Lucha o Vuelo [MiSawa] [DNA]

By Gosabi24

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El reino de Seido ha sido sometido por Inashiro. La depravación y la miseria son lo único que conocen los ha... More

Prefacio
I. Planetary (GO)
III. Vampire Money
IV. Bad Blood
V. Bulletproof Heart
VI. Summertime
VII. Magnolia

II. The Fallen

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By Gosabi24

Este capítulo está inspirado en esta hermosa canción. Si gustan, pueden escucharla :D El capítulo no es tan largo ya que iremos poco a poco. En cada actualización iremos subiendo de intensidad :D Espero les guste y gracias por leer y votar.

Sin más molestas vandalizaciones... ¡Disfruten!



Miyuki chasqueó la lengua. Estaba molesto. Caminó por los pasillos del castillo. Tomó el camino más largo, no tenía prisa por llegar a la habitación de Mei. ¿Es que el holgazán rey no podía estar en su despacho tal y como se debía? No. El muy imbécil celebraba con anticipación la victoria en una pelea que Inashiro no ganó. Se detuvo frente a la puerta. Cerró en un puño la mano sana. La otra le punzaba con fuerza. No pudo ir a atender su herida porque, en cuanto bajo del caballo y el mozo lo recibió, le notificaron que Narumiya demandaba su presencia.



Así que, tragándose su dolor, recorrió el castillo hasta llegar a su habitación. Respiró hondo. Exhaló. Tocó con suavidad la puerta. Esperó. No hubo una respuesta inmediata. Escuchó un gemido. Quiso darse la vuelta y largarse pero su sentido del deber mantuvo sus pies pegados al suelo. Pasaron un par de segundos. Pronto escuchó un casi inaudible pasa. Así lo hizo. Abrió la puerta. A pesar de que ya pasaba del mediodía la habitación se encontraba en penumbras. Las pesadas cortinas rojas de terciopelo no permitían que los benévolos rayos del sol entraran a la habitación.



Fueron necesarios tres latidos del corazón para que sus ojos pudieran acostumbrarse a la falta de luz. Miró a su derecha. El escritorio de Narumiya se encontraba desordenado. Múltiples papeles apuntaban de un lado a otro. Su mesa de descanso parecía otra extensión de la de trabajo. Giró el rostro hacia la izquierda. Cerca de la chimenea no había nada. La solitaria silla que siempre se encontraba frente a esta se encontraba vacía. No le quedó más remedió que desvía la vista al frente. La amplia cama se hallaba semi-oculta gracias a los cortinajes de terciopelo blanco. Y, aún así, se podía apreciar la maraña de extremidades que proporcionaban una vista nada agradable.



El rubio y joven rey se encontraba sobre el cuerpo de una joven. La chica en cuestión no era nada especial. Ni siquiera parecía ser consciente de lo que sucedía, ni de dónde ni de con quién se hallaba. Era evidente que se encontraba más que drogada. ¿Esa era la chica que recientemente habían capturado? ¿La que ayudaba a los seidianos? Había una punzada en su corazón. Esa incómoda sensación que le recorría el cuerpo, ¿era normal? ¿No se había deshecho, hace años, de sus estúpidos sentimientos? ¿Lo que ese cuerpo ultrajado le despertaba era compasión?



En un momento, uno de extraña lucidez, la chica desvió la mirada y sus almendrados ojos se clavaron en él. Y, contrario a lo que esperaba, esa mirada no se encontraba rota (por lo menos no a un punto en el que no se pudiera encontrar reparación) pero si llena de una profunda desesperación. Pero eso no era todo, también había un profundo odio y reproche. Esas orbes parecían gritarle y censurarle. Sin embargo, antes de que los sentimientos que le trasmitían esos ojos penetraran los muros que erigió como su defensa, endureció su mirada. Ella era una mujer que no merecía ser tratada de esa manera pero Miyuki no mostraría compasión, a los rebeldes les pagaría con la misma moneda. La resistencia había matado a su madre, en compensación él los exterminaría a todos.



—Mei, deja de jugar y dime de una buena vez para que me llamaste con tanta urgencia. —Murmuró fastidiado.



El rubio dejó de moverse. Se alejó del cuerpo. Salió de la cama y se presentó con toda su majestuosa desnudez frente a Miyuki. Odiaba admitirlo pero Mei tenía justificada su extrema arrogancia. Físicamente era casi era perfecto. Su blanca piel, salpicada de pequeñas pecas, inevitablemente atraía a las miradas despistadas. El cuerpo, cincelado por las múltiples actividades, invitaba a pecar. Y él sabía bien lo que despertaba tanto en hombres y como en mujeres. Sus líneas corporales, esa cara de ángel y esos eléctricos ojos azules siempre despertaban una incontrolable e incómoda lujuria. Sentimiento que el monarca no dudaba en aprovechar. Por ello, una de las razones por las que Kazuya seguía ahí, era él.



No amaba a Mei. Jamás sería tan tonto como para pensarlo. Sin embargo, estaba atado a él. Porque eran iguales. Ambos eran egoístas y no encontraban ningún problema por usar a los demás. Si servían a sus propósitos podrían permanecer a su lado, si no era el caso, no dudaban en desecharlos. Ambos eran profundamente desalmados. Ambos eran victima y victimario. Y, a lo largo del tiempo, habían estado intercambiando de lugar. Al principio, cuando se unió al ejercito se aprovecho de su cara bonita para meterse en los pantalones del rey. Eso y su habilidad en el campo de batalla le valieron un ascenso. A los dieciocho años fue nombrado general. A los diecinueve fue reconocido como la pieza más importante para Mei. Tanto por los inashirianos como por los seidianos fue reconocida su agudeza mental, fue reconocido como un genio bélico. Como el mejor guerrero.



—¿Los prisioneros ya están listos para el juicio y su ejecución? —Inquirió mientras clavaba esos eléctricos ojos en él. Kazuya respiró hondo. Se preparó mentalmente para lo que vendría.



—Fuimos emboscados. Los seidianos realizaron una misión de rescate en la que lograron liberar a los cautivos. Eramos pocos. Nos superaron en número. Escaparon. —Murmuró.



El silencio duró un par de segundos. Transcurrió un latido del corazón. Parpadeó. Fue ese momento de humana debilidad de la cual Mei se aprovechó. Primero vino el sonido, luego el dolor. La explosión en su cabeza lo dejó mareado. Vino un segundo golpe. Con dificultad dio un paso atrás. ¿Qué era? ¿El día de golpear a Miyuki y obtener un costal de monedas? Primero había sido ese castaño chiquillo y ahora el caprichoso monarca. ¿Qué seguía? ¿También vendría a apalearlo Masatoshi para calmar la ira de su favorito?



—¿Acaso eres inútil, Kazuya? ¡Sólo tenías que hacer una cosa! ¿Es qué no puedes hacer nada bien? —Preguntó con furia. Después lanzó de nueva cuenta un puñetazo en su dirección. Este fue fácilmente esquivado.



Kazuya tomó ventaja de su posición y torció el brazo del gobernante. Lo presionó a su espalda. El gemido que salió de los labios del rubio viajó directo a su ingle. ¿Qué tan enfermo tenía que estar para excitarse al pelear con Mei? Al parecer, bastante. Sonrió con cinismo. Era momento de descargar la frustración que ese encuentro con el arquero de los seidianos le dejó.



—Deja de hacer berrinche, Mei. Yo no soy una más de tus marionetas a las que puedes intimidar ni mangonear. —Aseveró al girarlo y estampar sus labios con los de él.



Al principio Narumiya se resistió. Intentó alejarse al golpear en repetidas ocasiones el pecho de Kazuya pero él no iba a dejarlo ir tan fácilmente. Si se presentaba de esa manera frente a él, ¿cómo esperaba salir ileso? Miyuki no se iría sin tener su cuota diaria de carne. Paso el brazo por la cintura del contrario. Lo pegó a su cuerpo. Se congratuló al sentir el leve estremecimiento que recorrió la espalda de Mei. ¿También podía sentir la corriente que tiraba de él y lo empujaba? Su relación era enfermiza y, aún sabiendo eso, ninguno estaba dispuesto a dejarla.



—Ojalá te murieras, Kazuya. —Escupió con rabia antes de enredar los brazos en su cuello y aferrarse a él.



—El deseo es mutuo, Mei. —Contestó con una ladina y lasciva sonrisa.



Después de eso ya no hubo palabras. Narumiya se lanzó a los brazos de su brillante general. Kazuya lo cogió al vuelo. Se miraron un segundo. El marrón chocó con el azul. Los labios se enlazaron. Las lenguas se convirtieron en dos espadas. Entraron en un duelo. Pelearon por el control, por someter al otro. El primer gemido vino por parte del rubio. Ante ese sublime sonido, Kazuya sonrió. Siempre era placentero corroborar el poder que tenía por el rey. Mei, al notar el exceso de egocentrismo, lo golpeó en las costillas. El sarcástico chico perdió el aliento. Fue el turno de Narumiya de reír con suficiencia. Esa clara señal de desafío le costaría caro. Ya se encargaría Miyuki de suplicarle su perdón.



Lo arrojó al suelo. Se lanzó sobre él. Nuevamente apresó sus labios. Mordió la suave carne. Sus manos comenzaron a recorrer el dorso desnudo. Era increíble lo suave que resultaba su piel. Había un andrógino encanto en las líneas de su cuerpo. Sus belfos se movieron a la yugular. Lo mordió con furia. Se deleitó al verlo sangrar. Siguió descendiendo. Llegó al tórax. Saboreó la piel. Con parsimonia avanzó por un agonizante camino de provocación hacia las rosadas tetillas. Introdujo la derecha a su boca. La izquierda la estimulo con su callosa mano. Sintió su miembro punzar por el deseo y la anticipación al sentir la pequeña fricción que se dio cuando Mei arqueó la espalda y las virilidades se rosaron.



Ambos gimieron. Siguió descendiendo. Llegó al erecto miembro. Lo engulló con gula. Ese lloriqueó lo complació en exceso. ¿Quién podía darse el lujo de asegurar que podía reducir al orgulloso rey a un vil animal en celo, deseoso de ser follado y controlado? Muy pocos, casi ninguno. Sólo él. Sólo Miyuki podía reducirlo a un cuerpo sin control. ¿Y quién se resistiría a la habilidad de esa pecaminosa boca? Ni siquiera el caprichoso rey podía. Cuando la felación alcanzó niveles celestiales, Kazuya lo privó de su adictivo placer. Mei aún no se merecía alcanzar el nirvana. Sonrió con suficiencia al encontrarse con la fastidiada mirada del monarca.



Ambas voluntades se enfrentaron. Ninguno quería ceder. Sin embargo, cuando se trataba de asuntos de cama, Narumiya llevaba las de perder. Nadie tenía un control y un autocontrol semejante al de Kazuya. Pasaron los segundos y en lugar de que la excitación cayera en su etapa implosiva, creció. Para Miyuki era malditamente divertido ver retorcerse al rubio debajo de él, no por placer sino por la frustración que le producía el no obtenerlo. Al final, tal y como lo esperaba Kazuya, el caprichoso chico terminó cediendo. Invirtieron lugares. Él cayó al piso. Narumiya se colocó sobre él. Había furia en su fiera mirada. Lo mordió en el cuello. Hubo una marca morada. Luego el brote de líquido bermejo. El dolor elevó su lujuria. Le importó poco el rubio. Posicionó la cadera del rubio sobre la suya. La elevó, se friccionó, lo provocó. Lo llevó a un punto de locura que termino por arrancarle la ropa.



—Follame de una maldita vez.



—Lo que ordene, rey.



Después de su sarcástica respuesta, lo penetró. Que no hubiera preparación provocó que el otro cuerpo lo abrazara con más fuerza. La presión fue aún más deliciosa y sucia. Las lágrimas del rey exaltaron su poder y su placer. Mei se movió con furia sobre él. Lo flagelaba. En esos momentos en los que Mei marcaba el ritmo era el único en el que verdaderamente el monarca podía congratularse en el dominio que ejercía sobre él.



Fue una pelea cuerpo a cuerpo. No buscaban el placer del otro, sólo el propio. Lo único que los movía era someter al otro y probar su supremacía. Hacerlo caer aunque tuviera que hacerlo él mismo. El vaivén de caderas fue tan escandalosamente sucio que terminó por hacerlos alcanzar el infierno. En cuanto alcanzaron el orgasmo se lanzaron lejos del otro. Los abrazos, las bobas miradas, todo esa cursilería que iba acompañada del eufemismo de hacer el amor, no iba con ellos. Sólo era sexo. Un alucinante sexo. Miyuki se vistió. Mei permaneció cómodo con su deslumbrante desnudez.



—Kazuya, la resistencia se ha burlado de ti. —Comentó cuando se vieron de frente. —Espero que compenses tu estupidez.



—Por supuesto, Mei.



No se dedicaron más miradas. Cada uno tomó distintos caminos. Miyuki salió de la habitación. Se encaminó a su habitación. El camino se le hizo sombrío. Igual que cada maldita mañana, cada maldito día de su existencia. Había caído tan bajo que la mayor parte del tiempo ya no notaba la pestilencia y podredumbre en la que se revolcaba. Su madre había apoyado a la resistencia. Los rebeldes los habían traicionado al matarla a sangre fría cuando ya no les servia. Fue brutal. La asesinaron como si se tratara de un animal.



Pequeño Kazuya, ¿algún día liberaras al reino?



No, no lo haría. Si ella no obtuvo libertad, nadie más la tendría. Los rebeldes serían los primeros en morir. Al fallecer ellos, los seidianos perderían la esperanza. Los ideales de autonomía y libertad se deslustrarían a tal punto que se convertirían en un terrible cuento de hadas. Los rebeldes ya experimentaron lo que era la expectativa de un brillante y utópico futuro. Era hora de ahogarlos y de sumirlos en la desesperación al mostrarles que, aunque lucharan contra la oscuridad, ésta terminaría devorándolos.



Él cayó. Él se hundió en el fango. Los demás también lo harían. Y comenzaría por apagar la luz de ese brillante y molestó castaño. Uno de los arqueros estrella con los que contaban los seidianos. Ese molesto chiquillo que lograba impulsar (con su ruidosa presencia y su temeraridad) a la resistencia.



Tu vida pronto se convertirá en un infierno así que preparate para suplicar, Sawamura Eijun.



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