Aguafiestas

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El despertador suena insistente y no encuentro el maldito botón para apagarlo. No he dormido más de cuatro horas por culpa de haber ido a la fiesta la noche anterior. Me levanto y me arrepiento cuando un dolor agudo recorre mi cabeza.

Vagabundeo hasta la ducha y me quedo allí más tiempo del debido, tanto que llego tan tarde que solo me da tiempo de beber un poco de zumo del mismo cartón y ponerme unos vaqueros y una camiseta a toda prisa.

Me cepillo el pelo mientras cojo los libros, tiro el peine antes de salir de mi habitación. Seguro que dentro de un rato pareceré una loca por el viento y no haberme secado el pelo bien con secados. Bajo las escaleras trotando, pues el ascensor me parece una opción muy lenta. Recorro el vestíbulo y salgo al exterior. Tengo que atravesar más de doscientos metros de césped natural para llegar a la facultad. Vamos, puedo hacerlo.

Aunque mi residencia es la más cercana a la facultad, ahora mismo no me parece suficiente. Saco el móvil de mi bolsillo cuando noto que vibra, sé que Corina me ha mandado un mensaje. Ella no empieza hasta una hora más tarde, pero seguramente ya está despierta. No lo leo, simplemente apago el móvil, ansiosa por querer deshacerme del pitido y que no me suene en clase.

— ¿Mucha prisa? — dice, de repente, alguien a mi lado. Me detengo un segundo paralizada al reconocer su voz. Le tengo plantado a mi lado, con el pelo húmedo por culpa de la ducha mañanera, los ojos brillantes y la sonrisa perfecta. No quiero ni fijarme en su cuerpo, sigo caminando. Bueno. Corriendo. Él mantiene el ritmo a mi lado sin aparente dificultad. — Pensaba que eras la típica chica buena que estaba en su pupitre diez minutos antes de que sonara el timbre. — me pincha.

— Tengo clase con la profesora Mercedes y llego tarde. — espeto. — así que cállate.

— No te va a dejar entrar, mejor date por vencida. — me asegura sonriendo, me entran ganas de darle un puñetazo.

— Claro que me dejará entrar. No llegaré más de unos segundos después que ella. — digo convencida.

— Aunque llegues un segundo después no te dejará. —dice seguro de sí mismo.

— ¿Por qué no te pierdes? — pregunto enfadada por su insistencia en arruinarme la mañana.

— Interesante oferta. — dice simulando pensar. — Pero creo que paso. — resoplo exasperada, algo dentro de mí quiere que me coja del brazo y me lleve lejos. ¿Pero qué estoy diciendo? No lo conozco de nada, aunque algo en él me hace sentir tan... segura. Le miro a los ojos un instante sin aminorar el paso.

— Eres tan...

— ¿Arrogante? ¿Creído? — dice con su voz grave divertido. — ¿Sexy? ¿Guapo?

— Prefiero las primeras. — digo riendo si poder evitarlo.

Ya vislumbro mi edificio, me cuelo dentro sin comprobar si me sigue. Corro por los pasillos hasta llegar al final justo cuando suena el timbre. Solo me quedan unos cuantos metros. Corro justo cuando dos personas salen de la clase.

— No te va a dejar entrar. A nosotros no nos ha dejado. — dice la chica. La aparto suspirando y abro la puerta harta de que la gente sea tan aguafiestas.

— No pueden entrar. — dice la profesora sin mirar siquiera.

— Acaba de sonar el timbre. — replico enfadada y con la respiración agitada. La profesora y todos los alumnos me miran.

— Haberlo pensado cuando ha oído el timbre de su despertador. Fuera. — dice mirándome a mí por encima de las gafas. Miro atrás, hay más personas esperando, somos cinco y nos piensa dejar fuera.

— Son solo unos segundos. — digo lentamente.

— Será todo el cuatrimestre como no salga ahora mismo. — enfadada doy la vuelta y salgo disparada empujando a los pasmarotes de los que están ahí.

Recorro los pasillos de nuevo hasta llegar al vestíbulo. Tengo que respirar hondo un par de veces para controlar mi ira. Salgo al exterior. No sé qué hacer una hora entera. Me dan ganas de pasarme el día en la cama, total me acabo de perder mi clase favorita. Sé que si vuelvo a mi habitación me quedaré dormida y no iré a clases el resto del día. Genial.

Lanzo mi bolso con mis libros al suelo y caigo al lado sentada en la acera. Apoyo mi cabeza en mis manos pensando. Me muero de sueño y estoy demasiado enfadada para pensar algo racional. En mi antiguo instituto me habrían dejado entrar, aquí no iban con tonterías. Tanto habían cambiado las cosas... El movimiento de alguien a mi lado hace que pierda el hilo de mis pensamientos. Tomás está sentado a mi lado. Le sonrío, está guapo cuando sonríe. De hecho, siempre me sonríe. Siento una punzada de culpabilidad por ser mala con él.

— Buenos días. — digo. — ¿No has entrado? — él niega y yo suspiro.

— Esto es una mierda. — se queja enfadado, le miro, nunca le había visto molesto. Tampoco es que le conociese demasiado... aunque queda raro en él.

— ¿Qué pasa?

— Que no nos haya dejado entrar, necesito los créditos.

— Lo sé. — digo tocándole ligeramente el brazo. Sé que cabrea, yo estoy muy frustrada. Él me mira y sonríe.

— ¿Quieres desayunar? No me digas que ya lo has hecho. — me advierte. — porque me voy a deprimir de verdad. — rio.

— He bebido tres sorbos de un cartón de zumo de naranja, si eso se considera desayunar...— él me sonríe con su sonrisa perfecta de modelo.

— No digas más, te invito a las mejores tortitas del campus. — dice levantándose y tendiéndome la mano. Se la doy y me ayuda a levantarme.

— Si insistes. — bromeo mientras tira de mí.

Estar al lado de Tomás es agradable, me hace reír y me trata bien. Además, es guapo, pienso esto mientras andamos hasta la cafetería. Tiene rasgos suaves, los ojos claros y suele vestir bien. Siempre va perfectamente afeitado e irradia positivismo y buen rollo. Corina me come demasiado la cabeza con el tema de Tomás y a veces me dan crisis como esa en la que distorsiono la realidad. Pero se me pasa cuando como. No he entrado allí más de dos veces. Nada más entrar en la gran cafetería limpísima noto un ambiente raro, y automáticamente le busco en la habitación. No sé cómo, pero sé que está aquí. No busco más de unos segundos hasta que me encuentro con su mirada. Levanta la vista de la carta y me observa, una sonrisa se dibuja en su rostro inmediatamente, una sonrisa burlona. La más sexy de sus sonrisas.Tomás me ha dicho algo que no he escuchado, se pone delante de mí, rompiendo el contacto visual con Alex y obligándome a mirarle.

— Siéntate, voy a pedir. — ofrece dulcemente.

— Está bien. — musito no muy segura, mientras tomo asiento de espaldas a Alex, el chico arrogante. No había más sitios en toda la universidad.

Juego con la carta de plástico que tengo enfrente, aunque Tomás ya está pidiendo por mí. Un escalofrío me recorre la espalda entera cuando noto que Alex está detrás de mí.

Déjame amarte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora