Déjame amarte.

By MssRise

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Una chica difícil. Un secreto. Una desgracia. Un chico arrogante. Un secreto. Una casualidad. Obra registra... More

Nota de la autora
Siempre juntas.
Es un adonis.
Perfecto
Aguafiestas
Otra vez
Como siempre
Tal para cual.
Corina. Parte 1
Corina. Parte 2
Coma
Yo no hago nada por obligación
No me fío de ti
No quiero tu compasión
Vuelve pronto
Supongo
Tengo toda la noche
Paso
Diferente
Cadenas
Amigos
No pares
Demasiado buena
"Siempre tu amigo"
Are you gonna be my girl?
Dilo
Entonces no importa
Iniciales
Reencuentros
Eres mía
La canción del miedo
No me odies
No podía dormir sin ti
Juguete roto
Déjame
Quédate conmigo
Nosotros
Siempre
Loca
Tomás
En toda mi vida
Te he echado de menos
Hagamos el amor
Siempre quiero más
Mi sonido favorito
Martina
El azul
Sigo muy enfadado
Bailaré contigo
No me hagas esto
Quiero verte
Está loco por ti
¿Quieres jugar?
Valdrá la pena.
Te quiero
Extra
Nota/Aviso
NOTA IMPORTANTE

Es ella

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By MssRise

— ¿Por qué ya nunca usas tu moto? — pregunto a Alex mientras arranca.

— Eh... — dice él. — Es más cómodo el coche. — musita sin mirarme.

— ¿Me vas a decir ya adónde vamos? — insisto cuando ya me tiene atada en el coche.

Ya no puedo escapar. Vale, solo llevo el cinturón de seguridad. Pero a cien kilómetros por hora y por carretera no voy a saltar del coche.

— A conocer a mi familia.

O sí podía saltar. Genial.

— Ah. — digo y me mira.

— Si no quieres ir... — empieza.

— No, no es eso. Es que como no estamos... en un buen momento.

— Ya lo sé. No soy idiota, sé que las cosas están hechas una mierda, pero quiero que les conozcas, como amiga. Quiero que te conozcan.

— Como amigos. — intento asegurarme.

— Es lo que hemos sido siempre al fin y al cabo ¿no? La amistad es la base de todo. — dice él al igual que le había dicho yo hará un mes.

— Sí. — digo.

— Si no quieres ir, doy media vuelta. — dice él. No puedo decirle que no quiero. No después de todo. No puedo ser tan cruel.

— Da igual. Me gustará conocerles. — aseguro.

— ¿Segura?

— Sí. — Genial. No tenía ya suficientes problemas para que ahora encima se me añada el conocer a la familia traumatizada de mi ex loquesea—estodomuycomplicado traumatizado.

Aparcamos en una calle cerca de mi estudio de danza, reconozco las casas viejas y a la vez bonitas. Veo que Alex está entre nervioso y emocionado a mi lado. Llevo unos vaqueros largos ajustados y un jersey blanco. Él como siempre, está precioso. ¿Cómo podía estar este chico conmigo en este momento cuando ni siquiera éramos novios? Aún me sorprendía, al mirarle, que alguien como él pudiese fijarse en alguien como yo.
Nos paramos enfrente de una planta baja con las paredes descorchadas. Alex aprieta el timbre una vez y alza mi barbilla.

— Estás preciosa. — dice él sonriéndome.

— Hum... — solo puedo decir, mi corazón ahora late fuertemente por su toque. ¿Amigos habíamos dicho? ¿Eso lo hacen los amigos? Necesito tener más amigos.

Una mujer que aparenta más de la edad que seguramente tiene nos abre. Tiene el pelo canoso recogido en un moño. Un viejo delantal azul cubre sus vaqueros y camisa. Se está secando las manos en un trapo. Una sonrisa cubre su rostro al ver a Alex, un hoyuelo sale también, y en sus ojos salen pequeñas arrugas.

— Tía Águeda. — saluda Alex con una sonrisa.

— Alex. — dice ella sorprendida, me mira a mí con mirada confusa.

— Ella es Elena. — me presenta Alex, la mirada de la tía viaja hasta mí. La tía Águeda sonríe de inmediato.

— Oh cielo. — dice abrazándome de repente. — No sabía que Alex tenía novia. — dice ella sonriéndome. — Ya iba siendo hora, por eso estabas tan contento últimamente. — le da un codazo.

— Ella no es... — empieza Alex mientras la mujer corre a toda prisa murmurando algo de un horno y galletas.

— Déjalo. — le digo a Alex.

— ¿Segura?

— No creo que hayas traído a otra chica aquí. — digo y él niega. — Sería demasiado complicado de explicar. Está bien. — digo, pues no lo entiendo ni yo.

— Gracias. — susurra él.

— Pasad. — nos urge la tía apareciendo otra vez.

Alex coge mi mano, creo que yo misma le he dado permiso para que haga eso. Bien Elena, punto para ti. Me guía hasta un pequeño salón donde hay dos sofás viejos y una butaca. Nos sentamos juntos y él juega con mi mano distraídamente. Me enternece la manera en la que parece que Alex está acostumbrado a mi presencia y la calma que parece que siente a mi lado.

— Federico, Miguel. — llama ella desde las escaleras. — Alex está aquí.

Se oye jaleo por arriba y la tía Águeda se sienta enfrente de nosotros.

— No te esperábamos, como llamaste el otro día... — explica la tía Águeda.

— Ha sido idea de Elena. — miente él.

— Me alegro de que le hayas hecho venir. — dice la tía Águeda sonriéndome. — Nos dijo que no se encontraba muy bien y que le sería imposible poder venir esta semana. Ahora ya veo por qué no podía venir. — dice lanzándole una mirada a Alex. Eso hace que se me retuerza el corazón.

— Alex me ha hablado mucho de usted y de sus hermanos. — digo mientras Alex me aprieta la mano para ponerme más nerviosa, aunque pretendía lo contrario.

— Oh por favor, llámame Tía Águeda, o Águeda. Como prefieras. Que me llames de usted me hace sentir mayor. — ríe ella. — ¿Queréis comer algo?

— No, gracias, acabo de desayunar. — digo yo.

— Traeré el pastel que hice ayer tarde. A Fede no le gusta y a Miguel se lo he tenido que esconder porque no paraba de comerlo. — dice ignorándome.

— ¿Cómo está Fede? — pregunta Alex. La tía Águeda se para y veo cierto dolor en su mirada.

— Como siempre. — dice ella antes de irse.

Alex suspira y yo le miro, como hacía antes. Y él me mira, como lo hacía antes también. Esto no va a salir muy bien.

— No lleva muy bien las cosas. — me explica él apartando la mirada.

— Lo entiendo. — digo no queriendo que me dé explicaciones, justo cuando un niño delgado y con un pelo que necesita un corte se acerca a nosotros. Sonríe y su sonrisa se paraliza un poco cuando me ve.

— Miguel. — sonríe Alex ampliamente levantándose. Miguel le abraza mientras me mira extrañado. Tiene los mismos increíbles ojos de Alex y el pelo más claro.

— Te he echado de menos. — dice susurrando y sin mirarme, como si le diera vergüenza.

— Y yo a ti. — dice Alex. — Mira, es ella. — le dice Alex cogiéndome la mano de nuevo.

Supongo que "ella" soy yo. Y supongo también que le ha hablado de mí. Le ha hablado de mi tanto que no hace falta ni decirle mi nombre. El corazón se me retuerce por segunda vez, y esta vez duele más.

— ¿Elena? — le pregunta Miguel de repente sonriendo a Alex.

— La misma. — digo yo sonriéndole, y entonces Miguel me abraza fuertemente.

— Pensaba que nunca te conocería. — dice Miguel feliz de repente. — Alex me contó que había encontrado a su Margaret por fin. — dice él.

Miro a Alex sin entender y él me sonríe en respuesta. Veo disculpas en su mirada, sé que está preocupado por lo que pueda pensar y sentirme incómoda.

Eso me duele, dañarle, me duele.

Miguel se sienta en el sofá y tira de mí para que me siente a su lado.

— ¿Cómo está tu amiga enferma? — pregunta él.

Alex me mira y se sienta a mi lado cogiéndome la mano de nuevo. Lo cierto es que ahora me siento rara si no están entre las suyas.

— Bueno. Sigue enferma. — digo.

— Se va a curar. Lo he soñado. — asegura él.

— Miguel es una especie de vidente. — me explica Alex con tono de burla.

— No soy vidente, es solo que a veces sueño cosas que luego pasan. — replica Miguel ignorando a su hermano.

— ¿Ah sí? — alzo las cejas.

— Si. — dice. — Soñé que Corina se curaba, no sé cómo es ella. — me explica. — Pero soñé que Alex estaba contento porque Margaret estaba contenta. — dice él vivazmente. — Es decir tú.

Miro a Alex y no puedo evitar sonreír ligeramente. La culpa me reconcome. ¿Lo había hecho adrede para hacerme sufrir? No, no era su estilo.

— Vaya. — digo impresionada. — Pues ojalá se cumpla. No deseo nada más que eso.

— No le hagas caso, debería dejarse de tantas visiones y estudiar más. — riñe Alex. Miguel pone los ojos en blanco.

— Él no cree lo de las visiones, a pesar de que se han cumplido la mayoría. — se queja el moreno.

— Basta Miguel. — corta Alex. — No creas nada de lo que dice, son chiquilladas. — susurra y Miguel le dedica una mirada de odio.

— No. — digo yo. — Está bien. — aseguro.

Miguel no debía tener más de doce años, pero había algo extrañamente familiar en él. Alex no me había dado detalles sobre sus hermanos, pero me recordaba mucho a Sam. Ese aire infantil desacorde a su edad, esa manera de hablar, esa inocencia y esos suaves rasgos distintivos.

— Tampoco cree en María. — dice Miguel sacándome de mis pensamientos.

— Miguel — le advierte Alex.

— ¿Qué María? — pregunto, mostrando interés para no herirle.

— Deja de darle cuerda, Elena. — me riñe Alex ahora a mí.

— Ella me cree, no como tú o Fede. — dice Miguel. — María es la chica que vivía en esta casa antes, es guapa, como tú. Creo que tenéis la misma edad. — dice él pensativo.

— Ya basta. — corta Alex.

— Déjale Alex. — digo sin mirarle. Eso me interesa. No es que crea en estas cosas, pero me gusta la seguridad del niño. La fuerte creencia de que lo que dice es verdad. Sé que les gusta sentirse escuchados.

— Sé que la gente piensa que es una amiga imaginaria. Pero aparece cuando quiere, es muy simpática. Al principio tenía miedo cuando supo que la veía empezó a intentar hablarme. Tenía pesadillas porque creía que me haría daño, pero es buena. — asegura él. — Su marido la mató cuando discutían y...

— Basta Miguel. — riñe la tía Águeda con una bandeja en la mano. — Vas a asustar a Elena. — Miguel me mira para comprobar si estoy asustada.

Vale, quizás tengo la piel de gallina. Miguel se cruza de brazos. Eso debe ser continuo allí.

— Hola. — saluda una voz más grave que la de Miguel, Alex alza la vista en seguida.

Un chico alto y con el pelo castaño y ojos marrones está plantado en la entrada. Tiene ojeras debajo de los ojos y viste desgarbado.

— Por el amor de Dios, Fede. — dice Águeda. — Cámbiate. ¿A qué hora volviste ayer? — le riñe. Alex está tenso a mi lado, Fede le mira desde la distancia desafiante y luego me mira a mí.

— ¿Quién es? — pregunta calmadamente sentándose en la butaca de enfrente e ignorando a su tía.

— Ella es Elena. — me presenta Alex.

— Hola. — le sonrío, él se limita a mirarme y me siento estúpida.

— Está buena. — dice él sin más cogiendo un sándwich de los que ha hecho la tía Águeda.

— ¡Federico! — dice escandalizada la tía Águeda. — Eso no son formas. — Miguel me observa, Alex mira fijamente a Fede. Y yo... yo miro la situación y luego mi mano, que está entre las de Alex.

— ¿Te importa quedarte aquí un segundo? — pregunta Alex en mi oído mientras la tía Águeda riñe a Fede. Reprimo las ganas de estamparle mis labios en los suyos. Más que nada porque quedaría un poco grosero por mi parte hacerlo delante de su familia.

— No. — digo. — Claro que no. — sonrío mirando sus labios.

— Ahora vuelvo. — susurra con media sonrisa, y como su tuviéramos imanes con cargas opuestas, se acerca para besar mis labios, pero se detiene mirándome fijamente y suspirando. — Fede. — le llama Alex levantándose. — a la cocina. — ordena yéndose. Por un momento creo que Fede va a pasar de él, pero se levanta y le sigue. La tía Águeda suspira.

— Este niño va a acabar mal. — sentencia negando con la cabeza.

— Solo lo hace para llamar la atención. — dice Miguel enfadado. — es más crío que yo... — le sonrío ampliamente.

— Ahora vuelvo. — dice la tía Águeda yéndose también. Hay un breve silencio.

— Yo te creo. — le digo a Miguel.

— ¿Lo haces? — dice abriendo los ojos como platos. — nadie me cree.

— Yo no creo en fantasmas, no creo en videntes. Pero no sé por qué te creo. — me encojo de hombros. — Tienes la misma cualidad que Alex. — digo suspirando.

— Me alegro de parecerme a Alex. Mejor que parecerme a Fede o a cualquier otra persona de mi familia. — se queja él.

— ¿Qué cosas has soñado que se han cumplido? — pregunto. Él mira alrededor.

— Soñé que se iba a morir mi perro. — susurra él. Veo lástima en sus ojos — Cuando lo dije nadie me creyó. Lo iban a atropellar un martes, si tan solo Fede me hubiera creído y no lo hubiera sacado a pasear ese día...

— No es culpa suya. — digo. — A mí tampoco me creían en muchas cosas que decía cuando era pequeña. La gente no te creerá, pero mientras lo creas tu es suficiente.

— Elena, yo no estoy loco ¿verdad?

— ¿Por qué piensas eso? — rio.

— Solo porque Fede me llama chiflado siempre. — dice él mirándose las manos.

— Yo no creo que estés loco. Simplemente... ves cosas que otra gente no ve. — digo. Él suspira aliviado.

— Si, eso creo yo.

— No deberías seguirle el juego. — dice la tía Águeda sentándose de nuevo en el sillón. Esa mujer es muy silenciosa. Miguel me mira exasperado. — No es bueno para él.

— Solo hablábamos. — digo intentando relajar la situación.

— Miguel es un niño muy inteligente, si emplease las fuerzas que emplea en intentar convencernos sobre la existencia de María, en estudiar, todo le iría mucho mejor.

— ¿Es que no estudias? — pregunto yo a Miguel fingiendo enfado.

— Sí que estudio. Este año he empezado primero de la E.S.O y me van mal las matemáticas. Pero es algo normal, es un curso muy difícil. — se excusa él. — Y me aburro en clase.

— Y si estudiaras más no te iría mal. — dice ella.

— Nadie me quiere ayudar. Fede podría hacerlo.

— Fede ya tiene suficiente con lo suyo.

— Yo puedo ayudarte. — me ofrezco. — No vivo lejos de aquí, y bueno. No se me dan mal las matemáticas. — Miguel me sonríe.

— ¿Harías eso? — Dice Miguel.

— Pues claro que sí. Sé lo que es que te cueste una asignatura. Es muy frustrante. — digo.

— Gracias Elena, pero no podemos pagarlo. — dice sonriéndome la tía Águeda.

— Oh no, no quiero dinero. — digo negando. — solo por ayudar. —Su mirada se dulcifica y me sonríe.

— Si hicieras eso... serías como una especie de ángel de la guarda. — bromea la tía Águeda.

— ¿Verdad? Como uno de los que están en la iglesia de los domingos. — ríe Miguel y la tía Águeda asiente sonriendo encantada.

— ¿Vas a la universidad también? — me pregunta ella para saber más cosas sobre.

— Si. Estudio logopedia en la misma universidad que Alex. — digo.

— Supongo que así os conocisteis Alex y tú.

— Si... — digo. — Algo así. Es mi primer año. — explico.

— ¿Te gusta la carrera?

— Me encanta. — digo sonriendo. Ella asiente complacida.

— Entonces eso es lo que importa. — la tía Águeda vacila y de repente la sonrisa desaparece se inclina en el sillón para acercarse a mí. — Elena.... — susurra ella, Miguel frunce el ceño atento. — ¿Cómo está Alex? — pregunta. — Me refiero, ¿va todo bien? No sé desde cuándo salís, pero supongo que por cómo te mira y os sonreís os conocéis bastante. Siempre ha sido un chico reservado y complicado, y nunca se abre lo suficiente conmigo para saber si está bien del todo. — dice ella preocupada. — Sé que lo de Fede le preocupa, aunque no me lo diga.

— Si. — digo comprensivamente. — Pero no te preocupes, Alex está bien. Quizás no es la mejor época de su vida, pero está todo bien si es eso lo que te preocupa. — ella suspira aliviada y me sonríe.

— Gracias... supongo que eso es un gran alivio. — mira la hora. — Tengo que ir a sacar la lasaña del horno y estos no acaban. — se queja. — ¿Os quedáis a comer? — pregunta.

— ¡Sí! quedaos. — insiste contento Miguel. Los dos esperan una respuesta.

— Claro, me encantaría, si a Alex le parece bien. — sonrío.

— Perfecto. Pues... — empieza la tía Águeda, pero mira al frente. Al girarme veo a Alex. Cruza su mirada con la mía y me levanto. No está contento.

— ¿Qué pasa? — le pregunto cuando vuelve a mi lado.

— Nada. — me tranquiliza, su mirada se calma y se acerca más a él, haciendo que me palpite el corazón fuertemente. — Tenemos que irnos. — dice en voz baja, pero los demás lo oyen.

— ¿Qué? No. — se queja Miguel. — Elena ha dicho que os quedáis a comer.

— Ya lo he oído. — dice él. — Otro día enano. — promete él suavemente, la tía Águeda le mira fijamente.

— ¿Qué ha pasado? — susurra.

— Lo de siempre. — casi gruñe Alex. — Ahora solo quiero irme con Elena. Otro día vendré a comer. — promete. — Pero ahora no.

— Está bien. — dice la tía Águeda suspirando. — Otro día venís los dos. — Alex coge mi mano y se la aprieto con fuerza. Miguel se ha cruzado de brazos y evita mirarnos. Me agacho frente a él.

— Oye. — digo. — Recuerda que ahora tienes que esforzarte en las matemáticas, sino no te daré clase. — advierto en voz baja. Él me mira.

— Me voy a esforzar. — promete.

— Está bien. Le pediré a Alex tu teléfono y te llamaré. — prometo yo también.

— Vale. — dice él. — Gracias Elena. — dice abrazándome. Tengo que evitar las lágrimas. Él me recuerda demasiado a alguien.

La tía Águeda nos acompaña a la puerta y me da un abrazo. Luego a Alex y le susurra algo, Alex asiente y sonríe. Él coge mi mano y me despido de Miguel y la tía Águeda mientras Alex me arrastra hacia el coche. Sigue sosteniendo mi mano a pesar de que ya no nos ven.

Cuando cierra su puerta del coche suspira y cierra los ojos, luego me mira y yo le sonrío.

— ¿Por qué sonríes? — inquiere él mirándome fijamente. — Acabas de salir de una casa de locos.

— Pero ¿qué dices? — replico. — Son geniales. Miguel... se parece tanto a ti. Me recuerda a mi hermano en muchas cosas. — digo bajando la voz.

— ¿Geniales? Uno ve fantasmas, la otra no puede parar de cocinar y el otro es tan idiota que tengo ganas de matarle. — dice él arrancando el coche.

— Apropósito. ¿Qué pasa con Fede? — pregunto. — No hace falta que me lo cuentes, si no quieres. — añado.

— Desde hace un par de meses se junta con gente indeseada. — dice él girando el coche—. Cuando nos fuimos de casa estaba raro, no se abría a nadie, estaba enfadado con el mundo. Pero al menos se portaba bien. Ahora no se le puede controlar, va con mala gente... creo que se droga. — dice él inspirando con fuerza. — es lo que he intentado averiguar ahora, pero como siempre me grita, me echa la culpa de todo y se va. — dice él.

— Es una mala etapa. — digo yo. — Él tiene que ver que estás allí para él. Para lo que necesite.

— Siempre lo estoy.

— A lo mejor no lo suficiente. — digo. — He conocido a Miguel, es un niño increíble y muy sensible. Te tiene idolatrado, y creo que le gustaría que le hicieras más caso.

— Con más caso ¿te refieres a seguirle el rollo de María o las visiones? — se mofa él sonriendo sarcásticamente.

— No. Pero si a hablar con él. — digo mirando por la ventana preguntándome qué derecho tengo de decirle cómo comportarse con su familia. — ¿Adónde vamos? — pregunto.

— A tu casa. ¿Y qué era eso de las clases?

— Ah sí, quería pedírtelo. Miguel y tu tía me han dicho que no va bien en matemáticas y me he ofrecido a ayudarle. Si a ti te parece bien claro, podría hacerlo. — digo. Él me mira. — Siento haber dicho que si sin consultártelo, pero no estabas y.... si no quieres lo entenderé perfectamente.

— ¿Harías eso? ¿Le ayudarías?

— Ya sabes que me gusta ayudar a los demás. Y ¿quién mejor que tu hermano? Primero debemos salvarnos nosotros. — él sonríe mirando al frente.

— Sí que me parece bien, pero siempre que no te sientas obligada a hacerlo. Y siempre que me prometas que lo dejarás si ves que no puedes llevarlo. No quiero que luego no duermas por mi culpa, entre lo de Corina y todo lo demás.

— Te lo prometo. Me servirá para desconectar un poco. — aseguro.

Holaa amorees, traigo otro capi. Quería daros las gracias a todxs los que me leéis, en serio, gracias. Agradezco vuestros votos, comentarios y apoyos. Un beso enorme, Rise.

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