Prohibida » Justin Bieber

By hope-less

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❝En la vida me han prohibido un millar de cosas, pero lo peor es cuando conoces al amor que potencialmente pu... More

Prohibida
Prólogo
1. No se acerquen a ella
2. La llegada
3. Amor a primera vista
4. Propuesta
5. El solsticio
6. Día en la casa de la abuela
7. La cascada
8. No desaparezcas, por favor
9. ¿Qué es esto, Justin?
10. Joe's Kickboxing
11. ¿Quién es Marco?
12. Alejarme de ella
13. ¿Qué has hecho gran idiota?
14. La vida es un equilibrio
15. No podemos ser más amigos
16. ¿Dónde te metiste Olivia?
17. La escapada
18. Merezco una explicación
20. Y lo hago, me voy
21. Volveré a Inglaterra
22. Bienvenida a mi mundo
23. El mundo de Justin
24. Adiós
25. Cuéntame sobre ella
26. ¿Un novio?
27. Mi antigua vida estaba de vuelta
28. Ve a buscarla
29. Iré a buscar a Olivia
30. Londres
31. ¿Qué? ¿Estás en Londres?
32. ¿Por qué ahora?
33. Yo también te necesito
Epílogo

19. La confesión

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By hope-less

Olivia Jones.

Una niebla que ni siquiera sabía que existía nos rodeó y me abrumo por completo. Mis sentidos estaban completamente aturdidos, ¿Cómo era que Justin nos encontró? Podría haber jurado que él se mantendría distanciado mucho más de lo que realmente lo hizo. Su confesión de que no podríamos ser amigos me desconcertó por completo en un principio, por lo que mi primera reacción fue huir, luego me di cuenta que lo que había hecho Justin fue un acto completamente impulsivo, que con el tiempo él se daría cuenta de que no es realmente necesario que se mantenga fuera de mi camino, pero aquello fue más rápido de lo que pensé. 

La cabeza me daba vueltas y un constante chillido me aturdía, estaba totalmente conmocionada por la situación. No sabía qué hacer ni que decir, él quería una explicación pero yo no estaba totalmente dispuesta a dársela. Él se avergonzaría y se alejaría, cosa que ya había hecho, me apartaría de su lado, me empujaría como a un perro que tiene sarna y me tendría que volver a Inglaterra solo para no soportar la mirada de decepción que Justin me dedicaría todos los días. No definitivamente yo no estaba dispuesta a darle una explicación. Todo se estaba bien donde se encontraba.

Justin sin saber sobre su pasado. 

Ella escapándose de la larga y tortuosa vida que su padre le tenía preparada en Inglaterra.

Todo esto no hubiera sucedido si su madre aún se encontrara allí, ella habría comprendido todos los errores que había cometido y no habría permitido que su padre la castigara con algo como obligarla a hacerse cargo de su empresa de bolsa, o creía que de eso se trataba. Ella la habría alejado de las malas amistades, o por lo menos la habría aconsejado, pero ella ya no estaba allí con ella y debía aceptarlo. 

—¿Y? Estoy esperando Olivia, y debo decir que en estos momentos no tengo demasiada paciencia. —La voz de Justin le hizo abrir los ojos que siquiera sabía que había cerrado. Su voz sonaba dura y autoritaria, había elevado el tono más de lo normal y la miraba con el ceño fruncido, frustrado al no tener una respuesta. 

—Yo no creo que eso sea asunto tuyo, Justin. —Dije, sorprendentemente con la voz segura, sin temblar, balbucear o tartamudear, mostrándome como una mujer hecha. Casi podía imaginar la mirada orgullosa de su padre, diciéndole que iba a ser una buena negociadora en cuento él se cediera su más preciada posesión, su empresa. 

—Empezó a ser asunto mío cuando me quitaste las llaves de mi auto, me arrastraste y empezaste a conducir como si de caso contrario nos encerrarían en la cárcel por años. —Bueno, no, por años en la cárcel no quedarían, por lo menos no ellos dos, pero si quedarían demorados por lo menos una noche, y no quería eso. 

—Ya te lo he dicho, no creo que sea de tu incumbencia. —Volví a decir, parándome firmemente contra el cemento del estacionamiento abandonado. Una brisa de verano provoco que el vello de mis brazos se erizara y que un escalofrió recorriera toda mi columna. 

—Pues si lo es. —Él se ergio frente a mí, haciéndose más alto que yo. Tuve que estirar mi cuello para verlo a los ojos desafiantes. 

—Uh Olivia, creo que deberías decirle. —Marco se acercó a mí y apoyo su mano en hombro, confortándome, o tratando de hacer por lo menos. Yo miro a Marc incrédula, no claro que no debería. 

—No creo que s…—Marco negó con la cabeza y me miró fijamente. —No sé por dónde empezar. 

—Puedes hacer cuando nos reencontramos en Japón ¿Lo recuerdas? —Él dice en mi oído y yo asiento mientras fijo mi mirada en Justin, el aún está cerca de mí, pacientemente esperando. 

Tres años atrás…

Me encontraba en un continente diferente, un país diferente con un idioma que no comprendía para nada. Sola y perdida en Japón ¿Gran aventura, no? 

Estaba en el aeropuerto, sentada en un banco que se encontraba al costado de la estación, apoyada en una de mis maletas, esperando a que alguien acuda por mí, o que alguien me vea lo suficientemente perdida como para acercarse a mí. 

Luego de que mi padre tomara su avión para ir a Japón para negociar con inversionistas japoneses y me dejara a mí con una niñera lo suficientemente aburrida como para comprar dvds con temporadas completas de culebrones mexicanos y pasarse viéndolos toda una tarde, y las siguientes también, Olivia decidió seguir el rumbo de su padre, armando la maleta con lo necesario para sobrevivir hasta que su padre la mande nuevamente a Londres, lo que probablemente serian unas horas después de que descubriera que se encontraban en el mismo continente, armo las maletas y se escabullo por la ventana de su habitación segura de que niñera que le había puesto su padre no se daría cuenta de su huida hasta las ocho de la noche, la hora de comer, por lo que le daba suficiente tiempo como para escapar y tomar un vuelo a Japón. 

Ese no había sido un buen plan, sobre todo después de rechazar la oferta de su padre de aprender otros idiomas. En este momento ella podría estar tomando un bus hacia el hotel en donde se encontraba su padre, pero se había negado a ir a clases de idiomas. 

Un movimiento le llamo la atención, seguido por un estruendoso ruido y millones de personas corriendo fuera del establecimiento. ¿Qué era lo que había sucedido? ¿Aquello había sido una bomba? Miro para todos lados, sin moverse un centímetro, las personas pasaban corriendo por su lado, pero no se inmutaban por su presencia. 

Antes de darse cuenta, un chico cubierto por una capucha que solo permitía ver unos cuantos mechones rubios corría hacia ella y era perseguidos por dos policías con barrotes, el pánico la inundo, el chico paso por su lado tomando su mano y arrastrándola con él, los policías se quedaron completamente quietos, el chico tenía una nueve milímetros, apuntando al cielo dio unos disparos comprobándoles que esta si poseía balas y solo si se le daba la gana él podría matar a cualquiera, él tenía el poder, eso les decía con una sonrisa maliciosa. Antes de poder hacer cualquier cosa Olivia sintió el frío metal rozándole el cuello y subiendo hasta llegar a su sien derecha. Su corazón se agito cuando el fugitivo acerco su boca a su oído.  

—Tranquila. —El susurro ronco de su represor le causo un escalofrió. —Tiene seguro, no te lastimare. —Aunque su voz destilaba sinceridad ella no podría hacerlo, la tenía sujeta de ambos brazos, impidiéndole cualquier movimiento, le rodeaba el cuello con un brazo y la sujetaba con fuerza mientras que con la otra presionaba los nueve milímetros en su cabeza. —Quedaros quietos o la mato. —Le dice a los policías. —Dejar sus armas en el suelo. Ahora. —Su voz es autoritaria. Los policías bajan sus armas hasta el suelo siendo demasiado sigilosos, eso acaba la paciencia de mi represor. Cuando finalmente ellos las dejan en el suelo mi represor habla de vuelta. —Patéenlas. —Ellos lo hacen sin chistar, sacando sus armas lejos de ellos. ¿No se supone que deben atraparlo? —Bien, dejare a la chica en paz a unas cuantas millas de aquí, en cuanto vea uno de sus estúpidos autos o cualquier otro siguiéndome la mato. Y será su culpa. —El sin soltar la nueve milímetros, arma un camino hasta una camioneta completamente negra y me empuja dentro de ella.

—Por favor, no me hagas nada. —Ella dejo escapar todo el aire contenido en sus pulmones en sus suplicas. —Si es cuestión de dinero, no hay problema, pero no me hagas nada, por favor. —En cuestión de segundos las suplicas se convirtieron en un llanto incontrolable. 

—Sh, tranquila. Soy yo. —Él se saca la capucha permitiéndome ver por completo su rubio cabello y su perfilado rostro. Un flash de un niño pequeño, con la misma tonalidad de rubio en el cabello y los ojos claros. Marc. 

—¿Qué? —Fue lo único que pude decir. 

—Soy yo, nena, soy Marc. —El acaricia mis mejillas con ternura. 

—Marc, ¿Qué te paso? —Pregunto, refiriendo claramente a su nueva profesión de fugitivo. 

—La vida me paso.

—Así que ahora te dedicas a escapar de los policías. —Digo con recelo. —Dime, ¿te pagan bien? 

—Olivia, no seas así. —El me mira decepcionado, como si no creyera que era yo la que decía aquello. Nunca espere algo como que Marc sea uno más en las lista de los buscados. 

—Lo siento, yo…no sé lo que dije. —Dije cuando vi el dolor atravesar sus ojos, nunca podría hacerle algo así a Marc, no luego del constante rechazo de su padre. 

—Necesito tu ayuda. —Él dice lentamente. No sabía de lo que se podría tratar todo aquello, por eso solo asentí y lo deje continuar. —Tenemos un trabajo en el horno. 

—¿Qué tipo de trabajo?

—Uno interesante. —Dice arqueando una ceja coquetamente hacia mí. —Solo tienes que hablar con uno de nuestros proveedores, no correrás peligro, te harás pasar por una persona importante y Paul será tu guardaespaldas, igual estaremos uno en cada esquina a la redonda. 

—¿Proveedores? ¿Hablas de droga? Marc, yo no puedo hacer esto. —No, definitivamente no. Solo tengo dieciséis años y no puedo actuar, apenas puedo mentirle a mi padre cuando le digo que ordene mi cuarto cuando en realidad patee todo lo que estaba en el camino debajo de la cama. 

—No correrás riesgo. Lo juro. 

—No puedo, tú tampoco deberías. Es peligroso. 

—Prometo que es el último trabajo que hago, si nos ayudas a salir de esta. —Me lo debato por unos minutos, confió en Marc, confió en que el no dejara que pase nada malo y confió en que dejara de hacer sus sucios trabajos así que asiento. 

—Entonces ¿Por qué te estaban persiguiendo los policías? —Pregunto mientras recojo todo mi pelo en una larga cola sobre la cabeza. 

—Descubrieron uno de nuestros almacenes. 

—¿Tienes almacenes en Japón? —Chillo. Quiero decir, esto debe de ser una gran cosa si tiene almacén en Japón.

—Tenemos almacenes por todos lados. —El saca su ego a relucir. 

—Así que es una gran cosa. —Susurro para mis adentros. 

(Siguen siendo tres años antes) 

Un gran almacén cubierto de polvo se centra en nuestra mira. Llevamos observándolos por horas y horas, siguiendo cualquier movimiento de los sujetos que se encuentran allí. En realidad parecía más una construcción, aun se pueden ver algunos fierros sosteniendo la estructura del lugar y sujetos con —al parecer— pesadas bolsas de lo que aparenta ser cal entran y salen del establecimiento, Marc había dicho que era solo para disimular, lo que en realidad había en las bolsas eran kilos y kilos de cocaína, eso había hecho que el vello de mis brazos se erizara por completo. 

Marc estaba detrás de mí acariciándome el hombro desnudo, dándome apoyo moral. Ellos me habían entregado un conjunto de ropa que con tan solo verla tendida sobre la cama ya me daba pavor, consistía en una remera roja con un gran y acentuado escote al que lo había achicado juntando sus extremos con un pequeño alfiler, una pollera negra demasiado apretada que estaba segura que ensanchaba mis caderas, luego unos tacones con una gran taco en punta. 

Marc me tendió una pistola, insistiendo en que la tome, meramente por seguridad propia. Miro su mano extendida por varios segundos. Yo no sabía usar tal cosa.  

—No, yo no la se usar. —Digo negándome completamente, pero él insiste. 

—Solo para aparentar, engánchala en la liga del conjunto. —El insiste, chocando el mango de la pistola contra las costillas. 

—¿Esto tiene balas? —Pregunto temiendo que se pueda apretar el gatillo accidentalmente. 

—Por seguridad. Y tiene seguro, no se disparara a no ser que tires de esta palanca. —Dice el señalando una extensión de la pistola que se encontraba en la parte trasera. 

—Bueno. —Suspiro pasando la pistola por la liga. Sintiendo un escalofrió cuando el frío metal roza la piel desnuda de mis muslos. 

—Es hora, ¿estas lista? —El roza sus dedos contra mi cintura. Asiento lentamente. —Bien, tú ve con Paul, yo estaré en aquella esquina. —Dice el señalando una de las esquinas perpendiculares al depósito. 

Antes de que me dé cuenta Paul ya me está guiando hacia el almacén con total profesionalismo, él está enfundado en un caro traje que le saque a mi padre la noche anterior, lleva lentes negros y esta tan alerta y erguido que en verdad parece un guardaespaldas. Paul se encarga de tocar la puerta en una serie, tal como le indico el tal Paolo al que vamos a ver. La puerta se abre sigilosamente por un tipo con la misma apariencia de Paul, enfundado en un caro traje y con un semblante duro. 

Tan pronto como entramos al lugar un olor a musgo inundo mis fosas nasales y me causo nauseas, pero gracias a dios pude controlarlas y no vomitar en los caros zapatos italiano que se encontraban frente a mí. 

—Querida Lizzie. Es un placer verte por aquí. —Dice quien a mi parecer es Paolo con un falso acento italiano, muy falso. Me recuerda algo así como al padrino. 

—Lo mismo digo. —Digo despectivamente. Segundo Marc dijo, la tal Lizzie suele ser algo descarada y grosera. —Será mejor que comencemos. —Le tiendo la mano a Paul indicándole que me pase el contrato que Marco había dicho que debía firmar. 

—Tranquila Lizzie. Aún hay tiempo. —No, claro que no la hay. Mi padre me dio un toque de queda hasta las diez. 

—Preferiría que vallamos al grano, Paolo. —Digo arqueando una ceja mientras le entrego el contrato donde especificaba la carga que se le entregaría. 

—Mi abogado lo leerá. —Él le entrega el papel al hombre parado junto a él. Y me sudan las palmas cuando digo;

—Adelante. 

Minutos después el hombre le entrega el papel nuevamente a Paolo, diciendo;

—Todo parece estar en orden. —Paolo mira de reojo el contrato y tomando una pluma del bolsillo de su saco lo firma rápidamente. 

—Entonces, empecemos. —Digo frotándome las palmas, queriendo que esto termine de una vez por todas. 

—Oh, lo que hace el capitalismo. —Dice. Un hombre detrás de él le entrega una maquina por donde se hará el intercambio. 

45%. 56%. 78%. 90%. 100%. Depositacion realizada. 

—Fue un placer negociar contigo. —Digo. 

Actualidad… 

—Entonces mi padre tenía razón. —Susurra Justin para sí mismo. —No eres buena para mí. —Justin se para rápidamente subiendo a auto y prendiendo el motor en un latido. 

—Aun no termino. —Digo cuando ya es demasiado tarde. El auto ha desaparecido entre la neblina. 

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