Lucha o Vuelo [MiSawa] [DNA]

By Gosabi24

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El reino de Seido ha sido sometido por Inashiro. La depravación y la miseria son lo único que conocen los ha... More

Prefacio
I. Planetary (GO)
II. The Fallen
IV. Bad Blood
V. Bulletproof Heart
VI. Summertime
VII. Magnolia

III. Vampire Money

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By Gosabi24

Tarde mucho con la actualización, me disculpo por ello. Este capítulo está inspirado en esta canción y por fin nuestro sarcástico chico se encuentra con nuestro amado castaño ruidoso :3 De ahora en adelante las cosas se pondrán interesantes entre estos dos, aunque iremos poco a poco así que paciencia :D

Gracias a los que han leído y votado por esta historia :3 Espero no tardar mucho con la siguiente actualización :) Disfruten el capítulo y discupen el Ooc y los errorcillos que seguramente habrá.



Cuando regresaron, aquel día (después de la misión de rescate) fueron recibidos como reyes. Hubo sonrisas efervescentes, bobas y (sobretodo) esperanzadas. Sawamura no quería pensarlo con detenimiento pero, aún con su excesiva (y sí, a veces molesta) densidad mental, sabía que si el odioso dictador lograba capturar a algún miembro de la resistencia; uno de aquellos guerreros que eran la cara de la rebelión, de un utópico futuro, de ese doloroso (y a veces deslustrado) anhelo de paz y libertad, daría un golpe brutal a las ilusiones de cada seidiano.



Si bien, no podía negar la perdida de numerosos guerreros, ellos decidieron (en su momento) que era mejor sacrificarse en pos de algo mejor y mayor. Porque la perdida dolió en cada corazón de los rebeldes, en cada familiar que lloraba por la orfandad pero era mejor hacerlo con trilces sonrisas y el corazón hinchado de orgullo pues su abnegación permitió salvar a aquellos que podían otorgarles la autonomía tan anhelada. Porque las muertes eran luminiscentes de una extraña manera pues, poco a poco, permitían que remitieran las garras de la terrible oscuridad.



Por ello, el día que capturaron a Masuko y a Harucchi casi cedieron al pánico. La sensación se adhirió a su piel con la molestia de la ropa mojada. Los dejó helados. Fue como si los alcanzara un rayo. El miedo fue colectivo. Sin embargo, la determinación infranqueable que brillaba en los ojos almendrados del joven líder los encausó. También, la solidez necesaria para planear el rescate, se las proporcionó el Kominato mayor a través de su excesiva sed de sangre.



Rápidamente se reagruparon. La única ventaja con la que contaban era la distancia del lugar de la captura con la capital. Porque, aunque reventaran a un galope forzado a los caballos, en algún punto tendrían que parar a descansar. El viaje (sí o sí) debería llevarles (por lo menos) dos días. Por ello, el grupo élite (al que milagrosamente había logrado entrar) no se negó a seguir las ordenes de Chris. Chris era el otro joven estratega genio en el reino. Los seidianos tenían suerte de que su lealtad estuviera entregada a la causa. Y ello se debía, principalmente, al amor que le profesaba al menor de los Kominato.



Sawamura sonrió tontamente (ahora más tranquilo porque se trataba de un recuerdo). Era agradable ver que, a pesar de que el campo era yermo, había lugares en los que las cosas podían florecer. Al principio, cuando vio las múltiples parejas que componían el núcleo de la resistencia, no entendió de donde sacaban la valentía para entregar su corazón. Porque se amaban, el sentimiento era tan obvio que hasta un tonto como él lo vio. Era evidente en la complicidad de las miradas entre Yuuki y Jun, o los "cariñosos" golpes entre Ryo y Kuramochi, también en la abnegada devoción que pendía de los labios temblorosos y tímidos de Harucchi cuando miraba a Chris, o esa fiereza con la que el estratega peleó para recuperar a su bonito chico de cabello rosado. Incluso el despistado, frío y flojo de Furuya estaba un poco prendado Haruno.



Porque era de osados entregar el corazón a otra persona aún sabiendo que al salir al campo de batalla, cualquiera corría el riesgo de morir. Y que al morir el otro se pasaría un infierno pero, tal vez era como Kuramochi dijo aquella vez cuando vio su cara de tonto ante un nada discreto beso que, malvadamente, le robó Ryo. A veces, para soportar esta miseria, se necesita una mano que te sostenga, que te ancle, que te ofrezca un lugar para regresar. Porque, a pesar de que alguno muera y el corazón se haga trizas ante la ausencia, ante las palabras no dichas y el dolor de esa mano que no encontrara a su otra mitad, estarán esos momentos, esos en los que agradeces que correspondiera, que (bien o mal) fuera él quien te rompiera el corazón. Porque, amar con una fuerza tan aplastante como esta, te da la fuerza para luchar.



Sawamura abrió la boca ante esas palabras pues nunca imaginó que el rebelde, el casi bandido, fuera una persona así de cursi. No pudo evitar reírse. Su risa fue bobalicona, ligera y sintió un curioso aleteo en el corazón. ¡Sería tan bueno amar de esa manera! Ahora, desde aquella curiosa conversación, era casi imposible que dejase de mirar su mano. ¡Estaba ansioso! ¿Cuando encontraría esa mano que encajara en la suya? ¿Esa que lo sostendría? ¿Esa que no permitiría que cayera? Tal vez era demasiado ingenuo y tonto por esperar enamorarse en una guerra. Después de todo, ¡tenía veintidós años!, debía empezar a poner los pies en la tierra y dejar de volar. Sin embargo, no podía evitar sonreír ante ese cuento en el que profetizaban el encuentro con su otra mitad.



Camino distraído. Llego al área destinada como comedor. Se sentó al lado del somnoliento Furuya. Por orden de Kataoka debían permanecer con la guardia alta pero el perfil bajo. Debían mantener la calma en ese tormentoso tiempo. Repasar los errores e intentar subsanar las fallas para no cuasi perder a nadie más. Así que Los Caballeros Celestes tomaban un descanso forzado. Dejando de lado sus románticas ensoñaciones que le dejaban un parcial sabor dulzón en la boca, se encontraba muy frustrado. Quería salir, quería pelear porque sabía que no todos se encontraban en paz. También porque, cada mañana se despertaba pensando que aún podían salvar a Wakana. Aunque entre más aprisa corría el reloj, más imposibilidad encontraba a rescatarla. Sólo esperaba (por su bien y el de ella) que estuviera muerta. Porque era mil veces mejor perecer que ser sometido por el tirano rey.



Porque Wakana era una chica guapa y Narumiya Mei no se conformaría con atraparla. Él intentaría romperla en cuerpo y alma. Movió la cabeza de un lado a otra tratando de deshacerse de esas ideas. Era doloroso pensar que la chica que creció con él, esa que fue su hermana, que le ofreció el hombro para llorar, que se colocó a su lado y amososamente unió los pedazos de su corazón cuando murió su familia; ya no estaba ahí porque él no fue lo suficientemente fuerte para protegerla. Porque... cuando se fue a la capital para ayudar a la resistencia al entrar como dama de compañía en la corte del rey, Sawamura no fue capaz de detenerla. Wakana le había sonreído con ese gesto de bobo, no te preocupes, regresaré intacta y se había ido con los pies ligeros y el corazón determinado. Esa media tarde (la última para los dos) la vio montada en el caballo, la vio marcharse... Y ahora pesaba como rocas sobre su pecho ese innegable hecho de que ya no iba a regresar.



En su boca se instaló ese (ahora familiar sabor) de perdón y culpabilidad. Porque el dolor de esa perdida arañaba como animal hambriento, como lobo feroz que sólo esperaba la caída de la noche y la intimidad de la soledad para devorarle. ¡Boom! Saltó asustado. Miró a su izquierda. Advirtió la mirada sorprendida del arquero estrella de los rebeldes. Frunció el ceño. Siguió la mirada azulada del denso chico. En la entrada del lugar se encontraban (con la sonrisa de esta vez conseguiremos la victoria) Yuuki y Jun. La entraba fue dramática. Demasiado ruidosa para el gusto del joven líder pero con sabor a poco para el chico ruidoso de cabello del color del café diluido con leche.




El segundo mantenía la mano en alto. La tenía cerrada en torno a un rollo de papel. Casi parecía que ese trozo de árbol muerto albergaba el secreto de la longevidad. Pero, por supuesto, no era el caso. Esa sonrisa confiada que casi ni se notaba en los severos labios de Yuuki sólo podía significar una cosa. El período de quédense quietos y no hagan nada por fin había terminado. Todos los guerreros dentro del comedor lo supieron y lo entendieron. Hubo un grito de guerra colectivo. Luego se acercaron (efervescentes de la emoción) a la mesa en la que se colocaron los dos pilares de la resistencia. Desplegaron sobre la mesa el plano. ¡Era una de las rutas por donde transitaban los guardias del castillo con todos los impuestos recolectados en todos los pueblos! El brillo de anticipación se instaló en cada mirada. Si robaban todo ese oro sería un golpe fenomenal para mermar el poder capitalista del despilfarrador gobernante.



Sawamura brincó con emoción. ¡Por fin! ¡Por fin se les presentaba la oportunidad de hacer algo realmente bien! Si bien era cierto que lograban perpetrar pequeños robos, un golpe como este aún no lo habían dado. ¡Sería fenomenal darle ese tipo de esperanza al pueblo! Esa que vibraría en los corazones y les haría perpetrar en el pensamiento, casi como lluvia en la tierra fértil, que Narumiya no era invencible. ¡Qué cualquiera podía hacerle frente! Ese era un pensamiento colectivo. El bullicio lo dejaba claro. El joven líder levantó la mano pidiendo silencio.



—Hemos hablado con Kataoka y le presentamos la idea de emboscar esta caravana y recuperar todo el oro del pueblo. ¡Ha dicho que sí! Él también piensa que es una buena oportunidad de hacer ruido luego de estar de tan silenciosos. ¡Es una forma de gritarle a la cara al dictador que no nos daremos por vencidos ni nos dejaremos amedrentar por su inútil intento de impartir justicia! —Gritó el demonio de los rebeldes.



Las voces se unieron al unísono para dar su aprobación. Todos sabían lo que eso significaba para el pueblo. Era una noche más de descanso. Un día más sin sentir que el corazón dejaría de latir dentro del pecho al saber que no tenían monedas para pagar los impuestos. Era una tarde más de seguridad sin pensar que podían llevarse a un miembro de las familias como prenda de pago. Era regalarles una sonrisa serena y la seguridad de que el suelo debajo de sus pies ya no se tambalearía. Que no los separarían.



—Esa es la ruta que seguirán a la mañana siguiente del día de recolección de impuestos. —Murmuró con voz firme, Yuuki. Señaló con el indice la ruta en el mapa. —Habrá dos carrozas. Una servirá de carnada para los bandidos y transitará un camino poco conocido pero de un acceso más fácil. La que llevará el dinero irá por la parte más empedrada de las montañas y por la zona con más densidad en el follaje del bosque. Es una zona que se caracteriza por la presencia de lobos. No sólo tendremos que cuidarnos de los guardias, ni de los arqueros así como de los espadachines. También deberemos hacerlo de los hambrientos animales del bosque.



Yuuki levantó la vista y clavó los ojos en cada uno de los guerreros que se encontraba en el comedor. Rara vez se podía ver fuego líquido corriendo por la mirada del joven líder pero cuando lo hacia sólo podía significar dos cosas. O estaba muy enfadado o se encontraba fieramente decidido a alcanzar su objetivo. Y en esa ocasión tal vez era una combinación de ambas cosas. Furia ante las injusticias y una salvaje resolución nadaban en las aguas amatistas de sus orbes. Era un fuego que encendió la llama en cada corazón.



—La misión será peligrosa. En esta ocasión hay más posibilidades de morir. —Sentenció luego de unos segundos. —Está vez el grupo será selecto. No podemos repetir los mismos errores de la ocasión pasada. No irán novatos sin experiencia en batalla. Tampoco aquellos que muestren una mínima duda ante la posibilidad de morir. —Hubo un silencio denso y eléctrico.



Nadie quería hablar. Decirlo en voz alta era materializar un miedo que, naturalmente, estaba presente en las filas de la resistencia. Sí. Todos y cada uno de los que se encontraban en la comunidad que formaron Los Caballeros Celestes ansiaban un cambio y deseaban aportar algo para que se diera. Sin embargo, no todos estaban preparados para participar en la batalla. La falla en la misión anterior no fue un simple descuido. No. Fue el resultado del pánico de dos guerreros que no supieron que hacer cuando se encontraron frente a los soldados del reino. No pudieron levantar la espada para defenderse. Por supuesto, no habían sido asesinados porque esa burda manera de llevar acabo las cosas no iba con Mei. Claro que no. El rubio con cara de ángel de la destrucción era sádico. Le encantaban las lecciones públicas, las palizas en las que les daba un recordatorio al pueblo, en donde cada latigazo a las espaldas desnudas de los rebeldes era una palabra y cada grito era un punto que permitía acentuar el mensaje. No. Eres. Libre. No. Eres. Libre. No. Eres. Libre. Golpe. Grito. Golpe. Grito. Golpegritogolpegritogolpegrito. Era la manera que usaba el rubio para la intimidación colectiva. Para la desagradable tortura psicológica que dejaba un sabor amargo en la boca y un corazón temblante de miedo, fragmentado, lloroso...



Y habían sido los valientes (y estúpidos) chicos con corazón de pollo, Masuko y Harucchi quienes habían acudido al rescate de los chiquillos. Los guerreros novatos salieron intactos. Ellos no. El resto era historia pero no pasada porque estaba dolorosamente presente en la mente de los demás. Ahora estaba la duda colectiva: ¿ayudaras o sólo estorbaras? Ninguna mirada se cruzó con otra. Nadie quería levantar un dedo acusador ante los otros.



—Kataoka aún sigue pensando a quien mandará. Sólo nos encomendó informarles la próxima misión para otorgarles la oportunidad de pensar sobre su lugar en la resistencia. Ningún puesto es menos que otro. Que no salgan a luchar no quiere decir que no puedan hacer nada desde aquí. Que no tomen una espada para dañar al otro no los hace cobardes. Tan sólo con estar aquí y mantener una idea diferente de lo que es correcto, que piensen por ustedes mismos y quieran hacer algo para cambiar nuestra precaria situación ya los hace valientes. ¡Qué nadie les diga lo contrario! ¡Cada seidiano, cada integrante de Los Caballeros Celestes es importante! Cada uno, por muy pequeña que sea su acción hace la diferencia. Así que piensen bien en como ayudar a la resistencia. ¡Pero no consideren el renunciar! ¡Eso es lo que nunca se les perdonará! ¡Porque Seido será libre! ¡Sólo crean! ¡Sólo sean valientes un poco más!



El discurso apasionado del joven líder encendió los ánimos. Los corazones vibraron emocionados. Todas las bocas entonaron un grito de guerra. Sawamura no pudo hacer nada más que admirar y entregar su lealtad al próximo rey. No había necesidad de que se lo preguntarán. No había ni un ápice de duda en su corazón. Él moriría en favor de la causa. Él no dudaría ni un segundo en sacrificar su vida por el joven líder. Y no es porque secretamente lo amaba. ¡Evidentemente no! Sólo que, Sawamura realmente creía en la gran nación que podía ser Seido bajo el mandato de Yuuki. Porque él debía ser el próximo rey. Y no sólo por herencia genética. No. Era por él. Porque él realmente lo merecía.


Después del apasionado discurso, Yuuki salió y se dirigió, en compañía de Jun, a la casa de Kataoka. Caminaron uno al lado del otro. Los dedos tímidamente se encontraban de vez en cuando. Era una sutil forma de decir yo estoy aquí, si quieres derrumbarte yo te abrazaré. Lo cual era muy irónico dado que el demonio de los rebeldes no se caracterizaba por la dulzura de su personalidad. Pero eso era de dientes para afuera, ante los demás era todo gritos, miradas furiosas y un constante mal humor pero con Yuuki era todo lo contrario. Sí gritaba, esa cualidad ya la traía adherida a los huesos y el azabache lo entendía pues para alguien tan apasionado como Jun era difícil mantener a raya los sentimientos y las emociones que se desbordaban por cada poro de su piel; pero había ocasiones, como esa, en la que las miradas se encontraban y los ojos del contrario ardían con una incandescente devoción. Porque cuando Yuuki lo veía tan decidido a apoyar la causa y a llevarlo al trono, entendía que él estaba dispuesto a morir por él.



Y el sentimiento era totalmente mutuo. Yuuki no imaginaba una vida sin él. Por ello, cuando ambas miradas se enlazaron hubo una petición: Quedate. Aunque, como de costumbre, recibió una malhumorada que parecía decir ni de coña te dejaré ir solo. Así que resignado a sentir esa sensación asfixiante en el pecho y una revoltura en el estómago, entró a la casa de Kataoka y anduvo hasta la habitación que utilizaba como estudio. Lo encontró sentado detrás de un escritorio mientras hablaba con Rei. Ambos miraban una copia del mapa que él traía en la mano. Entraron. Un segundo después, Chris se unió a la reunión. Todas las miradas se centraron en él. Carraspeó antes de hablar.



—Ya hemos informados a los soldados de la nueva misión. También se les notificó que los guerreros que irán serán selectos.



—Antes de la cena, cuando todos estén reunidos, daré el nombre de los soldados que integraran el grupo. Sólo serán veinte caballeros los que conformen este escuadrón. —Aseveró el hombre.



—Lo que nos lleva a la elección. —Comentó Rei mientras se acomodaba las gafas. Yuuki le tenía respeto a la mujer, su afilada e inteligente mirada podían enriquecer cualquier plan de batalla.



—Mi propuesta es la siguiente: —dijo Chris mientras miraba una libreta (su famoso cuaderno) —como arqueros llevaremos a Tanba, Nori, Furuya y Sawamura. Como nuestros más confiables espadachines sugiero a los hermanos Kominato, Kuramochi, Yuuki, Jun, Masuko, Toujo y Kanemaru; y como líder del escuadrón iré yo.



—Creo —comentó Rei mientras miraba fijamente a Chris a los ojos. —Que es arriesgado incluir a Kominato Haruichi y a Masuko Toru dado que su inestabilidad emocional logró que los inashirianos los capturaran y casi los ejecutaran. También, considero que es apresurado incluir a Sawamura en un grupo tan reducido ya que si la lucha sobrepasa a los arqueros y estos se integran al duelo de espadas, él no será capaz de aportar mucho. Entorpecerá la misión e incluso podía ponerlos en peligro a todos.



—Es precisamente por el error en la misión anterior que incluyo a Kominato y Masuko. Están desesperados en resarcirse y serán aún más cuidadosos al tener muy presente el yerro anterior. Además este grupo tiene más experiencia en batalla. Y, con respecto a Sawamura, es cierto, es un novato, sin embargo, él tiene un papel diferente en la pelea. Por lo que me comentó Yuuki respecto al desarrollo de la misión de recate, Miyuki tuvo un altercado con Sawamura.



—¿Por qué no me informaste de ello, Yuuki? —Inquirió con molestia Kataoka.



El azabache tragó. Esa mirada siempre lo ponía nervioso. Era casi como si se encontraba frente a su padre y él lo estuviera riñendo por alguna travesura. O estuviera a punto de castigarlo por romper una ventana. Yuuki estaba preparándose para gobernar y no temía ir a la guerra pero, ante la mirada severa del que era casi como un segundo padre siempre se sentía como un niño pequeño.



—Considere que era bueno darle un voto de confianza ya que su intervención logró que el rescate se completara con éxito. Además fue capaz de pelear tú a tú con Miyuki en un duelo a puño limpio. Su osada intervención cambio el curso de la batalla a favor de los seidianos. —Aseguró sin mostrar ningún titubeo. Él, mejor que nadie, sabía que ante cualquier vacilación Kataoka se lanzaría por él con la fuerza de una manada de lobos hambrientos.



—Eso es cierto —dijo Kataoka — Sawamura, junto a Furuya, se ha convertido en uno de los pilares de la resistencia. Sin embargo, me parece que es muy osado usar a este chiquillo como una carnada para Miyuki, ¿no te parece, Chris?



—Es la única forma de distraerlo. Miyuki por naturaleza es vengativo. Si pone su objetivo en un sólo punto nos permitirá actuar libremente. Incluso darle un golpe a Inashiro que diezme sus fuerzas. —Aseveró Chris con una confiada sonrisa.



—¿Qué quieres decir? —Pregutó confundida Rei.



—Si todo sale como lo planeo, adquiriremos una excelente pieza para nuestro juego.


El camino era incómodo. Y no sólo por las inclemencias de la ruta sino por las molestas miradas de sus compañeros de escuadrón. Si bien, Kazuya había propuesto a cada uno de los elementos que conformaban al grupo, no espero que Mei lo obligara a ir con Carlos y Shirakawa en la misma carreta. Era molesto el gesto era como decirle no eres lo suficientemente bueno para cuidar del dinero. Tuvo ganas de demostrarle quien era el que mandaba pero se vio obligado a contenerse y aceptar la orden con una sarcástica sonrisa.



De esa manera estuvo obligado a convivir con ellos durante más de veinticuatro horas. Sólo esperaba que ese martirio realmente valiera la pena. Estaba seguro que los seidianos no se resistirían a una trampa tan apetitosa. No cuando lo que conseguirían no sólo sería el dinero de la corona sino también les ofrecería aliento a los desvalidos plebeyos que a esas alturas sólo buscaban algo a lo que aferrarse con fuerza.



Suspiró cansado. Llevaba bastante tiempo sin dormir. Y no sólo se debía a la molesta compañía o a la atención que le requería cuidar que cada pequeño detalle del plan fuera llevaba acabo a la perfección. No. Su insomnio era causado por las dolorosas memorias de la ausencia de esa maternal sonrisa y de esas tiernas caricias. La única cosa que tuvo buena en su vida fue su madre y el fuego de los rebeldes se la arrebato. Por ello, desde que ella murió, odiaba cerrar los ojos. Porque cuando la oscuridad invadía sus sentidos, su corazón lloraba. Porque ante la ausencia de esa cálida mano que sostenía la suya se sentía como cristal fragmentado a punto de quebrarse ante el más ligero cambio. Porque su odio no se iba apagando con las muertes de los rebeldes, sólo iba creciendo más. Porque su sed de venganza no le daba paz. Sin embargo, esa era la única manera que encontraba para tratar de subsanar la muerte de su sol. Se llevo la mano al pecho fastidiado. Mierda, cada día duele más.



Miyuki salió de su ensoñación cuando la carreta detuvo su marcha. Sonrió con anticipación al percatarse del silencio. Había pocas cosas de las cuales disfrutaba pero una de sus favoritas era esa. La falta de ruido, la aparente calma antes de la tormenta lo llenaban de adrenalina. Era el único momento en el que podía sentirse vivo. En el que se sentía tan feliz como cuando era niño. Abrió la portezuela. Se colocó el arco y afianzó su espada en la funda que pendía de su cadera. Descendió del vehículo. Sus acompañantes hicieron lo mismo. Cada soldado desenvainó su espada. Miraron a su alrededor buscado al enemigo. Los caballos rechinaban y se movían nerviosos. La sensación del inminente ataque no era nueva, no obstante, era esperada. Después de todo Miyuki fue el flautista que atrajo a los ratones a la trampa. Escuchó el grito de guerra. Vio a los Caballeros Celestes acercarse con una furia apenas contenida para atacarlos. Se sintió satisfecho. Chris, has perdido el toque.



La pelea comenzó con el primer choque de espadas. El acero contra el acero sacó chispas. Cuatro soldados se atrincheraron en la carreta principal donde iba el oro y apuntaron a los rebeldes dispuestos a defender el sustento de la corona. Miyuki ignoró esa acción. Él lo único que deseaba era capturar a tantos seidianos le fuera posible y así acabar con esa absurda resistencia. Aplastar esa peligrosa esperanza. Tensó el arco cuando vio a uno de sus principales objetivos. Yuuki era el fuego que impulsaba a los seidianos, la cara amable que esperaban que los gobernara. Si él moría prácticamente se terminaría la resistencia. Apuntó al distraído y diestro espadachín que en ese momento se encontraba en un encarnizado enfrentamiento con Carlos.



Iba a derribarlo. Y no por el otro guerrero (pues poco le importaba lo que les sucediera a sus compañeros) sino por él mismo porque no estaba dispuesto a compartir las victorias de la guerra. Iba a soltar la flecha cuando fue derribado. El arco se escapó de su mano. Antes de que pudiera ponerse en pie se encontró recibiendo una lluvia de puñetazos. De una patada se quitó al adversario. Se puso en pie y adoptó una posición de pelea. Se alegró de que su adversario fue él, así podría cobrarse lo de la última vez.



Lanzó el primer golpe. El castaño lo esquivó. Gritó emocionado. Celebrando. Eso lo enfureció. Arremetió contra él con fuerza. Se enlazaron en una pelea a puño limpio. La sangre cubría sus nudillos. Había dañado al otro pero también había recibido daño. Tenía el labio partido y una ceja abierta. La sangre goteaba y se quedaba atrapada en sus pestañas obstruyendo así su vista. Gruñó fastidiado. Sintió un inconmensurable odio hacia él. ¿Por qué tienes que enceguecerme como el sol? ¿Por qué sonríes como si no estuvieras en un maldito campo de batalla? ¿Por qué tienes que ser tan brillante? Kazuya no supo cuanto duro su enfrentamiento pero, aún antes de ese golpe final supo que había perdido. Cayó al suelo semi-incosciente. Se sintió momentáneamente perdido.



—Bien hecho Sawamura. —Escuchó la voz de Chris felicitando al chiquillo.



—Gracias maestro. —Gritó emocionado.



Miyuki sonrió derrotado. Si que la había liado. Tontamente subestimó a Chris. Kazuya no tomó en consideración su irrefrenable deseo por no dejarse vencer. Sus ganas de aplastar a Sawamura pudieron más que su fría mentalidad. Fue enceguecido por la figura del arquero ruidoso de los seidianos. Fue devorado por su deseo de apagar esa brillante luz. Me ha ganado un chiquillo. Y el muy idiota ni siquiera lo nota. Era un poco irónico que fuera deslumbrado por ese guerrero que hasta hace un par de meses no era más que un eslabón anónimo en ese juego. Tal vez, después de todo, el chiquillo si tenía algo de magnético.



—Como recompensa a tu gran trabajo, tú cuidarás de él. —Aseveró Chris, burlándose de él.



—¡¿Qué?!



No te preocupes, niño. Ya somos dos inconformes. Aunque Kazuya dudaba que fueran a tomar su opinión en consideración. Cerró los ojos. Pensó en Mei y sonrió. Iba a tener un berrinche cuando supiera que no sólo perdió el dinero de la corona sino que también a su alfil. Podía imaginar la noticia en el reino. ¡El joven y brillante estratega ha sido capturado por los seidianos! Ojalá ante eso Mei se muriera. Ojalá yo también muriera. Sintió que era elevado del suelo. Después fue depositado en una carroza. Su cabeza fue colocado en algo suave. A sus fosas nasales llegó el olor a tierra, a sol, a manzanas dulces y a los pinos en primavera.



—No te emociones idiota, sólo hago esto porque en la carreta no hay más espacio. —Aseveró el castaño con el ruidoso tono de voz que tanto lo caracterizaba.



Claro, nada tiene que ver que, bien o mal, hemos quedado prendados el uno del otro.



—Para ser un genio eres bastante idiota. —Suspiró y sintió una mano cálida pasar por su mejilla. —Y para ser de los malos es injusto que en este momento te veas tan vulnerable. ¿Por qué me pusieron a mí a cuidarte? ¡Cómo si no supieran que no puedo odiar a nadie estando tan herido y tan necesitado de una mano amiga!



Miyuki escuchó al chico enfadado. Él también estaba frustrado. Hacia tanto que nadie le regalaba una caricia de manera tan desinteresada y tan honesta que por un momento su corazón duplicó su ritmo cardíaco y la respiración se le quedó atascada en la garganta. Esa mano lo hizo sentir tranquilo.



Idiota, eres un prisionero de guerra.



Sin embargo, estando ahí y percibiendo la suave vibración que ocasionaba el trotar del caballo, se sintió en paz; y, por primera vez, no sintió miedo al dejarse ir en la inconsciencia.


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