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By Roman_Gemini

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El Recinto, la máxima casa de estudio en el mundo, albergadora de los más grandes secretos del Universo y los... More

Prólogo: Preludio
Capítulo 1: Hasta Intentarlo
Capítulo 3: Humanidad
Capítulo 4: Calma...
Capítulo 5: El Gran Salón

Capítulo 2: Psicosis

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By Roman_Gemini


-Los Presentando, acérquense, por favor –Dijo una voz grave, pero a la vez joven, desde el otro lado del muro de la Zona de los Restantes; nombre bonito para llamar a la Sala de Espera de los Presentando.

En aquella ocasión, habían quedado únicamente 16 individuos luego de todo el Proceso de Integración; alto número, en consideración con la última ocasión, en la cual, habían quedado solo 4. Había un aire de expectativa y misterio por parte del Consejo en aquella oportunidad, debido a dos nombres que habían superado cada etapa con una facilidad sumamente fascinante, como se oía decir por los pasillos del Gran Muro, en forma de susurro, mientras bajaban sus enormes escaleras internas hasta las Zonas de Integración del Recinto, cerca de la Entrada Principal. Sí, bajaban, lenta y casi secretamente, las 7 personas, posiblemente, más sabias de todo el planeta, a encontrarse con estos, quienes, con algo de ayuda, tal vez pudieren llegar a superarlos en algún momento.

"Sí, tal vez..." Se les oía decir a algunos mientras seguían bajando, con un aire desanimado y casi lúgubre, por aquellas infinitas escaleras de mármol y cemento. Sabían que muy pocos habían resultado ser dignos con el pasar del tiempo, y aun menos habían logrado los objetivos que se les esperaba cumplieren. El Recinto Sacro de la Sabiduría había sido fundado hace tantos años que, incluso entre ellos mismos, se contaban diversas historias y leyendas sobre el cómo habían sido los Procesos de Integración en años anteriores, cómo se había fundado la mayor casa de enseñanza del mundo y los objetivos, casi perdidos, de esta. Una fundación con el último y único fin de proteger y salvaguardar la sabiduría y el recuerdo del hombre sobre la faz de la tierra, cuando este ya no pudiere garantizar su estadía sobre esta.

"Proteger y servir..." Repetían algunos en su mente el lema del Recinto, cuando, cercanos a la Zona, no encontraban palabras ni lenguaje que explicaran aquella ansiedad y expectativa, tan olvidada ya, que les inundaba el corazón; ¿o acaso sería el alma? No era una sensación normal, tampoco era aquella que sintieron cuando los Templados brindaron su primer ataque a la humanidad, ni cuando los Señores de la Nada decidieron hacer acto presente durante la Primera Barrida; era similar, demasiada coincidencia, pensaban algunos, al darse cuenta de esto. Sin embargo, qué más daba, eran El Consejo, los Jefes del Recinto, los seres más poderosos en el mundo, y estos, unos simples críos que buscaban igualarlos; "¿o no...?"

"Será acaso..." Pensó la Maestra Lingüista al mirar a su compatriota vocero, centrado en la figura de un solo hombre que entraba con el mayor aire de desdén que había visto desde hace tanto tiempo. "No... Pero, tal vez..." Escuchó atentamente el sonido de la mirada silenciada de su compatriota, quien, advirtiendo que sería ella la descubridora de su sentimiento, había logrado aprender las actitudes del Lenguaje de las Ventanas necesarias para no revelarle este sino solo a ella. "Espero..." Dijo en el susurro más bondadoso y en paz que jamás se hubiera oído en la faz de la tierra, y en toda su vida; era, después de todo, la Maestra Lingüista, cómo no sentirse en paz con la persona que sabía todo sobre el reposo del alma: Las Palabras.

"Ummm... No" "Tampoco..." "Si esto es lo que hay para ofrecer, me retiro, compañeros" Se oía decir, nombre tras nombre, por parte de los Maestros, quienes habían comenzado a seleccionar a sus apadrinados; o bueno, a desecharlos. Era, sin duda alguna, la elección más sencilla que se había realizado en mucho tiempo: Ninguno de ellos valía la pena. De 16 que habían ingresado desde la Zona de los Restantes, tan solo quedaban 2...

-Será un honor tenerte como apadrinada, cariño. Acompáñame hacia la salida –Se oyó decir casi al terminar. Una mirada indirecta, casi perdida, dirigida hacia su compatriota, determinaban que el Proceso de Integración de ese trimestre llegaba a su fin con un solo nombre restante:


-Vaya que tienes una postura sobre la muerte, Zid Aulerx –Dijo el Maestro Klaüde mientras seguían caminando por las empinadas y pulcras calles del Calvario. Con paso lento y calmado observaban a los zider bajar aquella colina, con dirección a la Biblioteca de la Atalaya. Escuchaban, a lo lejos, las risas de algún par de enamorados sentados en la plazoleta del majestuoso Gremio del Ritmo, u observaban, con sumo detenimiento, las rutinas de Calma y Entendimiento que realizaba algún Rin con dirección al Gremio de la Lucha. El Maestro Klaüde preparaba el campo de batalla; Rigel, pensaba en la guerra. Observaba, como todo buen soñador, el siguiente paso en el camino de su vida, con la claridad del poco sol que se aparecía por su ventana en las mañanas: El Gremio de la Ciencia.

Se hallaba lejos todavía de él, claro, era toda una ciudadela la que tenía de por medio, sin embargo, la más grande muestra del poderío del Gremio se erguía con toda su imponente figura, algo escondida por la niebla que hacía desde esa mañana, sobre la mayoría de los edificios y Gremios adyacentes a él: El Campanario de Fuego. Un solo pilar, hecho de un material desconocido para todo aquel que no hubiere nacido, mínimo, hace 3000 años, de color blanquecino, marcado por una incesante e hipnótica secuencia de figuras y siluetas, acompañado por 4 estatuas que sobresalían de cada una de sus esquinas, a la altura de la mitad de aquella muestra arquitectónica, hechas del mismo material, que acababan, al alzar la vista, en una habitación parecida a los miradores de las antiguas civilizaciones, que protegía la "Campana de la Humanidad", "Sabrá Dios a qué se debe ese nombre" pensó Rigel, y encima de esta, un Fuego de color verdoso que, al menos desde su entrada, no lo había visto apagarse nunca.

El Maestro Klaüde al darse cuenta de la actitud idiotizada, bien escondida detrás de su postura imperturbable, de Rigel, decidió traerlo de vuelta al mundo real. "Como traje hecho a la medida" dijo en su mente, al ver la oportunidad que buscaba para reanudar la contienda de conocimientos de su discípulo, quien, con un leve codazo, volvía en sí, luego de quedarse hipnotizado en el incesante movimiento de aquella flama extraña, de la cual siempre hablaban en los comedores durante sus primeros días en el Recinto.

-No te quedes mirando tanto hacia adelante, te caerás. –Dijo Klaüde sin apartar la vista del suelo, mas, dirigiendo una leve mirada a su pupilo, continuó– Es impresionante, ¿verdad?

-¿Qué cosa, maestro? –Respondió Rigel evitando la pregunta que sabía que vendría a continuación–

-El Campanario, claro. Te intriga saber qué es, ¿no es así? -Dijo, con su aire de perspicacia y soltando una risa malévola por dentro-

-¿A quién no? –Respondió Rigel por lo bajo, hipnotizado aún por la manera en que las llamas ondulaban incesantemente–

-Sí... Sin duda alguna es la pieza más insigne de todo el Recinto, incluso por encima del Gran Salón, o el Gremio de la Ciencia –Enderezando su postura y pasando sus manos hacia adelante, entrelazando sus dedos en señal de que lo que se venía era importante, preguntó con su voz más pasiva y correcta al joven pupilo al cual no volvería a apadrinar legítimamente– ¿Sabes por qué lo es?

-Si le soy sincero... -Rigel advertía que no saldría de aquella situación si no tomaba aquella actitud con su Maestro; eso no evitó que maldijere por lo bajo a sus ojos, por seguir viendo las llamas, aun cuando ya no lo hacía- No tengo la más remota idea.

»Desde mi entrada a este lugar no he parado de oír historias sobre esa malnacida cosa. Incluso, durante mi Proceso de Integración, oí a muchos decir que la razón de venir hacia este escondido "palacio" de sabiduría era con la intención de conocer la Última y más grandiosa muestra del Poder del Gremio de la Ciencia. En aquel entonces, me parecía ridículo que alguien se tomara la molestia de venir a congelarse la sangre, desperdiciando parte de su vida en encontrar lo que sea que es este lugar, para observar un simple Campanario; supongo, Maestro Klaüde, que como humano que sigo siendo, mi necedad se ha visto acallada por un hecho que no logro entender.

»Sin embargo, y sé que esto no es excusa ni una manera de defenderme, la mayoría de los que habitan aquí, incluyéndolo, tampoco entienden qué es esa cosa. He pasado aquí poco más de un trimestre y, en todo ese tiempo, no he conocido a una sola persona que no cuente historias y mitos sobre esa cosa, y sí, sé que le molesta, le irrita, que le llame "cosa", siento su mover de mandíbula cada vez que la llamo así, y su nervio más cercano al ojo a punto de estallar como un huevo crudo al caer sobre el aceite caliente, lo sé. Pero no, no le diré de otra manera, se lo digo y se lo advierto, maldita sea, y es porque, no hay otra manera de llamar a eso, que como "cosa", no hasta que averigüe qué es.

»No tiene sentido: Sus llamas, verdes como el pasto de los campos, no se extinguen, ni cansan, no se rebajan, incluso, estando a temperaturas tan bajas como estas. Son, además, de diversos colores, según la posición del Sol a tal o cual hora, y no me lo niegue, la he visto cambiar de color en menos tiempo de lo que toma robarle un beso a una chica, estando en la azotea del Fortín. Al principio, creí que era una ilusión causada por el sueño, sin embargo, luego de tantas secuencias, no creo que mi mente se encuentre tan atrofiada para verlo tan recurrentemente.

»Eso, Maestro, junto con el hecho de que nadie, nadie, incluso en los libros, ha logrado determinar el material con el cual está realizado esa cosa, me trae más intriga que muchas de las clases de Lógica y Moralidad del Profesor Miles.

El Maestro Klaüde alzó una risotada por lo alto al escuchar estas últimas palabras de parte de Rigel. Habían llegado, además, a la parte final del Calvario sin darse mucha cuenta, y ahora, se hallaban de frente a la Plazoleta de la Victoria. Unos cuantos Rin saludaban con ánimo al Maestro Klaüde desde la Fuente que se situaba justo a la mitad de la plaza, mientras otros, escondidos entre la multitud, solo aguardaban al reinicio de las preguntas de la Scöh; y no, no precisamente pensando en el bien de Rigel.

El Maestro Klaüde caminó, casi perdidamente, hasta la Fuente Circular, simulando ignorar a su discípulo, quien, luego de la risotada de su Tutor, había bajado la vista y colocado su expresión más seria y molesta hasta los momentos, haciendo resaltar, cada vez más, las inmensas ojeras que se marcaban en su piel pálida, por debajo de sus ojos; no precisamente por estudiar para la prueba que aún ignoraba que estaba presentado. Rigel estaba exhausto, faltaba poco menos de un Lapso, aproximadamente, para que iniciara la 7ma campanada, o eso pensaba él, y los nervios jugaban en su contra. Debía descansar, lo sabía, no había podido dormir en toda la noche, y los callos en sus dedos eran prueba de que su guitarra se había llevado la peor parte. "Al menos estoy con Klaüde..." Suspiraba Rigel al mirar a su Maestro, quien seguía embelesado por algo que él no tenía ni la menor idea, solo sabía que lo estaba, y eso no era precisamente bueno.

-Miles... Sí, ese bastardo da más sueño que un perezoso explicando los Pecados de la Humanidad, ¿eh, Rigel? –Soltó en un suspiro el joven Maestro que, desde la altura del borde la fuente, veía la caída de asfalto que producía el Calvario hasta la siguiente planicie, con la cual iniciaba el reducido territorio de su Gremio, y seguido de allí, el camino, escondido entre algunas calles corredizas, hacia el Gran Muro, la puerta principal del Recinto. Bostezó, haciendo una elongación muscular casi imperceptible por los ropajes que llevaba encima, que a su vez, no eran nada cómodos ese preciso día: La capa negra con vinotinto la sentía con un peso superior a días anteriores, su traje y sus zapatos negros, insoportablemente apretados, posiblemente, por el nerviosismo que causaba tal honor, otra vez, y claro, su franela blanca y su collar, al cual parecía faltarle una pieza central, se sentía rasposos y fuera de lugar. Era un pésimo día para todo... Para todo, menos un cigarro.

Rigel, a su vez, lo veía con el rabillo del ojo, mientras, sentándose, volvía a abrir su cuaderno de apuntes. No parecía un día muy distinto a los otros: Cielo nublado, frío hasta la médula, y su maldito uniforme que le causaba la sensación de estar preso voluntariamente. "...Incoloro, inodoro e insípido..." Eso leía Rigel cuando de sus labios apareció una sonrisa leve, casi imperceptible, que mostró al cielo; "es como describirme", decían sus ojos entornados, que parecían andar buscando descifrar el código del cielo. Al bajar de nuevo su mirada, acomodó sus lentes, y miró levemente a su Maestro, que llevaba poco más de 5min en la misma posición sobre la fuente que cuando habían llegado: Brazos cruzados, de pie, ojos entornados y la respiración casi pausada; era, sin duda alguna, el Maestro Klaüde Callagher, su Tutor.

La imagen creaba una escena de película, un hombre de 1.80m, con el pelo, que le llegaba hasta la mitad de la espalda, ondulándose por el frío viento del Norte, y vestido, en su mayoría, por negro. Sin embargo, al notar que retenía la atención de su pupilo una vez más, el Maestro Klaüde decidió actuar:

Bajó sus dos brazos a la altura de su fémur, a la vez que, con su brazo derecho, buscaba su caja de cigarrillos en el bolsillo interno contrario de su traje, hallando, sin caretas ni emociones fingidas, el último de la caja. Rigel, que nunca había visto fumar a su Maestro, le parecía algo intrigante esto, así que, bajando levemente su cuaderno, prestó atención a lo que haría a continuación, "Nada en la vida del hombre es al azar, Rigel" eso le había dicho él, y bien hizo en hacerle caso a ese recuerdo, ya que, en menos tiempo de lo que esperaba, vio cómo su Maestro posaba su cigarrillo en la boca, lenta y de la forma más seria posible, mientras que con su mano izquierda realizó un leve chasquido de dedos, que acabó generando algo anonadante para Rigel: Fuego.

Klaüde había chasqueado sus dedos y encendido el cigarrillo con la facilidad de un bebé que duerme sobre el regazo de su madre. ¡Había creado fuego de la nada! Y Rigel no entendía el porqué, generando que cerrara su cuaderno de apuntes y lo colocara al pie de la fuente, mientras que, con su mirada más confundida, enfatizada por la elevación de una de sus cejas, miraba sin cesar la mano de su Tutor, quien le veía con una risa siniestra de media luna, y con tan solo una pequeña porción del rabillo de su ojo izquierdo. "Te tengo..." Dijo Klaüde para sí, expulsando el humo, lentamente, de la primera de las inhalaciones del cigarrillo.

-No entiendes cómo lo he hecho, ¿no es así? –Miró, esta vez de forma completa, a Rigel– Mas, quieres hacerlo, quieres prender fuego tus yemas y asombrar a los demás, ¿no? –Dijo, cada vez más serio, y descendiendo del borde de la fuente- Te preguntas los porqué de las cosas, y cuando no le ves el sentido lógico, entonces, le buscas tu propio sentido –Inhalaba de nuevo el cigarrillo de la forma menos visible posible– Por eso te irrita la clase de Miles, por eso te irrita el Campanario, por eso te empezaré a irritar yo: Porque todos se parecen a ti –Dijo botando el humo por la boca, directo al rostro perplejo de Rigel que caía al suelo sin más– Levántate, es momento de enseñarte, no de caer.

-Maestro... -Dijo poniéndose de pie el joven cara pálida- ¿Se ha vuelto loco?

-Y, ¿quién es más loco? ¿El loco, o el que decide ser enseñado por el loco? –Dijo alzando su ceja y tomándolo por el hombro, como un padre que ayuda a caminar a su hijo– Sígueme, Zid Aulerx.

Bordearon la fuente por el lado derecho, donde se había sentado Rigel al leer el cuaderno de apuntes que ahora dejaba en el camino. Al frente, "Las Corredizas" se alzaban con todo su esplendor hasta el Gran Salón: Escaleras largas y amplias que no solo daban al más importante de los edificios del Recinto Sacro, sino también al Mirador, la mejor forma de ver toda la ciudadela. Subían allí el Tutor y su alumno, sin saber este último el significado de la enseñanza que Klaüde había mencionado. Tardaron cerca de 10min en subir hasta la entrada, y un poco más hasta situarse en al área de los Maestros, la cual estaba custodiada por un Rin-Shin del Gremio de la Lucha, que actuaba como vigía en caso de algún movimiento.

Al verlo, el Maestro Klaüde lo saludó con gusto y le presentó a Rigel, quien quedó impresionado al ver que era una mujer, marcada en su cuello por unos extraños números y simbologías que no sabía, hasta entonces, qué significaban. Su pelo castaño y su sonrisa, al igual que el suave roce de sus manos, quedaron grabados en los ojos de Rigel, sin embargo, pronto advirtió que era extraño aquel suceso. ¿Para qué le estaría llevando Klaüde a ese lugar? Era una pregunta obvia, pero a la vez demasiado seria para ser ignorada por un simple: "Algo tendrá preparado..."

Sus pensamientos quedaron interrumpidos cuando, desde el borde de una de las esquinas de aquel extraño edificio, la voz áspera y grave del Maestro Klaüde le habló:

-Es bella, ¿no es así?

-¿Quién? –Dijo Rigel pensando que sería otra cosa la que le preguntaría–

-Rin-Harlot. Es una mujer bellísima, y de las más fuertes alumnas del Gremio de la Lucha, espero que me enorgullezcas tanto como ella, aunque como vas... -Un gesto de molestia se veía desde la comisura de los labios del joven Maestro-

-¿Cómo dice? –La irritación de Rigel se comenzaba a liberar; la siguiente fase de la prueba, también– ¿Acaso no le enorgullezco ya?

-No, me pareces patético. Sobre todo por ese blandengue saludo a la Srta. Harlot. Además, mírate, qué dirán de mí, ya los oigo, "este imbécil solo sabe preparar depresivos y problemáticos en este sagrado lugar", agh... Qué asco, de verdad. Solo... –El Maestro Klaüde se acercó con un solo paso al lugar donde se situaba Rigel, y con su mirada más psicótica le comenzó a decir, con unos irritantes sonidos susurrantes emitidos por las comisuras de sus labios– Mírate: Eres como la humanidad, Rigel, idéntico, y aún así no perteneces a ella en lo más mínimo. Tu forma de estar define la manera en que vives: Pelo desmarañado, las ojeras como si fueras un panda, y eso ofendiendo a los pobres animales a los cuales comparo contigo, la camisa blanca, que te identifica como uno de los zideranos del Recinto, poco rango pero bien merecido para alguien como tú, estando la mitad por fuera y el resto, bueno, donde no te entra el poco sol que sale por las mañanas.

»Te revelas en las clases, ziderano, peleas con los profesores, no prestas casi atención a las enseñanzas que te dan, ¡no te juntas con nadie!, pobres de Vans y Meiss, han de sufrir horrible a causa tuya, imagino solo los comentarios que le dirán los demás zideranos al saber que son los únicos locos que se juntan con alguien como tú. ¿Has pensado tan siquiera en ellos? ¿No, verdad? Qué raro, pero bueno, qué se puede esperar de alguien que se escapa al techo solo para hablar con la oscuridad y oír el silencio de la noche, simulando que está solo, en un mundo con exceso de población. ¡Eres patético! -Una risotada brotó de los labios de aquel que parecía su Maestro, más no lo era, ni tampoco apartaba sus manos ni ojos de su cuerpo- Menudo Tema de Investigación el que habrás elegido... No quiero ni tan siquiera saber qué ridiculez ha de ser. ¿Algo sobre la humanidad? Creo que sería bueno para ti, te la pasas criticándola al final de todo, ¿no? Supongo que no te han enseñado que, ustedes al menos, humanos, critican todo lo que ven de sí mismos en otra persona. Sin embargo, a ti pareciera que se te ha olvidado hasta cómo ser eso, eres un bicho raro, Rigel.

»No, ni tan siquiera eso, eres una cosa, tal y como le llamaste al Campanario. Ven, acércate, o no, solo –Y de una bofetada que casi le deja los lentes tres pisos abajo, justo desde donde estaban, Rigel quedó mirando de nuevo a las flamas verdes y su incesante ondular– Voltéate. ¿Lo ves? Dime, ¿lo ves? -Rigel no sabía qué responder, en parte por el aturdimiento, en parte por el sueño; en parte porque ese no parecía su Maestro-¿Sabes? Ese es el símbolo más grande de la humanidad, y tú, desgraciado, lo ves solo como una cosa, ya no eres un niño pequeño, o tal vez sí, depende de lo que el Maestro Hypnos determine en unos instantes al entrevistarte, así que, comienza a actuar como un adulto maduro y en vez de criticar y quedarte con las dudas, respóndelas, huérfano inepto –El corazón de Rigel se había encogido al oír esa frase, sin embargo, era hijo de Aquella, la mujer que le había enseñado a no sentir nada, sintiéndolo todo– Mírame, Zid asqueroso, y respóndeme una pregunta: ¿Cómo piensas entrar a la Scöh con tantas dudas en tu corazón? Esos, ellos, no serán tan apacibles como yo, entiéndelo. Ese Campanario, tienes razón, no sé mucho sobre él, nadie lo sabe, pero créeme cuando te digo que si te quedas viendo sus llamas por mucho tiempo te perderás, y nunca más volverás, ni a esta tierra, ni a la otra.

-Ma... -Otra bofetada le hacía callar, mientras, sujetado por ambos hombros, veía a su Tutor con un fulgor mayor al que entendía, dentro de sus ojos marrones-

-Silencio, ziderano, no he terminado –Pero estaba a punto de hacerlo– Entiende, no sé cómo no lo has hecho antes, tal vez, ha sido mi culpa, pero no importa, tienes que entender algo, Zid Aulerx: Lo que se viene no va a ser igual. Tienes que madurar, tienes que sobrepasar los límites humanos, tienes que ser algo más que ellos, más que esa raza, tienes que despedirte de todo, y serlo a la vez. Un ziderano no es más que un simple estudiante que logra sobrepasar lo impuesto por el sistema, cualquiera puede serlo, y es por eso que casi nadie puede seguir, no todos al menos, tú, en cambio, que ya has sido catalogado como alguien que no pertenece a esa categoría, tienes dudas, preguntas qué te falta, y yo, como tu Tutor, no te responderé, debido a que ya no está en mi posición hacerlo. Sin embargo, tengo dos cosas que quiero, con todo el corazón, que mantengas siempre en mente: Nunca has sido como los demás, no juegues a serlo, no juegues a pensar, eso es un pecado, y lo sabes.

-¿Y lo segundo? –Dijo Rigel, con la molestia en la punta de la lengua, y los lentes funcionando como vitrina protectora del odio de sus ojos azules–

-Valvatim prosc til vet extir –Dijo el Maestro como si no estuviera allí, como si ya no perteneciera a este mundo y en sus ojos se reflejasen los misterios y enseñanzas que para Rigel eran tan desconocidas y secretas-

-¿Y eso qué diablos significa? –Dijo Rigel agitando su cabeza y separándose bruscamente de su Tutor; eso, intentando disparar a alguien que parecía inocente–

-Todo se revelará a su debido tiempo, y cuando sea el indicado, tú mismo me lo contarás; cuento con ello como una promesa. –Dijo de nuevo el Maestro que, algo avergonzado, sabía que lo viniese a continuación marcaría no solo la Scöh de Rigel, sino su destino para siempre–

-¿Una promesa? ¿Que no soy como los demás? ¿De qué demonios me habla? ¿Me ha subido aquí solo para ponerse sentimental y paranoico? –Dijo Rigel con su voz menos emotiva y con el odio quemando el combustible con el cual seguiría en el ruedo, a pesar de la trampa que Klaüde le había colocado en contra de su voluntad– Maestro, sé que no soy como los demás, siempre lo he sabido, incluso desde antes de la muerte de mi madre, a la cual, por cierto, si vuelve a mencionar, le quebraré los dientes y se los haré tragar.

»No creo en las promesas, mucho menos después de que en la clase de Humanidad me confirmaran lo que ya creía: Gracias a ellas, o bueno, gracias a las personas que no las cumplieron, el mundo se ha vuelto tan frío y perdido como lo es ahora. Sin embargo, a pesar de que no la tolero, no permitiré que hable mal de la raza que, por si no se ha dado cuenta, también forma parte. –Dijo Rigel con una voz cada vez con más fuerza y fundamentación–

-No, no es así, nosotros, quienes formamos parte del Recinto, no formamos...

-¡Pues me importa un demonio lo que sean aquí en el Recinto! No permitiré que se hable mal de la Humanidad, mucho menos en un lugar que fue fundado, según entendí en la Clase de Integración, para salvaguardar el rastro de la inteligencia humana cuando esta no pudiere más; sabe muy bien que detesto las incoherencias. Es ridículo, pues, hablar así de ella, además, nosotros, los humanos, somos la máxima expresión de la naturaleza, no unas simples cosas que pueden ser reemplazadas por unos cuantos imbéciles con bata que sacan fuego de las yemas de sus dedos. ¿Quiere saber porqué? -No interrumpir dijo su mano derecha al ver la expresión sorprendida, y algo orgullosa, del Maestro Klaüde- Porque sí.

-Esa es una niñería, Rigel. Si piensas responder así en la Scöh, lo más probable es que quedes fuera –Una risa interna brotó desde lo más hondo de su corazón y quedó allí porque mentía, sabía que lo que venía era justo lo que aseguraría el pase de su pupilo al siguiente rango– ¿Acaso piensas olvidar los pecados de la humanidad?

-No, claro que no. Se los puedo recitar si desea, y si no, igual lo haré –Una leve inclinación de cabeza, junto a la mano derecha en posición vertical, por encima del corazón, proferían un Continuar Fundamentado de parte del Maestro Klaüde– Bien, existen 2 tipos de pecados en la humanidad...

-Háblame de los 4 principales... -Una trampa perfecta, sin embargo...-

-... Los 4 capitales y los 8 De Juicio... -... Rigel no era presa fácil de atrapar-

-No he pedido eso, no es lo que pregunto.

-¿Y cómo sabe lo que pregunta? –Aceptación humilde provenía de los gestos faciales del Maestro-

»Bien, como decía: Existen 2 tipos de pecados: Los 4 capitales, y los 8 De Juicio. Los 4 pecados capitales son con los cuales el ser humano se convierte en eso, un humano, vive con ellos, y muere por ellos. El primero es La Autosuficiencia y el Individualismo: Creemos que, solo por nuestro uso de razón y la manera en que resolvemos los problemas de una manera que "solo nosotros podríamos", somos superiores a todo lo que hay, todo lo que existe, incluso entre nosotros mismos, cuando ni siquiera podemos producir el oxígeno que respiramos.

»El segundo pecado es la obviedad –Un pequeño vacío apareció en los pensamientos de Rigel, que buscó una respuesta atemporal en un ser que también lo era: Su Maestro, sin embargo, continuó con su idea– Hacer las cosas de una forma tan obvia y simple, que ni siquiera nosotros mismos sabemos qué hemos, haremos o estamos haciendo; o el porqué.

»El tercero de los pecados nace del siguiente, pero es la base de los dos anteriores: Pensar. El ser humano cuando piensa, peca. –Los ojos del Maestro Klaüde, que hasta entonces se mantenía con su típica pose firme y recta, con las manos entrelazadas, se abrieron de par en par al escuchar el barranco más profundo a la hora de presentar la Scöh, no solo por el hecho de justificar lo que decía, sino porque recogía todos los temas con los cuales El Medidor hacía su función, sin embargo, esperó que no cayera–

-¿Cómo? ¿Cómo peca el ser humano al pensar, Zid Aulerx? –Una voz que provenía de alguien más, pero se transmitía a través del Maestro Klaüde con la dulzura de un beso de mujer, pronunciaba aquellas palabras–

-Sencillo: Peca, porque pasa al cuarto pecado... -"Klaüde..." Dijo ahora como un pensamiento, como un tormento- ... Ser humano.

-^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^-

Bien, se supone que no haría aparición hasta el capítulo siguiente, ¡sin embargo!, aquí estoy, haciendo unas leves aclaratorias acerca de la historia: 

1.- Sí, es algo confuso al inicio, pero ¿acaso hay algo que no lo sea? 

2.- Cada capítulo tiene cierta peculiaridad escondida, sí, por si no han notado la de esta, todo está en combinar el título con la narrativa y entenderán; al menos hasta que publique los demás capítulos.

3.- Gracias por leer! Aunque no me guste agradecer o aclarar muchas cosas al respecto, considero que lo mejor de la literatura no reside en lo maravilloso, misterioso, increíble o estético que hay en ella, sino en lo que Rigel aprenderá con el tiempo: Ustedes, las personas, y cada cosa que salga de sus mentes.


Atte. A. E. Dragon.

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