CAPÍTULO 23 (reescrito)

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—¿Qué estás diciendo?

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—¿Qué estás diciendo?

El frío de la noche que había sentido poco antes había desaparecido por completo tras escuchar la declaración de Keith. Incluso los breves rastros de alcohol, que ya empezaron a irse, me abandonaron.

Todos mis sentidos estaban puestos única y exclusivamente a la declaración que Keith acababa de hacer.

Mis manos cayeron de sus hombros cuando él dio un paso atrás para apartarse, igual que lo hizo su mirada. Negó con la cabeza, y se fijó en el suelo con expresión trastornada y los labios apretados.

—¿Keith? —Probé a decir de nuevo.

Lo había escuchado la primera vez. Perfecto, además. Pero sentía que necesitaba volver a hacerlo. Algo dentro de mí se negaba a creerlo... a imaginar que era cierto.

Avancé el mismo paso que él había deshecho, y por fin su mirada se encontró nuevamente con la mía. El brillo de la noche relucía en sus ojos.

—Que te quiero. Estoy enamorado de ti, Lauren.

Podía escuchar mi respiración, lenta y pesada, igual que la suya. La noche nos rodeaba, y nos aislaba dentro de un pequeño recodo de mundo donde solamente estábamos los dos.

—¿Lo dices en serio?

—Lamentablemente.

Fruncí el ceño, pero conseguí colocar de nuevo una mano sobre su pecho, y esta vez no me alejó.

—¿Por qué lamentablemente? —Insistí.

Tentando a la suerte, me acerqué un poco más. El corazón me latía a toda velocidad, y sentía el estómago con miles de mariposas que querían volar libres.

Era incapaz de imaginar que él pudiera sentir lo mismo que yo, pero ahí estaba. Confesándose.

Yo debería hacer lo mismo.

—Keith, yo tam... —Comencé a decir, pero su voz me interrumpió altiva.

Y después volvió a alejarse. En sus ojos pude ver que sabía exactamente lo que iba a decirle.

—¡No! No lo digas, por favor.

Sentí el vacío de su cercanía como si nuestra burbuja explotase, el mundo volviese a caer sobre nuestros hombros y todo hubiese sido un simple y hermoso sueño.

Pero Keith seguía delante de mí, con los ojos entrecerrados en una leve expresión de dolor.

—Si lo dices no habrá vuelta atrás —susurró.

Pasaron los segundos sin que ninguno de los dos volviese hablar. El silencio pesó a nuestro alrededor, y yo no podía apartar la mirada de la suya. Me sentía conectada a aquellos enigmáticos ojos azules, y a como su máscara de guerrero había caído a lo largo de todas aquellas semanas.

El sexy chico invisible que duerme en mi cama  © | REESCRIBIENDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora