Sangre maldita 1

By AliceKaze

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♥Entre las historias destacadas de noviembre de 2018, en el género de fantasía♥ Luego de diecisiete años con... More

Epígrafe
Fría pesadilla
Noche en compañía
Un amigo en la soledad
Visita inesperada
Otra perspectiva
Cerca de la verdad
Lagunas mentales
Esperando noticias
Hora de la verdad

Dudas adolescentes

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By AliceKaze

Shayza estaba sentada en una gruesa rama, con su melena pelirroja cayéndole sobre el rostro. Intentó leer, pero por más que lo intentaba, no lo consiguió. Tenía la cabeza sumergida en sus dudas de qué carrera tomar cuando el instituto acabase. ¿Sería escritora? ¿Veterinaria? ¿Tal vez, abogada? La lista era extensa, aunque esas tres opciones eran las que más llamaban su atención.

Pasó las páginas del libro, luchando contra el viento. ¿Qué más podía esperar estando en un bosque en pleno otoño? Con suerte el libro era lo suficientemente grueso como para que no cayera de sus manos. Al final se dio por vencida, lo cerró para recostar la espalda en el tronco y ver las hojas moverse de un lado a otro en el suelo. Tuvo la idea de escapar del cuidado de su padre y el de su protector para pasar un buen rato leyendo y olvidar todo lo que significa ser adolescente; sin embargo, esa incertidumbre del futuro la acompañaba día tras día y solo la dejaba en paz cuando caía en un profundo sueño.

Mordió su labio inferior e hizo el rostro a un lado, viendo a otro pelirrojo; su protector. Maldijo en un susurro y aferró el libro cuando este estuvo a punto de caer y revelar su escondite. Se quedó inmóvil por un instante mientras Castiel trataba de dar con ella. Enterró las uñas en el tronco del árbol e intentó ponerse en una mejor posición, para no caerse.

Así permaneció observando desde la altura al hombre que la buscaba entre los arbustos y detrás de los troncos. En una ocasión él miró a las copas de los árboles y eso la obligó a cambiar de rama para quedar de pie sobre ella y ocultarse. Inhaló suave, sin hacer mucho ruido, y contuvo el aire. Cerró los ojos y se concentró en oír los pasos de Castiel sobre las hojas y tierra mojada.

Los minutos pasaron y ella ya no podía verlo o escucharlo, pues él se había ido a la profundidad del bosque. Pero los arbustos delante de Shayza comenzaron a moverse. Por un momento creyó que se trataba de su protector, solo que Castiel era demasiado alto como para esconderse en un lugar tan pequeño.

Bajó del árbol, colgándose de la rama y dejándose caer, mientras sostenía el libro entre los dientes.

—¿Hola? —dijo, después de quitarse el libro de la boca. Por más que lo intentó, no pudo disminuir el temblor en la voz.

Era valiente para esconderse en el bosque y pasar desapercibida si de animales pequeños se trataba. Aunque, si la criatura no huyó con solo oírla acercarse o hablar, ¿qué era?

Miró sobre su hombro. A la lejanía podía ver el sendero de gravilla que conducía a la salida del bosque y el arco de ramas delgadas y entrelazadas que marcaba el inicio o fin, dependiendo de qué lado estuviera. Pasó la lengua por la punta de los dientes, probando el ligero gusto a papel tinturado del libro, y volvió a ver hacia aquello que tanto se estremecía.

Comenzó a sentir que sus piernas temblaban, que los oídos le latían, cuando se concentró en el ruido de las hojas del arbusto y en cómo las manos se ponían frías por tanto sudar. El movimiento de sus extremidades era tenso, igual que una cuerda apretada hasta su punto máximo.

La cabeza le daba vueltas al crear varias historias de lo que pudiera haber detrás; nadie podía decir que ella no sería la primera en descubrir un animal pequeño pero peligroso.

No hubo respuesta y el arbusto dejó de moverse cuando, bajo los pies de Shayza, crujió una rama. Quedó frente a él, examinándolo para ver si entre las hojas podía distinguir al causante. Pero al notar que no pasaba nada, se agachó y acercó la mano.

No había nada de inusual en él.

—Señorita, ¿qué está haciendo? —preguntó Castiel a sus espaldas, con aquel característico acento ruso.

Shayza gritó, llevándose una mano al pecho, y luego volteó hacia la voz, molesta.

—¡Castiel! —exclamó, y no tardó en volver hacerlo, ya que un pequeño conejo gris salió de su escondite—. Casi me sacas el corazón por la boca... y él también. —Señaló al pobre conejo que se perdía en la maleza.

—Perdóneme. —Castiel juntó las manos a modo de disculpa y no tardó en cambiar su expresión al buscar la mirada de Shayza—. ¿Sigue...? ¿Sigue pensando en qué va a estudiar en cuanto termine el instituto? —Su gruesa voz disminuyó a medida que terminaba la pregunta.

Shayza se frotó el brazo sin querer mirarlo a los ojos y bajó la cabeza.

—No... —mintió; y él lo sabía, por lo que sonrió y posó la mano en el hombro de la muchacha para animarla.

—Todavía queda tiempo para ello. —Masajeó, con movimientos circulares, la espalda de la chica. Ese gesto y el calor de la mano de Castiel hacían que se relajara. Siempre fue así, pero eso no quitaba el hecho de que su corazón seguía latiendo desenfrenado y pareciera que iría a caer al otro lado del mundo—. Debo decirle algo, katyonak —añadió un poco triste, aunque trató de aligerar el ambiente con ese apodo.

—No me llames así —pidió, con una sonrisa amarga.

Shayza levantó la cabeza y enarcó ambas cejas; esperaba la noticia. Sin embargo, al Castiel no decir nada por unos segundos, ella habló:

—¿Sobre... qué? —insistió. Meneó la cabeza para que le prestara atención.

—Su padre desea hablar con usted, katyonak.

Ella alzó el puño mientras apretaba los labios y sacudía la cabeza. Al final, lo golpeó en el brazo. Él sonrió. Solo lo hacía para molestarla: le gustaba verla así.

—¿Tanto misterio para eso? —bromeó—. A veces pareces sacado de un libro.

—¿Qué tal si no se equivoca? —replicó Castiel.

Él rio y empezó a caminar hacia el interior del bosque, guiándola hasta donde su padre se encontraba.

Shayza, aunque estuviera con él, sentía cierto temor. Nunca pasaba de unos cuantos metros de la entrada, pues creía que un oso, lobo, o cualquier animal más grande y fuerte sería capaz de comerla de un bocado. Cuando su mente se hallaba lejos de las preocupaciones, esta se volvía un bolso lleno de imaginación.

Durante el camino, sintieron el olor a lodo que dejó la llovizna de unas horas atrás y el sutil canto de las aves que salían de sus nidos. Shayza se frotó los brazos y se estremeció al pasar bajo un arco de enormes flores con colores llamativos; las cuales le despertaron un cierto interés por mantenerse alejada.

El bosque ahora se veía diferente –y mucho– más limpio, por lo que miró a todos lados. Dio una vuelta en su lugar, sin dejar de caminar, y se detuvo.

—¿Adónde me llevas? —preguntó, y frenó el paso de Castiel.

—Donde su padre.

—Vale, ¿no es más lógico salir del bosque a seguir entrando en él? —replicó, y frunció el ceño.

—Señorita... —no pudo evitar reír. La actitud de la chica siempre le había parecido tierna y le recordaba a él en sus años de juventud—... su padre está en la casa de un amigo. Cálmese, sabe que mi deber es protegerla.

No esperó réplica por su parte, por ende, siguió el recorrido, hasta que ambos llegaron a un riachuelo rodeado de pequeñas flores de todos los colores y tamaños.

La joven no sabía que dentro de ese bosque existían cosas tan bonitas. Era como estar dentro de uno de sus tantos libros y habérselo perdido durante años. Quiso volver a mirar a todos lados para tener un recuerdo más concreto; porque por lo regular la ciudad era un lugar sucio y maltratado por los mismos habitantes.

De pronto, se detuvo al ver dos ojos amarillos escondidos en una montaña de hojas; estos parecían sobrenaturales, pues no tenían dueño, solo flotaban. Shayza se talló el rostro con ambas manos y volvió a mirar, incrédula. Eran como los ojos de un gato, aunque mucho más grandes, penetrantes e hipnóticos debido al color tan llamativo.

Los rodeó un aura fuera de su comprensión. Parecían más grandes, tanto que, si los seguía viendo, poco a poco su alrededor se desenfocaba. Espantada y con ganas de llamar a Castiel a gritos, las palabras quedaron atrapadas en su garganta, como si la estrangularan. Cuando pudo recuperar el aliento, corrió tras su protector. Él estaba esperándola con los brazos cruzados y viendo a otro lado.

—Ha-hay algo ahí —avisó, y señaló con gestos exagerados hacia el montón de hojas.

—Debe ser un animal del bosque —intentó calmarla.

—No, no, eso no —aseguró ella—. Me da escalofríos. —Se estremeció y dobló los dedos para demostrar que la intimidaba de solo recordarlo.

—¿Cree que sea un oso? —se burló él, fingiendo que sus dedos eran gigantes zarpas y parándose de puntillas sobre ella, lo que provocaba que él llegase a los dos metros de altura.

Shayza lo quedó viendo desde abajo, pues era muy pequeña en comparación a él.

—Hablo en serio, Cass. —Asintió con los ojos cerrados.

—Luego de que la lleve con su padre, y si eso la tranquiliza, revisaré los alrededores.

Shayza masculló un ligero «Gracias» y esperó a que él volviera a retomar su rumbo. Se acomodó el libro bajo el brazo y se abanicó con la mano. No comprendía cómo demonios sentía tanto calor si apenas estaba abrigada y en su ciudad hacía demasiado frío; siempre había sido así, por lo que algunas veces parecía extraño cuando se comparaba con los demás habitantes.

Castiel estaba tranquilo y silbando. A él nada parecía perturbarlo o molestarlo más de la cuenta.

«Estoy un poco loca», pensó Shayza. Se mordió la uña del pulgar, reprimiendo el deseo de girar hacia el montón de hojas donde vio los místicos ojos de gato.

Intentó calmarse. Necesitaba repetirse que estaría bien con solo tener a Castiel a su lado, que nada podía pasar. Después de todo, para eso lo contrataron; algo que tampoco tenía mucha lógica debido a la escasez de dinero. Era difícil mantener tres bocas, y ahí estaba él.

Hubo un tiempo en que creía que Castiel y su padre eran pareja y que tenían miedo de ser juzgados. La gente de la ciudad era muy... chismosa y fanática de Dios.

Ella no lo veía mal, ¡al contrario!, los amaba tanto que estaría encantada de tenerlos a ambos como padres.

En un momento volvió a distraerse con sus preocupaciones del futuro y sacudió la cabeza para disiparlas. Ya no era un «quiero», sino un «necesito paz». Debía pensar en otra cosa que no estuviera vinculada con el instituto. Tal vez optar por un pasatiempo: como pescar, dibujar o alimentar animales callejeros podrían ayudarla a tener la cabeza en otro lado.

Ella se imponía presión, quería estudiar algo que le diera el dinero suficiente para sacar a los dos hombres más importantes en su vida de las malas condiciones que tenía la ciudad; por ejemplo, llevarlos a Dandelion, un lugar próspero de la isla.

Revolvió el cabello con las manos, despeinándolo todavía más. Unos cuantos mechones rebeldes le cayeron sobre la cara, y los apartó hacia atrás con el brazo. No obstante, lo único que consiguió con eso fue volver a ver aquellos ojos amarillos detrás de un arbusto. Ahora Cass no podía decir que de seguro se trataba de un animal del bosque. No, no. Estaba segura de que algo los acechaba.

Abrió la boca y tomó la muñeca de Castiel. Este giró abruptamente hacia ella.

—¡Te lo he dicho, te lo he dicho! —gritó, y lo sacudió y señaló hacia los ojos amarillos.

—No hay nada —respondió Castiel, tranquilo—. Pero hemos llegado.

Ella apretó los labios sin apartar la mirada de donde había visto al supuesto gato. Solo que, en cuanto Castiel la sostuvo por los hombros y la hizo girar, quedó boquiabierta al ver la enorme cabaña de diseño victoriano que se alzaba frente a ellos. No sabía por qué, pero la vivienda, rodeada de tantos árboles semidesnudos, no le daba buena espina, así creyese que fuera un hogar bonito y tranquilo.

—Yo también quiero amigos como estos —susurró Shayza, y caminó hasta la entrada.

Aunque detrás de ella solo estuviera Castiel, creía sentir ese cosquilleo en la nuca que solo significaba una cosa: alguien tenía puesta su mirada en ella.

Volvió a estremecerse y en ningún momento optó por dar la vuelta.

De la cabaña salió Aitor: su padre. El hombre, tan alto como Castiel, bajó los escalones con los brazos extendidos, y Shayza corrió hacia él. Lo abrazó sin importar que la prominente panza se interpusiera; le acarició la barba oscura con un mar de canas y, una vez hecho eso, se apartó. Aitor sonrió hasta que se notaron sus patas de gallo.

—Castiel ha dicho que quieres hablar conmigo —mencionó ella.

—Así es, pequeña —respondió, y le acarició el cabello tratando de peinarlo.

Shayza trató de esconder su descontento ante aquel apodo cariñoso. Nunca le había gustado, pero él se lo decía casi siempre.

—Y bueno, ¿por qué estamos en casa de tu amigo y no en la nuestra? —Se alejó de los brazos de su padre y, aunque él tratara de mantener una sonrisa, notó algo que no le gustó.

—Vamos a entrar —pidió—. Hay alguien que desea conocerte.

Ella frunció el entrecejo. Primero que nada, era extraño que su padre la fuera a presentar con un amigo. Además, ella jamás fue muy sociable, de cierto modo, la mantuvieron alejada de las personas y, por ende, ellos también la evitaban.

¿Quién demonios quería conocerla?

¿Y si revelaban la verdadera pareja de su padre, lo que demostraría que estuvo equivocada durante tantos años?

En sus ojos se reflejó una chispa de curiosidad, también una de preocupación; esto dispondría de un nuevo cambio en su vida.

Buscó a Castiel mientras subía al pórtico, pero él ya no estaba.

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