Hija de la Muerte -Ganadora d...

By AMBresler

19K 2.2K 2.7K

"Tengo que tomar una decisión sobre el chico que amo, Gianmarco. Tengo que decidir cómo va a morir él." "Hija... More

A mis lectores
BookTrailer
Introducción -Fátima-
Reconstrucción -Fátima-
El Derrumbe -Fátima-
El Derrumbe Pt.II -Fátima-
Fantasmas Pt. I -Fátima-
Fantasmas Pt. II -Fátima-
Fantasmas Pt. III -Fátima-
Cama de Alfileres Pt. II -Fátima-
Qué Soy -Fátima-
Típica -Fátima-
La Esquina Pt. I -Fátima-
La Esquina Pt. II -Fátima-
La Esquina Pt.III -Fátima-
Resonancia -Fátima-
Bahiana y el Cuadro Pt. I -Fátima-
Bahiana y el Cuadro Pt. II -Fátima-
Olivia Pt. I
Olivia Pt. II
Basta de Juegos Pt. I -Fátima-
Basta de Juegos Pt. II -Fátima-
En el Medio Pt. I
En el Medio Pt. II
Año Nuevo -Fátima- Pt. I
Año Nuevo -Fátima- Pt. II
La Asesina de Palermo -Fátima- Pt.I
La Asesina de Palermo -Fátima- Pt. II
Gen Errante
Hija de la Muerte -Fátima-
Aliada
Confesiones -Pt. I-
Confesiones -Pt.II-
Nunca Más
El Puente -Fátima-
Epílogo

Cama de Alfileres Pt. I -Fátima-

526 60 115
By AMBresler

Toda novela romántica que se precie comienza con "Había una vez un chico lindo". Mi vida está lejos de ser una historia romántica y, sin embargo, muchas partes de ella comienzan con esa frase.

Había una vez un chico lindo que se llamaba Gastón y que me dio mi primer beso cuando, a los seis años, nos escondimos bajo un pupitre en el recreo.

Había una vez un chico lindo que se llamaba Juan Martín. Él me compró un enorme ramo de rosas rojas como los rubíes, me llevó a ver una divertida película al cine y terminamos la noche en su auto, entre manoseos inexpertos y nerviosos.

Había una vez un chico lindo. Su nombre era Federico. Yo pensé que era dulce y genial, pero era un imbécil que se quedó con mi amiga y que murió en mi cumpleaños por mi propio deseo.

Había una vez un chico muy lindo que se llamaba Lucio Kozlov. Iba a mi curso en Córdoba y jamás reía de los comentarios que me hacían, ni me señalaba con el dedo. No había visto el video de mi pelea y tampoco estuvo alentando a Rocío a que me golpeara más fuerte. Aunque solía creerme atractiva, jamás hubiese esperado que alguien se fijara en mí en una ciudad donde caí siendo miserable y en un colegio donde todos alejaban sus pupitres de mí porque "algo había hecho para que Rocío muriese". Lo único que se ponía a mi favor era la herencia que recibí por medio de mi tío, con la cual fuimos a comprar ropa inmediatamente dándome la oportunidad de lucir un poco mejor. Así y todo, no dejaba de ser la chica rara.

Yo no me fijaba mucho en Lucio. Noté su atractivo y su aire de chico interesante que inconscientemente me hacía recordar a Federico, pero no buscaba tener un interés romántico en el estado en que me encontraba. Nada podía captar mi atención más que el hecho de que las clases estaban por finalizar y, al fin, podría dejar atrás toda aquella estupidez.

El poco tiempo en que había asistido a aquel colegio me senté sola. Ahora, mis compañeros empujaban sus pupitres lo más lejos que podían de mi persona. Corrían rumores, la gente murmuraba y sospechaba. No tenían las respuestas exactas, ¿cómo podrían? Pero estaban muy cerca de la verdad.

Los primeros tres días después de la muerte de Rocío, fueron violentos. Mi curso se convirtió en un altar con fotografías de su rostro y cartas que ella nunca podría leer; un recordatorio constante de lo que le hice. A veces miraba a la pizarra y podía sentir que Rocío me estaba contemplando desde aquellas fotografías, que me voltearía y descubriría que estaba parpadeando y arqueando una ceja mientras me acusaba por mi existencia con una mirada vacía.

Durante muchas noches me acosté con la luz prendida y mirando a la pared, temiendo el momento en que ella y todos los fallecidos en la Tragedia de Rawson comenzarían a aparecer para castigarme. Podía sentirlos, podía visualizarlos junto a mi cama, parados en fila y observando silenciosamente mi espalda mientras esperaban que yo me quebrara.

Comencé a levantarme de la cama cada mañana sumida en una rabia que bombeaba violentamente en mi sangre y me llevaba a desconocerme. Comenzaba a pensar que Dios no existía, que todo era resultado de una maldición y que no había nada después de la muerte. Sí, temía que los fantasmas aparecieran, pero en el fondo quería que lo hicieran también. Quería una prueba de que mis padres y amigos seguían estando en algún lugar pese a lo que les hice.

Comencé a entender que tenía ese poder porque iba a necesitar defenderme, y me prometí que no dudaría en utilizarlo la próxima vez.

Cada día fui al colegio con el ceño fruncido, clavando mis pupilas en aquellos que osaban contemplarme. Les estaba advirtiendo mentalmente que iba a aniquilarlos y funcionaba, porque comenzaron a temerme. Comenzaron a dejarme en paz. Pronto me encontré más sola que nunca, pero ya nadie se metía conmigo. A aquellas alturas, eso era lo máximo que podía pedir.

Ellos me culpaban en silencio. Yo otorgaba en silencio también.

Pero era ese el modo en que funcionaba.

Una semana antes de finalizar las clases, Ana Paula pateó mi pupitre antes de pasar a su banco. La miré de refilón. Ella me fulminó furiosamente con sus grandes ojos azules. El resto del curso me observaba con un dejo de expectación, quizá preguntándose si la aniquilaría a ella también. Me limité a suspirar y me agaché para levantar las cosas. Cuando alcé la mirada, Lucio Kozlov estaba sentado a mi lado.

Fruncí el ceño.

  —Este no es tu lugar —le advertí. 

Y él sonrió.

—Ahora lo es.

Tenía en su rostro una expresión de idiota que me recordaba a Federico. Agarré su carpeta y se la estampé contra el pecho.

—Andá a tu asiento —le advertí. Estaba hablando enserio.

Alguien al fondo del curso, uno de los chicos, soltó una risa por lo bajo y un comentario desafortunado mientras yo presionaba la carpeta contra el pecho de Lucio y él me desafiaba tranquilamente:

—¡Serás el próooooximo, Luuuucio! —exclamó ese imbécil con voz de ultratumba.

Algunos rieron con resguardos porque me temían. Lucio, por otro lado, se limitó a esbozar una sonrisa relajada para mí.

—Demasiados idiotas encerrados en un mismo lugar —susurró para que sólo yo lo oyera—. Pensé que te vendría bien algo de apoyo.

Sentí mi estómago encogerse ligeramente y concentré toda mi amenaza en ese estúpido muchacho que se atrevía a ir contra las reglas de la naturaleza. Sin embargo, el seguía sonriéndome con un dejo de altanería y se veía muy poco dispuesto a irse. Solté su carpeta empujándosela y esperando que se le cayera, pero él la sujetó sin problema. La presencia de Lucio a mi lado no hacía más que atraer el doble de miradas sobre mi persona, y eso era lo último que deseaba.

Me limité a ignorarlo, pues estaba segura de que todo se trataba de una broma pesada. Tarde o temprano, él terminaría por deschavarse. Me concentré en las clases que, a aquellas alturas del año, eran cruciales por la cantidad de exámenes que nos tomaban todo el tiempo. Era una excusa, más bien, porque nada de lo que enseñaban en aquel colegio era nuevo para mí. Me enfocaba en las lecciones porque quería que algo mantuviese mi cabeza lejos del hecho de que Lucio no me había quitado los ojos de encima.

Ni siquiera dejó de mirarme cuando un profesor le hizo una pregunta y él respondió correctamente con suma tranquilidad.

No es que yo pensara que no había nada de atractivo en mí, no. Peco de muchas cosas, pero no de falsa modestia. El asunto es que sé sobre suicido social y lo peligroso que es cometerlo, y era eso a lo que Lucio se estaba enfrentando al sentarse a mi lado y clavar sus pupilas en mí como si nunca hubiese visto anda más fascinante. Era eso, también, lo que me llevaba a sospechar que todo se trataba de una broma.

Por eso, cuando el timbre señaló el final de la jornada, tomé mis cosas y me largué de allí sin dirigirle una sola mirada. Al pasar por su lado, pude notar que él estaba sonriendo divertido. Bien, ya tenía su broma por lo que esperaba que me dejara en paz.

No fue así.

Al día siguiente también se sentó a mi lado.

Aquello volvió a repetirse cada día de la semana. Se acercaba a mí más de lo necesario, me preguntaba cosas sobre los exámenes y sonreía cuando se encontraba con una de mis respuestas agrias. Me armé de paciencia porque el año llegaba a su fin y, ese viernes, cuando finalmente el reloj marcó mi último minuto como estudiante de cuarto año, me apresuré a abandonar el colegio antes de que se armara un revuelo y todos comenzaran a festejar.

Mentiría descaradamente si dijera que me marché tranquila. Algo me obligaba a apretar el paso. El cielo de Córdoba se había cubierto de gris, los relámpagos se hacían notar a lo lejos y, por momentos, un trueno acallaba todos los demás ruidos. Caminaba sola, pero no se sentía así en realidad.

Sentía que estaba acompañada aquel día.

Sentía la presencia de la muerte a mis espaldas.

Sentía a la parca pegando su rostro cadavérico a mis cabellos, respirando un aliento gélido contra mi nuca, acercando sus manos esqueléticas a mi cintura para tomarme y reclamarme como pertenencia. Comenzaba a temblar porque sentía que sus dedos blancos estaban demasiado cerca de mi piel y podía jurar que se estaba sonriendo al tenerme tan cerca, cuando algo me golpeó en el costado derecho y me arrojó contra una pared.

Mi cabeza rebotó contra los ladrillos y sentí un pitido en mis tímpanos mientras parpadeaba velozmente para despejarme. No había logrado vislumbrar al agresor cuando otro golpe logró que la parte posterior de mi cabeza recibiese el impacto del muro y me encontré sentada en el suelo, esforzándome por recuperar la compostura. No lograba ver bien y, por lo tanto, no sabía a quién debía atacar. La sensación de muerte se intensificó y el grito brotó de mí debido al miedo:

—¡¿Qué pasa?! —farfullé. El pánico en mi voz los hizo reír. Había, al menos, dos personas. —¡¿Quién es?!

—¡Ah, no sos tan mala ahora! —replicó uno de ellos.

Me sentía en peligro de solo oír el placer en la voz de ese chico, el cual no reconocía, pero adivinaba como uno de mis compañeros. Yo lo sabía, sabía que no iban a dejarme ir así como así. Rocío tenía muchos amigos y ellos me culpaban por su muerte.

Aterrada como me encontraba, corriendo peligro y temblando, deseé que el fin de esos chicos llegara como llegó el de mis padres, compañeros, amigos y Rocío. Sin embargo, nada sucedió. Intenté ponerme de pie para escapar al comprender que mi deseo no se había materializado, poniendo en duda todo lo que creí con anterioridad.

Recibí un puntapié en la boca del estómago.

Me pregunté si realmente fui yo la asesina, en vista de que estos dos chicos no morían.

Me incliné por el aguijonazo en mi abdomen que se apoderó de mí como un calambre.

Le pregunté a Dios si eso también era un castigo.

Y caí en cuatro patas sobre el asfalto, jadeando por las náuseas que se apoderaban de mí.

No estaba dispuesta a rendirme frente al final que esos imbéciles planearon para mí, aunque tampoco estaba segura de cómo haría para poder defenderme. Cuando todas esas inquietantes cuestiones se me estaban presentado para que mi instinto de supervivencia actuara, oí que alguien corría. Oía golpes y quejidos. Oí una voz, que esta vez era familiar, soltar una advertencia:

—¡Si los vuelvo a ver, los mato!

Y me pregunté si era posible. Si estuve equivocada todo aquel tiempo.

Para mi propia humillación, no era capaz de reaccionar lo suficiente como para ponerme de pie. De hecho, con la adrenalina abandonando mi cuerpo al haber pasado el peligro, me desplomé y me quedé allí, jadeando. Mis piernas temblaban tanto como  cuando escapaba de mi casa en llamas, guiada por Ale.

—¿Estás loca, Fátima?

Hubiese deseado decirle que sí y que se alejara, pero en lugar de eso solo sonreí entre suspiros aterrados. Lucio se arrodilló junto a mí y me tomó por debajo de los brazos para ayudarme a levantarme. Cuando me encontré sentada en el asfalto, pude mirarlo. Él me estaba sonriendo débilmente.

—Qué manera de terminar el año —señaló el chico negando con la cabeza.

Sentí el impulso de ser ingeniosa pese al pánico.

—Explotar mi casa no fue suficiente —farfullé. Se me encogió el estómago. Eso no fue ingenioso, fue raro.

El alivio me inundó cuando él soltó una carcajada.

—¡Qué cosas decís! —señaló. Se puso de pie y me tomó por debajo de los brazos una vez más para ayudarme a ponerme de pie. —Dejame ayudarte.

Se lo permití porque las piernas seguían fallándome y no podría levantarme de otro modo. Siguió sujetándome cuando ya me hube enderezado y me analizó velozmente mirándome de arriba abajo con gesto crítico.

—Te voy a acompañar hasta tu casa —me dijo.

—No —repliqué yo.

Él puso los ojos en blanco y bufó.

—No fue una pregunta, Fátima —señaló de forma cansina—. Indicame el camino.

Obedecí. Estaba cansada, asustada y adolorida. Además, no tengo por qué mentirles: Me agradaba. Había pasado tiempo desde la última vez en que sentí que alguien no solo me aceptaba, sino que, además, se preocupaba por mí. Era una sensación agradable, era algo que hacía cosquillear mi estómago cada vez que notaba que Lucio estaba mirándome en busca de heridas o señales de que me estaba costando avanzar. Cuando yo hacía una mueca de dolor, él se detenía y su expresión se llenaba de inquietud. No, no soy cursi, tan sólo me agradaba que una persona estuviese pendiente de mí. Principalmente si era el chico lindo de mi curso.

Me acompañó hasta la entrada de mi edificio, donde le advertí que hasta allí llegábamos. No quería que mi tío me viese aparecer con un muchacho, golpeada y arrastrándome, y que tuviese un testigo al cual hacerle un enorme cuestionario.

Me volví para entrar, pero Lucio me detuvo.

—Fátima...

Cuando me volví, se estaba rascando la nuca incómodamente. No estaba segura de querer oír lo que saldría de sus labios, por lo que me adelanté:

—Gracias —le dije.

Él se mostró perplejo por unos segundos, pero se recuperó pronto.

—¡Dame tu número! —me pidió. Yo arqueé las cejas y él soltó una risa nerviosa. —Sé que no conocés a mucha gente acá. Córdoba es muy linda y el verano se disfruta mucho, me gustaría que tengas la oportunidad de conocerla...

—Quince, catorce, cero, cero, treinta —le solté sin darle tiempo a anotar.

Me volví y entré a mi edificio dejándolo de pie allí fuera, tanteando desesperadamente sus bolsillos para encontrar su celular y anotar mi número. Una inevitable sonrisa surcó mis labios antes de perderlo de vista mientras me dirigía a los ascensores. Me dije a mí misma que si lograba recordar mi número, entonces sería cosa del destino que volviésemos a reunirnos.

Creía mucho en todo eso, ¿saben?

Y, al parecer, el destino quiso que sucediera lo que sucedió.


Lucio no sólo recordó mi número, también me escribió la mañana siguiente.

Abrí los ojos y me encontré mirando al cielo raso. Era sábado, el televisor de mi tío seguía apagado y las clases habían llegado a su fin. Mi armario al fin estaba repleto de unas cuantas prendas nuevas y lindas, y había mucha comida en la heladera.

Mi vida seguía sin parecerse siquiera un poco a aquello que había tenido en Rawson, pero las cosas comenzaban a mejorar de a poco.

Tomé mi celular con una débil sonrisa en los labios, y me encontré con un mensaje tan inesperado que mi corazón se estrujó antes de comenzar a latir violentamente.

"Querida Princesa Rawson: Pasaré por usted a las 21.00 sin réplicas ni excepciones para llevarla a su cita. Atentamente: El humilde caballero Córdoba."

Se me escapó una carcajada débil, pero la ahogué de inmediato. No quería tener demasiadas expectativas ni hacerme ilusiones que pudiesen romper, dejándome deshecha. Ya saben, había pasado una muy mala temporada y me costaba mucho creer que las cosas simplemente mejoraran sin más.

Pese a mi propia determinación, me levanté de un salto y corrí a mi armario para buscar un conjunto ansiosamente. Elegí una falda de tiro alto negra y un top rojo. Tomé una toalla y corrí al baño, tropezándome con mis propios pies para darme un baño. Mi tío me vio pasar y arqueó las cejas mientras sujetaba su café. Debió notar mi estado de nerviosismo.

Me lavé el pelo con mucho champú y hasta me tomé la molestia de hacerme un baño de crema. Me depilé las piernas apresuradamente, tambaleándome al perder el equilibrio todo el tiempo y golpeándome contra la puerta y los estantes. Hasta podía imaginar la expresión en el rostro de mi tío mientras oía todo el ruido que estaba haciendo. Terminé por peinar mi largo cabello y lamenté no tener mi secadora, pero eso era un detalle menor.

Me senté en la mesa con mi tío y él me miró de arriba abajo. Yo me serví café y me puse a beber intentando contener la sonrisa que se pugnaba por apoderarse de mis labios.

—Entonces —comentó mi tío como al pasar—, tenía una cena con compañeros de la comisaría esta noche para festejar el fin de año. Si vos querés...

—No, no —me apresuré a interrumpirlo. No quería verme en el compromiso de ir con él a una cena con un montón de personas desconocidas, no se me ocurría peor forma de terminar el año. —Salgo esta noche con un compañero del colegio.

Él no hizo más preguntas. Pude notar que sonreía cuando escondió el rostro tras la taza. Quizá él había estado deseando que rehiciera mi vida tanto como yo misma, y eso despertó algo en mi pecho por un instante. Creo que le hubiese agradecido, sólo que eso nos pondría incómodos a los dos y era mejor tan solo seguir así. Parecía que, finalmente, estábamos comenzando a lograr una armonía. A nuestra forma, pero armonía al fin.

Los dos fuimos a prepararnos para nuestros respectivos compromisos luego de una tarde tranquila y relajada sin ruido de televisores ni conversaciones extensas. Me puse el conjunto que ya había apartado y unos zapatos nuevos. Me peiné bien y me maquillé, cosa que no hacía desde que llegué a Córdoba. Me estaba pintando los labios de rojo rubí cuando mi tío avisó que se iba.

—¡Suerte! —le grité apenas asomándome.

Él reparó en mi aspecto y permaneció sin habla por unos pocos segundos. Se aclaró la garganta y me señaló con un ademán de su mano derecha.

—Cuidate —me pidió.

Yo afirmé con la cabeza y le hice señas para que se fuera de una vez. Él sonrió débilmente antes de cerrar la puerta a sus espaldas. Eran las ocho y media para aquel momento, y no voy a mentirles: Me encontraba mortalmente nerviosa.

Me paseé por toda la casa retándome en mi fuero interno para no comerme las uñas. Me dirigí al espejo para comprobar mi imagen unas diez veces. Miré el celular ansiosamente cada tres minutos. Llegué a preguntarme si aquello era una broma de mal gusto y Lucio había planeado todo aquello para dejarme plantada y reírse de mí.

Eran las nueve y cuarto y mis nervios ya no podían dar más de sí mismos.

Miré el televisor y contemplé mi reflejo en la superficie negra. Sin proponérmelo, me encontré enchufándolo y sintonizando algún canal que me ayudara a pasar el rato.

Puede que Lucio no venga —me dije—. Puede que haya sido una broma.

Sentí un desagradable vacío en el estómago y me sentí estúpida por haberme preparado tanto. De pronto quería sacarme la pintura de los labios y arrojar mis zapatos lejos. Miré el celular. Eran las nueve y veinticinco, y no tenía un solo mensaje nuevo.

Me recosté bien en el sillón y cerré los ojos por un momento mientras hacía zapping para alejarme de los noticieros. Mi cerebro palpitaba lentamente por la desilusión y yo me regañaba en mi fuero interno. Sabía que no tenía que ilusionarme.

Mi celular sonó y yo me sobresalté de tal modo que el mando a distancia voló lejos de mí. Aferré el aparato con los dedos temblorosos y me equivoqué tres veces al ingresar el patrón de desbloqueo. Solté un bufido y me ordené calmarme. Leí el mensaje con el corazón en la garganta. Eran solo dos palabras:

"¿Princesa Rawson?"

Miré la hora. Nueve y treinta. Fruncí el ceño y tecleé una respuesta furiosamente.

"No sé quién sea usted, pero caballero sin duda NO."

Lancé el celular a mi lado, un poco alejado para convencerme de que no me importaba si después de eso no me respondía. Clavé las pupilas en la pantalla sin poder descifrar qué programa estaban pasando. El celular sonó otra vez y mi pecho se encogió ligeramente.

"Hoy soy su príncipe. ¿Podría bajar?"

Puse los ojos en blanco y sonreí a mi pesar. Tomé mi bolso, cerré el departamento con llave y tomé una honda bocanada de aire mientras esperaba el ascensor. Había pasado mucho tiempo desde la última vez en que me puse nerviosa ante la perspectiva de encontrarme con alguien. Era una ocasión importante, aquello podría marcar el comienzo de un verano que, a fin de cuentas, no sería tan terrible. Yo necesitaba eso: Necesitaba sentirme Fátima de nuevo. Necesitaba conectar con alguien en Córdoba, alguien que me hiciera sentir que no todo era tan terrible al final.

Por lo que sí, estaba nerviosa.

Salí del edificio mirando en todas direcciones. Corría una brisa húmeda que revolvía mis cabellos, probablemente se estaba acercando una tormenta. Había mucha gente en las calles, caminando y conversando mientras disfrutaban de una noche sumamente agradable. Los vehículos se apiñaban avanzando lentamente y a veces alguien perdía la paciencia y se prendía a la bocina. Todos los locales estaban bien alumbrados y las casas de comida rebosaban de comensales. Lucio no estaba allí. Tomé mi celular para advertirle que si aquello era una broma no me resultaba divertida, cuando oí un bocinazo prolongado. Alcé la mirada hasta el auto negro estacionado junto a la acera y mis ojos se abrieron mucho cuando vi al muchacho bajar la ventanilla. Lucio sonrió de forma seductora y señaló el vehículo con un amplio ademán.

—¿Te sorprendí? —me preguntó.

—Te estaba por mandar al demonio —admití.

Él soltó una carcajada divertida y se bajó para saludarme. Tomó mi mano y me plantó un beso en la mejilla, prolongándolo por unos segundos más de lo normal. Rogué que no pudiese oír mi corazón a aquella distancia.

Nos dirigimos al auto y me abrió la puerta para que pudiese pasar. No volvió a hablar hasta que se encontró sentado a mi lado, aferrando el volante.

—Siento haberme tardado —me dijo—. Estaba esperando a que mis viejos se fueran de una vez, se iban a pasar una semana a Carlos Paz.

Arqueé las cejas. Había oído mucho sobre la belleza de Villa Carlos Paz, pero nunca conocí nada de Argentina por fuera de la Patagonia, y Buenos Aires brevemente en las ocasiones en que fuimos al aeropuerto para viajar a destinos extranjeros.

Lo miré de reojo con desconfianza cuando él me sonrió. Esperaba que no estuviese planeando llevarme de allí a la cama sin más.

—¿Por qué esperabas a que tus padres se fueran? —inquirí.

Él río entre dientes como si hubiese leído mi mente y supiera exactamente qué me causaba esa incomodidad.

—Para llevarme el auto —me aclaró—. No me dejan usarlo en realidad.

Me sonrió como si fuese un chico malo. Yo también sonreí, y negué con la cabeza. Nunca había salido en una cita con alguien con auto, así fuese robado a sus padres. Federico poseía una motocicleta muy grande y ruidosa, me llevaba a todas partes en ella. Siempre me dejaba una cuadra antes de llegar a mi casa, porque mis padres se hubiesen escandalizado de enterarse.

—Entonces —le dije—, ¿cuál es el plan?

Él solo sonrió y aceleró para pasar a los demás vehículos.

Hicimos un largo recorrido aquella noche. Me llevó a comer a un restaurante con muchas mesas fuera y donde sonaba rock nacional a fuerte volumen. Me llevó a conocer el Paseo del Buen Pastor y a ver el espectáculo de las Aguas Danzantes, un show que realizaban en una enorme fuente de agua con luces y chorros de distintos tamaños bailando al son de la música en un lugar repleto de jóvenes que se sentaban en grupos a relajarse. Lucio sacó un equipo de mates, me invitó a sentarme, y me contó algunas de las cosas que solía hacer durante el verano. Me preguntó lo que yo hacía antes también.

Le conté un poco sobre mi vida. Le conté de mis mejores épocas, en realidad. No confiaba en él lo suficiente como para relatar abiertamente sobre mis malos tiempos, aunque estaba compartiendo uno con él en aquel instante y... y resultaba agradable.

Le conté sobre el gato que tuve de niña, le conté sobre mis abuelos paternos, le conté lo que se sentía ser hija única y no tener siquiera primos, le relaté mis viajes con mis padres y lo bien que me iba en la secundaria de Rawson. Me detuve cuando llegué a Federico, y él me miró de forma comprensiva.

—No puedo siquiera imaginar lo que pasaste antes de venir —admitió.

—Yo tampoco —murmuré. Me encogí de hombros y contemplé cómo un chorro de agua escalaba varios metros con la nota final de la música. —A veces creo que todas esas cosas le pasaron a otra persona y que yo solo tengo los recuerdos.

El show de las Aguas Danzantes llegó a su fin. Muchas personas comenzaron a marcharse para seguir con sus actividades. Me volví hacia Lucio para devolverle el mate vacío y descubrí que él estaba sonriendo.

—Tenía un hermano mayor —me contó como al pasar—. Era el mejor en todo, mejor que sus amigos, mejor que mi viejo, mejor que yo. Un día se fue con su novia en el auto y nunca volvió. Un policía llamó para decirnos que habían chocado con un camión al salir a la ruta.

Sentí que mi estómago se encogía. Abrí mucho los ojos, pero no sabía qué decirle al respecto. Ya se los dije: Toda la vida me rodeé de gente que parecía no tener problemas personales.

Lucio notó mi expresión horrorizada y alzó las manos para que me relajara.

—Lo curioso es —se apresuró a decir—, que estuve muy enojado con él durante años, incluso llegué a pensar que lo odiaba por lo que nos había hecho. Cuando veía a mi madre llorar, o mi padre se frustraba, o no me prestaban el auto por miedo, yo lo insultaba por dentro. Pero el tiempo pasó y te entiendo: Fue como si no lo hubiese vivido en realidad y solo me hubiese apoderado de los recuerdos de otra persona.

Presioné los labios en una línea recta. Él sintió eso después de años, yo lo sentí todo el tiempo. Me costaba comprender que era a mí a quien le sucedieron aquellas cosas, que era yo quien sobrevivió a la Tragedia de Rawson, que un día tuvo una vida plena y plagada de todos los caprichos que se me ocurriesen.

Lucio reparó en mi expresión. Se dio una palmada en los muslos y guardó todo en el equipo de mates.

—¡Bueno, basta de caras largas! —exclamó—. ¡Lo que necesitamos es divertirnos!

Lo miré con curiosidad y, con una sonrisa de oreja a oreja, él me hizo señas para que lo siguiera. Obedecí de inmediato, movida por el deseo de saber qué más tenía planeado para nosotros. Dejamos el equipo de mates en su auto y seguimos caminando, moviéndonos en aquel torbellino de vida, luces y colores, pasando junto a todas aquellas personas que disfrutaban de estar vivos en aquel sábado repleto de posibilidades. Nos convertimos en una pequeña parte más de Córdoba, riendo y empujándonos entre broma y broma mientras nos aproximábamos a nuestro destino, habiendo olvidado que alguna vez fuimos grises y oscuros, porque en ese momento éramos la vida misma.

Sin dejar de reír y con un par de cervezas atontándonos un poco, entramos a una discoteca. Recuerdo perfectamente que estaban pasando cuarteto, y me resultó muy apropiado tratándose de mi primera salida en aquella ciudad. Pasamos entre bailes y gestos provocativos para robarnos la pista y las miradas. Algunos muchachos se acercaron a mí para pedirme un baile, pero Lucio intervino todas las veces reclamando que yo estaba con él. Y me sentí en la gloria. Sentí que algo culminaba, que una promesa se cumplía, que Dios me sonreía mientras me decía que era hora de ser feliz.

Pasamos horas dentro de aquel lugar entre tragos y pasos descoordinados. Bailamos cada vez más cerca el uno del otro hasta que nuestros cuerpos comenzaron a tocarse, hasta que pude distinguir cada uno de sus rasgos sin importar cuán oscuro estuviese allí dentro, hasta que sentí su aliento sobre mi piel, que parecía erizarse con cada respiro. Mi cuerpo cosquilleaba y quería más y, justo cuando pensaba que no podría soportar más de aquello sin lanzarme sobre él, sus manos aferraron fuertemente mi cintura y sus labios se plantaron sobre los míos.

No sé qué música pasaban en aquel momento ni cuántas personas nos empujaron de un lado a otro en sus intentos de abrirse paso. En aquel instante parecía que éramos sólo nosotros dos compartiendo un beso que se había plasmado en la eternidad, con nuestros labios moviéndose frenéticamente en busca de más y nuestros cuerpos uniéndose con una necesidad que se sentía como el fuego.

Salimos del lugar en medio de una ardiente nebulosa cargada de la desesperación que nos llevó al auto. Él condujo a mucha velocidad hasta su casa, y nos bajamos sin dejar de besarnos y resistiendo el impulso de desvestirnos en el camino. Lucio abrió la puerta de un golpe brusco, yo solté una carcajada nerviosa, y él me besó unos cuantos minutos más antes de señalarme una silla para que tomara asiento.

—Ya vengo —me dijo con un guiño cómplice.

Recuerdo que le sonreí con las piernas temblorosas y la piel ardiéndome por la necesidad de que siguiera besándome y tocándome. Recuerdo que me alegré por el hecho de haberme depilado aquella mañana. Recuerdo que saqué un espejo de mi cartera para contemplar si mi labial era un desastre, que descubrí que sí y que me dio lo mismo.

Recuerdo que tuve que respirar hondo y que miré al lugar por donde él había desaparecido, esforzándome por calmarme para esperarlo.

Al día de hoy aún no sé qué tanto de todo lo que pasó fue un plan de Lucio. Por momentos pareció que realmente había piel entre nosotros, pero puede que esté equivocada por mi deseo de pensar que tuve una importancia para alguien pese al plan que armaron.

Un plan cruel.

Una cama de alfileres.

Y una explosión de fuego y sangre.



Otro capítulo demasiado largo que se va a dividir en dos partes! Pero les prometo que va a valer cada minuto de lectura n_n

Quiero agradecer a cada lector, los que vienen desde el principio y los que se fueron sumando, por seguir acá día a día! Ustedes merecen todo en esta vida!

El próximo capítulo se sube el Viernes a las 00.00.

Entre tanto les voy contando que ya estoy editando la saga de 7 libros de fantasía, de la cual va a haber novedades muy pronto! :)

Espero sus comentarios y, por supuesto si así lo desean, sus votos! Gracias a ustedes, esto sigue creciendo.

Los sigo leyendo n_n

Hasta la próxima!

Besos y abrazos a todos

Continue Reading

You'll Also Like

21.8K 2K 20
Audrey es la clase de chica que sueña con su príncipe azul pero que jamás lo admitiría en voz alta, es demasiado orgullosa. Se acerca San Valentín y...
1.6K 155 10
Sesshomaru Taisho es un hombre con personalidad fria. y de pocas palabras por otro lado Rin la jefa de la Compañía Azai es alguien ,dulce, amable y u...
4K 387 59
La vida escolar de Elizabeth transcurre con normalidad hasta la llegada de un nuevo y enigmático profesor cuyo encanto no pasa desapercibido. En una...
4.3K 138 14
Venus conoció a un planeta vecino llamado tierra,tierra es muy amable con Venus,marte,luna y mercurio, ya que son sus mejores amigos,cada vez más,Ven...