El Derrumbe Pt.II -Fátima-

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Mi mamá había amagado con arrepentirse varias veces a lo largo de la semana. Al parecer, la culpabilidad que sentía no era lo suficientemente grande como para aplacar su preocupación a la hora de imaginar su preciado departamento repleto de adolescentes ebrios y hormonales. En unas cuantas oportunidades se acercó a mí para preguntarme si no prefería salir al boliche, gastar media fortuna en ropa o, incluso, hacer un viaje por Europa o pasar todo el siguiente invierno en Bariloche. Las ideas eran tentadoras, le concedo eso, ¡hasta me sugirió comprarme un auto! Pero no di marcha atrás, porque ella había elegido divorciarse y yo elegía una fiesta a lo grande que, por un rato, les diese otras cosas por las que ocuparse. Como por mí, por ejemplo.

Así que el viernes llegó implacablemente y el reloj ni siquiera había marcado las diez de la noche cuando el timbre comenzó a sonar. Yo abría la puerta y los invitaba a pasar mientras alguien ponía la música y alguna otra persona comenzaba a sacar bebidas de Dios sabía dónde. A veces miraba a mis padres y me sonreía a mí misma al notar sus ojos desorbitados y sus expresiones que claramente querían decir: "Esto fue una pésima idea". Ellos tenían muchas pésimas ideas, era grandioso que lo estuviesen notando.

Uno de mis amigos, Ale, había llevado un equipo de luces y lo estaba instalando. El hermano mayor de Pauli, Rami, se había apoderado de una mesa para preparar los tragos y repartirlos. Yo me paseaba por todos lados con una mini falda extra mini de cuero negro, un top que dejaba poco a la imaginación y los zapatos más altos que era capaz de calzarme sin sufrir una fractura de cráneo en caso de caerme. Había sido una semana rara, pero ahí estaba yo, paseándome con una sonrisa triunfal en los labios. Había vuelto a ser la abeja reina y no había nada que pudiese quitarme mi trono.

Mucha gente llegaba a la fiesta, algunos eran amigos, a otros los conocía, algunos rostros no me resultaban siquiera familiares. No importaba quiénes fueran, qué edad tuviesen o si eran hombre o mujeres, las reacciones eran las mismas cuando se fijaban en mi atuendo: Abrían mucho los ojos y me lanzaban un comentario cargado de admiración, indiferentemente de si después repetían lo mismo con un dejo de veneno en la voz. Me sentía en la gloria, juro que hubiese construido un monumento de mi persona esculpido en hielo o hubiese colgado un póster de mí misma en mi habitación. Esas cosas pierden sentido con los años, pero ahí estaba: Cumpliendo diecisiete años y creyéndome el ser más irresistible que alguna vez había pisado esa tierra. Dicen que todos habitamos en realidades distintas y, al parecer, la mía quedaba en la última esquina de Andrómeda. Voy a ser más específica: Había comprado un pony que cagaba arcoíris de brillantina y me había sentado a vivir en la más alta nube de pedos.

Con el pasar del tiempo he descubierto que esas ilusiones duran lo que un suspiro. Estallan como un globo te revienta en la cara sin previo aviso, y la aguja que hizo estallar al mío apareció en forma de Federico y Pía llegando a mi fiesta juntos, pasados de copas y estallando en carcajadas al ver mi expresión perpleja. Puede ser peor que eso: Pía estaba el doble, ¡no! ¡el quíntuple de hermosa que yo! ¿Tuvieron alguna vez la sensación de que su rostro se convierte en una masa de plastilina expuesta al sol y simplemente se derrite sin que puedan hacer nada al respecto? Fue exactamente eso lo que sentí cuando abrí la puerta y la vi con sus interminables piernas descubiertas y su vestido rojo de infarto.

Hija de la Muerte -Ganadora de los Wattys 2018-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora