Kamika: Dioses Guardianes

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La vida cotidiana puede desaparecer en menos de un parpadeo, eso Ailyn Will lo tiene claro desde que su vida... Більше

Bienvenido
Prefacio
Prólogo
PRIMERA PARTE
1. La marca del destino
2. Vedades ocultas
3. Por fin te encontré
4. El pasado que nos une
5. Atrapada en el tiempo
6. Una vida casi normal
7. Demasiadas mentiras
8. Frágil quietud
9. La feria estatal
10.1. Un camino escabroso
10.2. Un camino escabroso
SEGUNDA PARTE
11. Entre lunas y flechas
12. Un deseo en común
13. Lo que una vez fue
14. Forjada con hierro
15.1. De magia y estrellas
15.2. De magia y estrellas
16. Nuestra fuerza
17. Todo a su precio
18. El mensajero del infierno
19. El fuego del valor
20. Máscara de hielo
TERCERA PARTE
21. Nueva ruta
22. Tormenta de dolor
23. Sin retorno
24. Sueño o pesadilla
25. Luna de la unidad
26. Regreso a casa
27.1. Ciudad de las Amazonas
27.2. Ciudad de las Amazonas
28.1. Sentimientos cruzados
28.2. Sentimientos cruzados
29. La voz de la razón
CUARTA PARTE
31. Tres mundos, tres puertas
32. Hasta otra vida
33. Otra oportunidad
34. Miedo a olvidarte
35. Salir a flote
36. La luz en la oscuridad
37. Sacrificio familiar
38. Plan de rescate
39. Por todo y por todos
40. Impactantes revelaciones
Epílogo
Glosario
Personajes + Playlist
Kamika II

30. El secreto mejor guardado

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Elastic Heart - Sia

Me revolví en la cama hasta que la incomodidad me ganó y me levanté luego de tirar lejos las mantas. La tenue luz que entraba por la ventana me dio a entender que aún era de noche, lo que comprobé al observar la hora en el reloj digital de la pared frente a mí; eran las cuatro de la mañana

Todo se veía tan tranquilo, tan apacible, que era como si nada fuera a pasar, como si solo se tratara de un día más. Cuando en realidad las ansias y el miedo por lo que nos deparaba el futuro me consumían por dentro.

Era perturbador, provocaba que mi corazón latiera con rabia, por lo que prefería no pensar en eso.

Miré más allá de mi cama, donde se encontraban durmiendo plácidamente las demás, excepto Astra por supuesto. Me levanté con cuidado para que no me descubrieran y me dirigí a la puerta de la habitación. Necesitaba aire fresco, quizá así calmaría un poco el torbellino de sensaciones que me atormentaba.

«—¿A dónde crees que vas a esta hora?»

Me volví hacia la nueva voz y contemplé a At sobre el espaldar del sofá. La había visto antes de acostarme; al parecer a ella le gustaba dormir en sitios así, con la cabeza entre las alas como digna ave normal. ¿No se suponía que esas aves eran nocturnas? No importaba, para ella parecía no regir ninguna ley natural.

Me miraba de forma acusadora, casi con desconfianza, como si me considerara algún tipo de enemigo o amenaza. Estaba bien que no creyera en mí y todo eso, pero tampoco tenía que pensar en mí como una delincuente.

Le hice una señal de silencio con la mano, procurando que su notable voz no despertara a mis dos amigas. Tarde fui consciente de que yo era la única que podía escucharla, lo que me hizo sentir tonta y lo que provocó que ella ladeara la cabeza como si buscara el tornillo que me faltaba.

—Necesito aire fresco —susurré—, no puedo dormir.

Ella levantó sus alas otoñales, y con uno que otro delicado aleteo se posó sobre mi hombro. Sus movimientos se sentían perezosos, con cierta resistencia, como si tener que permanecer a mi sombra fuera algo que estuviera por completo fuera de su naturaleza.

«—Iré contigo —declaró—. De todas formas, ya me despertaste.»

Suspiré, solo eso. No tenía caso discutir con la reina de la terquedad, lo supe en cuanto le insistí que ir por ahí con una lechuza era mala idea y que llamaba demasiado la atención. Ella, al parecer, se regía por sus propias reglas.

Salí de la habitación cerrando cautelosamente la puerta a mi paso. Luego caminé por los desiertos pasillos del hotel; de seguro todos estaban durmiendo o en alguna área común de recreación. Lo único que lograba escuchar eran mis propios pasos haciendo eco en todo el lugar, y por supuesto mis pensamientos.

Si seguía caminando así me perdería en la inmensidad desconocida que era aquel hotel; desde que llegué no había tenido ánimo para explorar el edificio, por lo que las partes que recordaba eran pocas.

Di varias vueltas, subidas, bajadas, y abrí muchas puertas hasta que llegué a una pequeña azotea con una piscina pequeña pero honda. Era un lugar sencillo a comparación con la extravagancia del hotel y con la brisa perfecta para relajarse.

At salió volando de mi hombro para posarse en el barandal que rodeaba el lugar y estiró sus alas en señal de cansancio. Y eso que solo llevaba menos de un día como lechuza.

La luz de la luna se reflejaba en el agua de la piscina, iluminando el lugar mediante hermosos destellos azules que adornaban las paredes y el suelo. La atmosfera era la ideal, la perfecta para dejar de pensar y solo admirar el paisaje de la ciudad.

Me acerqué al barandal, al lado de At, dándole la espalda a la piscina. Había unas cuantas sillas de playa y sombrillas cerradas a nuestro alrededor, aunque no muchas ya que el espacio no daba para demasiado. Se veía como ese tipo de lugares donde hacían eventos privados muy pequeños, con no más de unas diez personas de capacidad.

«—¿Estas bien? —preguntó At sin alejar la vista de la ciudad.»

Me mordí la lengua. Había algo en el tono de su pregunta que me hacía pensar que conocía la respuesta.

—Lo estoy, solo no tengo sueño.

«—No deberías estar a esta hora aquí afuera, y sola. Por si se te olvida, aún eres el blanco de Hades y sus enviados nunca andan lo suficientemente lejos, créeme, lo sé.»

La miré de reojo tratando de evitar preguntarle qué tanto lo sabía.

—Oye —le dije con tranquilidad—, siendo una diosa, ¿qué ha de pasar? Además, estás conmigo: mi fiel escudo y compañera.

Ella entrecerró los ojos un poco.

«—Estoy contigo, pero eso no significa que pueda hacer mucho para ayudarte si estás en problemas. ¿Acaso no has visto mi aspecto? Ya no puedo ayudar a nadie. Considérame solo tu voz de la razón.»

Me entraron deseos de acariciarla, de sentir su emplumado y pequeño cuerpo bajo mis manos. Como una mascota de verdad. Pero ella era At: los recuerdos de Atenea. No podía acariciarla de esa forma; me sacaría los ojos y me los haría tragar si me atrevía a tratarla como lo que se veía. Así que me contuve.

Algo cambió en el viento, de repente se sintió como si se sintiera pesado.

Esa familiar sensación de escalofrío se apoderó de mi piel, como una alerta previa. Sentí un cosquilleo recorrer mi cuerpo entero, y un fuerte impulso de esconderme bajo una silla o simplemente de salir corriendo por poco me dominó. Ese sentimiento era confuso, casi hipnótico, quería huir lejos pero al mismo tiempo algo me atraía, como un imán en el peor sentido.

Quise moverme, alejarme del lugar, pero de nuevo mi voluntad se deshizo en un parpadeo, la sentí irse como si la drenaran a la fuerza de mis venas. Mi cuerpo se desconectó de mi mente, como si de un apagón se tratara, y supe de inmediato lo que provocaba ese efecto enloquecedor me despertaba más terror que curiosidad.

El viento sopló con violencia, enfatizando el misterio de su presencia, y provocando que mi cabello me impidiera la clara visión del lugar cuando cubrió mi rostro por breves segundos. Entonces, entre hebras y caos, lo vi, como una sombra del infierno arrancándome el aliento y tal vez el alma.

Kirok Dark, el mensajero del infierno, la mano derecha de nuestro enemigo.

Apareció justo frente a mí, sobre el barandal con perfecto equilibro. Su oscuro cabello ahora unos centímetros más largos que antes cubría parte de su rostro, incluyendo sus ojos rojos, impidiéndome ver la expresión en ellos en ese momento. Vestía con colores negros y rojos, pero su prenda seguía siendo extraña y extravagante.

¿Qué hacía él ahí? ¿Por qué cuando decidí pasar un momento sola? De repente odié que At tuviera razón. Su presencia solo significaba problemas, de eso podía estar segura.

Retrocedí un par de pasos, asustada, en cuanto mis piernas me obedecieron, al mismo tiempo que At alzaba vuelo para dirigirse a Kirok con una sed de sangre que jamás creí posible en un animal. Vi sus ojos, la ira, su deseo de herirlo impreso en cada movimiento.

Pero Kirok fue más rápido. Solo le bastó levantar su mano para crear un campo de fuerza alrededor de At. Una esfera roja y con rayas negras la cubrió a la perfección, ejerciendo el mismo trabajo que una jaula ordinaria. Pero lo más inquietante era que él ni siquiera había levantado la vista, lo hizo sin verla, con no más que su instinto.

—¡At! —exclamé mientras me impulsaba para alcanzar la capsula que la cubría, aterrada de que algo pudiera pasarle a esa parte de Atenea.

En ese momento un nuevo miedo se desbloqueó sin siquiera pudiera entenderlo.

—No lo hagas. —La voz de Kirok me detuvo como si de una orden se tratara. Su voz sonaba más grave y profunda que la última vez que la oí; la seda que parecía antes fue reemplazada por un áspero tono que se sentía más autoritario—. El ave estará bien siempre y cuando no intente salir.

Mis pies se anclaron al suelo, la ira subió por mi garganta. La veía a ella, en la esfera, sin poder distinguir más que una mancha en su interior.

—Suéltala —exigí en un susurro y con las manos temblándome—. ¡Suéltala!

Él levantó la cabeza y entonces pude ver claramente su rostro. La luz de la luna iluminó sus ojos carmesíes, similares a los de un vampiro, y su sonrisa, aunque más discreta, desprendía cierta diversión que me seguía pareciendo espeluznante. Había algo diferente en él, más allá de su cabello negro que le llegaba por debajo de las orejas, se sentía incluso distinta la sensación de encontrarme ante su presencia, quizá era menos obstructiva o abrumadora. Sí, se sentía como si con su presencia estuviera a centímetros de picos de rocas, pero de alguna forma se sentía como si supiera que no podría tocarlos.

Al verlo a los ojos recordé mi sueño, donde sus esferas carmesís eran lo único que delataba su identificación. Seguía sin entender el mensaje del sueño, no lo analicé a profundidad lo suficiente, o mejor dicho: no lo había hecho en absoluto con todo lo que sucedió después.

—Lo haré, nunca he hecho nada para lastimarte a ti, o bueno, a esta versión de ti.

Me miró directo a los ojos luego de escanear rápidamente mi cuerpo, y un destello apareció en ellos, más que diversión parecía curiosidad.

—No seas sínico —respondí en tono seco y titubeante, con más valor del que sentía—. ¿Acaso quieres una lista de todo lo que has hecho o prefieres ver la cicatriz que tu Oz me dejó en el cuello? Ahora, suelta a mi mascota.

Él sonrió de lado, una sonrisa maliciosa y picara, como si le pareciera un chiste mi comentario, uno muy malo.

—Ya te dije que no le pasará nada. No tengo interés en un ave, puedes estar segura de eso, no ganaría nada con lastimarla.

Había algo, no eran sus palabras ni su tono, era ese brillo en sus ojos tan inquieto, como si saltara de una emoción a otra demasiado rápido, lo que me dijo que podía creer en aquella afirmación. Él no... no parecía tener atención para nada más aparte de mí.

Tragué saliva, el viento a mi alrededor era demasiado frio.

—¿A qué has venido? Creí que habías perdido el interés en nosotros luego de que Andrew casi pudre tu cuerpo.

Su sonrisa se amplió, dando paso a una sonrisa llena de ironía y algo más. Ese brillo en sus ojos de repente se encendió, como si hubiera encendido una vela.

—Eso quisieras, pero no. Muchas cosas malas últimamente, ¿verdad? Me pregunto en dónde estuvieron tus amigos cuando esa tormenta derribó sus defensas.

El aire se me escapó de los pulmones, igual que in globo, y mis ojos se abrieron de par en par. Lo sabía, todos lo sabíamos, pero oírlo de su boca era muy diferente a tener suposiciones.

Quise lanzarme contra él, golpearlo hasta que me revelara la verdad detrás de todo lo que pasó en el mar, pero mis piernas no se movieron, mi cuerpo no hizo más que cerrarse en su propia rabia.

—¿Qué fue lo que hiciste? —musité sin aliento, con el corazón saltándome en el pecho como fuertes gritos de ira—. ¿Por qué...?

—Yo no hice nada. —Se defendió mientras se encogía de hombros con una sonrisa ladeada que de pronto ya no tenía nada de divertida—. Lo hizo Hades, quería probar su debilidad... Y luego ella... —Suspiró—. Olvídalo, no vine a confesarme, vine a decirte algo importante.

¿Ella?

Saltó del barandal con la gracia de un felino y aterrizó a centímetros de mí, con los ojos anclados a los míos y sin rastro de la sonrisa de antes. Cada vez que lo veía sentía el peso de su energía, tan densa que cerca de él era difícil respirar, demasiado abrumadora como si estuviera en todas partes al mismo tiempo.

Pegué un brinco ante su cercanía, una alarma se encendió en el fondo de mi cabeza. Demasiado cerca, demasiado peligroso.

Conseguí retroceder un par de pasos con el peso de toda mi voluntad, pero seguía sin haber suficiente distancia entre nosotros, sin poder correr en dirección contraria.

Todavía no procesaba sus palabras, había algo que faltaba. Hades fue el responsable de la casi muerte de mis amigos, de mi desesperación, de mi tristeza, de la razón por la que decidí renunciar definitivamente a la magia... Nos causó mucho dolor lo que ocurrió en Titán, nos devastó al punto de que casi perdimos la vida y la cordura tratando de encontrarlos. Fue una experiencia horrible... ¿y para qué? ¿Para medir nuestra debilidad?

Y, por todos los dioses, ¿quién demonios era ella y por qué nadie parecía querer usar su nombre?

Fue ahí cuando entendí, en medio de mis pensamientos, que Hades consiguió lo que quería. No solo comprobó cuál era nuestra debilidad, sino que sembró la semilla de la inestabilidad que ahora se manifestaba mediante peleas. Antes de eso no teníamos problemas tan graves, y ahora cualquier desacuerdo por pequeño que fuera se convertía en un torbellino de dificultades. Y justo antes de conocer a Hermes, justo antes de reunirnos.

—Necesito que vengas conmigo.

La sorpresiva petición de Kirok me sacó de mis pensamientos de forma abrupta y repentina. Casi, casi, había olvidado que él se encontraba a pasos de mí. Una presión se instaló en mi pecho, como si algo quisiera tirarme al suelo más allá de la fuerza de gravedad.

—¿De qué hablas? —mascullé, confundida—. ¿Por qué me pides algo así? Eres el enemigo.

—Eso depende de cómo lo quieras ver. —Se encogió de hombros, restándole importancia al detalle más relevante y cierto de todos—. Necesito que sigas con vida, por ella, porque tienes la mitad de lo que queda de ella, y no permitiré que desaparezca de nuevo.

Había doble sentido en sus palabras, uno que mi poco conocimiento sobre Kirok y en especial sobre Atenea me impidió entender. Parecía que no me hablaba a mí precisamente, más bien a un recuerdo de una memoria lejana. ¿Cómo había sido si relación con Atenea? Por un par de segundos aquella interrogante tomó mi atención.

Fruncí el ceño sin dejar de mirarlo a los ojos, sin siquiera parpadear. Sentía que si dejaba de verlo por al menos un instante lo encontraría a mi espalda, rodeándome el cuello o amenazándome.

—Estás loco, no lo haré.

Retrocedí más, ahora con un poco menos de dificultad, atenta a los movimientos de Kirok más que a los míos. Ese chico seguía siendo la mano derecha de Hades, quien nos hizo cosas horribles tanto a nosotros como a los Dioses Guardianes originales, y confiar en él era como confiar a un asesino en serie mi vida.

Dejó salir un pequeño suspiro, o bufido, y enarcó una ceja sin dejar de mirarme en ningún momento. A parte del color de sus ojos, su constante fijación en mis ojos me recordó a la hipnosis de las serpientes en las películas de niños; ellas usaban sus ojos para inmovilizar a sus presas y comérselas, por lo que Kirok no estaba lejos de esa descripción. Casi parecía que la oscuridad se crecía sobre él como un abrigo o que le abrían paso hacia mí.

—Esta guerra, ésta que tú y tus amiguitos dioses pretenden ganar, es un boleto solo de ida, no volverán, morirán en el intento. Es algo que va más allá de pelear con unas cuantas harpías y demonios, esto... esto es algo más grande que ustedes mismos, que yo, e incluso que Hades. Solo están jugando a ser dioses, no tienen idea de lo que eso implica.

Quise decirle que se ahorrara sus advertencias, que no necesitaba nada que él me ofreciera y que jamás haría lo que me pedía. Pero lo consideré más, ya que ¿quién mejor para saber los secretos de Hades que su mano derecha? Si él tenía información importante respecto a lo que ocurría, me sería útil en algún momento.

—¿Por qué lo dices? ¿Hay algo que sepas que yo no? —Seguí retrocediendo poco a poco, instalando más distancia entre nosotros que él no se molestaba en mantener—. Si dices que no podemos ganar es porque sabes algo importante; dímelo si quieres que confíe en ti.

Entrecerró los ojos con interés y medio sonrió demostrando cierto nivel de diversión. Pero aun así, ese brillo inquieto y apremiante en sus ojos me decía lo contrario a todos los movimientos de su cuerpo.

—Buen intento, pero no soy tan estúpido. Lo único que puedo decirte, que no es algo que no sepas, es que si sigues por donde vas no sobrevivirás. La vida de diosa no es fácil, es algo peligroso y doloroso en muchos sentidos. Estarás mejor conmigo, a salvo, sin tomar partida en una masacre, en una batalla que no puedes ganar. Este mundo está condenado, y ni tú ni tus amiguitos pueden salvarlo. Son completos inexpertos, no tienen la capacidad para enfrentarse a lo que viene ni para mantenerse vivos a ustedes mismos. Vive conmigo o muere con ellos, yo te ofrezco una salida.

La confianza en sus palabras me hizo dudar por apenas cuatro segundos. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, representando el miedo de que fuera cierto lo que afirmaba el chico de ojos rojos frente a mí, solo que no se sentía frio sino caliente, demasiado.

—¡Mentira! —grité—. No nos vamos a reprimir por las palabras de un servidor de la muerte, de un mensajero del infierno como tú. Solo repartes desgracia, solo esparces el dolor, igual que tu amo.

Soltó un pequeño suspiro.

—¿Por qué siempre tienes que ser tan terca? —De nuevo le habló a un recuerdo, no a mí, pero supuse que encajaba en ambas. Sin embargo, el tono que usó y el brillo diferente en sus ojos cuando me miró me confirmó que había algo en él que no cuadraba, algo estaba mal—. Te estoy pidiendo que vivas, ¿por qué lo tienes que hacer tan difícil?

—No voy a morir —aseguré con toda la confianza que pude—. Venceremos a Hades y todos viviremos. Es tanto una promesa como una amenaza.

Negó despacio con la cabeza, en parte molesto y en parte afligido. Reflejaba cierta frustración. Trataba de mantener la calma, pero desde que llegó supe que había algo distinto en él que no tenía cuando me hirió con su Oz.

—Claro que lo harás, lo hiciste una vez, nada te impide volverlo a hacer. Está en ti, impreso como una contraindicación. ¿Crees que no te he vigilado todo este tiempo? Por favor, Luz, los dos sabemos que ni tú te lo crees. ¿Y sabes lo que he descubierto mientras te observaba? Que no has cambiado, y que eso te llevará a la muerte de nuevo si sigues con los Dioses Guardianes.

Él trató de acercarse a mí de nuevo, pero yo retrocedí la misma distancia que él avanzó. Tal vez, con un poco más de voluntad, podría salir corriendo hacia At y luego hacia la puerta. Pero, con él ahí, con lo que representaba y con lo que podía hacer, ¿en verdad podría huir?

—¿Y a ti qué te importa, Kirok? ¿Por qué te empeñas en mantenerme a salvo si quieres a los Dioses Guardianes muertos tanto como tu amo?

Arrugó su frente, demostrando que su límite de paciencia se acercaba. El brillo en sus ojos lucía inquieto, como si algo en mi pregunta le disgustara.

Tomó aire, el brillo rojo de sus ojos lucía un poco más tenue. Había un silencio sobrenatural a nuestro alrededor, como si la naturaleza misma hubiera enmudecido ante él.

—No entiendes nada y no tengo tiempo para explicártelo. Solo debes saber que si vienes conmigo tendrás más oportunidades de vivir que si te quedas aquí. Puedo mantenerte con vida, es más de lo que cualquiera de ellos puede ofrecerte.

Tragué saliva ante ese tono lleno de firmeza, como si fuera una verdad absoluta que con él viviría y que con mis amigos algún día terminaría muerta. Apreté mis manos en puños.

—No puedo, no sé nada de ti, ni siquiera sé qué eres. No puedo confiar mi vida en quien intentó matarnos tantas veces y quien sirve al dios que quiere terminar con la humanidad.

Di un paso más atrás, desesperada por poner distancia, tan centrada en sus ojos que no noté que mis pies habían llegado al filo de la piscina. Mis pies se resbalaron debido a la superficie lisa y de repente caí, atrapada por la gravedad, hacia el agua.

Sin embargo, no llegué a tocar la superficie de la piscina. Sentí su mano sobre mi brazo antes de siquiera entender lo que sucedía. La firmeza de su agarre me hizo brincar el corazón. Un espasmo recorrió mi cuerpo, tal vez por la fuerza de la mano de Kirok sobre mí, o tal vez por la barrera de tacto que él acaba de romper.

Los ojos de Kirok siguieron enganchados a los míos sin parpadear, sin prestarle atención a mi cuerpo a centímetros del agua. El brillo rojo en sus ojos se intensificó, la picardía y diversión que asociaba con él se habían ido, dejando a su paso una mirada más consecuente y seria de lo que podría esperar.

Me haló hacia él, alejándome del agua, y permaneció a tan solo centímetros de mí. No tenía espacio para huir ni voluntad para empujarlo. Sus ojos me absorbían, a mí y a mi libre albedrío; quizá lo hacía a propósito o era parte de su naturaleza. El resultado era el mismo, apoderarse de mi cuerpo sin esfuerzo, de mi voluntad.

—Entonces te lo diré —soltó de repente, con la voz grave—. Los extremos no existen. Nadie es totalmente malo ni totalmente bueno. Ni humanos, ni dioses, ni deidades.

Fruncí el ceño. Mi mano, la que él sujetaba, se cerró con más fuerza.

—¿Eso qué tiene que ver contigo?

Su expresión, esa mueca que casi se le escapó, me dijo que lo que quería decir era un tema privado, o mejor dicho confidencial, y que no estaba seguro de si debía decírmelo o no. Después de varios segundos en silencio, en los que pensé que se iba a quedar así, hizo su elección.

—Hades se deshizo de la bondad que habitaba en él, pero como no la podía destruir creó un contenedor para almacenarla. Me creó a mí. Yo, Luz, soy lo único que le impide a Hades perder la razón. Sin mí él no tendría cordura, sin mí se convertiría en un monstruo.

El viento sopló, erizando mi piel a su paso. Abrí los ojos de par en par, mi corazón pegó un brinco.

—¿Te creó? Entonces eres... ¿parte de él?

Mi intento por saber a lo que me enfrentaba solo consiguió instalar en mi mente más misterios que no entendía, y que además me llenó de temor. Que Kirok fuera mensajero del infierno era aceptable, pero que formara parte de Hades casi como At de mí me estremeció.

Y él lo sintió. Lo supe cuando sus ojos dejaron de brillar en ese rojo sobrenatural.

Me soltó, se alejó de mí. La forma en la que me miraba... como si hubiera visto algo en mí que lo lastimó. No, que lo rompió.

—Lo soy —suspiró, y luego murmuró—. No me mires así, es justo como ella lo hizo cuando se enteró.

Me quedé callada, sin saber qué decir. Por ella... ¿Se refería a Atenea? Definitivamente ellos dos tenían un pasado más importante de lo que yo pensaba. ¿Por eso insistía en que fuera con él?

Él... Kirok se sentía tan diferente a su escena en Nueva York. Sus palabras, sus movimientos, sus miradas... Incluso la forma en la que mi cuerpo reaccionaba a él se sentía diferente. ¿Eso qué significaba?

—Ven conmigo, Luz, puedo ofrecerte un futuro. Te lo debo.

At, desde el interior de su esfera, le daba la espalda a Kirok, negándose a verlo. Quise preguntarle a la lechuza de lo que hablaba Kirok, quería entender sus palabras y la razón detrás de esa insistencia. Ella tenía los recuerdos de Atenea, era imposible que no supiera lo que le ocurría a Kirok.

—No iré contigo —dije al cabo de unos segundos, con el corazón en la mano y los pensamientos demasiado fugaces—. Mi lugar está aquí.

Y aunque una parte de mí quisiera huir de ahí, no lo haría con Kirok. Incluso yo tenía mis límites.

Su mirada, ese brillo inquieto... se rompió.

Suspiró, justo en el momento en que la luz de la luna se perdió tras una nube y le ocultó los ojos bajo la sombra de su cabello. Retrocedió poco a poco hasta el barandal, sin volverme a ver a la cara, y cuando llegó saltó sobre él.

—Espera. —Se detuvo, pero no me miró—. No has liberado a mi mascota.

Tronó los dedos, o eso creí escuchar. La esfera roja brilló con más intensidad en respuesta a la acción de Kirok, para luego desaparecer en medio de humo negro y el sonido lejano del cristal al romperse.

At no esperó ni un solo segundo. Cuando estuvo completamente libre de la magia de Kirok se abalanzó hacia él con toda la fuerza y determinación que su pequeño cuerpo le permitió. Veloz, igual a un águila. Con el pico como flecha la antigua Atenea estaba lista para atacar al chico con ojos de vampiro.

Pero, como era de esperarse, lo que At no previó fue que Kirok tuviera un campo de fuerza a su alrededor. La pobre lechuza se enteró cuando chocó con él, provocando que una intensa luz roja saliera del lugar del impacto para luego recorrer el cuerpo de ave de At como si se tratara de una corriente eléctrica.

Mi corazón se contrajo como una pasa.

La vi caer al suelo, atontada debido al golpe, y me moví. Dejé atrás el efecto Kirok y corrí hacia mi mascota falsa antes de que tocara piso. No llegué a tiempo pese a mi velocidad, ella se estrelló en el suelo en medio de un golpe sordo.

—¡At! —grité sin cuidado, luego miré la figura nocturna de Kirok—. Dijiste que lo le harías daño.

At se movía en el piso, aturdida pero viva, como si tratara de aclarar sus pensamientos. Intenté tocarla, pero algo me dijo que si lo hacía justo en ese momento ella me enterraría su pico. Me contuve, la observé tambalearse y agitar la cabeza.

Kirok volvió su cabeza hacia mí, tan rápido que aunque trató de ocultar su sorpresa fue tan evidente que hasta a mí me desconcertó su actitud tan repentina. El Kirok que conocí era más cínico, más atrevido, más perverso, entonces ¿qué ocurrió para que cambiara de actitud?

—¿Dijiste At? ¿Fue ella la causante del brillo en el helipuerto ayer? —Abrió los ojos de par en par— ¿Ella es Ate...?

—No sé de qué hablas —lo corté de inmediato—. Es mi mascota y su nombre es un chiste personal.

La boca me supo a miedo, uno amargo e intenso. ¿Qué sería capaz de hacer Kirok si se enteraba que esa era Atenea, o bueno, sus recuerdos?

Debí suponer que él lo sospechaba, si siempre estaba cerca debía conocer lo que nos ocurría a fondo. Él era como una persona más del grupo, una que nunca hablaba pero siempre estaba presente, como una sombra, como un espía.

—Un ave no se comporta así, ella es At, reconocería ese temperamento en cualquier parte.

At reaccionó. Se le pasó lo atolondrada y se levantó. Por instinto puse mis manos sobre ella, no importaba si me hería, no dejaría que volverá a acercarse a ese tipo.

Una sonrisa retorcida y loca se curvó en su boca, mezclando la fascinación e ironía que le causaba enterarse de que había más de una parte de Atenea frente a él.

At forcejeaba bajo mis manos, queriendo ir otra vez hacia Kirok. Lo que me sorprendió fue que ella lo miraba con tanto odio que parecía que lo quisiera matar con la mirada. Sin embargo, eso era imposible porque si entendí bien ella no tenía sentimientos.

«—Imbécil... ¡Te voy a matar! —At siguió insistiendo en liberarse de mi agarre, pero si lo hacía lo único que conseguiría sería salir lastimada— ¡Maldito traidor, te voy a hacer pagar cada uno de tus crímenes! ¡Maldición, suéltame, Ailyn!»

Kirok posó sus ojos en At, maravillado, y luego los volvió hacia mí.

—¿Qué te dice? —quiso saber—. ¿Te habla de mí?

En ese momento At soltó un gran graznido, el primer sonido de ave que le escuché, dejando salir la ira contenida que guardaba por quién sabe cuánto tiempo. Si tuviera su forma normal aquello sería un grito de guerra, estaba muy segura. Mi cuerpo tembló, de repente estaba sudando.

—Vete, Kirok, o llamaré a los demás.

Sonrió más y se inclinó para observarnos mejor. La fuerza de At era sorprendente para alguien tan pequeño, a ese ritmo no estaba segura de cuánto más podría sujetarla.

—No lo haré, si ella es Atenea tengo que hablar con ella.

Sus ojos adquirieron un nuevo brillo, uno que había visto antes en Daymon cuando llegó al camper. ¿Esperanza? No, era muy diferente y mucho más grande que algo así.

—Vete —repetí con más énfasis—. Ahora.

Abrió la boca para hablar, casi pude ver sus manos estirarse hacia mi mascota falsa, pero la cerró enseguida y giró la cabeza hacia la puerta. Su ceño se frunció y chasqueó la lengua con disgusto.

—Recuerda lo que te dije. —Se enderezó y me miró desde arriba. De pronto parecía tener prisa—. Nunca quise esta guerra, todo fue un accidente, desde el comienzo. —En ese momento no estuve segura si me hablaba a mí o a At; tal vez ella lo entendió, porque en definitiva yo no—. Y, Luz, no te mueras.

Hubo una gran ventisca que me obligó a cerrar los ojos, y cuando los volví a abrir Kirok ya no se encontraba ahí. Estaba empezando a creer que lo dioses podían controlar el viento como parte de su presentación.

El dolor en mi mano me obligó a soltar a At, casi solté un grito. Me moví, mi mano me sangraba y el pico de At estaba manchado de mi sangre.

—Oye, ¿qué te pasa? ¿Por qué me muerdes?

«—Soy ave, no muerdo, inculta. —Me miró con esos oscuros ojos negros, regañándome sin expresarlo en palabras—. No me dejaste otra opción. Si me hubieras permitido arrancarle los ojos... Olvídalo, ya no importa.»

—¿Lo conoces? —inquirí mientras me levantaba del suelo.

No se me ocurría otra explicación a la reacción de ambos y, además, él la llamó «At», nombre que solo utilizaban las personas cercanas a ella. Todo ese royo me comenzaba a sonar mal en la cabeza.

«—Lo conocí —aclaró—. Y no debes confiar en él, en cuanto tenga oportunidad te apuñalará por la espalda. Es un traidor, nacido de Hades, no conoce otra cosa que no sea lastimar y perjudicar a los demás.»

—¿Qué te hizo? ¿Por qué lo odias tanto? —La curiosidad por saber lo que ocurría entre ellos, por saber más del pasado, crecía a cada nueva incógnita que aparecía. Pero al mismo tiempo tenía miedo de lo que mirar hacia el pasado significaba.

«—No todo lo que viste en el pasado es lo que parece. En realidad, mi relación con Apolo no es como la recuerdas, no todo fue bien en todo momento. Y eso fue por culpa de Dark, sin él las cosas no hubieran salido tan mal. Él es el responsable de todo, desde el comienzo, por él estoy muerta.»

Hablaba con convicción, la necesaria para hacerme dudar. Ya no sabía si él era bueno o malo. Por un lado, estaba el hecho de que albergaba la bondad de Hades, lo que no podía ser tan malo; pero al mismo tiempo era parte de él. Quizá mi sueño tenía relación con ese asunto, y las palabras «Busca la luz en la oscuridad, salva la bondad de su alma»... ¿Se referían a él?

—Pues contrólate la próxima vez que lo veas. Como estás ahora no hay mucho que puedas hacer contra él. —La mirada que me lanzó atravesó cada musculo y cada órgano. Fuego, una mirada capaz de quemar a cualquiera. Tragué saliva—. No es que te crea incapaz de hacerle algo, es solo que... que... que... —Suspiré—. Mejor me callo.

—¿Estás bien? Estás hablando con una lechuza.

Salté en cuanto reconocí la voz a mi espalda. Mi corazón me golpeó con fuerza una sola vez, como si una corriente eléctrica lo atravesara de golpe.

Me levanté y me volví hacia él por impulso, y lo vi ahí, parado bajo el marco de la puerta con las manos escondidas en los bolsillos de su pantalón, y una mirada oscura, tal vez por la oscuridad parcial de la noche o algo más.

Cada vez que lo veía no podía evitar pensar que algo lo atormentaba, desde lo que pasó entre nosotros lo notaba más distante, como si tuviera miedo de tenerme cerca. Todavía me evitaba, era obvio, lo raro era que apareciera ahí justo después de que Kirok se fuera.

—Andrew —musité, sorprendida—. ¿Qué haces aquí?

At lo miró y luego a mí, y después a él otra vez. Inclinó la cabeza hacia un lado, para después extender sus alas y alejarse de nosotros en medio de un elegante vuelo nocturno.

Frunció en entrecejo levemente, sacando a relucir su típica expresión de sospecha. Trataba de mantener su indiferencia todo el tiempo, pero esa marca en su frente siempre que ocurría algo que quería descifrar delataba en parte sus pensamientos. Mientras su boca y actitud demostraban algo, sus ojos y su ceño fruncido decían otra.

—No podía dormir. —Lo dijo con seguridad, pero no le creí. Posó sus oscuros ojos en mí, estudiando mi rostro, y salió a la pequeña azotea para recostarse en el barandal varios metros lejos de mí—. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí a esta hora?

Presentí, debido a lo que sabía de Andrew, que la falta de sueño no fue lo que lo llevó hasta ahí; Kirok lo hizo, o al menos su presencia. Él era especialmente sensible a su presencia, a la cercanía de cualquier cosa, tal vez por su sensibilidad del sol, no lo sabía. Pero estaba muy segura de que cuando Kirok se me acercaba y bajaba esa magia suya tan extraña para ocultarse, Andrew sin duda lo sentiría

No lo entendía, y sinceramente, no entendía anda con respecto a Kirok y Andrew, había huecos que por mucha información que reuniera jamás llenaría.

—No tenía sueño —respondí con simpleza, y me incliné en el barandal, estableciendo bastante distancia entre nosotros.

Me miró por el rodillo del ojo con esa misma expresión de sospecha en sus ojos, luego centró su atención en la ciudad.

Era increíble la facilidad con la que las cosas podían cambiar; un día era mi confidente, mi consejero, la persona en la que más confiaba, y ahora parecía haber un abismo entre nosotros, tan oscuro y profundo que no le veía fondo. Éramos dos extraños en el mismo lugar, que conocía tanto al otro que la distancia que ahora nos separaba era abrumadora.

Hubo un largo, largo silencio, que demostraba la escasez de temas de conversación entre nosotros. No sabía qué decirle, y lo que le quería decir no sabía cómo hacerlo. Era tan incómodo tenerlo cerca y restringirme sobre lo que le decía, que mis mejillas se sonrojaron de vergüenza.

—No es cierto —solté al cabo de unos minutos de insoportable silencio, ganándome su atención y una interrogante en su rostro—, lo que dijiste sobre mis sentimientos, no es cierto.

Evité el contacto visual en cuanto sus ojos se abrieron más que antes, y rogué mentalmente para que mi cuerpo no temblara de nervios.

—Will, ya lo hablamos...

—Lo sé —lo interrumpí, y tomé aire—, pero necesito decirte que lo que dijiste no es verdad. No conservamos los sentimientos de nuestra vida pasada, ni los recuerdos. Es imposible que lo que tenían Atenea y Apolo me influencie. —Me armé de valor para mirarlo a la cara, que por muy lejos que estuviera, el destello de sus ojos se me hacía demasiado íntimo—. Es por eso que lo que siento por ti es solo mío, porque me enamoré de Andrew, no de Apolo.

No las contaba, pero esa fue la tercera vez que me confesaba, que expresaba mis sentimientos en voz alta, y cada vez que lo hacía se desprendía un pedacito de mi corazón al encontrarme con la respuesta.

Mi cuerpo me traicionó y empezó a temblar, mientras el color de mi rostro era eclipsado por la poca luz de luna. Esperé sus palabras, su rechazo, uno que al menos esperaba fuera más fundado que el anterior.

No obstante, aquellas palabras, aquella herida verbal que esperaba de su parte, nunca llegó.

La brisa provocaba que su cabello le ocultara sus ojos, o quizá se agachó para evitar que viera su expresión, de todas formas, me fue imposible descifrar sus pensamientos desde mi posición.

El silencio se instaló de nuevo entre nosotros, pero esta vez mucho más profundo. Ni siquiera era capaz de escuchar mi respiración con tanto silencio, lo único que medianamente alcanzaba mis oídos era el sonido del viento al pasar por mis orejas, nada más.

Fue como si a esos minutos, porque fue mucho más largo que unos cuantos segundos, alguien le hubiera puesto mute a la situación. No me moví, ni hablé; tenía miedo de que si parpadeaba siquiera me cayera un yunque de verdad sobre la cabeza.

Pasó tanto tiempo que cuando me tomé un momento para observar mi alrededor me percaté del hermoso amanecer de Paris. La gama de colores anaranjados y amarillos cubría el cielo antes nocturno, mientras la luna buscaba posada tras las nubes; e incluso algunas estrellas todavía eran visibles.

La calidez del sol acarició mi piel, reconfortándome, como un abrazo de mamá oso que me decía que todo estaría bien. Y, después de todo, si existían amaneceres tan bellos que hasta podían alivianar un ambiente tan tenso como lo era ese, las cosas podrían mejorar.

Me quedé embobada contemplando el amanecer, las nubes rosadas de algodón, y las aves saludando a la ciudad, por lo que no me di cuenta del momento en el que Andrew se enderezó y me miró de frente, con el cuerpo tenso y las manos en puños.

Contuve la respiración.

—¿Qué esperas de mí, Will? —preguntó con total honestidad—. ¿Qué quieres que diga, que haga?

—Quiero una respuesta real —casi que lo grité. Mis piernas me temblaban, debía sostenerme al barandal para no caerme—. Solo eso.

Tomó aire, su pecho se infló y sus ojos... Ese brillo peligroso había sido cambiado por algo más, algo tenso. Su mirada era dura, parecía una pared.

—Somos compañeros, Will. Podremos llegar a ser amigos, tal vez, pero te aseguro que nunca seremos nada más. Lo siento, pero no puedo corresponderte de la forma que tú quieres. No puedo verte de la misma forma que tú me ves.

Algo me empujó el pecho, una vocecita muy al fondo de mi cabeza me decía «te lo dije». Me quedé ahí, de pie, solo mirándolo. Hasta que él se dio la vuelta y atravesó la puerta, perdiéndose en el pasillo. Yo tan solo lo vi irse, con el corazón hecho un puño y la garganta ardiendo con fuerza.

¿Así se sentía ser rechazada por segunda vez? No volvería a decirle nada de nuevo, nunca lo mencionaría. Mi pecho me dolía, mi garganta me quemaba, ¿por qué? ¿Acaso en verdad esperaba algo, por mucho que me lo negara a mí misma? Andrew... ¿acaso quería tener una relación con él? ¿Qué esperaba de él? Ya tenía una respuesta, entonces ¿por qué se sentía tan doloroso? Se sentía como si de pronto hubiera perdido algo importante.

«—Tienes suficientes problemas con él. —La voz de At me sacó de mi estupor—. No necesitas complicarte las cosas con mi pasado, tienes suficiente con tu presente. Los humanos siempre complican todo, incluso esto. Es por eso por lo que viven llenos de arrepentimientos.»

Ni siquiera me molesté en mirarla.

—No te burles.

«—No me estoy burlando, es la verdad. Ese chico... siempre creí que era demasiado honesto para su bien, pero veo que incluso él es mentiroso.»

—Andrew no es mentiroso. —Mi voz casi se quebró—. Es la persona más honesta que conozco.

Se quedó en silencio unos segundos, yo no me animé a buscarla con la mirada.

«—El tiempo lo decidirá. Ustedes están vivos, tienen esperanza, algo que ni él ni yo tuvimos. Tienen todo el tiempo del mundo para entenderse, para pelear y reconciliarse. Ustedes, Ailyn, realmente tienten todo el tiempo del mundo para enamorarse.»

No le respondí, no sabía qué decirle que conectara con sus palabras. No detecté dolor en sus palabras, ni remordimiento o melancolía, solo lo dijo como un comentario cualquiera. Eso me hizo pensar que ella era, en efecto, solo sus recuerdos, no había sentimientos en ella más allá del sentido de responsabilidad que prevalecía en su interior.

«La oscuridad a mi alrededor era tan agobiante que llegó a ser pesada, hasta el punto de que mi cuerpo se sentía con más gravedad que de costumbre. No había más luz en el lugar que mi propio cuerpo, el cual parecía una vela o una diminuta llama en medio de la inmensa oscuridad del lugar.

No había piso, pero podía caminar sobre una superficie firme, ni paredes, y mucho menos techo. Caminé sin saber si avanzaba o retrocedía, o siquiera si estaba de cabeza; todo era demasiado confuso, no tenía sentido de navegación.

Me detuve de golpe poco después al divisar una conocida llama roja flotante a unos cuantos pasos de mí, adelante. Parecía un espectro fantasmal, uno que disminuía de tamaño conforme pasaba el tiempo.

—Todos tienen un lado bueno —dijo una voz femenina, generando eco con sus palabras—. Si lo ayudas más de una persona se salvará. Existe, pequeña Atenea, debes encontrar la bondad de su alma.

Miré hacia todas las direcciones, pero lo único que conseguía era oscuridad, negro en todas partes.

Sin embargo, en medio de todo ese espacio negro y sin luz, observé un par de ojos rojos, tan vivos y paralizantes que no tuve que pensar de más para saber de quién se trataba.

De nuevo, pero esta vez más lejos de mí, se encontraba Kirok.»

Mientras le ayudaba a Sara a sacar su ropa, la cual era mucha, del armario, no podía dejar de pensar en el sueño que tuve un par de horas atrás. Otra vez soñé con Kirok, y sabía que debía prestarles atención a mis sueños ya que siempre había un mensaje en ellos, pero de eso a entenderlo había una gran diferencia.

Luego del amanecer volví a la habitación a dormir otro poco, y como resultado obtuve más sueños confusos. Al menos podía distraerme del sueño con Kirok mientras recogía nuestras cosas del cuarto.

Llevábamos varias horas arreglando la ropa de Sara, la que más cosas tenía, e intentando meter en la maleta de Cailye todas las galletas que tomó de la cafetería. No podía negar que pasar el rato con esas dos nunca sería aburrido. Aquella tarea nos tomó gran parte de la mañana, ya faltaba poco para medio día y Astra no daba señales de vida aún.

Pasamos casi cinco días en ese hotel, por lo que muchas de nuestras cosas estaban por aquí y por allá, sin ningún orden. Y para completar, las discusiones entre Sara y Cailye eran cada vez más absurdas. Al parecer se quedaron sin fundamentos válidos para sus peleas y empezaron a usar como excusa cada pequeño detalle por muy irrelevante que fuera. Por lo que escuché discutían porque la rubia decía que Sara tomó las papas de su almuerzo, y mi amiga le espetaba que se las comió ella pero no lo notó.

Al menos eran entretenidas e inofensivas, como si no quisieran perder la costumbre.

—¿Qué es eso? —pregunté al tiempo que señalaba una pila de ropa gris bien doblada sobre la mesa cerca del sofá.

Mis amigas dejaron de destruirse con su mirada de perro rabioso y me observaron, luego posaron sus ojos en los atuendos que señalaba. Esa ropa me parecía haberla visto en algún lugar antes.

—Evan la trajo antes de que despertaras —explicó Sara, caminando hacia mí—, es de parte de Astra. Dijo que la usáramos antes de las dos de la tarde, ella volverá a esa hora.

Me acerqué a las prendas, y cuando tomé la primera en mis manos la identifiqué de inmediato. La tela, el color, y esa apariencia de armadura; así se vestía Astra cuando la vi la última vez. Ella quería que nos vistiéramos así, como ella, como si en verdad necesitáramos armadura.

El diseño era lindo, sencillo y gris oscuro, con muy pocas decoraciones; lo único que sobresalía de la prenda era un diminuto emblema, el de los Dioses Guardianes, a un lado del pecho en el mismo color gris, y bordes dorados en zonas de cuello y brazos. Un corsé sobre el busto que parecía tener una blusa elástica de mangas tres cuartos y un pantalón de la misma textura y color.

—¿Qué pretende hacer vistiéndonos así? —indagué.

Sara parecía pensativa, rozando con la preocupación, mientras que Cailye se veía más asustada. Sus expresiones me decían que pensaban lo mismo que yo, y no era nada alentador. Es decir, sabía que no íbamos a una fiesta, pero que tomara ese tipo de precauciones me ponía nerviosa.

—Creo que es un tipo de ropa protectora, no sé qué otra cosa podría ser —respondió la pelinegra mirando fijamente la ropa frente a ella. Luego de varios segundos parpadeó para salir de su trance, y me regaló una mirada que decía «tranquila», aunque sus ojos reflejaran todo menos tranquilidad—. Ayúdame a terminar, pronto vendrán los demás y no quiero que vean este desorden.

—Lo dice la chica que odia limpiar por sí sola —la atacó Cailye con ironía.

Mi mejor amiga le lanzó una mirada de furia, logrando desvanecer el rastro de preocupación que asomaba en sus ojos. Era lo menos que esperaba de una Cailye que odiaba conversaciones de ese tipo; quería restarle tención a la situación, esa era su mejor cualidad.

—Cualquiera se molesta si tiene que recoger comida debajo de la cama porque a cierta persona le gusta comer dulces a medianoche como refrigerio nocturno.

Y así empezó otra discusión entre ellas, tan ridícula que no entendía cómo se lo tomaban en serio.

Me quedé un rato más analizando la tela en mis dedos, buscando lo que la hacía especial, hasta que entre vuelta y reversa encontré una etiqueta que decía: Traje anti-hipnosis, heridas por armas comunes, y camuflaje contra humanos. Dejé el traje donde estaba, reacia a pensar más sobre eso, y continué con mi oficio mientras Sara y Cailye seguían discutiendo.

Pasaron los minutos, hasta completar una hora y media, cuando tres chicos vestidos como si fueran a una guerra entraron a la habitación. El traje de protección para hombres era diferente al de nosotras, ese no tenía corsé, en su lugar la parte de arriba parecía una coraza negra con detalles dorados y el emblema de Dioses Guardianes, dos de ellos sin mangas y con protección hasta el cuello; el pantalón era igual al de nosotras. Y noté, un poco tarde, que nosotras teníamos botas negras casi hasta la rodilla mientras ellos vestían unos zapatos pesados.

El traje de Daymon era uno de los que no tenían manga, pero sí llevaba una bufanda naranja que cubría muy bien su cuello; resaltaba en la monocromía del traje completo. Evan, por otro lado, tenía el único traje con mangas, aunque no muy largas, sin ningún cambio importante. Y Andrew llevaba el traje más oscuro, sin mangas, dejando expuestos sus brazos...

Traté de no mirarlo demasiado. No recordaba haber visto a Andrew sin chaqueta o suéteres, por lo que ver sus brazos grandes desnudos me tomó por sorpresa. No era tan fornido como Daymon, era muy proporcional a su altura, pero aun así...

Debía admitir que se veían bien, los tres lucían como auténticos dioses. Ese traje resaltaba su figura, que al tratarse de dioses era agradable a la vista para cualquiera. Su forma ceñida se ajustaba perfectamente a su cuerpo, mostrando lo escultural de su físico. Porque sí, no tenían nada de feo.

—Se ven interesantes —comenté, reprimiendo una risita y evitando intencionalmente a Andrew—. ¿Cuánto falta para que Astra aparezca?

Andrew se quedó cerca de la puerta, lejos de mí, listo para huir. Tenía la cabeza gacha, pero noté sus ojos atentos a lo que ocurría todo el tiempo. Si se apartaba más se convertiría en cuadro o en un mueble, debido a su poca participación.

—Poco, supongo —respondió Evan con una sonrisa sutil—. El suficiente para que se cambien.

Asentí, y tanto mis amigas como yo nos dirigimos al armario para cambiarnos de ropa. Casi quedamos uniformadas, salvo porque las curvas del corsé se ceñían armoniosamente a las curvas de Sara, resaltando su belleza, además el color iba a juego con su cabello negro. Cailye se recogió el cabello en sus dos coletas, pero ahora tenían flores, como si quisiera darle color al traje; además le puso un pin sonriente y me parecía que brillaba de purpurina. En mí se veía normal, tal vez como se vería en un mostrador. Me tiré una sudadera encima, solo hasta que Astra llegara.

Cuando salimos Sara fue a sentarse junto a Daymon para conversar de quién sabe qué, cosas de pareja quizá; y Cailye corrió hacia Evan y su hermano para mostrarles las flores, el pin y la diamantina.

Ahora la rubia parecía un disfraz, o una caricatura con todo el adorno que le puso al traje. Escuché a Evan regañarla por hacerlo, pero ella solo se rio en respuesta; por el contrario, Andrew no puso problema a lo que hizo, le pareció bien por lo que entendí.

Me debatí entre interrumpir a la feliz pareja, o acercarme a Andrew y los otros para unirme a la conversación sobre los gustos de Cailye. No sabía cuál era más incómoda. Al final decidí ir a hablar con At sobre lo que pasaría, ¿quién mejor que ella para preguntarle lo que sabía de las Amazonas y de Hades?

Astra era muy cerrada, y no compartía toda la información que guardaba, por lo que buscar una nueva fuente de investigación era lo único que podía hacer.

No obstante, mientras caminaba hacia mi cama donde ella permanecía mirando la escena de nuestros uniformes, me percaté del trozo de papel que la lechuza sujetaba entre sus patas. Posó sus ojos en mí, seria, y me extendió su pequeña garrita con lo que parecía papel fotográfico.

—¿Qué es eso, At? —indagué.

«—Lo tomé de su túnica cuando vino a dejar los trajes, no se percató de mí. Me pareció extraño que cambiara de nombre, así que busqué una explicación.»

Fruncí el ceño, confundida.

—¿De qué hablas?

«—Míralo por ti misma.»

Acepté dudosa la foto que me extendía y le di vuelta para observarla.

Reconocí el rostro sonriente de Astra, con los ojos cerrados y sin su túnica violeta. Se encontraba abrazando por detrás a un chico joven y serio de ojos verdes y cabello negro. Él no sonreía, lo que contrastaba bastante con la gran alegría que Astra le mostraba a la cámara.

Acerqué la foto más a mis ojos para detallarla mejor, y entonces sentí, como un cosquilleo eléctrico, que ya había visto a alguien parecido al chico en el pasado. Mi corazón adquirió un nuevo ritmo, y sin saber la razón mi respiración igual. La foto me empezó a dar vueltas mientras un solo recuerdo llegaba lentamente a mis ojos.

La mirada distante de aquel sujeto en el pasado, al lado de Poseidón, cuyos ojos verdes resaltaban más que cualquier cosa de su apariencia. Ojos oscuros, de un tono jade, que le otorgaban una característica inconfundible y oscura a la vez.

Ese chico, el de la foto, que parecía la estatua de un escultor igual que todos los dioses debido a su belleza y atracción innata, era increíblemente parecido al Hermes que vi en Grecia en mis viajes al pasado. Mi pecho se estrujó, preso de un sentimiento agridulce que ya conocía.

Pero eso era... imposible.

«—Voltéala.»

La obedecí y al hacerlo observé en el reverso de la foto dos nombres: «Hebe y Logan. Decimosexto cumpleaños de Logan.»

¿Qué significaba eso? ¿En efecto ese chico era Hermes? Y si era así, ¿qué hacía con Astra? ¿Quién era Hebe? Tantas preguntas pasaron por mi cabeza en ese momento frente a la foto que no escuché los llamados de Cailye.

—¡Ailyn! —No me moví, pero ella notó que mi atención auditiva estaba sobre ella—. ¿Qué te ocurre? Tu olor cambió. ¿Te sientes bien?

¿Que si estaba bien? No podía estar más confundida y alterada, incluso sentía el sudor frio resbalar por mi rostro al preguntarme con qué clase de persona estuvimos viviendo tanto tiempo.

Apreté la foto en mis manos, consiente de la mirada de todos sobre mí, incluyendo a Andrew, y noté a At ocultarse bajo la cama a toda velocidad luego de observar fugazmente la puerta. Hasta que de pronto otra voz interrumpió en la estancia.

—¿Qué les hicieron a esos trajes? —Era Astra—. Son muy difíciles de conseguir, no son simples juguetes. ¿Cómo se les ocurre decorarlos?

Me volví de inmediato hacia ella, con la foto en la mano, tan rápido y de improvisto que de nuevo me gané la atención de todos. Atravesé la estancia hasta el otro lado, donde Astra se encontraba parada con el mismo traje que nosotras y la túnica en su espalda. Enarcaba una ceja, a modo de pregunta, mientras mis pies se detenían frente a ella.

No podía procesar mis sospechas, me parecía demasiado hasta para Astra, y mi mente viajaba tan rápido que a duras penas controlaba mi impulso de gritarle.

—¿Qué es esto? —Coloqué la foto frente a sus ojos, con brusquedad y desafío.

Frunció el ceño en cuanto la vio y me la arrebató de la mano en un solo movimiento.

—¿De dónde la sacaste? Es personal. —Me fulminó con la mirada, como si en verdad quisiera lastimarme con un cuchillo en ese momento.

—¿Qué sucede, Ailyn? —preguntó Evan, confundido, mientras se me acercaba.

Por la periferia noté el ceño fruncido de Andrew, la estupefacción de su hermana, y la expectación de Daymon. Por otro lado, vi a Sara, cuya cabeza se agachó hasta ocultar su expresión.

—Eso no importa. Es Hermes —comuniqué sin apartar la mirada de Astra. Ella, al pronunciar esas palabras, me miró de golpe con el ceño más fruncido—. Lo vi en el pasado y lo reconocí en la foto; además, lo siento, se siente igual que cuando conocí a los demás. Astra está en una foto con Hermes, y al parecer su verdadero nombre no es Astra, es Hebe.

Quise, desde el fondo de mi corazón, que lo negara, que diera una explicación a la foto. Nunca deseé estar tan equivocada como en ese momento.

Silencio, eso fue lo que se instaló en el lugar por más de un minuto. Todos se quedaron quietos, estáticos, como si no estuvieran seguros de moverse o no. La expresión de Astra solo confirmó mi afirmación, ella no solo conocía a Hermes más que a cualquiera de nosotros, sino que ocultó su nombre.

Fue un golpe para nosotros, uno que me quitó el equilibrio en un segundo.

—No lo voy a negar, lo que dice Ailyn es verdad —respondió nuestra mentora, sin apartar la mirada fulminante de mí, pero en tono alto para ser escuchada por todos.

—¿Por qué nos mentiste? —quiso saber Cailye, con los ojos abiertos de par en par—. Creí que no podías intervenir demasiado...

Un suspiro salió de la boca de Astra, más de cansancio que de resignación.

—Por seguridad. Ha pasado mucho tiempo desde que los dioses se fueron, usar mi verdadero nombre era peligroso, por eso lo cambié. Existen muchas criaturas que no quieren a los dioses, si una de ellas me encontraba no estaba segura de poder pasar desapercibida.

Aunque me impactaba en sobremanera que haya ocultado su verdadero nombre, la podía entender. Yo viví en carne propia lo que ser odiada por un nombre significaba, me pasó en Salem, por lo que para ella que pasó todo ese tiempo expuesta era la única forma de conservar un bajo perfil.

—Eso no explica la foto —repuse, retomando el tema principal—. ¿Por qué estás en una foto con Hermes si se supone que no debías acercarte a ninguno de nosotros?

Entrecerró los ojos y se alejó nos pasos de mí luego de estudiarme con la mirada.

—De todas formas se iban a enterar —musitó, y añadió en voz alta para que todos escucháramos—: Cuando Logan, es decir Hermes, era pequeño tuvo un accidente de auto con sus padres. —Barrió la estancia con la mirada—. Sus padres murieron, pero él sobrevivió. No podía dejarlo en un orfanato, así que decidí conservarlo.

—¿Conservarlo? —repetí— ¿Cómo si fuera una mascota? Es uno de nosotros, Astra, y ocultaste esa información de nosotros todo este tiempo.

Ella rodó los ojos, adquiriendo esa actitud impaciente de nuevo, y volvió a entrecerrarlos.

—No podía dejarlo así, Ailyn, era un niño de tres años. Por eso lo acogí, le enseñé todo lo que debía saber y lo entrené. Siempre ha estado conmigo, soy la única familia que tiene. Y era más fácil omitir mi relación con él que explicarla, porque sabía que me iban a reclamar por haberlo ocultado. Mi relación con Hermes no afecta a ninguno de ustedes ni a la misión, mencionarla era irrelevante.

—Por eso te desaparecías por días —concluyó Andrew, mirándola fijamente—. Para ir a verlo.

Nuestra mentora bajó la cabeza, evitando contacto visual.

—En algunas ocasiones sí, pero la mayoría de ellas iba a investigar. —Levantó el rostro—. Ustedes estaban ocupados entrenando, preparándose para enfrentar a Hades, alguien debía averiguar lo que ocurría.

—Pero si lo sabías desde el comienzo, ¿por qué no nos lo dijiste? —interrogué, confundida y molesta—. Si sabías lo de Hermes, e incluso lo de tu nombre, ¿por qué no confiaste en nosotros?

—¡Porque era peligroso! —gritó—. Si se los hubiera dicho los pondría en peligro, mientras menos supieran mejor. Hay cosas que deben ser olvidadas, cosas que son tabú hasta para los dioses, no les corresponde a ustedes cargar con ellas de nuevo.

Ya no sabía qué creerle a Astra. Llegué a un punto en el que no sabía si omitía información a propósito, o si había algo que nos ocultaba; quizá por eso se llevaba bien con Sara...

Giré mi mirada hacia la pelinegra en cuanto lo entendí, y aunque la miré con reproche ella no me observó a los ojos.

—Lo sabías —concluí—, ¿desde cuándo?

Sara se encogió de hombros, aun sin mirarme, y habló en voz baja.

—Desde que estábamos en el yate, después de la tormenta. Ella me lo dijo cuando te fuiste a casa.

Y aun así se enojó conmigo por no decirle lo de mis padres, cuando ella sabía algo que también me concernía a mí y lo ocultó.

Estaba demasiado ocupada con Astra como para prestarle atención a Sara, por lo que simplemente me tragué lo que le quise decir a mi amiga por ocultarme cosas, ¡de nuevo!

—¿Y sirvió? —la pregunta de Evan me hizo volver la mirada hacia él, y noté que observaba a Astra como si la desconociera. Él era el más cercano a ella, era como su mano derecha; si no se lo dijo a él, ¿a Sara por qué sí?—. ¿Averiguaste algo?

Astra frunció el ceño otra vez, y sus ojos pasaron de reflejar disgusto a preocupación.

—Sí, lo hice —Me miró a mí y luego a Andrew—. Analicé lo que Ailyn dijo sobre las Amazonas, sobre quién era la responsable de su transformación, e investigué acerca de ella.

—¿Ella? —Recordar la forma en la que las Amazonas se referían a ella me causaba escalofrío, incluso Kirok tenía algo que ver con ella.

—Su nombre es Pandora, mejor conocida como la primera mujer. Por lo que encontré es la dueña original de la Luz de la Esperanza; la guardaba en su caja, y cuando la abrió fue lo único que no salió. Zeus se la quitó y se la entregó a Atenea, pero al parecer ella todavía la busca.

Los recuerdos de mi viaje al pasado golpearon mi memoria, junto con las palabas de la Sra. Louis. Ahora tenía sentido, ella debía ser la persona que lo ayudó a salir, la cómplice de Hades, el factor que habíamos pasado por alto. Pero ¿por qué la quería devuelta?

—¿Qué relación tiene con Hades? —indagó Andrew, pensativo, pero por la forma en que lo dijo sospeché que no fue su intención decirlo en voz alta.

Ella volvió a suspirar.

—No lo sé, no todo se encuentra en los textos antiguos y entre las deidades que permanecen en la Tierra. Hay cosas de la historia que no se mencionan porque deben ser olvidadas, y quizá ahí esté la respuesta. Si Pandora está aliada con Hades... él tan solo es un peón. —Dirigió su mirada a la ventana, donde las nubes empezaban a cubrir el cielo—. Es hora de irnos, él nos está esperando.

Se dio vuelta y sin esperar confirmación de nuestra parte se ubicó en la esquina de la habitación. Segundos más tarde invocó el cetro de Zeus en medio de un resplandor dorado más pálido de lo normal.

—Espera, Astra. —Corrí hacia ella para posar mi mano sobre el cetro e impedir que realizara el conjuro—. ¿Quién nos está esperando? ¿Por qué los trajes? ¿Qué sabes que no nos quieres decir sobre Pandora?

Me miró sin expresión aparente, completamente seria e inescrutable.

—Le dije a Logan que nos encontraríamos con él a las dos, nos está esperando desde hace varios minutos. Y los trajes, Ailyn, son por protección. —Los miró a todos, pero no respondió mi tercera pregunta—. A lo que se enfrentarán cuando nos vayamos será impredecible, y cada decisión que tomen determinará si viven o no. Recuerden que tienen más vidas en sus manos que las suyas y que siguen siendo humanos. —Hizo una pequeña pausa y nos miró a todos con demasiada atención, como si quisiera memorizar cada detalle de nuestros rostros—. Son los Dioses Guardianes, nunca olviden que su mayor prioridad es la humanidad.

—¿Qué? ¿A qué nos vamos a enfrentar? —pregunté, ahora con la voz temblorosa.

Había tratado de evitar pensar en lo que pasaría cuando Hades quedara en libertad, porque simplemente me aterraba imaginarme algo peor que las cosas que nos habían sucedido. Astra lo mencionó durante el entrenamiento, lo que debíamos hacer y lo que ocurriría, el plan a seguir, pero conocerlo no hacía que me sintiera tranquila, por el contrario.

Mi corazón se estrujó de susto, por unos segundos aguanté la respiración.

No tuve tiempo ni para pensarlo ni meditarlo, porque en lugar de responder alejó mi tacto del cetro y terminó con el conjuro.

Vi un destello de luz frente a mis ojos, y por la periferia noté a At dirigirse hacia nosotros mientras la luz inundaba la habitación. Mi cuerpo se sintió ligero, signo inequívoco de que nos estábamos teletransportando, mientras destellos de luz cubrían nuestros cuerpos.

Por varios segundos todo fue dorado, hasta que gradualmente el brillo disminuyó. Mis pies tocaron el suelo firme, suave bajo las plantillas de mis zapatillas, dándome a entender que se trataba de césped.

La luz del cielo seguía opaca, nubosa, y el aire que por ahí circulaba además de frio era abundante. Sin embargo, poca o nada de atención le presté al entorno, ya que una sensación familiar recorrió mi cuerpo entero en forma de remolino.

Mi piel vibraba y mis dedos temblaban por una extraña ansiedad. Presa de aquel sentimiento nuevo que era tanto excitante como tenebroso, alejé mi vista de Astra para saber si los demás se sentían como yo, y en efecto, al observar sus expresiones atónitas comprendí que ellos también tenían esa descarga de adrenalina corriendo por sus venas.

El miedo que me abarcó fue profundo y frio como un tremendo vacío en mi interior, pero a la vez, por un segundo, me llenó de confianza y poder.

Sentí una explosión de adrenalina justo en el instante en que mis ojos se posaron en un chico a lo lejos, de cabello negro y ojos de jade cuya expresión carecía de emoción; más que el miedo que me provocó fue la euforia inexplicable al verlo, al reconocerlo.

Mi corazón gritó, o tal vez fue el recuerdo lejano de un recuerdo ajeno. Lo sentí, tal vez en mi pecho o en mi cabeza, en la punta de mis dedos o en el nudo en mi garganta, exorbitante y mucho más grande que yo. Una sensación que me devoraba.

Era Logan, el chico de la foto. Era Hermes.

Todo a mi alrededor pareció detenerse, todo iba más despacio y sin sonido alguno. Podía sentir el flujo de mi sangre por mis venas, el fuerte palpitar de mi corazón contra mi pecho, la inexplicable carga de energía subiendo a mi cabeza hasta mi cerebro; y mis sentidos al límite de su capacidad.

El cumulo de sensaciones en mi interior fue tan grande, tan inmenso, que era como si mi alma quisiera abrir mi cuerpo en dos para salir volando por su cuenta a toda velocidad y dejar la cascara vacía. Era demasiada energía, demasiado poder para contenerlo con mi cuerpo.

Noté a Astra alejarse de nosotros y a At volando sobre mí tomando cierta distancia preventiva, mientras el chico se acercaba cada vez más a nosotros...

Y entonces, como una bomba atómica, la marca de todos, incluso la del chico de cabello oscuro a unos pasos de mí, soltó el brillo más intenso que había visto jamás.

Silencio, y luego, el sonido de ruptura.

Quise gritar en cuanto el brillo que salía de nuestros cuerpos como llave abierta se convirtió en pilar, siete pilares de diferentes colores cuyos finales se perdían en el cielo mientras se formaba un remolino alrededor, pero el sonido ensordecedor que llenó mis oídos me impidió saber si pude o no gritar.

Sentí un bum, constante en mi cuerpo, que inhibió mis sentidos por prolongados segundos. Luego el dolor se apoderó de cada una de mis células, como si una fuerza invisible quisiera sacar a la fuerza algo de mi interior. Vi que Cailye se arrodilló en el suelo, mientras que Sara se abrazaba a sí misma con fuerza; los chicos parecían soportarlo mejor, pero lo cierto era que aquel dolor fue espantoso.

La luz nos consumió, o mejor dicho, nos encerró en nuestros propios pilares por varios segundos, hasta que de un momento a otro se expandió y creó un círculo entre nosotros.

Luego todo se quedó en silencio de nuevo, y las diferentes luces de colores se fusionaron en un solo brillo blanco que nos encerraba y conectaba a la vez. El dolor también se fue, dejando en su lugar tanta paz que creí por un momento que ya estaba muerta y por eso no sentía nada.

Mi cuerpo se estremeció, agotada de repente por aguantar el dolor y esa fuerza que fluía a través de mí. Todo se movía, vibraba, incluso mi cuerpo.

Como si se tratara de unos de mis sueños todo a mi alrededor era de un blanco inmaculado; el exterior era invisible, lo único que existía ahí éramos nosotros y la tenue luz que iluminaba nuestros cuerpos, cada uno con un color distinto y con nuestras marcas brillando como un faro.

Vi a mis amigos y a Logan con los ojos cerrados, como si estuvieran inconscientes, mientras nuestros cuerpos permanecían flotando unos centímetros sobre el suelo. Mi propio cuerpo estaba cubierto por un brillo rosa familiar, uno que me invitaba a cerrar los ojos. Eso hice, igual que mis amigos, y me dejé llevar por lo que aquello implicaba.

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