Hello Didsbury

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De entre las cosas más sofocantes de volver a Manchester, estaba la de discutir con mi madre porque queríamos quedarnos en un hotel hasta que encontrara algo y ella insistía en que estuviéramos con ella en su casa, que además estaba muy sola y que era una idiotez gastar dinero en un hotel. Y bueno, tenía razón. Los dos pájaros habíamos volado del nido y, desde que murió papá, ella vivía sola... pero que no... que tan acostumbrada estaba a estar sola que nosotros dos sólo íbamos a hacer que su calma habitual se desestabilizara. Ella no lo quería ver así, pero yo la conozco. Y me conozco también a mí. Acababa de poner los pies en Manchester y ya discutíamos, era premonitorio: estaríamos así todo el tiempo.

La segunda cosa sofocante fue que mi hermana nos invitó a comer a todos a su casa, así que apenas pudimos dejar el equipaje en el hotel y salimos directos para allá. No tuve tiempo ni de ver la habitación. «Claro, Señora, no se preocupe, dejaremos su equipaje en su habitación», fue lo único que me dijeron en la recepción después de hacer el ingreso. Ahora te piden la documentación y le hacen fotocopias y un montón de cosas que antes no hacían. Ahora ya no puedes engañar a nadie con acento francés en los hoteles.

Miré a mi hijo al montarnos en el coche y, cuando me devolvió la mirada, resoplé con resignación. Me sonrió y se encogió de hombros. Sé de sobra que pensaba que en Inglaterra están un poco grillaos, al menos mi familia, pero les debe de tener cariño.

―Julien, cielo, ¿tienes hambre, quieres que paremos a por un sándwich? ―Mi madre.

Mi hijo achinó su mirada azul y negó con la cabeza, poniendo una sonrisa adorable que a mi hermana y a mi madre les deja enamoradas. Bueno, y a mí.

No es porque yo sea su madre, pero Julien es guapísimo. Tiene ya dieciocho años y se ha hecho un hombre. ¿En qué momento ha pasado así el tiempo? Tiene la piel blanca como la espuma de la leche del café parisino; el pelo oscuro, ni lacio ni demasiado alborotado y lo lleva ahora con ese estilo de tazón que se lleva, que no se parece al de mi época para nada, con un aire casual y despeinado que le da ese aspecto soñador que tienen los chicos ahora, que no paran en peinarse sino que parecen disfrutar todo el tiempo que viven; su sonrisa perfecta de ortodoncia, que lo sabré yo que la he pagado, la remarca una mandíbula perfilada y cuadrada, con un lunar oscuro bajo el labio inferior que le da ese aspecto único y casi sensual ―otra que no sea su madre omitiría el casi―; y luego esos ojos... esos ojos azules que se achinan cuando sonríe bajo unas espesas cejas oscuras que hablan en su cara sin que tenga que abrir la boca. Tengo que reconocer que lo miro y siento un orgullo enorme de haber creado una especie de obra maestra y perfecta. No sé si a todas las madres les sucederá lo mismo, pero yo estoy segura de que, de todas las cosas que he creado en la vida, Julien debe de estar en el top uno, muy seguido de aquel conjunto de camiseta con hombreras y falda de tubo que fue mi proyecto final de la escuela de moda.

El barrio seguía siendo el barrio. Didsbury está igual que hace treinta y un años, sólo que ahora hay negocios de alimentación de chinos donde antes había una licorería o una tienda de electrodomésticos. Cosas que ya han pasado a venderse en los grandes centros comerciales. No sé si porque mi hermana no sabe otro camino o porque lo hizo aposta, para llegar a su casa eligió pasar por Fog Lane. Me recorrió un escalofrío al saber que Sifters sigue vivo y vendiendo música. Quizá fue mi mejor recuerdo. Al pasar por el Fish and chips sentí un tirón en el estómago de nostalgia y una melancolía muy grande al comprobar que ahora era un Döner kebab. ¿Qué más cosas habría sido durante estos años? ¿Qué será de Sam ahora? Me invadió un sentimiento de recuerdos y pensé que debería llamarla, buscarla y reencontrarme con ella, aunque... se me pasó rápido. Habíamos perdido el contacto hacía ya muchos años.

―Mamá ―me dijo Julien, le miré―, ¿cuándo podremos ir al futbol?

―Bueno, cariño, para empezar... tendrá que haber un partido primero, ¿no? No te impacientes.

Adora el fútbol, mucho, como todos los chavales de su edad. Aunque, inexplicablemente, no ha seguido los pasos de su madre para elegir equipo. Vale, yo paso del fútbol, pero tener un hijo del Manchester City... ¿en serio? ¿Qué he hecho yo para merecer eso? Realmente su equipo preferido es el Paris St. Germain, pero uno suele esperar que tus hijos elijan el equipo de tu ciudad también, sólo que mi hijo se confundió y eligió al otro. Quedó cegado por el toque de Kun Agüero, ¿qué le voy a hacer? Él sabe más de eso que yo. Nunca fui lo suficientemente hooligan para comprarle cosas del Manchester United, y mi hermana tampoco le mandaba ese tipo de regalos por su cumpleaños o Navidad.

Él sacó su móvil y hasta donde vi abrió el whatsapp. Quizá fuera a contarle a algún amigo que pronto pisaría el estadio nuevo del City. ¡Madre mía! Cuánto habría cambiado Maine Road desde que yo ya no pasaba por allí.

―Este fin de semana juega el City en casa ―me dijo. Volví la vista hacia él. Me enseñó la pantalla de su teléfono, donde google me explicaba muy claramente que sí, que era cierto, que el City jugaba el próximo sábado en Manchester―, ¿podemos ir?

―Todo se verá.

―¡Mamá! ―se quejó.

―¡Acabamos de llegar! ¿Crees que podremos disfrutar de un rato de calma hasta que nos vayamos situando?

―¿Todo va bien? ―preguntó mi madre desde el asiento de copiloto. Yo la miré y asentí, molesta porque se entrometía―, es que como no sabemos francés...

Y me di cuenta de que estábamos discutiendo en francés. Me disculpé con mi madre y mi hermana y les dije que sí, que todo estaba bien.

―Mamá no quiere llevarme al fútbol el sábado, abuela... ―mintió Julien con su tono adorable de nieto adorable que se aprovecha de que ve poco a su abuela para que así convenza a su madre.

―¡No he dicho eso! He dicho que se tranquilice un poco, que acabamos de llegar.

Increíble... sigo comportándome como una adolescente aún a mis cincuenta y dos y me mido con chavales. No cambiaré.

―Oh, a lo mejor tu tío te puede llevar, ¿no? ―le preguntó mi madre indirectamente a mi hermana.

―No lo sé, supongo. Pero Jim es del United ―dijo ella.

―¡Basta! ―dije―. Julien, cuando luego estemos tranquilamente en el hotel, miraremos ese partido, veremos si hay entradas y compraremos para ir, pero no es el momento de estar pensando en planes para el sábado cuando ni siquiera llevamos diez minutos en el coche.

―Gracias, mamá ―y me sonríe achinando los ojos de esa manera que se me olvida todo. ¡Maldito sea!

La casa de mi hermana era como la casa en la que habíamos vivido siempre. Como todas las de la periferia de Manchester. Jardín delantero, jardín trasero, dos plantas, un garaje, ladrillo marrón y verja blanca. Tan diferente a los bloques parisinos del centro... y tengo que reconocer que, al bajarme del coche, ya estaba sintiendo que la brisa de Manchester y yo habíamos estado separadas demasiado tiempo. Y el olor, ese olor a falso jazmín que impregnaban los jardines de las casas, lo echaba de menos. Y mis ojos fueron un poco más allá... la sonrisa se me escapaba. La casa de las ventanas rotas, a tres casas de la de mi hermana, aún seguía ahí, vieja, enmohecida y a punto de que la clasificaran como ruina de la Antigüedad.

¿Qué sabes de Noel Gallagher ahora?Where stories live. Discover now