Miradas cómplices

By libertadbonelli

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Melina Centori es una famosa periodista de internacionales y escritora de novelas románticas que desvela a má... More

Miradas cómplices
Prefacio: La tormenta
Capítulo 1: Periodista de espectáculos
Capítulo 2: Santos y pecadores
Capítulo 3: Profesor de filosofía
Capítulo 4: Biografía
Capítulo 5: Esto es un secuestro
Capítulo 6: Tú me conoces. Yo te conozco
Capítulo 7: La chica buena
Capítulo 8: No bebas alcohol
Capítulo 9: El lado bueno de Giovanni
Capítulo 10: Augusto une
Capítulo 11: Sentimientos
Capítulo 12: Recórreme despacio
Capítulo 13: Las ex son un problema
Capítulo 14: Cómplices
Capítulo 15: Sorpresas barcelonesas
Capítulo 16: Cambio de reglas
Capítulo 17: ¡Feliz Halloween, madrileños!
Capítulo 18 | Tiro por la culata
Capítulo 19: Barbie tenía razón
Capítulo 21: 28 tulipanes franceses
Capítulo 22: Llamado de atención
Capítulo 23: ¿Una nueva amiga?
Capítulo 24: Vacío
Capítulo 25: Mitad perfecta
Capítulo 26: Por Norma, hasta la vida
Capítulo 27: Precios de la verdad
Capítulo 28: Volver o no, esa es la cuestión
Capítulo 29: Más de lo mismo
Capítulo 30: La caída de Giovanni
Capítulo 31: Caricia al alma
Capítulo 32: Cuando una verdad sale a la luz
Capítulo 33: Rota en mil pedazos
Capítulo 34: Post corazón roto
Capítulo 35: La caída de Melina

Capítulo 20: Esto es lo que soy

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By libertadbonelli

"Y al borrar cada cicatriz de mi mundo yo me volví la reina y señora de cada momento, la única dueña de mis sentimientos, la emperatriz de mi vida. Ven y enséñame a creer que este mundo puede ser algo más que un lugar tan vacío, cariño mío"

(Canción novela Emperatriz de mis sueños)


—Que infantil que fuiste —chilló Cat, mientras caminaba de lado a lado en el departamento de Melina. Sin poder creerse todavía que hubiera roto el vidrio del Porsche, porque... ¡Melina no era así! Todo lo contrario, era de las que siempre evitaba el escándalo público y ahí estaba para hacer caer esa fachada de señora decente que siempre mostraba; sin dudas que Giovanni estaba perturbando su esencia—. ¿Por qué no le diste la oportunidad de explicarte quién era Connie?

—Oh, ahora resulta que mi mejor amiga, llama Connie a una de las tantas chicas de las que Giovanni me hace chupar babas. ¡Genial, Catalina, genial! Era lo último que te faltaba.

—¿Y quién se supone que es la tal Connie? —preguntó Bárbara—. Digo, ilumínanos si tanto tú sabes quién diablos es la rubia.

—Pues no —concluyó Cat, cruzándose de brazos, enojada—. Porque ambas dos son tal para cual, juzgaron a Giovanni sin saber quién era la chica y ni siquiera se tomaron la molestia de darle una oportunidad, no, simplemente montaron un escándalo como el que yo sabía hacer de adolescente.

—Habla por Melina —intervino Bárbara—. Yo no fui la que gritó en medio de la calle y rompió el vidrio del coche.

—No hace falta saber nada cuando vi un beso, Catalina.

—¿Y? ¿Acaso sabes a qué se debió ese beso? ¿O por qué sucedió?

—Si vas a defender a Giovanni vete de mi casa, Cat.

—¿Me estás echando?

—Sí.

—Bien —respondió Catalina, yendo en dirección a la puerta—. Pero cuando sepan la verdad ambas se van a arrepentir de haberlo juzgado y ojalá Giovanni no te perdone por idiota, Melina.

—Gracias por ser tan buena amiga, Catalina de mierda.

—Gracias a ti por ser tan idiota y arruinar mi almuerzo, ahora tendré que cocinarme, porque estoy hasta las narices de McDonald's y toda comida hecha por otro.

»Y llora, Melina de mierda, llora hasta secarte de lágrimas porque Giovanni no va a perdonar tu actitud de cría. Ojalá te haga pagar el vidrio roto por estúpida.

Melina le lanzó con un almohadón y Catalina finalmente desapareció dando un portazo. Mey suspiró, haciendo un puchero y miró a Barbie.

—¿Tú qué piensas, Bar? —preguntó Melina, con la voz temblando—. Las tres vimos el beso.

—Bueno... yo... yo creo que puede que exista alguna explicación.

—Sí, que no me quiere como yo pensé.

—No lo sé, Mey, yo te dije que él no era para ti. Pero Cat tiene razón, te comportaste como una niña, eso de romperle el vidrio es de una cría.

—Pues le hubiera roto a patadas esa camioneta de mierda.

—¿Quieres que cocine?

—No, Bar, en realidad quiero estar sola.

—De acuerdo, llámame si necesitas algo, iré a lo de Cat.

—Mándale mis saludos a esa traidora de mierda.

Barbie puso los ojos en blanco, le dio un beso en la mejilla a su amiga y finalmente abandonó el apartamento.

Melina comenzó a llorar desconsoladamente en el sofá cuando se quedó sola. Dolía, dolía como la mismísima mierda haber visto a Giovanni besar a otra chica. Dolía saber que Barbie tenía razón, que ese hombre solo la lastimaría, porque no le creería más nada, él mentía, mentía muy bien y ella no dejaría engatusarse más por ese idiota.

Sin embargo, lo que más dolía era saber que estaba enamorada de Giovanni Hichwen, que se había vuelto a enamorar por segunda vez en su vida, aunque ella evitaba a cualquier costo eso, porque sabía las consecuencias del amor, sabía cómo dolía, sabía que se podía tocar fondo de una manera dolorosa.

Melina, tras dos grandes desilusiones amorosas, aprendió a no mostrar sus debilidades ante los demás, porque desarrolló mecanismos de defensa, ocultaba sus sentimientos, los escondía muy bien, pero ese día, se había dado cuenta que con Giovanni no podía simplemente ocultar lo que sentía.

"Ser una persona soberbia, odiosa, puramente realista y esquiva al amor no está bien, cariñito" supo decirle Norma, el día en que se alejó por completo de Facundo, al saberlo enamorado de ella. Porque Facundo de una forma u otra, ayudó a calmar ese dolor del amor, la herida, era como su anestesia, pero sabía que el efecto era temporal y no deseaba quererlo como algo más que amigos, así que se alejó, de una manera dura, porque lo excluyó por completo de su vida sin ninguna explicación.

Se levantó del sofá cuando escuchó su móvil sonar, se ilusionó al creer que podría ser él, pero se trataba de Eloy. Suspiró, tomó aire para que no se notara que lloraba y finalmente respondió:

—Hola, futuro compañero.

—Hola, futura conductora. Te tengo una invitación.

—Dime.

—Es el cumpleaños de Andrés, lo festeja en una discoteca, ¿quieres ir?

—Uhm —No estaba ánimos de salir, solo quería llorar, secarse de tanto llorar. Pero no iba a permitir que un idiota como Giovanni la hundiera, no volvería a revolcarse en el dolor por muy atractivo que resultara—. De acuerdo, acepto.

—Bien, te recogeré a las ocho. Primero cenaremos en un restó y luego iremos a la discoteca.

—De acuerdo, galanazo.

—Ponte bonita, cariño.

Melina colgó y pensó en invitar a sus amigas, pero no, no iba a hacerlo, necesitaba descansar de Cat y Bar por esa noche. Necesitaba pasarla bien con los del conglomerado y así, quizás, entre copas olvidar que su sábado había comenzado como la mierda.



—Veo que te tomaste muy en serio eso de ponerte bonita —Melina sonrió, saludando con un beso en la mejilla a Eloy y finalmente cerró la puerta del Audi de su amigo—. Tienes los ojos hinchados. ¿Por quién o qué estuviste llorando?

—Algo sin importancia.

—Se me hace que tanta producción es sinónimo de despecho.

—Quizás.

—Interesante, cariño.

—¿Nos vamos?

—De acuerdo, bella.

Quizás todos podían pensar que entre ambos, por la manera de hablarse tan cariñosa, había algo más que una sana amistad, pero no, desde que se conocían, que Melina y Eloy tenían una relación de confianza absoluta, de esas que surgen de la nada, ese tipo de vínculo que se da de la manera más natural y sin doble intenciones. En el pasado una de las revistas más prestigiosas de España los vinculó sentimentalmente, pero ambos, desmintieron todo por redes sociales asegurando que los unía solo una bonita amistad y relación laboral. Quizás sus fans hubieran deseado verla con alguien como Eloy e incluso era algo favorable artísticamente hablando, porque dos periodistas como ellos, siendo pareja, sería un boom televisivo. Desde GOE hasta lo habían visto con buenos ojos, pero ambos desistieron de seguir alentando rumores que podrían, de tener intenciones de formar una pareja alguno de los dos, perjudicarlos.

—Quizás hubiéramos hecho una linda pareja —opinó Melina, de repente, cuando se detuvieron en un semáforo—. ¿Tú qué dices?

—Que quizás sí —respondió Eloy, sonriendo—. Solo que en esta vida, no tuvimos el privilegio de cruzarnos de esa manera.

—¿Qué quieres decir?

—Que hay alguien para ti que no soy yo...

—Y hay alguien para ti que no soy yo —repitió ella, sonriendo, mientras Eloy asentía divertido. No podía negar que Melina era bellísima, porque realmente lo era, pero desde que la conoció, que le surgió un cariño que para nada se parecía al del romance—. La chica que logre enamorarte se ganará la lotería.

—Y el hombre que logre enamorar a la periodista estrella de GOE se ganará la mejor mujer del mundo —Eloy la tomó de la mano, le depositó un tierno beso y la miró—. Los hombres a veces somos imbéciles, creo que está en nuestra naturaleza serlo. No sé los motivos, tampoco soy quien para pedirlos, pero mi consejo es que no llores por un hombre, quizás la vida te está diciendo que no es por ahí.

—¿Y si yo quiero que sea por ahí?

—Bueno, eso ya habla de que eres terrible masoquista.

—Pues supongo que mi segundo nombre es masoquista.

—No queda tan mal Melina masoquista Centori.

Llegaron rápidamente a un prestigioso restaurante de El Viso, Melina entró al local acompañada de Eloy y saludó animadamente a Andrés por su cumpleaños. Había muchos compañeros de GOE, pero ninguna mujer, sin embargo, no le resultaba para nada incómodo estar rodeada de hombres; estaba acostumbrada.

Pasaron gran parte de la cena hablando sobre el atentado, si bien se habían calmado las aguas con respecto al 31O, todavía se seguía investigando lo sucedido y se ocultaba muy bien el temor ante otro posible ataque en suelo español. Quizás las juntadas entre periodistas eran aburridas, pero por el contrario, para Melina era una buena oportunidad para escuchar, conocer y aprender sobre sus colegas. Además, siempre se enteraba de uno que otro chisme que luego le contaba a Norma.

Pasadas las doce de la noche, se dirigieron a una de las discotecas de moda y vip, donde había solo acceso exclusivo, algo que significaba que solo los invitados de Andrés podían asistir; gente famosa, del medio, conocida. Así se manejaba la élite famosa de España, lugares privados, sin fans cerca, sin periodistas de chimentos. A veces era difícil mantener la privacidad, pero la mayoría de las veces, se lograba escapar del ojo público.

—¿Qué quieres para empezar la noche, cariño? —preguntó Eloy. Melina lo miró, ladeando su boca pensando, pero se quedó apreciándolo más de la cuenta; era precioso, un hombre hermoso, que poseía una voz varonil que erizaba la piel. A veces no entendía como ninguna mujer todavía había robado ese noble corazón—. ¿Me estás mirando?

—Eres guapo, galanazo. ¿Por qué sigues soltero?

—¿Y tú, bella, por qué sigues soltera?

—No he encontrado al hombre indicado para ser llamado novio, pareja o marido.

—Lo mismo digo, cariñito —Los dos rieron. Norma estaba muy presente en todo el entorno de Melina, toda persona que se acercaba a ella, conocía irremediablemente a la simpática anciana—. Anda, dime qué quieres beber.

—Un whisky.

—Vaya que está muy roto ese corazón —Melina río y Eloy pidió un whisky. Para él, optó solo por una bebida energizante; no bebía alcohol—. Ten, doncella despechada.

—No estoy despechada.

—Oh, claro que no, Melinita, claro que no.

—Ya, deja de llamarme como Norma.

—De acuerdo, te voy a complacer, solo porque hoy estás sensible.

—No estoy sensible, solo... rompí el vidrio de un Porsche e insulté en público al candidato a presidente de España.

—¿Qué? ¡¿Qué tú hiciste qué?!

—Lo que escuchas.

—Oye, lo del presidente es lo de menos. ¿Osaste romper el vidrio de un Porsche? —Melina, que bebía el whisky, asintió sonriendo pícaramente—. ¡Estás loca! Yo... no sé, te metería presa. ¡Es un Porsche, maldita sea!

—Se lo merecía por cabrón.

—Eres sorprendente, compañera. Trataré de no hacerte enojar, cariño, eres de temer.

—Tú eres bueno —susurró Melina, acariciándole la mejilla. La rubia, protagonista del escándalo, miró la escena desde lejos, algo confundida, pero siguió su camino sin detenerse demasiado en lo que sucedía cerca de la barra de tragos de la discoteca—. Me hubiera gustado tener un hombre como tú al lado.

—Qué cosas dices, Melina.

—Eres increíble, Eloy. Ojalá encuentres una buena mujer.

—Okey, nos estamos poniendo sentimentales y siendo sincero esas cosas mucho no me gustan —murmuró, quitándole el trago—. Vamos a bailar, bebé.

Bailaron entre cantos a todo pulmón, copas de alcohol y Melina comenzaba a relajarse después de haber comenzado el día con el pie izquierdo. Bailó animadamente con Andrés, el cumpleañero ya estaba ebrio e incitó a Melina, que tenía varias copas de más, a que subiera al escenario a bailar.

Mey aceptó riendo a carcajadas, con ayuda de dos hombres, subió al escenario con una copa de champán en la mano y comenzó a bailar de manera sexy contra un caño que allí había. Sabía que no debía hacer eso, que estaba montando un show, que corría riesgo de que eso pudiera viralizarse por Internet y arruinar su reputación, pero una parte, la de la intuición, le decía que siguiera divirtiéndose que nada saldría mal.

Estaba dispuesta a acabar con el show, cuando cruzó una mirada con él, que con el ceño fruncido, la miraba apoyado en una pared, acompañado de Alejo y la rubia que le había dado un beso. «Cabrón hijo de puta» pensó, presa de la rabia y, entonces, comenzó a bailar con mayor sensualidad en ese caño.

—Vaya, vaya, vaya —canturreó Constanza, viendo el baile de la chica de Giovanni. Era preciosa, no iba a negarlo, su piel morena y ojos café le daban un aspecto poderoso. Llevaba un pantalón engomado, botas de tacón y un top rojo que la hacía verse escandalosamente sexy para ser una periodista que bastante discreción mostraba en la televisión—. Se nos ha destapado la periodista estrella de GOE.

—Cállate, Conni, cierra la maldita boca.

—Creo que deberías bajarla —opinó Alejo, mientras bebía un daikiri de durazno. Giovanni era su mejor amigo y, por ende, sabía de todo lo relacionado a Melina—. Está montando un espectáculo y se avergonzará cuando se le pase la borrachera.

—Que haga lo que quiera —masculló, con la rabia inundando todo su sistema circulatorio—. Vámonos, ya me aburrió este cumpleaños al que no sé porque accedí acompañarte, Alejo.

—Oye, vaquero, frena tu caballo —dijo Constanza, deteniendo a Giovanni—. Nos quedaremos hasta el fin del show, estoy segura que se viene lo bueno y no querrás perdértelo, mi amor.

Giovanni observó a Melina, que seguía bailando y bebía como si fuera una estúpida adolescente sin control. Quería bajarla de allí, cubrirla con su campera, pero no lo haría, porque aunque se moría por romper la cara de todos los babosos que la alentaban a bailar, debía de guardar las formas y compostura.

—¿Qué demonios? —preguntó Eloy, acercándose rápidamente al escenario—. Mey, baja de ahí ahora mismo —pidió, al verla ebria, bailando sexy—. Por favor, baja, cariño.

—No voy a bajar —gritó ella, tomando otro trago de champán y lamió de manera sensual la fresa que le habían dado, mirando de manera seductora a Giovanni, que apoyado en la pared, la miraba con ira—. Que me venga a bajar ese cabrón de mierda.

—Estás montando una escena, Mey —espetó Eloy, enojado, por los silbidos hormonales de los hombres—. ¡Qué bajes! ¡Mierda, Melina, hazme caso!

—Vete al diablo, Eloy.

—Okey, tú me obligas, cariño —Eloy se subió al escenario, alzó a Melina como si fuera un costal de papa y ante los silbidos e insultos de los presentes, sacó a Mey de allí—. Estás muy ebria.

—Y si no me bajas probablemente vomite en tu espalda.

—Para eso estamos los amigos.

Salieron al frío exterior, para suerte de Eloy, el estacionamiento se encontraba vacío y caminando, aun con Melina a cuestas, llegó hasta el Audi. Dejó a Melina sentada en el cordón y comenzó a buscar las llaves del coche en los bolsillos del pantalón.

—Maldita sea, le di las llaves a Andrés.

—¡Pues que ese idiota también se vaya a la mierda!

—Yo me haré cargo de ella —Eloy volteó, encontrándose con Giovanni y la chica rubia, hermosísima, que lo acompañaba. Se sorprendió de verlo, pues no creía que fuera a seguirlos ni mucho menos se ofreciera a quedarse con Melina luego del baile sensual que había dado en el antro. Sin embargo, dudó—. Créeme, tanto como tú, quiero sacarla de aquí —Eloy asintió, porque lo vio sincero, sabía que Giovanni Hichwen no era un depravado que pudiera aprovecharse de ella. El periodista asintió—. ¿Puedo pedirte un favor, Eloy?

—Sí, por supuesto.

—Ella es Constanza, una amiga, ¿la dejarías en su casa?

—Si te molesta llevarme, chico, puedo tomarme un taxi.

—¡Encima vienes con la zorra que te encamas a refregármelo en la cara!

—Oye, oye, oye, guapita borracha —Giovanni detuvo a Connie, no quería una pelea, porque sabía que su amiga no se callaría ante Melina—. Yo no soy ninguna zorra, así que relájate, cariño, porque si no te haré relajar yo.

—¡Pues relájame! Ya que compartimos al mismo hombre que más da.

—No puedo creer que estés enamorado de esta niña —chilló Connie, y miró a Eloy—. ¿Nos vamos? Porque juro que si esa guapita llega a decir algo más, no respondo de mí y le acomodo las ideas de una bofetada.

—Sí, vamos —murmuró Eloy y se volvió a Melina—. Mañana hablamos.

—Mañana probablemente ya me haya suicidado —Eloy río, le dio un beso en la frente y, con una mirada tímida, le indicó a la rubia que lo acompañara a buscar las llaves. Giovanni bufó y se acercó a Melina—. Eres la persona que menos quiero ver en mi vida, después de mi padre, claro.

—Nos vamos a casa, Melina.

—Yo contigo no voy ni aunque seas el último ser humano vivo en la tierra.

—Melina, deja de comportarte como una niña.

—¡Déjame en paz, Giovanni! Vete con esa maldita idiota.

—¡No sabes ni siquiera quién es Connie!

—Tampoco me interesa saber quién es la chica con la que te encamas —Giovanni iba a decir algo, sin embargo, vio a Melina palidecer. Se acercó a ella preocupado, pero se detuvo a tiempo cuando vomitó sobre sus zapatos—. Uy, vomité en tus bonitos Armani.

—¡Eres una cría de mierda! —gritó él, con la paciencia por el subsuelo. Se quitó ambos zapatos y los lanzó por ahí para descargar la furia que sentía. Estaba sacado, porque ella lo sacaba, ella era la única persona en la tierra que le hacía perder el control—. Te la das de mujer madura y eres una niña de quince años.

—¡Pues yo no te obligué a que te cruzaras en mi camino! —gritó, enojada, poniéndose de pie—. ¡Búscate una mujer madura!

—Ojalá pudiera, ojalá pudiera.

—Oh, espera, cierto que ya la tienes.

—Créeme que si hubiera otra mujer, ya te hubiera mandando bien a la mierda, Melina.

—Vete que nadie te retiene.

—No, ahora nos vamos, así que no voy a permitir que sigas dando la nota aquí, suficiente con el bailecito que hiciste frente a todos esos imbéciles.

—¡Que no voy contigo!

—Melina —gritó él, enojado y ella lo miró porque Giovanni nunca le había levantado la voz de esa manera. «Relaja esas tetas, Melina, porque tiene razón, te estás comportando como una niñata»—. Si no quieres que todo esto se vaya realmente a la mierda, sígueme callada y vamos al coche. Me está cansando tu actitud infantil y si estoy aquí, intentando remediar todo esto, es porque te quiero y creo en un nosotros aunque tú no.

—Tal vez yo no te quiera.

—Melina, deja de arruinar esto, te lo pido por favor.

—Tú ya lo arruinaste, maldito seas, cabrón de mierda.

—¡Te felicito, Melina! —espetó, aplaudiendo—. Me cansaste, ahora quien no quiere saber nada contigo, soy yo.

—Giovanni...

—Sígueme, te llevaré a tu casa y fin de la historia.

Ella obedeció, aguantando las ganas de llorar, porque no lo haría frente a él. Vio a Giovanni caminar descalzo, con medias, los zapatos los había lanzado al demonio y subió al Porsche al que a mediodía le había roto el vidrio, estaba arreglado, de seguro había costado un dineral el cristal. «¡Qué más da! El arreglo debe haber sido un vuelto para él», pensó, mientras suspiraba, viendo como Giovanni salía a toda velocidad del estacionamiento.

—Oye, que estés enojado, no significa que quieras matarme en un accidente de tránsito. Que yo sepa, Toretto no eres —Giovanni la fulminó con la mirada—. Aunque... ya te veo yo de viejo siendo calvo.

—Cállate.

—Pero... —Giovanni subió el volumen de la radio, inundando todo el automóvil de la música de Dani Martín—. Idiota.

Melina cerró los ojos por un momento, se le daba vuelta el mundo, no recordaba hacia cuanto no tenía una borrachera como esa. Pensó en su pasado, en los días que el alcohol se había vuelto un aliado para olvidar las peleas, las discusiones, el dolor en su familia. Tomo aire, porque no era un recuerdo bonito, por el contrario, era el recuerdo de cuán frágil puede ser una persona cuando el dolor se apodera de todo.

Se había dormido, porque cuando abrió los ojos, se encontraba frente a su edificio. Miró a Giovanni de reojo, él tenía la mano en el mentón y Melina, sabía que esa no era buena señal.

—Llegamos.

—Giovanni...

—No digas nada, por favor, Has hablado de más y sola has dicho puras estupideces —La silenció, mirándola a los ojos, estaba enojado, demasiado enojado—. Bájate, dúchate, recuéstate a meditar sobre tu actitud de mierda y luego duérmete.

—Pero...

—¡No quiero escucharte! —gritó, refregándose frenéticamente la cara con sus manos—. No tengo ganas de que sigas arruinando lo ya arruinado.

—¡Pues tú lo arruinaste, Giovanni! Dijiste que tus besos eran míos y, sin embargo, te encontré besándote con otra mujer.

—Si me hubieras dejado explicarte, quizás, hubieras sabido que era todo eso —Giovanni chasqueó la lengua—. Además, hablas de besos como si fueras una adolescente de catorce años, Melina.

—Ah bueno, ahora ya no tengo quince, sino que catorce.

—Eres muy niña para mi gusto.

—Yo lo vi todo, Giovanni.

—¿Por qué tú eres la santa en todo esto? ¿Por qué tu única versión es la que vale? ¿Por qué siempre todo tiene que girar en torno a ti? —Melina se sorprendió de lo que estaba diciendo. Giovanni se acercó a ella, pero no para besarla, sino para abrirle la puerta—. Tengo que irme.

—¿Vas a dejarme?

—¿Dejarte? ¿Cómo voy a dejarte si esto nunca comenzó?

—Me estás lastimando con lo que estás diciendo, Giovanni.

—¿Y tú? ¿Tú no me lastimas constantemente con tus actos y palabras? —Ella no respondió—. Nos vemos, Melina.

—Giovanni...

—No estoy para soportar caprichos, escenas, celos y tonterías de una niña —Le dijo al fin, mirándola—. Quizás no quiera esto para mí.

—Está bien, lo entiendo, no te preocupes que no sabrás nada de mí. Adiós, Giovanni.



Viernes 27 de Noviembre del 2015

Hacían dos semanas exactas desde que Melina y Giovanni no se hablaban. Dos semanas desde que Melina se sentía como la mierda. Dos semanas que su orgullo la estaba consumiendo. Lo extrañaba, extrañaba sus mensajes de buenos días, extrañaba verlo, besarlo, abrazarlo, hacerle el amor. Sin embargo, no iba dar el brazo a torcer, no iba a buscarlo, no haría nada más por él. "No estoy para soportar caprichos, escenas, celos y tonterías de una niña. Quizás no quiera esto para mí" había dicho él y esas palabras pesaban en Melina, porque resonaban una y otra vez para torturarla. Suspiró, porque no quería llorar, no lloraría nuevamente por un imbécil como él.

—¿Hasta cuándo, beba? —preguntó Eneas, entrando a su oficina sin golpear, mientras lamía un helado de agua sabor frutilla—. ¿Ah?

—¿Hasta cuándo qué, Eneas? Por cierto, hace frío para un helado, ¿no crees?

—¿Hasta cuándo dura el orgullo Centori? Y, por cierto, yo siempre estoy caliente —Ella suspiró, sin responder y siguió navegando en la web—. Vamos, Melina, ¿dejarás esto así?

—Tú hermano me dejó en claro que no quería una mujer como yo a su lado.

—Giovanni estaba enojado y dijo cosas que dolían como tú también lo has hecho.

—No haré nada porque yo vi un beso con esa chica.

—Los besos están sobrevalorados.

—¿Qué quieres decir con eso, Eneas?

—Que un beso no es sinónimo de traición.

—Pues disculpa si mi pensamiento es demasiado retrógrado.

—Más que retrógrado es religioso.

—¿Qué cosas dices? ¿Qué tiene que ver la religión en todo esto?

—En nada, solo estoy diciendo que un beso no es infidelidad, que se yo, el sexo quizás lo es.

—¿Quizás?

—Bueno, cada quien tiene un concepto de amor y fidelidad muy diferente.

—Pues Giovanni no respetó mi concepto de amor —Eneas puso los ojos en blanco—. ¿Qué?

—Que a veces no pareces una mujer madura. Ya, ¿quieres saber quién es Connie? —Melina negó, porque no quería saberlo, no tenía ganas de enterarse que era alguna ex novia que había regresado en busca de su amor—. Es como nuestra hermana.

—Les gusta el incesto a los Hichwen entonces.

—Constanza es la madre de Augusto —Melina se quedó congelada por unos minutos ante la confesión, luego miró a Eneas que le sonreía y entonces todo comenzó a cerrar; esa mujer era igual físicamente a Gus. ¿Cómo no se había dado cuenta de eso? Definitivamente los celos y el dolor la habían cegado por completo—. Y si besó a Gio es porque desde adolescentes que siempre fueron mejores amigos y, bueno, Connie es algo... expresiva de más con él. Pero si ella hubiera sabido que tú estabas ahí o que Giovanni andaba con alguien no lo hubiera besado.

»Giovanni me pidió que no me metiera, que dejara que te revolcaras en tu propia mierda —Melina fulminó con la mirada a Eneas al escuchar eso—, que solita te ibas a dar cuenta tarde de tu error. Pero yo te quiero y facilité los trámites, soy como el cupido del siglo XXI, nada más que con ropa, aunque no estaría mal andar en calzones todo el tiempo.

—Estamos hablando de algo serio, Eneas. ¿Ella regresó por Gus?

—Sí, regresó por él.

—Pero... pero lo abandonó —acusó, celosa, porque no quería que nadie le robara la atención de su niño. Tenía un vínculo muy fuerte con Augusto, tanto, que a pesar de no querer saber nada del entorno de Giovanni, había visto al niño en varias oportunidades esas dos semanas—. ¿Cómo es que regresa así como así?

—Bueno, yo la verdad que en eso no voy a meterme. Solo... voy a decirte que te has confundido feo y mi hermanito merece una buena disculpa.

—Giovanni dejó en claro muchas cosas.

—Melina, no seas orgullosa.

—No quiero hablar con él.

—Okey, revuélcate en tu orgullo —musitó el menor de los Hichwen, poniéndose de pie—. Eres tú la equivocada, él merece una disculpa y no es él quien debe buscarte esta vez.

Melina suspiró, tapándose el rostro con las manos, porque sí, se había confundido feo al acusar a Giovanni de todo. Moría de la vergüenza todavía por haberle roto el vidrio del Porsche y ni hablar del baile tonto que dio en esa discoteca; había cometido muchos errores presa del dolor, la tristeza y la fisura en su corazón. Ya no era la Melina de diecisiete años para comportarse de ese modo, no era una niña, era una mujer adulta que debía comportarse como tal.

Agarró todas sus cosas, le dijo a Sergio que se iría porque ya había terminado con todo y, en vez de dirigirse a su barrio, partió hacia La Moraleja. Probablemente Giovanni la echara, estaba en su derecho, pero antes él tenía que escuchar muchas cosas.

Saludó a Oscar, el jefe de seguridad, que le indicó que ni Nelly ni el niño se encontraban en la casa, pero que el señor, estaba en el balcón leyendo. Melina asintió agradeciéndole y recorrió la casa que ya se sabía de memoria.

Tomó aire al verlo de espaldas, apoyado en la baranda, como si admirara el barrio. Finalmente, abrió la puerta de vidrio y salió.

—Oscar, te dije que necesitaba un momento a solas.

—No soy Oscar —Giovanni volteó, sorprendido por esa voz. No se esperaba ver a Melina en su casa, sin embargo, en ese momento lo invadió toda la rabia contenida que tenía por ella. Volteó de nuevo, dándole la espalda—. Sé que no quieres escucharme, pero... necesito serte sincera, Giovanni —Él no respondió—. Primero, quiero pedirte perdón por no dejar que me explicaras que... Constanza es la madre de Gus.

—Supongo que al abreboca de Eneas no puede con su ser y debe meterse en donde no lo llaman.

—Él solo quería ayudar.

—¿Ya terminaste? Puedes irte.

—No, no termine —prosiguió ella y suspiró, armándose de paciencia, porque comprendía que él estuviera muy enojado—. No voy a negar que... dolió verte dándole un beso a Constanza, fue... chocante, porque creí que tus besos eran míos. Independientemente que fue una reacción de ella, me dolió, fue horrible. Y... mierda, ya sé que quizás tengo un pensamiento demasiado infantil.

—Yo creí que tu cuerpo era mío y, sin embargo, no te importó mostrarlo frente a todos esos idiotas hormonales.

—Estás diciendo algo sin sentido.

—Como lo hiciste tú, Melina.

—Estaba enojada.

—¡Estabas comportándote como la cría que eres! —chilló él, volteando para verla. Porque la creía más madura, no una niña, no de esas chicas caprichosas que comenten tonterías solo porque están enojadas. Por televisión Melina se veía como una mujer madura, pero en el amor, en esa cuestión era una adolescente inexperta y eso lo desconcertaba—. Esas estupideces las hace una quinceañera.

—¡Me cuesta todo esto del amor, Giovanni! —gritó ella, llorando, porque hasta ahí había llegado su fortaleza. Giovanni ladeó su boca al verla de esa manera tan frágil, quería abrazarla, decirle que la perdonaba. Pero no lo hizo, porque ella se estaba abriendo ante él por primera vez y necesitaba conocerla—. Ya sabes de mis padres y... cuando ellos se separaron, fue un golpe duro para mí y dio casualidad que fue en el mismo tiempo en que me enteré de la infidelidad de Ismael, mi primer novio —Giovanni, sin conocer a Ismael, comenzó a sentir odio hacia él por haber lastimado a Melina—. Dos de los hombres más importantes de mi vida me habían defraudado, con una infidelidad, una traición hacía mí.

»Caí en una leve depresión —admitió ella, colocándose un cabello detrás de la oreja, porque era duro recordar todo eso—, bajé de peso, me diagnosticaron migraña, comencé a beber de más y lo único que quería era morirme para no sentir más dolor. Barbie y Cat me dijeron que buscara ayuda con un psicólogo, pero yo no quería, no quería que nadie me ayudara, quería de una forma u otra hundirme. ¡Mierda! No lo sé, el dolor se apoderó de mí y actúe de una manera tan... tan tonta.

»¿Sabes? Es dura la traición y más si viene de tu propio padre también —Giovanni la miró a los ojos, sus ojos estaban llenos de lágrimas y él solo quería consolarla, pero no se atrevía a invadir su espacio—. Si bien mi papá nunca me traicionó a mí directamente como tú me dijiste esa noche aquí, algo en mí se rompió, se enterró ese ideal de que él era el hombre perfecto. Y la traición de Ismael me devastó por completo, sentí que nadie más podía quererme, que lo único que podía hacer era llorar, culparme, no sé, revolcarme en mi propia mierda —Melina sorbió su nariz—. Yo... que escribo romance, historias de amor, quizás... quizás no sepa lo que es amar de manera... tranquila, en paz, no lo sé, normal.

—¿Y luego qué hiciste?

—Comencé a emborracharme y lastimarme porque era muy difícil sobrellevar el dolor emocional —Giovanni cerró los ojos al comprender a qué se refería y entonces recordó, porque en el departamento de Melina había pocos cuchillos con filo—, comencé a cortarme los brazos, a rasguñarme, hasta que...

—¿Hasta qué?

—Hasta que quién me lastimó, sin saberlo, me dio una solución.

—No entiendo.

—Ismael se enteró por Barbie que yo me autoflagelaba y me recomendó escribir —Giovanni alzó las cejas sorprendido—. Un día me senté frente a la computadora y empecé a escribir una historia cualquiera como para distraerme. Fue... fue así que encontré el modo de canalizar mis emociones mediante la escritura y decidí dar un giro a mi vida. Era seguir tirada en la cama llorando o salir adelante.

—Y saliste adelante.

—Sí, salí adelante, pero costó. Me propuse estudiar periodismo, terminar la carrera en tiempo y creo que venir a España fue huir un poco de todo lo que había pasado.

»Me fue difícil salir de la tristeza, Giovanni. Es... no lo sé, la tristeza es tan adictiva que puedes permanecer siempre en ella, el dolor para mí es placer en ocasiones, es... difícil de explicarlo y suena a que estoy loca, quizás estoy un poco loca. Independientemente de eso, yo tuve la suerte de tener unos rayos de luces que eran mi madre y mis amigas, que nunca me soltaron, que siempre permanecieron a mí lado y me sostuvieron cuando quería caer.

»Sin embargo, sé que han quedado secuelas de todo lo que he vivido y no es fácil sobreponerse a eso. Yo... simplemente le tengo pánico al amor, le tengo miedo a la traición, al dolor, a volver a caer en la mierda de la cual me costó tanto salir. Le tengo miedo a lo que no conozco y... no lo sé, creo que tengo que aprender lo que es el querer.

»Yo no quiero sufrir más, no quiero que me lastimen y fue así que me volví una mujer fría, calculadora a veces, egoísta y que piensa en sí misma. Creí que si no me importaba nada, nadie podría lastimarme, ni quitarme el sueño, ni volver a meterse dentro de mi corazón.

—¿Por qué siento que sigue un pero?

—Porque lo hay —Melina se secó las lágrimas con el puño de su chaqueta y sonrió de lado con tristeza—. Pero... apareciste tú, Giovanni.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Ha habido hombres en mi vida después de Ismael, no muchos, pero yo simplemente no podía sentir, no podía abrirme ante ellos, siempre había algo que me impedía entregarme o volver a creer.

»Entonces apareciste tú y simplemente pusiste en cuestión todo lo que yo soy y era. Apareciste devolviéndome las ganas de querer estar con alguien, de querer, de besar, hacer el amor o no lo sé, simplemente ir al cine, a comer, cosas clichés. Antes de ti no creí que podía sentir algo por alguien.

»Yo era estable antes de ti, Giovanni —Melina lo miró a los ojos, porque le dolía admitir algo como eso, era darle una carta importante a él—. Tú me desestabilizas emocionalmente, tú me haces sentir celos, compórtame como una niña, me haces querer besarte y al rato mandarte al diablo. Derribaste sin quererlo mi muro, dejándome desnuda, temerosa, con la herida aún expuesta. Yo —Melina lo miró, como si hubiera abierto un candando en su mente—, yo... creo que tu expusiste todo eso que yo tanto he guardado, lo malo, todo lo malo que ha sucedido en mi vida.

—Melina, yo...

—Tú no tienes la culpa de esto —aclaró ella, al verlo angustiado—. Soy yo quién no sabe si está preparada para un sinfín de emociones como las que produce el amor. Soy yo la que no puede estar bien con alguien cuando tiene miedos que son inmensos, cuando tengo inseguridades que ponen en riesgo mi ego, no sé si estoy preparada para amar, Giovanni. Estoy enamorada de ti, no puedo negarlo, me enamoraste y una parte mía desearía estar contigo, jugársela.

—¿Y la otra?

—La otra sigue construyendo a paso lento otro muro porque cree que puedo salir lastimada nuevamente. La otra tiene fantasmas del pasado que la atormentan, que la persiguen y muchas veces la encarcelan provocando que me aleje de la manera en que lo hago. Yo... no sé cómo se ama bien. ¿Qué podría ofrecerte? Si a veces no me quiero ni yo misma.

—Puedo ayudarte, Melina. Te quiero.

—No sé si quiero ser ayudada —admitió ella, mirando el cielo, intentando dejar de llorar—. Yo también te quiero, Giovanni, pero no es fácil querer a alguien como yo. No es fácil que estés al lado de una mujer rota en mil pedazos. Quisieron arreglarme, pero... no pudieron y no sé si tú puedas hacerlo.

»Cargarías en tus espaldas miedos que no son tuyos y terminaría quizás arruinando una bonita historia de amor. Antes de ti tenía límites, nunca me enamoré de nadie, pero contigo... simplemente no pude establecerlos. Me entregué a ti con amor, ¿entiendes? —preguntó ella, llorando—. Contigo no fue sexo, contigo fue amor y eso me aterra de una manera que no puedes comprender. Yo... boicotearía esto, créeme, sé que lo haría por mí mismo miedo al amor.

—Déjame ayudarte, Melina. Déjame curarte, sanarte, pero... no me hagas a un lado.

—Dijiste que no querías esto para ti —musitó ella, dolida, porque esas palabras habían calado hondo—. Esto es lo que soy, Giovanni.

—Y eso me hace quererte aún más.

—Perdóname, pero yo... no puedo con esto —Melina lo miró a los ojos, completamente perdida en sus pupilas azules—. Adiós, Giovanni. 

Ay, Melina, Melina, qué exasperante puede ser nuestra chica, verdad? Pero bueno, también debemos entender todos los miedos y tormentos que tiene. ¿Hasta cuándo soportara Giovanni? Mmm, veremos. GRACIAS POR EL APOYO INCONDICIONAL ♥ De verdad, amo leer sus comentarios y lo que producen mis personajes en ustedes, me hace muy feliz. Mucho amor a la distancia ♥♥♥

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