Danielle me había contado algunos de sus tips para lograrlo.

Jordan era su cómplice para que sus padres no pillaran a sus ligues.

—Estaba esperándote, solo quería saber que llegabas bien a casa —dijo, sobándose los ojos.

Ni una sola mirada hacia el chico que estaba a mi lado.

—Vivita y coleando —dije muy rápido, todavía dominada por los nervios.

Las cejas de mi madre se juntaron. Era bastante probable que estuviese pensando en la cantidad de alcohol que había ingerido su hija. Pero como le había dicho, estaba sana y salva en casa. Y entera. Eso debió bastarla.

—Descansa, ¿vale?

—Sí —asentí, abriendo la puerta de mi habitación—. Buenas noches, mamá.

Y me metí en la habitación, seguida de cerca por Keith.

La puerta se cerró detrás de él. No había terminado de dar dos pasos hacia mi cama cuando le escuché hablar.

—Bueno, ¿y yo donde duermo?

Me volví hacia él tan rápido que me mareé. De hecho terminé cayendo sobre el colchón, y fue un alivio que estuviese blandito. Quizás había bebido más de lo que pensaba.

—¿No pretenderás dormir aquí? —Pregunté, atónita.

—Para eso he venido contigo, ¿o pretendes echarme ahora?

Dejé caer la cabeza hacia atrás y gemí. En realidad pensé que querría hablar un rato, tal vez robar algo de comida o...

No, dormir decididamente no.

—Tienes que irte —sentencié, cruzándome de brazos—. No puedes dormir aquí.

¡Lo que faltaba! ¡Si apenas le conocía!

Él también se cruzó de brazos.

—Vale, pues si quieres que me vaya... Échame.

Tardé unos segundos en comprender qué quería decir, y entonces... Mierda.

No podía echarlo, primero porque tenía toda la pinta de tener más fuerza que yo. Y segundo porque si nadie más podía verlo, ¿cómo justifico estar peleándome contra una piedra invisible sin ser tachada de loca?

Si intentaba explicárselo a mis padres, o bien acababa en el manicomio, o bien en una clínica de desintoxicación.

—Entiéndelo, no te conozco de nada —murmuré, empezando a inquietarme—. Lo siento mucho por ti, pero... ¿Qué puedo hacer yo?

Keith, que había estado tranquilamente de pies delante de la cama, dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo, sacudiendo su expresión en un puchero.

En serio. Me puso un puchero.

—Pero no tengo otro lugar al que ir —dijo.

Decidida a no dejarme empequeñecer por aquel gesto, tosí y pregunté:

—¿Y dónde has estado quedándote hasta ahora?

—Aquí y allá... En habitaciones de hoteles, casas abandonadas, de gente que se ha ido de vacaciones.

Jugueteé con un mechón suelto de mi cabello. Todo era mejor que seguir mirando aquel puchero.

—Pues me parece un plan genial, ¿por qué no sigues así?

—Porque en las habitaciones de hotel te acaban pillando, en las casas abandonadas no hay electricidad, y en las que la gente se ha ido de vacaciones... Acaban volviendo.

Oh, mierda.

Y doble mierda, porque alcé los ojos y le miré.

El puchero seguía allí.

—Puedes dormir en el sofá del salón —murmuré por fin.

El gesto de tristeza desapareció, reemplazado velozmente por uno de emoción. Sus ojos azules conectaron con los míos.

—¿Estás segura?

Hombre, segura, lo que se dice segura, pues no... Entonces hizo una pregunta.

—¿Y si tus padres se despiertan y deciden sentarse en el sofá un rato?

Oh, mierda. Además mi padre tenía la costumbre de ver las noticias de buena mañana de la televisión.

—Probablemente serías Keith aplastado —contesté, pensando en los kilos de más de mi padre.

Me mordí el labio inferior, junto con un trozo del mechón de pelo, escurriéndome el cerebro para decidir que hacer. O más bien, para decidirme a darle el permiso de lo que el alcohol en mi sangre ya había decidido.

—Duerme aquí —dije después de un rato—, pero en el suelo.

Añadí aquello último en un tono un poco más severo. Porque dormir en la misma cama ya sería pasarse de los límites.

Aunque en realidad, teniéndole bajo el mismo techo, y en el mismo cuarto, no estaba del todo segura de si podría dormir o no.

—Lo que usted mande —asintió jovialmente.

Antes de que pudiera echarme atrás en mi decisión tomé el pijama que guardaba bajo la almohada y salí corriendo al baño a cambiarme y quitarme el maquillaje. Ni siquiera el agua fría consiguió aliviar el tono rosado que cubría mis mejillas.

Cuando regresé a la habitación Keith había improvisado una cama en el suelo, con un montón de mantas y cojines.

Menudo desastre.

—Buenas noches —murmuré mientras me metía en la cama de un salto y apagaba la luz.

No pasaron ni diez segundos, en los que tampoco cerré los ojos porque sinceramente, me era imposible, cuando él habló de nuevo.

—Oye, y eso del GPS, ¿rastrea a cualquier persona que quieras?

Gruñí y me giré en la oscuridad hacia el sonido de su voz. La luz tenue que se filtraba por la ventana me permitía reconocer su silueta tendida en el suelo.

—Depende —contesté con desgana.

—¿De qué depende? ¿Y dónde se puede conseguir?

—Igual lo vende amazon

—¿Y quién es amazon?

Gruñí de nuevo. Me lo merecía, por meter a un chico extraño e invisible en casa.

—Cállate y duérmete.

—No puedo, el suelo es muy duro —se quejó.

—Te fastidias —murmuré entre dientes—. Haberte ido a un hotel.

Y después de eso, no volví a escuchar más en toda la noche... Hasta la mañana siguiente, cuando mi madre entró sin llamar en la habitación para despertarme y, en su camino, se tropezó con el lío de mantas y peluches que había dejado en el suelo... Y con Keith.

Para ser exactos, me desperté por su chillido, ya que... mi madre le había pisado ahí.

¡Feliz martes personitas preciosas!

Primero de todo, espero que hayáis tenido un fin de semana genial :) Yo estoy ya en Londres, ¡ocupada haciéndome al trabajo y a los estudios! Así que aquí me tenéis, actualizando rapidito. ¡Últimamente la vida me está yendo muy, muy rápido! De hecho por eso mismo ayer no pude actualizar, literal que con tanto trabajo se me olvidó :S

Espero que la vuestra vaya genial :)

Os dejo por aquí un vídeo que grabé en la Feria del Libro de Madrid.

¡Un abrazo! Andrea.

PD. Twitter e Instagram "andrealetitbe"

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