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By proteccmin

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Lo que nos unía era una mezcolanza extraña entre sexo, alcohol y mucho, mucho rap. • heterosexual. • + kth. •... More

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on stage.
extra: 00.
on stage: ya disponible.

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By proteccmin


—Eres un hijo de puta.

Le metí una zancadilla sin fijarme siquiera en lo que llevara entre las manos. No me importó. Había logrado cabrearme antes de que se subiera al escenario y desde hacía por lo menos una hora estaba con ganas de arrancarle uno a uno sus malditos cabellos que, ya había conjeturado, eran exactamente iguales al escobón amarillo con el que barría todas las mañanas y tardes la vieja loca del apartamento de al lado.

Estuvo a punto de tropezar y me miró con cara de querer matarme. Nada nuevo. Alcé las cejas en cuanto él dejó de lado la interfaz y cables de micrófono (sanos y salvos, por cierto) e hice un movimiento de cabeza que denotó el nulo cuidado que tenía en cuanto se me acercó con su cara de pocos amigos, pellizcándome la base del cuello como si estuviera dispuesto a arrancarme el pedazo de piel. Chasqueé la lengua haciéndome para atrás con brusquedad, provocándole una risa amarga y seca, medio ronca.

—Sigue quejándote y tampoco va a haber paga la próxima vez, Seori.

—Deja de tratarme como si fuera tu puta empleada, Yoongi. En esto estamos los dos y si yo no gano un quinto tú tampoco, que te quede claro.

Rodó los ojos negando con la cabeza y volvió a agarrar el equipo, ocupando ambas manos para empezar a caminar hacia el auto. Lo seguí con la mirada sin dejar de enredar los cables restantes y me quejé por lo bajo tentándome el pedazo de piel que me había pellizcado. Con una mierda, seguramente al día siguiente tendría un moretón enorme.

—Tenemos que pagar la renta del equipo, la gasolina y está claro que ese ramen de hace rato no se compró solo —masculló, acomodándose la gorra mientras volvía hacia mí—. Yo no estoy ganando nada esta vez.

—La renta de mi apartamento tampoco se paga sola, ¿sabes? —le reté, extendiéndole varios cables ya enroscados—. Creí que habíamos acordado que no aceptarías menos de cien mil won.

—No todo el mundo paga esa cantidad, Seori. No seas ingenua.

—El ingenuo aquí eres tú. Te hace falta visión, Min. Si quisieras podríamos estar ganando hasta quinientos mil cada que tus lindas piernas de palito se paran en un escenario.

Se dio la vuelta, haciéndose el desentendido mientras cargaba los micrófonos enfundados en cajas y los cables que faltaban por subir. Yo bufé, inhalando aire muy profundo para intentar relajarme, pero tal como esperaba estaba siendo inútil.

Yoongi y yo éramos una suerte de socios; compañeros, compinches de trabajo. Desde los primeros meses en la universidad nos había unido el amor por el rap, por lo que entre tardes de tarea, fiestas con mucho alcohol y uno que otro momento de lucidez en sobriedad habíamos concluido con la idea de hacer nuestro propio proyecto. Un proyecto en donde él rapeaba (porque, no voy a mentir, siempre lo ha hecho de puta madre) pero ambos escribíamos, componíamos, producíamos y básicamente lo manejábamos todo.

Él era la figura pública y yo el respaldo que desde las sombras lo apoyaba a hacer funcionar los engranes. Teníamos casi tres años con el proyecto, pero siendo constantes y tomándolo muy en serio apenas cumpliríamos uno.

Un año en donde habíamos empezado a golpear puertas como desquiciados y habíamos logrado más cosas que en los dos años pasados. Entre ellas, presentarnos en algunos bares y eventos a lo largo y ancho de Seúl con paga por día. El problema era que yo sabía lo jodidamente bueno que era Yoongi sobre el escenario pero él parecía ignorarlo. O quizá no quería darle el valor suficiente a su trabajo porque muchas veces aceptaba pagas muy por debajo del promedio.

Los primeros meses no me pareció mal, pero había dejado mi trabajo de medio tiempo para dedicarme por completo a lo nuestro y mi único ingreso era ese. Se había vuelto un maldito problema pues apenas llegaba a final de mes alimentándome a base de puro arroz y kimchi.

—¿Falta algo más? —me habló con voz pastosa, restregándose las manos en la cara con cansancio. Yo negué con la cabeza, agarrando los últimos cables con una mano para subirme al asiento del copiloto—. ¿Vas a acompañarme a dejar las cosas?

—Me hubiera ido en transporte público si no —musité, bajando la ventana para apoyar el codo en el borde de la puerta—. Tenemos que hablar, Yoongi.

—Seori...

—Quiero encargarme de las negociaciones.

Soltó un suspiro pesado y me miró, todavía con el auto apagado. Alcé una ceja y asentí para que no le quedaran dudas en caso de que se le pasara por la cabeza que estaba bromeando.

—Por una vez en tu vida escúchame, ¿sí? —pedí señalándolo con un dedo— No podemos seguir así. La gente empieza a reconocerte, estás generando una fanbase y van a un evento a verte literal y específicamente a ti —pausé, rodando los ojos cuando lo vi sonreír de medio lado—. No, no te lo digo para que te crezcas conmigo, te lo digo para que abras bien tus malditos ojos. Que sí, que son pequeñitos, pero eso no te ha impedido ver tetas y culos toda tu vida.

—Si fuera tan fácil cobrar quinientos mil lo haría, Seori. Creí que la universidad te había enseñado que vivir de la música es una mierda —cortó, queriendo sonar realista pero a mí me supo más a pesimismo—. Y sabes que lo de las negociaciones es jodido. En este mundo todavía no toman en serio a las mujeres.

Bufé sin esconder mi irritación y con un ademán le pedí que diera marcha al coche. Se quedó mirándome sin moverse durante al menos dos minutos seguidos y al percatarse de que no iba a desistir del tema, bajarme o hacer cualquier cosa que le diera una mínima señal de que iba a parar todo ahí, hizo ronronear el motor.

—Lo de las mujeres es una reverenda estupidez —gruñí mirando hacia afuera.

—Lo es, pero es una estupidez real. Son cosas que pasan.

—No sé cómo hacerte entender que no me importa pelearme con alguno que otro imbécil si eso nos promete crecer.

Yoongi no dijo nada, pero eso no quería decir que lo estuviese pensando. Lo conocía muy bien y sabía que no iba a estar de acuerdo conmigo así le diera los mejores argumentos simplemente porque era Yoongi. En la única situación donde no se comportaba como un testarudo orgulloso de mierda era cuando estábamos produciendo o componiendo; parecía que sólo ahí lográbamos entendernos en un cien por ciento.

Aunque, si lo pensaba, en alguna que otra cosa también... pero en el momento no venía al caso.

—De todas formas no es que te esté pidiendo permiso —retomé—. Te estoy avisando. De ahora en adelante iré contigo, me encargaré de negociar y gestionar las pagas junto a ti porque de verdad quiero comer algo más aparte de arroz diario.

Lo vi sonreír de medio lado. Quizá la situación del arroz parecía un mal chiste o una exageración, pero los últimos meses se había vuelto tan real que me deprimía y genuinamente me dolía: el estómago de hambre, la cabeza de lo mismo y el corazón de no tener plenitud en uno de los placeres que más disfrutaba como era la comida.

—Mientras no asustes a nadie.

—No voy a asustarlos más de lo que tú lo haces con tu cara de "aquí huele a animal muerto".

Se calló y ahora fui yo quien esbozó una sonrisa. Me estiré lo suficiente como para alcanzar a revolverle el cabello que sobresalía del hueco de su gorra al revés, recibiendo un gruñido y un brusco repliegue de su cuerpo hacia un costado como respuesta.

—Olvídate de una cena decente, idiota —refunfuñó sin dejar de mirar el camino, alcanzando un paño viejo y desgastado con el que solía limpiar los cristales del coche cuando se empañaban por dentro para tirármelo a la cara, haciendo ademán de restregármelo en la nariz.

Protesté manoteando para sacármelo de encima y Yoongi aprovechó para meterme una de las sucias esquinas a la boca. El sabor a mugre y vaho definitivamente no era algo que quería conservar en mi dieta. Lo vi reírse mostrando las encías pero sin emanar sonido alguno y tan rápido como me cruzó por la mente lancé el maldito trapo por la ventana, importándome poco si causaba un accidente vial al tapar el parabrisas de algún conductor desventurado.

—Entonces olvídate de volver a tener un polvo decente, animal.

No pude sopesar qué me había hecho más gracia: si el repentino volantazo que había dado con la intención de asustarme o su cara que se había vuelto un poema escondido tras el gesto de todo me importa una mierda.

Probablemente la segunda, porque para reforzar mi creencia, durante todo el camino no volvió a decir nada.

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