My Wonderful Adventure with t...

By LittleTHolmes

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Era un día como cualquier otro para mucha gente aunque la guerra siguiera en pie, pero para Elizabeth Smith... More

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"El principio" Parte I

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By LittleTHolmes

Una carta había llegado por la tarde de un Jueves, como era de costumbre los integrantes de la familia Smith recorrían la casa de un lado a otro, moviendo y cambiando cosas, fijando y determinando fechas, contando y ajustando cuentas, cada quien por su lado, mientras que Elizabeth dibujaba debajo del árbol de manzanas que se encontraba en el patio trasero, sentada en el columpio que su padre le construyo cuando era una niña. Era uno de los últimos recuerdos que aún conservaba de su padre antes de que partiera a la guerra hace 4 años, cuando solo tenía 10 años.

El día de su partida seguía presente en su mente y no lograba sacarse de la cabeza ese recuerdo. Llovía a cantaros y los truenos mantenían despierta a Elizabeth. Era el 15 de Septiembre de 1939 y el ejército Británico necesitaba hombres valientes para defender al país, así dijo su papá para reconfortarla.

― Hombres valientes y fuertes.― repitió.

Elizabeth vio a su padre con dulzura.

― ¿Prometes volver?― preguntó tímidamente.

― Lo prometo Elly.

Beso su frente y abandono la alcoba de Elizabeth para partir. En toda la casa resonaron las botas que portaba el señor Smith cuando bajo las escaleras. Había un silencio sepulcral que desde la habitación de Elizabeth se podía oír el sollozo de su madre.

Elizabeth se asomó por la ventana y vio a su padre abordar la camioneta verde. Antes de irse, el señor Smith vio a la ventana donde Elizabeth se encontraba y se despidió de ella agitando su mano suavemente. Anhelaba con fuerzas poder cumplir su promesa.

Elizabeth miro de nuevo a su perro para plasmarlo en la hoja de cartulina.

― Deja de moverte Gladstone.― dijo con una sonrisa en la boca.

Unos cuantos toques del carbón, otros del difumino y unos cuantos más de sus propios dedos y el dibujo había quedado listo. Sonrió satisfecha, y se sentó al lado del canino para mostrarle el dibujo.

― ¿Te gusta?― pregunto inocentemente.

Acaricio al perro y entro a la cocina para mostrarle a su madre su obra de arte.

― ¿Madre?― inquirió con timidez.

― No ahora cariño.― contestó sin interés.

Elizabeth le miró por un momento, acostumbrada a la falta de atención de su madre desde la partida de su papá, se sintió triste.

Subió las escaleras con pasos rápidos, saltando algunos escalones en busca de su tía Suzzane para mostrarle el dibujo.

― ¿Tía Suzz?― preguntó desde el pasillo del primer piso. ― ¿Tía Suzz?

Nadie le respondió. Sus primos y primas, mucho más mayores que ella, caminaban deprisa por esos pasillos jugando football con una lata de frijoles vacía. Por poco cae rodando por las escaleras.

En seguida busco a su abuelo, bajando las escaleras con dirección a la sala. Entró corriendo, pero su abuelo estaba dormido, y no se le podía despertar al abuelo porque cuando volvía a abrir los ojos, lanzaba al aire maldiciones que ninguno de sus nietos debía oír, y le iba peor aún si encontraba al culpable, y a Elizabeth, no le convenía estar cerca de sus primos si hicieran eso porque, se debía de culpar a alguien, ¿no?

Entonces, salió de la sala y vio la carta a los pies de la puerta de madera. La tomo entre sus dedos y observo que no tenía estampilla, el sobre tenía un color entre azul marino y azul rey, y con letras en cursiva y blancas, alguien había escrito:

Para Elizabeth Smith.

No lo dudo y salió corriendo a su cuarto, cerró la puerta después de entrar, tomo la vela de su mesita de noche y la encendió. Se escondió debajo de su cama y leyó la carta en silencio:

Elizabeth Smith,

Me tomo un poco de tiempo encontrar tu casa y espero que leas esta carta antes de las seis y media de la tarde. Solicito ayuda y tú eres la persona indicada. Encuéntrame en el parque de la esquina a ésta hora. Por favor, te explicaré en cuanto te vea.

Atentamente,

El Doctor.

Elizabeth miró el papel, estupefacta.

― ¿Qué clase de broma es ésta?― se preguntó a sí misma en voz baja.

― ¿Qué broma Elly?― inquirió su prima Annabeth quien alzaba la colcha de la cama. Miró la nota que sostenía Elly entre sus dedos y se la quitó.

― ¡Annabeth!― dijo Elly. ― Regrésame esa carta, no es tuya.― exigió ella.

― ¿O qué?― preguntó su prima retándola.

― O...

Elly no tenía con que contraatacar, pero fue cuando se le ocurrió la peor idea que alguna vez se le pudo ocurrir.

― O despertaré al abuelo.― dijo con seguridad.

Annabeth le miró atónita. Y Elizabeth le sostuvo la mirada.

Inmediatamente, la chica mayor salió corriendo por la puerta sin un rumbo en específico. Elly corrió tras ella molesta.

― ¡Annabeth, devuélveme esa carta enseguida!― demandó ella.

― Alcánzame si puedes Elly.― contestó su prima con un tono burlón.

Elizabeth le persiguió por toda la casa, intentando seguirle el paso, pero cada vez era más difícil. Los primos que jugaban football en el primer piso dejaron el juego para molestar a la pequeña e indefensa Elly. Annabeth arrugó el papel y lo lanzó al aire para pasárselo a Rogger. Elly saltó tratando de tomar la carta, pero no pudo.

― ¡Oh, miren a la pobre Elly! ¡Es una enana!― dijo Mathis detrás de ella.

Ignoro todas las tonterías que decían, sabía que no debía de ponerles atención o si no, se saldrían con la suya, obtendrían lo que tanto quería, hacerla sentir mal.

Miró espontáneamente al reloj de la pared del pasillo del segundo piso, las seis con veinte minutos. Tenía que atrapar esa nota. Quería averiguar si era una estúpida broma.

Entre insultos y gritos, Elly tomó impulso y saltó con todas las fuerzas que tenía en sus piernas. Y finalmente atrapó la carta. Huyó de sus primos y volvió a su cuarto para coger el sobre azul que aún estaba debajo de su cama. Apagó la vela y tomó a toda prisa del perchero su abrigo beige junto con su gorro y guantes también. Para no toparse con sus primos de nuevo, bajo por el tubo de metal que se encontraba afuera de su casa, que solamente ella utilizaba por emergencias como esas.

Antes de abandonar la casa fue a la cocina para avisar a su madre que iba al parque.

― Cariño, falta poco para qué oscurezca― replicó.

― Lo sé, no me tardaré. He olvidado mi carbón en los juegos.

― Bien, pero no te entretengas.

Elly no le contestó. Ya había salido de la casa cuando su mamá termino la frase.

Corrió con rapidez y velocidad con rumbo al parque de la esquina como decía en la carta. Durante su camino se preguntó quién era el Doctor, ¿Un seudónimo, tal vez? ¿Apodo? ¿Por qué firmaron con ese emisor? ¿Qué planeaban hacer? Pero inmediatamente borró de su mente esas preguntas, no podía deducir nada sin dados concretos.

Llego al parque y se detuvo en la entrada. Se dio cuenta que había una cabina telefónica dentro del parque, una cabina policíaca azul, azul como el color del sobre. Vio que no había nadie, el parque estaba desierto y sintió miedo y curiosidad al mismo tiempo.

Entró temerosa al lugar, como si fuera un cementerio en vez de un parque de juegos. Pensó en esconderse en los árboles y escogió uno que se acercaba a la cabina azul. Trepó con facilidad y se acomodó entre las ramas.

Miró con atención la misteriosa cabina, estaba algo desgastada, tal vez, pensó, sería conveniente pasarle una nueva capa de pintura. Espero por 10 minutos y no había señales del tal "Doctor".

Trató de ser paciente, pero su preocupación por su madre era mayor. Cuando decidió bajar de una vez por todas, una voz la espantó.

― ¿Qué estamos vigilando?

Elizabeth no grito, estaba petrificada. ¿Cuándo había trepado ese joven al árbol? ¿Cómo es que no se dio cuenta ella? Había estado en silencio todo el tiempo y no había ninguna otra persona cuando ella subió.

― ¿Quién eres?― preguntó ella después de verlo. Vestía una chaqueta café clara, una camisa blanca y chaleco gris, del chaleco colgaba la cadena de un reloj de bolsillo y un moño color rojo rodeaba su cuello. Con esto, combinaba unos pantalones negros a la medida. Tenía cabello café y lacio, algo largo pero no tanto, que caía sobre su ojo derecho. Sus ojos eras verdes e hipnotizantes, tardó un momento para darse cuenta que aún existía el tiempo, una barbilla grande y chistosa y rió por esa observación.

― ¿Qué es tan gracioso?― inquirió él.

― Nada.― dijo ella. <<Solamente que tu barbilla es chistosa>>, se dijo para ella misma.

El joven cambió su expresión, alzó una ceja en modo de pregunta, como si tratara de leer los pensamientos de Elizabeth.

― ¿Cómo te llamas?― cuestionó Elly.

― Soy El Doctor.― contestó con aire de orgullo.

Ahora, quien adoptaba una expresión de confusión era Elizabeth.

― ¿Doctor quién?

― Solo... el Doctor.― respondió el joven con una sonrisa.

Bajó inmediatamente el Doctor del árbol, con un salto sencillo y ágil.

― Vamos, baja ya de ahí. Te puedes caer.

Elizabeth adoptó la misma posición que el Doctor tomo para bajar, pero entró en pánico. No recordaba que el árbol fuera tan alto.

― Vamos, está oscureciendo. No tengo todo el día.― dijo con seriedad. Pero luego se echó a reír, como si esa oración tuviera algo de gracia. ― Lo siento, a veces digo cosas sin sentido. ¿Por qué no bajas?

― No recordaba que el árbol fuera tan alto.

― No te preocupes, yo te tengo. Confía en mí.

¿Confiar en él? ¿Cómo confiar en alguien que no conocía? Confiar en alguien que se llame Doctor, que ridículo, pensó Elizabeth... Pero, ¿De qué otra forma iba a bajar? ¿Y si llamaba a los bomberos?, se preguntó a sí misma, pero luego recordó que las cabinas de teléfonos estaban haya abajo...

Había un problema en esa solución.

Siguió pensando, ¿Por qué confiar en él?

― Vamos, no te pasará nada. Te atraparé.

Elly se dio cuenta que no podía hacer nada más, no recordaba como bajar del árbol y entró en pánico, dejo su suerte sobre el Doctor y saltó de la rama.

Como si fuera una película y como si no fuera tan grande el árbol, el Doctor tomó de la cintura a Elizabeth, cosa que la hizo sentir incómoda. ¡Qué atrevimiento!, se dijo ella misma.

Pero luego le miró a los ojos, a esos profundos ojos verdes que le encantaban porque había un gran misterio escondido en aquellos ojos, algún secreto que quería conocer.

― Se dice que los ojos son la puerta del alma.― comentó con tranquilidad el Doctor.

A Elizabeth le pareció extraño ese comentario. Le miró con una expresión confundida y se dio cuenta que aún estaba suspendida en el aire, y que las manos del doctor aún estaban en su cintura y las suyas en los hombros de él. Con una sonrisa le dijo:

― Ya puedes bajarme.

― Oh, cierto perdóname.― contestó para bajar con delicadeza a Elly.― Elizabeth Anne Smith, ¿verdad?― inquirió el Doctor.

― ¿Cómo sabes mi nombre?

― ¿Siempre haces muchas preguntas?― contestó algo irritado el Doctor.

― No me gusta no saber.

El Doctor le sonrió, era una sonrisa de satisfacción.

― A mí tampoco.

― Bien, si tú eres el Doctor, ¿En que necesitas mi ayuda?

― Mi nave se ha descompuesto, justo aquí en Londres, en medio de la segunda guerra mundial. Podría haberle pedido ayuda a mi amigo Winston Churchill, pero está algo ocupado siendo el primer ministro.

― ¿Nave? ¿Nave espacial? ¿Eres un extraterrestre? ¿Cómo conoces a Winston Churchill?

― Más bien es una máquina del tiempo y prefiero el término señor del tiempo. Y es una larga historia la de Winston Churchill.

Elizabeth rió, ahora entendía porque reía el Doctor.

― Si tienes una máquina del tiempo, entonces, también tienes tiempo para contarme esa larga historia.― contestó.

El Doctor le sonrió aún más. Había hecho una sabía decisión en escoger a Elizabeth.

― Tienes razón Elizabeth Anne Smith, pero preferiría que me ayudaras primero.

― Dime Elly. ¿En qué puedo ser útil?

― Elly, te presento a la TARDIS.― dijo el Doctor quitándole el seguro a la puerta de la cabina azul.

Elly miro asombrada el interior del aparato. No podía creerlo.

― Es más grande por dentro.

― Todo el mundo dice eso.

― ¿Todo el mundo? ¿Quién más ha estado aquí?

― Amigos.― dijo pensativo el Doctor.― A ti nada se te pasa, ¿verdad?

Elly le sonrió con orgullo y el Doctor rió.

― ¿Por qué se llama TARDIS?― preguntó con curiosidad Elly.

― Tiempo y dimensión relativa en el espacio (Time and Relative Dimension in Space).

― Ingenioso.― susurró ella. ― Si eres un señor del tiempo, entonces, ¿cuál es tu planeta de origen? ¿Cómo acabaste en la Tierra?

― Provengo del planeta llamado Gallifrey, localizado en la constelación de Kasterborous. ¿Cómo acabe aquí en la Tierra? Otra larga historia que contar más tarde.― contestó el Doctor tratando de persuadirla a seguir con la TARDIS.

Le mostró el panel de control, e indicó cual era el problema.

― ¿Ves esta palanca de aquí? Al bajarla, empieza a agitarse la TARDIS y pierde el control hasta que la vuelvo a subir. Necesito que la sostengas con fuerza para que no se accione, ¿bien?

Elizabeth le miro, se sintió inservible al conocer la tarea "tan importante" que le había encomendado el Doctor.

― ¿Es todo?― pregunto Elly algo molesta.

― Por el momento, sí.― contestó sin cuidado el Doctor.

Elly miro el suelo de la máquina, al menos donde estaba parada, era transparente. El Doctor estaba "reparando" lo que sea estuviera dañado o descompuesto del aparato. Y la duda llego a sus pensamientos. ¿Qué sigo haciendo aquí?, fue lo único que pudo pensar durante todo ese tiempo.

― ¿Por qué yo Doctor?― inquirió Elly después de un tiempo.

― ¿Disculpa?

― ¿Por qué me escogió a mí y no a otra persona para esto?― aclaró ella.

― Porque eres un misterio Elizabeth Smith.

― ¿Misterio?

― Sí. Y eso te hace única, aparte de misteriosa.― dijo el Doctor viéndola con las gafas de protección.

Parece una mosca, pensó Elly y sonrió.

― Y tengo que descubrir que es lo que ocultas detrás de ese misterio.

― Pero no tengo secretos. Bueno al menos ninguno relevante.

― Pero los tienes.― replicó el Doctor.

Touché.― contestó.

¡Allons-y!― añadió el Doctor, haciéndole recordar aquellos momentos de su encarnación anterior y hacer reír a Elly.

Durante el tiempo restante, Elly no dejaba de cuestionarse sobre el misterio. ¿Cómo podía ser misteriosa ella? Lo miro desde donde estaba. El Doctor también era un hombre lleno de misterio. Eso le atraía a Elizabeth, pero no quiso admitirlo. Había mencionado que tenía amigos, ¿eso incluía novia? ¿esposa? Y volvió a mirarle.

― ¿Cuántos años tienes?

― Mmm... No lo se. Deje de contar después de los primeros siglos.

― ¿Siglos?

― Siendo Señor del Tiempo puedo regenerarme 12 veces, es decir que existirán 13 encarnaciones mías. Es una forma de evadir la muerte, yo soy la encarnación número 11. Y también tengo dos corazones.

― Pues en poco tiempo ya no serán más siglos.― dijo ella en un susurro inaudible para el Doctor.

Con una expresión de estupefacción, Elly le miraba.

― ¿Por qué creerte?

― Bueno, sigues aquí. Le estas ayudando a un extraño que te dice ser extraterrestre y aún no has salido corriendo.

― Ya te lo dije, no me gusta no saber.

― Pues, esa es la respuesta a tu pregunta.― contestó.

El Doctor miro a Elly con un aire victorioso. Elizabeth empezó a odiar eso.

― ¿Podrás explicarme la falla? ¿Qué lo causo? ¿O cómo fue causada?― inquirió con interés.

― Verás, la TARDIS es tan vieja como yo, inclusive mucho más. Algunas piezas puede deteriorarse por el tiempo.― el Doctor rió.― La palanca que sostienes, equilibra el peso de la TARDIS. Una de las piezas que se encuentran aquí, que pertenece al sistema de funcionamiento de la palanca, es la deteriorada por el tiempo.

― ¿Tienes un remplazo para la pieza?

― No.

― ¿Entonces? ¿Cómo piensas repararlo?

― Tengo un desarmador sónico. Y mucha cinta.

― Perfecto.― contesto en voz baja.

El tiempo parecía transcurrir muy lento y el Doctor parecía que jamás iba a terminar. Elly solamente podía oír el sonido de las herramientas del Doctor. <<¿Y si suelto la palanca? Seguro no pasará nada.>> pensó ella. En ese instante, dejo de sostener el interruptor y la TARDIS empezó a sacudirse como si fuera una licuadora y hacer ruidos extraños.

― ¡Elly! ¿Por qué soltaste la palanca?― preguntó gritando el Doctor.

― Quería saber que pasaba.

El Doctor maldijo en silencio. La TARDIS entró al vórtice del tiempo y los transportó al pasado. El monitor indicaba ser el 10 de Abril de 1912, Southampton, Inglaterra. El Doctor miro la pantalla con una expresión de asombro y temor.

― No puede ser posible.― dijo en voz baja.

― ¿Qué pasa?― cuestionó confundida Elizabeth.

― Hemos viajado en el tiempo. Nos encontramos en el RMS Titanic.― dijo casi sin aliento.

― ¿El Titanic? ¡No lo puedo creer! En la clase de historia nos han hablo sobre ese buque, que se le conocía como "El insumergible" y se decía que ni Dios podía hundir el barco.― contestó con tranquilidad Elizabeth.― ¿Hay un problema con eso?

― ¿No lo entiendes?― preguntó alzando la voz el Doctor.― Estamos en el Titanic, estamos abordo. Viajamos a través del tiempo y el espacio.― añadió haciendo énfasis en la palabra "en".

― Oh... Pero, ¿Cómo?― interrogó Elly con algo de miedo.

― ¿No me has puesto atención? La TARDIS es una máquina del tiempo, viajamos al 10 de Abril, al año 1912, el día en el que el Titanic zarpa a las aguas del Atlántico. Bueno, técnicamente.

― ¿Técnicamente?

― Hizo escala en Cherburgo y Queenstown para que embarcasen más pasajeros.― dijo el Doctor con serenidad.

― ¿Y? Tenemos prácticamente 3 días para salir de aquí antes de que el barco de hunda, ¿no es así?

― Prácticamente, sí, pero no sé cuánto tardaré en arreglar la TARDIS.― dijo como si fuera obvio el Doctor.

Elizabeth lo miró con ansias, quería salir a ver cómo era el barco, quería explorarlo.

― ¿Doctor?― preguntó con timidez. ― ¿Puedo salir a verlo?

― ¡No! No dejaré que deambules por ahí y cambies el rumbo de la historia.― replicó el Doctor.

― ¡Por favor! Prometo no cambiar el rumbo de la historia. Evitaré problemas.― suplicó Elly.

El Doctor no la miró.

― Esta bien, pero primero, cámbiate de ropa, no pueden verte con eso.― contestó el Doctor mirando las prendas que vestía Elly.

― Gracias, muchas gracias.― dijo Elly abrazando al Doctor.

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