Sangre maldita 1

By AliceKaze

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♥Entre las historias destacadas de noviembre de 2018, en el género de fantasía♥ Luego de diecisiete años con... More

Epígrafe
Dudas adolescentes
Fría pesadilla
Noche en compañía
Un amigo en la soledad
Otra perspectiva
Cerca de la verdad
Lagunas mentales
Esperando noticias
Hora de la verdad

Visita inesperada

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By AliceKaze

En cuanto llegaron a la casa de Aitor, Castiel empujó el portón principal y, sin querer, lo estrelló contra el muro. Shayza puso mala cara mientras corrían hacia la puerta, y él llamó hasta que Aitor abrió. Aún con la mirada confundida de este, no pidieron permiso para entrar o tan siquiera saludaron: lo más importante era el bienestar de la joven. La dejó en la cocina y volvió con el otro hombre. Aitor tuvo que soportar cómo Castiel lo jaló hacia el salón donde las ventanas estaban cerradas y nadie podría escucharlos si hablaban en voz baja.

Shayza se asomó por el umbral, los examinó y aguzó el oído. Pero nada. Por lo general los escucharía, solo que en ese momento lo único que llegaba era el susurro de la estática, estática de la que no veía paradero. No tenían televisor, y todo el vecindario estaba haciendo el ruido suficiente como para no conseguir oír algo así. Aquello no era normal, por lo que se metió el dedo al oído.

Igual que la primera vez, no escuchó nada.

Castiel trataba de lucir calmado con Aitor, pero ciertos gestos con las manos le hacían creer a Shayza que en realidad estaba muy angustiado. Y la expresión de su padre... tampoco ayudaba.

Algo ocurría y de nuevo no querían decirle. Ella, con el entrecejo fruncido, dejó al gato sobre un asiento y aguardó a que su padre adoptivo quisiera verla, golpeando el suelo. Mientras ellos continuaban en su rollo misterioso, Shayza miró al gato que se lamía la herida, ajeno a lo que pasara a su alrededor. Rebuscó entre los cajones de la cocina para dar con qué limpiarle el corte y luego vendarlo. Estaba dispuesta a cuidarlo y alimentarlo sin importar lo que dijeran sus cuidadores. Al final, era solo un gato; no podía causar más problemas que vomitar una bola de pelos sobre la alfombra.

Al terminar de curar al animal, lo alzó, contempló su enorme cabeza y mirada curiosa y sonrió satisfecha por su labor. No podía imaginar el inmenso placer que le causaría ayudar a las personas con sus mascotas o los animales de la calle si se convirtiera en veterinaria.

—Hija mía... —la saludó Aitor, pero rápidamente se detuvo para darse cuenta de que traía un gato—. Has traído un gato —añadió no muy a gusto—. Otra vez.

—El corazón no me da para dejarlo en la calle —exageró ella.

—Siéntate, te voy a dar algo de comer. Pero... ¿tomaste tu medicación?

Shayza negó con la cabeza.

—Lo he olvidado. Y con prepararme algo de comer no vas a conseguir que olvide cómo habéis estado cuchicheando —dijo, refiriéndose a la escena en el salón.

—Con que muy cotilla, ¿eh? Son cosas de adultos —cortó él.

Shayza miró hacia el salón donde pensó que encontraría a Castiel, pero lo único que notó es que la puerta volvía a cerrarse. Él se había ido.

—Cosas de adultos. Vale. —Giró hacia Aitor—. Estoy a poco tiempo de cumplir los dieciocho, creo que eso no me hace menos adulta.

—Shay, ¿puedes dejar de actuar como abogada defensora y sentarte? —Aitor parecía realmente alterado por lo que sea que Castiel le dijo—. Discúlpame...

—Tranquilo. —Tomó asiento a la mesa, dejando al gato en el suelo—. Solo vine a pedirte disculpas por cómo me comporté el día en que... me enteré de la verdad. Pero ahora que Cass salió, no puedo irme.

—Entiendo cómo te sientes, pequeña. —Sostuvo sus manos al sentarse frente a ella—. No es fácil lo que estás pasando y es normal que reacciones a la defensiva. Te sientes traicionada por todos nosotros.

—No es solo eso, papá. —No era capaz de verlo. La garganta empezaba a cerrársele y las lágrimas se acumularon en los ojos—. Me ocultáis cosas. Todavía no he podido adaptarme a mi nueva rutina como para que parezca que soy la hija (la cual, como dato insignificante, corre peligro) de un traficante. —Apartó las manos de Aitor y enjugó sus ojos. Solo lloraba delante de algunas personas, y él era una de ellas. Al fin de cuentas, era su padre, el único que la crio como tal—. Ni siquiera Castiel quiere decirme la verdad.

—No es un asunto de querer o no, mi niña, son reglas que cumplir.

—¿Qué más da si lo reveláis ahora o en dos semanas? Va a ser lo mismo: me cabrearé y lloraré de rabia.

—Trata de tener paciencia —sugirió mientras parpadeaba—. Es lo único que puedo decirte.

—Mira a Castiel, parece que está tratando de protegerme de alguien —espetó Shayza, gimiendo, y apuntó hacia la nada—. Después habláis en murmullos, así que no me pidáis que tenga paciencia. —Colocó ambas manos en sus sientes y cerró los ojos—. Joder, papá. Esto pudo haberse evitado con decírmelo antes o al terminar la universidad.

En la ventana tras ella apareció una figura con el rostro cubierto por una capucha, haciendo que Aitor retomara su compostura y su rostro se endureciera. Shayza no fue capaz de notarlo, solo sintió una corriente que la estremeció al oír que Castiel regresaba. Este entró a la habitación y cerró las cortinas, dejándolos solo con la luz del interior. Esto llamó la atención de la joven y se giró para comprender el porqué su protector actuaba así. La luz parpadeó igual que el reloj de cada electrodoméstico; sin embargo, Shayza nada más se percató de la luz sobre su cabeza.

—¿No lo he dicho? —expresó ella—. Todos sois ra...

Castiel le cubrió la boca.

Shayza puso mala cara ante su atrevimiento. Cuando trató de apartarse, él la aprisionó contra su cuerpo. Ella se sacudió para librarse, pero sentía que él era una gran anaconda que la enrollaba.

Aitor se quedó inmóvil en su lugar, atento a cualquier ruido. Shayza quiso ver qué demonios había allí como para que ellos tuvieran tal actitud. Al no poder hacer nada, relajó su cuerpo, desganada y poniendo los ojos en blanco. Esperó y esperó, aunque no parecía que algo fuera a cambiar.

De pronto la puerta principal se abrió, y varias pisadas hicieron crujir el suelo de madera.

—Siempre tengo que limpiar vuestras cagadas. De verdad que sois descuidados —avisó un hombre con acento americano. El dueño de aquella voz dejó ver su larga melena rubia y ojos oscuros—. ¿Esa es la hija del jefe?

Todos se quedaron viendo al chico, hasta que Shayza consiguió librarse y empujó a Castiel. Entre los tres hombres y de espaldas contra la estufa, dijo:

—¡¿Qué coño os pasa?! ¿Y quién es este tío?

El americano sacó un cigarrillo del bolsillo interior de su chaqueta y lo encendió, restándole importancia a que hablara sobre él.

—Es Eliot, señorita —respondió Castiel, y la obligó a sentarse.

—Imagino que si no hubiera aparecido... de improvisto, vosotros no me habríais dicho nada —reprochó Shayza, e intercambió miradas con Castiel y su padre adoptivo—. Vosotros estáis...

—¿Dementes? —completó Eliot, y exhaló el humo por la nariz.

—No consumas esa porquería aquí —pidió Castiel.

—¿Por qué? Para vosotros esto no es nada. —Eliot salió de allí, mientras Shayza se dirigió a Castiel.

—¿Qué dice? —inquirió ella, pero igual que siempre, no recibió respuesta al instante, y llegó a la conclusión de que se vería forzada a buscar las respuestas por sí sola.

«Algo tiene que haber en la cabaña. Algo que me diga qué demonios esconden estos capullos», se dijo.

—Es hora de irnos —avisó Castiel, y capturó la atención de Aitor y Shayza.

—De vuelta a la cabaña de los secretos —refunfuñó ella, y tomó al gato.

Eliot observó cómo ella salía de la casa sin hacer algo para impedirlo, esto provocó que Castiel lo mirara de mala manera antes de ir tras la joven.

—Oye, no me pagáis para cuidar de una cría. Ese es tu trabajo —replicó Eliot, y lo señaló con el dedo.

—Sí, sí. Perdón por arruinar vuestras vidas —dijo Shayza. Giró hacia ambos hombres sin dejar de caminar—. Es un honor poder daros un empleo.

—Señorita, no puede irse así —dijo Castiel.

—¿Porque puede matarme alguien que conozca a mi padre? ¡¿Pegarme un tiro entre ceja y ceja?! —Señaló el lugar antes mencionado—. ¡Podéis iros al infierno!... —Su voz se quebró.

Shayza volvía a sentir que no podía confiar ni en su propia sombra si de esos hombres se trataba, eso la enfurecía y entristecía de sobremanera; o tal vez solo exageraba al dejarse llevar por sus emociones. Pero ¿qué podía hacer una joven que todavía dependía de un adulto? Sin dinero, sin lugar donde encontrar paz para su revoltosa cabeza, solo le quedaba una cosa que hacer: escapar.

El trayecto hacia la cabaña en el bosque tardó más de lo que hubiera querido. No obstante, los llamados de Castiel no cesaron en ningún momento, ni cuando Eliot aminoró el paso para poder fumar tranquilo.

Shayza entró a la casa e hizo que la puerta golpeara la pared y que Ezequiel saliera a ver qué estaba pasando. Cerró de un portazo su habitación y puso llave. Castiel llamó y golpeó la puerta.

—¡Dejadme en paz! —Tenía los ojos cristalizados y la nariz roja.

Abrazó al gato, dejando caer lágrimas sobre su pelaje. Lo acarició, jugó con su naricita y lo besó. Se sentó en la cama y lo alzó. El gato, con la mirada fija en ella, lamió las lágrimas de sus mejillas. Shayza sonrió aunque Castiel siguiera dando golpes en la puerta. Era como si ese pequeño animal la transportara a un lugar mucho más tranquilo, y hasta la hizo olvidar todo el mal dentro de su cabeza.

La puerta dejó de estremecerse tras un último golpe: la frente de Castiel dando contra la madera.

La joven suspiró al apartar su peludo amigo, giró hacia la puerta y esperó oír los pasos de Castiel alejándose.

—Me quedaré aquí hasta que decida abrir —avisó él con voz cansada.

Le dolía que su protector tuviera ese detalle con ella, pero Shayza sentía que estaba entre la espada y la pared. Había que admitir que se dejaba llevar por los impulsos, aunque no hay forma de saber cómo reaccionar ante una situación como la suya. Enojo, tristeza, depresión o negación. Todo era posible.

Ya más tranquila, respiró profundo. Alejó los malos pensamientos y preocupaciones. ¿Debía dejarlo entrar? ¿Exageraba su desconfianza? Es decir, después de todo, Castiel y Aitor siempre se encargaron de su bienestar y la trataban con amor y cariño cuando tuvieron la opción de hacer lo contrario. Si una decisión así la hacía dudar por donde quiera que tomara los cabos, ¿qué demonios iba a hacer al dar el agigantado paso a la adultez? Solo debía lidiar con una cosa, y eso era dejar que Castiel entrase o se quedara en el pasillo. Pero eso la hacía correr el riesgo de que no la dejara investigar la cabaña.

«Debo dejar de comportarme como una cría», se dijo, animándose a caminar hasta la puerta. En cuanto lo hizo, Castiel se deslizó hacia atrás, pero gracias a sus reflejos, logró sostenerse del marco de la puerta. Se había quedado dormido.

Ninguno dijo nada por un rato. Solo se observaron a la espera de que el otro diera el primer paso.

—Pude salir por la ventana —comentó Shayza, volviendo a la cama para recargar su móvil. La huida seguía en pie.

—Confío en usted más de que lo que usted confía en mí —le hizo saber, y al notar rasposa su voz, carraspeó—. Fue poco profesional quedarme dormido. Lo lamento, señorita.

Ella hizo un ademán para restarle importancia.

—Sería curioso que no te quedaras dormido al siempre tener un ojo sobre mí —mencionó, con la idea de recordarle lo que dijo tiempo atrás.

Castiel tardó en darse cuenta de la referencia y se sonrojó hasta las orejas. Giró hacia otro lado y pasó la mano por su pelo.

—Le pido que olvide ese incidente —habló sin verla.

—Como quieras, Cass. —Aunque sus palabras parecieron distantes, una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro pecoso. A él le gustaba molestarla de vez en cuando. Y a ella también. Ojo por ojo, diente por diente.

—Siento no poder decirle nada por el momento, pero tenga paciencia. El señor Gideon pronto vendrá a contarle lo que usted quiere saber.

—Paciencia es lo que me falta. —Se encogió de hombros y estrujó su nariz con la palma, aspirando—. Pero voy a tratar de tener mi cabeza ocupada hasta que mi padre llegue.

Patrañas. Ella mintió de forma descarada, viéndolo a los ojos y con una sonrisa inocente. Era la mejor manera de despreocuparlo, aunque también una pequeña voz le sugería que lo hiciera. Mentir venía en la sangre.

***

Pasaron las horas necesarias hasta que Castiel decidiera que ya era demasiado para él y para su protegida, por lo que, luego de una larga charla, donde le confesó que apenas podía dormir por estar al tanto de ella, le dio las buenas noches y cerró la puerta al salir. Eso la conmovió, solo que no bastaba para quedarse sin hacer nada.

Aguzó el oído para poder concentrarse en el sutil caminar de Castiel sobre la larga alfombra del pasillo. Una puerta se abrió en la distancia y no tardó en cerrarse, creando unas cuantas pisadas más y el canto de los grillos.

Shayza esperó un poco hasta estar lo suficientemente segura de no ser atrapada con las manos en la masa; al final agarró su móvil para usar la linterna.

A sus pies cayó el gato sobre las cuatro patas y se estiró, para luego sacudirse. Shayza le hizo un gesto para que no hiciera ruido, y este la observó con curiosidad. Podría decirse que ese animal tenía más actitudes humanas que las de su clase, pero ella solo pensó que era una criatura muy inteligente. Los gatos siempre lo han sido, que algunos sean orgullosos es harina de otro costal.

Avanzó de puntillas por el pasillo. Nunca tuvo en cuenta qué tan ligero era el sueño de Castiel, y mucho menos el de Ezequiel o Eliot; porque sí, Eliot también se convirtió en un huésped de ese lugar. Dio la vuelta hacia la izquierda y notó cómo su sombra y la de su pequeño compañero se estiraban sobre las paredes. Examinó el lugar con la linterna y apretó los labios al no encontrar otra decoración. En la cabaña solo había una pintura y esa era la de su madre –con la que, mientras entraba enfurecida al salón, notó que su apellido real era Campbell, no Hoffman–, cosa que se detuvo a pensar. Antes no le había prestado atención a ese detalle, y lo mismo ocurrió con la sombra que pasó veloz por la ventana. No obstante, sí sintió la necesidad de voltearse y enfocar con la luz hacia afuera, donde solo encontró árboles y arbustos.

El gato se detuvo ante una puerta, puso las almohadillas sobre ella y se estiró, indicándole adónde ir. Bajo ella no se veía ningún tipo de luz, por lo que ahí podría no haber nada ni nadie. Shayza apoyó la oreja en la madera y esperó a que algo se moviese al otro lado; intentó abrirla.

Otra sombra corrió por las paredes a su espalda. El gato se erizó hasta la cola y bufó, esto alertó a la joven. Ella no vio nada que no fuera su propia sombra y la del felino. El gato insistía con sus bufidos y maullidos fuertes, viendo algo que Shayza no captaba, hasta que la puerta cedió.

La habitación se iluminó con el destello de un rayo, pero ni siquiera estaba lloviendo o tronando. Después vio la cabellera rubia de Eliot, que danzaba en el aire igual que apéndices.

Dejó caer el móvil con la suerte de que su linterna quedara sobre la alfombra. Se restregó los ojos al no ser capaz de procesar lo que acababa de ver. Y menos mal que lo hizo, pues lo único que notó fue a Eliot voltear con una linterna de pilas en la mano, con sus cabellos sobre los hombros como se supone que fuera. Esto la tranquilizó considerablemente, pero de igual manera no hizo ademán de moverse; debía permanecer en la oscuridad.

Se agachó, arrastró el móvil que iluminó al gato escondido en una esquina con cada pelo erizado y apagó la linterna. Al estar oscuro, parpadeó. Cuando trató de tomar al gato para volver a curiosear la casa, este retrocedió. De pronto se iluminó parte del pasillo a la vuelta. Supuso que era Eliot, pero ¿cómo entró a la casa tan rápido? ¿Había una puerta que ella todavía no descubría?

Shayza agarró al gato, aunque este quiso morderla y se escondió tras la isleta de la cocina, a espaldas de las puertas corredizas que llevaban al patio.

Un haz de luz recorrió el salón, deteniéndose en cada esquina para tratar de encontrar a la joven.

Shayza vio hacia las puertas y pensó que podría salir por allí si la idea de rodear la isleta con Eliot en la cocina no funcionaba. Sin embargo, no tardó en prendérsele el foco con una nueva idea. Miró al gato rubio y creyó que él podría ayudarla; mas, cuando trató de llamarlo, se dio cuenta de que todavía no le había puesto un nombre.

—Wilson —susurró ella. El gato... o mejor dicho, Wilson, sacudió una oreja y la miró atento—. Wilson, en cuanto puedas...

No pudo explicar su plan, pues la puerta principal se abrió y hubo nuevos pasos.

—¿Estás seguro de que nadie nos va a interrumpir? —inquirió una mujer de voz cristalina.

—Estoy seguro —respondió Eliot.

—Oh, vale.

La mujer se abalanzó sobre Eliot y él apagó la linterna.

A la cocina llegó el sonido de los besos, el roce de telas y los pasos hacia un sillón cerca del umbral. Shayza no era del todo inocente, por lo que no tardó en comprender lo que esos dos harían. Hizo un gesto de asco por el descaro que tenía Eliot al traer una mujer a la casa de su jefe. Su plan de investigar la cabaña cambiaría para arruinarles la noche a la pareja y poder volver a su habitación.

—Wilson, ¿puedes saltar sobre esos dos... y asustarlos?

Wilson se sacudió y trotó fuera de la cocina. Shayza, sonriendo traviesa, aguardó a que los gritos de ambos despertaran a Castiel y a Ezequiel.

El gato no tardó mucho en hacerlo.

—¡Maldito gato! —masculló Eliot, bajo el grito de la mujer—. Darla, vete. Vete antes...

—¿Qué demonios haces, Eliot? —preguntó Castiel, encendiendo la luz del salón. Shayza se asomó y contempló la escena, pero le resultó curioso que Castiel hubiera dicho aquella palabra; él nunca había usado un lenguaje así—. ¿La señorita sigue en su habitación?

—Perdón, perdón —se disculpó la mujer, antes de cerrar la puerta y salir corriendo.

—Eliot, tienes prohibido traer mujeres —dijo Ezequiel, asqueado.

—Sois aburridos —replicó Eliot, volviendo a recostarse en el sillón—. No sé dónde está la cría del jefe, pero estuve merodeando los alrededores...

—Si no sabes dónde está, mejor no digas nada —lo interrumpió Castiel—. Al menos sigue dentro de la casa, puedo sentirlo. —Avanzó hasta la cocina.

—¿Puedes sentirla o lo deduces por este maldito gato? —cuestionó Eliot. Después lo levantó por el lomo y el gato bufó.

Shayza, sin tolerar el trato que él le estaba dando a Wilson, salió de su escondite.

—¡Suéltalo, gilipollas! —ordenó ella, recibiendo la atención de los tres hombres.

Eliot dejó caer a Wilson, y este corrió hasta los pies de su dueña.

—¿Qué hace despierta? —quiso saber Castiel.

Shayza no supo qué responder y se encogió de hombros. No iba a decirles que estuvo buscando respuestas que ellos no le daban o que se había perdido cuando quiso ir al baño, pues eran excusas muy estúpidas.

Castiel, un poco molesto, la envío a su habitación y Shayza se sintió bien por no ser descubierta. Pero algo le daba vueltas en la cabeza. «Puedo sentirlo» y «Para vosotros esto no es nada», eran frases extrañas, algo que una persona normal no diría, y, si le agregáramos los místicos ojos de gato, esto empezaba a oler peor.

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