Crónicas Elementales 3: Vient...

By Marsiposa

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Tercera parte de crónicas elementales More

Crónicas Elementales 3: Viento Diamantino.
Prólogo.
Capitulo 2. Muerte.
Capitulo 3. Mal Presagio.
Capitulo 4. El demonio y el templo del mar.
Capitulo 5. La prisión de hielo.
Capitulo 6. Volt y Scarlet.
NO ES UN CAPITULO.
Capitulo 7. Dragón de fuego y cenizas.
Capitulo 8. Los niños perdidos.
Capitulo 9. Mejores amigos.
Capitulo 10. Cathleya.
Capitulo 11. Castigo.
Capitulo 12. Cuando el fuego y el agua se encuentran se produce vapor.
Capitulo 13. Damian y Scarlet.
Capitulo 13. Te aprecio demasiado para que ten hagan daño.
EXTRA 4#
Capitulo 14. Todo cambia.
Capitulo 15. Secretos, dudas y promesas
Capitulo 16. Lazos de sangre.
Capitulo 17. Dos meses y adiós.
Capitulo 18. Mala suerte.
Capitulo 19. El inicio de todo.
Capitulo 20. Anubis.
Capitulo 21. La última pieza.
Capitulo 22. Cuatro.
Capitulo 23. El futuro es hoy.
Epílogo.
EXTRA 5#
SORPRESA!!!!!
EXTRA 6#
Para mis amados lectores.
ACTUALMENTE RESCRIBIENDO

Capitulo 1. Blanco.

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By Marsiposa

La espesura del humo entraba por su nariz, inspiro, hacia días que no olía algo tan maravilloso como el humo, al igual que en sus pulmones quedaba poco de este.

Al ponerse en pie por un momento se tambaleo, no tenía fuerzas, pero con el agarre que le había proporcionado Oriel pudo mantenerse.

Le miró y él le sonrió.

La joven rubia sintió una gran felicidad al ver su sonrisa, no le importaba estar en aquellas condiciones lamentables.

–       ¿Estás bien? –preguntó.

–       No –su mirada era gélida y dicha mirada se dirigió a los guardias que quedaban vivos en la sala–. Quiero matarlos.

–       Hazlo, nadie te lo va a impedir.

   Sus ojos verdes buscaron con la mirada a aquellas dos personas que la habían torturado cruelmente, notó su olor por encima del humo.

Sonrió.

A paso lento camino hacia ellos.

Dichos guardias intentaban entrar al interior del edificio, sus rostros eran presos del pánico. No tenía suficiente fuerza para calcinarlos, no la tenía para demostrar su verdadera fuerza.

Pero no le hacía falta su poder para matar a dos personas.

Como si las nuevas cicatrices en su espalda palpitasen al acercarse a aquellos dos viles hombres, le hacía temblar de ira contenida.

Sus puños estaban apretados.

Los nudillos de sus manos eran blancos y tersos.

Nunca antes había deseado matar con tantas ganas, incluso más que a Volt.

Ahora Volt era irrelevante.

Con  mano extendida agarró de la cabeza a uno de los dos, sin no recordaba mal, era el que había intentado detener al que hizo su marca de esclava. Él no era Eduardo.

Su muerte sería rápida e indolora, sin pensarlo le partió el cuello.

Aquel cuerpo calló al igual que un saco de patatas.

Con delicados pasos empezó a ir hacia Eduardo.

Este con lágrimas en los ojos se fue apartando arrastras.

Scarlet decidió usar sus poderes.

Primero, le carbonizó las piernas.

Segundo, le carbonizó los brazos y manos.

Tercero, le carbonizó ESO.

Y cuarto, con un poder que había surgido de ella se concentró en su mente, poco a poco fue quemando su cerebro; sonrió con malicia al ver como se retorcía de dolor y suplicaba, él entonces no había parado.

Ella tampoco lo haría.

Scarlet abrió los ojos al notar como tocaban su espalda, de un manotazo apartó a esa persona.

Sin percatarse de su fuerza había empotrado contra un armario a las psycos que la estaban ayudando con el vestido.

–       Lo siento…–se limitó a decir.

   Ahora le aterraba que le tocasen la espalda, sobre todo gente desconocida.

Esos recuerdos nunca se olvidarían así porque sí.

–       Tranquila señorita Scarlet, no pasa nada.

–       No, en serio, lo siento de veras.

–       La entiendo señorita –dijo una psyco tele transportadora–. A nosotras también nos hicieron lo mismo.

Señaló su ojo, no había, solo había un parche negro junto al otro ojo.

Ella apretó las manos.

Miró al frente, aquellas tres psycos que la estaban ayudando habían formado parte de los laboratorios en los que les habían torturado y a saber que más.

–       Estamos eternamente agradecidas señorita –dijo a la que había empotrado contra el armario, era baja y de grandes ojos vario colores, parecían un arcoíris al igual que su cabello, una psyco cambia pieles llamada Iris–. Siempre la seguiremos a usted.

–       Gracias…y lo siento.

–       No se preocupe, es culpa mía por haberla tocado tan de repente, esas cosas tardan en cicatrizar –dijo dándose unos golpecitos en la cabeza.

Scarlet se limitó a sonreír.

La tele transportadora, Fivi, le estaba peinando su largo cabello dorado, ya limpio, aquella era una ocasión especial. Le llegaba por debajo de la cintura y ahora las puntas de su cabello habían adquirido un tono rojizo, al igual que su mechón rojo –recogido en una pequeña trenza que hacia el trabajo de una diadema–.

Cuando finalizó al peinarla, Scarlet se puso en pie y sin pensarlo sus ojos fueron a detenerse a un punto del espejo; esa marca que tenía en la cadera izquierda. Había adquirido un color azul zafiro, pero seguía siendo una marca en la piel que formaría parte de ella, la marca de la esclavitud.

Apretó los dientes.

–       Señorita Scarlet, déjeme decirle que usted tiene una impresionante figura –dijo la tercera, una psyco con el control del metal, Mina.

–       Gracias.

–       Y sus tatuajes son impresionantes –soltó Iris–, ¿dónde se hizo el del pájaro rojo? Está muy bien hecho.

–       Digamos que eso forma parte de mi pasado.

Sonrió con tristeza, entonces Fivi le pasó el vestido, era precioso.

–        Nuestro nuevo señor nos dijo que debía arreglarse, ya que supuso que no quería salir con la espalda al aire–Scarlet sonrió, él había pensado en todo–. Si me deja decirle algo, creo por mi parte que ahora es mucho más hermoso que antes.

Scarlet comenzó a calzarse aquel vestido.

Era de seda, una seda muy suave y blanca nube.

Las mangas eran largas y la cubrían hasta las muñecas, su escote era ovalado son enseñar demasiado, con ligeros tejidos blancos de encaje formaba un cuello alto que descendía por la espalda y donde los encajes se hacían más gruesos, hasta llegar un punto donde se abrochaba con unos botones diminutos que llegaban hasta el inicio de sus caderas, allí descendía una tela un poco más oscura formando un cinturón que daba paso a una voluminosa falda blanca parecida al de una rosa blanca.

Sus pies habían dejado de ser visibles e Iris le colocó unas sandalias planas plateadas. Ya que todavía tenía los pies débiles y unos tacones le dificultarían al andar.

Mina ató sus sandalias con unos pequeños lazos, se separó un par de pasos.

–       Señorita Scarlet está preciosa –dijo Iris.

–       Pero…¿no creéis que falta algo? –dijo Fivi tocándose la barbilla.

–       ¡Sí!

Lo sacaron de una larga caja y con cuidado lo depositaron en su cabeza.

Ahora sí que ya estaba perfecta.

Pero lo que no encajaba mucho era su mirada, vacía y atemorizadora, aunque se podía vislumbrar tristeza reflejada en sus ojos, dándole algo más de madurez y elegancia.

Scarlet tocó con la yema de sus dedos el anillo de plata, se sonrojo levemente.

Los ojos verdes de Scarlet miraron al frente, se miró en el espejo, la ropa le quedaba bien, estaba hermosa.

Sus ojos se buscaron a sí misma y se ensombrecieron.

Vio como el humo le salía por los ojos, Eduardo había tenido una de las muertes más espantosas que uno podría desear y Scarlet se sintió bien, se sintió verdaderamente bien.

Sonrió y comenzó a reír, notaba como sus manos temblaban.

El cabello dorado lleno de mugre se le vino a la cara y tapó su rostro.

Se abrazó a sí misma y todo su cuerpo comenzó a temblar, nunca antes había sentido algo así, ese miedo y esa felicidad de haber matado a alguien.

Como si sus fuerzas hubiesen vuelto comenzó a caminar hacia el interior del edificio.

–       ¡Scarlet! ¡Vuelve! –dijo Oriel a sus espaldas.

–       ¡No! ¡No hasta que libere a mis hermanos y hermanas! ¡Y hasta que mate a todos y cada uno de los Normales que hay aquí!

   Los pasillos de aquel lugar eran largos e iluminados con luces de baja potencia, el sitio era frío, pero a ella le daba igual, nunca tenía frío, era llama pura.

Nunca pensó que Oriel, su Oriel, poseyese un castillo tan grande para que cientos o millares de psycos viviesen en él, por lo que le habían dicho, alrededor del castillo se habían construido pequeños pueblos para los psycos y solo para ellos; el cuidado de aquellas enormes tierras se encargaban niños y niñas Normales, secuestrados y arrebatados del abrazo de sus padres, Scarlet no sintió lástima.

Oriel al rescatarla hacía un par de días le había prometido cosas y ella esperaba que las cumpliese todas.

Desde su estancia no pensó ni una sola vez en su antigua familia, los Fenix’s, ni una sola vez, al igual que un fénix, había renacido de nuevo de sus propias cenizas e iba a quemar el mundo junto a Oriel.

Caminaba por los largos pasillos mugrientos e iba matando a todos los soldados que se encontraba.

Sus manos estaban manchadas de sangre y grandes salpicaduras de sangre cubrían su rostro; con movimientos terroríficos ella lamio la sangre de sus manos.

Y se relamió los labios, aterrorizó a los soldados aún más.

Con solo un chasquido de sus dedos, todos ellos salieron en llamas.

Pasó con tranquilidad por encima de sus cuerpos, así fue minuto tras minuto.

Hasta que llegó a la zona de las demás prisiones.

Con sus zarpas cortó todas y cada una de aquellas mugrientas celdas.

Gritos de felicidad sonaron y dieron las gracias a Scarlet.

Ella apretó los dientes con rabia.

Había decenas de niños y más de una psyco embarazada; también había hombres, pero de estos menos, al parecer les interesaban más las mujeres y los niños.

Eso solo avivará su ira, siguió caminando.

Al parecer se le había escapado una celda; allí estaba tres mujeres; Mina, Iris y Fivi.

Destrozó la celda y destruyó sus cadenas, estas tres la abrazaron y la colmaron de besos.

–       ¡Atención, dirigíos todos al exterior! ¡Allí hay unas personas que os liberaran! –entonces se dirigió a las tres– ¿Hay más celdas?

–       No creo, pero hay algunas en los laboratorios –Scarlet asintió  y les hizo una seña para que se marcharan, entonces las tres dijeron al mismo tiempo–. ¡GRACIAS!

Scarlet conducida por su olor fue hasta los laboratorios.

Como habían dicho ellas, había allí algunos Psycos encerrados y soldados junto a científicos.

Ella solo sonrió y puso las manos tras su cabeza, al chasquear la lengua unos anillos de fuego rodearon a todos los soldados y científicos, poco a poco los fueron consumiendo.

Scarlet se tomó su tiempo  para liberar a todos los demás y les dijo lo mismo que a los otros, le agradecieron de todo corazón y salieron de allí.

Repasó más de una vez que no quedase ningún psyco más; cuando estuvo al cien por cien segura salió de nuevo al patio.

Oriel la esperaba allí, también Volt y unos puñados de Psycos.

El plateado se acercó hasta ella y la abrazó, Scarlet aguanto las ganas de llorar.

–       Has sido la chica más valiente que he conocido –dijo en un susurro en su oído.

–       He pasado…he pasado tanto miedo…y…y dolor –aceptó su abrazo y se le consiguieron escapar algunas lágrimas.

–       Lo sé, lo sé –dijo acariciando su cabeza con ternura–. Tranquila todo ya ha pasado, no lo volverás a vivir…nunca.

  

Scarlet notaba las miradas de cientos de Psycos, por primera vez se centraban en ella y no porque la quisiesen matar u detener, aquel era su día. Apretó con fuerza el ramo de rosas rojas entre sus manos.

Tragó con dificultad.

Ese día no se lo imagino así, nunca.

Pero al ver quién le esperaba al otro lado del estrecho pasillo no le importó, sonrió llena de amor.

Miró a todos aquellos psycos.

Cada uno era diferente, cada uno era especial a su manera.

Algunos tenían orejas de animales u colas, otros tenían raras tonalidades de pieles, ojos o incluso el cabello, al igual que Iris.

Otros por el contrario preferían quedarse en su forma animal en cambio que otros ni animales ni aspecto humano, un intermedio.

La sala era blanca y dorada, Scarlet caminaba por una alfombra roja llena de pétalos plateados, al final de su camino había una pared de piedra beige con dos enormes vidrieras en una había pintado un zorro de preciosos pelajes plateados y en la otra un brillante dragón rojo de relucientes escamas.

Ella tenía la sensación de que Oriel había mandado construir aquellas vidrieras especialmente para ese día.

No le importó en absoluto, en cambio volvió a sonreír.

Se fijó en Oriel.

Allí estaba plantado, mirándola, con un reluciente esmoquin negro y su cabello plateado peinado hacia atrás, le daba un toque más serio; pero al ver como él sonreía con aquella sonrisa infantil, Scarlet creyó que se derretiría.

Estaba enamorada de él –o eso creía ella–.

Cuando llegó a su lado los dos se sonrieron y miraron al frente al mismo tiempo.

El tiempo era como si se detuviese en ese mismo instante.

Para ella después de haber pasado un infierno, por fin algo le sonreía en aquella vida.

Apretó aún con más fuerza las rosas que había en sus manos.

Se sobresaltó al sentir a Oriel tan cerca.

–       Estás preciosa –le susurró en su oído.

–       Lo sé, soy preciosa de nacimiento –dijo ella sonriendo.

   Los dos rieron levemente y poco a poco fueron poniendo sus rostros series y firmes.

Oriel mandó a todos los nuevos psycos marcharse. Y con su brazo por los hombros de Scarlet ellos también comenzaron a marcharse.

Scarlet volvía a sentirse débil y apoyó su cabeza en el pecho de Oriel.

Quería irse de allí cuanto antes.

–       ¿Crees que algún soldado habrá sobrevivido? –le preguntó.

–       Espero que no, pero no estoy segura –sus ojos verdes miraron hacia atrás.

   El enorme edificio que había sido su tortura estaba medio destruido, no tardarían en llegar para ver qué había ocurrido.

Scarlet pensó que necesitaba tiempo para relajarse y una turbia idea se le cruzó por la cabeza.

Se detuvo de golpe.

–       ¿Scarlet?

–       Espera voy asegurar que nadie sobreviva.

–       ¿Qué estás…?

La rubia tomó una gran bocanada de aire.

Expulso una gran llamarada roja, de grandes dimensiones.

No se detuvo.

No hasta estar totalmente segura de que aquella cárcel quedaría a cenizas, notaba el cansancio de su cuerpo, pero no se detuvo.

Cuando sus ojos vieron los últimos trozos del edificio caer abajo paró; por un momento casi cae al suelo, pero Oriel la sujeto.

–       Venga es hora de irnos.

–       Una última cosa –dijo ella, se sacó aquel colgante limitador y lo arrojó lo más lejos posible, era hora de cambiar–, ya podemos irnos.

Scarlet tomó aire y repitió las palabras.

–       Sí quiero.

–       Por el poder que se me ha sido otorgado por nuestros dioses yo os declaro marido y mujer.

   El beso que le dio Oriel a Scarlet fue todo pasional y posesivo, pero Scarlet no se quedó atrás, le correspondió ese beso con otro aún más pasional.

Cuando sus labios se separaron estaban hinchados y rojizos –por el carmín de Scarlet, rojo pasión–, los dos se miraron y se giraron a los psycos.

El cura volvió a hablar.

–       ¡Aquí tenéis a los reyes de los Psycos! ¡Larga vida!

–       ¡Larga vida! –se oyó por toda la sala.

Scarlet había tomado su decisión y su nuevo destino.

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