¿Qué sabes de Noel Gallagher...

By EleaHardy

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Han pasado treinta años desde 1986. Aura tiene un buen trabajo, ahora sí. Es feliz con su actual vida en Parí... More

Sinópsis
Au revoir Paris. Hello Manchester.
Hello Didsbury
Hello Godzilla
Hello House
Hello Depot 2
Hello Gallagher #1
Bonjour Madmoiselle Anäis
Hello Mr. Gallagher
Hello Aura
Hello Hello Hello
((Un final perfecto))
Hello Narcissus
Bonsoir Madmoiselle Anäis

1990

227 26 30
By EleaHardy

Era increíble, pero La Hacienda se había llenado de caras infantiles aquella noche. Cuando digo infantiles, me refiero a que había visto a Liam y a sus amigos. ¿Y qué tenían, diecisiete años o así? La máquina de sacar tabaco seguía en el lugar de siempre; las botellas de ginebra parecían no haber cambiado en años, si no fuera porque sabía que era imposible; ahora, acompañando a los posters de los Who y The Jam de las paredes, había también carteles de conciertos de los Stone Roses por todas partes.

Me había acercado a la barra, dejando a Chelsea y a una amiga suya de su trabajo al lado de un bafle donde se gritaban la una a la otra para poder oírse. Había prometido que la siguiente ronda pagaba yo. Chelsea seguía siendo mi mejor amiga de siempre, aunque habíamos estado distanciadas mientras yo no estaba. Su amiga no me caía bien. Ni mal. Era un ni fu, ni fa; pero ellas se adoraban. Al menos me habían propuesto salir de casa. Jenn tenía un trabajo como cajera en un Sainsbury's los fines de semana, así que o salía tarde o no terminaba de aparecer. Lena se había echado un novio de esos intensos con los que tienes que hacer todo, hasta comprobar que sus heces huelen como siempre, terrible. De Nicky nadie tenía ni idea, simplemente la vida nos separó. Quizá también se había echado un novio intenso.

Era la tercera ronda aquella que pagaba en ese momento. Aunque la amiga de Chels no me aportaba nada, esperaba que el combinado que iba a beberme sí lo hiciera. Me impacientaba para que el camarero terminara de rellenar los vasos con una parsimonia alarmante. Me pregunté si habría aire caribeño al otro lado de la barra, denso y caluroso que le impidiese actuar a velocidad normal. Esa desesperación anidándose en mi estómago me llevó a mirar a un grupo de chicos que hacían jaleo dando saltos y empujones para molestarse entre sí. Allí estaba Liam, con un vaso de cerveza en la mano, sonriendo al ver como un amigo suyo ―creo― salía despedido contra una pared porque otro le había chocado el hombro con la fuerza de un hooker del Saracens. Rodé los ojos ante tal acto de hombría adolescente, pero después de descubrir que al camarero todavía le quedaba poner la tercera copa, volví la vista a los chicos. Liam, con la cabeza ladeada y mirando al suelo, escuchaba como otro parecía decirle algo. Entonces él levantó la vista, preguntándole algo, moviendo la cabeza para enfatizar la cuestión. El otro chico miró hacia donde estaba yo y, segundos después, Liam me miraba también. Rodé los ojos al escuchar al camarero: «aquí tienes, guapa». Tomé los vasos como pude y me fui hasta las chicas.

No sé las veces que brindamos por nosotras y porque teníamos que quedar más a menudo y porque mil tonterías. Al menos estar con Chelsea se resumía a un montón de risas, porque tenía un humor fantástico, y a mi pesar he de reconocer que su amiga resultaba para mí cada vez más aguda a medida que la iba conociendo entre brindis y brindis y baile y baile. Fue en uno de esos bailes, en los que solía interiorizarme, cerrar los ojos y dejar que la música invadiera mi ser, que noté cómo me agarraban fuerte por debajo de la cintura y me levantaban por los aires. Había notado un subir y bajar algo por mi esófago, asustada y sorprendida. Mi primera y única reacción fue pegar en la cabeza al tipo que me tenía secuestrada lejos del suelo. «¡Suéltame, capullo! ¡Te reviento!». De paso amenacé con pegarle una patada en los huevos, aunque no podía hacerlo en realidad.

―¡Ay, ay! ¡Joder! ―dijo él, dejándome en el suelo, tapándose la cara con los brazos para zafarse de mis inútiles e indoloros manotazos.

―¡Liam! ―exclamé más como una queja que como una expresión de alegría.

―¡Aura! ―dijo él como más alegría que queja.

Me quedé mirándolo fijamente. Liam había cambiado un montón. Ahora era un chico más alto que había perdido ese desgarbo de la adolescencia que le hacía parecer un larguirucho de una ceja. Debía de ser más alto que Noel por poco, pero, sin embargo, su espalda era más ancha y parecía un chico más grande en todos los sentidos. Tenía una percha increíble de hombro a hombro. Llevaba el pelo cortado de manera sesentera y le quedaba realmente bien. Su mandíbula era más prominente y marcaba mucho sus facciones en las que se notaba que ya pasaba la maquinilla de afeitar más de dos veces en semana. Sus ojos azules eran tan claros e hipnóticos como los de sus hermanos, con la exclusividad de unas pestañas espesas y larguísimas que hacían de cada pestañeo una especie de show del West End. Liam se había hecho mayor, o estaba ya en pleno camino. Y, en efecto, estaba en camino de convertirse en un chaval muy apuesto. Jodidamente atrayente, hablando mal y pronto. Su media sonrisa al mirarme resultaba tremendamente tentadora para devolverle el mismo gesto. Ese porte y esa belleza peculiar, le hacían parecer un completo Adonis griego. Evidentemente, yo no pensé esto en las décimas de segundo que todo el mundo admite que le pasan las cosas por la cabeza. No, yo debí de tardar demasiado tiempo observándolo sin decir nada, sólo mirándolo recreándome en mis pensamientos y con mi sonrisa boba. Y debió de molestarle tanto silencio porque se atrevió a romperlo con un: «¿qué pasa, tengo monos en la cara?» y el adulto que yo me imaginaba que empezaba a ser se esfumó de delante de mi vista. Volví a rodar los ojos.

―Tienes una cara de mono que no sé ni cómo te han dejado entrar, sí ―le dije.

―Hemos amenazado al gorila de la puerta.

―¿Tú y quién más? ¿No será que tu mamá ha pedido por favor que te dejen pasar?

Liam intentó que no se le escapara la risa.

―No, le hemos dicho que si no nos dejaba entrar íbamos a chivarnos a la tía más desagradable de Manchester, que eres tú, por cierto, y no lo ha dudado porque tu fama de insoportable es conocida en todas las tierras que baña el río Mersey...

―¡Vaya! Me sorprenden dos cosas de tu relato. La primera es que con esa cara de capullo sepas cuál es el río Mersey y, la segunda, que sepas que pasa por más lugares que por Didsbury.

―Me alegra que no te sorprenda que eres insoportable.

―Todo un honor de reconocimiento viniendo del insoportable mayor de todo el reino.

Y, con una sonrisa que éramos incapaces de esconder, nos quedamos mirándonos unos segundos y al final nos fundimos en un abrazo. Tenía que reconocer que adoraba a ese imbécil. Podría pasarme horas muertas enteras buscando insultos que él siempre me devolvía y así sin parar. Hacía años que había dejado de odiarlo de verdad para quererlo como a un hermano pequeño incordio.

Me dio la mano y me llevó a la barra para invitarme a un trago y demostrarme que era un chico mayor o algo así. Entonces le pregunté por qué estaba en La Hacienda si aún era un niñato. Se rio antes de beber de su pinta y me habló con su seguridad exacerbada, como si yo fuera una loca por no saber nada de nada.

―¡Cumpliré dieciocho en breve! ―respondió, como si no me hubiera dado cuenta del paso del tiempo―. Estamos celebrando que nos hemos graduado y que no volveremos al instituto más.

Sonreí. Claro que para Liam aquello debía de ser importante, como lo había sido para mí siete años atrás, pero en ese momento yo me creía muy madura y ese tipo de fiestas muy infantil. Le reprobé con un simple gesto al levantar la ceja. Bebí de mi vaso mirando que al grupo de los chicos se sumaban unas chavalas de su edad que debían de querer participar de la misma fiesta.

―Es estupendo eso ―le confirmé―. Pero, ahora viene lo jodido. ¿Qué vas a hacer?

―Pues... ―miró hacia el techo fingiendo pensar mucho en ello, como cuando el profesor te preguntaba la lección y tú no tenías ni idea―. De momento viviré libre el verano. Fiestas, conciertos, cerveza, drogas, chicas por ahí... Después, supongo que tendré que buscar un curro, si mi madre no me lo ha encontrado ya... ―agregó con una risita.

―¿Qué harías sin Peggy? ―pregunté de forma retórica justo antes de que los dos bebiéramos de nuestros vasos. Él arqueó las cejas mientras tragaba y, pasándose la lengua por los dientes en un gesto muy desinteresado, se encogió de hombros―. Veo que te has convertido en un chico molón, ¿eh? Seguro que tendrás miles de novias por todas las tierras que baña el río Mersey...

Su risa era un regalo.

―Claro, Aura, sólo se vive una vez.

Me hizo sonreír de manera automática. Hasta la barra, aunque alejadas de nosotros dos, llegaron dos de las chicas de su edad hablando entre sonrisas. Una de ellas, una de pelo ondulado y cara de niña, me sonaba mucho de algún que otro encuentro con él.

―¿Y no es ella una de tus novias? ―pregunté haciendo un pequeño movimiento con la cabeza para señalarla.

Liam con sus cejas arqueadas y una sonrisa, se giró hacia ellas. La miró unos segundos, tornándose su gesto un ápice más sombrío. Me miró y prefirió hacerse el interesante bebiendo un trago ligeramente más largo que los que hasta ahora daba. Entonces, mientras tragaba, arrugó la nariz y negó con la cabeza. Aquel gesto me contestó algo más de lo que él parecía querer decirme con palabras y, por un momento, quise insistir, pero en seguida me arrepentí de haberle preguntado.

―Y bueno, ¿tú dónde has estado este tiempo? Hace como un lustro que no te veo.

Apostaba lo que fuera a que Liam no había querido sonar exagerado, sino que no sabía lo que significaba la palabra "lustro". Le sonreí, alegrándome de su manera audaz de cambiar de tema saliéndose por la tangente.

―He estado en Londres este último año. He aprendido mucho allí. No sé ni por qué he vuelto.

―Eso digo yo... ―rodó los ojos.

―Ahora tengo una propuesta... y no sé qué hacer. Es más, ni siquiera se lo he dicho aún a nadie porque me aterra.

―¿Qué es?

―Me han propuesto ir a trabajar a París. ¿Te imaginas? ¡París! La ciudad de la moda.

―La puta ciudad de la moda por excelencia ―recalcó con conocimiento de causa. O al menos repitiendo un mito que todo el mundo conocía―. ¿Y a qué esperas? ¡Lárgate de aquí!

―Me aterra, Liam ―confesé con una risilla nerviosa―. ¿Y si es una ciudad horrible? ¿O si me va fatal, o los franceses son tan raros como los pintan? ¿Y si nunca me adapto?

―¿Estoy oyendo bien? ¿Qué hay de malo en volver a casa si nada va bien? ―soltó con las dos manos abiertas hasta el techo y una mueca que le hacía creer que yo era una cosa boba―. Pero, para saber si debes volver, primero tendrás que ir. No sé, digo yo. ¿No te has enterado? ¡Sólo se vive una puta vez! ¿Sabes lo que te digo? Espero que mañana estés haciendo las putas maletas y vayas con tu "insoportabilidad" a martirizar a los franchutes.

Ladeé la cara y lo miré con el ceño fruncido. El muy mierda tenía razón y, aunque me hubiese gustado sonar tan altiva como siempre que me insultaba, esta vez tuve que dejarlo pasar.

―¿Sabes? Tienes toda la puta razón. ¡Brindemos!

―¡Brindemos!

Chocamos nuestros vasos, bebimos a continuación y después nos reímos. La verdad es que estaba resultando mejor encuentro que el que había tenido con Chelsea y su amiga.

―Gracias por el consejo, niñato. ―Fui bastante sincera y, aunque un poco entonada por el alcohol, me sentí en la obligación de darle un consejo también―. Y tú, si piensas en conciertos, drogas y chicas para todo el verano, haz el favor y protégete, ¿eh? Sé que eres más listo de lo que aparentas.

Abrió mucho los ojos y luego soltó una profunda carcajada. Más listo sí, pero infantil también era un rato. Asintió varias veces.

―Te lo prometo.

―Sí, créeme, no querrás tener muchos niños por ahí con mujeres diferentes ―expliqué con una gran sonrisa para quitarle hierro al asunto―. Ni sífilis. Eso tampoco querrás tenerlo.

―¿De verdad estamos hablando de sexo, Aura?

Me encogí de hombros y sonreí. Él seguía mirándome con ese infantilismo en su gesto, riéndose, como si de verdad no creyera estar teniendo esa conversación conmigo. Y, en nuestro trance, noté una mano acariciándome la cintura que me hizo dar un respingo, como cuando minutos antes mis pies se habían despegado del suelo. Me giré ante la familiaridad de ese gesto, esperando que no fuera un puto baboso al que romperle la cara con ayuda de Liam, y encontré los ojos azules de Noel Gallagher achinándose a medida que los reconocí.

Sus espesas cejas apenas se veían bajo un flequillo muy largo, en un corte de pelo de seta bastante particular que le había visto al hortera del cantante de Inspiral Carpets y a miles de sus horteras fans. No pude evitar una carcajada que se me escapó al darme cuenta de semejante estilismo que me horrorizaba. Él frunció el ceño.

―¡Noel! ―solté en una especie de saludo que se perdió entre mis risas―. ¿Qué te ha pasado en la cabeza? ―pregunté al final. Liam se rio demasiado y Noel le pegó un empujón pidiéndole, sin ningún decoro, que se largara de allí. Alzó las cejas y me guiñó a modo de despedida. Le devolví el gesto de tan buen humor que pensé que era capaz de leer mi agradecimiento por ese gran rato. Cuando se alejaba hacia sus amigos, volví a mirar a Noel y volvió a hacerme una risa que no era normal.

―¿Se puede saber qué coño te hace tanta gracia?

―Tu pelo. Sólo tu pelo... ―Volví a reír. Luego bebí para apagar la carcajada y tomé aire cuando él empezaba a mirarme como si fuera una maleducada, cosa que era cierta, pero también he sido siempre muy sincera―. ¡Parece que te hayan circuncidado la cabeza! ―terminé soltando mientras le señalaba con el dedo.

Él se mantuvo serio y casi malhumorado mientras levantaba una ceja para mostrar su desacuerdo con hacer de su corte de pelo un show de Benny Hill.

―¿Estás queriendo insinuar que mi cabeza parece un capullo? ―preguntó. Asentí tratando de mantenerle la calma y la sonrisa quieta. Él asintió como si aceptara el golpe―. A ti se te ve bien. Desde bastante lejos, de hecho, ¿cuántos kilos has cogido desde la última vez que coincidimos?

Bien. Ni puta gracia. Ni aunque fuera mentira. Me puse seria y me lo tomé fatal. ¡Ufff! Me entró una rabia casi inmediata, ¿cómo se atrevía? Entonces se rio, lo cual me hizo ponerme más a la defensiva y le di un empujón.

―¡Ah! ―dijo haciéndose el ofendido, con una sonrisa―. O sea que tú puedes llamarme cabeza de polla y reírte y yo no puedo meterme contigo. ¿Te parece eso justo, Aura? ―Me miró de forma interrogante, con la barbilla un poco levantada, como siempre que pasaba de listo y sabía que tenía razón. Le odié un poquito, pero como tenía razón, tuve que aceptarlo. Eso sí, rodando los ojos primero―. Estás bien. Sexy como siempre y guapa como nunca... ―agregó zalamero, tratando de hacerme saber que antes mentía.

Me iba a costar un poco, pero sabía que iba a terminar de acostumbrarme de verle con ese look. Sonrió al camarero, que se acercaba a saludarlo y le pidió una cerveza. Luego me señaló, pero al darse cuenta de que mi vaso estaba casi del todo lleno, se resignó en no invitarme. Cuando el camarero lento le sirvió, me agarró la mano y tiró de mí. Volvió a sonreír al camarero y me llevó a la parte de detrás de la barra, haciéndome entrar por una puerta que nos dejaba paso a una especie de almacén lleno de cajas de botellas, unos instrumentos dispares, un sofá chester desvencijado y una estantería llena de a saber qué papeles. Le miré extrañada, aunque expectante. Él sonrió como siempre que tenía algo escondido en la manga. Cerró la puerta a nuestro paso y echó un pestillo. A priori me sentí privilegiada por estar en las entrañas del lugar de ocio más famoso de Manchester.

Noel abrió una ventana que había al fondo y se notó entrar una brisa húmeda del exterior. Se sentó sobre el alfeizar interior y sacó de su bolsillo un chivato de hierba y papel para liar. Alzó las cejas, o eso imaginé porque su pelo estaba demasiado largo, y se rio. Me invitó a sentarme a su lado dando un golpecito en la madera donde estaba apoyado su trasero. Y así, mientras se liaba un porro a mi lado, comenzó a preguntarme qué había hecho desde que no nos veíamos. Le conté, bastante más detalladamente que a su hermano, cómo me había surgido aquella beca en Londres y lo maravilloso que había sido vivir en la capital, con sus mercados de Camden, el de Portobello, o esos ambientes punks y bohemios que allí siguen estando a la orden del día. Me preguntaba entusiasmándose con mi relato y compartía conmigo el porro y carcajadas con su mordacidad marca de la casa Gallagher. Cuando le pregunté que no parecía envidiarme por viajar a Londres, se rio. Metió las manos en los bolsillos del vaquero y estiró las piernas dándose esos aires de grandiosidad que cada poro de su cuerpo expulsa. Su nuez apuntaba al techo y su barbilla hacia arriba parecía anunciar algo sobradamente magnifico que dejaría mi estancia en el barrio de Westminster como una anécdota sin importancia.

―He estado rodando por todo el Reino Unido ―soltó como si tal cosa―. Bueno, de hecho también por Irlanda...

―¿Rodando?

―Como pipa de los Inspiral Carpets...

Y entonces ese puto corte de pelo cobró sentido. Y, como volví a fijarme y a verlo como lo ridículo que era, volvieron a salirme carcajadas que no podía contener, con seguridad ayudadas a salir por el efecto de la marihuana. Noel me acompañó aunque no sabía de qué nos reíamos. Cuando pude tomar aire para soltar una frase entera, lo primero que le dije fue que me perdonara.

―Eso explica ese corte de pelo... claro. ¿Os obligan a todo el STAFF a llevarlo?

Se encogió de hombros resignado.

―Lamento que no te guste, mañana mismo iré al barbero.

―Hazme caso, no es tu mejor estilo. Palabra de entendida en moda ―le confirmé, levantando la mano de manera solemne.

Se rio. Menos mal que se lo tomaba así. Entonces seguí preguntándole por sus giras y le encantaba contarme las anécdotas más bizarras de los viajes. Parecía ser feliz viviendo con músicos, lo cual me alegraba, porque años antes siempre le animaba a hacer pruebas delante de alguien entendido y esas cosas. Insistí con más preguntas sin darme cuenta de que estaba queriendo enterarme de todo lo que haría a continuación. Me dijo que viajarían por el mundo en muy poco tiempo. Me pareció una pasada. Me dio un poco de envidia y me envalentonó, como hacía años me envalentonaban las conversaciones con Noel. Él tan oportunista, aprovechándose de todas las situaciones como si las tuviera planeadas desde hace tiempo, y yo siempre pensándome todo demasiado, la noche y el día.

―Me iré a París ―dije.

―¿A París?

―Me han ofrecido trabajo ―expliqué asintiendo una sola vez―. Y me voy a ir porque, joder, sólo se vive una vez.

Él me miró tranquilo, fijamente a los ojos, no sé cuánto tiempo.

―Joder, sí... Sólo se vive una puta vez, Aura.

―No es como si vayamos a echarnos de menos mucho, ¿eh? ―solté sin pensarlo demasiado.

Inspiró aire y luego dejó caer la cabeza hacia atrás mirándome. La brisa que entraba por la ventana hacía que su pelo se balancease hacia un lado y volviese a su sitio una y otra vez. Era como una onda hipnótica. Me agarró la mano y comenzó a acariciarme el dorso con su pulgar, despacio y de una manera peligrosamente relajante y demasiado familiar. La música de fuera se escuchaba de manera sorda rebotando contra la pared que nos separaba del gentío.

―No, seguro que no. Cada uno hará su puta vida ―sospechó―. Y te gustará enterarte de que seré el próximo guitarrista de la banda o algo así. Igual que espero que seas la próxima Coco Chanel. Si eso ocurre, entonces habrá merecido la pena.

Lo miré fijamente, entendiendo lo que quería decir. Pero él dudó. Por un momento, y contrario a sus palabras, prefirió no resignarse y se abalanzó hacia mí para besarme. Y yo le dejé hacer. Y le acompañé porque me gustaba su manera de besar. Ahora menos adolescente, pero siempre con un brote de dulzura característico. Luego me rodeó la cintura con las dos manos, acercándome a él. Comprendí enseguida que yo estaba sentada en el alfeizar pero él estaba de pie, encajando su cadera entre mis piernas. Sus labios empezaron a hervir en mi boca. Agarré su cara con mis manos para separarme de él y mirarle a los ojos. Estaba a punto de sonreírle, pero algo no me cuadraba. Algo en su mirada que se teñía igualmente de culpa y de deseo. Y el deseo me valía, pero la culpa no. Fruncí el ceño y su gesto se tornó más preocupado. Aspiré aire y lo solté tan rápido que de haberlo hecho contra el cristal habría visto como una nube de vaho se condensaba en la ventana.

―Tienes novia, Noel, ¿verdad?

Él miró al suelo avergonzado y tardó su tiempo en levantar la mirada para darme un sí apenas audible. Contrario a lo que cualquiera hubiera imaginado, sonreí. No porque me gustara la noticia, sino porque me alegraba de no haber llegado más lejos y que todo eso se tornara en una puta trama de peli B. Además él sabía lo que yo opinaba sobre las infidelidades después de haber sufrido la de Roddy. Se sintió extrañado ante mi gesto, pero de manera maternal le acaricié la mejilla.

―¿Cómo lo has... sabido? ―preguntó.

―Me has traído aquí, evidentemente para estar lejos de la vista. No creo que me hayas traído sólo para fumar un porro. Podríamos haber fumado en la misma calle... ―expliqué. Volví a sonreír de forma estúpida, como si fuera una puta loca―. No creo que quisieras que pasara, pero nunca dejas puntada sin hilo, Noel Gallagher, y éste parece un buen sitio que te guardaría el secreto si no podías contenerte.

―Parece que eres muy lista.

―Son tus ojos los que me lo están contando todo, Noel.

―Supongo que es difícil ocultarte algo a ti, Aura.

―Sobre todo ocultarme que tienes novia. Iba a enterarme mañana, o al otro día, o al otro ¿no lo crees? En esta ciudad todo el mundo nos conoce.

Asintió. Le hice separarse de mí lentamente y me bajé del alfeizar. Le besé en la mejilla y le pasé la mano por ese pelo tan exagerado. Tiré de su mano hasta la puerta y esperé que fuera él el que aflojase el pestillo. Antes de abrir, le apreté la mano y él sonrió.

―Córtate el pelo. Tu novia seguro estará de acuerdo conmigo ―bromeé para romper ese ambiente denso.

―Quizá mi madre también estará de acuerdo con vosotras ―añadió divertido. Hizo una pausa a conciencia en la que hablamos con la mirada―. Nos veremos...

―Sí ―aseguré―. Nos veremos antes de lo que creemos. Pero eso sí, ya serás famoso para entonces, ¿verdad?

Una carcajada de esas recortadas con tijera me devolvió a ese ambiente cómodo con él. Casi había echado de menos que se riera así durante esos incómodos minutos. Asintió, dándome la razón como a los locos.

―Sí, no cabe duda. Y tú estarás diseñando para Dior, ¿no?

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