Hija de la Muerte -Ganadora d...

By AMBresler

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"Tengo que tomar una decisión sobre el chico que amo, Gianmarco. Tengo que decidir cómo va a morir él." "Hija... More

A mis lectores
BookTrailer
Introducción -Fátima-
Reconstrucción -Fátima-
El Derrumbe -Fátima-
El Derrumbe Pt.II -Fátima-
Fantasmas Pt. I -Fátima-
Fantasmas Pt. II -Fátima-
Fantasmas Pt. III -Fátima-
Cama de Alfileres Pt. I -Fátima-
Cama de Alfileres Pt. II -Fátima-
Qué Soy -Fátima-
Típica -Fátima-
La Esquina Pt. I -Fátima-
La Esquina Pt. II -Fátima-
La Esquina Pt.III -Fátima-
Resonancia -Fátima-
Bahiana y el Cuadro Pt. II -Fátima-
Olivia Pt. I
Olivia Pt. II
Basta de Juegos Pt. I -Fátima-
Basta de Juegos Pt. II -Fátima-
En el Medio Pt. I
En el Medio Pt. II
Año Nuevo -Fátima- Pt. I
Año Nuevo -Fátima- Pt. II
La Asesina de Palermo -Fátima- Pt.I
La Asesina de Palermo -Fátima- Pt. II
Gen Errante
Hija de la Muerte -Fátima-
Aliada
Confesiones -Pt. I-
Confesiones -Pt.II-
Nunca Más
El Puente -Fátima-
Epílogo

Bahiana y el Cuadro Pt. I -Fátima-

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By AMBresler


Gianmarco salió de mi vida, esta vez, por voluntad propia. Me tuve que recordar una y mil veces que yo lo quise así. Todas las veces, me tuve que decir a mí misma que era eso lo que había buscado.

El frío y los cielos grises invadieron Córdoba pronto, y se sintió... Apropiado. Se sintió muy apropiado, en vista de que así de apagada y solitaria me sentía yo por dentro. Era solo una partecita más de aquella ciudad, paseándome por las calles con un gorro de lana gris oscuro y la ojerosa mirada clavada en el suelo, siempre rogando no encontrarme a Gianmarco porque era consciente de que no resistiría otro encuentro. Se me encogía el estómago de sólo pensar en esa mueca furiosa con que se había quedado en la vereda, sin que yo pudiese saber a ciencia cierta qué recuerdo se estaba llevando de mí.

Ya ni siquiera quería llorar, y creo que estaba resignada a lo que me había tocado, aunque muchas veces me sorprendía a mi misma intentando excusar las cosas que habían pasado para no tener la culpa y no estar obligada a la condena de la soledad.

La caldera pudo simplemente haber estallado, ¿saben? No es que yo tenga la capacidad de hacer explotar algo con mi mente.

Rocío se cayó sobre vidrios, era inevitable que muriese, el colegio era viejo y le faltaba mantenimiento.

Ana Paula, Lucio y los demás chicos... Bueno, las autoridades habían dicho que fue un fallo eléctrico, ¿cómo voy a producir yo un fallo eléctrico en una casa? Ni siquiera sabía que eso podía pasar hasta ese día.

Y mi tío trabajaba de policía, quizá no es exactamente que el karma me haya hecho pagar, sino que era algo que sucedía: Un enfrentamiento, armas, gente peligrosa... ¿Cómo podía ser eso mi culpa?

En cuanto a ese ladrón: Se suponía que estaba muy drogado. ¿Acaso no era posible que las drogas que había consumido le diesen ese terrible final?

Intentaba convencerme de todo eso, pero, cuando me encontraba fuera de mi edificio mirando a la esquina, con los ojos clavados en las ventanas de la cafetería de la Susi, dudando sobre lo que estaba bien y lo que estaba mal, siempre terminaba volteándome para tomar el camino más largo.

Pedía perdón.

Ya no sabía a quién: A un Dios sobre el que a veces dudaba, a los muertos que no sabía si eran por mi causa, a Gianmarco cuando quizá estaba salvándolo, y a mí misma.

Sobre todo, a mí misma.

Porque sabemos que no me dejaron opciones y tal vez, tal vez yo no merecía estar tan sola como estoy. Tal vez merecía más. Tal vez ya pagué por mis culpas y a quien sea que esté haciendo esto no le parece suficiente, pero a mí sí.

Perdón a mí. Perdón Fati. Te merecés más, pero tengo demasiado miedo.

Fui buena, me esforcé, realmente lo intenté. Es que no sé cuánto tiempo más voy a tener que pagar por estúpidos impulsos de mi adolescencia durante los cuales ni siquiera sabía lo que estaba haciendo.

Sin embargo, la maldición está. Solo por eso, ya no regresaré junto a Gianmarco.

Lo quiero, y eso debe terminarse.

Me enfoqué por completo al trabajo y al estudio. En mis tiempos libres no hice otra cosa que leer grandes volúmenes, cosa a la que tuve que acostumbrarme pues en realidad nunca me gustaron demasiado los libros. Compré un caballete y lienzo para practicar en casa, siempre con el televisor encendido de fondo para que me hiciese compañía y acallara a esa vocecita que me preguntaba si esa sería mi vida por el resto de mis días.

Me estaba esforzando por mejorar en, al menos, un aspecto. Realmente lo estaba haciendo, me importaba ser más de lo que era.

Un día, una profesora llegó con una actividad inofensiva pero que pondría mi mundo pies arriba: Debíamos pintar un ojo. Nuestro ojo. Debíamos hacerlo lo más realista posible y debíamos asegurarnos de que transmitiera alguna emoción sin poder contar con rasgos faciales creados por los labios o las cejas.

Me di a la tarea, cosa que nos llevaría unos cuantos días para lograr que se viese hiperrealista. Me lo llevé a casa y seguí trabajando en él cada noche cuando regresaba de trabajar. Le puse mucho ímpetu para lograr que se viese bien, que los matices fuesen los correctos, que las pestañas tuviesen la longitud exacta y proyectaran bien su sombra, que los reflejos estuviesen en los lugares indicados.

Sin embargo, no importaba lo que hiciese: Había un efecto que nunca conseguía, y una de mis compañeras, la que pintaba a mi lado en clases, lo había notado. Un día, se asomó ligeramente para mirar mi cuadro y una leve sonrisa se dibujó en sus labios.

—Tenés una mano increíble —admitió—, pero tu ojo se ve triste.

Torcí el gesto, pues yo había notado lo mismo, mas creí que era mi imaginación. Me aparté para poder mirar el cuadro que ella estaba pintando. Era un enorme y reluciente ojo de un azul intenso que refulgía como mil soles y despertaba el deseo de bailar por el entusiasmo que irradiaba. Miré a su dueña y pude comprobar que, en efecto, sus ojos eran así.

Ella me sonrió al notar que me estaba desanimando.

—Tuve que hacer esta misma actividad hace dos años —admitió—. Mi ojo se veía igual al tuyo, lo rehíce unas diez veces y nunca conseguía otra expresión.

—¿Qué cambiaste para lograrlo? —le pregunté señalando el lienzo.

Y ella me dedicó una sonrisa entristecida.

—Mi vida —respondió.

Maldición, eso no era algo que yo pudiese cambiar. Mi ojo se vería triste por siempre. Me encogí de hombros e intenté enfocarme en mi cuadro, aunque ya no me sentía entusiasmada con la idea de finalizarlo y aquella noche no me lo llevé a casa.

Hice algo distinto aquel día.

Compré una cerveza y, por primera vez en mi vida, compré cigarrillos.

Me senté en el balcón y dejé caer las piernas al vacío con mi bebida y un cigarro encendido. Contemplé el patio interno que había al final, a nueve pisos de distancia, preguntándome si una caída desde allí sería capaz de matarme. No, no estaba contemplando el suicidio, eso ni siquiera pasaba por mi cabeza. Sólo comenzaba a preguntarme si algo en aquel mundo tenía la capacidad de destruirme, pues dudaba sobre mi humanidad.

Me había preocupado tanto ese cuadro porque se suponía que era mi reflejo. No podía cambiar detalles pequeños para poder ser al menos un poco feliz: Tenía que cambiar toda mi vida. Sabía lo que significaba eso: Debía animarme a acercarme a las personas sin temor a mi karma, pero... Para eso necesitaría volver a nacer, porque no podía simplemente fingir que no estaba maldita.

No importaba cuántas veces intentara convencerme de lo contrario.

Al final, la culpa de la muerte de todas aquellas personas siempre terminaba recayendo sobre mis hombros.

Me apoyé contra la baranda y cerré los ojos.

Aquella noche me encontré bailando con Gianmarco una vez más. Recorrí esos recuerdos, riéndome a carcajadas mientras él intentaba redimirse por medio de pasos descoordinados y exagerados, tan sumida en aquel escenario que casi podía escuchar la música a la perfección. Me vi sentada en el sillón, apoyada en su pecho, contando sus latidos y permitiendo que alguien me protegiera de mis propios crímenes por una noche. Me vi abriendo mi corazón, contándole que era un monstruo y recibiendo un abrazo como respuesta.

También me vi gritándole y cerrándole la puerta en la cara, mientras él me exigía comprender qué demonios pasaba conmigo.

Abrí los ojos y me encontré sola, balanceándome hacia el vacío y contemplando todos aquellos departamentos donde las personas se refugiaban de frío, oyendo los ecos de todas las fiestas que se habían realizado allí.

Al día siguiente, corrí a clases entrando mucho más temprano de lo normal. El alivio me invadió al ver que la chica ya estaba allí, dándole los últimos retoques a su magnífico cuadro. Alzó la mirada al notarme, y se le escapó una risa divertida cuando me frené a pocos centímetros, jadeando y con la coleta desacomodada.

—¿Cómo lo hiciste? —inquirí. La sonrisa de ella se acentuó. —¿Qué cambiaste en tu vida?

Como toda respuesta, ella arqueó una ceja sin perder la mueca de sus labios y tendió una mano hacia mí para que yo la estrechase.

—Bahiana Rossi —se presentó.

Me aclaré la garganta, avergonzada por el modo en que la había abordado. Estreché su mano tímidamente y le dije mi nombre:

—Fátima Andreani.

—Lo sé —se limitó a responder ella. Apartó su mano y, por su mirada, supuse que ella sabía algunas cosas sobre mí. Quizá había oído sobre la tragedia de Rawson. —Te invito una cerveza cuando salgamos —sugirió—, así podemos conversar tranquilas.

Iba a responderle que no podía, inventándome velozmente un motivo. Sin embargo, la profesora estaba entrando y pidiendo que sacáramos nuestras herramientas para trabajar. Mientras daba los últimos retoques a mi cuadro y me resignaba a entregar un ojo desanimado y triste, decidí que en realidad sí quería ir a tomar una cerveza con Bahiana, al menos para descubrir qué sabía de mí y qué me había llevado a preguntarle aquello tan desesperadamente.

Dudé cuando las clases terminaron, pero Bahiana me llamó por medio de gestos para que me diese prisa.

—¡Vamos! —me dijo—. ¡Tengo cosas que hacer más tarde!

Me limité a seguirla sin voluntad, como si ella me hubiese lanzado un anzuelo y me estuviese arrastrando fuera del agua. Caminé unos pasos tras ella, observando cómo se balanceaba su melena rubia a sus espaldas. Bahiana era un metro setenta de pura belleza elegante y estilizada, parecía una actriz inglesa con mucha clase y, a la vez, cierta chispa llamativa. Sus ojos azules estaban cargados de viveza y su sonrisa pícara guardaba secretos.

Me sentía ínfima a su lado y lamenté no haberme arreglado un poco aquel día. Parecía un trapo de piso.

Bahiana capturaba todas las miradas con sus piernas largas y su andar seguro. Yo era poco más que un insecto escuálido y ojeroso, arrastrándome tras ella e intentando que nadie me viese.

La chica me indicó un asiento para que me sentara y se ubicó frente a mí. Llamó al mesero con una sonrisa resplandeciente que pareció atontarlo por un instante, pidió dos cervezas y sándwiches de miga.

—Comé —me indicó, divertida—. O vas a desaparecer antes de descubrir el secreto de la verdadera felicidad.

Me sentía demasiado cohibida e incómoda. Había pasado una eternidad desde la última vez en que tuve que relacionarme con otra mujer. Más precisamente, la última chica con la que hablé fue Pía, y siempre estábamos compitiendo. No había forma de competir con Bahiana, al menos no para mí: Tendría que encontrar otro modo de relacionarme. Quizá simplemente escuchándola bastaría, pues quería que me dijera cómo había pasado de un ojo como el mío, a uno como el suyo.

—¿Y cuál es? —le pregunté tomando un sándwich con una mano trémula.

—¿El secreto de la felicidad? —Bahiana se hamacó en su silla y bebió un buen trago de cerveza. Perdió su mirada a lo lejos, pensativa. —Supongo que es la estupidez. Ir por ahí con la certeza de que, en realidad, a nadie le importa quién sos y lo que hacés...

—No fue así para mí —recalqué yo. A Lucio y Ana Paula les había importado mucho lo que yo hice.

Bahiana se volvió hacia mí como si, de pronto, estuviésemos en dos canales distintos. Me dio la sensación de que me estaba perdiendo de algo muy importante, pues, a juzgar por su expresión, habíamos asumido cosas distintas.

—Pará —me dijo—. ¿Entonces no me reconociste?

Negué con la cabeza, comenzando a sentirme avergonzada. ¿Acaso me encontraba frente a una famosa actriz o una estrella novedosa del pop? Ella podría ser cualquiera de las dos.

—¿Vivís en un táper? —bromeó con una sonrisa desconfiada.

—Básicamente —admití.

—Soy la asesina de Palermo —me dijo finalmente.

Pude relacionar ese título con cierta información que había rondado un año atrás. Yo me apartaba de las noticias, pero era imposible no oír rumores: En Palermo, Buenos Aires, una chica de dieciocho años mató a su novio lanzándolo por el balcón de su departamento. Muchas investigaciones se hicieron al respecto y, aunque no tenían realmente pruebas contra ella (ambos habían bebido mucho y el muchacho podría haberse caído por sí mismo en medio de la pelea), todo el país juraba que fue la culpable.

Dos causantes indirectas de una muerte en la misma mesa, ¿cuáles son las probabilidades de eso? No somos lo mismo, por supuesto, pero ¡vaya!

—No lo sabía —fue todo lo que brotó de mis labios.

—Eso es un cambio muy agradable —admitió ella—. Los que no me conocen por las noticias, vieron memes sobre mí en las redes sociales.

—No entro mucho a las redes.

—Entonces estás cerca del secreto de la felicidad —me informó Bahiana—. Claro que debe ser difícil convivir con la idea de que todas esas personas murieron porque justo estabas celebrando tu cumpleaños en un edificio que iba a estallar.

Ella sí me había reconocido.

—Lo es —murmuré.

—Pero no fue nuestra culpa —señaló Bahiana. La seguridad en sus propias palabras era casi contagiosa. Alzó su vaso de cerveza hacia mí. —Y brindo por quitarse esa mochila de mierda de encima.

Parecía una princesa, pero hablaba como un camionero. Choqué mi vaso con el de ella y no me sorprendió cuando la chica derramó algo de cerveza sobre la mesa: Esperaba algo así por su parte. Bahiana bebió unos cuantos tragos y se dejó caer en el respaldo de su silla, pensativa.

—Gabriel y yo habíamos tomado mucho esa noche —me contó como al pasar—. Estábamos peleados, cortábamos y volvíamos todo el tiempo. Fuimos a mi departamento peleándonos y empujándonos durante todo el trayecto. Nos seguimos gritando en el balcón y yo estaba entrando a la sala cuando él tropezó con una botella vacía. La baranda era baja, así que simplemente cayó. Se reventó la cabeza.

Esa información era mucho más gráfica de lo que yo necesitaba.

—Lo siento —susurré.

—Yo no. —Bahiana tomó otro trago con indiferencia—. Era un maltratador imbécil y consentido, y su madre era una arpía venenosa.

—¿Y podés justificarlo con eso? —la pregunta brotó de mis labios sin siquiera proponérmelo. Pensé que eso la ofendería, pero sólo le arrancó una vaga sonrisa.

—Puedo ser una ignorante feliz, si es lo que me estás preguntando —me respondió—. Hace tiempo que dejé de buscar justificativos, Fátima. Deberías intentarlo.

Terminó su cerveza y llamó al mesero para que le cobrara. Pagó por todo y se negó a aceptar los pocos billetes arrugados que yo llevaba.

—Pagan mis viejos —me aseguró. Sospeché que había alguna historia escondida tras esas palabras también.

Yo sólo la miraba como si fuese la más interesante obra de arte que se había cruzado en mi camino. Pocas veces en mi vida me encontré frente a una persona a la cual realmente me interesaba entender. Quería que ella siguiera hablando porque, de cierto modo, escuchar la forma cruel que tenía para referirse a todo me hacía sentir mejor sobre mí misma.

Bahiana se puso de pie, llevándose todo el encanto con ella. Me encontré sentada en un lugar gris y oscuro como si se hubiese roto un hechizo.

—Se me hace tarde para mi "visita al psicólogo." —Utilizó sus dedos para remarcar las comillas, cargando aquellas palabras con ironía. —Innecesario, pero de otro modo tendría que volverme a Palermo. —Me dedicó su más deslumbrante sonrisa, anotó un número en una servilleta y me lo dio—. Escribime, podríamos salir esta noche.

Me sentí muy incómoda de nuevo.

—Uy, no, no creo que sea buena idea.

—Te lo perdés. —Me guiñó un ojo y se marchó sin más.

Tardé unos pocos minutos en salir del estupor lo suficiente como para regresar a mi casa. No estaba segura de si Bahiana me agradaba, pero no podía negar que era muy interesante. Eso no cambiaba las cosas, porque sería otra persona encaminándose a una muerte segura desde el momento en que se había sentado a hablar conmigo.

Y, sin embargo, el viernes por la noche me encontré escribiéndole para preguntarle qué estaba haciendo y si la propuesta de salir seguía en pie.

Este capítulo va con dedicatoria especial a @@Brunomol1na por todo el aguante! Gracias por haber entrado a Wattpad sólo por esto, por seguir a Asesina todo el tiempo y siempre hacerme llegar tus comentarios que me dibujan una sonrisa en los labios cada vez que los leo. Esto es especialmente para vos!

Gracias a todos, espero que estén disfrutando la lectura :)

Besos y Abrazos!

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