Shaddy ©

By ValeriaValverde

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«Aquel monstruo que me atormentaba era el mismo que curaba mis heridas.» En la noche de Halloween, un cadáver... More

Epígrafe + Booktrailer
FanArt: Shaddy
Capítulo 1: Shaddy.
Capítulo 2: Hazte fuerte.
Capítulo 3: La Morgue.
Capítulo 4: Shaddy nunca miente.
Capítulo 5: Alucinación.
Capítulo 6: Baúl de los recuerdos.
Capítulo 7: Baby Doe.
Capítulo 8: La casa.
Capítulo 9: Decisiones.
Capítulo 11: Cucarachas.
Capítulo 12: Oscuridad.
Capítulo 13: Película.
Capítulo 14: Robo.
Capítulo 15: Haz que pague.
Capítulo 16: Dulce Katrina.
Capítulo 17: Sonrisa macabra
Capítulo 18: La confianza da asco
Capítulo 19: Falsedad
Capítulo 20: Míster Boogie
Capítulo 21: Obsequio
Capítulo 22: Preguntas
Capítulo 23: Involucrados
Capítulo 24: Conexión.
Capítulo 25: Amenaza
Capítulo 26: La Familia.
Capítulo 27: El Alcalde.
Capítulo 28: Pesadilla
Capítulo 29: Alivio.
Capítulo 30: Avance
Capítulo 31: Herido.
Capítulo 32: ¿Verdad o mentira?
Capítulo 33: Intercambio
Capítulo 34: Recuerdo Inoportuno
Capítulo 35: Revelación
Capítulo 36: Para siempre Shaddy.

Capítulo 10: Sorpresa.

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By ValeriaValverde

🗝️

Vincent miraba la llave de la casa de Katrina, absorto. No pudo lograr comprender en qué maldito momento de la noche Shaddy le metió las llaves en los bolsillos. No había sentido sus huesudas manos en su pantalón, ni siquiera recordaba cuándo lo hizo. Claro que el hecho de que su memoria no funcionase como era debido le hacía cuestionar la razón de todo.

Su monstruo continuó mirándolo, con sus enormes cuencas vacías y aterradoras, esa negrura parecía consumir su alma, como si cada vez que lo mirase pudiese adueñarse de todo su ser. Él le dedicó una mirada hastiada.

—¿Por qué tomaste la decisión por mí? Dije que no quería más problemas.

—También te dije que hagas lo que hagas, las habladurias hacia tu persona nunca dejaran de apagarse. ¿Qué tiene de malo dormir en casa de una mujer? ¿Acaso no puede existir la amistad entre sexos opuestos? No me hagas darte una lección verbal.

—¡No he dicho nada de eso!

—¿Y qué quieres decir, sino? Eres tú el que siente miedo de dormir en casa ajena, sobre todo de una señorita. No es difícil saber qué el hecho de estar en un hogar con una fémina te ocasiona remordimientos por Ivy, como si te sintieras culpable de que la mujer que se encuentra dentro no fuese ella. No seas estúpido y afronta de una maldita vez tus miedos.

—¿Por qué tanta insistencia en eso, Shaddy? Sabes que me he vuelto débil.

—Nunca fuiste débil, Vincent.

Ambos se miraron mutuamente. Vincent no supo qué contestar a eso, pues no se recordaba tanto como para saber que en el pasado fue un hombre fuerte. La vulnerabilidad que manejaba en su día a día le hacia creerse que era un hombre de lo más debilucho.

🗝️

La pequeña Baby Doe estaba jugando con el baúl de sus recuerdos cuando vio acercarse a un par de niños a los que consideraba sus amigos. La niña mostró una sonrisa. Sin embargo, los otros esbozaron una linea en sus labios algo maquiavélica.
Los infantes solían tener como vestimenta unos uniformes de estampados a rayas rojas y negras, muy parecido al de los presos, pero sustituyendo el blanco por el carmesí. La pequeña Baby Doe poseía un vestido por debajo de sus rodillas con el mismo estampado, donde indicaba su nombre y el número de paciente —La paciente 2302—. Su cabello castaño estaba cortado a una media melena, sus ojos avellanas decoraban muy bien con sus dulces facciones y la cara ovalada. Poseía unos ojos tan expresivos que en ocasiones a los del personal solían intimidarles. De hecho, sonreía con regularidad, a pesar del funesto lugar en el que se encontraba.

—¿Por qué siempre estás con ese baúl tan feo? —indagó uno de los infantes.

Ella hizo una mueca de desagrado. Su baúl no era feo, pues algo que le tenía tanto aprecio y cariño no podía tacharlo de horrible, aunque éste no poseyera la absoluta belleza. Para sus ojos era hermoso y no necesitaba la opinión del resto.
Miró a sus compañeros sin entender la razón de su pregunta.

—¡No es feo! —exclamó ella, malhumorada.

—¿Esa de ahí no es la Srta. Ivy? —señaló las fotografías dentro del baúl.

Baby Doe quiso cerrar su tesoro, pero los niños se lo impidieron cuando la acorralaron para atisbar sus pertenencias. Ella comenzó a gritarles e intentar que se alejasen de sus cosas, pero lo único que obtuvo fue un fuerte empujón haciendo que cayese de bruces contra el piso. Los infantes la miraron cuando ella sollozó en el suelo.

—¿Estás llorando? ¡Llorica! Ni siquiera te he dado fuerte.

La pequeña no respondió. Escondió su mirada en el suelo sin entender la situación. Eran sus amigos y se estaban burlando de ella.

—¿Sabes que la Srta. Ivy está muerta? —inquirió uno de ellos con diversión.

Baby Doe alzó la vista, temerosa.

—¡Cállate! —voceó.

—¡Ivy está muerta! ¡Ivy está muerta! ¡Ivy está muerta! —decían al unísono, en una entonación divertida e infantil.

—¡Cállanse, estúpidos! ¡Ojalá el monstruo de debajo de sus camas se los coman como si fueran insectos!

Los niños se miraron cómplices, como si las palabras de ella hubieran invocado al tan innombrable «Coco», el famoso monstruo que solía causar terribles pesadillas en la niñez de muchos.

—¡Loca! ¡«El Coco» no se menciona! ¡Llorica estúpida!

Baby Doe estudió su número de paciente y su nombre. Aquel niño tenía la voz cantante en su pequeño grupo de amigos, y saber muy bien sus datos podría perjudicarlo en un futuro. Puede que fuese una chica de lágrima fácil, pero también era fuerte cuando un acto le impulsaba a ello.

—La llorica no seré yo cuando El Coco les haga hacer pis del miedo.

Los infantes quisieron abuchear más a la niña, pero Vincent se presentó en la sala de juegos, callando las voces y los insultos. El hombre colocó una expresión fría, intimidando a los más pequeños.

—Dado en el psiquiátrico que estáis, no es recomendable ser el abusón del grupo sabiendo la clase de castigos que podéis tener si se portan muy mal —habló él, taciturno.

—¡Dr. Krood, ella ha empezado!

—Mentir también puede suponer un castigo, Uriel.

El niño infló sus mofletes, indignado.

—¿Qué es esto, entonces? ¿El infierno? ¡Está lleno de castigos!

—¿Dónde crees que van los niños malos? A El Coco le gusta los niños como tú, Uriel.

«Irónico nombre para un niño mezquino», dijo Shaddy.

—¡El Coco no existe! —exclamó uno de los infantes, tratando de creerse así mismo.

—Vámonos... —murmuró Uriel, alejándose del psiquiatra.

La pequeña estaba guardando las pertenencias de su baúl, que los varones habían esparcido por toda la sala. Había dejado de llorar.

—Gracias por defenderme, Dr. Krood.

—De nada.

—¿Ve? Se han reído de mí por verme llorar. Todos se burlan cuando ven a una persona llorar.

—Se burlan aquellos que no sienten aflicción por la víctima en lágrimas. Prefieren burlarse, que meterse en su piel. Quizas porque los remordimientos les haría sentirse culpables, y empatizar no es algo que muchos desean. La mezquindad es horrible.

—No he entendido la mitad de las palabras que ha dicho, pero se lo agradezco de todas formas.

Él sonrió a la pequeña.

—¿Te gustaría salir a la plaza, Baby Doe?

La niña se ilusionó de inmediato. Los internos podían salir al exterior siempre con la supervisión de un adulto. No podían alejarse mucho de la plaza principal, o los guardias irían a por ellos usando la violencia y los calmantes para que no tratasen de huir. En sus muñecas poseían unas pequeñas pulseras con los pasos que podían dar y hasta dónde debían de detenerse y retroceder el camino, si se sobrepasaban, el castigo sería recibido.

Vincent agarró de la mano a la niña y ambos caminaron por los pasillos. El varón firmó un papel, alegando que se llevaba a pasear a Baby Doe a la plaza principal. La recepcionista lo miro de soslayo, pero no objetó nada al respecto. Los observó marchar de Hellincult.

Cuando la pequeña salió al exterior la alegría invadió su rostro. Los puestos ambulantes estaban vendiendo fruta fresca y la niña quería una de ellas. Señaló las manzanas rojas que poseían un brillo muy jugoso. Él tampoco quería consentirla demasiado, porque entonces su paciente se obsesionaría y tampoco quería llegar a eso. El mero hecho de que Baby Doe careciera del cuidado de sus padres, buscaba anhelo en su psiquiatra, que lo empezó a ver como el padre que se esfumó de su vida y su memoria.

—¡Quiero una manzana! ¿Me compra una manzana Dr. Krood?

«Eso, Vincent. ¿Le compras una manzana?», indagó Shaddy, con sorna.

—No se me permite comprar nada a los pacientes, Baby Doe.

La niña de inmediato se entristeció y hundió su mirada en sus propios pies. Él miró alrededor, observando que los guardias estuviesen lo suficiente entretenidos para poder comprar la manzana sin ser llamado la atención.

—Esta bien. Haré una excepción, pero sólo será una vez, ¿de acuerdo?

—¡Sí!

Le dio el dinero al mercader y agarró la manzana que Baby Doe quería comer. Acto seguido se la tendió. Ella de inmediato le dio una mordida.

En ese preciso instante, Vincent pudo percatarse que el ambiente estaba cambiando. Podía sentir demasiado silencio, a pesar del bullicio de los habitantes en la mañana. Hubo una neblina muy extraña que seguía un callejón. Cuando quiso buscar a Shaddy con la mirada, no lo discernió a su alrededor y eso le resultó muy extraño.

—¿Dr. Krood? —Le llamó la niña.

Él no respondió. El aire le pesaba. Podía notar sus pulmones cargados de aquella extraña alucinación tan real para sus dichosos ojos. Las cucarachas de Shaddy siguieron el callejón con la neblina, él de inmediato anduvo con rapidez para perseguirlas.

Baby Doe lo siguió detrás, sin entender a dónde iba.

Cuando la pulsera de la niña pitó, ella se detuvo al percatarse que no podía pasar por ahí. Vio marchar al psiquiatra, absorto en sus pensamientos.

—¡Dr. Krood, no puedo pasar por ahí! ¿Dr. Krood? Está bien, lo esperaré en este banco hasta que vuelva.

Vincent ni siquiera escuchaba la dulce voz de la pequeña. Podía ver su mandíbula moverse de arriba abajo, pero no oía nada.

La densa niebla rodeó su cuerpo. De inmediato desapareció pudiendo ver en dónde se había metido. En aquel callejón estaba Katrina, agarrando el pomo de una puerta trasera que llevaba a algún local. La muchacha miró confusa al hombre, sin entender su extraña actitud. Las cucarachas rodeaban los pies de la pelirroja sin siquiera percatarse del cosquilleo de las peludas patas de los insectos.

Vincent se alarmó un poco cuando la puerta trasera que quería entrar Katrina —o que había salido de ella—, se trataba de un club adulto para caballeros, donde las damas dedicaban bailes eróticos. El varón frunció su ceño sin comprender qué hacía una joven de veinticinco años en aquel callejón.

Cuando Katrina presenció cómo Vincent desenterraba en el cementerio, ella le había confesado que unos días atrás, antes de que a Ivy la matasen, ella había acudido al supuesto supermercado donde trabajaba Katrina y la mujer estuvo nerviosa todo el tiempo, pareciendo que la acechaban ahí afuera.

«¿Fue mentira? ¿Katrina no trabaja en un supermercado?», se cuestionó para sí mismo.

«¡Sopresa! La dulce Katrina no trabaja en un supermercado», había dicho Shaddy, posicionado a su lado.


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