ALGO QUE Leo nunca comprendería muy bien era por qué cuando estaba cerca de Mitch, todo parecía mejor. Incluso cuando su mundo había colapsado recordando cosas que preferiría olvidar, incluso cuando cada vez que parpadeaba veía sangre, incluso cuando solo quería llorar y gritar... Sentía una inexplicable calma al tener la espalda recargada contra el pecho de Mitch, silenciosamente apoyándola. Sus dedos estaban entrelazados, y Leo jugaba con ellos mientras Mitch con su mano libre, acariciaba su cabello. Ninguno de los dos hablaba, en total silencio.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Leo, mirando a la nada. La mirada de Mitch se suavizó, aunque Leo no pudiera verlo.
—En las noches en que rompíamos las reglas y nos escabullíamos en los cuartos del otro, o dormíamos en los cobertizos de afuera, ¿recuerdas? Contábamos cosas sobre nuestras vidas hasta que los ojos nos pesaban.
—Recuerdo que te cagabas de miedo con mis historias de terror —recordó Leo, sonriendo inmediatamente.
—¡No lo hacía! —se defendió Mitch inmediatamente, tan rápido que ocasionó que Leo soltara una pequeña risa.
💥💥💥
Conforme la noche pasó, y el ambiente se relajó, ambos chicos se quedaron en completo silencio, sentados uno frente al otro. Leo estaba agachando la mirada, jugando a hacer figuras en el suelo. El cabello negro y oscuro le caía por la frente. Se mordía el labio, intentando concentrarse en dibujar. Mitch no podía dejar de observar cada pequeño detalle en ella.
—¿Por qué me miras? —preguntó Leo, con más curiosidad que molestia.
—No te estoy mirando —mintió Mitch, aunque supo que era inútil.
—Ajá —dijo, sin creerle ni un poco.
Mitch no podía decirle que en realidad lo que estaba pensando era si Leo siempre había sido tan bonita, con sus facciones delicadas y los ojos vivaces, siempre con algo en la mente.
—Mitch —dijo Leo, después de una pausa de silencio—. ¿Qué fue lo que enseñó Hurley?
El corazón de Mitch se detuvo por un instante. Tomó aire, intentando encontrar valentía para hablar, y finalmente dijo en un murmullo:
—Estaba grabando con mi celular cuando pasó —no tuvo que decir más. Ambos sabían a qué se refería. Leo asintió, sin saber qué más decir. Sabía que era un tema sensible para Mitch y que era mejor andar de puntillas alrededor, dejando que Mitch le dijera solamente lo que él quisiera, sin presionarlo. Mitch planeaba no añadir más, pero se encontró diciendo—. Fui el único que sobreviví y me pregunto todos los días por qué.
Leo detuvo todo lo que estaba haciendo, y alzó la mirada para verlo. Mitch no bajó la mirada, sino que se la devolvió a Leo. Sus ojos dejaban ver la frialdad que siempre lo caracterizaba, pero sus palabras probaban que era más vulnerable de lo que aparentaba, y que las cosas le afectaban más de lo que le gustaría. Leo se relamió los labios antes de hablar.
—Creo en el destino. Creo que todos estamos predestinados a algo. Y creo que si tú viviste, tú de entre todas esas personas, es por algo. Vas a hacer algo grande, Mitch. ¿Tú crees en el destino?
—No —admitió Mitch. Leo sonrió, como si ya esperara esa respuesta.
—Bueno, entonces no desaproveches la oportunidad y haz de tu vida algo que valga la pena. De cualquier manera, velo como un regalo. No lo eches a perder.
—¿Cuándo te volviste tan sabia?
—Siempre he sido sabia —exageró Leo, con una leve sonrisa—. Tal vez tú te volviste más tonto.
—Tal vez —admitió Mitch, casi sonriendo.
💥💥💥
A la mañana siguiente, muy temprano, Leo y Mitch se encontraron en la entrada de la casa de Hurley. Con el sol saliendo, y siendo capaces de verse el rostro mejor el uno al otro, se sentía casi como si la magia de la noche anterior hubiera desaparecido. Leo fue la primera que habló, rompiendo el silencio incómodo.
—Por favor dime que no va a ser así todo el viaje —suplicó—. Porque va a ser jodidamente incómodo si es así.
—No sé de qué hablas —mintió Mitch, intentando evitar la confrontación y los problemas. No quería hablar del asunto, y ya. ¿Por qué no podían hacer como si nada hubiese pasado y seguir con sus vidas?
—Mitch, intenté besarte —suspiró Leo, pasándose una mano por el cabello en un gesto nervioso—. Y sé que no debí de hacerlo porque no era el momento pero es que tú también me estabas coqueteando —la voz de Leo subió de tono, exaltándose—. Y por eso no me hablaste por días. No intentes negarlo. Y estabas hablando de mi trasero, y me tocaste la espalda y me siento como una estúpida insensible porque no pensé en que tú no estabas listo pero es que simplemente pensé que tú también querías que te besara porque me estabas dando todas las señales...
—Es que sí quería besarte —admitió Mitch, interrumpiendo su balbuceo porque honestamente estaba comenzando a desesperarle. Leo abrió la boca, sorprendida, al igual que los ojos. Parpadeó, sin creer lo que había dicho.
—Maldito hijo de perra —jadeó, arrepintiéndose de sus palabras apenas salieron de su boca. La había hecho sentir como si ella fuera una aprovechada cuando él también había querido lo mismo de ella.
Mitch y Leo se quedaron viendo por un instante. Mitch no creía que Leo acabara de decir eso, y Leo temía por la reacción de Mitch. Apenas estaban arreglando las cosas y ella ya lo había hecho enojar.
Para sorpresa de ambos, Mitch soltó una carcajada. Una carcajada de verdad. Bueno, no una escandalosa, de esas que atraían miradas. Fue más una risa a entredientes, pero que fue suficiente para que Mitch sonriera. Leo juró que debía ser ilegal que alguien se viera tan atractivo cuando sonriera.
—Es lo más tú que te he escuchado decir en mucho tiempo —dijo Mitch, una vez que la risa acabó. No regresó a su ser frío habitual, pero tampoco sonreía ampliamente, lo cual Leo suponía como un avance.
—Bueno, es que fuiste un maldito hijo de perra al hacerme sentir mal —Leo se sonrojó.
—Quería hacerlo —murmuró Mitch, acercándose inconscientemente a Leo—. Quería besarte —suspiró, mirándola tristemente—. Créeme que quería. Pero no puedo hacer esto ahora. Tenemos una misión, y no podemos distraernos. ¿Entiendes?
—Entiendo que si ese es tu motivo, es estúpido —dijo Leo sin titubear, cruzándose de brazos—. Somos amigos. Ya somos una distracción el uno para el otro —Leo tomó aire, encogiéndose de hombros—. Mira, si tu motivo es que no la has superado, está bien —ambos sabían que se refería a Katrina, pero de alguna manera decir su nombre rompería el momento—. Lo entiendo. Pero no pongas de excusa la misión cuando ya sabes que yo haría lo que fuera por ti y tú harías lo que fuera por mí, sin importar si nos besamos o no.
Leo se dio la vuelta para entrar a la casa de Hurley, pero Mitch la detuvo, tomándola del brazo.
—Sí importa —insistió Mitch—. Importa porque sé que para ti no sería solo besarnos. Sería algo más. Tú quieres algo más y yo no puedo darte eso.
—Tú no sabes lo que sería para mí ni lo que quiero—se defendió Leo, enarcando una ceja. Dio un paso más cerca de Mitch, invadiendo su espacio—. Creo que lo que sucede más bien es que tú sabes que para ti tampoco sería solo un beso. Y eso te aterra.