Estrella Fugaz (Sol Durmiente...

By AlbenisLS

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SEGUNDO LIBRO DE LA TRILOGÍA 'ROSA INMORTAL'. Macabros asesinatos comienzan a ocurrir en las cercanías del p... More

Caracas, Venezuela. Marzo de 1988.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31: Casus Belli.

Capí­tulo 6.

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By AlbenisLS

Los segundos en que todo transcurrió me parecieron horas. Nada más con escuchar esa frase de la boca de Cristóbal me causó una sensación bastante mala en el cuerpo, como si estuviese enferma. No me lo esperaba, y supuse que nadie lo hacía. Ariel no era para nada estúpido, lo había planeado todo bien, demasiado como para no habernos dado cuenta mucho antes, durante el tiempo en que había fingido desaparecer del mapa.

Cristóbal movía sus labios, hablando conmigo, tal vez preguntando si estaba bien. Pero no podía escucharlo, porque en ese momento mi mente se hallaba lejos, muy lejos de mi cuerpo, como si mi espíritu se hubiese separado de su recipiente.

Asesinando brujas. Ese era el plan que tenía Ariel. Víctor -o mi visión subconsciente de él- me lo había advertido tantas veces durante muchas noches, y de estúpida que era no me había dado cuenta. El último sueño había sido tan específico, pero como siempre yo intentando buscarle la quinta pata al gato.

Debía advertirles. A todos los brujos que conocía, a Sonia, a Alaysa, que se cuidaran como nunca, porque Ariel sabía muy bien lo que quería. Según lo que había aprendido, la sangre de los brujos les daba a los vampiros habilidades nuevas y fabulosas, aunque en el vampiro equivocado podía ser algo maligno. Y aquel rubio era el vampiro más equivocado para beber sangre de brujo.

De pronto, mi alma pareció volver, y me encontré con la cara de un preocupado Cristóbal, acariciando mi mejilla con delicadeza. Sus cejas estaban casi unidas en el centro, y su frente estaba muy arrugada.

-¿Estás bien? ¿Volviste a la tierra?- preguntó, mostrando una especie de sonrisa que la preocupación transformaba en una mueca. Reaccioné a su gesto, presionando con cariño su helada mano entre mi mejilla y mi cuello. No quería asustarlo diciéndole que tenía miedo. El miedo más profundo que había sentido en años, lo había provocado un vampiro. De manera indirecta, seguía con ganas de matarme, pero esta vez tendría armas a su favor.

-Si... Estoy... Estoy bien.- dije, disimulando el emblor de mi voz que era demasiado notorio. Tal vez Cristóbal escuchaba lo estrepitoso del latir de mi corazón, de manera que yo tampoco podía mentirle, pues me miró de manera extraña, torciendo los labios.

-Sabes que puedes decirme lo que pasa, Rosa. ¿Qué pensaste?- tomó mi barbilla entre sus dedos y la alzó, obligandome a mirarlo directamente. Había estado esquivando su intensa mirada de un azul oscuro, pero no pude hacerlo por mucho tiempo. Fue solo en ese instante cuando me desmoroné. Estaba temblando, estaba débil y vulnerable. 

Ya no quería nada de esto. No estaba dispuesta a perder a alguien a quien quería. No podría soportarlo de nuevo. La muerte prematura de mi madre había sido un golpe devastador para mi, tanto que creé una especie de coraza alrededor de mi. Una que creía impenetrable, hasta que conocí a varias personas que demostraron ser buenas y honestas conmigo. Si a alguna de esas nuevas personas que se habían adherido a mi corazón les sucediera algo, me dolería terriblemente.

-Es.. solo que... No quiero seguir así, Cristóbal. Tengo miedo por lo que está pasando. Ariel no va a quedarse tranquilo, va a seguir asesinando brujas. ¿Qué pasa si llegara a matar a Sonia? Yo simplemente no...- mi garganta se cerró, y las lágrimas comenzaron a brotar. Imaginarme la muerte de mi mejor amiga era una visión aterradora, una pesadilla.

-Calma, Rosa. No va a pasar eso. No mientras estemos aquí y la casa esté protegida. No tienes de qué preocuparte. Las muertes de aquellas personas fue un hecho desafortunado. La verdad no tengo idea de como sucedió, pues los brujos saben defenderse muy bien en contra de nosotros.- admitió Cristóbal, mirando hacia un lado del bosque. Instintivamente, hice lo mismo, pero sin lograr ver nada más que la negra oscuridad que se mezclaba con la helada neblina.

-Cristóbal, ¿Cómo te enteraste de eso? ¿Cómo averigüaste acerca de los asesinatos de las brujas?- pregunté. De pronto había sentido la necesidad de saber como la familia Bolívar sabía tanto acerca de los brujos, en especial del aquelarre de las brujas del sur.

-Las noticias han rondado todo el país. No ha sido tan difícil.- fue su respuesta. Sabía que respondería algo así, después de tantos años de mentirle a las personas acerca de su verdadera identidad, se había hecho costumbre en él decir lo más básico.

-No, me refiero a quién te reveló que eran brujas.- dije, dandome la vuelta de manera que estaba frente a frente de la hermosa villa blanca. Él se materializó de la nada frente a mi, pero no me inmuté. Después de seis meses sabiendo lo que Cristóbal era, ya me había acostumbrado.

-Pues verás...- dijo, aclarando su garganta- Es que nosotros tenemos nuestra carta bajo la manga también. No somos tan ingenuos como piensas ¿a que no?- 

Cristóbal esbozó una repentina sonrisa que me hizo dudar de si era malévola o traviesa. ¿Qué clase de carta bajo la manga tenían? ¿Y por qué no me lo habían dicho?

Miró de nuevo hasta donde lo había hecho un rato antes, e hizo un gesto con la cabeza, ladeándola. Parecía que estaba llamando a alguien. Alguien que había estado allí todo el tiempo, esperando en la oscuridad. Mi corazón volvió a agitarse cuando del bosque comenzó a salir una silueta. Por mi mente pasaban muchas cosas, desde otro vampiro, hasta el demonio que una vez Cristóbal me contó que conocía. Pero no fue ninguno de ellos.

Una persona de baja estatura, específicamente un hombre. Estaba vestido con una túnica de botones que parecía fundirse con la oscuridad del pavimento. Era de cabello gris, aprentando unos cuarenta y tantos años, de nariz ganchuda y ojos grandes que daban una sensación de sabiduría. Conocía a ese hombre, de una vez hace algún tiempo, cuando comencé a vivir en el pueblo, en la primera reunión de la editorial. Cuando conocí a la familia Bolívar.

Cristóbal volvió a aclararse la garganta, y sonriendo de nuevo y con voz orgullosa, como quien presenta a un hijo doctor o ingeniero, dijo:

-Rosa, quiero que conozcas a Emerich. Él es un brujo, y es nuestra carta bajo la manga. Él nos ha informado todo acerca de Ariel, del aquelarre y del nigromante que atacó el año pasado.-

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