Don't Answer // JohnTen - NCT

By KimUminBaozi

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Ten ha dejado atrás su querida Tailandia para probar suerte en Estados Unidos, su única esperanza para olvida... More

Reticente
Sonrisas
Lágrimas
Tentación
Madrugada
Estrellas
Máscara
Cercanía
Explosión
Entrega
Perennidad
Conexión
Epílogo

Pasado

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By KimUminBaozi

Irrumpen en el departamento ajeno, Ten guiando el camino, siguiéndole muy de cerca. Pese a que lo sostiene fuertemente de la mano, siente sus dedos agitándose con violencia.

—¿Hay... hay alguien? ¿HanSol...?

Le ve buscar con la mano libre, en la pared derecha, palpando insistentemente. De pronto, las luces se encienden y debe parpadear varias veces para acostumbrarse a la hiriente luminosidad. Cuando lo hace, lo primero que hace no es fijarse en el entorno en el que están.

Sino que se fija en Ten.

—¿Estás bien? —inquiere, al sentir su mano temblorosa. Se aferra a él con un poco más de fuerza, con una sonrisa—. Podemos dar media vuelta, ¿eh?

—No. Veré si está en algún lugar. Busca tú también, por favor.

Su voz, a diferencia de su lenguaje corporal, expresa tesón e insistencia. No hace un nuevo ademán por contradecirle y, en silencio, comienzan a recorrer la corta extensión del departamento. Pronto confirman lo que ha presentido desde el momento mismo en que entraron.

Es obvio que no hay nadie allí.

—Bien, recojamos tus cosas y vayámonos...

—...Él nunca se fue.

Vuelve sobre sus pasos, después de haber revisado en la ducha por la presencia de algún otro ser vivo además de ambos. Ten se encuentra en el único sofá de la sala de estar, al lado de una mesita auxiliar. En ella se apoya un cuadro de mediano tamaño, en posición vertical.

—Mira. Yuta nunca se fue de este departamento —los labios de Ten se alzan en una pequeña sonrisa. Sus dedos delgados apuntan hacia los rostros en las fotografías: un chico bajito y de sonrisa suave se mantiene abrazado a otro mucho más alto, sonriendo también. Detrás de ellos, se emplaza la ribera de un rio—. Tenía el presentimiento de que así había sido, pero...

—No tiene sentido lamentarse por algo así. HanSol es un idiota, ambos lo sabemos —es la primera vez que lo ve, y es solo una fotografía, pero la sangre se le agolpa en los nudillos, listo para golpear al imbécil que ha hecho de Ten una persona insegura y melancólica. Solo puede tranquilizarse cuando cae en cuenta, una vez más, que lo está sacando de aquel abismo. Lento, pero seguro—. Vamos, Ten. Reunamos tus cosas y larguémonos de aquí.

—Ese es el problema —la mano de Ten se apoya en el cuadro y con fuerza lo empuja contra la mesa, dejándolo boca abajo—. Algo me dice que ya no hay nada mío acá. Como si nunca hubiera existido en primer lugar.

—Si botó tus pertenencias, entonces...

—No es necesario ni que lo menciones. El más enojado acá seré yo. Entiendo que quiera reconstruir una vida perfecta con el otro idiota de Yuta, pero, ¿debía botar mi ropa? ¿No se da cuenta de que me costó meses de trabajo comprar el equipo de música estéreo? ¡Maldita sea!

Verle enojado causa una sonrisa en su rostro, y cuando Ten se da cuenta de ello, lanza una pequeña carcajada. La verdad, difícil sería explicar lo mucho que alivia a su alma el verle enojado por ropa, o incluso herido por el hecho de no encontrar sus objetos, y no por...

—HanSol fue siempre tan egoísta.

Las esperanzas de no verle sufrir por él se desvanecen cuando le ve pronunciar aquellas palabras, cabizbajo, con una pequeña sonrisa entre labios. El instante, sin embargo, dura poco; no alcanza a hacer nada cuando Ten se levanta del sofá y se pone de puntillas, alcanzando sus labios en un corto beso.

—Hey, estoy bien. No pongas esa cara, ¿sí? —el corazón le late con fuerza, porque Ten sonríe cálidamente, como si realmente no le afectara nada—. Mejor apresurémonos, así te puedo mostrar Bangkok mientras todavía es de día, es realmente precioso.

Con un nuevo beso y una pequeña caricia en su rostro suave, rebuscan en las pertenencias que se reparten en el departamento. Mientras lo hace, repara en los cuadros que permanecen colgados en distintas paredes; un portarretratos anclado incluso en la mesita de noche de la habitación principal. En cada una de esas fotografías, aparecen los dos con distintos grados de felicidad. Hay una donde incluso comparten un beso, sin tapujos, sin remordimiento alguno. Encuentra más pistas de presencia ajena: pares de zapatos de distinto tamaño, dos cepillos de dientes en el vasito color celeste que descansa sobre el lavamanos, dos toallas colgadas en el estrecho y casi inexistente balcón. No es como si fuera una visita y ya; alguien más vive ahí.

Mientras rebusca en los cajones —con las descripciones que Ten le ha dado, procurando revisar con delicadeza— no encuentra, sin embargo, pista alguna que le diga que aquellas motas de presencia ajena destruyen de alguna forma el ánimo de su novio. Pero pese a que no le pregunta, ya lo sabe de antemano.

Es imposible que Ten no se haya dado cuenta de que alguien ha ocupado su lugar sin problemas.

—Ya. No hay nada. Es una lástima, pero no tiene sentido que sigamos buscando —Ten resopla, guardando las últimas prendas dentro del armario—. Vamos, ¿sí? El río Chao Phraya está muy cerca de acá, te encantará verlo.

—Vamos —asiente, y vuelve a tomarle de la mano.

Ten se queda unos últimos minutos repasando la estancia pero nota que, una vez voltea, no vuelve a mirar atrás. La llave es encajada una última vez en la cerradura correspondiente, y abandonan el quinto piso.

Descienden un nuevo set de escaleras. A todos lados, el lugar se ve completamente vacío; tal vez es la hora, que roza apenas las cuatro de la tarde, distante aún de la finalización típica de una jornada laboral.

Piso cuatro. Giran, en dirección a las escaleras que conducen al piso tres.

Y entonces, pierde el aliento.

—¿Ten...?

La mano izquierda, que tiene fuertemente enzarzada con el más bajo, de pronto, se encuentra sola; desvía la mirada hacia aquel punto y nota que Ten ha deshecho la unión entre ambas, casi en un acto reflejo, o como si hubiera sido pillado en plena falta. Aprieta la mandíbula al ver la alta figura de quien está en el rellano de la escalera, y que comienza a acercarse, salvando en un segundo la distancia que los separa.

Y nota que aquellos ojos le ignoran olímpicamente.

Y nota, también, que los ojos de Ten solo se fijan en él.

—Ten, volviste...

—HanSol...

Ten siente que un escalofrío le cruza de punta a punta al parpadear y ver que el panorama no ha cambiado ni un pelo: HanSol está ahí, casi igual a la última vez que le vio, a la última oportunidad en que se enterró entre sus sábanas antes de tomar apenas un tercio de sus pertenencias e irse, sin mirar atrás.

HanSol está ahí, no es un espejismo ni un mal sueño. Nota sus ropas de oficinista; debe haber salido hace poco del trabajo.

Le ve sonreír con una dulzura casi impropia de él, como la que veía en los primeros meses de su noviazgo, donde nada ni nadie perturbaba el estado de ciego enamoramiento en el que estaban; donde aún podía salir con sus amigos sin recibir una escena de celos al volver a casa, donde aún podía ir a su academia de danza sin que le dijeran que era una estúpida pérdida de tiempo y dinero, donde aún podía ser él mismo, sin celos, sin palabras hirientes quitándole todas las ganas de realizar algo distinto.

HanSol está ahí, y se adelanta un paso. Le ve extender los brazos hacia su persona. Pero en vez de que su corazón lo reciba como antes, siente un nuevo escalofrío.

Pánico.

—Hey, aléjate.

Un abrazo le envuelve y levanta el rostro, hacia la persona que lo tiene fuertemente contenido y que, así, impide que HanSol se acerque otro paso más: Johnny le tiene rodeado con ambos brazos, con seguridad. En su rostro, nota un ceño fruncido difícil de encontrar normalmente en él, porque jamás se molesta o enoja, sin importar lo difícil que se vuelvan las cosas.

—¿Quién mierda eres tú? —HanSol habla en coreano, lengua que sabe que Johnny maneja también—. Hazte a un lado y deja de molestar.

Es mi novio.

Pronuncia aquellas palabras con fuerza, sin dudar ni un poco. Por el rabillo del ojo, nota la sonrisa que se forma en el rostro de Johnny.

Pero el pánico aumenta al mirar a HanSol.

—¿Ah, así que este es el estúpido con el que hablé por teléfono? ¿Realmente lo hiciste? ¿Después de esperarte todo este tiempo? ¿Después de terminar con Yuta y todo, por ti? ¡¿Realmente osaste meterte con otro tipo?! —sus gritos hacen que tenga ganas de hundirse y desaparecer, de volver a la calma de Chicago, de jamás haber pisado Tailandia en primer lugar. Realmente sería hermoso estar allá y no donde efectivamente está, con los nervios a flor de piel, con ganas horribles de echarse a llorar ahí mismo—. Sabía que el día que dejara de vigilarte terminarías metiéndote con el primero que tuvieras al frente, y mira, no me he equivocado ni un po-

Sucede demasiado rápido para reaccionar.

—¡¡Mierda...!!

—Te juro que te rompería el cráneo si Ten me lo permitiera, pero sé que no me dejará hacerlo —Johnny sostiene con su mano izquierda su puño derecho, con el que acaba de golpear a HanSol en pleno rostro. Con la boca entreabierta, mira a la figura de su ex novio, quejándose en el suelo, la nariz sangrante—. ¿Vámonos?

Cae en cuenta de que Johnny le está preguntando directamente, pero no es capaz de decir ni hacer nada. Afortunadamente Johnny parece darse cuenta, porque solo basta un asentimiento de su parte para ser tomado de la mano y correr, detrás de él, cuesta abajo por las escaleras que les separan de la planta baja. Corren; en las afueras del edificio se da un momento para voltear y nota que no hay nadie en las inmediaciones que acaban de dejar atrás.

Sus piernas les guían por calles por las que tantas veces transitó antes, sin destino alguno, demorándose cada día al volver del trabajo para dilatar el tiempo antes de escuchar quejas, celos y palabras hirientes sin sentido.

Pero esta vez corre junto a alguien. Y correr, con el viento desordenándole los cabellos, el atardecer a la vuelta de la esquina, hace que emociones muy distintas se apoderen de su corazón.

Pese a que Johnny le guía sin destino alguno, gana el mando y lo dirige hacia la ribera del río, en una zona tapizada en vegetación, donde se echa al césped en medio de carcajadas que brotan desde su pecho. Johnny ríe también, y le acerca hacia él por medio de su brazo derecho.

Sus labios le devoran la boca. Suspira entre besos y cuando terminan, se queda con la cabeza apoyada en su pecho, el que sube y baja con insistencia luego de la verdadera maratón que acaban de realizar.

—Gracias —susurra, con una sonrisa. Cierra los ojos al sentir su mano en los cabellos—. Jamás podría haberlo hecho, y no estoy a favor de la violencia, pero cuando me defendiste fue... no lo sé, Johnny, te agradezco tanto...

—No tienes nada que agradecer, te lo debía de la última vez, ¿recuerdas? ¿Esa oportunidad, en el club? —sus recuerdos flotan hacia meses atrás, y logra evocar con total nitidez la noche en donde tuvo que él mismo aplicar violencia contra un estúpido que había intentado conseguir algo más, incluso teniendo treinta y nueve años. Ahora, al recordarlo, no siente el mismo asco que en aquella ocasión; lo más relevante que se mantiene en sus pensamientos es que, de no haber sido por ello, probablemente jamás se habría acercado a Johnny. Lo habría mantenido como un cliente más, un atractivo cliente por cierto, pero eso habría sido todo. Se abraza con más fuerza a su pecho. Johnny ríe—. La verdad, pensé que te enojarías por golpearle. Pero no pude contenerme.

—¿Enojarme? No. Fue hasta romántico —agrega, con una pequeña sonrisa.

—Pero de todas formas, si no lo hubiera hecho probablemente habríamos sabido dónde están tus pertenencias...

—No me importa si nunca me devuelve mis objetos o el dinero que pagué por ellos. Mejor dicho, no quiero que lo haga.

—¿Por qué?

El viento sopla con más fuerza. No es la primera vez en que ve el río, pero observarlo desde el cálido torso de Johnny hace que su perspectiva cambie; pequeñas diferencias, como la manera en que las briznas de césped se desplazan a sus pies, o el brillo que adquiere el agua por los rayos del sol, le hacen suspirar. Todo se ve más hermoso en compañía.

Específicamente en compañía de John Seo, su novio.

—Porque si lo hace, tendré que volver a contactarme con él —responde, y levanta el rostro. Johnny le mira intensamente—. Y HanSol ya pertenece completamente al pasado.

—Ten...

Siente la nariz de Johnny acercarse a la suya. Cierra los ojos y sonríe, mientras rozan sus narices, caricia suficiente para enervar los nervios de su organismo, con un agradable escalofrío que le recorre de punta a punta.

En la ribera del río Chao Phraya es, al fin, capaz de dejar atrás todo lo que le ha unido erróneamente a Tailandia, y lo que queda en su mente son los buenos recuerdos, la calidez de su familia, el agradable y húmedo clima subtropical, el atardecer que ahora comparte con su novio. Mañana deben regresar a Estados Unidos, recuerda, pero el saberlo no se siente como la estaca de la primera vez en que dejó su hogar; esa sensación de dependencia extrema ya no existe. Se ha ido.

Porque Ten sabe mejor que nadie que, mientras esté con Johnny, su hogar estará con él.

Pero más importante, estará consigo mismo.


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