Sirius Black: el velo de la m...

Від TheLittleRose_

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Primera y Segunda Generación La mente de Isadora le habló, pero en lugar de la suya, escuchó la voz de Sirius... Більше

Fianto Duri
Amato Animo Animato Animagus
Alohomora
Arresto Momentum
Confundus
Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta
Engorgio
Lacarnum inflamarae
Baile de Navidad I
Petrificus Totalus
Anapneo
Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas
Travesura Realizada
Alarte Ascendare
Wolfsbane
Vermillious
Ascendio
Defodio
Expelliarmus
Finite Incantatem
Aguamenti
Amortentia
Diminuendo
Impedimenta
Evanesco
Muffliato
La Orden del Fénix
Expulso
Imperio
Sonorus
Rictusempra
Tergeo
James y Lily Potter
Glisseo
Oppugno
Incarcerous
Fidelio
Rennervate
Noviembre - 1981 -
Noviembre - 1985-
Confringo
El Prisionero de Azkaban
Albus Dumbledore
Focus
Levicorpus
Accio
Crucio
Episkey
Obliviate
Dissendium
Everte Statum
A James y Lily
Bombarda
Prior Incantato
Avada Kedavra
El velo de la muerte
Wingardium Leviosa
Lumos Solem
Relashio
Harmonia Nectere Passus
RAB
Partis Temporus
Piertotum Locomotor
Legeremens
Morsmordre
Salvio Hexia
Sectumsempra
Vulnera Sanentur
Expecto Patronum
Epílogo
House of Black
The Marauder
AVISO

Julio - 1993 -

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Від TheLittleRose_

Llegamos a 1993 :') y esto amerita un cambio en el reparto. 

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Sirius

Agregó una porción de pan al ligeramente mohoso montón que guardaba en una de las esquinas de la celda. Hacía mucho tiempo que no podía transformarse en perro, no le sobraba ni un poco de energía. Al no poder pasar desapercibido para los dementores recurrió a no pensar en nada que pudiera atraerlos; la obsesión no los atraía, ya no que no podía considerarse un buen recuerdo. Su mente giraba una y otra vez sobre lo mismo: él era inocente, no había hecho nada malo. Fantaseaba con encontrar a Peter Pettigrew y asesinarlo para poder vengar a James y Lily. No estaba entre sus planes morir en Azkaban.

Cornelius Fudge y algunos de sus empleados del ministerio habían pasado por Azkaban esa mañana para realizar una inspección. Sirius pudo oír que se acercaban pero no tenía ganas de apartarse de la reja así que no lo hizo. Fudge llevaba un ejemplar de El Profeta del día bajo el brazo. El ministro observó a Sirius y pareció apiadarse un poco, tal vez por su lamentable aspecto, y le entregó el periódico aunque sin decirle nada.

Una vez que Fudge desapareció, Sirius tomó El Profeta del suelo y lo acercó a la diminuta ventana, que parecía más una grieta en la pared. Sintió esa presión en el pecho que se genera cuando sucede algo paralizante. En la portada, junto a los Weasley se encontraba Pettigrew, disfrazado de rata como el cobarde que era; en la comodidad de un hogar con una familia que lo resguardaba. Y él pudriéndose en esa rocosa mugre.

Trató de no pensar por segunda vez en lo que estaba a punto de hacer, para no recaer en lo suicida que su plan era y en las pocas posibilidades de éxito que tenía.

Primero se devoró toda la comida que había dejado amontonada, luego se aseguró de que no quedara nadie que pudiese detenerlo, pues no tendría segunda chance; y por último, después de mucho tiempo, logró tomar la forma de un enorme perro negro, aunque ahora estaba famélico y con el pelaje enmarañado y opaco.

Lentamente y con sumo sigilo asomó la cabeza por entre los barrote, de a poco fue avanzando hasta que todo su cuerpo pudo pasar. Al menos haber pasado un hambre desesperante por tanto tiempo había tenido sus frutos. No había ni un auror en toda la prisión, el ministro era tan bruto como para dejar sólo dementores al cuidado de todos los reclusos, que eran seres tan básicos que no podían detectar a un animago. Pensó en Remus, si no hubiese sido por su condición, él y James nunca habrían considerado la posibilidad transformarse en animales; y Sirius nunca hubiese podido escapar.

Había recorrido una incontable cantidad de pasillos y escaleras, pero al fin se encontraba fuera de Azkaban, de pie en el borde de la isla piedra que sostenía la construcción. Las olas azotaban la orilla y él tenía el pelaje empapado, no había otra forma de salir de allí. Tendría que nadar hasta la siguiente orilla, incluso aunque apenas podía verla. El agua estaba tan helada que sentía sumergido en un mar de agujas clavándosele en el pecho. Nadar como un animal era increíblemente difícil y agotador, podía sentir el gusto del agua de mar en la boca cada vez que las olas más altas lo tapaban. No tenía más que dos opciones: pasarlas o ahogarse en el intento, pues no volvería a la costa de Azkaban. Retornó a su forma humana, hundiéndose más de un metro mientras llevaba a cabo la tarea. Salió a flote, usando la poca energía que le quedaba. Un cuarto de hora más tarde ya estaba en la calma de alta mar y debía mantenerse en constante movimiento, pues tenía al menos cien metros de agua bajo sus pies. Pensar en eso le dio escalofríos, le encogió el estómago.

Absolutamente todos los músculos de su cuerpo temblaban de cansancio, se puso de espaldas para flotar sin hacer demasiado esfuerzo, dejándose llevar por la corriente por un rato. Sólo veía agua en todas direcciones y tenía una muy vaga referencia de dónde podría estar la cosa que lo devolviese a tierra firme.

El sol se ocultaba tiñendo el cielo de naranja y rosa cuando consideró dejar que el mar hiciera lo suyo. En un momento de desesperación quiso poder dormirse para finalmente terminar en el fondo del mar, pues ya no quería seguir nadando, no quería seguir sintiendo la sal que le invadiendo su vista, gusto y olfato.

Una sacudida y una caída lo devolvieron a la realidad. Giraba dentro de una ola descontroladamente y no distinguía el suelo del cielo hasta que por fin volvió a asomar la cabeza fuera del agua. No tardó mucho en llegar a la costa. Era libre de Azkaban, pero se había convertido en un fugitivo y no debían encontrarlo, no si quería vivir al menos un rato más. Luego de dos o tres intentos logró transformarse de nuevo en perro y comenzó a caminar sin rumbo preciso.

Ya había llegado a la ciudad, descansaba en los callejones, algunas personas le daban comida si "se portaba bien"; incluso, a pesar de su aspecto, llegaban a acariciarlo, casi no recordaba la última vez que había recibido un contacto afectuoso de parte de alguien. Bueno, en realidad sí, pero le dolía recordar que había sido hacía ya doce años, era espantosa noche en que antes de salir de su escondite besó a Isadora y se fue. Si tan sólo hubiese imaginado lo que sucedió después de eso... al menos la habría abrazado con toda su fuera, le hubiese repetido lo mucho que la amaba. Pero no había hecho nada de eso.

Echado entre un montón de cajas se dedicó a recordarla, por un momento pensó que era la primera persona a la que quería ver. Luego la realidad le golpeó la cara. Habían pasado doce años, tal vez ella vivía muy lejos de allí, tal vez tenía una familia. No, él no podía presentarse así y pretender continuar con todo como si el tiempo no hubiese pasado. Era mejor si no volvía a verla, no podría sopórtalo. Su único objetivo debía ser encontrar a Peter y matarlo, y que su ahijado se enterase de que él era inocente.

Isadora

Abrió los ojos, era temprano y el sol de la mañana le daba directamente en el rostro. Se cubrió hasta la frente mientras recordaba haber tenido otra vez ese estúpido sueño. Era recurrente, pero hacía mucho que no le sucedía. En el sueño podía ver el rostro de Sirius congelado en el tiempo, el rostro de hacía doce años, porque no tenía ni una pista de cómo lucía en la actualidad. Él tenía entre sus brazos un manojo de mantas con un niño acurrucado en su interior, nunca llegaba a verlo claramente; tal vez era su ahijado, tal vez no, pero se negaba a considerar otra posibilidad e incluso la imagen jamás era nítida.

Cuando llegó a la cocina para preparar su desayuno, Orion ya estaba allí, orgullosamente posado junto a un montón de sobres. Uno tenía el sello del ministerio de Magia, otro la caligrafía de Ric, y el resto eran indudablemente de Remus quien al parecer estaba ansioso porque ella le respondiese alguna de las cartas. De entre el montón una pegó un salto y quedó suspendida en el aire. El sobre era color rojo brillante y tenía grabado "Isadora Black" en el dorso

- ¡Isadora, dígnate a responder una maldita carta!, esto es importante, llegaré en un minuto. – La mencionada se quedó de piedra con una taza vacía en la mano izquierda y los ojos como platos, Remus definitivamente había perdido la paciencia. El vociferador se autodestruyó mientras ella trataba de recobrarse. Comenzó a sentir nervios en cuanto cayó en la cuenta del contenido del mensaje. Seguramente lo que Remus tenía que decirle no era bueno y por suerte para ella no tuvo que esperarlo demasiado, en cuanto dio el primer sorbo de café sintió que alguien golpeaba la puerta delantera.

- ¿No es un poco temprano para un vociferador? – dijo Isadora cruzándose de brazos en el umbral de la puerta.

- Ah, no, no te hagas la ofendida conmigo, yo estoy ofendido – Remus no esperó que ella lo invite a pasar, simplemente caminó hacia el interior de la casa como si estuviese muy corto de tiempo. Siguió a Isadora hasta la cocina y ella le dejó encima de la mesa de desayuno una taza de café para él.

- Llevo doce años ofendida, Remus, no me alcanzarías jamás – suspiró - ¿Qué sucedió?

- Sirius.

- ¿Qué pasa con él? – preguntó Isadora levantándose de la butaca como si la hubiese picado con un elemento muy punzante.

- Se escapó de Azkaban, ¿Qué no leíste El Profeta?

- Eso es imposible – murmuró ella en un tono apenas audible. Remus parecía suspicaz con la reacción que Isadora había tenido al enterarse de tal noticia.

- Sólo se habla de ello...

- Dejé de leer El Profeta hace bastante – interrumpió ella. Remus adoptó una expresión pensativa, sondeaba las expresiones de Isadora en busca de algo – Remus, no tengo a Sirius escondido en el bolsillo de la falda – dijo tajante. Él ojeó inconscientemente la vestimenta que su amiga llevaba. Daba la impresión que no trataba demasiado con Muggles o que no tenía la más mínima intención de pasar desapercibida entre ellos; recordaba que en un pasado solía vestir de otra manera menos excéntrica, pero ahora hasta un Muggle sin conocimiento del mundo mágico podría adivinar que era una bruja. Llevaba elegantes túnicas de falda larga acampanada y blusa con mangas amplias con cuantiosos hermosos y delicados detalles. Fuera de eso seguía igual que antes, la misma mirada desafiante, su largo cabello negro arremolinado en bucles espesos por debajo de la cintura y sin duda seguía igual de testaruda.

- Alaric trabaja en el ministerio, dijo que seguramente recibas visitas y no quería que te metas en problemas – comentó finalmente.

- No es estúpido, este es el último lugar donde podría estar... Ah, Ric me dijo lo mismo en su carta – agregó Isadora revisando el correo. No terminó de rasgar el sobre con el sello del ministerio que escuchó que llamaban a la puerta – debe creer también él que escondo asesinos espías de Voldemort en mi casa – dijo con sarcasmo.

No le quedaba mejor opción que atender la puerta así que lo hizo, de pie en el umbral había tres personas, se sorprendió pues esperaba que fuesen muchos más.

- Son pocos para ser que andan buscando a alguien tan peligroso – expresó a modo de un poco cordial saludo. Kingsley Shacklebolt, John Dawlish y Alaric, claramente incómodos, no respondieron a su comentario. Isadora tomó ese silencio como la confirmación de que había más aurores desperdigados por allí, aunque los tres recién llegados no lo quisieran admitir, tal vez para no generar un ambiente demasiado hostil. La pelinegra se quitó de la puerta para dejarlos pasar. Los tres hombres se sentaron en la mesa en la que Remus estaba tomando su café y saludaron a éste.

- Venimos para ofrecer ayuda – dijo Ric en lo que parecía una disculpa. Isadora lo miró con recelo.

- Yo no necesito ayuda

- Sirius Black se escapó de Azkaban... - antes de que Dawlish terminara la oración Isadora lo interrumpió.

- Si él es un asesino, yo no le importo en verdad. Y si no lo es no tendría por qué hacerme daño – razonó mientras sin la ayuda de su varita hacía levitar tres tazas más y una jarra con café ante lo cual Kingsley arrugó el entrecejo.

- Isa, piénsalo, él podría aprovecharse de que tú crees en su inocencia, o de que no te haría daño... podría utilizarlo en su beneficio.

- ¿De verdad tengo cara de tan estúpida? – preguntó con acidez. Remus miró hacia otro lado pues le hacía gracia la mordacidad de su amiga, incluso en un momento tan tenso. Como ninguno podía responder a esa pregunta, ya que desde luego era retórica, Dawlish decidió ignorarla.

- En ese caso necesitamos tu colaboración con el ministerio, tú lo conocías bien – Ella lo volvió a interrumpir, notoriamente importándole muy poco la autoridad del ministerio.

- Qué curioso, diciéndolo así parece que tengo opción de negarme, aunque claramente no, ¿verdad? – nadie respondió – Pero me temo que llegamos a otro punto muerto, porque si lo que conozco de él fue cierto, entonces deberíamos asumir que es inocente... Y si es culpable, entonces lo que sé es una mentira y no servirá de nada. – Les dedicó una sonrisa que daba más miedo que otra cosa, y terminó de servir las tazas mediante magia. Dawlish parecía querer agregar algo más pero Kingsley negó con la cabeza, bebió el café y luego muy calmadamente dijo:

- Si hay algo que necesitemos preguntar, enviaré una lechuza, ¿De acuerdo? – preguntó amablemente. Isadora asintió con expresión un poco más sociable – Eso es todo – concluyó caminando hacia la puerta con todos los demás detrás suyo. Alaric fue el último, junto con Remus, en salir al patio delantero.

- Fue agradable volver a verte después de tanto tiempo – dijo con una media sonrisa. Isadora pareció ablandarse un poco.

- Yo también me alegro de verte... de verlos – dijo volviéndose hacia Remus.

Los cuatro hombres abandonaron el patio de la casa de Isadora y ella mirando una vez más hacia el fondo de la calle por dónde ellos desaparecieron, cerró la puerta delantera; pero ninguno de los cinco reparó en el enorme perro negro que los observaba oculto entre los ligustros.

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Eso es todo por hoy ♥. Espero que hayan disfrutado el capítulo, perdón por la demora, y si les gustó dejen una sabrosa ★ 

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