Bahiana y el Cuadro Pt. I -Fátima-

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Gianmarco salió de mi vida, esta vez, por voluntad propia. Me tuve que recordar una y mil veces que yo lo quise así. Todas las veces, me tuve que decir a mí misma que era eso lo que había buscado.

El frío y los cielos grises invadieron Córdoba pronto, y se sintió... Apropiado. Se sintió muy apropiado, en vista de que así de apagada y solitaria me sentía yo por dentro. Era solo una partecita más de aquella ciudad, paseándome por las calles con un gorro de lana gris oscuro y la ojerosa mirada clavada en el suelo, siempre rogando no encontrarme a Gianmarco porque era consciente de que no resistiría otro encuentro. Se me encogía el estómago de sólo pensar en esa mueca furiosa con que se había quedado en la vereda, sin que yo pudiese saber a ciencia cierta qué recuerdo se estaba llevando de mí.

Ya ni siquiera quería llorar, y creo que estaba resignada a lo que me había tocado, aunque muchas veces me sorprendía a mi misma intentando excusar las cosas que habían pasado para no tener la culpa y no estar obligada a la condena de la soledad.

La caldera pudo simplemente haber estallado, ¿saben? No es que yo tenga la capacidad de hacer explotar algo con mi mente.

Rocío se cayó sobre vidrios, era inevitable que muriese, el colegio era viejo y le faltaba mantenimiento.

Ana Paula, Lucio y los demás chicos... Bueno, las autoridades habían dicho que fue un fallo eléctrico, ¿cómo voy a producir yo un fallo eléctrico en una casa? Ni siquiera sabía que eso podía pasar hasta ese día.

Y mi tío trabajaba de policía, quizá no es exactamente que el karma me haya hecho pagar, sino que era algo que sucedía: Un enfrentamiento, armas, gente peligrosa... ¿Cómo podía ser eso mi culpa?

En cuanto a ese ladrón: Se suponía que estaba muy drogado. ¿Acaso no era posible que las drogas que había consumido le diesen ese terrible final?

Intentaba convencerme de todo eso, pero, cuando me encontraba fuera de mi edificio mirando a la esquina, con los ojos clavados en las ventanas de la cafetería de la Susi, dudando sobre lo que estaba bien y lo que estaba mal, siempre terminaba volteándome para tomar el camino más largo.

Pedía perdón.

Ya no sabía a quién: A un Dios sobre el que a veces dudaba, a los muertos que no sabía si eran por mi causa, a Gianmarco cuando quizá estaba salvándolo, y a mí misma.

Sobre todo, a mí misma.

Porque sabemos que no me dejaron opciones y tal vez, tal vez yo no merecía estar tan sola como estoy. Tal vez merecía más. Tal vez ya pagué por mis culpas y a quien sea que esté haciendo esto no le parece suficiente, pero a mí sí.

Perdón a mí. Perdón Fati. Te merecés más, pero tengo demasiado miedo.

Fui buena, me esforcé, realmente lo intenté. Es que no sé cuánto tiempo más voy a tener que pagar por estúpidos impulsos de mi adolescencia durante los cuales ni siquiera sabía lo que estaba haciendo.

Hija de la Muerte -Ganadora de los Wattys 2018-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora