Nieve y Oscuridad [Segunda Pa...

By CatEyesWench

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Una misteriosa forastera llegó desde el lejano norte, desde más allá de las tierras del eterno invierno hasta... More

Capitulo II: De los errores aprende el hombre ¿no?
Capitulo III: Todos tienen derecho a elegir
Capitulo IV: El melancólico sonido de la noche
Capitulo V: Una voz familiar
Capitulo VI: El monologo de un resurgido
Capitulo VII: ¿Quieres saber quién soy?
Capitulo VIII: La curiosidad
Capitulo IX: Después de la noche ¿Cuándo sale el sol?
Capitulo X: ¿La realidad?
Capitulo XI: Vienen tiempos difíciles
Capitulo XII: ¿Se fue?
Capitulo XIII: Lo que se.
Capitulo XIV: Serás quien quieras ser.
Capitulo XV: Que digan lo que quieran.
Capitulo XVI: Cuando todo termine
Capitulo XVII: La batalla empieza
Capitulo XVIII: Una decisión
Capitulo XIX: La historia se deforma al pasar de boca en boca
Capitulo XX: Fuego
Capitulo XXI: Luz
Nota de autora

Capitulo I: El comienzo de un final

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By CatEyesWench

¡Nana! ¡Nana! —gritaba una pequeña que vestía un largo vestido de color blanco que en sus extremos inferiores estaba manchado de tierra al igual que sus zapatos también. —¡Mira, mira! —insistió con su inocente e infantil voz. Aun no llegaba al lugar donde le esperaba su abuela, pero corría con ambas manos hacia adelante con los ojos llenos de ilusión,

Una anciana de largo cabello blanco estaba sentada bajo la sombra de un árbol en el jardín del palacio, entre sus manos tenía un viejo libro sin título en su portada. La mujer de inmediato observó hacia adelante para ver a la niña de cabellos rubios y brillantes correr hacia ella. Su nieta, la princesa era la niña más inocente e infantil que conocía pues, todo niño criado en la realeza a esa corta edad ya están siendo disciplinados para reinar, y bien lo sabía pues así mismo había sucedido con su único hijo; Eskol Moon, el rey actual.

¿Qué sucede copito de nieve? —aquel apodo se lo había ganado la joven heredera después del primera día en que su madre le permitió salir a correr entre la nieve. Aquel día no solo su abuela sino también su padre le habían observado con gran felicidad al que algo tan simple la hacía feliz, pues ninguno de esos costosos regalos o muñecas de países extranjeros capturaron su atención como lo hizo la nieve aquel día.

¡Mira Nana! —jadeando llegó en frente de su abuela, en sus dos manos extendidas tenía un pequeño trozo de hielo que, al mirarlo más cerca, la anciana pudo notar que tenía la forma de una pequeña flor —Yo misma lo hice —admitió la pequeña con orgullo. El semblante de su abuela, aquella sonrisa por un segundo se desvaneció. —Nana... —musito la pequeña apenada agachando la mirada —¿No te gusta? —preguntó con decepción.

—Oh, Evey mi niña, es hermosa. —respondió de inmediato la anciana al escuchar la tristeza en la voz de la pequeña —¿Puedo tomarla? —preguntó extendiendo sus manos. En respuesta la pequeña sintió repetidas veces y depositó la pequeña flor en las manos de su abuela —¿Cuándo la hiciste cariño?

Hum... pues estaba jugando cerca de allá. —dijo señalando un pequeño jardín que estaba cubierto por una gruesa capa de nieve. Ese era su lugar favorito pues en cierta época del año las flores brotaban de diversos colores dándole un aspecto hermoso y alegre —Y extraño las flores... y-y-y lo hice, así. —la pequeña puso su mano sobre la otra dejando un gran espacio, una pequeña tormenta se formó entre sus pequeñas manos, sin embargo, nada salió —¡Ay! —Se ante su fracaso —No puedo hacerlo de nuevo...

Nana levantó su mirada y le sonrió con cariño a la muchacha —Querida, te creo, es una flor hermosa. —la anciana revolvió el cabello de la niña y le regresó la flor.

¿Crees que a mami le guste? —preguntó con completa ingenuidad.

Por ahora, mantengamos esto como un secreto entre tú y yo ¿sí? —No podía dejar que la niña entrara por las puertas del palacio y le mostrara lo que había hecho a Jaira, la mujer enloquecería. La pequeña Evey asintió —Ven cariño, vamos a tomar un chocolate caliente —la anciana se levantó y metió el libro entre su túnica, le ofreció la mano a la niña que alegremente la tomó.

Evey dormía en su habitación, Nana estaba en el palacio, en aquella sala que utilizaban para reuniones. Eskor, un hombre alto y de cabello rubio y destellante como el sol, ojos grises y barba en su rostro, estaba sentado a la cabecera. Jaira por su parte estaba sentada al lado de su marido, una mujer alta y delgada, con rasgos fijos y un par de hermosos ojos verdes, en sus labios parecía llevar una permanente mueca de disgusto. Nana sabía que lo que diría sería difícil pero quería ser ella quien pusiera al tanto a los padres de la princesa, no deseaba por ningún motivo que Jaira enloqueciera, había visto como trataba a veces a la pequeña, la mujer parecía incluso no tener un instinto maternal y aquello, era una razón de discusión entre ella y su hijo, Eskor, en varias ocasiones.

No hay una forma delicada de decirlo —Comenzó la anciana —Evey es una elementalista, el agua la ha elegido a ella y sugiero que sea puesta en entrenamiento de inmediato para que su habilidad no se salga de control. Evey es una niña inteligente, al menos necesita un tutor.

Los ojos de Jaira se abrieron de par en par —¡¿Qué?! —preguntó encolerizada. Los elementalistas eran vistos como guerreros o sanadores, pero mayormente como brujos, que Evey fuera una significaba que eso la alejaría del trono, ningún elementalista había tomado el trono después de Hela.

¿Estas segura, madre? —preguntó Eskor quien tomó la mano de su mujer buscando tranquilizarla aunque sabía que eso no cambiaría nada.

¿Crees que me he tomado la molestia de venir porque me encanta ver la cara de tu esposa? —dijo la anciana. Era más que sabido el odio que existía entre Jaira y su suegra —La misma niña me ha mostrado una flor de hielo que hizo ella misma, vi cómo pudo crear una pequeña ventisca entre sus manos.

Eskor se mantuvo en silencio pero la reina no podía quedarse al margen de todo 

Me rehúso —protestó Jaira. No quería que su hija se alejara del trono, tenía que gobernar, darle honor a su familia —No podemos meterla entre todos esos niños de clase baja.

Jaira. —Dijo Eskor —Podemos traer un tutor para Evey, lo necesitará, sabes lo que puede pasar si...

¡He dicho que no! —dijo la mujer levantando la voz, no dejando que su marido terminara de hablar —Sabes lo que pasó con Hela cuando subió al trono. Evey no manchará nuestro apellido y legado.

Si la dejas andar a sus anchas pronto aprenderá sola y eso traerá tragedia tras tragedia. Cuando empiece a explorar sus poderes será peligroso, Evey es una niña curiosa e infantil, si no es educada correctamente... va a ser un problema —Nana, ella misma era una elementalista, por ello prefirió cederle el trono a su hermano hasta que finalmente su hijo fue el único, Eskor heredero.

¡He dicho que no! —repitió Jaira y se levantó empujando la silla hacia atrás con fuerza —No permitiré que sepan sobre esto, Evey no debe ser educada, debe olvidar esa tontería, no va a ser una elementalista, será una reina. —y dicho aquello la mujer se marchó dando un fuerte portazo

Nana suspiró —Convéncela, será peligroso para la niña —se levantó con cuidado.

Lo intentaré madre, pero Jaira quiere que Evey reine algún día, tú y yo sabemos que esto solo va a fomentar que se aleje más y más del trono —no había nadie que conociera mejor a su hija que él, o al menos eso creía, pues Nana era quien mejor conocía a la pequeña.

Tú mujer es una cabeza hueca, no sé por qué te casaste con ella —dijo la anciana y salió de la habitación. Siempre aconsejó a su hijo de no hacer lo que no quisiera, que fuera libre, pero Eskor era como abuelo, terco y esperaba cumplir con las expectativas de todo el mundo, por ello se esforzaba en ser el mejor rey para su pueblo.

Los días pasaron y Evey fue obligada a tomar lecciones de bordado y confección de ropa, lo que toda señorita debía aprender. Jaira le prohibió salir al exterior, estaba cegada en que su hija debía alejarse de toda esa magia, seguramente, sentía envidia de ella, la reina era la única de sus hermanos que no heredó aquella habilidad y eso la distanció de ellos, pero por propia elección, no porque sus hermanos la hicieran a un lado. El verlos divertirse en la nieve, creando castillos de nieve o jugando simplemente, le llenaba de ira. Jaira se esforzó por sobresalir en la sociedad, en la nobleza, a pesar de todo, contaba con una belleza indiscutible y eso llamó la atención de muchos caballeros, sin embargo, ella apuntaba más alto, quería superar a sus hermanos en sus logros, y lo hizo cuando contrajo matrimonio con Eskor.

La pequeña estaba triste pues el jardín pronto florecería y no podría ver las flores de cerca. Su madre había ordenado a un guardia custodiarla por lo que la pequeña de siete años decidió escapar. Ágilmente pudo salir de su habitación sin ser notada, pero unos cuantos pasos más allá se encontró con uno de los guardias del palacio en una de sus rondas el cual la interceptó al darse cuenta de la huida que protagonizaba la pequeña princesa.

¡Sueltame! —demandó la pequeña intentando zafarse del hombre que sostenía su mano. A Jaira no le importaba que su hija fuera tratada de manera brusca, su único interés era que permaneciera dentro de las paredes del castillo.

Lo siento princesa, la reina ha dado órdenes claras, no puede salir del palacio sin su permiso. —era su deber, sin duda, debía cumplirlo pues si Jaira se enteraba que bajo su guardia su hija había escapado, le iba a costar caro. Al hombre le daba pesar tener que tratar a una pequeña niña así, pero no tenía opción.

Pe-pero me perderé las flores. —dijo entre sollozos —Mami no se enterará, seré cuidadosa, solo quiero ver las flores. —imploró, solo quería estar cerca del jardín antes que este fuera cubierto nuevamente por la nieve, no pedía nada más. El hombre decidió ignorarla y la arrastró prácticamente por el pasillo de regreso a su habitación —¡Por favor! —rogó con lágrimas en sus ojos.

Su madre ha dicho que no —repitió el soldado dando tirones del brazo de la pequeña muchacha para que le siguiera.

Me duele... me haces daño, suéltame —dijo intentando con sus pequeñas manos liberarse del fuerte agarre. Le dolía, pero más le que dolor físico, era algo emocional, solo quería ver las flores. El hombre hizo caso omiso a todo llanto o suplica de la pequeña niña, incluso le apretó con más fuerza —¡de-dejame! —pidió por última vez —¡SUELTAME!

Lo último que pudo ver el soldado fue una brillante luz anaranjada, un rojo fuego que lo envolvió y quemó tan rápido que sus restos cayeron hechos cenizas al suelo, incluso su armadura se desvaneció al calor. Ante los fuertes gritos de dolor que emitió el soldado, muchos guardias llegaron además doncellas, preocupados, sabían que si algo le sucedía a la princesa, ellos serían culpados.

Solo quería ver las flores... —Murmuró la pequeña. Evey no entendía lo que había sucedido, pero que todo el mundo la observara de esa forma, con temor, le hizo llorar aún más.

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